Partida Rol por web

Viajáis hacia el valle de Nil, en el que se encuentra la aldea de Nil. Tras solucionar unos problemas para el Duque, te ha ofrecido un lugar en el que hospedarte de forma indefinida en sus tierras debido a tu interés en establecer un negocio. Contar con una maga cerca con la que no te llevas mal suele resultar útil. Te escoltan dos miembros de la guardia del duque a caballo con armaduras completas. El cielo deja claro que habrá tormenta pronto.

La voz de Diavorai resuena en tu mente - ¿Tu crees que son conscientes de que van a morir por un rayo? Quiero decir, ¿qué sentido tiene haber traído tanta hojalata encima? Se supone que aquí los caminos son seguros. Los caballos están agotados y ni siquiera traen arcos ni nada. Que harán si aparecen bandidos. Los bandidos solo tendrán que correr en círculos hasta matarlos del aburrimiento. Tampoco podrían perseguirlos a caballo, está todo lleno de árboles. ¿Crees que cuando les caiga el rayo se desharán en polvo o que olerán a salchichas cocinadas? ¿Se desharán también los caballos? ¿Qué harán cuando se les caen las monedas? Porque no parece que agacharse sea una opción con esas pintas. Crees que las pincharán con la espada. ¿Se pueden pinchar las monedas? ¿A qué sabrán? ¿Si les cae un rayo me dejarás comerme una de sus monedas fritas? - Diavorai ha vuelto a caer en una rueda de pensamientos incoherentes, podrías rescatarlo, aunque hace el viaje un poco menos monótono. Los individuos que te acompañan no han dicho una palabra en casi una hora de viaje - ¿Una moneda frita valdrá más o menos que una moneda normal? Si vale más, podrías freír todas tus monedas y comprar más monedas aún normales. Entonces podrías volver a freírlas y comprar más aún. ¿Qué pasa si todo el mundo se queda sin monedas porque las han frito y se las han comido? ¿De dónde salen las monedas? Las salchichas salen de los cerdos. Así que si las monedas son duras tienen que salir de algo duro. Quizá de señores de hojalata como estos. ¿Pero por qué llevan entonces más monedas en una bolsa? Nunca he visto cerdos llevando salchichas en bolsas. Y además volvemos a lo mismo. ¿Por qué iban a llevar salchichas en bolsas si ellos ya son salchichas?

Laurie soltó una risilla ante la desvariación de Diavorei. El camino estaba resultando verdaderamente aburrido y el cielo grisáceo auguraba que se avecinaba una tormenta. El frío impactaba contra sus huesos, por lo que, con un movimiento circular con su dedo índice sobre el suelo, invocó una desapercibida brisa transparente que se acercó a su cuerpo y al de Diavorei envolviéndoles suavemente en un ambiente cálido.

Dirigiéndose de forma telepática a Diavorei dijo- Sólo pueden ser salchichas si les fríe un rayo, ¿no?, pero no dejaremos que eso pase. Además, las monedas no pueden freírse, sólo se calentarían y el aceite se deslizaría sobre ellas. Si pones tu pico sobre una de esas, te harías una quemadura, y eso jamás lo permitiría.

Pronto llegaremos. En Nil no son muy abiertos precisamente, pero seguro que la acogen bien - alcanzas a oir una risilla del segundo guardia -. Mira, ahí tenemos la aldea - sigues la dirección de su gesto y  se emipeza a ver al fondo entre los árboles los tejados de algunos edificios. Hacía tiempo que no veías una aldea con empalizadas y puertas de troncos. Las puertas están cerradas, pero un hombre aguarda ante ellas aparentemente esperándoos. - Es Norman, no es el alcalde ni nada parecido, pero él habla por ellos. No son gente muy razonable, pero Norman entiende como funciona la situación.

Norman permanece en pie ante las puertas cerradas mientras os acercáis a caballo. Pero es el primero en hablar en cuanto llegáis.

- ¿Qué buscáis hoy aquí? - su voz es firme, y deja claro que al menos los guardias son viejos conocidos y que no son bien recibidos.

- No te preocupes Norman, hoy no podemos quedarnos. Traemos un nuevo miembro para vuestra pequeña comunidad, nada menos que una maga. El duque le ha permitido alojarse de forma indefinida en Puerta de las Rosas. Seguro que pronto todos seréis muy amigos. - de nuevo oyes una risilla bajo la armadura de su compañero.

- Aquí no queremos a nadie como ella, y el duque lo sabe - la furia contenida en los ojos del anciano se ha disparado en algún momento de los últimos diez segundos, y si no supieras que es imposible, te preocuparía que fuera literalmente a estallar. Aun así, su tono sigue manteniéndose firme y relativamente neutral.

- Es una pena que tu opinión no importe nada en tierras que no son tuyas, ¿verdad? - la ira de Norman sigue aumentando - Volveremos mañana y nos aseguraremos de que está todo en orden, y de paso podrás invitarnos a beber alguna cosa, ¿verdad Norman? - los guardias tiran de las riendas de sus caballos y emprenden el viaje de regreso por el camino.

Norman no dice una palabra. Con un gesto suyo, alguien abre las puertas. Decides desmontar y seguirlo tirando de las riendas del caballo para guiarlo. En realidad es un pueblo bastante pequeño, apenas llega a una docena de edificios, y no todos parecen viviendas. Sin mediar palabra, solo con un gesto señala al que debe ser tu nuevo hogar. Es la casa más grande de la aldea, con una columna de madera a cada lado de la puerta en el que hay grandes rosas grabadas. Supones que por eso se llama Puerta de las Rosas. Norman se marcha, y la tormenta se presenta con un trueno, y con la lluvia comienza a caer de forma bastante generosa. 

- Seguro que uno de los guardias acaba de convertirse en salchichas - Diavorai se protege de la lluvia metiéndose en uno de tus bolsillos.

La sorna con la que hablan los guardias provoca una sensación de incomodidad en Laurie, la forma en la que tratan a aquel hombre y sus burlas hacen que inconscientemente de un paso al frente con el ceño fruncido, deseando expresar su inconformidad. Sin embargo, se detiene tras escuchar la respuesta de Norman, claramente indica que su presencia no es bienvenida allí. Laurie se quedó mirando al huraño hombre y le siguió junto a su caballo hasta el lugar en el que habría de hospedarse. Refiriéndose a su pequeño compañero, Diavorei, dijo - Parece que no somos bienvenidos aquí pequeño, ten cuidado, a partir de ahora debemos ganarnos su confianza y creo que no será fácil. Quédate en el bolsillo un poco más, debo poner a resguardo al caballo.

- ¡Gracias, Norman! Soy.. soy Laurie - dijo sin importarle que Norman se hubiese dado la vuelta sin mediar palabra alguna con ella. Miró a su alrededor y se dirigió hacia un pequeño establo de madera que había junto a su ahora hogar, con suavidad acarició el hocico del caballo y le instó a introducirse en aquel lugar. Con un chasquido de sus dedos invocó un aura protectora en torno al establo que evitase el paso de la lluvia y truenos, además le otorgó un ambiente cálido. Se aseguró asimismo de que tenía agua y heno para poder beber y alimentarse del largo camino - Aquí estarás a salvo, Rayo - bautizándole así en honor al día de tormenta en el que se habían conocido.

Laurie se dirigió hacia la puerta, abriéndola con sumo cuidado e introduciéndose en ella, primero un pie, luego el otro, parecía que estaba pidiéndole permiso a la casa para adentrarse en ella. Sacó con cuidado a Diavorei de su bolsillo y acariciándole la cabeza le preguntó - ¿qué te parece nuestro nuevo hogar?.

- Tengo una sensación extraña. Es como si esta casa fuera distinta a otras que hemos visto, pero no sabría decirte el qué. Podrían ser las telarañas, pero no creo que sea eso. También hay suficiente polvo aquí como en los sitios antiguos esos que te gusta visitar. Pero no, tampoco es eso. ¿Qué crees que puede ser?

Es una casa muy amplia y es cierto que tiene polvo y telarañas, pero seguramente a lo que Diavorai se refiere es a que está completamente vacía. Ni un mueble. Cero. Ni uno solo.

- ¿Vas a tejernos una cama para hoy?

Un paseo rápido por las estancias te permite comprobar que al margen de la entrada, y el pasillo central, la casa cuenta con seis habitaciones distribuidas a cada lado del pasillo. Lo único que has podido encontrar en las más grande de ellas, es una chimenea, que al parecer el anterior dueño no fue capaz de llevarse también.

- Mañana parece que será un gran día de compras.

Laurie observó el interior de la casa a la vez que asentía ante lo que decía Diavorei - Sí, quizás tenga vida propia o la tuvo hace un tiempo- dijo mientras abría las ventanas de aquel lugar, para luego con un gesto invocar el poder de la frontera y así hacer retroceder el polvo hacia el exterior mientras éste se fundía con la lluvia y la tierra hasta pasar desapercibido.

La habitación de la chimenea fue la elegida, Laurie caminó por el pasillo hasta adentrarse en ella. Sus ojos se iluminaron cuando sus dedos invocaron el eco, tejió una lámpara de araña en el centro de la habitación seguida de una cama de matrimonio con sábanas de seda teñida en granate con motivos dorados, colocada frente a la chimenea. El cabecero era de madera oscura labrada y, al lado izquierdo de éste había una pequeña pero coqueta mesilla de noche labrada con la misma madera que el cabecero. Para terminar, Laurie invocó un tenue fuego en la chimenea, que iluminaría la habitación a la vez que le proporcionaría un ambiente cálido.

- ¿Te gusta Diavorei? Creo que cabemos los dos - dijo riendo mientras se tumbaba de un salto en la cama, aún con el gesto ligeramente fruncido por haber estado concentrada tejiendo.

- Es perfecta, deberías hacer una para ti al menos igual de grande - dice Diavorai justo antes de aterrizar y quedar instantáneamente dormido justo en el centro de la cama.

Cada vez se oyen más truenos y más cerca. Es posible que la broma de los guardias al final resulte no serlo. Pero antes de ir a dormir escuchas a Rayo fuera, que parece asustado.

- Pequeño sinverguenza - dijo Laurie acurrucándose al lado de su diminuto compañero mientras esbozaba una sonrisa y una sensación de comodidad se hacia presa de su cuerpo. Sin embargo, le duró poco, Rayo estaba inquieto y un bramido le despertó del letargo en el que se encontraba. Sin pensarlo, se levantó de la cama de un salto. - Diavorai, ten cuidado, voy a salir, olvidé aislar a Rayo del sonido de los relámpagos - aunque en sus adentros creía que podría ser algo más.

Laurie avanzó por el pasillo a un paso sobrehumano. Sabía que no eran bien recibidos allí por lo que debía extremar precauciones. Invocó al eco para otorgarle voz a Rayo - Rayo, ¿qué ocurre?.

- No te pegues tanto - no tienes tiempo de matar a cosquillas a Diavorai.

Cuando sales fuera bajo la lluvia, ves que Rayo está nervioso por la tormenta, pero nada más. Aunque tus sospechas eran solo eso, puedes comprobar que hay quienes te observan desde las ventanas de sus hogares. Quizá sea la tormenta la que te ha otorgado ese margen de tranquilidad.

Laurie se acercó al establo en el que había dejado a Rayo, le acarició suavemente el rostro - Tranquilo pequeño, estás a salvo - moviendo sus dedos invocó una aura que impedía que Rayo escuchase el estruendoso sonido que hacía la tormenta - ¿mejor, verdad?. Volvió hacia la casa, la lluvia había empapado su cuerpo y sus ropas, por lo que se desvistió, poniendo ésta cerca de la chimenea para que se secase. Se tumbó nuevamente al lado de Diavorai y con sumo cuidado pasó sus dedos por su pequeño entrecejo, el movimiento circular fue relajándole poco a poco hasta que los párpados le pesaban cada vez más. - Buenas noches - dijo en un susurro para, unos minutos más tarde, quedarse completamente dormida.

Pese a la tormenta y al futuro incierto, descansas bien, sin embargo te despiertas antes del amanecer. Se oye ajetreo fuera, pero Diavorai aún sigue dormido.

Te acercas a la ventana y puedes ver una rendija en la ventana que hay alguien en tu porche. No está haciendo nada, pero se mantiene junto a la puerta. Más lejos oyes crujidos, parece que la gente del pueblo está sacando dos carros, no sabes cargados con qué, fuera de la empalizada. Y todo apunta a que no quieren que sepas de qué se trata.

Laurie frunció el ceño al observar aquello, aquel lugar era hermoso pero comenzaba a inquietarle, aún así sus deseos por encajar eran más fuertes que su miedo a perder, como era natural en ella. De ahí el lema, cargado de verdad, que le enseñó su pequeño amigo Diavorai; "Nunca cruel ni cobarde, nunca rendirse, nunca ceder". De ese modo, salió de la habitación, dejando en el aire un susurro que llegaría dulcemente a los oídos del pequeño búho - Ahora vengo, pequeño, duerme un poco más pero siempre alerta - se atusó el cabello peinándolo y devolviéndole el volumen y brillo que éste solía tener cada día.

Abrió la puerta de entrada para saludar a aquel extraño que se encontraba allí, a la vez que de reojo miraba en dirección hacia los carros - Buenos días, ¿qué le trae por aquí? - dijo amablemente.