Partida Rol por web

– Tu escudo viene en camino, lo he visto – exclamó el antiguo ladrón – así fue hecho. Si consigues el martillo que le acompaña, serías imparable. En el momento de mayor desesperanza, llegará a ti – concluyó no siendo tan claro.

– Yo trabajaré en varias trampas, tengo mucha experiencia en eso, igual examinaré las vuestras e intentaré mejorarlas. Aren – exclamó Kraken sin importar que el enano fuera rey, pues una pieza del destino no era más que eso, una pieza – sugiero formar líneas, Gromenauer, Noren y Stela al frente. Oten detrás lanzando todo lo que tenga, que los dioses sirvan para algo, a ellos también les debería importar todo esto, así que ya es hora de que dejen de estar fisgoneando y se pongan a trabajar. Roark estará conmigo en la retaguardia, al menos en un inicio. El rey debería estar en movimiento esperando el mejor momento para atacar. A Morkai metanlo en un hoyo profundo, para que no le vean y que así no pueda golpearlo la primera ola de grandes descargas que seguro nos aturdirá. En cuanto los rayos secén, el será la clave para mantener la lucha – el portador de caminos había visto algunos destinos, algunas posibilidades, formas borrosas, formas confusas. Bien podría equivocarse, pero su mente siempre buscaba encontrar la pieza clave de todo. Y la había, no en los objetos si no en las acciones, pues cada acción en el momento oportuno habría un nuevo camino.

– Tempest, ha llegado el momento de luchar, toma tus armas y prepárate. El destino confía en ti. Cuando todo comience huye, que el enemigo crea que eres el mismo que fuiste antes, un cobarde que no pudo ayudar a sus seres queridos y que se dejo derrotar ante la adversidad. El destino quiso que te salvase la vida. Es hora de que renazcas y salves a aquellos que amas. Cuando llegue el momento y estés lo suficientemente lejos, cuenta tres tormentas, en ese momento regresa, muévete entre las sombras, y espera el momento para atacar. Tu corazón te dirá cuando es el momento indicado, y cuando llegues, no te detengas ante nada, aun cuando te cueste la vida – sentenció Kraken, aún sin saber si aquel destino era el indicado o si aquellas palabras forzarían al humano a tomarlas.

– Todos los que lleven armaduras pesadas, pongan tela o piel entre su piel y la armadura, más de la que siempre lleven, que su piel no entre en contacto con la armadura o los rayos les devastarán. Si se aíslan lo suficiente, los rayos pasarán por su armadura directamente al suelo – o quizá no, todo dependía de la intensidad de los rayos.

Kraken se sentó entonces en el suelo y de su mochila dejo caer una gran cantidad de pequeñas piedras de cristal alma que había tomado de aquella cueva. Firfin las había tomado para hacerse rico, pero el portador de camino había visto un sendero en ellas. – Aren, haremos flechas con esto; flechas de cristal alma. El rey también debe tener un arma especial. Con el resto, haré una trampa especial para el momento indicado – puntualizó.

Ponderando su martillo, el enano contestó—. Pues espero que el gnomo que me lo hizo también pueda mejorarme el martillo¹. Pero mientras, es lo que hay —terminó diciendo mientras examinaba el terreno buscando las ventajas que este le proporcionaba.

Pero fue cuando mencionó a los dioses, cuando algo molesto, respondió—. Los dioses no pueden hacer nada. Por eso estamos aquí. Para que los dioses pudiesen actuar deberían haberse quedado en este mundo, aceptando la mortalidad. Y todos prefirieron marcharse, que derrurir sus tronos en el panteón²

Roark estaba ya retomando su retirada estratégica cuando el colega de profesión, ahondando en su estafa, le dio un papel en la escabechina que, al parecer, se acercaba... -Eeeeeeeeem... Sí claro claro, un gran plan. Yo mejor me escondo por ahí para atacar por sorpresa con un flechazo ardiente cuando llegue el momento.- la mano De Roark señalaba vagamente hacia la retaguardia de lo que los estrategas habían marcado como "el frente". Echó un vistazo rápido en la dirección de su mano. -Allí, tras esa roca es el sitio perfecto...

Luego cayó en la cuenta de una cosa. Si tenía que pelear, las trampas mejor que las trampas fuesen buenas. Suspiró resignado -Echaré antes un ojo a las trampas que algo de estas cosas sé... Por cierto, ¿esos bichos están vivos? Para saber qué venenos usar en las flechas lo digo...

Encantado, la verdad, aunque al enano recién coronado rey se le hubiera olvidado que la libertad esa ya se la habían dado antes, fuere lo que fuese. Le iba pillando el tranquillo a eso de ser gente lista, je. Uno ofrecía toda clase de cosas guapas pero inasibles. Invisibles. Algo así como inexistentes. Humo. O sea. De pronto le entró una duda: acababa de ganar como tres títulos o así. Asesino de Dioses (joer, cómo molaba ese), Dueño de Su Destino y Amigo de los Enanos.

A cambio, se esperaba de él que siguiera El Plan. Eso consistía, en este momento (El Plan era algo hacer lo que en cada momento les diera la gana a otros, estaba claro), en meterse en un  hoyo para esperar a que pasaran los rayos de la tormenta y pudiera salir. Y por la cantidad de cosas que le acababan de regalar, el tipo ese de las tormentas tenía que ser un enemigo tocho de aupa.

Su arma no tenía nada de hierro. La maza de madera que le habían fabricado era ideal. Pensó y pensó. Se había vuelto dubitativo Morkai.

A Morkai le gustaba el peligro. Oh, si.

Y, sin embargo, seguía curiosamente dubitativo. Dudaba, dudaba, dudaba...

Stela dejó su mochila entre las raíces de un árbol. A continuación, reajustó una vez más las correas de su armadura: seguía dañada pero, aunque le protegiera menos, prefería que no se le enredara en mitad de una refriega. Comprobó el escudo.

Examinó dubitativa el filo de su espada antes de darle una última pasada con la piedra de afilar. A continuación, se ató el pelo de nuevo para asegurarse de que permanecía en su sitio (por suerte, lo llevaba tan sucio que prácticamente se sujetaba solo).

Por último, se fue tras unos matorrales a relajar sus intestinos. Siempre, siempre había que entrar en batalla meada y cagada.

Se situó junto a Noren y el otro enano, el llamado Gromenauer. Les sacaba cabeza y media a los dos pero eran sólidos como rocas. Si se agachaba tras su escudo era como estar entre las ruedas de un carro.

Escupió a un lado.

-Estoy lista. Ya pueden venir.

Noren aún seguía aturdido por tanta información. Kraken era más de lo que parecía. Aren era el nuevo Rey de los Enanos. Oten su fiel consejero. Él mismo era el protector. Gromenauer un paladín. Ya no podía seguir el ritmo, estaba viejo. Su cabeza aún daba vueltas cuando se acercó a Aren.

-Aren... alteza- farfulló, sin saber muy bien cómo tratar a su compañero de combates y aventuras -Mi escudo y mi hacha están a tu servicio, como siempre lo estuvieron- sonrió y se llevó la mano al ausente casco que había perdido en la cueva -Retendré todo lo que pueda a ese Caballero, pero tienes que salir vivo de ésta, sino todo lo que hemos hecho será en vano-

Miró hacia las nubes, hacia los rayos que se acercaban velozmente.

-Si un combate singular es lo que hace falta, aquí estoy para cumplir mi destino. El mío es protegerte, y proteger a los nuestros. Si dices que el Caballero no puede rehusar un combate singular, entonces les quitaré de encima al Caballero.-

Su voz era solemne, más que de costumbre. Se daba cuenta que estaba en un punto de inflexión en su vida, y en la vida de todos ellos. Sentía como si las páginas de un extraño libro imaginario se fueran acabando, y estuvieran llegando a un epílogo digno de ser contado. Tal vez estaría en él, tal vez no, pero tenía que cumplir su destino. Por algo lo habían elegido, y Ewandor había sido claro.

Y se dirigió a los demás.

-Yo me enfrentaré al Caballero. Los demás, protejan al Rey de cualquier esbirro que pueda traer con él- dijo con fuerza -Me ocupo de ése- señaló hacia las nubes de tormenta -O al menos les daré tiempo-

Se acercó a Oten.

-Ha sido un gusto luchar a tu lado, hermano- lo tomó del antebrazo, aún sabiendo que el clérigo no pertenecía a la Legión -Que Kramor guíe nuestro brazo y temple nuestro cuerpo-

Luego miró hacia lo alto, hacia Morkai.

-Has crecido, Morkai, has crecido... pórtate bien, ¿de acuerdo? Recuerda: si sigues un plan, tienes que hacerlo con disciplina. ¿Protegerás a Aren si no estoy?-

A Kraken le hizo un gesto con la cabeza, no era necesaria demasiada ceremonia con el humano, aunque ahora fuera algún tipo de avatar o vaya a saber qué. Y ni hablar al que andaba con Gromenauer, que poco entendía su función en todo aquello. De todas formas, para entender estaba Oten.

Se colocó junto a Gromenauer y Stela.

-Ha sido un gusto pelear con ustedes- y miró especialmente a Stela -Una buena compañera para estos momentos-

Tomó con fuerza su escudo, y movió a Zanjadisputas haciendo algunos giros de muñeca.

-Que venga-

—No seas idiota —respondió Gromenauer ante el ofrecimiento de Noren de luchar contra el Caballero—. Ese ser te destrozará. Lo que debes hacer es distraerle, e intentar que caiga en las trampas. Después, lo que los demás debemos hacer es darle una paliza entre todos en cuanto esté distraido.

—Él es el que tiene el código de caballero, no nosotros —terminó engiéndose de hombros—. Una vez derrotemos al general, será el propio ejército el que se coma a sí mismo intentando liderarse. Por no hablar de las trampas o del propio bosque. Pero en cuanto derrotemos al caballero, habrá pasado lo peor.

Roark se situó en su escondrij... Posición, estaba preparando sus flechas cuando cayó en la cuenta. -¿Qué sabemos exactamente de esos tipos? ¿Están vivos? ¿Son inmunes a algo?- dijo sacando sus viales de veneno con una mano. -Lo digo por si embadurno las flechas con algo que haga más pupa o me ciño al fuego.- con la otra mano situó la antorcha en una grieta de la roca.

Morkai estaba teniendo las suyas con su duda cuando Oten le atacó a traición con un discurso de despedida.

──Oh, no pasar nada, en realidad... ──No. Mejor no le ofrecía el consolamentum ogro, que consistía en hacer ver al que moría que siempre sería parte de la tribu. Ni explicarle mediante qué receta pasaría a ser parte de la tribu. Excepto las orejas, claro está. Las orejas siempre pasaban a formar parte del Poste de Grummush. Las de la derecha en la derecha y las de la izquierda en la izquierda. ──...claro, claro. Muy bien. Morkai seguir plan. Morkai honrado y eso... Morkai contento con Gran Tranca.

Le taptapeó¹ las nalgas guarecidas de hierro, como se hace con los nenes. Es que era lo que tenía a la altura, metido en su hoyo. Era curioso sentirse más enano que los enanos. Sobre todo si te miraban desde arriba y te decían: "has crecido".

Se prepararon para la batalla.

Los enanos, apremiados por el plan de Aren¹, se apresuraron a colocar las trampas siguiendo las indicaciones de Kraken². Roark, por su parte, comprobó que todo estaba en su lugar³. Aún no habían terminado cuando escucharon los aullidos que procedían del fondo del pantano. Los morbellinos que compañaban al Caballero Trueno lanzaban sus gritos de guerra. Todos los que estaban en el claro se prepararon para lo que se esperaba que fuera una batalla definitiva. Incluso Tempest asintió ante la mirada furtiva que le lanzó Kraken.

Noren se ubicó en el centro. Probablemente sus labios musitaban una vieja canción de guerra enana.

Los aullidos de los morbellinos crecieron en intensidad.

Aren acarició la pelambrera de Rakard. ¿Quién sabe que cosas pasan por la cabeza de un rey?

Los truenos se veían ahora claramente acompañados de relámpagos que destrozaban la foresta alrededor.

Oten susurraba una plegaria a Kramor. Pese a lo que Gromenauer había dicho él sabía que los dioses no iban a poder presentarse allí de forma personal, pero para eso estaba él en su representación.

Algunas ramas se rompieron en el borde del claro en previsión de lo que vendría después.

Morkai y Stela elevaron sus armas. Estaban listos.

Ewandor entonó una canción de las Fuerzas. Una canción que ningún mortal había escuchado en siglos⁵.

Entonces fue cuando la horda de morbellinos salió aullando de forma demencial de la espesura. Venían por docenas: criaturas viles, de enormes narices y ojos sangrientos, con armaduras de caparazón y largas espadas estilizadas con dientes de sierra. Aullaban como almas del infierno. Y a medida que avanzaban iban cayendo en las trampas preparadas por los aventureros. Muchos cayeron empalados cuando repentinamente el suelo cedía a sus pies o se levantaban los troncos de pinchos afilados. Ewandor elevaba ahora su canto haciendo que el pantano reaccionase: repentinos torbellinos de agua golpeaban a los atacantes para desbaratar sus filas.

Pero aún así eran demasiados. Ya estaban casi encima.

Y entonces apareció el Caballero Trueno montado en una enorme criatura de dos cabezas. A sus pies avanzaba una jauría de mastines del infierno, peludos y con ojos que se asemejaban a las arañas. El caballero Trueno vestía una armadura imponente y llevaba su rostro cubierto por un casco que no dejaba ver más que el fuego rojizo que brillaba en sus ojos. Elevó un puño y un rayo cayó del cielo fulminando una de las cabezas de Ewandor.

En ese momento algunos morbellinos y canes infernales habían pasado ya la zona de las trampas por los flancos para alcanzar a los defensores. La trampa central era milagrosamente evitada por las tropas de choque ¿había visto eso en el Destino Kraken? Fuera como fuera era el momento de luchar. Los aventureros lanzaron un rugido al unísono, enfrentándose a los aullidos de los morbellinos y los perros infernales.

En los cielos los dioses observaban aquello conteniendo el aliento.

El momento de la verdad se acercaba, las hebras del destino se estaban formando y decidiendo allí mismo. Ante sus ojos. El sacerdote sabía que Kramor centraba toda su atención en aquel campo de batalla. ¿Cuantas veces en la vida de un mortal un Dios se fija directamente en lo que haces? Muy pocas, seguramente ninguna.  

Su pulse se aceleró. La adrenalina se disparó.

Los enemigos aun estaban a distancia. Tenía tiempo para actuar así que se apresuró a marcar con su paso un perímetro alrededor del grupo. Luego invocó la plegaria correspondiente y una luz emanó del circulo marcado en la tierra y también del propio Oten. Sabía que aquello centraría la atención del enemigo en él pero no importaba.^[1]

—Mientras esteis dentro del circulo podré curaros con más facilidad. Recordarlo.— gritó a los demás

Luego, Oten se acercó a Aren y le puso la mano encima del hombro

—Eres el elegido de Kramor para esta batalla. Lidéranos hacia la victoria—^[2] la voz del sacerdote parecía algo debilitada. Seguramente por el esfuerzo hecho al lanzar sus conjuros. ^[3]

Roark levantó el arco y se dejó de florituras: se decantó por las flechas incendiarias. Apuntó hacia los que se acercaban a Gromenauer y disparó.

Eran bichos curiosos. Uno parecía una mezcla entre un orco y un escarabajo (aunque el cerebro de Roark sabía que era un efecto óptico de la armadura. Bueno, su cerebro no sabía qué demonios era un "efecto óptico" pero... Bueno, eso) pero el escalofrío que le entró por la parte de la espalda se lo llevó de todas maneras. Para segurar el tiro, apuntó la flecha a uno de los ojos rojizos que incluso parecían brillar (su cerebro sabía que etcetc). Se le clavó en el ojo y el ser emitió un aullido de dolor muy satisfactorio, pero que le provocó otro escalofrío. ¿Pero qué clase de bichos eran esos?

Iba a apuntar a otro de los orcos raros, pero se comió una trampa de pinchos y quedó empalado contra una roca. Así que se centró en uno de los animales de cuatro patas que corrían babeando hacia la delgada línea enana (lo de delgada era un decir, que los enanos delgados como no eran). El ser parecía que estaba ya calculando donde meterle la dentellada a Gromenauer cuando la flecha ardiente le entró por la garganta. Una vez más el ladrón se preguntó de donde saldrían esos seres tan raros. Algún alquimista o mago borracho había dicho aquello de "sujétame la cerveza enana", seguro.

-Malditos eruditos, siempre montando follones- susurró Roark mientras por el rabillo del ojo se fijaba en que una de las cabezas parlantes había sido fulminada por un rayo del tipo aquel del caballo. Eso le dejó sentimientos encontrados, por un lado con la que estaba cayendo, literal y metafóricamente, que no podía ser el malo el Caballero Soleado, no, tenía que ser el Caballero Trueno, era demasiado pronto como para empezar a tener bajas. Por otro eso reducía la complicación de llevarse un souvenir de allí.

Se apartó el pelo empapado de la cara y buscó otro blanco en el caos que le rodeaba pensando que, si el fulano a caballo se quedaba sin montura, eso a lo mejor le bajaba los humos. O las nubes, vaya.

Aren tragó saliva al ver la locura que se les venía encima.

El explorador no puedo menos que pensar en las figuras heroicas de los reyes enanos de antaño y compararlas consigo mismo. Y salir muy mal parado, por lo menos en su mente, en la comparación. El o usaba ni hacha o martillo con escudo como la mayoría de las grandes figuras históricas enanas. Ni siquiera lanza y escudo como el famoso Kraz LanzaDorada con su lanza mágica. Ni una enorme hacha a dos manos como Bruin Hachagrande que había defendido su reino de los orcos una y otra vez.

El solo tenía su espada corta, que descartó rápidamente por no tener la envergadura necesaria para combatir a las criaturas que corrían a su encuentro, y su arco. Su fiel arco que tantas veces lo había defendido en el exterior de las cavernas. Quizás un arco no era un arma adecuada para un rey enano, pero el arma que ESTE rey había decidido que utilizaría.

Tras su rápida reflexión su mano buscó una de las flechas de su carcaj y se decidió a comenzar a abatir criaturas. Todavía no habían llegado a su posición, pero no iba a permitir que atacaran, tampoco, a sus compañeros.

Sus manos se movieron veloces mientras apuntaba a una de las criaturas que se dirigía hacia Noren. Después de todo el guerrero se había ofrecido para realizar su combate individual y necesitaba estar libre para hacerlo. Lo menos que podía intentar el nuevo soberano enano era permitirle que tuviera el campo libre para dirigirse hacia el caballero de las tormentas.

Si disparo fue preciso y la mezcla de armadura garras con dos patas que se dirigía hacia el guerrero enano cayó despatarrada con el ástil sobresaliendo de su cuello. Antes de siquiera pensarlo el nuevo rey tomo otra flecha y apuntó al extraño perro que lo acompañaba, que cayo tan despatarrado como su compañero.

— Ve por el — le indicó a su compañero mientras felicitándose a si mismo  se planteaba que las palabras del Gronmahuer eran fieles a la tradición enana. El combate individual entre enanos era una cosa. Pero si había un mago en la mitad, cualquier ayuda sería bien recibida, aunque incluyera un flechazo por la espalda a ese Señor de las tormentas — Nosotros nos ocupamos del resto — le aclaró sabiendo para sus adentros que "el resto" no eran solo las otras criaturas, sino cualquier ayuda que le pudieran dar a su fiel consejero de guerra en su combate no-tan-individual.

Stela estaba en primera línea cuando la marea de morbellinos chocó contra el escudo. Había muchos y la lluvia no mejoraba la visibilidad. De repente, la primera línea estaba rota y ella no podía más que hacerse una vaga idea de dónde estaban sus compañeros. 

Uno de los monstruos, especialmente grande, se estrelló contra ella. Sintió un fuerte golpe en la cabeza y salió despedida hacia un lado sin dejar de blandir la espada. Notó que alcanzaba a varios pero no podía asegurar que hubiese matado a ninguno. 

Un hilillo de sangre le bajó por la mejilla. 

Gromenauer estaba levantando su maza cuando vio como los seres que le atacaban eran barridos por los flechazos del ladrón. El ladrón. Eso le recordó que no tenía escudo, así que agachándose, miró al cuerpo sin vida de uno de los seres mitad orco mitad insecto—. Me quedo con esto. A ti ya no te hace falta —dijo mientras arrebataba un escudo de las frías manos de aquella aberración.

Por fin el enano volvía a tener un escudo. Vale que no era mágico y con cuchillas, aunque sí que tenía pinchos. Al menos, serviría. Ahora estaba completo. Y eso le daba una idea. Si esto iba a ser una pelea de caballeros... Necesitaría una montura.

Corriendo a por uno de los seres cuadrúpedos con su escudo por delante, el enano solo tenía una idea clara en mente. Subirse a su lomo y aguantar. Con suerte podría derribar unos cuantos enemigos por el camino, o incluso cuando consiguiese domar a la bestia.

Firfin clamo por huir, aquella era una tontería, no había venido para esto, además no le pagarían, las sales se habían perdido, ya solo le quedaba el cristal alma, lo cual valía la pena para un buen retiro. Si se marchaba ahora podría llegar lejos y alcanzar una buena vida. Aunque antes habría que rajarle el cuello al enano fanático, se las debía.

Kraken tuvo una visión en ese momento, y en ella estuvo plasmada su muerte, o al menos su derrota, no sabía del todo el significado de lo que veía. Pero sobre su cuerpo derrotado vio al caballero trueno, terrorífico y a la vez majestuoso, y tras de él, tomándole la espalda e iluminado por las tormentas, se postraba Tempest listo para atacar. Kraken sacudió la cabeza, estaba confundido, no sabía como llegar ha cumplir aquello, al menos la opción de huir que su otro yo le ofrecía era fácil de llevar a cabo, al menos de momento.

Así, hizo girar su honda y atacó cuantas veces pudo, esperando que la noche le permitiese la victoria. – Ewandor, antes de que sea el fin dime – le habló Kraken – ¿cómo destruyo a ese caballero?, ¿qué camino he de seguir? – le preguntó.

Del hoyo salió un grito horrendo, vibrante, morrocotudo, de esos que destrozan las meninges y hacen reventar los tímpanos. Dos cabezas destrozadas volaron fuera, cada una con su estela de sangre y cositas grises.

El grito decía:

¡¡¡STEEEEEEEEEEEEEE...

Aumentaba en intensidad hasta provocar un dolor exquisito, que hizo que casi todo el mundo alrededor se tuviera que parar a taparse los oídos. El grito de batalla tradicional de la tribu, aquel con el que desafiaban a sus enemigos, había quedado olvidado, pues ahora tenía uno nuevo, un nombre que infundiría terror a sus enemigos. Un grito que en su boca, hacía sangrar, un grito reventador de tímpanos. Ya no tenía dudas...

...EEEEEEEEEEEEEEELAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!!

¡Sabía cuál era el plan! ¡Había leído entre líneas! ¡No, si en el fondo Morkai era un tipo astuto!

Estaba claro: ¿por qué, al ser elegido rey, el enano le había dado la libertad que ya le habían dado antes? ¡El Plan! Había sido una astuta maniobra para dejar que Morkai hiciera lo que quisiera, libre por completo. Y Morkai todavía (dentro de su hoyo) no había visto al menda, pero le estaban entrando unas ganas de darle una hostia que...

Sujetando todavía de una pata el cuerpo destrozado de uno de los perros, aupado por sobre la carroña que acababa de hacer con el morbellino (eran sus cabezas las que habían salido volando del hoyo), surgió de las entrañas de la tierra como un monstruo vengador cubierto de sangre y trocitos de cerebro. Su estatura lo elevó también sobre los morbellinos que, de pronto, le miraban sorprendidos.

Delante de él, la trampa más gorda de todas, la que todavía no había sido descubierta.

──¡TU! ──Señaló con su maza al caballero del trueno. ──¡INDIVÍDUO! ──Otra vez ese terrible insulto. Morkai creía que era un insulto gravísimo. Jamás lo había vuelto a escuchar. ──¡MORKAI DESAFIAR PELEA!

Stela se vio un momento confundida en medio del combate. Recibió un golpe que la desestabilizó pero pronto se recuperó para ensartar a uno de los morbellinos. Una piedra del alma cruzó volando sobre su cabeza para derribar a otro que ya estaba encima de ella. En medio de la confusión vio a Kraken lanzando estos preciados cristales contra los enemigos. Otro de ellos impactó en uno de los oponentes de Morkai. ¡El semiogro barría gente a su alrededor como enloquecido, haciendo saltar cabezas y brazos por los aires! Desde que había empezado aquella aventura jamás lo habían visto así. Pero no había tiempo de alabanzas ¡el combate continuaba!

Fue sorprendente ver como Gromenauer se agarraba a la pelambrera de uno de aquellos canes infernales. El enano lo ponía todo de su parte pero el monstruo se resistía. Aún así logró aferrarse al bicho pero, a cambio, perdió el escudo que acababa de conseguir. ¡No ganaba para escudos en aquella aventura!

Un rayo cayó del cielo y fulminó otra de las cabezas de Ewandor. Roark no pudo evitar desviar la vista hacia las joyas que adornaban la madera. ¿Serían órganos vitales? Demonios... parecían zafiros del tamaño de cabezas humanas. ¡Céntrate Roark! ¡No es el momento! Por desgracia esa distracción también hizo que Tempest se girase hacia atrás confuso. Luego su mirada bajó a su pecho. La larga espada-lanza de un morbellino sobresalía de su pecho como un nuevo apéndice. La inmunda bestia había aprovechado la oportunidad para cercenar la vida de su oponente. En ese momento Kraken supo que no era omnisciente y tuvo un momento de duda: ¿cuánto era Firfin y cuánto era Kraken? ¿Jugaban los dioses con sus visiones? Oten había dicho que los dioses estaban de su parte pero ¿qué dioses? ¿y si había más?

Noren se preparó para enfrentarse al Caballero Trueno cuando, sin previo aviso, se escuchó la bravata de Morkai por encima de todo aquel barullo. ¡El semiogro había cambiado el plan! ¡Ahora era él quien atraía toda la atención del Caballero Trueno! Hubo un momento de confusión mientras el Caballero embestía a lomo de su bestia contra Morkai. Entonces el suelo cedió bajo los pies del monstruo haciendo que la enorme criatura se hundiera en el foso de cristal alma y maderas afiladas. El jinete, sin embargo, había saltado a tiempo para encararse a Morkai y aunque herido por la caída lanzaba ahora una finta buscando el cuello del semiogro.

—¡Estúpido escudo! —gritó el enano al ver cómo el escudo salía despedido de sus manos mientras montaba a la criatura. Instintivamente hizo el gesto de recuperarlo, pero claro... No era su escudo—. Estúpido Roark...

Pero ahora tenía lo que quería. Una criatura con la que cargar al Caballero del Trueno. Cuando lo buscó, vio que ya estaba enzarzado en el combate contra el semiogro. Le parecía normal, al fin y al cabo era el más idiota de todos. Por muy grande que fuese, ese ser le destrozaría.

—¡Ahora! ¡Es el momento! —gritó el enano al resto mientras azotaba con el mango de su martillo a la bestia para que se diese prisa. Su idea era estamparla contra el Caballero, para además de causarle daño, que tuviese una distracción que Morkai pudiese aprovechar.

Seguro que el peso de un perro infernal y un muy recio enano con una armadura pesada a toda velocidad le dolería a aquella cosa. Y esta era la primera de las torturas que el enano tenía pensadas para el heraldo de los azotamentes...

Roark vio por el rabillo del ojo como otra de las cabezas era fulminada y apuntó mentalmente donde caían los pedruscos, pero lo primero era lo primero: el tipo con armadura hasta para los dientes. El semiogro se había puesto chulo y Gromenauer, oliéndose la tostada, o más bien la paliza que le iba a meter el jefe de los malos, decidió embestirle con un perro salvaje de aquellos.

El ladrón echó otro vistazo hacia las joyas y meneó la cabeza suspirando. En cuanto lanzase aquella flecha iba a ser el centro de atención de muchos de aquellos seres que les estaban atacando, escabullirse hacia las joyas y luego hacia su ruta de escape iba a ser complicado. Pero qué demonios, habría que echarle una mano a aquellos enanos, ¿no?

Encendió otra flecha en la antorcha mágica, apuntó con cuidado a la ranura del ojo izquierdo del caballero aquel y disparó... La priera flecha falló así que tuvo que disparar otra.

La segunda flecha alcanzó al tipo. -¡EH! ¡CHISPITAS! ¡NO TE METAS CON MI AMIGO GROMENAUER!