El cabo Muller no se esperaba el beso y su cara reflejó una muestra de perplejidad y alegría.
Cla... ¡claro! Dijo reaccionando al fin. Mañana por la mañana quedaremos aquí mismo y te contare los avances. Ahora debo irme. Tengo que presentarme ante mi sargento.
Anna pasó el resto del día vagando por la ciudad, haciendo vida de ciudadana. Lo mejor que le podía pasar era que la gente se acostumbrara a su presencia. Que la tengan observada y la hagan parte de la vida cotidiana de ellos. Recorrió la ciudad buscando lugares donde pudiese conseguir comida u hospedaje. Volvió a pasar tambien unas cuantas veces donde se encontraba aquella familia. Un sentido protectorio la llevaba allí una y otra vez, como si quisiera defenderlos de algo.
Pronto llego la noche, Anna había aprovechado el día para conocer la pequeña ciudad y más o menos memorizo sus calles y sus rutas y sus lugares más conocidos.
Una señora que era dueña de un hostal le permitió quedarse allí a dormir si a cambio prometía fregar los platos de después del desayuno del día siguiente. Así que Anna se dirigió hacía allí cuando el sol comenzó a ocultarse.
Postea lo que haces durante la noche y la mañana siguiente.
Luego de terminar sus tareas Anna se dirigió a su cuarto. Tenía unas cubetas con agua sobre una tina y una cama que dejaba mucho que desear. Lujos de guerra. Anná dejó caer aquella agua sobre su desnudez y luego se seco con la frazada de la cama. Volvio a vestirse y con una pequeña manta se abrigo lo mas que pudo.
Al diá siguiente Anna saludo cordialmente a la dueña del lugar. No quizo quedar mal por si tuviera que retornar. utilizo un espejo roto que estaba en la recepcion para distinguir el estado de su peinado. Luego de emprolijarse y de comer un minimo desayuno que le habia dejado la amable señora, decidió partir hacia la iglesia. Hoy vería si Müller era un "Buen agente norteamericano"
El cabo se acercaba sonriente y hizo los últimos metros que les separaban corriendo en cuanto vio a Anna.
¡Hilda! Gritaba mientras corría. ¡El sargento Klink ha aceptado entrevistarte!
Müller corrio hasta ella y la abrazó. Al principio no quería, porque ya había encontrado a una chica para el puesto, pero le insistí tanto que ha aceptado entrevistarte. Él es quien toma la decisión, el capitán confía plenamente en él. ¡Tienes que deslumbrarlo!
¡Muchas gracias!.
Anna le dio un beso propio al del otro día. Luego quedo prendida de sus hombros apoyando su peso en toda la estructura del cabo.
Y dime ¿a donde me tendria que dirigir?.
No tardó en guiñarle un ojo. Anna tenía esa belleza tan productiva...
El cabo mostró una sonrisa de oreja a oreja cuando Anna le besó y se apoyó en él. La felicidad que el cabo sentía era tal que de concerlo le hubiera dado la dirección donde se hospedaba Hitler en Berlín.
Debes ir al puesto de mando. Esta en el ayuntamiento. Es fácil. Si quieres te acompaño... Propusó entusiasmado.
-Claro, me encantaría.-
Ojalá supiera donde queda, dios santo.
Anna estrecho la mano del cabo y tironeo para que comenzaran la caminata. La cara de este expresaba una total subordinación. Por un lado comenzaba a sentir pena por el hombre y por el otro cierto cariño. Ningun hombre la había cuidado tanto en su vida.
Caminaron durante largo cacho, bajaron la calle principal que partía desde la Iglesia del pueblo y pasaba por el ayuntamiento, el cual quedaba en una pequeña plaza que daba a la izquierda de la calle.
El cabo camino contentó junto a Anna, los dos cogidos de la mano, pero antes de llegar a la plaza del ayuntamiento la estrechó entre sus brazos y la beso tiernamente. Después le dijo que era preferible que no fueran de la mano, para que nadie pudiera decir que ella tenía enchufe y se creara así mala imagen.
El edificio estaba custodiado por soldados en la puerta que saludaron al cabo energicamente, pese a ser de un rango de la tropa apenas algo superior al suyo. La estricta disciplina era la base del ejercito alemán. Lo mismo hizo el cabo Müller al toparse con algún superior y al cuadrarse frente al Sargento Klink que tenía que entrevistar a Anna para el puesto de trabajo.
Estaban en un despacho grande y bastante acomodado. El sargento Klink era un hombre joven y correctamente afeitado. Con un corte de pelo militar perfectamente realizado. Su gorra de sargento estaba sobre el escritorio y era bien sabido que la llevaba siempre con él como marcaba el reglamento. Su escritorio hablaba por él sobre la pulcritud y el orden del sargento, ya que todo estaba correctamente colocado sobre la mesa siguiendo unas pautas y brillando por su orden y limpieza.
Junto a él había dos hombres más, uno tomaba notas en una maquina de escribir que sostenía en una silla sentado al lado del escritorio del sargento y el otro era el ayudante del sargento que estaba sentado en otra mesa a la izquierda, algo menos ordenada y llena de libros y papeles de informes y un montón de cosas.
Buenos días mi sargento. Se presenta el cabo Karl Müller. Dijo más firme que una estaca en el umbral de la puerta. El sargento se mantuvo tranquilo en su despacho e hizo un ademán con la mano para que entraran.
Le presento a la señorita Hilda Haider, que se presenta al puesto vacante. Dijo el fiel cabo.
El sargento hizo un gesto cansado con la mano.
Karl... ya sabes que el puesto está practicamente ocupado... Me parece bien que seas bueno con tus amigos pero....
Klink tenía la voz ruda y un fuerte acento alemán cerrado, aunque exteriormente era bastante atractivo y de muy buen ver, tenía gran fama entre las mujeres de Carentan pese a ser alemán. Sin embargo centró toda su atención en el cabo, sin prestar atención a Anna y sin ni si quiera mirarla.
¡Pero señor! Protestó fuertemente el soldado, cosa que hizo que los otros dos soldados que estaban en la sala lo miraran sorprendido por tal acto de irresponsabilidad y falta de orden. Sin embargo el sargento ni se inmutó.
La señorita Haider es muy buena en su trabajo, si le explican en que consiste seguro que quedaran altamente satisfechos con su profesionalidad...
Klink torció el gesto y se mantuvo pensativo durante unos instantes.
Está bien... Cedió finalmente, y entonces dirigio por primera vez sus ojos azules hacía Anna. Muy bien señorita Haider. El puesto es para secretaria del capitán. ¿Qué preparación o credenciales dispone usted para que la seleccionemos por delante de las demás?
Buenos días, Herr Unteroffizer, comienza Anna. Noto por su acento que es Usted de Renania. Mi difunto padre era de Darmstadt, pero se trasladó a Berlín hace ya mucho. Yo nací allí.
Como le digo, mi padre, que era metalúrgico, fue trasladado por Krupp a las oficinas centrales en Berlín, y cuando acabé el Bachillerato entré a trabajar allí como secretaria. Como sabe, Krupp tiene las oficinas en Alexanderplatz. Yo me especialicé en secretariado internacional, y hablo y escribo el inglés correctamente. Sé redactar cartas, ofertas, facturas, pedidos y albaranes, y tengo experiencia en atención telefónica. Luego Krupp trasladó de nuevo a mi padre, esta vez aquí a Francia, a supervisar las factorías ocupadas, y fui su secretaria personal hasta que le mató la Resistencia, aquí Anna dejó caer una lagrimita. Ahora tengo que buscar trabajo para mantenerme a mí y a mi madre. ¡Pobre! Quedó destrozada tras la muerte de papá.
Pero tampoco le pido que me crea sin más, continúa. Si lo desea, puedo redactar una carta, una oferta, o hacer una prueba de atención telefónica. Por favor, ¡póngame a prueba!
Vaya... Dijo admirado el sargento. No le faltan credenciales. Miró severamente a Anna. Casualmente antes de la guerra yo también trabaje en Krupp. Su mirada se volvió algo más funesta.
Klink estudió duramente a la señorita Kratz con un gesto que por unos segundos hizo dudar a Anna y le hizo desear salir corriendo de aquella sala. Entre usted y yo... No me gustan las demás seleccionadas. Las tienen que trasladar desde Berlín y no sabemos cuanto tardaran. Al capitán no le gusta esperar, y a mi tampoco. Además apenas las conocemos, nos mandaron informes sobre ellas y tuvimos que elegir sin conocerlas.
Quiero decir con todo esto señorita Haider que será un placer tenerla con nosotros. Mostró una leve sonrisa en su duro rostro. Que menos por una antigua compañera de empresa.
Cita:
¡Vaya, qué maravillosa coincidencia! Pero Usted estaría en Essen, no en Berlín: allí escaseaban los chicos guapos, añade, pizpireta.
Después, ya seria: Le agradezco la confianza que me demuestra, herr Unteroffizer. Hoy día no es fácil para una mujer aria sobrevivir en este país de untermensch*. Por suerte hemos acudido a sacarles de su crónico subdesarrollo, y a enseñarles cómo se las gasta el Reich, así haya que matarlos a todos en el proceso.
Pero dígame, dice mirando a sus galones, ¿es Usted Oberfeldwebel**o Stabsfeldwebel***. Tengo que identificarle correctamente cuando pregunten por Usted.
*Literalmente, "infrahumanos".
**Sargento mayor
***Sargento de Estado Mayor
El sargento sonrió. Está bien que conozca los grados de los suboficiales, aunque ha fallado esta vez, en realidad no soy ni una cosa ni la otra. Señaló su insignia encima del hombro. Soy un Hauptfeldwebel. Mostró una sonrisa, satisfecho con que la joven fuera conocedora de los rangos militares. Seré su jefe en cuanto el Capitán firme su contrato. ¿Podrá empezar mañana a las 8 en punto de la mañana? El sargento tomó un lápiz y sacó un papel de uno de los cajones. Digame, señorita Haider, ¿donde se aloja?
Era un sargento mayor pero sus funciones eran en gran parte administrativas y de él no se esperaba que acompañara a su unidad en un asalto o un tiroteo.
He modificado las fichas de los PNJ que se habían caducado las imagenes, ¿me puedes confirmar que las puedes ver?
Ooooh, herr Hauptfeldwebel, cuánto honor, dice Anna con voz ronroneante.
Mañana a las 8 me tendrá aquí. Me alojo en [el hostal del día anterior]. Haben Sie mein ausweis, bitte*.
Después, una vez comprobado, se lo guarda y tiende el brazo al cabo Müller. Vamos, herr Gefreiter, tenga Vd. a bien escoltarme a la salida del puesto de mando.
*Aquí tiene mi pasaporte.
Entiendo que tengo papeles, evidentemente falsos, coincidentes con mi tapadera.
Sí, veo bien las fichas de los PNJs.
Rigido como una tabla e intentando mantener las formas pese a que Anna le cogía por el brazo, el cabo Müller se despidió del sargento. ¡Señor!.
Cuándo salieron del despacho no pudo evitar sonreir ampliamente y preguntarle a Anna sobre que sensaciones tenía tras la entrevista.
¿Estas contenta? ¿Tienes ganas?
Mientras hablais llegais a la puerta de la salida.
Cita:
¡Sí, sí, Karl! Por fin voy a encontrarme de nuevo entre herrenvolk*, y no esos infrahumanos de franceses. No sabes lo duros que han sido estos últimos meses...
*Literalmente, "pueblo de señores"