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Vampiro: Edad Oscura V20 - Bretaña nocturna [+18]

[Recuerdos X.1] Una sangre especial - Sybilla - FINALIZADA

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03/01/2018, 00:49
Guiscard du Guingamp

A Guiscard no parecía importarle que no comieras todo cuanto te ofrecía, casi parecía que su intención era que pudieras probar todo lo que te apeteciera. Te entregaba conversación, y, inusualmente, el tema no orbitaba solo en él y su obra, al menos no casi.

Tengo grandes planes para ti, mi querida Sybilla —aseguró con una sonrisa perlada, se levantó y se puso tras de ti poniendo sus manos sobre tus hombros y acercó el rostro para oler tu pelo —. Como el día en que te conocí y supiste que serías mía, hoy es otro día en el que me sentirás aun más cerca de ti.

La cena se fue terminando, ni por asomo ibas a poder acabar con todo aquello, pero como guinda dispuso un té árabe que sirvió un criado para ti. El resto de comida que quedó sobre la mesa fue despachada con un desdeñoso "tiradlo" de Guiscard, los criados palidecieron un poco ante el gesto de desprecio absoluto por la comida que aun podía ser aprovechada, pero obedecieron sumisos al vampiro.

Té árabe, llegado desde la mismísima Granada. Un lujo en estas tierras —dijo ufano y satisfecho de si mismo —. Descríbeme cómo sabe.

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03/01/2018, 01:04
Sybilla

Apoyó una de sus delicadas y gráciles manos sobre su antebrazo, al sentirlo tan cerca, ladeando suavemente la cabeza, en un gesto aprendido a la perfección a aquellas alturas. Exhaló el aire contenido en sus pulmones, despacio, percibiendo cómo se regocijaba en su olor, cerrando momentáneamente los ojos hasta escuchar aquella palabra desdeñosa con la que desechaba todos los platos dispuestos. 

Ella también pareció palidecer un tanto, pero supo que no debía decir nada al respecto. No quería disgustar a Guiscard. No en aquel momento en el que disfrutaba de su generosidad y de su presencia como lo hacía. No, aquello no era importante, se dijo, mientras tomaba el té entre las manos, notando su calor, aspirando su aroma, antes de llevárselo a los labios, soplando con cuidado para degustarlo.

Intenso. Afrutado y amargo al mismo tiempo, en su justa medida. Cálido... -suspiró- Y denso, más que cualquier otro té que haya probado antes. - pronunció, tomando otro sorbo- Hay... Además algo... En su sabor. Algo ancestral, que no se puede definir con exactitud. Algo exótico que creo no haber probado antes, que deja una ligera nota ácida y melancólica al final de cada sorbo.

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03/01/2018, 01:20
Guiscard du Guingamp

Guiscard sonrió satisfecho mientras te escuchaba, mientras describías las sensaciones de aquel té exótico pudiste notar que algo más lo acompañaba. Gradualmente una sensación de euforia te iba alimentando el cuerpo y un calor inusual se desplegó en ti, había algo más que té en esa taza, pues por momentos te sentías más animada y ansiosa de líbido. Como si tu domitor lo notara, acercó su rostro a tu oído susurrando con total sensualidad.

Esta noche recibirás todos los placeres que una mujer debería gozar —susurró satisfecho de si mismo —. Todos sin excepción..

Se alejó de ti poco a poco, dejó que notaras el roce de su barba paseándose por tu cuello y se acomodó en un conjunto de cojines de colores vivos que parecía ser un lecho. Te contempló desde esa posición, con una sonrisa triunfal, hizo un gesto con la mano para que te acercaras a él.

Acércate a mi, mi musa.

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03/01/2018, 01:39
Sybilla

La piel de Sybilla se erizaba bajo el tacto suave de la barba que poblaba el mentón de Guiscard, al mismo tiempo que sus pupilas dilataban, poco a poco, hasta convertirse sus ojos en dos pozos de negrura prendida en ascua. La joven contempló a aquel hombre al que idolatraba, emitiendo un leve jadeo, y ante su llamado, bebió un último sorbo, depositando el vaso exquisitamente labrado con cuidado, sobre la mesa, antes de levantarse y caminar, lenta y ceremoniosamente, hacia él, dejando que contemplase su esbelta y espigada figura, poblada de sinuosas y femeninas curvas. Algo, que también había aprendido a hacer, a sabiendas de lo mucho que lo complacía. 

Se acomodó, a su lado, y posó las manos sobre sus mejillas, observándolo de cerca, admirándolo, notando cómo sus latidos parecían retumbar, alzándose entre sus sienes, palpitando bajo su pecho, que adquiría una cadencia ligeramente acelerada en su proximidad. Y llevada por aquella sensación de necesidad que parecía nacer de lo profundo de su vientre, finalmente se atrevía a fundirse con su boca. 

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03/01/2018, 02:18
Guiscard du Guingamp

Aquel beso fue una espoleta que saltó entre ambos como un volcán en ciernes, Guiscard te tomó del talle bebiendo de tu beso como si lo hiciera con tu propia vitae. Notaste como sus manos te amarraban con firmeza, como tras ese beso llegó otro más apasionado y a este siguió un fulgurante beso en el cuello.

Mi deseo carnal es para ti mi dádiva definitiva para el milagro de esta noche.. —susurró de un modo que hasta pareció sonar dulce, aquella actitud arrogante bañaba cada poro de su cuerpo, pero igual que tu te entregabas, él lo hacia contigo beso a beso, caricia tras caricia. Eras suya, así te lo recordaba en cada uno de sus gestos, pero esa noche casi sentías la ilusión de que él también era tuyo.

Sus manos fueron descordando el corsé de tu vestido, iba liberando metódicamente cada porción de tus generosas formas que tantas veces había hollado el vampiro, pero era la forma en la que te contemplaba lo que realmente te hacía estremecer. Una mirada que no había cambiado desde la primera vez que te tomó entre sus brazos.

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03/01/2018, 02:33
Sybilla

Se dejaba hacer, sintiéndose estremecer entre sus brazos. Se dejaba descubrir, desnudar, alejada del temblor de aquel primer encuentro, alejada de la vergüenza y de la confusión, segura y llena de confianza bajo su mirada llena de admiración, y de aquel matiz insondable que inflamaba su deseo. Bebió de sus labios una vez más, desprovista de cada prenda, entregándosele, sabiéndose suya, sintiéndolo inusualmente cerca- Y vuestra dádiva será sacrosanta... Será lluvia de verano sobre el desierto...-musitó, enardecida. 

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03/01/2018, 02:57
Guiscard du Guingamp

A la vez que tu te desprendías de tus prendas, él hacia lo propio con las suyas, sentías su esfuerzo porque su tacto fuera caliente como lo hubiera sido en vida, como latía su corazón pleno de sangre que fluía por cada uno de sus poros. Regalos, quizá, incluso mucho más valiosos que aquellos que te estaba dando en carne, su propia vitae invertida en ti para esa noche que llamaba especial.

Beso a beso alcanzó tus senos, en ellos hundió sus labios, les entregó besos y caricias, engullendo de ellos como un manjar delicioso. Mas en esta ocasión no sentiste el aguijonazo de sus colmillos, únicamente disfrutaba de tus gemidos, de tu respiración, lamiendo tus pezones al sentirlos endurecer por sus atenciones.

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03/01/2018, 14:47
Sybilla

Lo abrazó, asiéndolo, apretándolo contra su pecho palpitante al mismo tiempo que su pasión exaltada le arrancaba jadeos a sus propios labios. Lo sintió cerca, casi bajo la piel, entregándole aquella calidez costosa, aquella generosidad inusual, y no pudo evitar preguntarse si acaso aquella no sería una prueba de que él también la llevase calada, entretejida en el cuerpo. De que él también la sintiese enquistada en sus más profundos pensamientos. De que también la necesitase, de que su entrega también fuese factible.

 

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03/01/2018, 16:55
Guiscard du Guingamp

Tras aquel ritual casi familiar de tomar tus senos con hambre, Guiscard se llenaba la boca de ti, sus manos amasaban tu cuerpo a manos llenas y el roce de su piel parecía pretender encender el fósforo de vuestros cuerpos. Sus besos coronaron tus pechos, y con las manos descendiendo por tu vientre te abrió las piernas para mostrarte dispuesta a su posesión.

No habrá hombre que tome tanto de ti como yo.. —declaró con soberbia y seguridad, movió su cuerpo sobre el tuyo, tentó tu interior como si fuera una caricia y, finalmente, empezó a tomarte lentamente dejando que sintiera su envergadura acomodarse dentro de ti.

Te besó con lujuria mientras lo hacia, se unió a ti enteramente a la par que tomaba tu cadera para imprimir mayor intensidad a aquel peregrino acto que ahondaba en tu cuerpo.

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04/01/2018, 19:30
Sybilla

Guiscard la tomaba, la hacía suya, provocando que arquease la espalda al sentirlo dentro, muy dentro de su ser. Se abrazaba a él, estremecida, sintiendo el fruto de la pasión palpitar en su pecho, respirando, enardecida, entregada, cerrando los ojos y dejándose llevar por la vorágine placentera, entre jadeos. Acariciando su pelo, su espalda, sintiéndose agraciada, halagada y casi bendecida por sentir el roce cálido de su piel. 

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04/01/2018, 20:00
Guiscard du Guingamp

El cainita se entregó a tu éxtasis con enfervorecido deleite, su movimiento de cadera horadaba tu ser como lo hiciera sus colmillos otras tantas veces, el sonido de vuestros cuerpos mezclarse alimentaban la escena casi un sórdido lirismo que se apagaba por cada vela que se iba consumiendo a vuestro alrededor.

Guiscard prosiguió penetrándote, atormentando su sexo con embestidas que buscaban exprimir cuanto éxtasis estuvieras dispuesta a entregarle. Sus besos inyectaban pasión y lujuria sin medida, sus ojos te contemplaban inflamando tu deseo y el suyo, danzando en una pelea que iba a terminar en un estallido final inminente.

Lo sentías entregado a ti como tú a él, en armonía como jamás hubieras podido sentir con él. Huérfano de las limitaciones de un cuerpo mortal, la intensidad se mantenía firme, graduada por las necesidades de tu cuerpo y tus exigencias, era extraño sentirte tan dueña de esas emociones, sintiéndote, aunque solo fuera en ese momento, señora de tu cuerpo, tu placer y tu vida.

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04/01/2018, 20:12
Sybilla

Recibió aquella generosidad extática, tomándola sin reticencias, intensificándola con sus apremiantes gemidos, apaciguándola después con lánguidos suspiros cargados de placer, a medida que la penumbra parecía adueñarse poco a poco de aquella habitación, con cada vela que se consumía alrededor. Como si ambos se convirtiesen, poco a poco, en el centro de un universo propio y peculiar, que estaba a punto de sufrir el estallido de los eones en su mismísimo vientre. 

Guiscard le brindaba cada caricia, cada arremetida que precisaba, y con una última y nueva acometida profunda, Sybilla lo aferraba, conminándole a permanecer enterrado en su cuerpo. Conminándole a arrastrarla hacia si, en medio del oleaje que de pronto se la llevaba y la situaba en el borde de un precipicio por el cual terminó dejándose caer, sometiéndose a una suerte de pequeña muerte.

Una pequeña muerte en la que se estremecía inevitablemente entre sus brazos, mientras trataba de enfocar la mirada en el apuesto rostro de su amante, notando cómo el sobrecogimiento se adueñaba de ella y le arrancaba sendas lágrimas de necesitada melancolía y éxtasis. 

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04/01/2018, 20:30
Guiscard du Guingamp

Percibiendo tu éxtasis estallar en tu interior que arrebataba tu resistencia, que alimentaba aquellas lágrimas, tu domitor sonrió satisfecho al verte de aquel modo. Conjugando tu éxtasis mortal te entregó otro, te besó los labios a modo de promesa, se deslizó a tu cuello y mientras no dejaba de penetrarte te susurró.

Y ahora.. serás mía para siempre.. —prometió justo antes de hundir sus colmillos en tu tierna carne expuesta.

La conjunció de ambos placeres se convirtieron en armonía, sentías las penetraciones de tu domitor hundirse más y más en ti, cada vez más lentas y profundas, a la par que tu sangre fluía de tu cuerpo al suyo azuzando a ese otro tipo de éxtasis, uno más oscuro y espiritual. Guiscard empezó a beber de ti con gula, con una necesidad que trascendía el habitual bocado de placer que le entregabas por las noches, un reflejo de la primera noche en la que probó tu vitae llegó a vosotros.

Guiscard bebió de ti mientras fornicaba contigo, pero llegó un momento en que dejó el fornicio para centrarse en su sustento, mas el placer absoluto de tu cuerpo no quedó huérfano. Otro había tomado el relevo.

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04/01/2018, 20:46
Sybilla

Sybilla gritó, sintiendo el placer recrudecido recorrer, y casi quemar, sus venas. Se aferró a su dómitor mientras el profundo éxtasis del Beso la incapacitaba y la vida abandonaba su cuerpo en forma de cálido fluido carmesí, llenando la garganta de Guiscard, una vez tras otra. 

Sintió su voracidad, y como en aquella primera noche, una voz, quizá incluso más acallada que en aquella ocasión, bramó alarmada. Una voz de nuevo ignorada, en pos de aquel acto catártico y sublime por el cual habría muerto a aquellas alturas una y mil veces. Una que se apagaba a medida que la negrura iba tomando lugar ante sus ojos, que se cerraban una vez más, entregándose su cuerpo voluntariamente a la causa de ser depredado. 

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04/01/2018, 21:00
Guiscard du Guingamp

Guiscard iba engullendo tu sangre sin mesura, su cuerpo rebozaba de tu dulce néctar causándole una euforia plena, algo de lo que tú habías dejado de disfrutar. La negrura se aferraba a tu cuerpo pegajosa y terrible, la Muerte que reclamaba tu alma y la luz que asomaba en lo alto, pero Guiscard siguió hasta las últimas consecuencias arrebatándote lo último que creías poseer como tuyo: la vida.

Hubo silencio, el mayor silencio que jamás pudiste imaginar, roto por el atenuado eco de la voz familiar y egocéntrica del vampiro que te había arrebatado tanto.

No, no morirás.. renacerás como una mariposa —aseguró con su voz en tinieblas, como si estuvieras fuera de tu cuerpo pudiste contemplar como Guiscard, empapado en tu sangre que no había llegado a su garganta, te besaba entregándote su dádiva maldita. Un fluir caliente y orgíastico, el mismo que sentías cuando te daba de beber en vida, ahora empezaba a manar hacia tu interior como un ponzoñoso veneno de condenación.

Tu cuerpo recibió aquel regalo perverso, debía suceder como tantas otras veces durante un Abrazo. Los estertores, la conversión, la maldición, pero en aquella negrura, por un fugaz instante que no supiste entender que era, viste una miríada de destellos luminosos que te hicieron sentir bien, pero enseguida se apagaron, te abandonaban. Algo mucho más atávico que tu propia alma también te abandonaba, algo que siempre había estado ahí y, ahora, te lo arrebataban de tu cuerpo de cuajo como si lo hicieran con una extremidad.

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05/01/2018, 01:04
Sybilla

La oscuridad, el abismo que conformaba lo Desconocido, finalmente tomaba presencia, tras el prólogo de una muerte anunciada precedida por la luz extinguida de unas velas que se habían consumido como luciérnagas. Como fugaces luciérnagas, que en su mínimo exponente representaban la mismísima fugacidad de una vida que ahora se mecía en aquella agonía extática, acunada por el miedo, y por la paz embalsamante del silencio que precedía a la desaparición del ser. 

Sybilla se sintió liviana. Se sintió flotar, portando en su pecho al mismo tiempo la amargura y la conformidad. No había podido despedirse de su padre. Y hacía muchos años que se preguntaba si realmente algún día volvería a contemplar la faz de su madre, que había desafiado al mismísimo Dios al decidir el momento en el que debía cesar con su propia existencia. Pero moría en paz. Unos morían de enfermedad, o de senectud. Y el destino de otros era diferente. Y el suyo parecía ser inflamar, en última instancia, las pasiones de quien le había regalado dos años llenos de descubrimiento y sensaciones intensas. Morir entre los brazos de quien le había arrebatado infinidad de momentos cruciales, a cambio de magnificiencia. 

Oía su voz, mientras se preguntaba, embalsamada en aquella oscuridad pegajosa y calmante, aovillándose en si misma, quizá en algún lugar, lejos de su propio cuerpo, si acaso había valido la pena. Y se dijo que cada momento había sido único. E incluso en última instancia, sollozó en el seno del silencio mortecino de su espíritu, perdonando, con amarga resignación, aquella suerte de arrebato. Aquella traición final que atajaba con todo lo que había conocido y la había constituido tal y como era.

Estaba preparada, para dejarse ir. Sin saber muy bien a dónde, pero convencida de que aquello era lo que debía hacer. Dejarse ir. Seguir aquella corriente que tiraba lentamente de su esencia al mismo tiempo que observaba, desde la lejanía, cómo su dómitor tomaba las últimas gotas de vitalidad que palpitaban en sus venas. Al mismo tiempo que su corazón daba sus últimos enlentecidos latidos, para soltarla, de una vez por todas y para siempre. 

Creyó ascender, y suspiró, con alivio ancestral. Con un alivio ancestral que precedió al sabor ferroso y primordial de la vitae de aquel ser condenado, de aquel monstruo, que a través de su sangre dejaba fluir su propia maldición hacia su cuerpo, volviendo cada una de sus venas ardiente, y pesada como el plomo, apresando, aferrando de nuevo su espíritu en aquella carne que ahora agonizaba. 

"Renacerás como una mariposa..." escuchó, incapaz de emitir quejido alguno. Y precísamente en ese instante, aquel último destello de luz, de pura felicidad, de belleza en esencia, escapaba de su ser. Algo, que supo en aquel preciso momento, que la había acompañado siempre. Que la había consolado. Que la había conformado a su imagen y semejanza. Algo que residía en el primordio de su persona, y que al fragmentarse en mil destellos que morían en aquella negrura, arrancaba un grito que desafiaba toda capacidad física. Un grito de pura angustia. De tristeza en si misma. De horror y dolor excruciante.

Un grito atávico y demente, mientras sus formas se estremecían bajo la agonía ineludible de la recién adquirida no-muerte. Mientras su forma de mariposa renacida percibía cómo sus hermosas y fundamentales alas eran una a una arrancadas, y la luz, la corriente, la dejaban a la deriva, presa de una soledad tan profunda e impenetrable que acabó por robar la mismísima claridad que residía en su mirada, y que pasó a entumecer sus sentidos, como si todo lo que pudiera existir en aquella tierra fuese aquella pérdida que no acababa de comprender, y que la dejaba huérfana en su mismísima alma ahora condenada. 

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05/01/2018, 02:00
Narrador

Algo cambió en ti para siempre. La luz, el júbilo, el alma, todas esas cosas que una vez tuviste y no eras consciente de ellas se marcharon para no volver. Atrás solo dejaron un dolor desgarrador e indolente, un tormento al que llegaste a preguntarte, en esos escasos resquicios de razón, si Dios te había condenado al Infierno y sentías el Castigo Eterno sobre tu cuerpo y alma. Pero los cuentos de hadas, cuentos son...

Hay una historia que se cuenta poco en la región de Concoret, un cuento que aterroriza aun los corazones de los que lo vivieron, y es que el señor del castillo era un hombre hermoso, pero arrogante. Amaba las cosas hermosas, y no había cosa más hermosa que su esposa, a ella le entregó todo cuanto tuvo en su mano, pero el señor del castillo era ambicioso y no conocía freno. Una noche de Navidad quiso hacer un regalo a su esposa.

Serás la más hermosa de toda Bretaña —prometió él, pero aquel regalo maldito causó la tragedia en esa familia. Una maldición terrible que atrajo con ella todos los demonios del Infierno, que causó un padecimiento horrible en la desdichada mujer cuyos gritos se escuchaban por toda la comarca. Noche tras noche los campesinos escuchaban horrorizados la agonía de la mujer del señor, todos se preguntaban que clase de horrible castigo había caído sobre su hermosa esposa.

El señor, horrorizado y devastado, incapaz de aliviar el dolor de su esposa, veía como su afán por la belleza se tornaba tiniebla. Como Dios le había castigado por su avaricia, que aquello que entregó con júbilo a su mujer se convirtió en la perdición. Finalmente, el día de Año Nuevo, los gritos cesaron dejando un silencio asolador por toda la comarca.

Se dice que la esposa del señor quedó dormida en un profundo trance parecido a la muerte. El señor rogó al Cielo por socorro, pero no halló consuelo. Buscó ayuda en brujos y hechiceros, pero estos no dieron respuestas. Incapaz de traer de vuelta a su amada, derramó lágrimas de sangre sobre su cuerpo maldiciendo su fortuna, y tomó la decisión de llevar a su aletargada esposa al corazón del bosque de Brocelianda.

Depositó a su amada en un sarcófago de cristal una noche de luna llena, besó sus labios por última vez y prometió que la esperaría por siempre.

Ahora y siempre, aguardaré en mi castillo a que vuelvas. Ni tiempo ni espacio me separarán de ti, y hasta el Juicio Final te seré fiel, mi amada.

Cuando el señor regresó a su castillo cayó una oscura maldición sobre este. Envilecido por la tristeza las fiestas dejaron de darse, ahogado por el llanto se despreocupó de sus gentes, herido por el destino se volvió alguien solitario y huraño. La maldición le dio una longevidad sobrenatural, como si Dios quisiera que la losa de su ambición persistiera y jamás olvidara que esta fue la causante de su funesto destino.

¡Ay de aquel que viaje al castillo de Concoret! ¡Ay de aquel que pida asilo entre sus muros! Pues el Señor de Concoret mora sombrío por sus salones vetustos, llamando a su amada con desesperación sabiendo que ella jamás responderá.

La verdad siempre es más prosaica que la leyenda. Guiscard fue incapaz de comprender lo que te había sucedido, ver como tu cuerpo se retorcía de agonía, como tu alma se emponzoñaba por el Abrazo. Día tras día velaba tu dolor, sin comprender que la sangre féerica que corría por tus venas arañaba tu ser hasta el desgarro. Cuando finalmente quedaste tendida sobre el lecho, sin respuesta, con tus ojos abiertos y ahora oscuros por completo, Guiscard se aterrorizó.

¿Qué he hecho? Dios bendito y misericordioso.. ¿qué he hecho?

El lamento de Guiscard nunca encontró la determinación por acabar contigo, de darte un final piadoso a tu desgracia, todo su señorío se derrumbó en el acto cobarde de llevarte al bosque de Brocelianda. No hubo sarcófago de cristal, no hubo promesa de amor eterno, pero como si el eco del sentimiento que aun te profesaba, Guiscard te besó los labios con profunda tristeza sin comprender lo que había sucedido.

Dejó tu cuerpo tendido con cuidado sobre una losa de piedra, tuvo la delicadeza de amortajarte con el vestido más hermoso que tenía para ti y dejó un ramo de lirios blancos sobre tu regazo. Contempló la luna llena con tristeza, luego a ti, y, contrario a lo que uno pueda pensar, sí tuvo unas últimas palabras.

Lamento que todo haya acabado así, te llevaré siempre conmigo.

Mientras el sombrío vampiro se alejaba de aquel lugar y la soledad envolvía tu cuerpo inerte, tu consciencia, de la que no habías perdido ningún detalle de lo sucedido, permitió que tu cuerpo reaccionara. Ya no eras prisionera de ti misma, pero justo en ese momento empezaste a sentir el dolor de la luz de la luna sobre tu piel.

Quemaba, abrasaba, un dolor ínfimo comparado con el que habías sufrido. Pero volvías a ser dueña de ti misma.

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05/01/2018, 14:29
Sybilla

Sybilla asistió a su propio abandono, aún sintiendo aquel grito que había emanado de sus labios al recibir el don oscuro en lo más hondo de su ser, que paralizado por la soledad, y por la tristeza profunda que le confería aquella pérdida irreparable, se debatía. Se debatía por moverse, por levantarse. Por correr tras la estela de quien había emponzoñado su alma y ahora, la abandonaba, en aquel lugar ancestral. 

La abandonaba y la dejaba a su suerte, temeroso de enfrentar su faz llena de angustia. La dejaba sola, amortajada, bajo la inclemencia de los astros que aguijoneaban su carne, como si de hecho ahora ella ni siquiera fuese digna de contemplarlos, y la repudiasen, con su dolorosa luz. La luna lucía hermosa, redonda, pálida y brillante en un cielo preñado de estrellas. La noche se había engalanado para asistir a aquel último acto de desdicha, se dijo.

Y en medio del silencio tan sólo roto por el ulular del viento, su mirada ennegrecida se tiñó en carmesí. Su cuerpo inmutable finalmente sucumbía al estremecimiento de los sollozos desconsolados y cargados de amargura que se desgranaban de su boca, aovillándola, buscando el cobijo de sus propias ropas al mismo tiempo que los lirios se derramaban de su regazo, o perecían definitivamente entre sus manos. 

Gritó, una vez más. Esta vez pronunciando el nombre de quien la había desechado como a una muñeca de porcelana rota. Gritó en vano, y se meció en si misma, hasta que el dolor de no poder siquiera permanecer bajo la hermosa luz de aquella luna cautivadora se hizo insoportable, convulsionándose su ser con la virulencia de un instinto desconocido que la llevó a arrastrarse, despacio, en busca de un cobijo que no sabía aún cómo encontrar. 

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06/01/2018, 01:28
Viviane du Lac

En esa soledad absoluta tu grito se propagó como una onda en el agua por el bosque, no hubo respuesta hasta que el silencio te alcanzó de nuevo. Arrastrándote llegaste a la sombra de los árboles, oculta ante los rayos lunares que rasgaban tu cuerpo con vil resultado. En esa soledad la razón se quiso imponer a la desazón, pero allí donde miraras la única respuesta era el silencio, quizá fue entonces cuando en el momento más sombrío y sereno pudiste apreciar que, en pie, junto al que debió ser tu lecho de muerte, había la figura de una mujer que te contemplaba.

Los recuerdos borrosos como serían los días posteriores no dieron rostro acertado a la mujer que se acercó a ti, sí pudiste sentir una sonrisa cálida y comprensiva, una caricia suave en tu mejilla que te envolvió de calma. No llegaste a escucharla, pero la viste hablar y supiste que sus palabras estaban llenas de un significado importante para ti. Un oasis en medio de tu tragedia, cuando su mano abandonó tu mejilla no volviste a sentir la fría soledad, su abandono no fue traumático como el de Guiscard. Su sonrisa, plena de luz, parecía bañar de esta las sombras de tu tristeza, un bálsamo que se quedó contigo mientras se alejaba.

Su silueta se evaporó ante ti como una aparición, alguien más se acercaba, lo escuchabas. Y lo último que viste fue la sonrisa de la mujer antes de caer en sopor.

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06/01/2018, 01:36
Sybilla

Sybilla observó aquella figura, como la cerilla que prendía trayendo la luz a la oscuridad, como la rotura en la presa de su desdicha que dejaba fluir aquella angustia, para convertirla en un silencio embalsamante en el que se sintió momentáneamente tocada por aquella luminosidad, aquella candidez que había perdido definitivamente.

Suspiró, entrecortada, cerrando los ojos, aceptando su caricia con la necesidad de un animal hermoso, aterido y abandonado. No supo su nombre, y no se atrevió a preguntarlo. Temió perder también aquel instante, como había perdido todo lo demás. Y en medio de aquel gesto dadivoso de comprensión, su llanto se volvió cadencioso. Su dolor, algo más soportable, aunque siguiera aguijoneándola en lo profundo.

Y supo que recordaría aquella faz. Aquel rostro, para siempre.