Partida Rol por web

Ahora le tocó el turno a Pipe que fue quien destapó el objeto número 4, dando lugar a un abrecartas antiguo y bastante oxidado:

"Relájate, Robert, relájate" pensó el caballero inglés, resoplando hondo al advertir que aquella llave era un objeto totalmente común. "Es evidente que estos Rocks os han invitado a todos para reirse de vosotros, pero no les dés el lujo de verte enfadado. Compórtate como el hombre educado que siempre has sido".

De haber estado solo, Sir Robert Campbell no habría dudado en guardarse la llave en el bolsillo. Puede que fuera una baratija poco impresionante, pero quizá podría simular que se trataba de un objeto histórico. "Podrías decirle a tus alumnos que es la llave del ropero de Felipe V. Piénsalo, Robert, no te puedes ir con las manos vacías" se dijo, un tanto decepcionado con los objetos que les habían dejado los Rocks.

Sin embargo, el británico sabía que tenía una reputación que mantener. ¿Qué pensarían el joven de la Familia Real y el actor de Hollywood si lo vieran robar? "Podrían llegarle rumores a la Reina y, si eso pasase, ya podría despedirme del título de lord".

-Es evidente que estos objetos sólo son un pequeño aperitivo de lo que nos tienen preparado los Rocks -comentó Sir Robert, con un fingido optimismo.

Depositó de nuevo la llave sobre la mesa, cubriéndola otra vez con su sábana negra.

Después, se acercó hastal objeto número 3 y decidió destaparlo.

Pipe examinó el abrecartas con atención. Parecía un objeto bonito. Bonito e inservible.

Daba la impresión de que la mayor parte de los objetos allí expuestos eran cotidianos y bastante usuales.

Quizás ese era el secreto de los objetos mágicos, que parecían objetos normales y corrientes. O quizás era una especie de prueba: Una ruleta rusa en la que todos palmaban (pasta) y a cambio sólo uno se llevaba el premio.

Al menos el abrecartas este es bonito, aunque un poco viejo. Pero eso es tónica general... Hablando de tónicas ¿Alguien ha visto al camarero?

Txori estaba medio alejado, observando. No dejaba de impresionarle el poco respeto de algunos, y su atrevimiento. Respecto a los objetos sentía bastante decepción e indiferencia. Aguardaba expectante que alguien destapara el suyo.

Otro trasto.

El hombretón empezaba a desesperarse. Ni empezar, ni comentar ni nada de nada.

- Ahora, seguro que además vamos a entra a la subasta a ciegas, sin saber que es cada cosa, que capacidades tienen ni siquiera el precio de salida.

Dwayne empezaba a sopesar que lo mejor era marcharse. Era salir de allí. Tenía que entregar prestamos, retornar valores y devolver favores. Todo lo que había tenido que acumular para ir allí. Todo lo que había tenido que recopilar para poder asistir. Empezaba a sentir que había vendido el alma al diablo y no tenía idea de como recuperar. Entonces se le ocurrió una pregunta. Una broma para romper el hielo.

- ¿Si vendes el alma al Diablo, te la devuelve si está defectuosa? Fue como que se le escapó de los labios. Un pensamiento que se materializó en voz. Para romper la vergüenza de su desliz hizo una pregunta más potente: -  ¿Y si es así, te reclamará "Daños y Perjuicios"?

Tovar estaba allí porque le había tocado en una bolsa de patatas, así que tampoco podía quejarse. Eso sí, como lo que le toque fuera una charla promocional para comprar acciones de Matutano... la tendríamos. Extendió la sábana para tapar la jarra.

Digo yo -dijo él- que tampoco podíamos esperar mucho teniendo en cuenta por qué estamos aquí. Voy a mirar un último objeto y a ver qué nos encontramos. Por ejemplo, este: 

Así que, en lugar de coger otra vez la jarra, se dirigió al objeto con el número 8. Aunque no tanto como la jarrita, era transportable. Y quién sabe, quizá eran unos zapatos! Eso podía valer por lo menos 50 euros. Lo destapó tirando de la sábana irregularmente. 

Sir Robert volvió a tapar con la sábana el abrecartas, para después dirigirse al número 3 y también destaparlo. 

 Se trataba de una botella abierta, estaba a medio llenar y el corcho estaba colocado de nuevo para cerrarla, pero de forma que quedara claramente abierta si se hacía un poco de presión. El vino era un Gran Reserva del año 86. 

Felipe Tovar se dirigió también hacia el número 8, para desvelar un teléfono antiguo, que para colmo parecía decorativo, pues ni siquiera tenía un cable donde enchufarlo. 

Sir Robert intentó esconder su frustración, pero no pudo más. ¿Un abrecartas, un reloj de cuco, una llave antigua? ¿Para eso habían acudido a la subasta? Casi podía imaginarse a los adinerados Rocks observándoles a través de la mirilla y riéndose del desengaño que sufrían sus invitados.

-Caballeros -dijo el británico, tomando la botella con su mano derecha. Luego se fijó en Tovar y Txori y se preguntó si "caballeros" era una buena acepción para ellos, por lo que se dispuso a rectificar-: Señores. Es evidente que los Rocks nos han hecho llamar para mofarse de nosotros y jugar con nuestras esperanzas. Destapemos los últimos objetos y, mientras tanto, bebamos.

Quitó el corcho de la botella, dio un largo trago del Gran Reserva del 86 y se lo pasó de inmediato al tal Txori.

Yo ya he tenido suficiente. Cualquiera se bebe eso, que a saber lo que es. 

Felipe no se preocupó por descolgar el teléfono. Ni por taparlo. En su lugar, se puso a tocar las palmas y a llamar al mayordomo como si fuera un sereno. 

El señor del bigote le ofreció la botella de vino. Titubeante la aceptó, y pronunció un tímido -Gracias-. Acto seguido limpió el cuello de la botella con la manga de su sudadera (y esto le pareció cómico hacerlo, pues viniendo de ese señor y siendo ese vino... pero era la costumbre) y bebió y largo trago, sin saborearlo apenas. Al sorprenderse por su sabor miró la botella, y exclamó: -¡Está bueno!- como si eso fuese algo excepcional. Luego tendió la botella al negro calvo.

Tras haberle entregado la botella de vino a Txori, Sir Robert caminó, cabizbajo, de vuelta hacia los objetos. Se sentía decepcionado y humillado por los Rocks. No concebía cómo los dueños de semejante mansión no habían reparado gastos en el cátering, ofreciéndoles toda clase de bebidas y canapés, para después llevarlos hasta una sala con un puñado de objetos de lo más comunes.

Después de un instante de duda, el británico se decidió por levantar la sábana negra que cubría el objeto número 6.

En Indiana Jones, el cáliz era de madera sencilla entre ostentosas copas doradas. - Razonó en voz alta Pipe.

No tiene por qué tratarse de un engaño.
Quizás tienen extrañas capacidades y os estáis bebiendo una botella de poción de amor que os ate irremediablemente. - Propone divertido.

O quizás estos objetos no sean los que pensaban subastar, sino que estaban aquí para empaquetarlos y deshacerse de ellos donándolos a Centro Reto

El vino tiene un cierto sabor desagradable, más que vino, parece que se ha convertido ya en vinagre. 

El vino tiene un cierto sabor desagradable, más que vino, parece que se ha convertido ya en vinagre. 

Sir Robert volvió a destapar uno de los objetos de la subasta, concretamente el que estaba indicado con el número 6:

Se trataba de una extraña figura: Era una mano de metal con cuatro dedos estirados y solo el pulgar encogido:

El sabor del vino estuvo a punto de hacer vomitar a Sir Robert Campbell.

"¿Reserva del 86? ¿Qué clase de humillación es esta?" se preguntó, con una mueca de disgusto. Aquel agrio sabor se hacía más agrio cuanto más pasaba en su garganta. El caballero inglés casi sintió lástima de que a Txori le hubiera parecido un buen vino. "¿Serán estos los vinos a los que están acostumbrados los españoles?"

El caballero ya se sentía decepcionado por su visita a la mansión de los Rocks hasta que destapó el objeto indicado con el número 6. Se trataba de una extraña mano de metal con cuatro dedos alargados y el pulgar encogido. Sin duda, una pieza de lo más curiosa, que a Sir Robert le llamó la atención de inmediato. Como hombre letrado que era, recordaba haber leído acerca de un objeto similar, pero decidió no exponer sus teorías en voz alta.

-Puede que sea como decís, joven -se dirigió el británico a Pipe-. Tal vez estos objetos sean más valiosos de lo que puedan parecer a simple vista.

Sonrió, frotándose los bigotes, animado de nuevo. En su mano aún sostenía la mano de metal. Se ajustó el monóculo y decidió observarla con mayor detenimiento.

Txori se sorprendió al escuchar aquello. Ese hombre casi vomita con el vino. Después de todo sus paladares debían ser muy diferentes. En ese momento Txori sintió vergüenza, y agachó la cabeza. Pero luego se recuperó al comprobar que en realidad nadie le había dado importancia a su comentario sobre el vino.

No es que participase de ello, pero tomaba nota de aquellos objetos que descubrían ante sus ojos.

No era quién para evitarlo, pero tampoco sería quién dejara pasar una información de la que todos disponían.

Felipe se puso a tocar las palmas con la intención de llamar al mayordomo. 

Había pasado media hora desde que les habían llevado a aquella sala, pero allí nadie hacía acto de presencia. Y ahora para colmo no había camareros que les diesen algo de comer o de beber. De hecho estaban totalmente solos en aquella enorme sala.