Partida Rol por web

- ¿ Lo habéis visto...? La última flecha... parece que derribó al dragón.- Pronunció Rivoel aún dolorido y escocido por el brutal ataque sufrido de Escamanegra. Ahora, más consciente de lo sucedido se acercó a Códice y le mostró su agradecimiento por las atenciones curativas, sin las cuales sin duda habría muerto. - Maese Códice, muchas gracias por la generosidad en vuestras curaciones. El regalo de vuestra diosa quedará marcado a fuego tanto o más como las heridas sufridas y que gracias a vuestro merecido don serán pronto un vago recuerdo.

Tras eso permaneció atento a lo que hacían sus compañeros, pues al parecer Morgan había visto algo y se disponía a averiguar lo que era bajo la atenta mirada del norteño, que la cubría con su arco.

Entretanto Rivoel dedicó una breve mirada de complicidad a Vizco y tras eso susurró al resto - Tengo algo que contaros...no todo está perdido. Tenemos un modo de entrar a la guarida de El Puma, por sorpresa....

Antes hay que encontrar a ese dragon o su guarida - Dorn observo hacia arriba la oscuridad del techo, si tan solo pudiera subir, en ese momento miro las flechas, bien podía iluminar mas alla de la vista

¿Ah sí? ¿Y có...có...cómo es eeso? - Preguntó a Rivoel, que había hecho partícipes a los más cercanos de su idea para entrar a la guarida del Puma sin ser vistos. Aquello le interesaba enormemente, pues si no encontraban nada de valor, cosa que parecía bastante probable dada la situación actual, tendrían una buena oportunidad para recuperar parte del oro que había invertido en la empresa que les ocupaba. 

Allí, parados bajo la luz de la lámpara, se preguntaba qué harían para salir de allí en el caso de que no consiguiesen dar con el dragón ni con su guarida, cosas ambas que para el paladín enano eran de obligado cumplimiento. ¿Tendrían que decirles a los orcos que habían dejado suelto en los túneles a un dragón más enfadado que una perca negra que ha perdido el cebo? Observó al enano, que en ese momento alzaba la cabeza y examinaba las alturas. ¿Estaría estudiando el techo?

¿Hay algo inte...interesante? - Preguntó.

Vuestros rostros revelaban los esfuerzos del día: la trampa a los orcos por la mañana, la exploración de sus túneles, el combate contra Ulfe, el descenso por el laberinto de cuevas, los encuentros con Escamanegra... A lo que Abrahel sumaba su cautiverio a manos de los orcos. ¿En qué momento del día estabais? ¿Ya habría anochecido? Imposible saberlo allá abajo. Poco a poco, una tensa y traicionera calma volvía a la caverna.

—No te preocupes, compañero —contestó Códice al bardo con una sonrisa cansada—. No se me ocurre mejor forma de emplear mis dones.

A poca distancia de estos dos, Abrahel y Lirian se preparaban para defender a Morgan, que avanzaba hacia el agua como si hubiera visto algo; a su vez, Dorn dirigía su atención hacia lo alto. En ese momento, Rivoel hizo su revelación.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Códice, extrañado pero intrigado, ignorando momentáneamente la «puntualización» de Dorn y sumando su interés al de Lirian.

—E-escuchad al bardo... ¡Es el más sensato de este grupo! —protestó Kraum, nervioso, o quizás ansioso, mirando a Códice, a Lirian y a las aguas, alternativamente.

Un escalón, y otro, y otro... Menos mal que tenías al norteño, o al menos a la paladina, cubriéndote las espaldas. Entonces, con un pie al borde de la laguna, lo viste claramente: allí, a unas veinte varas de distancia, unas rocas sobresalían del agua. ¿Unas rocas con pequeños objetos metálicos encima? O quizás no eran exactamente unas rocas...

—Yo también lo veo —te susurró la mujer astada.

La mestiza no se enteró de las palabras del bardo ni de las reacciones que éstas suscitaron, su atención estaba en el agua. Miró a la otra mujer y asintió agradeciendo que sus cansados ojos no le estuviesen jugando una mala pasada, no le gustaría mojarse para nada. Enganchó la honda en su lugar, se descolgó la mochila de la espalda y sacó de su interior la cuerda, estaba cansada de todo lo que les habían deparado las últimas horas pero sobretodo estaba harta de avanzar sin rumbo a la búsqueda de alguna pista del escurridizo 'lagarto gigante'. Ya era hora de sacudir el avispero, esperaba que lo que había visto fuese lo que pensaba, si no... Shondakul la llevaría de viaje, uno eterno.

-Por si acaso. -susurró dándole un cabo de la cuerda a la paladín mientras ataba el otro a su cintura -¿Podrías lanzar una flecha ardiendo para verlo mejor mientras acabo?

La guerrera se giró y dejó la mochila, la bolsa del cinturón, el mangual y el odre de agua, varios escalones por encima de donde se encontraba. Entonces se acordó del odre que había llenado en el templo de Dumathoin y, pensando que no había un mejor lugar que en el que se encontraba para probar el mejunje enanil, lo destapó y le dio un buen trago.

La mestiza no se enteró de las palabras del bardo ni de las reacciones que éstas suscitaron, su atención estaba en el agua. Miró a la otra mujer y asintió agradeciendo que sus cansados ojos no le estuviesen jugando una mala pasada, no le gustaría mojarse para nada. Enganchó la honda en su lugar, se descolgó la mochila de la espalda y sacó de su interior la cuerda, estaba cansada de todo lo que les habían deparado las últimas horas pero sobretodo estaba harta de avanzar sin rumbo a la búsqueda de alguna pista del escurridizo 'lagarto gigante'. Ya era hora de sacudir el avispero, esperaba que lo que había visto fuese lo que pensaba, si no... Shondakul la llevaría de viaje, uno eterno. Le dió un cabo de la soga a Abrahel y el otro lo ató a su cintura.

La guerrera se giró y dejó la mochila, la bolsa del cinturón, el mangual y el odre de agua, varios escalones por encima de donde se encontraba. Entonces se acordó del odre que había llenado en el templo de Dumathoin y, pensando que no había un mejor lugar que en el que se encontraba para probar el mejunje enanil, lo destapó y le dio un buen trago. Lo volvió a colgar de sus hombros y se giró hacia Códice. 

-Por aquí necesitamos la cuerda -le dijo mientras le señalaba el cabo que aguantaba la paladín. 

El farol estaba a sus pies, todavía alumbrando las oscuras aguas.

- Tranquilo Kraum, él dragón ha sido derribado ¿ No lo has visto? Tan solo danos un momento para que Morgan nos diga lo que ha visto en el Lago, quizás su guarida...

Rivoel esperó impaciente las nuevas de la mestiza, sin embargo éstas nunca llegaron, tan solo se ató una cuerda antes de disponerse a sumergirse en el lago.

- Espera Morgan, dinos, dónde vas, qué has visto...?

—Haré lo que pueda —musitó la paladina dirigiéndose a Morgan, y en respuesta al bardo sólo dijo:— Hay algo ahí delante. —Los detalles quedaban a la guerrera mestiza. A continuación se dirigió al clérigo.— Hermano Códice, dejadme un poco de vuestro aceite de lámpara.

Mientras decía esto, comenzó a envolver firmemente, con un jirón de tela, el extremo anterior de una de sus flechas.

—Estáis locos, bardo... Locos... —murmuró Kraum, sin acercarse demasiado.

—¿Qué es lo que hay? —preguntó el clérigo, pasándole a Abrahel uno de sus frascos y a Morgan su cuerda. Luego, se acercó a las aguas con curiosidad y miedo—. ¡Oh...!

Entonces no sólo Códice vio algo: en el límite de la luz, sobresaliendo tímidamente de las aguas, unas rocas cubiertas de innumerables y diminutas conchas -o algo semejante- reflejaban la luz del farol con un brillo más dorado plateado de lo esperable. Pronto, Abrahel tendría lista la flecha en llamas que estaba preparando y podríais confirmar o desechar vuestras sospechas.

Dorn se acerco al resto del grupo y mas a la paladina, se preparo con el escudo si el dragon volvía a exhalar su aliento estaba dispuesto a actuar de barrera entre el nocivo  ataque y sus compañeros

Aquella tensión estaba acabando con los pocos nervios sanos que quedaban en el cuerpo del norteño. Sin dejar ni un sólo instante de asir firmemente su arco, Lirian observó el valiente y arriesgado movimiento de Morgan, que encomendándose al capricho de Tymora se adentraba en las oscuras aguas del lago subterráneo. 

Pe...pe... ¿pero qué hacéis? - Se atrevió a susurrar, temeroso incluso de que su voz se alzase más allá del leve sonido que provocaban las ondulaciones de agua provocadas por su compañera al golpear los escalones que se adentraban en el agua. Sin embargo, si algo le hizo dejar de preguntar fue sin duda un ligero brillo dorado que había resaltado por un momento entre las aguas.

¿Será...?  - No quiso seguir con aquellos pensamientos, pues temía que el simple hecho de conjurarlos sirviese para que Cyric hiciese de todo aquello un engaño. 

Mientras Abrahel terminaba de preparar su proyectil, los demás tomasteis posiciones: Lirian, con su arco; Dorn, con su escudo, decidido a impedir otro susto como el de Rivoel, o algo peor. Códice no sabía muy bien qué hacer, así que se puso al lado de la paladina por si hacía falta tirar, y tomó la cuerda mientras su compañera terminaba su tarea. Kraum, por supuesto, buscó un lugar seguro desde el que mirar.

Poco después, Abrahel anunció que estaba lista. Su disparo fue alto pero comedido, buscando que la flecha descendiera sobre el islote misterioso, lentamente. Todos rezasteis para que no topara con el cielo de la cueva, y todos contuvisteis la respiración cuando, en lo más alto, gigantescas estalagtitas se asomaron tímida y brevemente a la luz, como peces ciegos buscando el calor. La flecha finalmente no dio en la diana, pero sí cumplió su cometido: antes de hundirse en la laguna, sus llamas iluminaron las formas lejanas: allí había monedas. Muchas. Por lo demás, nada se movió. No oísteis nada.

Era el momento de Morgan: tras esperar unos instantes, se lanzó al agua. Unas veinticuatro brazadas le llevó alcanzar el otro lado. No paró en ningún instante: cuanto menos tiempo en el agua, mejor. Los demás esperasteis en la orilla, dispuestos a tirar con fuerza de la cuerda, o a disparar. Ella llegó al islote. Tampoco sucedió nada entonces.

Al llegar al montículo, constataste que sin duda aquello eran un afloramiento rocoso: podías apoyar tus pies, podías agarrarte aquí y allá. Saliste del agua: frente a ti, cientos y cientos de pequeñas monedas, todas de plata (a la luz del lejano farol). Algunas se acumulaban en los entresijos y oquedades de las rocas, otras caían a tu paso por los bordes de la parte emergida, acumulándose en salientes bajo el agua. También había ahí un buen puñado de objetos litúrgicos: cálices, bandejas, joyas rituales, herramientas ceremoniales... Todo de factura aparentemente enana, todo de aspecto antiquísimo, todo del mismo material. Incluso había un escudo bajo las monedas que te pareció también de plata, pero su aspecto impoluto, sin mácula, allí donde todo lo demás se había oscurecido por el óxido de los siglos, te hizo dudar. Tenía runas enanas (una expresión que significaría «Masca-Piedras», «Klachfang» en otro lado, y el lema «En la riqueza, piedad»). También símbolos, incluida una luna en cuarto tumbada, como la de la estatua de la diosa desconocida. El islote era pequeño, pero aquel era un tesoro considerable.

La mestiza se sumergió en las aguas con el cuerpo en tensión, no las tenía todas consigo en esa loca idea de meterse en el elemento del enemigo, pero nada en su rostro reflejaba esa duda, solo había determinación en su mirada. Sin pausa nadó hacia su objetivo y se aupó a las rocas gracias a la fuerza de sus brazos. Un rápido vistazo le informó que estaba sola en aquella pequeña superficie seca.

Se relajó un poco, aunque prestaba suma atención a sus oídos, y echó un vistazo al tesoro de Escamanegra. Sin duda el dragón había expoliado el patrimonio enano, runas en ese idioma adornaban los diversos objetos que iba viendo, uno en particular llamó su atencion. Era un escudo que no parecía estar afectado por el paso del tiempo como el resto de piezas, lo cogió entre sus grandes manos y lo volteó, leyendo las inscripciones y admirando los grabados que el fino trabajo de artesanía había creado.

Se dispuso a ajustar la pieza a su fornido brazo, necesitaba protección mientras llenaba el saco con objetos y monedas, luego quizás fuese buena idea golpear ambas cosas para llamar la atención de la sierpe... meneó la cabeza en negación -Mejor vuelvo con el resto y hacemos ruido allí-.

Al coger el escudo, te invadió una ligera sensación de... repulsión. Al principio no fuiste del todo consciente de ello, pero para cuando te lo colocaste en el brazo ya era bastante clara, como lo era su origen: el escudo. Y no es que oliera a nada, ni que fuera horrendo -al contrario-, ni asqueroso al tacto, ni doloroso, ni repugnante de algún modo a la razón o al espíritu, ni nada parecido: el desagrado era puro, libre de toda mediación sensorial o intelectiva. Era el escudo en sí lo que era repulsivo. Por otro lado, nada que no pudieras sobrellevar. Además, era excepcionalmente ligero para ser de plata o acero... ¿De qué material estaría hecho? Te lo quitaste un momento y lo dejaste sobre las monedas para contemplarlo de nuevo. Aquella sensación desagradable desapareció tan pronto lo soltaste.

La mestiza se quedó mirando el objeto durante un instante, la sensación no era agradable. Notaba como cuando se tiene un regusto extraño al fondo del paladar, o un cosquilleo molesto en la nuca, o una piedra en la bota, pero el poco peso del escudo era demasiado goloso como para dejarlo -Los paladines igual pueden averiguar algo- se dijo mentalmente mientras lo volvía a coger.

Abrió el saco que portaba y comenzó a meter algunos de los objetos pequeños que había a la vista -A Dorn seguro que le gustará recuperar parte del legado de su pueblo-, luego echó unos puñados de monedas y por último introdujo el escudo antes de atarlo a la cuerda delante de ella. Así podía nadar y tenerlo a mano en todo momento.

La mestiza llegó al islote sin ningún percance, se aupó gracias a la fuerza de sus brazos y miró en todas direcciones, parecía que no había peligro pues se movió un poco y se agachó para recoger algo del suelo. Se pudo ver como se ajustó un brillante escudo al brazo y enseguida se lo volvió a quitar, luego extrajo un saco y metió dentro varias cosas que no se pudieron apreciar y por último introdujo el escudo.

Se giró de cara al santuario y anudó el saco a la cuerda por delante suyo, parecía que se disponía a volver, se llevó el índice a los labios en clara alusión para que el resto del grupo guardase silencio y se dispuso a nadar el trayecto de vuelta. De nuevo todo el cuerpo en tensión, sus oídos atentos a cualquier chapoteo que no fuese suyo y sus dedos preparados para aferrarse a la cuerda o soltar nudos, lo que fuese necesario.

Considerando quizás que no era prudente cargarse de cosas con el dragón aún vivo, o quizás temiendo que fuera demasiado para mantenerte a flote, al final sólo metiste en el saco el aquel extraño escudo, las seis piezas valiosas más ligeras que encontraste (una diadema, un pesado collar, un par de brazaletes y dos pectorales, todo ello enjoyado) y un buen montón de monedas. Luego, te echaste a nadar, la cuerda atada a la cintura y al saco. Al otro aldo, tus compañeros te esperaban ansiosos por saber qué habías encontrado.

Ya casi habías recorrido la mitad del trayecto cuando percibiste un movimiento a tu derecha. Rápidamente, te giraste para encarar lo que fuera, pero el dragón fue demasiado rápido: para cuando te diste cuenta, ya estaba sobre ti, tratando de arrollarte con su cuerpo, sin duda para llevarte con él hacia fondo.

Morgan ya había cubierto la mitad de la distancia que os separaba de ella cuando os fijasteis que la mujer se detenía y miraba a su derecha. Entonces, de repente, algo emergió del agua por ese lado y se abalanzó sobre ella, arrastrándola: ¡ESCAMANEGRA!

-¡NO! ¡MORGAN! -gritó la paladina, que había retomado su lugar en la cuerda, junto al clérigo. Empezó a tirar-. ¡Códice, tira! ¡TIRA!