Partida Rol por web

Roark seguía corriendo en dirección a la cabeza restante cuando a su espalda oyó a Gromenauer diciendo algo de que no se quedara parado y de que tenía un plan. Mientras se preguntaba mentalmente cuando le habría visto Gromenauer quedarse quieto en medio de un jaleo como aquel, los morbellinos y los perros-araña desaparecieron tragados por el pantano o fueron estrangulados por lianas. Mejor. -Yo también tengo un plan.- dijo mientras llegaba a la altura de las cabezas y se ponía a buscar los ojos en el pantano.

—Entonces tenemos el mismo plan —dijo mientras sacaba la piedra Gromenauerfal, la piedra explosiva que habían conseguido en aquella guarida de aquel alquimista. Que, casualmente, se parecía a aquellas joyas. Solo que la piedra era menos pura. ¿Tal vez la piedra que sujetaba el enano era un burdo intento de aquel alquimista por destilar esas joyas? ¿Por eso el gnomo, cuando la taso, dijo que no valía nada? ¿Porque sólo era una imitación?

Aren observó como el fiel Rakard recibía varios cortes de las extrañas criaturas con algo de arrepentimiento. Lo cierto es que, enfrascado en el emfrentamiento como estaba, ni había tenido tiempo de preocuparse por su animal. Sin embargo, aunque hubiera preferido alejarlo de la zona combate, lo cierto es que no podía hacerlo. No mientras los morbellinos y los perros infernales siguieran rodeando a sus "súbitos" — Rakard, ve. Ayuda a Morkai — le gritó al darse cuenta que las enredaderas de Erawen le daban algo de espacio.

Sin embargo, incluso ocupado como estaba en lanzar flechas llegó a escuchar a Kraken mientras nombraba la flauta del fauno "¿La qué?" se planteó momentáneamente antes de entender a que se refería. Lo cierto es que nunca habían descubierto exactamente como funcionaba, pero la situación no podía empeorar demasiado... o por lo menos eso esperaba.

Sin detenerse a pensarlo buscó en su morral la flauta dulce con que el fauno había convocado, eso habían supuesto en su momento, a los mordedores que los habían atacado y, con determinación, la puso en sus labios e intentó hacerla sonar. Para su sorpresa, pese a su casi inexistente oído musical, de la misma surgió una melodía bastante armoniosa. Junto con la música, brotaron del suelo unas enormes bolas de piedra llenas de puntas y comenzaron a rodar por el claro, realizando violentos quiebres cada vez que un enano, o un "amigo de los enanos", se encontraba frente a ellas.  

Sin embargo, las piedras rodantes no esquivaban al resto de los presentes. Ni los perros infernales, ni los mordedores parecían ser un problema para los extraños proyectiles que rodaban por sobre ellos, clavando sus puntas mientras giraban.

— Funcionó — exclamó, sorprendido, el explorador — Aunque no sean mordedores — añadió pensativo — Pero supongo que sirven igual — completó con una sonrisa antes de continuar tocando, al darse cuenta que, en cuanto dejaba de hacerlo, las pintas rodantes dejaran de moverse, y clavarse, en las criaturas que estaban impidiendo que se enfrentaran al caballero de las tormentas.

Las cosas estaban cambiando. La balanza se inclinaba a su favor. Aunque la victoria parecía estar cerca, no había que confiarse. No todo estaba decidido. Oten examinó el escenario. La batalla parecía centrarse en Morkai y su sangriento cuerpo a cuerpo con el Caballero. Allí se decidiría el devenir de los acontecimientos. El sacerdote caminó hacia el semiogro. Comprobó que aun estaba herido así que, aprovechando el propio devenir de la escaramuza, volvió a tocarle. La bendición de Kramor seguía fluyendo a través suya con facilidad, prueba de que Morkai seguía contando con el favor del Dios. 

Sin embargo, aquel movimiento fue predecible para los enemigos.  Un perro infernal saltó sobre el sacerdote  cuando éste curaba a Morkai. El sacerdote nada pudo hacer para esquivarlo. El animal consiguió herirle en el costado. No era grave pero dolía. 

Los dioses contemplaban la batalla dando vueltas alrededor de la mesa donde el mapa viviente de Zork mostraba el evento. Desde allí arriba las cosas se veían en perspectiva global. Fue entonces cuando vieron que del suelo salían las bolas de pinchos y empezaban a reventar a todos los morbellinos y perros infernales que, ahora, escapaban en desbandada.

Los dioses no pudieron evitar lanzar varios gritos e incluso Kramor aprovechó la ocasión para abrazar a Asindara de forma tan apasionada que la diosa de la Magia sonrió pensando en que podría haber plan después de aquella batalla.

—Pero aún no lo han matado.— era la insidiosa voz de Zwagonard, ese gélido siseo parecido a lo que se escucha cuando te despiertas tras una pesadilla en un sitio que no conoces y te impide volver a dormir — Y ha aprendido a luchar en el barro.

El dios de los aventureros miró la escena:

—No veo a Stela, la mercenaria ¿dónde está?

Los dioses se aproximaron más para ver el desenlace de aquella batalla.

Oten había logrado lanzar otro conjuro de curación a Morkai en el mismo momento en que el Caballero Trueno lo había abrazado con su armadura de pinchos. Al carecer de casco el daño que había infringido el semiogro a aquel Campeón del Mal parecía haberle causado bastante dolor. Pero entonces, cuando todavía estaban abrazados, un rayo fulminó desde el cielo a la pareja de luchadores.

El gigantesco Caballero se separó del semiogro con renovadas fuerzas para luego agarrarlo por la cintura y elevarlo sobre su cabeza, lanzándolo contra Noren que se aproximaba a la batalla. Lejos de haberse visto afectado por el rayo parecía que la electricidad le había dado nuevos bríos. Las nubes de tormenta se arremolinaban ahora sobre el campo de batalla, dispuestas a dejar caer sus rayos mortales.

La carnicería era cada vez más insoportable.

Cada vez llegaban más morbellinos. El resto del grupo tal vez no lo notara pero un flujo constante de tropas enemigas llegaba por una franja de terreno ligeramente más firme que el resto del pantano. Inicialmente, habían colocado allí una trampa de foso pero los morbellinos la habían superado a base de llenarla con los cuerpos de sus congéneres.

Era Stela la que impedía que llegaran más allá. 

Su armadura colgaba hecha retales de sus hombros. Su escudo estaba astillado y había perdido completamente su forma. Su melena era un amasijo de sangre y porquería.

Mientras despachaba a un enemigo tras otro notaba sus botas hundirse cada vez más en el fango. Con los dientes apretados, mascullaba un salmo de batalla que recordaba de un sacerdote castrense.

"¿Cuál es tu misión? La muerte es mi misión."

Le dolían los brazos de blandir espada y escudo. A ambos lados, el agua estaba roja de sangre.

"¿Cuál es tu deber? ¡Morir es mi deber!"

Roark miró a Gromenauer y se encogió de hombros -Vale, siempre tenemos tiempo de lanzarle una de las caras.- Agarró la piedra la ató a la punta de una flecha apuntó y disparó...

Morkai se piñó encima de Noren y cayeron en un revoltijo de miembros y sangre. Ahí había sangre para dar y tomar. Escupió la nariz del Caballero Trueno Sin Nariz (a partir de ahora C.T.S.N., que terminamos antes) y, en el calor de la batalla, sabiendo que le iba a caer un rayo si o si, imitó punto por punto los movimientos del enemigo: ¿tenía a alguien a mano a quien agarrar y arrojar? Vaya, pues por ahí había un enano.

Era un proyectil de cómodo tamaño para el semiogro. Le agarró por el cinto con una mano y por la chepa con la otra, tomó medio impulso, esperando que Noren entendiera en qué consistía la maniobra y le lanzó un enano rabioso a la cara al maldito caballero. Cosas peores que esa no se le ocurrían para derrotarle.

El enano volaba en dirección al enemigo, y tras él, como cuando a un perro se le lanza un palo, fue el oso, que venía a la carrera hacia Morkai y solamente tuvo que prolongarla en dirección al C.T.S.N.

Pero el peso de un tipo acorazado hasta las cachas, por muy enano que sea, desequilibraría al más pintado, así que con el lanzamiento, Morkai se desequilibró aún más de lo que estaba y quedó tendido cual alfombra a los pies de nuestro malo maloso.

Los dioses miraban la escena.

Era increíble. Épica. De esas que cuentan las leyendas. La lluvia de rayos era imparable pero ¿podría el enano terminar lo que el semiogro había comenzado? ¿Sentenciarían esas flechas aquella batalla? Todo parecía detenido mientras los dioses daban vueltas alrededor del campo de batalla examinando cada posición congelada.

¿Se había escuchado algo parecido a unos dados gigantes rodando o fue el ruido de un trueno?

La flecha con la gema volaba por el aire. El semiogro y el otro guerrero estaban en una épica batalla contra el Caballero de Trueno. El resto se defendía como podía, pero toda la atención estaba puesta en el combate. Así que Gromenauer hizo lo que sólo él y el ladrón podían hacer.

—Recoge eso, anda —dijo mientras se guardaba una de las gemas de Ewandor, mientras señalaba al ladrón las otras dos. Tendría que buscar otro alquimista para que contrastase la piedra Gromenauerfal con esa gema que acababa de coger.

Noren estaba dispuesto a interponerse a cualquier morbellino que apareciera, pero de pronto el pantano cobró vida... y todo ocurrió muy rápido.

La poca luz que había se vio oscurecida como si una gran nube con forma de semiogro se precipitara hacia el enano. Ojalá hubiese sido una nube. Todo el encanto de Morkai cayó sobre el enano que sólo atinó a interponer el escudo como pudo, rompiéndose por el impacto de tanto semiogro encima.

Aún se estaba sacando el barro de la boca, cuando sintió que el suelo caía. ¿Qué estaba sucediendo allí? Y de pronto sintió el aire chocando contra su rostro. Estaba volando. ¿O estaba muerto?

Miró hacia atrás, y vio a Morkai con una sonrisa. Miró hacia el frente y vio al Caballero... sin sonrisa alguna. ¡Estaba volando directo a él! ¡El maldito semiogro lo había lanzado como si de una Slorvit se tratara! Al menos estaba vivo. Por ahora.

Pero no podía perder esa oportunidad. Zanjadisputas no se separaba de su mano, y llevándola hacia su espalda, imprimió toda la fuerza de la que fue capaz sumada a la inercia del lanzamiento de Morkai.

-¡Por Kramor y Aren el Estratega!- gritó el enano mientras surcaba el firmamento...

Roark se guardó las piedras mientras miraba con curiosidad al enano volador. -Los enanos hacéis cosas muy raras Gromenauer...-

Todo sucedió a la vez.

Un rayo cayó del cielo como la venganza de un dios iracundo. Noren volaba con zanjadisputas presta para el ataque. La gema explosiva iba también en camino certero hacia el Caballero Trueno.

El semiogro ya se había movido en el momento en que el rayo impacto en el espacio que ocupaba, por lo que el daño que recibió fue tangencial¹. La gema explosiva², con un trazado impecable, impactó en la armadura del Caballero Trueno Sin Nariz. Su armadura saltó en pedazos dejando un área considerable de carne cancerosa al descubierto. Noren no perdió la oportunidad: zanjadisputas arrasó la carne del Campeón Caído como una fiera hambrienta mientras continuaba su vuelo para aterrizar, de pie, unos pasos por detrás de su enemigo.

El Caballero Trueno quedó un momento de pie, con la mitad de su cuerpo colgando como un colgajo, como si se resistiera a creer lo que había sucedido. Entonces, lentamente, cayó de rodillas y por fin su enorme mole se estampó de frente, contra el suelo, hundiéndose en el barrizal provocado por la tormenta. Las nubes que tapaban el cielo se disiparon con una anormal celeridad.

El sol que apareció entre las nubes iluminó pálidamente aquel campo de batalla. Entre decenas de cadáveres de morbellinos y perros infernales los héroes, ensangrentados y agotados, contemplaban el cuerpo caído de su némesis. ¡Habían vencido a aquellas huestes infernales!

Qué a gustito se estaba tirao en el barro. Estaba fresco y suave. Mmmmmmh.

...

Nah, no podía estar toda la vida tirado como un cualquiera. Se incorporó y escupió una buena cantidad de barro. Estaba casi ciego. No solo del barro, sino de la luz del trueno. En los oídos sentía como un zumbar, y escuchaba un piiiiiiiiiii. Tenía las pocas cerdas que le quedaban de punta, y echaba humo por las orejas. Pero estaba satisfecho. Escupió otra vez, para aclararse la garganta y dijo:

──A Morkai encantar que Planes salir bien.

El ladrón miró a Gromenauer con su sonrisa torcida. -Si es que no sé qué haríais sin mí.- Se echó el arco al hombro y comenzó a alejarse de la cabeza parlante superviviente, no fuera que se tomara a mal lo de llevarse los pedrolos que antes habían sido sus ojos, que había gente que se tomaba mal esas cosas.

A medio camino del cadáver del caballero aquel respiró hondo y añadió con aire solemne -Mi trabajo aquí ha concluido.

—¡Pues no lanzar mi piedra, imbécil! —gritó enfadado el enano cuando vio que lo que había lanzado era su piedra Gromenauerfal y que otra de las gemas de Ewandor seguía en el suelo—. ¡Ahora voy a tener que recoger todos los fragmentos para volverla a montar!

Mientras decía esto, el guerrero recogió la piedra del suelo. Tampoco era plan de dejarlo en el suelo.

El caballero Trueno hincó la rodilla. Había sido derrotado. ¡Al fin! Oten bajó los brazos. Estaba agotado. Tomó aire y observó el campo de batalla. Los cadáveres retorcidos de Morbellinos y perros infernales cubrían el pantano. El sacerdote repasó con la vista a sus compañeros de viaje: Aren, el nuevo rey. Noren, Stela y Kraken y también a Roark y Gromenauer. Todos parecían estar sanos y salvos ¿Y Morkai? Allí estaba, aparte del barro, el semiogro estaba perfectamente.

Entonces escenas fugaces de los acontecimientos vividos durante el viaje acudieron a su mente. Recordó el momento en el que Alten les encomendó la tarea de viajar hasta el Valle de los Sueños en la Sala Principal del Clan de las Tormenta, de su visita y pesquisas en la ciudad humana de Gaënor, de la batalla contra los hormigombres y del enfrentamiento bajo el Paso de la Gran Calavera con el primigenio.

¡No habia sido fácil pero, por Kramor, habían completado la misión!

¡Regresarían a casa con honores y bajo los vítores a un nuevo Rey Enano! 

Al notar que las piedras rodantes con pinchos habían cumplido con su misión, Aren dejó de tocar la flauta. Con sorpresa miró a su alrededor y descubrió que sus compañeros habían logrado lo que parecía imposible. Habían derrotado al caballero de las tormentas.

Cansado, el explorador se dejó caer en el piso, apoyando su robusta espalda en los restos de un arbol, mientras emitía el silbido que solía usar para atraer a su lado a Rakard.

— Lo conseguimos — atinó a decir mientras miraba a su alrededor, sin terminar de creérselo — Acabamos con ese engendro — insistió, suponiendo que si lo repetía lo suficiente, la idea terminaría por entrar en su cabeza.

El nuevo soberano fue consciente, poco a poco, que su reinado duraría algo más que unos minutos. Quizás sería realmente el primer rey enano que prefería el arco a las hachas. O que era acompañado por un oso en vez de un consejero.

Aunque no podía descartar a los que DEBIAN ser sus consejeros. Tanto a los enanos como a los de otras razas. Todos le habían ayudado a conservar su corona. "Si es que esa corona existe" se planteó repentinamente, dándose cuenta que no sólo el mismo no terminaba de convencerse de su investidura, sino que probablemente el resto del clan, de los clanes, tampoco lo harían.

"Ya pensaremos un plan" no puedo menos que pensar mientras observaba a su alrededor, tratando de olvidarse de los problemas que tendría en el futuro para concentrarse en la tranquilidad de la que podía disfrutar en ese momento.