Partida Rol por web

Pese a que en la corte se rumoreaba que era incapaz de ello, viste una sonrisa asomar a los labios de Irileth, pero fue tan breve que dudaste de si fue un producto de tu imaginación.

—Una idea poco popular sobre la lealtad, aunque interesante —reconoció la dunmer—. Estoy segura de que el Jarl la aprecia si te ha mantenido a su servicio todo este tiempo.

Recordaste cierta visita nocturna a Farengar, en la que escuchaste cómo Irileth regañaba a Balgruuf por haber hecho una visita nocturna a una taberna sin avisarle a ella primero.

—El Jarl no ha llegado donde está teniendo los ojos cerrados. Conoce a más gente en Carrera Blanca de lo que puedas imaginar, y sabe de lo que somos capaces y de lo que no. Es posible que alguno de tus compañeros no estén duchos en la sutileza cortesana —hizo lo posible por no mirar a Suro—, pero estoy segura de que contaría con que alguno de vosotros sí que sabríais leer entre líneas. Y el hecho de que estemos aquí, hablando de ello, implica que no se equivocaba. Se las apaña para estar un paso por delante de muchos... sin tener habilidades de adivino.

—El jarl es un hombre capaz y con la cabeza en su sitio —reconoció Volshyene, reprimiendo las ganas de esbozar una sonrisa ante la imagen de Balgruuf regañado como un muchachito travieso por su ama de cría—. Por eso le sigo.

Se encoge de hombros.

—No se necesitan dotes de adivinación para adelantarse a algunos acontecimientos, sólo perspicacia política. Aunque te burles, no es fácil entender el arte de la predicción. A menudo, más que para estar delante de los demás, nos sirve únicamente para generar preguntas. -Suspira-. Será mejor que marche ya. El tiempo no sobra. Cuida bien del jarl, edecán -se despidió.

Cogiste tu equipo y dejaste a Sigrun al cargo de tu casa.

Uthgerd te interceptó de camino a los establos. Frunció el ceño y se cruzó de brazos sobre el pectoral de su armadura.

—¿Dónde te crees que vas? —te preguntó, aunque no es la pregunta que quería hacer.

—Disculpas aceptadas. Pero permíteme que te de un consejo, niña —dijo Vignar con aspereza—. Es tu deber como Hija de Skyrim servir al Viejo Reino y a Carrera Blanca, independientemente de quien ciña la corona del Rey Supremo o se haga llamar Jarl.

Karin aceptó la regañina con una seca cabezada. Había aprendido a respetar a sus mayores, y no sólo eso, respetaba mucho a Vignar. No sacó a la luz que Ulfric había "servido" al Rey Supremo supuestamente asesinándolo a traición, ni hizo mención alguna al servicio al reino que hacían los nórdicos en el este, donde se decía que los elfos oscuros vivían en condiciones monstruosas.

Acto seguido hizo una breve inclinación y buscó al Heraldo. Necesitaba saber algo de Thyra antes de marcharse, ¿Para qué? No lo sabía. ¿Querría verla? No lo sabía, ¿Quería Karin verla? Según Kyne no debería, según Azura no importaba. Apretó los dientes. Era de Skyrim, se preocuparía por la batalla cuando hubiera visto el mapa.

La mirada del Heraldo de los Compañeros te acompañó en tu paseo por la sala hacia donde él estaba sentado. Era un hombre cuya fuerza ya declinaba por la edad, y que sin embargo tenía el aura inconfundible de aquellos que podían partir a un troll de la escarcha por la mitad de un espadazo y sin demasiado esfuerzo.

Cuando llegaste frente a él te sonrió con afecto.

—Thane Karin, ¿queréis sentaros y compartir el buen vino del Jarl con este anciano?

Sigrun recibió la noticia con su habitual resignación. Solo quedaba al cargo del alambique, la tienda y los críos, al fin y al cabo. "No hagas nada de lo que te vayas a arrepentir luego", le dijo antes de irse. No había cerrado todavía la puerta cuando se corrigió: "Olvida eso. No hagas nada de lo que me vaya a arrepentir yo". 

Y lo cierto era que no tenía mucho que hacer. Se había ofrecido voluntario porque imaginaba que Delphine querría enterarse —como si no fuera a hacerlo de todas formas—, y porque el resto no parecían del tipo que, de ocurrir un enfrentamiento violento, estaban equipados para llevarlo a sus últimas consecuencias. El trabajo de verdad no era cosa suya; Thadeus y sus encantamientos retuercementes, Karin y sus canciones inspiradoras, o la pitonisa y sus adivinaciones estaban bastante más cualificados para la tarea.

Apenas se dio la vuelta, tuvo que frenar para no darse de bruces contra la acorazada figura de Uthgerd. La buena mujer se había marchado a matar a alguien, o saquear alguna ruina, o quién sabe, unos días atrás. No se había enterado de su regreso. Una lástima que no fuera un día antes, se había perdido una buena juerga.

—Misión secreta —masculló Khaled con sarcasmo. Era evidente que Uthgerd sabía adónde iba, o al menos se lo imaginaba. Y el resto de Carrera Blanca también lo sabía, o lo sabría al día siguiente—. Y como supongo que no has venido a despedirme con lágrimas en los ojos, dime de una vez qué quieres. Que ya nos conocemos lo bastante como para andarnos por las ramas.

No era la respuesta que Uthgerd quería. La nórdica puso las manos en las caderas: gesto que no presagiaba nada bueno.

—Lo que no va a ser un secreto es el guantazo que te voy a dar porque lo va a escuchar todo Carrera Blanca, así que ya puedes decirme dónde vas y con quién.

O no sabía a dónde ibas o quería oírlo de tus propios labios.

Khaled entrecerró los párpados, clavando la mirada en los ojos de la otra mujer. Tenía toda la empatía un tablón de madera, pero a fuerza de recibir bofetones, la mayoría no literales, a diferencia del que podía propinarle Uthgerd, había aprendido a comprender lo que quería decir la gnete que no decía lo que quería decir. Aunque fuera todo una soberana estupidez.

—Pero quítate el guantelete antes, o tendrás que pasarte la mitad de la noche quitando pedazos de mi cara de las articulaciones —respondió, y antes de que la nórdica tuviera oportunidad de cumplir su amenaza, siguió hablando—. Helgen. Han capturado a Ulfric y van a ejecutarlo. Balgruuf nos ha mandado a media docena a figurar, y de paso, investigar por si hay orejas picudas y doradas en el meollo.

Eras de las pocas personas de Carrera Blanca que sabía tratar a Uthgerd. Soltó una risita y relajó los hombros. El peligro se ausentó de su ademán de inmediato.

—Vale, pues voy a pedir que me hagan unas raciones de viaje en la Yegua Abanderada y me reuno contigo —dijo, dando por hecho que estabas de acuerdo—. El baño tendrá que esperar. ¿Dónde nos encontramos?

Era jodidamaente extraño lo rápido que le cambiaba el gesto. Un momento parecía que quería matarle, y al siguiente tenía ganas de irse de merienda campestre a Helgen. Y tampoco es que fuera a quejarse de su compañía. Si terminaban a golpes con alguien, una mujer dura y cargada de acero como ella era compañía más que bienvenida. Y, al fin y al cabo, era su amiga.

No se molestó en preguntarle qué se le había perdido en Helgen, ni qué daedras le pasaba. Si quería decirle algo, ya lo haría cuando le apeteciera.

—En los establos. Pero date prisa, o te dejaremos atrás —respondió, guiándole un ojo.

Y si a los demás no les gusta, mala suerte para ellos.

No pudo evitar sonreír ante las palabras de Kodlak. Aquel afecto le era extraño a veces, descontando a sus camaradas thanes y a los edecanes. Era una figura de poder que no solía darse muchas confianzas, juergas aparte. Quiso corresponder con cariño al anciano Heraldo, pero había olvidado cómo hacer algo así.

- Lo haré encantada, mi señor Heraldo - dijo sentándose 

No supo que decir a continuación, no sabía cómo empezar a hablar de Thyra, y menos aún con Fuego Secreto espiándola, como sin duda estaba haciendo tras verla con los Melena Gris. Puede que fueran imaginaciones suyas, pero había aprendido a ponerse en lo peor.

- Hace...tiempo que no paso por vuestros ilustres salones, mi señor, ¿Cómo están los Compañeros? 

Educada, cortés y quizá dando pie para ver lo que podía saber o sospechar el propio Kodlak. O lo que quisiera compartir con ella.

A Kodlak le hizo gracia la torpeza con la que abordaste la conversación, así que soltó una carcajada y te sirvió una copa de vino.

—La última vez que miré estaban bien —dijo, tendiéndote la copa—. Pero algo me dice que piensas en algo en concreto. Habla con franqueza, estás entre amigos.

Karin suspiró. Tanto daba. Kodlak siempre le había parecido un buen tipo y, si alguien lo sabía, sería él.

- Hoy me he cruzado con alguien a quien pensé que no volvería a ver. Su nombre es Thyra, y es, creo, de los vuestros, o al menos lo era la última vez que hablamos...¿Qué...? - "Oh, ¡Por el amor de Kyne!" - ¿Qué podéis decirme de ella? Sin comprometer a nadie, claro

"Especialmente a mí, por favor"

Kodlak enarcó una ceja.

—Es una buena Hermana de Escudo, valiente como la que más, rápida con la lanza y hábil con el cuchillo —respondió el Heraldo—. ¿Por qué lo preguntáis, thane? ¿Acaso queréis contratar a un Compañero para la misión que os ha encomendado el Jarl?

Karin tragó saliva. Iba a ser difícil. ¿Contratarla? Sería mejor gritar a los cuatro vientos todo lo que ocurría. Aunque por otra parte podría alejarla de Carrera Blanca...no, no. El grupo ya era bastante grande y no había que llamar la atención. Por otra parte, ¿Kodlak realmente no sabía nada? ¿O estaba jugando con ella?

- Me temo que no podría contratarla con mis exiguas monedas, aunque el Jarl permitiera que nuestro pequeño grupo se ampliara, quedando así más expuesto - sonrió -. Es sólo que la...conozco - si Kodlak sabía algo de Thyra, acababa de enseñarle el cuello- . De hace tiempo

Apretó los puños. Los dientes. Una parte de ella quería decirlo: "¿Nunca os habéis preguntado por qué vuestros Compañeros me llaman pajarillo?", pero la otra, la que no estaba ahogada en vino le suplicó que no lo hiciera. Kodlak era un hombre de honor, seguro, pero era muy arriesgado hablar de aquellas cosas con tan poco tiempo.

Kodlak no parecía estar muy al día de los devaneos amorosos de los Compañeros.

—Entiendo —dijo, con un tono de voz dubitativo que desmentía lo que acababa de decir—. Pues está bien. Alguna magulladura de su última aventura pero nada que el tiempo que no pueda curar.

¿Magulladura? ¿Estaría herida? Si necesitaba tiempo sin duda no era un rasguño. Quizá estuviera sufriendo y Karin bebiendo y charlando, mintiendo y planeando aventuras...¡Por Kyne! No sabía nada y ya estaba haciendo un mundo. Sintió una gran presión de pronto. No la había olvidado tanto como hubiera querido si estaba tan preocupada.

Dio un sorbo a la copa. Se notaba pegajosa, estaba sudando.

- ¿M...magulladuras? - preguntó intentando fingir un interés educado

Kodlak sonrió, y depositó su mano en la tuya en un gesto tranquilizador. Su mano era áspera, llena de callosidades producidas por blandir la espada durante decenios.

—No te preocupes por ella. Es una mujer dura que lleva Skyrim en las venas —dijo antes de explicar lo que había sucedido:—. Según tengo entendido, Athis y ella descendieron a una ruina dwemmer que se descubrió en un reciente corrimiento de tierras. Habían avanzado poco más de un trecho cuando los atacó un trío de esferas enanas salidas de ninguna parte. Uno de los autómatas la sorprendió, y su cuchilla le araño las costillas, pero la estocada no alcanzó ningún punto vital. Ha regresado por su propio pie y la herida está curando bien.

Increíble pero cierto, Karin no retiró la mano. Agradeció de nuevo el gesto del anciano Heraldo. Si todos los hombres de Skyrim hubieran tenido su compasión, su buen corazón, no hubiera habido Guerra Civil alguna, no hubiera habido ninguna guerra. Sólo el mayor de los guerreros podía ser capaz de mostrar tanta bondad. 

Asintió a las palabras de Kodlak y tragó saliva.

- Imagino que es mejor dejarla descansar - dijo -. ¿Podríais darle un mensaje, mi señor? Sé que no es lo que hace el "heraldo" de los compañeros, pero me haríais un gran favor