Partida Rol por web

Tanto el brujo como el bardo pudieron observar cómo una diminuta voluta vaporosa surgía del cuerpo del tal Golyav (como, al parecer, se llamaba el mendigo). La nubecilla poseía vagamente el aspecto de un pequeño mamífero, como una comadreja o un hurón, con retorcidas astas, que se escabulló ante su atónita mirada.

Al parecer, nadie más se percató de la presencia de aquel ser. Ni tan siquiera Hugo o Le Maison.

—Uf, eso ha ido por muy poco. Nunca había visto nada semejante. He expulsado a demonios, diablillos burlones, meigas, brujos con intenciones aviesas... pero esto era otra cosa. ¿Alguna idea, Tancredo? — preguntó Hugo, exhausto. Tanto el brujo como el bardo parecían haber visto algo, y eso le intrigaba.

El exorcista parecía tan mareado como el brujo y el bardo, y el esfuerzo que acababa de realizar le había dejado peor que la resaca de aquella mañana. Sin embargo, parecía más preocupado por el mendigo que por su propio lamentable estado.

—¿Se encuentra bien, señor? Ya ha terminado todo, debería descansar. Cabo Camembert, ayude a este hombre y dele algo de comer, se lo ruego.

Tancredo estaba exhausto y mareado. Se apoyaba como podía en el borde de la fuente para no caerse al suelo al levantarse. Al menos aquel mal aire se había ido ya, fuese lo que fuese.

—No sé, nunca había visto un exorcismo. Creo que tuvimos suerte, podríamos haber muerto todos. Yo digo que nos vayamos a tomar algo, que bien lo merecemos. ¿Quien conoce algún lugar Tranquilo y discreto por aquí?

Luego se dirigió al mendigo, al que parecía conocer:

—¿Golyav? ¿Golyav, cómo te encuentras? ¿Puedes caminar?

Kaleb tuvo que soltar el cuaderno por la presión que sintió en la cabeza. Nunca había sentido algo así, como si algo quisiera expulsar una parte suya, sutil, para poder apropiarse de su cuerpo. ¿Eso era una posesión? Eso parecía.

Cuando finalmente pudo resistirse, vio esa voluta de humo o vapor escapar como esa pequeña criatura.

-¿Qué es eso?- preguntó señalándola con un dedo tembloroso, pero preguntando por el mismo estado de aturdimiento, ya que apenas terminó de decirlo, palabras e imágenes comenzaron a inundar su mente.

Le Maison notó durante un momento como algo maligno y extraño intentaba entrar en su cabeza, pero su Diosa le protegía de cualquier tipo de posesión por esas aberraciones. No pudiendo hacer nada más, sujeto fuertemente al mendigo y esperó que sus amigos tuvieran la fortaleza mentar para aguantar el ataque mientras él se aseguraba de que el mendigo no fuera una amenaza física añadida.

Tras el exitoso exorcismo, Le Maison preguntó a sus compañeros. -¿Todos bien? ¿Alguien necesita ayuda?

Finalmente se encaró con el mendigo: -Cuéntanos todo lo que recuerdes antes de ser poseído, por favor. Es muy importante para evitar que otros pasen lo que tú has pasado.

Os di una acción a cada uno en la última resolución; pero no te preocupes, que un despiste lo tiene cualquiera, ¡xD! Para eso está la Pnjotización.

Por eso esperé una semana a ver si contestabas antes de tirar por ti, vamos.

@Tancredo: tira Desafiar el peligro +SAB (fortaleza mental).

@Le Maison: tira Desafiar el peligro +FUE (sujetar el cadáver).

@Kaleb: de entrada no tienes que tirar nada a menos que desees intervenir. En ese caso deberás tirar Desafiar el peligro +SAB (deberás resistir el influjo del ser que están expulsando) además de la acción que quieras realizar.

Cuando Babaccar hizo el ritual de la tierra con Kaleb, le enseñó parte de su "culto". Los druidas pueden comunicarse con los antiguos espíritus de la naturaleza. Estaban en Zork desde antes de la creación del Velo y se quedarían atados hasta el final de los días, como millares de entidades ligadas a los árboles, a los ríos, a las bestias, a las grandes formaciones rocosas… Puede que esa fuese la razón de que el bardo lo hubiese reconocido en aquel momento, pues ya los había visto durante el rito. 

Tancredo, por su parte, sabe de ellos desde su nacimiento. Como séptimo hijo de un séptimo hijo, su destino siempre ha estado ligado al de las grandes fuerzas de este mundo —para lo bueno y para lo malo—. Quizá no tiene la misma relación con los espíritus de la naturaleza que puedan tener los druidas, pero los conoce realmente bien.

Pero, ¿qué hacía un espíritu de la naturaleza en un centro urbano como Montnoir? Aquellos seres eran fundamentalmente neutrales, atacando solo a aquellos que amenazaban sus delicados ecosistemas; jamás invadían el cuerpo de ninguna criatura. El espíritu que habían visto no pertenecía a aquella ciudad, pero debió haberse visto atraído por alguna fuerza externa, algo realmente poderoso. ¿Era posible que el corrompido hubiese sido el espíritu y no el pobre Golyav?

El mendigo apenas podía moverse, pero respiraba normalmente y parecía estar en mucho mejor estado. Cuando Le Maison le habló, abrió débilmente los ojos.

—La noche se acerca. Rot pozhret nas vsekh! —exclamó, con un fuerte acento rhusiyano, poco antes de desmayarse.
 

Hugo ayudó a Le Maison y a Camembert a levantar el cuerpo de Golyav. Antaño, tal y como Tancredo lo conoció, su cuerpo habría sido mucho más difícil de transportar. Ahora, el musculoso gigantón rhusiyano se había visto reducido a una mugrienta y raquítica sombra de lo que una vez había sido.

—Ahora no puede hablar con claridad, todavía está muy débil; pero mejorará, no os preocupéis. Tancredo, quiero que ayudes al Cabo. Este pobre mendigo necesitará de tus cuidados —dijo dirigiéndole una mirada al brujo cargada de significado. El exorcista también entendía que el rhusiyano iba a ser una importante fuente de información una vez recuperase la consciencia —. Nosotros debemos continuar nuestro camino hacia la Universidad. ¿Necesitas algo primero?

1o: Le Maison lo conoció en su exilio (ver punto 3)

2o: Le Maison y Golyav lucharon juntos en una ocasión en la que fueron emboscados y se salvaron mutuamente la vida, de lo que surgió un respeto a pesar de tener caracteres opuestos.

3o: Golyav en su exilio pasó un tiempo también en las tierras fronterizas, donde conoció a Le Maison. A pesar de su gran capacidad militar, no se adaptó a la estricta disciplina que imperaba en esas tierras debido a los Caballeros del Santo Pendiente, y tras algunos incidentes violentos en los que se mezclaron el alcohol y comentarios sobre alguna mujer casada, decidió poner tierra por en medio tras lo que Le Maison le perdió la pista.

Kaleb se había quedado helado. ¿Cómo es que un espíritu natural como aquel había llegado a una ciudad como aquella? Si hasta Babaccar estaba incómodo en su interior, no se podía imaginar cómo estaría ese ser. Tenía que hablar con el druida, él sabría qué hacer con algo así. De todas formas, no podían ahondar teniendo al Cabo entre ellos.

Cuando Tancredo dijo el nombre del mendigo, Kaleb sacudió la cabeza. ¿Golyav? ¿Golyav el matacaballos? ¡Pero si él había creado ese apodo! Está bien que él no había estado muy contento con su apodo, pero es que ¿cómo iba a saber Kaleb, en ese entonces y con el alcohol ingerido en ese momento, que traducir la palabra "matacaballos" al rhusiyano sonaba parecido a "degustador de caballos"? Esos eran aprendizajes que hizo después.

De todas formas, todo el pasado volvió a ser pasado en apenas una fracción de tiempo, ya que las palabras del mercenario afloraron sombríamente.

-La boca nos devorará a todos...- murmuró traduciendo las palabras del ahora mendigo -Esto no suena nada bien...- agregó acercándose a Le Maison, más instintivamente que por un motivo en especial.

En ese momento se dio cuenta que debía poner por escrito todo eso, o con las emociones del momento se olvidaría. Recogió el cuaderno y el lápiz, pero pensó que sería mejor dejarlo para cuando estuvieran en la universidad.-

-Hermano Belmonte, debería hablar un momento con usted- le dijo el gnomo acercándose a él, mientras guardaba sus pertenencias en alguno de sus numerosos bolsillos ocultos.

El Cabo Camembert ayudó a Tancredo a transportar el cuerpo del maltrecho Golyav hasta las puertas de la Catedral, dejando a Le Maison, a Kaleb y a Hugo frente a la fuente de la Plaza Regia. Ahora ya podían retomar su camino hasta la Universidad. Era evidente que el exorcista no se fiaba de los modales de Tancredo ni de su talento para encontrar problemas. Tanto el Decano como el Patricio eran personas de gran importancia en la ciudad, por lo que debían causar la mejor impresión posible.

Todos parecían preocupados por las palabras que habían escapado de las palabras del rhusiyano. Sin duda, todo un mal presagio para el grupo.

—Dime, Maese Kaleb —dijo mirando a su alrededor. La bandada de curiosos ya se había dispersado y habían vuelto a centrar su interés en la construcción del patíbulo. Al fin tenían libertad para hablar —, ¿qué es lo que te inquieta?

[CABO ALDO CAMEMBERT]¹

Tancredo y el Cabo llevaron a cuestas a Golyav hacia una de las capillas de la Catedral. Los monjes que protegían la entrada no dudaron en apartarse y abrir el pórtico ante la presencia de uno de los guardias de la ciudad. Las pesadas puertas de madera se abrieron con un sonido grave y ominoso, revelando un laberinto de jergones y tapices gruesos sobre los que reposaban cientos de convalecientes. Un atareado grupo de frailes y monaguillos revoloteaba de aquí para allá intentando atender a todo el mundo. Sus pasos y los ocasionales carraspeos resonaban con un eco imponente bajo la gran cúpula de granito.

Según se acercaban a una de las capillas, Tancredo pudo ver el símbolo del pendiente que portaba Le Maison en numerosas vidrieras. Todo estaba decorado con el estilo recargado y puntiagudo de aquel culto obsesionado con la justicia, la luz, y el destino. También habían esculturas de la diosa Lineras, y retratos pintados en retablos, junto con los de los grandes héroes entre los Caballeros de la Orden del Santo Pendiente. En su mirada, retratada con maestría sobre ek bajorrelieve en madera, estaba llena de orgullo —o tal vez arrogancia, como quizá pensó Tancredo—.

Aunque la capilla era mucho menor que la totalidad de la planta de la catedral, parecía mucho más espaciosa debido a la ausencia de gente. Apenas había un par de monjas preparando vendas y ungüentos para los enfermos.

—Tranquilas, hermanas, este hombre está sano —se apresuró a aclarar, ante la sorpresa de las novicias —. Únicamente necesita guardar reposo. 

Cuando se ocupó de que todo estuviese en orden, se despidió de Tancredo y las hermanas antes de desaparecer por la puerta.

Kaleb se acomodó las ropas, ya que no se había dado cuenta de cuánto se habían revuelto entre tanta batahola.

-Lo que salió de Golyav no era un demonio... era un espíritu de la naturaleza- dijo Kaleb en voz baja -De entre todas las cosas que sé, ésta me la enseñó Babaccar. Lo que me resultó extraño, y seguramente a él también le parecería, es que aquellos no atacan salvo que su territorio se vea amenazado... y en este caso, la ciudad, no creo que lo sea- hizo una pausa, sabiendo que lo que decía creaba más incógnitas que respuestas -Pero nunca toman posesión de otra criatura, rompería con el equilibrio natural. Por lo tanto, este espíritu tiene que haber sido atraído de alguna forma... o corrompido-

Había otra teoría que rondaba en la cabeza de Kaleb. Una que se fue formando a medida que hablaba y recordaba las palabras de Babaccar. ¿Y si ese espíritu quería defender algo? ¿Podía ser que abandonaran su neutralidad natural por un bien mayor? No tenía fundamentos para pensarlo, por lo que prefería anotarlo en su cuaderno más tarde.

Apenas pasaron unos minutos antes de que el mendigo abriese al fin los ojos. Todavía estaba bastante agotado, pero desde luego parecía algo más despejado que antes. Las monjas también se habían apresurado a salir de la sala.  Al parecer, se habían excusado diciendo que debían regresar a la nave principal —aunque Tancredo sospechaba que se debía a otra cosa—.

—¡Aghhh! La testa me duele a horrores, joder. ¿Dónde demony se supone que estoy? —preguntó Golyav, con la voz ronca y pastosa.

—Calma amigo, ¿me recuerdas? Soy Tancredo, el curandero. Estamos en la Catedral de Montnoir. Habéis estado enfermo, por decirlo de alguna manera.

Tancredo decidió no interrogar al rushiano, seguro que ya hablaría a medida que fuese recordando cosas.

Golyav intentó, con esfuerzo, abrir todavía más los ojos. Parecía mucho más lúcido, como si simplemente hubiese despertado con una punzante y espesa resaca.

—¿Cu-curandero? ¿Catedral? ¡Ugh! —exclamó frotándose las sienes con sus enormes y huesudas manos —Ahora que lo dices, sí que suena tu cara. Hace tiempo que no te veía las barbas, moi drug. Maldito granuja. ¿Cómo diantre he dado con mis huesos en sagrado?

Tancredo estaba feliz de reencontrarse con un viejo amigo y compañero de fechorías, aunque las circunstancias no eran las más felices.

—¿No recuerdas nada, capitán? Eras víctima de un maleficio. Menos mal que estaba vuestro curandero por aquí, o hubieras tenido un destino mucho peor. Además, no es la primera vez que nos tenemos que acoger a sagrado, ¿recuerdas? Por cierto, ¿qué fue del resto de la compañía?