Partida Rol por web

Despertáis todos tras unas horas, en una playa, junto a varios tablones que parecen pertenecer a La Dama. La playa es un lugar agradable, sin peligros y cálido.

Si os revisais los cuerpos, los heridos, están totalmente sanados y sin ninguna cicatriz, sus ropajes están bastante rasgados y rotos, y más adentro de la playa, veis vuestras pertenencias (armas, dinero, víveres, todo lo que portabais en un principio).

A vuestro alrededor se extiende un paraje tan pintoresco como atractivo. La playa avanza un par de decenas de metros antes de empezar a convertirse en una verde campiña llena de colinas, adornadas por algún que otro árbol de gran tamaño.

Por último, en la lejanía, escucháis el eco de una fuertes campanadas.

Los recuerdos se agolpaban en la cabeza de Zahariel, los sucesos antes del terror que había sentido en presencia de Raptor eran tan claros como el destino que les había dejado expuestos en aquel lugar, fuera este el que fuera. El sonido de las campanas era lo único normal en aquella situación, el accidente debería de haberles producido graves heridas y todo lo contrario sus cuerpos estaban indemnes. Allí había actuado una magia o un poder prodigioso, pero a pesar de todo había pocas personas vivas, solo ellos, los que se había enfrentado a la criatura.

En ese momento, recordó las últimas palabras del ser, había negado algo, y se había sentido muy frustrado, tal vez ahora estuviera por la zona. Mientras recogía su arma y sus cosas para tenerlas a mano trato de ayudar a los demás a despertarse, no quería estar solo en el momento que esa cosas hiciera acto de presencia. Debían ponerse en marcha cuanto antes. Los restos de La Dama, era un indicativo claro de donde podrían estar los supervivientes.

- Despertad, vamos despertad. Rápido… - susurraba tras haber recogido sus cosas y acercar algunas a los cuerpos de los caídos para ponerse en marcha cuanto antes.

- Despertad, vamos despertad. Rápido…

Escucho estas palabras sonando en mi cabeza, entonces abro los ojos y recuerdo una mano tenebrosa atravesando mi pecho, me toco con la mano preocupado y miro para el y no veo ningún rastro de heridas.

- ¿Que ha pasado?

Me incorporo y recojo mis escasas pertenencias.

Su mente se despierta y se levanta rápidamente, agitado.

Aquellos gritos le habían despertado y a pesar de su confusión inicial y su vista cegada ante el repentino despertar poco a poco se recupera. Su mirada buscaba a Daelire, olvidando sus pocas pertenencias que a pesar de pórtalas siempre consigo habían desaparecido. Al encontrarla en el suelo aun inconsciente se acerca a ella preocupado recordando que había sido herida horriblemente por aquel ser. Esperaba que no fuera demasiado tarde.

He estado dormido. Escuchaba unas voces. - ¿Que ha pasado? ¿Quien es? - Entonces cuando levanté vi que era Mutombo. - ¿Qué ha pasado chicos? - Estábamos todos en el suelo, aturdidos aun. Iba uno por uno intentando despertando a todos los inconscientes aun.

Mutombo se acerca a Daelire y la carga en uno de sus hombros, mira para Yreth

-Tranquilo Mutombo ayuda, pero tenemos que buscar víveres y un refugio.

 Entonces mira al resto y señala a Uri.

-Ayudar al otro.

Entonces sin dudar un segundo empieza a andar hacía donde se escuchan las campanas.

Mutombo se acerca a Daelire y la carga en uno de sus hombros, mira para Yreth

-Tranquilo Mutombo ayuda, pero tenemos que buscar un refugio.

Entonces sin dudar un segundo empieza a andar hacía donde se escuchan las campanas.

Al ver a Mutombo levantando a Daelire estuvo apunto de atacarle, pero sus palabras le hicieron dudar. Aquel hombre le parecía humilde y el profesar de su ayuda sincero. De alguna forma le inspiró confianza.

Asintió con la cabeza una única vez, luego se precipito hacia las pertenencias tanto de Daelire como suyas propias para posteriormente seguir al gigante negro.

Sangre. Todo a mi alrededor era rojo y perturbador. Tenía miedo, mi cuerpo no respondía pero se movía ligeramente por un temblor intermitente. No sentía dolor pero la angustia se había apoderado de mi mente y no podía pensar en nada, solo el recuerdo de aquella horrible criatura permanecía en ella. 

Unos murmullos ahogados llegaron a mis oídos, como si una gran cantidad de agua me separase de ellos. No entendí nada pero llegué a sentir como mi cuerpo se movía. Aquel movimiento no lo hacía yo, me estaban moviendo. Sentí como una calidez me rodeaba y una ligera presión se asentaba en mi cintura. 

Poco a poco fui recuperando la consciencia y lo primero que sentí fue como mis piernas y brazos se tambaleaban al son de los pasos de Mutombo <¿quién si no podría elevarme a tanta altura?>pensé recuperando el resto de sentidos con lentitud. Tenía la boca pastosa y unos molestos granos de arena se me habían metido en los ojos. Moví los brazos para frotarme los ojos sin mediar palabra y con ello pude notar como mi cara estaba en perfecto estado. La sorpresa que sentí fue tal que me revolví en el hombro de Mutombo pero gracias a la fuerza con la que me sujetaba no me caí al suelo. 

-¿Pero qué?...- llegué a decir palpando mi cara con sorpresa. -¿Qué ha pasado?- Le di unas palmadas en la espalda a Mutombo para que me bajara porque, aunque me parecía muy extraño, me sentía bien.

-¿Pero qué?...,¿Qué ha pasado?.

Mutombo escucho esas palabras, y se dio cuenta que Daelire había despertado, la poso lo mas delicadamente posible en el suelo.

-Yo no saber, bella mujer.

Pronuncia estas palabras mientras reanuda la marcha.

Ponéis rumbo a la aldea de donde provienen las campanadas, e inexorablemente, llegáis a la plaza del pueblo donde se encuentra reunida una gran multitud de gente, aparentemente con caras de gran sosiego y alegría, preparando una fiesta, adornando sus fachadas, horneando y cocinando todo tipo de comida. Sin embargo cuando llegáis, os convertís en el centro de atención. El gentío se reúne a vuestro alrededor con caras de curiosidad por parte de los más pequeños, e incertidumbre y algo de preocupación por parte de los adultos. Pero esto último en el más absoluto silencio.

Pasan unos segundos, y se adelanta hacia vosotros un hombre fornido, de mediana edad.

Soy Raymon, alcalde de la aldea. -Os mira con desconfianza- ¿Cómo habéis llegado aquí y qué queréis de nuestro pueblo?

Sus palabras son un tanto cortantes debido a la normal desconfianza.

Aún estaba algo desorientada por los acontecimientos así que reaccioné unos minutos después de que Raymon terminase de hablar. Avancé unos pasos hacia el alcalde y le saludé con una tenue reverencia.

-Disculpe... alcalde Raymon... mi nombre es Daelire... nuestro transporte se ha estrellado en la costa y no sabemos donde nos encontramos, si fuera tan amable de mostrarnos un mapa...- procuré mostrarme de los más amistosa y apacible para que supiera que no deseaba ningún mal a su aldea para así conseguir su confianza. Tal vez tendríamos que quedarnos varios días en aquel lugar y necesitábamos gente de confianza cerca.

su expresión se torna a sorpresa. 

¿Me estáis diciendo que habéis naufragado? jajaja, por eso si hay  que navegar, prefiero hacerlo por mi cuenta en vez de pagar a un capitán hasta las cejas de hidromiel... -Ahora muestra una bonachona sonrisa al igual que el resto del pueblo, que os ofrecerán asiento en la gran mesa de la plaza y comida para saciar vuestro apetito- Sentíos como en casa. Con respecto a este lugar, os encontráis en la isla de Corvinus, en el Mar Interior, no tenemos gran cosa, somos una isla que se dedica principalmente a la agricultura y ganadería...un buen remanso de paz, ¿no creen?

Saca unos mapas y os muestran dónde estáis.

Una vez sentados, muchos curiosos os asaltan con preguntas.

Daelire:

Se te acerca una niña pequeña, roja como un tomate, y te tira de lo poco que te queda de una manga.

Q-que guapa erez... ¿algún día podé zer como tu? o////o

Mutombo:

A tí se te acerca un niño y una mujer.

- Niño: Alaaaa que grande eres... El niño no podía contener su asombro al ver semejante hombre.
- Mujer: Después del comentario del niño, suelta con un tono sensual, y bastante descarado. Y que fuerte...seguro que no es lo único...¿Verdad?

Yreth, Zahariel, Heimer:

Se os acerca un anciano de unos 80 años, con una energía impropia de su edad.

Contadme forasteros, ¿cómo habéis llegado aquí y de donde provenís?

Éste último tenía un brillo en los ojos de gran interés.