El gnomo sacó las cinco gemas de la bolsa y las examinó con ojo crítico usando la lupa que pendía de su frente.
- Gromenauer: no me lo tomes a mal pero para ser enano no se te dan bien las tasaciones de piedras preciosas.
Le lanzó la bolsa con cuatro de las gemas, quedándose una sola.
- Sabes que jamás te estafaría. Eres un buen enano y estoy seguro de que si un día necesitase tu ayuda me la brindarías de buena fe. Por eso te diré que con esta joya llega de sobra para pagar los gastos. Calculo que cada una de ellas debe tener un valor aproximado de trescientas setenta y cinco monedas. Quizás más si encuentras al comprador adecuado, pero nunca las vendas por menos de trescientas veinticinco.
Limpió su gema y la guardó en uno de los bolsillos de su traje.
- El trato está cerrado. Vuelve en cinco semanas y podrás ver mi nueva fragua mientras recoges tu encargo. Que los dioses del fuego te sean propicios.
Parecía que el herrero-inventor tenía prisa por ponerse en marcha con el encargo, lo cual era bueno. Jander trabajaba sin descanso cuando algo le apasionaba.
Con una sonrisa, el enano volvió a guardar las gemas en su bolsa. Si por algo le gustaba Jander, es porque ante todo, era un tipo legal y fiel a los suyos. Por eso, Gromenauer añadió—. Gracias por la tasación, amigo. Sabes que soy más de recoger las cosas que luego venderlas.
—¿Un trago antes de que me vaya? —dijo el herrero ofreciendo al gnomo un último trago antes de irse. Puede que la pasión por el nuevo encargo le abrumase, pero el pequeño inventor siempre había sido muy amigo de la cerveza del enano. Le parecería hasta extraño que Jander no quisiese probarla... [1]
En cualquier caso, el encargo estaba hecho. Ya podía reunirse con el resto del grupo en la taberna. Por suerte, ya habrían acabado con ese maldito rossbeeff. Y no es que al enano no le gustase, es que prefería el cerdo que asado que el hombrecillo de la taberna preparaba. Mucho más crujiente y sabroso que la seca ternera.
Así que ni corto ni perezoso, Gromenauer se dirigió a la taberna...
[1] Si el gnomo no quiere cerveza, me mosqueo y tiro "discernir la realidad" y no me dirijo a la taberna, claro. Lo demás lo pongo por agilizar, por si bebe y puedo avanzar tranquilamente.
Jander jamás rechazaría un poco de cerveza enana. Tras sellar el pacto con un buen trago ambos semihumanos se despidieron con la promesa de reencontrarse en cinco semanas.
Gromenauer deshizo el camino satisfecho hacia la taberna. Los otros probablemente ya habrían terminado el rosbeef así que se dirigió directamente a la barra, donde estaba Shen, para preguntarle donde estaban sus amigos. El viejo oriental señaló hacia la planta superior.
- El señor Zalatayid ha sufrido un... accidente. Roark me dijo que le indicase el camino arriba.
Grunt, el gigantesco matón de Shen, acompañó a Gromenauer escaleras arriba. Cuando le abrió la puerta de una de las habitaciones se encontró a sus compañeros en medio de una sangrienta escena.
La habitación de Zalatayid era una de las 'buenas' de la posada. Grande, con un amplio ventanal - ahora roto - que daba a la plaza, una cama doble con un buen cofre de viaje e incluso una gran bañera. Había también una mesa y un par de sillas en una esquina. Ese tipo de habitaciones suelen ser las preferidas por mercaderes que dirigen caravanas para descansar pero también para organizar el plan de viaje hacia nuevos destinos.
La decoración era, como en el resto del lugar, sobria. Unos cuadros con escena de caza, unos tapices colgando de la pared, una alfombra mullida. Todo estaba un poco manchado de sangre ahora y dos cadáveres deslucían el aspecto general. Pero seguro que con un buen fregado Shen podría alquilar la habitación antes de que llegasen las caravanas de media tarde.
Zalatayid estaba sentado en una silla junto a la cama. Alguien le había atado las manos a la espalda, por detrás del respaldo, y tapado la boca. También se habían aplicado afanosamente a torturarlo. Costaba reconocer en aquel montón de carne hinchado y amorotonado al sobrio mercader que les había dado el encargo días atrás.
El otro muerto estaba en el suelo. Esparcido. Es decir: el cuerpo estaba acostado en el suelo en una incómoda posición, pero la cabeza era otro tema. La cabeza se repartía de forma caótica alrededor. Algún trozo de seso había llegado al techo. Al enano no le costó deducir que alguien le había aplicado la presión suficiente en el cráneo para unirlo contra la madera del suelo y repartir el resto en una explosión de dolor. La presión que podría aplicar la maza que Grunt llevaba colgada del cinturón y que, por cierto, todavía tenía unas manchas rojas que el enano sabía que eran difíciles de limpiar. Ante la mirada inquisitiva del enano el gigantón sólo dijo:
- No obedeció la orden de quedarse quieto.
El resto del grupo estaba hablando en el momento en que Gromenauer llegaba. De hecho Rathikus comentaba:
—Sé que no te caía demasiado bien, pero deshonras el vínculo que nos une como aventureros al saquear el cuerpo inerte de un compañero. ¿Es que acaso no tienes honor, Roark? Eso que acabas de ocultar en tus bolsillos, no te pertenece. En todo caso deberíamos guardarlo nosotros, para oficiar los ritos funerarios apropiados, ¿no es así, querido Dworkin?
¿De qué hablaban? ¿Quién no les caía demasiado bien?
Seguimos en Rescisión del contrato.