Partida Rol por web

Oten estaba sentado en cuclillas. Sujetaba en su mano un cuchillo en cuyo extremo había pinchado un buen trozo de carne de cabra. Había seleccionado carne de la zona de los cuartos traseros. Era la parte más sabrosa o eso tenía entendido.

—Aún nos queda mucho viaje.— Dio un bocado. La carne estaba tierna y era muy sabrosa.

—El sabio humano nos indicó que fuéramos por las colinas. En esa dirección. —Se giró sin levantarse y señaló hacia el nordeste. ^[22,6]

—Debemos evitar el pantano pues está habitado por los espíritus de los krank. Son algo así como ents malditos. Al parecer tienen la costumbre estrangular con sus lianas a los aventureros despistados y se alimentan de sus almas.—

—Justo al norte de esas colinas debe haber una pradera^[24,8]* . Cuando la alcancemos debemos girar al sudeste y entonces sí, nos adentraremos en el pantano. No será mucho. Sólo unos pocos kilómetros. Debemos localizar las ruinas de una vieja aldea llamada Skira. Es un poblado de bárbaros que huyeron de la zona hace mucho.—

—Allí deberíamos encontrar a quien estamos buscando.—

Las miradas hacia Stela del humano ese, Rorark, o como se llamara, estuvieron a puntito de encontrarse con el hueso mordisqueado de una cabra diabólica de esas. Más concretamente, el hueso pudo haber contactado con su entrecejo a velocidad de crucero muy respetable, y con una inercia no menos intensa. Pero de pronto, Morkai, que estaba poseído por un instinto protector con respecto a su maestra en las ignotas posibilidades y sutilezas de la ciencia de "Seguir Con El Plan", recuperó la poca sensatez que tenía antes de su encuentro con los siervos del Asco Reptante.

Tener el hueso alzado por encima de la cabeza, como si uno fuera a descargarlo sobre su compañero de campamento es una situación algo embarazosa, pero Morkai estaba muy versado en esos bretes de corte social, de los cuales la historia de su infancia estaba bien provista. Se limitó a mirar sonriente (bonita sonrisa con la boca abierta, restos de cabra diabólica y todo un mundo de texturas y aromas) y a hacer como que usaba el hueso para rascarse ese punto de la espalda donde a todos los humanoides nos cuesta tanto llegar.

──Ah, ──se limitó a decir a Roark, ──a Morkai gustar comida.

¿Cuál sería el siguiente arcano de El Plan?

──Ser bonita noche. ¿Verdad?

Noren estaba con la atención prácticamente sólo puesta en la comida. Entre salir de toda la situación con el llamado Oscuraverme y la espera hasta que Aren trajera junto con Morkai las cabras demoníacas, no se había dado cuenta del hambre que tenía. Y era mucha.

Pero en un momento de lucidez vio cómo el semiogro levantaba el hueso y miraba a Roark, quien peligrosamente (con sólo hablar podía ser peligroso) se dirigía a Stella.

-No, no... no se hace eso...- le susurró mientras se paraba para buscar otro pedazo, y aprovechó a que estaba sentado Morkai para ponerle una mano en el hombro -En cierta manera son nuestros invitados-

Y retiró un buen pedazo cortado con el hacha, que lo hacía con una facilidad que demostraba su filo a ojos vistas.

-Linda noche... así es...- y volvió a enfocarse en masticar y tragar.

Y a fe que fue una linda noche. Y tranquila.

Porque hasta los héroes necesitan de vez en cuando recuperarse de titánicos enfrentamientos con un siniestro primigenio. Se repartieron las guardias y descansaron. Fue un descanso sin sueños ni pesadillas, un descanso reparador.

Al día siguiente se levantaron con el repiqueteo de una fina llovizna sobre las piedras. Era de ese tipo de lluvia que por no descargar del todo amenaza con ser continua durante toda jornada. Por costumbre se levantaron con la intención de organizar las mulas pero, evidentemente, los animales no estaban. En una esquina, silencioso y hosco, estaba Tempest. Ya no tenía mulas que cuidar y su amigo había muerto durante el viaje. El joven, que hasta entonces había estado siempre animado, mantenía ahora una mirada perdida en la pared de piedra. Sólo se levantó cuando Noren se acercó a él para indicarle que debían partir. Daba la sensación de que si el enano no se lo hubiera dicho se habría quedado en la caverna mientras los demás se marchaban.

—Y ahora, encima llueve —dijo Gromenauer cuando se levantó por fin. Era lo que faltaba. Y para colmo de males, no tenía un escudo con el que cubrirse. ¡Maltido Roark!

Lo único que pudo hacer el enano, antes de partir, es levantar la mano, con la esperanza de que su escudo volviese mágicamente a su mano. Al fin y al cabo, el escudo era mágico. En algún momento el artilugio del gnomo funcionaría. O eso esperaba, porque la fina llovizna estaba empezando a mojarle. Y todavía quedaba mucho para que fuese la hora del baño.

El cielo estaba negro. La lluvia caía y había refrescado. Oten se levantó y comenzó a preparar sus cosas para la eminente partida. Lo hizo en silencio, todavía con el recuerdo de los recientes acontecimientos en su cabeza. Se le notaba intranquilo. Como el que despierta de una noche llena de pesadillas

—Está claro que las provisiones serán un problema a partir de ahora así que opino que deberíamos ir al norte y luego continuar por el bosque que rodea el pantano. Allí será más fácil encontrar frutos y caza que en las colinas. Aren debería adelantarse como es costumbre e inspeccionar la zona. Ya no solo para detectar enemigos sino también en busca de alimentos.—

El ladrón avanzaba despreocupado por lo tocante al clima, pero preocupado por la parte de la compañía: no les conocía de nada y parecían estar lo suficientemente locos como para meterse en una historia como aquella de cabeza.

La mitad de sus propias aventuras ya le parecían locuras, así que no estaba muy seguro de que le agradase tener de compañía a gente tan mal de la cabeza como Gromenauer y él mismo. O meterse de lleno en una de sus historias, ya puestos.

Sopesó la idea de preguntarle a Gromenauer si estaba seguro de si era una buena idea acompañar a sus congéneres, pero la desestimó con un suspiro. Seguro que le parecía una idea estupenda. Aunque fuera por fastidiarle.

Se consoló observando el paisaje. Aquel sitio no estaba nada mal, estuviera donde estuviese, podría organizar un timo para crear un asentamiento. Solo le faltaba un río, un lago o algo así y podría venderlo como un retiro en la naturaleza para ricos. Y si había monstruos mejor: "gran variedad de caza, diversión garantizada"...

La sonrisa torcida de "se me está ocurriendo un negocio infalible" afloró a su rostro.

──Encantado, yo Morkai, ──dijo, cuando el enano ese Gromenagüer, alzó la mano hacia Morkai (era evidente por la diferencia de tamaños que intentaba estrechar su mano, o algo así, dado que si quisiera estrechar la mano de alguno de los otros, no la habría alzado por encima de su cabeza). Tomó la mano que le ofrecía el enano ese tan raro del casco con cuernos y la sacudió vigorosamente.

No sabía que las presentaciones tuvieran que durar tanto y hacerse todas las mañanas.

Con el entrecejo fruncido debido a la llovizna, Stela sopesó su armadura con ojo crítico.

Después del encuentro con aquel ser de pesadilla, había dejado la socialización a sus compañeros y ella se había concentrado en reparar su peto. No era fácil ya que no era un simple agujero de flecha o un trozo arrancado de un hachazo: la armadura parecía haberse "mustiado" a falta de una palabra mejor. Aunque no era nueva y estaba desgastada por el uso continuo, el contacto con el Oscuraverme parecía haberle sentado como si hubiera pasado mil años enterrada en una pila de azufre.

Había dedicado varias horas la noche anterior a remendar y sustituir escamas corroídas junto al fuego a la sombra de Moraki pero no las tenía todas consigo. Periódicamente, había masticado un trozo de carne sin prestar demasiada atención a los demás (¡más enanos!) mientras su mente divagaba sobre las posibilidades que tenían sus patrones de llegarle a pagar sus honorarios alguna vez... (1)

Con un suspiro de fastidio, se puso la armadura y siguió al grupo. A pesar de sus reparaciones, la armadura pesaba menos y se notaba más rígida, como una camisa demasiado sucia.

Periódicamente se acercaba a Tempest para pasarle el brazo por los hombros intentando animarle sin éxito.

— No lo sé — le contestó Aren a Oten — en el fondo de la mochila yo tengo algunas raciones. Y, lo más importante, la carne de esas cabras durará algún tiempo. Por suerte la pusimos a cocinar toda — se explicó — Pero si veo algo comestible intentaré cazarlo — 

El explorador se puso de pie y se preparó para emprender la marcha — Obviamente podéis acompañarnos — les propuso a los dos nuevos integrantes del grupo — Este no parece ser un lugar para quedarse a la espera de que es lo que pueda pasar — se explicó.

— Con suerte en un par de días llegaremos a nuestro destino y tendremos las respuestas que necesitamos. Luego... — encogiéndose de hombros aclaró — Luego veremos como volver. Lo que tengo claro es que no usaremos el mismo camino que a la ida! — completó sarcásticamente.

— Rakard, vamos perezoso — le propuso al oso antes de montar en el — Yo abriré el camino —

En un foso en lo más profundo del plano Onalp Orucso unas sombras siniestras se aproximaban a un brillante escudo de metal. Fue lo último que hicieron en su miserable no-vida porque justo en ese momento el escudo sacó unas cuchillas y como si estuviera dotado de vida propia se fue rodando por el plano, desgarrando a su paso a toda monstruosidad que se encontraba...

Mientras tanto en Zork los viajeros continuaban su camino. La pradera que los aguardaba al bajar de las montañas parecía un paisaje casi amable en comparación con todo lo que habían vivido. Veían hacia el este como el terreno se iba volviendo cada vez más húmedo hasta terminar siendo un pantano. El pantano donde habitaba, según lo que les había dicho el sabio, Ewandor. Claro que era el mismo sabio que había dicho que en las montañas habitaban simples goblins. Igual tenían que charlar con él a la vuelta para explicarle la diferencia entre goblins y primigenios ancestrales encadenados por dioses en eras pasadas.

Pero ahora mismo era mejor mantener la esperanza de que aquel viejo sabía de lo que hablaba y no era un simple charlatán. Al caer la tarde se adentraron de nuevo en un bosque espeso, de ramas retorcidas, que ocultaba el sol sobre sus cabezas. Uno de esos bosques que parecían sacados de las plantillas para aventuras de demiurgos vagos y que a Roark y a Gromenauer, por algún motivo, les sonaba familiar¹.

Mientras avanzaban por el bosque Aren intentaba mantener la orientación para asegurarse de que iban en la dirección correcta².

Aren, montado en Rakard, se mantuvo atento a cualquier peligro que pudiera depararles la llanura y, posteriormente el bosque. El viaje a través de las planicies fue incluso más tranquilo que lo que el mismo explorador hubiera supuesto. La posibilidad de observar a todo su alrededor evitaba que nadie los pudiera emboscar y eso le permitió acelerar el paso. 

Sin embargo, cuando entraron al bosque todo cambió. El sitio sólo podía ser definido como tétrico; incluso para las costumbres enanas. Tan tétrico que, casi sin darse cuenta el enano espoleó a su oso para que apurase el paso y avanzara hasta encontrar algún claro donde poder descansar.

Finalmente encontró un sitio que le pareció adecuado. Por lo menos había un arroyo y era posible observar el cielo, o parte de el, entre las ramas. Descendiendo de su fiel montura esperó a que el resto del grupo lo alcanzase y comentó  — Creo que es hora de parar. Si seguimos caerá la noche y no creo que sea bueno moverse en la oscuridad en este sitio — aclaró — Aquí parece que podremos descansar y prepararnos para seguir en la mañana —

—No me gustan los bosques. No son buenos sitios para acampar —protestó Gromenauer, aunque en el fondo sabía que no tenían muchas más opciones—. Aquí hay muchas criaturas. Muchas de ellas desconocidas, pero esas no me preocupan. Me preocupan más las conocidas. ¡En los bosques, viven los elfos!

—¡Lo último que quiero que me interrumpa el sueño es un estúpido elfo mientras abraza un árbol o fornica con la primera ardilla que encuentre! ¡Estúpidos elfos! —terminando su protesta, escuchó lo que el explorador dijo de acampar allí, así que añadió—. Muy bien. Mientras preparamos el campamento, deberíamos echar un vistazo en los alrededores. No quiero que los elfos nos interrumpan el sueño.

──¡Pero qué tú decir! ¡Elfo bueno! Doradito, con hierbas... Siempre estar llenos de hierbas, traer su propia guarnición encima. Ser muy cómodo. Solo tener que salir a buscar patatas. ¿No haber algún elfo? ¡Yuuuuhuuuuu! ¡Eeeeelfoooos!

Qué poco sabía el bueno de Morkai que entre dos hojas especialmente grandes, lo justo como para tapar a un elfo de tamaño medio, dos ojos indignados observaban.¹

Noren comprendía el resquemor de Gromenauer hacia los elfos... ¡si es que en la Legión era de lo que más se hablaba! Que los elfos eran debiluchos, por lo que si los agarraban sólo había que pegarles en la cara para que se largaran a llorar; que les encantaban los bosques, así que había que evitarlos, y si no se podía, saber que había que poner cebos para elfos... de lo cual no recordaba cómo era.

-Te acompaño- dijo Noren descolgando el escudo, por las dudas -Que tal vez recuerde cómo hacer carnadas para elfos...- agregó pensativo.

¿Cómo era? ¿Verduras? ¿Flores? Mierda... hacía mucho que no releía los Manuales de Acero. Pero bueno, ¿a quién se le ocurría hacer libros de placas de acero grabado? Ya era suficiente con el nombre y las armaduras, como para además agregar libros de acero.

Roark meneó la cabeza. Lo de los enanos con los elfos le sobrepasaba. Tenía curiosidad por saber de donde venía esa inquina mutua, seguro que hacía como dos o tres mil años algún elfo y algún enano habían tenido una discusión tonta por algo y se había ido liando y liando... Pero desde luego él no quería saber nada.

Le echó otra inocente sonrisa a la mercenaria y se dedicó a observar el entorno, que ladrón prevenido valía por dos y había oído historias sobre lobos infernales, esqueletos, brujas invisibles y demonios alados que habitaban sitios como aquel. 

Mientras silbaba una tonada, su mano descolgó el arco de su hombro, casualmente, como si tal cosa. Había algo en aquél sitio que no le gustaba nada. Para empezar: había demasiado silencio para ser un bosque normal e inofensivo.

—No hay muchas más opciones maese Gromenauer. A mí tampoco me agradan los bosques. Demasiado espacio abierto. Al menos Aren ha encontrado un buen lugar donde acampar.— Oten dejó sus cosas junto al cauce del arroyo.  Metió las manos en el agua. Era limpia y fría. Rellenó el pellejo y bebió y después se incorporó. 

Muy cerca de allí, un par de ojos azules acechaban desde la maleza. Estudiaban los movimientos de aquellos extraños. Eran del color mismo del hielo y parecían indignados. Quizás furiosos o quizás no. Era difícil saberlo. Su dueño no era otro que Nerdanel, el Artífice.

Nerdanel ha caído presa del peor de los males para un elfo, la desolación. Sus viajes por el mundo y su contacto con las gentes de Zork, le han hecho caer en un pesimismo que le han llevado a la más profunda depresión: El mal se ha apoderado de todo los corazones y almas de los pobladores de este mundo. No hay salvación. Es cuestión de tiempo.

Hasta que el final llegue, Nerdanel se ha aislado en esta zona. Solo y medio enloquecido, vaga por el pantano. A pesar de ésto, Nerdanel  sigue siendo un poderoso mago. Sólo así se explica que haya podido sobrevivir en este lugar. La magia elfica de Nerdanel se basa en una profunda comprensión del lenguaje de la naturaleza. El sonido del viento, el rumor de los árboles, la lluvia y la tormenta son canciones que el elfo comprende y con las que ha aprendido a sintonizar. El latido airado de su corazón puede hacer que las raíces de ese árbol apresen a su objetivo y el rumor de su voz  provocar que el cielo se llene de nubes de tormenta...

 

Etiquetas: Solitario, ha perdido la razón, muy inteligente,

Instintos: estudiar y analizar sin ser visto, juzgar el corazón de otros y sus acciones, usar la magia para dictar su sentencia. Ser benevolente con quien lo merece...

Movimientos: sepáralos y ponlos a prueba, haz una demostración de su poder de forma sutil y contundente a la vez, muestra el origen de su locura a los demás.

Noren se detuvo en su avance. No porque estuviera pensando en pesados tomos de metal sino porque sus pies estaban enredados en unas zarzas. Lanzó una maldición y apartó el pie sólo para darse cuenta de que otras zarzas se habían agarrado al otro tobillo. No había tropezado con ellas: las zarzas, por su cuenta, lo estaban apresando¹. Cuando abrió la boca para avisar vio que ya no era necesario. De repente el suelo bajo Gromenauer se levantó como si el propio bosque estuviera enfadado mientras una raíces lo elevaban varios metros por encima del suelo agarrándolo por la cintura².

Roark ya se había girado con el arco en la mano pero una ráfaga de hojas secas empezó a revolotear a su alrededor como si de insectos se tratasen. Al ladrón le dio la sensación de que alguien se movía entre los árboles pero ¿dónde exactamente? ¿era una sombra? ¿uno de sus compañeros?³.

El suelo tembló bajo Aren, Oten y Morkai mientras un árbol se les venía encima⁴. Stela  y Firfin miraban alrededor intentando ubicar la posición de los atacantes pero, en realidad, era como si el propio bosque los estuviera atacando⁵.