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El camino hasta Annúminas se alarga 75 kms. Los hombres estaban agotados, a pesar de contar con 35 caballos. Faramis, sin embargo, aún les pidió más: que caminaran mientras oscurecía y una pequeña tormenta de nieve comenzaba a hacer su aparición, aunque solo fueran 2 horas más.

Surgieron algunas protestas débiles, pero finalmente el grupo, consciente de que debía partir cuanto antes, tomó los fardos de comida y caminó a un ritmo lento, tambaleante, durante esas 2 horas.

Tras ello, Faramis ordenó levantar un apresurado campamento y, en plena noche, dejaría descansar a sus hombres durante 5 horas. Aunque, los menos cansados harían guardia en turnos de 1 hora. Así, en ese tiempo se podía aprovechar para dormir, comer o hacer una visita al curandero. Todo ello, por supuesto alrededor de buenas hogueras, pero que no llegaban a caldear el ambiente lo suficiente; sería una noche muy fría.

Cuando uno hace algo así lo hace de forma voluntaria y no se siente más importante que los demás. De todos modos estaba muy contento de haber podido salvar la vida del capitán, como también lo hubiese estado de salvar de cualquiera de mis compañeros. Me sentí honrado por el agradecimiento de Faramis.

Pasado ese momento me preocupé por el estado de mi herida, que parecía ir pon buen camino. Aunque de todos modos necesitaría de varios días para la sanación completa. ¿Podría disponer de esos días con tranquilidad? Lo dudaba mucho, pero haría lo que pudiese.

Tocaba seguir retrocediendo posiciones. Los presentes ya éramos veteranos de guerra, experimentados y de mirada taciturna. El frío no parecía que nos fuese a abandonar y quien más o quien menos sólo deseaba el final de esta maldita guerra.

Tocaba pasar la primera noche de camino y cada uno intentar calentarse lo que mejor pudiese, esperaba que no hubiesen caídos por el frío.

De nuevo debían abandonar el frente y seguir retrocediendo hasta una nueva posición. Thander esperaba que en algún momento la contienda fuese favorable a las fuerzas de Arnor. Thander avanzaba cansado y ligeramente abatido. Gura había sido herido de gravedad, no hacían más que perder posiciones y el enemigo era terriblemente superior en número. Sin embargo debían seguir haciendo frente. Eran la esperanza de las gentes.

Llegó la noche y Thander prefería hacer una de las primeras guardias por lo que ofreció voluntario. Una revisión al curandero y un poco de comida al calor de la lumbre esperaba que fuese suficiente para poder reponer fuerzas.

Algunos civiles repartieron la cena, y mantas a los que iban menos abrigados. Las mantas eran de su propiedad, un agradecimiento para los raggers. La noche fue muy fría, la más fría que recordaban mucho. Era muy difícil dormir en nieve, con un cortante y frío viento norteño y con oscuras pesadillas provocadas por la matanza de Rood. Muchos se quejaron del frío y echaban la culpa del frío de los últimos años, y con razón, al Señor de Angmar: durante su acoso a Arthedain, los inviernos eran dos grados más fríos de lo normal que incluso en siglos anteriores.

Emyr y los enanos prefirieron descansar durante toda la noche, mientras que Thander prefirió participar en las guardias, realizando la primera. El azote del gélido viento, y la nieve que arrastraba la complicaba; el dunadan tenía que arroparse con su capa pero aun así el frío le calaba los huesos. Después, visitó al curandero, el que debido al cansancio no pudo utilizar sus artes secretas, y sólo pudo aplicarle un ungüento que aliviaría el dolor de las partes del cuerpo donde tenía moratones. Finalmente, intentó conciliar el sueño, pero no pudo por completo, sentía demasiado frío.

Al despertar, Faramis ordenó levantar el campamento. Se mostró severo, tenía claro que no se debe retrasar más la marcha. Realmente hacía lo correcto, y lo sabía. Fueron decretados12 horas de viaje. Todos, algo más descansados, volvieron al camino. Thander, tenía un principio de resfriado, que le provocaba estornudar a ratos, y un muy leve dolor de garganta.

La carretera estaba llena de  charcos de barro. Muchas veces, un par de batidores a caballo tuvieron que adelantarse, puesto que numerosos tramos de camino estaban cubiertos de nieve. A los lados, se extendía una llanura blanca e infinita con alguna que otra casa abandonada hace semanas, y varias cercas que protegían campos cubiertos de nieve y hielo. Ni un alma, hombre o bestia, parecía poblar las llanuras nevadas.

En un tramo del camino, Faramis hizo un alto, mirando fijamente a un lado del camino. A unos quince metros a la derecha de la carretera, una extraña formación nevada se alzaba sobre el terreno. A sus pies, esparcidos por la nieve, se distinguían algunos puntos oscuros.

Faramis desmontó y se salió del camino. Ningún soldado se movía, estaban todos atentos a su comandante. Faramis se acercó al montón y puso su mano en él. Tras ello, con un rápido y fuerte movimiento, hizo que una parte empezará a girar, lo que dio a que la nieve se desparramará por doquier, dejando una rueda al descubierto.

De pronto, el joven Eketta se arrodilló a poca distancia, pareciendo buscar algo en la nieve, cuando logró sacar un bulto de ella. Era parte del cuerpo de alguien, alguien cubierto por la nieve... una niña de 10 años. Bajo la nieve, se encontraba un carromato tumbado y una familia de 5 miembros, todos cubiertos de heridas ya azules y moradas.

Finalmente, Faramis decretó enterrarles dignamente, tarea que fue resuelta en media hora. Después, los soldados retomaron su andadura, serios y pensativos. La muerte había hecho de Arthedain su campo de cultivo.

Tras doce horas de marcha, con brevísimas paradas para comer, la compañía por fin acampó a unos centenares de metros al sur del Brandivino: ancho, azotado por el viento pero lento en su recorrido, la vegetación de sus orillas estaba congelada. Se decretaron cuatro horas de descanso, con guardias de 1 hora; en las que se volvió a repetir lo mismo del descanso de la noche anterior: la gente los uso para dormir, comer y sanar. Ninguna otra tarea era llevado a cabo, salvo mantener los fuegos y las guardias.

Esto era un auténtico infierno helado, no había forma en la que ponerse para poder evitar el frío, incluso temía dormir por si moría helado y cualquier fuerte de calor era bienvenida con tal de evitar el frio.

Al día siguiente una larga caminata, en la que sólo encontramos más cadáveres. No sabía si tanto frío era normal, pero ya me comenzaba a resultar extraño.

- Cuídate ese resfriado Thander, no sea cosa que empeore... - Si el mal le afectara a los pulmones su supervivencia podría verse en peligro.

De nuevo pudimos hacer otro alto, un nuevo descanso y de nuevo mi prioridad era la busqueda de calor.

El frio era intenso. Incluso Thander, acostumbrado a inviernos duros reconocía que en pocas ocasiones lo había pasado tan mal. Durante el viaje comenzó a resfriarse. Estornudos y una congestión le impedían respirar bien. La siguiente marcha fue algo más pesada y dura para él ante la imposibilidad de rellenar los pulmones con normalidad.

Llegada la noche buscó el cobijo tras una hoguera. El calor le vendría bien. Se hizo también con un par de mantas adicionales y evitó colocarse en corrientes de aire. Siempre buscaba algo de protección con la que resguardarse.

La noche fue tan fría como la anterior. Aunque los menos previsores de refugiarse la noche anterior del frío, esta vez aumentaron las medidas para mantener el calor, fue el caso de Thander, quien se despertó con la nariz y pulmones más despejados. No corrieron la misma suerte algunos, a pesar de las medidas tomadas, y que veían como su salud empeoraba cada rato que pasaba.

Quien se fijará en Faramis, pudo observar que no descansó, sino que se quedo meditabundo junto al cuerpo de Gûra. Tras descansar, pidió una oración por los caídos en Rood y la familia. Emyr y Thander conocieron la oración que los raggers comenzaron a entonar.

Pasó otra noche aterradora de frío, por el momento mi cuerpo seguía siendo capaz de aguantar, pero por poco. Nunca había conocido un invierno así y no hacía más que desear que pasara cuanto antes.

Faramis pidió una canción a modo de oración. Por suerte la conocía, de lo que no estaba seguro era de mis habilidades de canto, así que participé pero sin levantar la voz pues tenía estropear ese momento de reconocimiento y dedicación a los demás.

Emyr prefirió no alzar la voz y así no hacer de solista para no romper el momento colmado de solemnidad, mientras que Thander prefirió rezar en privado. Cuando se acabó el rezo, la gente se mantuvo un instante en silencio y después se fue marchando conforme querían. Los que se iban empezaban de inmediato a hacer los preparativos para reanudar el viaje.

Tras que todos hubieran roto el círculo de rezo, Faramis, el último en quedar, hizo lo propio, organizando la partida y recogiendo sus pertenencias. Se planeó que la marcha durará 8 horas antes del próximo descanso.

Las nubes se abrieron y el sol les bendijo con su calor, que arrebato una sonrisa a más de uno, y levantó el ánimo todo lo que se podía entre los cansados viajeros. Conforme la noche fue haciéndose, el cielo volvió a encapotarse y el viento a soplar. Una vez desaparecido el sol, el frío regresó, con rachas de viento fuerte que no hacían sino que acentuarlo aún más. Las estrellas no aparecían y sólo la luna aportaba una espectral claridad a intervalos.

Entre los Raggers solo se oyen fuertes respiraciones y quejidos de dolor por las heridas recientes. El curandero intentaba aliviar estos dolores, pero para él sólo le era imposible, no daba abasto. Faramis cabalgaba al frente, arrebujado en su capa, con rostro cansado.

Pasé un poco de apuro con lo del rezo, pero sólo fue un momento y pronto pasó.

Nos tocaba seguir con el arduo camino, comencé a pensar que debíamos de parecer casi más unos desplazados que un ejército, pues nuestro estado era malo por no decir lamentable. Pero los muchachos eran de lo más valeroso que había conocido, y eso era un gran punto a nuestro favor.

Al día siguiente apenas salió el sol con timidez, y pronto hubo que prepararse para pasar la noche.

El grupo seguía su desplazamiento buscando refugio en Annuminas. La columna avanzaba silenciosa hasta que la noche llegó. Todos acudían al curandero en busca de un alivio al dolor de sus heridas. Una noche más y la incertidumbre de lo que acontecería en el largo desplazamiento volvía a revolotear por el campamento.

Los caballos de los capitanes relinchaban quedamente y se movían inquietos; sus jinetes tenían que corregir levemente sus movimientos. Thander oteó el horizonte pero no vio nada en la oscuridad de la noche. Rápidamente, bajo la cabeza para protegerse de las frías rachas de viento.

Los caballos de los capitanes relinchaban quedamente y se movían inquietos; sus jinetes tenían que corregir levemente sus movimientos. Emyr oteó el horizonte pero no vio nada en la oscuridad de la noche. Sin embargo, sus fosas nasales sí que llegaron a detectar un amargo olor que ya había percibido otras veces, lobos.

Presentí algo. Mi vista no daba alcance, pero aquel olor... Preferí alertar a la gente en vano, a tener que lamentar desgracias.

Grité a pleno pulmón, ya que ante tales bestias de nada servía andar con subterfugios - ¡Lobos! ¡Nos atacan los lobos! ¡Encended fuego! ¡Trazad un círculo! ¡Ocupad posiciones elevadas!

Por el momento saqué mis dos dagas y me puse en posición defensiva. Atento, era primordial detectar a los enemmigos, cuantos eran, por donde venían...

Algo inquieta a los caballos y hace que los jinetes tengan que rectificar a sus monturas. El guerrero se da cuenta, pero no cree que nada raro ocurra. El ánimo en el campamento es bajo y Thander supuso que los animales no sentían nada que no sintiesen los hombres, con lo que agachó de nuevo la cabeza para protegerse del crudo frio. Sin embargo un minuto después Emyr llamó la atención del grupo sobre un inminente ataque de lobos. La tranquilidad de Thander se esfumó en cuestión de segundos y rápidamente se levantó y sacó sus armas intentando averiguar la posición y cantidad de enemigos.

Tras el grito de Emyr, inmediatamente, desde la retaguardia se produjo otro que terminó por “despertar” a los Raggers de su cuasiletargo mientras marchaban.- ¡Uroth! ¡A las armas!- El alboroto de la retaguardia se fue extendiendo por toda la formación cuando por todas partes, excepto del norte (frente de la columna), aparecieron veloces relámpagos blancos, grandes lobos de piel albina (Uroth) con jinetes orcos que se lanzaron sobre los soldados como ratas al queso.

Las ordenes de Emyr quedaron en saco roto cuando Faramis y los capitanes empezaron a organizar a los raggers para que fueran protegiendo a los civiles en su huida, y después a hacer frente al enemigo. Los heridos, incluido Emyr, fueron siendo designados a acompañar la caravana y protegerla en el caso de que algún lobo la alcanzará.

Los raggers consiguieron proteger a la caravana, pero sufrieron el primer contacto con el enemigo antes de reorganizarse por completo, lo que provocó que los jinetes de lobos causaran verdaderos estragos entre la tropa en el lance inicial, ya que tanto las mandíbulas de los lobos como los golpes de sus lobos fueron potentes y los raggers que combatían se encontraron en inferioridad.

El ataque inicial provocó diez bajas entre los raggers y 3 entre los enemigos (2 orcos y 1 lobo). Esto dejaba a los contendientes con un total de 105 efectivos contra 97 (48 orcos y 49 lobos). Sería una lucha encarnizada, y en desventaja para los raggers si no conseguían reorganizarse rápidamente.

Sobre un montículo cercano, recortada contra el cielo nublado, la silueta de un caballero contemplaba intimidatoria el ataque.

No me preocupó que los capitanes diesen otro tipo de órdenes, esa era su función y sabían cual sería la mejor forma de proceder ante el inminente ataque. Y este no tardó en producirse. Vi aquel jinete en la loca y su sola visión me produjo un escalofrío.

Se me designó la protección de la caravana y con mis armas preparadas así me dispuse, atento. Aún herido, pero lucharía por defender a los nuestros. Mis heridas eran un lastre y tenía ganas de estar ya bien, pero había que ser paciente, todo llegaría a su debido tiempo. Por el momento había que hacer frente a esta batalla tal y como me encontraba.

Thander se preparó al escuchar las órdenes de sus superiores. Rápidamente se puso en vanguardia y tomó el frente para frenar la embestida de la jauría de lobos. La rapidez de reacción hizo que se precipitase y descuidó su defensa en aras de un mejor ataque. Era preferible en estos momentos acabar con cuantos más enemigos posibles, descuidando un poco la integridad personal. En la caravana avanzaban civiles. Era prioritario evitar que la jauría llegase hasta ellos.

Una vez cubierta la retirada de los civiles y heridos, Nagredog se dispuso a hacer frente al enemigo. El enano se lanzó contra los más cercanos, blandiendo su martillo con fuerza mientras su escudo intentaba cubrir los huecos en su defensa.

Vârkim siguió a Nagredog para combatir junto a él, como había sucedido desde la primera contienda. Lo tenía en estima como un gran hermano de batalla. Cuando se encontró con el primer enemigo, el enano asió con fuerza su maza y la libero con aun más.