Partida Rol por web

En ese momento interrumpe la entrada del otro ayudante del Sheriff, el chaval carga con un cuenco con comida y una bolsa de papel de contenido incierto, su respiración está igual de agitada que la primera vez que lo viste pero por motivos distintos. La alarma se lee en su cara.

¡Sheriff! ¡Sheriff! ¡Ha habido otro tiroteo en "La Jaula". ¡He oído que hay dos muertos!

El alguacil tarda muy poco en reaccionar. Sale disparado hacia el exterior, donde tiene su caballo. El semblante del comisario ha cambiado en un instante, la noticia es algo que tomarse en serio. No parece acordarse de ti hasta que atraviesa la oficina, momento en el que murmura: el caballo del chico está ensillado.

Con estas palabras parece aceptar tu compañia si estuvieras interesado en seguirle, pero no parece tener la menor intención de esperar por ti y sabiendo, como sabes, lo buen jinete que es Eackley seguramente te habrá dejado atrás en seguida.

En estos momentos, Dakota no necesitaba ninguna invitación para intervenir en una buena pelea. Las palabras del chino le habían dejado un mal sabor en la boca, y necesitaba descargar su furia contra algo. En rigor de verdad, al indio le importaba bien poco lo que pensara el Sheriff, tan solo quería romperle la cabeza al maldito hablador. Pero si el chino no estaba disponible, cualquiera podía ocupar su lugar.

Corrió hacia la montura que le indicaban, y se subió a ella de un salto.  

El Sheriff parte al galope y te cuesta no perderle en la frenética cabalgada por la calle principal de Tombstone dirección Este. Pasadas dos manzanas el alguacil gira a la izquierda por una calle más estrecha donde puedes ver el cartel de la Wells Fargo en un pequeño edificio. Al final de esta callejuela más estrecha el Saloon La Jaula del Pájaro sobresale entre las viviendas que lo rodean.

Una pequeña multitud se ha reunido a las puertas. Nada atrae más a la gente que un tiroteo. Y éste parece haber sido de los buenos: dos cadáveres sobre la acera lo atestiguan. La gente cuchichea pero se separa de los cuerpos al llegar los representantes de la ley. En ese momento te das cuenta de que el ayudante Rich os ha seguido, con dificultades, y ahora se acerca al lugar montado en un caballo pardo.

¿Qué ha pasado aquí?

El Sheriff desmonta antes incluso de que se detenga su caballo y se acerca a la muchedumbre. A pesar de que la acción parece haber terminado, el alguacil tiene su arma en la mano.

Es un gesto intimidatorio, como sabes bien. Cuando el Sheriff Eackley espera de verdad peligro echa su mano a la pistolera sin desenfundar. Es muy rápido, y le encanta probarse a sí mismo.

Los cadáveres son dos mexicanos con aspecto de bandidos. Las pistoleras señalan que debían de estar armados y uno de ellos aún sujeta un revólver en su mano inerte.

Del interior del saloon sale el camarero, cargando con una escopeta, acompañado de dos tipos de aspecto vulgar. Tras ellos sale un hombre alto y delgado, mayor pero con todo el aspecto de fuerza y rotundidad de un joven. Su apariencia es ruda, desaliñada, pero su forma de mirar le distingue de cualquier otro hombre corriente: intensa y severa, su mirada es amenazante, no por reflejar hostilidad sino por la expresión de quien no teme a nada.

Todos los curiosos y los hombres recién salidos del establecimiento miran a este hombre. Como si la explicación fuera, sin ningún genero de dudas, a salir de su boca.

El extraño está desamado, viste ropas corrientes de vaquero o pistolero pero bajo su barbilla algo desentona: ¡un alzacuellos blanco!

El forastero camina con paso tranquilo, se acerca hasta el representante de la ley en Tombstone y le habla.

Buenos días, Sheriff Eackley. Yo he sido el causante de la muerte de estos dos hombres. El arma que usé es la escopeta que tenia guardada el camarero del saloon tras la barra.

El Sheriff se acercaba a los mexicanos caídos. Cuando salió el extraño, clavó su atención en él.

Te recuerdo: el supuesto predicador. Pero ibas bien armado y ahora has acabado con dos mexicanos, usando una escopeta y sin recibir un rasguño.

Su gesto está fruncido, parece suspicaz.

Escucha, mi ayudante estuvo aquí y me describió un tiroteo. Dos muertos por un tiro de escopeta no es ningún "tiroteo"; ¿ellos dispararon primero?

Cuentámelo todo y luego comprobaré si tu historia se sostiene, si no es así estarás en lios aunque hayas usado el arma de otro.

El presunto reverendo escucha al Sheriff sin mostrar mucha atención. Saca un puro mientras el representante de la ley habla. Luego lo enciende con tranquilidad haciendo esperar lo justo a Eackley para que no llegue a irritarse.

Sheriff Eackley, como siervo de dios y "verdadero predicador" le contestaré a todas las preguntas con la verdad. Para empezar, le diré que ellos no dispararon primero, pero trataron de desenfundar. Yo me defendí respondiendo lo mas rápido posible. Eso lo podrán atestiguar todos los que estaban presentes, como que también recibí ayuda de un vaquero que se marcho tras el tiroteo, del que desconozco su nombre pero al que agradezco la ayuda.

Todo empezó por que yo inste a los mexicanos a que fueran a hacerle una visita antes de deambular por la ciudad, por que vi que iban armados y tenían pinta de ser mala gente. Tal vez fui algo brusco con ellos, pero creo que hice lo correcto, pues desde el principio tuve la sensación de que no traerían nada bueno, y pensé que era mejor que me dieran problemas a mi que no a alguien indefenso. Sin querer meterme en lo que significa su trabajo y funciones, Sheriff.

Cuando acaba de hablar da una larga calada a su puro.

El Sheriff te mira antes de contestar al forastero. La seguridad en las palabras del sujeto y lo convincente del relato parece hacerle dudar por lo que busca de forma poco entusiasta consejo o confirmación en tu mirada, cosa que rara vez le has visto hacer tratándose de su trabajo.

Al llegar, y con solo ver que la situación parecía controlada, Dakota había desmontado y se había puesto a observar de cerca los cadáveres, tratando de identificar las causas de las muertes. No era un experto, pero había visto muchas heridas de bala en su vida, y podía reconocer algunas de ellas.

Luego, aún en cuclillas sobre los cadáveres, y a medida que el extraño contaba su versión, los ojos del indio fueron escrutando los rostros de la multitud, buscando percibir alguna señal en ellos. Probablemente nadie tuviera el valor de llamar mentiroso al extraño predicador, pero no todos eran tan hábiles para esconder sus sentimientos.

Tu mirada atenta y experta evalúa lo que ves: uno de los cadáveres tiene una herida de bala cerca del corazón; el otro, multitud de heridas en el pecho de los perdigones de una escopeta. Hasta ahí la historia parece coincidir.

Los clientes, el camarero y los curiosos parecen aceptar de buen grado la explicación del predicador. No da la impresión de que oculten nada ni de que estén en desacuerdo con lo dicho e intenten ocultarlo.

El barman que sujeta la escopeta, el arma con el que se hizo el disparo sin duda, asiente confirmando la historia. Es lícito que el encargado del establecimiento tenga un arma para defender su negocio y parece creíble que la diera al extraño para hacer frente a los mexicanos armados.

Finalmente, el indio se puso de pie y se limpió su mano ensangrentada en la chaqueta desgastada. Sus ojos buscaron la mirada del predicador, y lo evaluó por unos momentos. Su rostro seguía inmutable, con ese característico y permanente gesto desagradable, como si algo oliera mal en el ambiente.

- Predicador no mentir. – concluyó mientras se acercaba al Sheriff.

Cuando estuvo lo bastante cerca, susurró algo a su oído.

- Todos estar de acuerdo con historia. Los vivos… y también los otros.- Agregó señalando a los cadáveres con un sutil gesto de su cabeza.   

Bien reverendo termina por decir tras escucharte el Sheriff.

Puedes irte. Si todo ha sido de la forma en que lo cuentas has hecho un favor a la ciudad aunque espero que no vayas por ahí buscando problemas.

Después quiero verte a ti, Joe, y a ti también dice refiriéndose a uno de los clientes mirones y al camarero para que hagáis una declaración como Dios manda y me déis una descripción de ese vaquero que iba armado. Sus motivos están mucho menos claros...

El comisario revisa los cuerpos de los muertos, despojándoles de las armas, munición y de todo lo que había en sus bolsillos. Con una expresión mucho más distendida ahora que el asunto parece haberse solucionado, el Marshal bromea:

Rich, detén a esos dos caballos, pero cuidado: uno de ellos está armado y rompe a reir, para sonrojo de su ayudante. El comisario se refiere a los caballos de los difuntos, uno de los cuales tiene un rifle atado.

Vámonos Dakota, aqui tenemos poco que hacer ya te dice mientras vuelve a montar.

Te debo un almuerzo.

Mientras el ayudante cumple las órdenes murmurando maldiciones, el comisario espolea a su montura y te espera.

El colosal indio no festejó la broma, sino que mantuvo la vista en el predicador durante largos momentos. Finalmente, hizo un levísimo movimiento con su cabeza, en un gesto demasiado vago e indeterminado como para ser interpretado como un saludo, se encaramó a su montura y siguió los pasos del alguacil. El día estaba resultando por demás de interesante, y había aprendido mucho sobre la forma como se hacían las cosas en la ciudad. Y empezaba a tener al Sheriff Eackley en gran estima. El tipo no era un mero pistolero, sino que parecía tener buen juicio. Un hombre juicioso en una posición difícil. Dakota casi se compadecía de él.

Al pasar por el edificio de la Wells Fargo, el indio meneó la cabeza en su dirección, señalándolo prácticamente con la mirada.

- Este edificio atraer problemas. Mucha gente nerviosa a su alrededor… - dijo casi como al pasar, mirando de reojo la reacción del Sheriff.   

Maldita sea, ya puedes jurarlo. Espero que no haya otra vez jaleo porque si tengo que sofocar un tumulto más los del Epitaph conseguirán que me linchen.

El tema parece espolear la lengua de Eackley, aunque no le guste y se note que calla muchas cosas.

Entiendo que los de la Fargo y el hispano ese, dueño del ferrocarril, tienen influencia pero ¡diablo! el alcalde debería lavarse las manos, o haber leído el comunicado que me hizo escribir en su cara se dibuja la expresión que apareció al ver el papel roto en la papelera parece que se fía mucho de que las cosas se solucionen con la llegada de esos Ranger. Hasta ahora diría que les ha hecho demasiado caso. Espero que aparezcan pronto y el problema cambie de manos.

Sabes que el Sheriff no es un tipo al que se pueda sonsacar información sobre su trabajo, y tras decir esto no parece dispuesto a prolongar la conversación, pero en todo caso da la impresión de haber ganado la suficiente confianza contigo como para contarte sus preocupaciones al respecto, si no los hechos en sí.

- Solo un tonto meterse con los Rangers. Y los del Epitaph no ser tontos – agregó taciturno Dakota a modo de conclusión.

Sin amargo, la mera mención del oscuro grupo volvió a perturbar la mente del indio. Recordó que pronto debería reunirse con sus “patrones”, y eso lo ponía muy incómodo. No sabía de donde procedían sus papeles. No sabía si eran robados, falsificados o si habían sido conseguidos a cambio de dinero o favores. En cualquier caso, no tenía muchas intenciones de averiguarlo. Decidió que debía ponerse en marcha.

Tras varios minutos de silencio, por fin el indio habló de nuevo.

- Dakota recordar cosas que hacer. No tardar. – dijo mientras comenzaba a descender de la montura prestada.

Bien, te veo en el restaurante. No tardes, estoy hambriento.

Eackley se hace cargo de tu montura para atarla a la puerta del ya cercano restaurante.

Dakota se dirigió con paso decidido a la oficina de telégrafos. Hacía tiempo que había abandonado el desierto salvaje, pero aquí se movía con la misma cautela. Su vista escrutaba continuamente sus alrededores en busca de amenazas ocultas. No cruzaba su mirada con la gente por demasiado tiempo, pero sí el suficiente como para estudiar algunos rostros. Estaba siempre atento a cualquier movimiento furtivo y prestaba especial atención a aquellos que llevaban sus manos demasiado cerca de la cintura.