Partida Rol por web

La actitud de las tres mujeres cambia radicalmente cuando aclaro quiénes somos. Por fin, tras unos segundos de indecisión, la portavoz del trío empieza a hablar. Como es lógico, no desea que nuestra conversación tenga lugar aquí, pues podrían escucharnos oídos indebidos. La señora toma la sabia decisión de que nos dirijamos a un lugar más discreto, proponiendo la habitación de la propia Olga. Antes de que tenga tiempo de decir nada más, las tres se levantan al mismo tiempo de la mesa y toman la delantera. Un poco sorprendido por el rápido giro de los acontecimientos, no tardo en seguirlas, no sin antes percatarme de que mi hija ya se ha retirado a su cuarto. No acabo de entender a qué se debe tanta prisa, pero a fin de cuentas, ha sido un viaje largo. Seguro que Ebba está agotada. Decido dejarla descansar; no la importunaré a menos que sea necesario.

De modo que el señor Castelferro y yo subimos las escaleras del hotel tras nuestras recién conocidas amigas, que nos conducen a la que deduzco debe de tratarse de una de las mejores habitaciones del hotel. Me llama poderosamente la atención la poca importancia que parecen darle a disimular sus actividades, pues para cualquiera mínimamente perceptivo, está claro que los tomos que adornan su estantería no versan precisamente sobre temas inocentes. En lo que echo un vistazo a un mapa de la zona en la que hay varios puntos marcados, las tres señoras se visten con una especie de mantos negros encapuchados que me recuerdan a las túnicas para llevar a cabo alguna clase de ritual. Dedico a Castelferro una mirada interrogativa. Hay algo extraño en todo esto, algo que no podría señalar con precisión, pero que claramente no me gusta. Los nombres con que se presentan (las Hijas de Satán: Demonia, Melancholía y Sanguina) no ayudan exactamente a tranquilizarme. Insisten en que, antes de que llegue su amiga Olga, deben aclarar la situación. La verdad es que no veo el momento de que eso suceda, pero me obligo a levantar una mano, pidiéndoles un momento para hablar:

—Disculpen, señoras —empiezo, algo aturdido por todo lo que está ocurriendo—. Antes de hablar más, y aunque estoy deseando saber cualquier cosa que tengan que contarnos, me temo que debo darles una noticia triste y alarmante. —Me tomo un segundo antes de seguir hablando, para dar el peso que se merece a una revelación tan terrible como la que estoy a punto de hacer—. Olga no va a venir. Ha sido asesinada. —Una segunda pausa, que aprovecho para medir las reacciones de las tres brujas—. Esta noche, apenas llegados a Mölle, nos hemos topado con el cuerpo de su amiga, tendido en mitad de la calle. Había sido asaltado con enorme violencia. —Mis ojos van pasando de una mujer a otra, atentos a cualquier señal—. Lo lamento mucho, pero así es. Les doy mis condolencias. El padre Kransvik ha hecho llamar al alguacil de Högänas, quien ahora mismo debe de estar en camino, preguntándose qué ha sucedido. Igual que nosotros. —Enarco una ceja interrogante—. ¿Se les ocurre quién, o qué, puede haberle hecho semejante cosa a su amiga Olga?

Castelferro abrió mucho los ojos al escuchar cómo se autodenominaban las tres mujeres y ver los atuendos que iban colocándose. Sin embargo, no terminaba de tomarse en serio aquello. No podía hacerlo cuando los tres nombres y la actitud de las "damas" le recordaba a la puesta en escena que algunas colegas de profesión ejecutaban antes de embaucar a algún pardillo. No obstante, sentía cómo sus orejas se tensaban casi como las de un animal: una extraña reacción que provocaban en él desde pequeño los ruidos y movimientos furtivos...

Por contraste, la muerte de Olga, o de una mujer que llevaba puesta su ropa, se trataba de un hecho brutalmente real, a pesar del comportamiento del sacerdote y de su "coro griego", con su oportuna aparición. Una bestia ha destripado y devorado a la persona que veníamos a ayudar, caviló, pero sus compañeras parecen no saber nada. 

Temió de nuevo por Reidar y consultó su reloj: veinte minutos más y salgo a buscar a ese viejo temerario. Mientras el coronel hablaba, Castelferro deambulaba por la bien amueblada suite que, por algún motivo y pese a haber sido nombrada como la "habitación de Olga", albergaba dos camas (no una ni tres), era accesible para las tres brujas e incluso guardaba en su armario los ropajes negros que ahora vestían.

Mientras el coronel hablaba, tratando de encajar una noticia luctuosa en la cháchara críptica de aquellas tres mujeres, Castelferro deslizó con cuidado el mango de su bastón, para liberar la hoja que oculta dentro y poder blandirla en caso necesario, al tiempo que tomaba buen ángulo y distancia para saltar sobre la más próxima de las hijas de Satán.

Subo lentamente a mi habitación, con paso trémolo, ascendiendo escalón tras escalón hasta que llego al pasillo superior que, en su lúgubre permanencia inmutable, me provoca escalofríos en el silencio de la noche. Cogiéndome ambos brazos con las manos, cruzando los mismos sobre el pecho, llego rápidamente a mi habitación y cierro tras de mí, sintiéndome de una extraña e irreal manera a salvo, allí dentro, con mis cosas. No echo la llave, sin embargo, solo cierro la puerta. 

Buceo rápidamente en mi revuelta maleta, en busca de una pequeña bolsa que siempre llevo conmigo a los viajes, un saquito de terciopelo verde cerrado con un cordel de seda. Lo saco, me arrodillo en el suelo, junto a la cama, delante de la mesilla de noche, y sobre la misma comienzo a colocar algunos de los objetos que hay en ella: un cuenco pequeño de piedra tallada, de color verde parduzco, mármol de Connemara, que conseguí hace tiempo en una tienda de antigüedades; una vela blanca, gruesa y rechoncha, con la mecha a medio consumir y tres pedazos de madera pequeños que yo misma he tallado con tres runas: Raido, el viaje, Hagalaz, el puerto, y Ear, la vida y la muerte. Dejo el resto de pedacitos de madera dentro del saquito y extraigo del mismo una pequeña petaca que contiene una bebida alcohólica, ya ni siquiera recuerdo cuál era, la cogí del armarito de papá hace tiempo, para este tipo de emergencias. 

Porque, sí, esto es una emergencia.

Nadie va a flanquear un viaje seguro para la pobre Olga si no lo hago yo. Voy a hacer un Bolt de Paso Seguro para ella, un ritual de muerte y tránsito. Así que vierto un poco del contenido de esa petaca en el cuenquito de piedra verde, no todo, apenas un trago, y guardo el resto. Saco una caja de cerillas de la maleta, las mismas que utilizo para producir el flash en la cámara, y enciendo la vela. Después echo la cerilla en el cuenco que prende por unos momentos, para consumirse lentamente, mientras mis labios repiten mudos la plegaria improvisada de cuando encontré el cadáver: «Que Urd te provea de zapatos fuertes para emprender tu viaje a través de los dominios de Hel hasta su fuente bajo las ramas de Yggdrasil; que Odín juzgue tus razones afines a los soleados prados sembrados de flores... Y que Fylgja y Hamingja guíen tu suerte y tu destino hasta que nos veamos de nuevo». Y añado, mientras rocío las runas con un poco de cera de la vela que se consume: 

«Que tu viaje sea tranquilo y seguro

y a buen puerto llegues finalmente,

porque eterno es el camino

y pronto se renueva el ciclo de vida y muerte».

Al terminar, soplo la vela, cojo el cuenco con ambas manos y cierro los ojos, mientras pronuncio: «Odín, acepta esta ofrenda sacrificial y acoge a tu hija en los reinos que a su alma sean propicios, con dicha y serenidad».

Y entonces, sin abrir los ojos, me acerco la cóncava piedra a los labios y bebo, sintiendo el calor de la dulce hidromiel cuyo fuego ya se ha apagado, para custodiar el alma de Olga conmigo hasta que pueda partir en su viaje seguro.

Olga no va a venir. Ha sido asesinada.

La reacción de las tres mujeres era de esperar tras recibir semejante noticia. Demonia, la más joven cae de rodillas al suelo desconsolada mientras las otras dos intentan mantener como pueden el tipo.
—Es terrible...es una tregadia. Olga era muy querida por todos en este lugar. Hermanas, ¿acaso esto está relacionado con Katarina?.— La mujer más alta responde:— No. No tenemos pruebas. además...no hemos venido a eso.— La mujer más gruesa entra a al conversación: —Debemos hacer algo. No podemos quedarnos en el hotel de por vida, mirando por la ventana. Recuerda...recuerda cuándo fui a ver al sacerdote....y ...no fui capaz....—

Entre llantos y susurros, la voces carraspeantes parecen simular el mismo sonido que emite una rueda de afilar cuándo está en movimiento y es usada contra una piedra plana. Las miradas se vuelven furtivas y preocupadas. Preocupantes.

Josefin (Sanguina), la más delgada de las tres y con la cara pálida se pone en pié.

—Es hora de ir a ver al padre Kransvik. Solamente él puede protegernos. Iré inmediatamente a verlo y le pondré en conocimiento del mal que asola este lugar—. Sanguina se coloa su capucha y echando una última mirada a vuestras caras, se va.

¿Se les ocurre quién, o qué, puede haberle hecho semejante cosa a su amiga Olga?

Tras un par de intentos fallidos de recomponerse, finalente Melancholia consigue hablar.
—Esto es sin duda obra del Diablo. o debimos jugar con fuerzas que no terminamos de comprender y ahora...ahora el Diablo está llevándose a gente. Está matando....pobre Olga.—

Las mujeres reciben la noticia de la muerte de su amiga con la conmoción que cabía esperar. Una de ellas incluso se derrumba sobre sus rodillas en mitad de la sala, despertando en mí el impulso de acercarme para ayudarla a levantarse.

—Lo lamento mucho —concedo, tratando de mantener un tono firme y neutral que no eclipse las emociones de las dolientes señoras. No obstante, mi expresión de conmiseración pronto se ve sustituida por otra de extrañeza en cuanto las desconocidas empiezan a hablar, sacando a la luz un nuevo nombre: Katarina. Vuelvo a mirar al señor Castelferro, arqueando una ceja que viene a querer decir: «No tengo idea de qué está pasando».

Una de las mujeres, la que se ha presentado como Sanguina, se dirige a nosotros, haciéndonos saber de su decisión de ir a hablar con el padre Kransvik. Pero, ¿para contarle qué? Estas mujeres hablan mucho pero no esclarecen nada. La gota que colma el vaso es cuando, a mi pregunta de quién podría haber asesinado a Olga, me responden que es obra del diablo. El mensaje, aunque alarmante, no resulta precisamente útil para entender qué está sucediendo.

—Un momento, por favor —solicito, mi entrecejo convertido en un nudo tan apretado como el batiburrillo de seudoinformaciones y medias tintas que acaba de soltarse en mi presencia—. Han mencionado a una tal Katarina. ¿Quién es esa mujer? Por favor, necesitamos que nos cuenten todo lo que ha estado pasando para poder ayudarlas. Esperábamos que Olga nos informase, pero hemos llegado tarde. ¿Cómo apareció esa… presencia que está haciendo daño a la gente? ¿Qué es exactamente? —Sintiéndome totalmente fuera de mi elemento, me giro hacia mi compañero con la esperanza de que él encuentre algo más de sentido a todo esto—. ¿Castelferro?

Castelferro estaba igual de confundido que el coronel. ¿De que puñetas hablan estas tres brujas? Se mostraban como mujeres desvalidas y afectadas por la muerte de su amiga, pero se hacían llamar las Hijas de Satán y se vestían como si fueran a un aquelarre. Habían acusado a Katarina de lo que estaba sucediendo y apelaban al cura para solucionar sus problemas.

—A ver señora Josefin, permítame que insista en aclarar su discurso —Castelferro trató de esbozar su mejor sonrisa y entonar la voz adecuadamente para sonar amable y cortés, aun cuando esa desagradable sensación de peligro le rogaba que saliera de aquella habitación cuanto antes—. ¿Se refiere a Katarina Jonson, la regente de este establecimiento? ¿Puede explicarnos que sucede con ella? Quizás de este modo podamos ayudarlas mejor antes de salir corriendo a buscar al padre Kransvik en medio de esta noche helada y con el asesino posiblemente rondando por ahí.

Era una pena que un lugar como aquel estuviera marcado por lo que fuera que hubiera acabado con la vida de aquella mujer. El vagabundo se movía sin prisa, habiendo desaparecido parcialmente la sensación de amenaza. Al ver la fogata más adelante, comenzó a avanzar en aquella dirección, quizás podría acercarse al pescador y averiguar más sobre aquel pueblo costero, conseguir alguna pista relacionada con todo lo que podría estar ocurriendo allí.

Sin embargo, la sensación de que la dulce Ebba pudiera estar en peligro se hizo de pronto presente en su interior. Pero, ella debía estar con su padre en ese momento, y también el joven Castelferro estaría para cuidar de ella. Reidar miró sobre su hombro. ¿Podía confiar realmente en que estaría a salvo? -Vamos Geri.- Apresuró a su compañero, y se dirigió hacia donde estaba el pescador, con la intención de pedirle instrucciones sobre cómo llegar a la posada de aquel pueblo.

El hombre te saluda y te ofrece algo de lo que leva en una petaca. Ron probablemente. Tiene una pequeña hoguera y un banco en el que está sentado con su caña incrustada en la arena. —No es muy común ver a alguien vagar por la playa a estas horas, así que si quieres, aqui puedes calentarte. El fuego es amigo.— El hombre lleva una gorra y un traje que te hacen recordad al uniforme de los regidores de un tren. Tiene una abrba castaña con algunas canas y su pelo es tupido. La mirada fría y penetrante qadquiere un matiz peculiar gracias a las arrugas de su cara. — Soy el responsable del faro. Puedes llamarme Magnus.

—Aún hace algo de frío para empezar a recibir turistas y quién sabe que más. Dime, viajero, qué te trae a Mölle?—

¿Se refiere a Katarina Jonson, la regente de este establecimiento? ¿Puede explicarnos que sucede con ella? 

Aún parecen algo reticentes a contaros nada, pero viedo que estáis dispuestos a ayudar y que de hecho sois la comitiva que pidió Olga, parecen entrar en razón.

—Hace alrededor de 10 días, Katarina, la regidora del hotel desapareció. Sabíamos que su perro Kosta había desaparecido, y ella por lo visto se adentró en el bosque a buscarlo.Los lugareños hicieron partidas de búsqueda pero su cuerpo nunca apareció. Sospechamos que ha muerto de hambre o de enfermedad, vayan ustedes a saber,. Quizás este frío la ha matado. Nosotras por nuestra parte, aunque tangamos nuestra excusa de artistas, y en parte es cierto, vinimos a Mölle en busca del contacto con fuerzas místicas. Queríamos realizar rituales diabólicos para recibir la eterna vida y juventud, riquezas y el Don de la visón y la predilección del futuro.

Olga encontró una cueva con una extraña sutileza mágica. Allí hemos realizado unos cuántos rituales, y hubiéramos seguido haciendolos si no fuera porque el mismísimo diablo se nos apareció. Una bestia con ojos rojos que brillaban en la oscuridad y unas fauces temibles con cuernos en sus laterales. El diablo nos castiga por nuestra arrogancia y ahora Olga está muerta por nuestra culpa!!—

La mujer está saliendo del hotel y aunque su paso es ligero, si te apresuras podrías salir tras ella. Hace frío y es tarde, pero, ¿a quien o le gusta una buena aventura nocturna?.

Cuando las tres brujas nos cuentan la historia de la desaparición de Katarina Jonson, la dueña del hotel, me siento momentáneamente extrañado. Había asumido que la mujer que nos ha dado la bienvenida en la recepción era Katarina, pero ahora comprendo que debe de tratarse de una sustituta.

Luego, nos explican los motivos por los que vinieron a Mölle: las cuevas y los lugares de poder de cuya existencia ya habíamos oído rumores. Su descripción de la criatura a la que invocaron y que podría ser la causante de la muerte de Olga es ciertamente espeluznante.

—¿Algot Kransvik ya tenía conocimiento de sus actividades en Mölle? —inquiero—. En cualquier caso, ¿cómo creen que puede protegerlas? Y en caso de que pudiera, ¿por qué iba a hacerlo? No se ofendan, pero Kransvik es un sacerdote cristiano, y por mucho que me gustaría equivocarme, ustedes no parecen la clase de personas a las que alguien excesivamente pío y devoto estaría dispuesto a ayudar. —Hago una pausa de unos cuantos segundos, tras lo cual mi expresión se suaviza mínimamente—. Pero si creen que puede servir de algo, adelante. Las acompañamos.

Ladeo el cuerpo, dejando camino para que las señoras abandonen la habitación si lo desean.

Al verla moverse de aquella manera, para la joven tan sospechosa, Ebba tomó una decisión. Se calzó de nuevo las botas de calle rápidamente y cogió el abrigo y los guantes, para después salir de su habitación cerrando la puerta con llave y echar a correr pasillo adelante. De camino a las escaleras pero sin detenerse, llamó en la puerta de su padre rápidamente, con una cadencia rítmica que siempre hacía, desde que era niña, para que él supiera que se trataba de su hija.

Sin embargo, no se detuvo. Si él salía al pasillo, la vería correr escaleras abajo y, probablemente, la seguiría también. Y si no... bueno, no quería perder de vista a la mujer de la capa negra. 

Y salió al exterior. 

Alvar, pese a la ligera llamada de su hija en la puerta, hubiera abierto. Pero no estaba allí. Nadie parecía estar en su cuarto y Ebba no tenía ni idea de en qué sitio se habían metido. ¿Acaso seguían en el salón? Sin embargo la mujer que salía a toda prisa no tenía pinta de querer espearr a que una jovencita entrometida la siguiera para, como en muchas novelas de investigación, interponerse entre sus planes.

Sales al Hall del hotel y consigues ver con cierta dificultad la figura de esa mujer, o la oscuridad de su figura infiltrarse en medio del camino  y de la nada que ofrece el lugar. Un viento menos frío de lo que acostumbras a haber sufirido aqui te mece suavemente el pelo. La vista es excepcional con la Luna brillando en alto, semicubierta por las nubes, reflejando su fría luz en el calmado mar. Sabes que el pueblo de Mölle está bajando la colina que llega hasta el hotel, y decides que lo más probable es que se dirija a la taberna o quien sabe. Pero es harto sospechoso. Una mujer, en medio de la noche, y de la oscuridad, sóla. ¿Qué podría pasar?. Es todo bastante imprudente.

Una sensación extraña me remueve como en un tornado los intestinos. La conozco bien: es lo que le ocurre siempre que estoy a punto de hacer algo imprudente, temerario... Como cuando me quedé adrede con Leopoldo y Lovisa, sabiendo lo que iba a hacer de manera premeditada. Como cuando de pequeña bajaba a hurtadillas a coger chocolate de la espensa.

Como cuando salió por su ventana para subirse a aquel alazán...

 Algo que, en definitiva, Alvar no aprobaría.

Pero lo he intentado y padre no parece estar en su habitación.

Y la mujer se aleja cada vez más.

Así que salgo a la calle, tras ella. 

¿Qué puede salir mal?

La actitud inquisitiva de Alvar no parecía mejorar el estado de ánimo de las mujeres que parecían afectadas todavía. Los sollozos aún iban y venían. Las dos mujeres intentaban mantener la compostura.

—¿Algot Kransvik ya tenía conocimiento de sus actividades en Mölle?—

—El capellán Kransvik no sabe de nuestras maniobras en la cueva. No creo que sepa de la existencia de un poder sobrenatural que no se refiera al de su único dios. Sin embargo, al ver a aquella bestia....temíamos por nuestras vidas, y quizás, quizás solamente con su interpelación podríamos salvarnos aunque eso nos llevara a una nueva búsqueda de la verdad. Pero nosotras sabemos lo que hicimos. Y ahora...solamente podemos rezar a que nuestra hermana consiga llegar sana y salva. Y que consiga la ayuda de Kransvik y que éste sea lo suficientemente bondadoso como para brindarnos su ayuda.—

La mujer os mira directamente.

Creo que lo mejor sería ir a ver a Kransvik, aunque es mu probable, dada la reputación de Olga en el pueblo, que la gente se congregue en la taberna. Un revés así no será fácil de digerir para el pueblo, pero si querémos algún tipo de...pista, o de conocimiento útil, seguramente el ver allí a la gente nos ayudaría. Si fueramos a ver al Capellán, también sabríamos si Sanguina está a salvo.