Partida Rol por web

-¿Inspeccionarla? -preguntó Sir Robert Campbell, con asombro, ante la pregunta del muchacho-. Por supuesto que no, joven. Esta mano podría ser peligrosa para todos nosotros. Precisa de una mente firme que la sostenga porque esta mano...

El británico permaneció pensativo unos instantes, dudando sobre si debía revelar su teoría acerca de aquel objeto. Después, tomó una decisión.

-¿Alguno de ustedes ha escuchado el relato de "La pata de mono"? Es una historia escrita a comienzos del siglo XX, y habla sobre un objeto como este, una mano con capacidades mágicas en la que, a medida que el protagonista pedía sus deseos, los dedos del mono iban descendiendo. Este objeto me recuerda demasiado a la mano de ese relato como para que pensar que podría ser el objeto real que inspiró la historia. Toda ficción tiene su base real, al fin y al cabo. En el relato, eran tres deseos, pero aquí... -Dirigió un breve vistazo a la mano, observando los dedos que permanecían estirados-. Parece que aún podrían ser cuatro.

Sir Robert observó a sus compañeros, pensativo. Quizá la mejor forma de comprobar los poderes de aquella mano de metal era experimentar, como había sugerido Pipe.

-Veamos si funciona -masculló, frotando la figura de metal mientras se concentraba en pensar en un posible deseo.

"Desearía tener un lindo bigote" se dijo, pensativo, sujetando el objeto en su mano derecha.

- No había pensado en esa teoría. Que varios fueran trampas o señuelos y que el resto fueran reales. No tenía que ser una sola.

Eso pensaba mientras se mesaba el mentón pulcramente afeitado.

- Aunque la teoría de la llave también era correcta. Una teoría más.
La verdad es que estaban siendo extrañamente pacientes y educados ante la falta de educación a la hospitalidad que estaban sufriendo. Si, nadie podría acusarles de que les han "desatendido" pero ... esto era un insulto ... o una prueba contra su pusilanidad. Tenía que reaccionar.

- Me apunto a eso de ver lo que está pasando y salir de aquí.

No lo había pensado, pero esperaba que el noble autóctono no se envenenara con aquello.

Anda, trae p'acá!

Felipe Tovar cogió el mapa y se puso a hojear y ojear en busca de alguna marca o algo extraño. 

Estos nobles... no valen ni pa' joerlos. 

Pipe estaba vertiendo el vino sobre el suelo, pues no había ninguna maceta, ni ningún lugar donde echarlo. Pero a pesar de que el líquido caía, la botella no parecía vaciarse nunca. Seguía medio llena, o medio vacía, dependía del punto de vista de quien lo mirara. Pero lo que también sucedía era que el suelo del hall de la mansión tampoco parecía empaparse, era como si el vino fuese una simple ilusión, pues aunque no paraba de salir, el charco que había en el suelo tampoco se hacía más grande.

Mientras Sir Robert sujetaba la mano de metal, algo sucedió, el bigote que tenía en su cara se cayó al suelo mostrando a todo el mundo que era un bigote postizo. Pero rápidamente uno mucho más hermoso y vistoso creció en pocos segundos. Sir Robert tenía ahora un lindo bigote del que poder presumir delante de los invitados de los Rock. Segundos después, la mano empezó a moverse y uno de los dedos se cerró para mostrar tan solo tres de ellos.

Al abrir el mapa de carreteras, tan solo hubo una cosa que te llamó la atención. En él había un punto marcado, con el mismo símbolo que el de Google Maps. El punto marcaba la ubicación de la Mansión de los Rocks.

A ver si me he enterado... ¿encontramos el cuerno de la abundancia y resulta que está lleno de vino agriado y tú acabas de gastar un deseo en eso?

Pregunta incrédulo.

Sir Robert se llevó una mano a su nuevo mostacho y comenzó a acariciarlo, con bastante ilusión. "Ha funcionado", pensó, con gran alegría.

-Pero, ¿es que no has visto qué bigote? -le preguntó el caballero inglés a Pipe, aún acariciándose el mostacho-. Había que hacer la prueba para comprobar si mi teoría era cierta o no. Y créeme, conociendo la cantidad de historias donde un deseo termina volviéndose en contra del que lo pide, no era muy sensato apostar por un deseo que fuera "grande". -Sonrió con picardía, alzando una ceja y luego continuó acariciándose el bigote. Por fin, un bigotón real-. Ahora sabemos que esta mano cumple deseos y que el líquido de esa botella nunca se vacía. Experimentemos con el resto de los objetos.

Sin dignarse a soltar la mano de hierro, se dirigió hasta el antiguo teléfono. Tras pensar durante un instante qué hacer, lo descolgó y se lo llevó a la oído para comprobar si se escuchaba algo.

Pipe se encogió de hombros.

Conociendo esa leyenda, no sé cómo se atrevió a desear algo en usted. Igual el bigote se transforma en orugas o cualquier cosa rara.

Avanzó para dejar la botella en su sitio y dijo.

¿Alguien quiere el cuerno de la agriundancia? Yo voy a darle cuerda a ese reloj.

Y acto seguido se dirigió a cumplir su frase con el viejo carillón

Dwayne estaba inmensamente asombrado y dejó de lado su intención de buscar gente o en fin, marchar de allí. El suceso del bigote y la mano era un prodigio digno de ser tenido en cuenta. Se detuvo para hacer por entender lo que allí estaba pasando.

- Que leches. ¿Han dejado estas "maravillas" frente a nosotros, cuando en fin de cuentas veníamos a una subasta?

Se estaba empezando a mosquear. - . . . A ver si lo que se va a subastar es otra cosa. . . Un temor le inundó el alma y pensó que su propia supervivencia estaba en jugo. Temía lo que sucedería con aquel reloj, pero, sabía que no podía impedir al imprudente que siguiera su propia naturaleza. Apretó los dientes y mostró una sonrisa forzada. Esa era su apariencia por fuera. Por dentro rezaba.

Al escuchar el auricular te das cuenta de que, a pesar de que el teléfono no está enchufado por ningún lado, se oyen algunas voces entrecortadas y como si hubiera interferencias.

El reloj no necesitaba que le dieran cuerda, funcionaba perfectamente y marcaba la hora que era en ese momento. Las 14.29 minutos.

Abro la puerta del carillón que da acceso a sus entrañas y me asomo al interior intentando no meter la mano o la cabeza en ningún sitio que pueda resultar peligroso.

-Este teléfono emite una especie de interferencia y se oye un murmullo, como de voces, pero ni siquiera está conectado -explicó el caballero británico, intrigado.

Disponiéndose a hacer otro experimento para comprobar la naturaleza de aquel objeto, Sir Robert acercó la boca al teléfono y pronunció una pregunta en voz alta:

-¿Quién está al otro lado de la línea?

Dicho esto, acercó de nuevo su oído al teléfono, esperando poder escuchar algo inteligible en medio de aquellas voces entrecortadas.

Viendo el milagro del bigote de Sir Robert, Txori comprendió que tenía que interactuar con esos objetos si quería obtener su deseo. Pero, ¿con cuál de ellos empezar? Ninguno le daba pistas de lo que él quería, así que empezó por el más pequeño: el abrecartas. Sin apartar su asombrosa mirada del bigote de Sir Robert, se acercó y tomó en sus manos el pequeño objeto afilado. Instintivamente se sacó un poco de mugre de entre las uñas, y lo inspeccinó de cerca buscando algo.

No ves nada relevante. 

No recibes respuesta.

Te limpia muy bien las uñas. Pero nada que no hiciera un abrecartas normal y corriente.

Al poco rato de inspeccionarlo, y al no encontrar nada excepcional en él, Txori dejó el abrecartas sobre la mesa y cogió el cuerno de la abundancia, o botella de vino infinita, que ofrecía Pipe a quien la quisiese. -Gracias. -soltó, aún incrédulo por lo que había pasado en la cara de Sir Robert. Una vez tuvo la botella en sus manos, volvió a beber, y jugó con ella, dejándola bocabajo vertiendo su contenido... así podría quedarse horas. Esto le fascinaba.

¿Este reloj se me resiste. Alguien sabe alguna historia de un reloj misterioso? No sé... igual sirve para viajar en el tiempo. Reloj: llévame 30 segundos hacia el pasado. - Dijo e intentó mover el segundero 30 segundos hacia atrás.

-Buena idea -felicitó el caballero inglés a Pipe, pensativo-. Las historias de relojes siempe han estado vinculada con el tiempo. Quizá sea una especie de máquina del tiempo.

Por su parte, Sir Robert se acercó a la mesa, donde el señor Txori había depositado el abrecartas y, tras pensarlo durante un breve instante, lo tomó en su mano derecha. Después, intentó blandirlo como si se tratara de una espada y terminó el movimiento tratando de hundirlo en la mesa sobre la que había reposado el objeto.

Pensó que quizá aquel abrecartas podía tener capacidades excepcionales. ¿Tal vez era una Excálibur en miniatura?