Partida Rol por web

Dando un respingo, se había precipitado tras Cornellius con la pretensión de no volver a perderle la pista.

-Einsäntzer, Einsäntzer, ¿qué cojones es un Einsäntzer? –temblaba y murmuraba.

Un fantasma se había solidificado y corría ahora junto a ellos. El poli, el poli... ¡no estaba muerto!. Poco duró su certeza, sin embargo: a renglón seguido, y aún entre visiones laterales de colmillos, lenguas babeantes y rojo sangre, soltó su decisión: -Macarena, corre y escondeos. Nos vemos-

No dejó que ninguna implicación le calara. Ninguna. Ni comprobar por el rabillo del ojo que las bestias cambiaban el rumbo y se lanzaban a trapo contra Domingo, presa ahora mucho más fácil. Jadeando, quizá porque llorar y correr era duro, o quizá porque la dureza de aceptar el propio egoísmo era insoportable, la Maca siguió adelante, puestas sus ansias en ese edificio que el policía indicaba.

Sin embargo no dejó de recorrer la avenida en busca de otro rastro. El del argentino y los otros, mejor con ellos que solos.... si no llegaba a verlos, entonces, sería ese ataud de acero y cristales, el Centro Comercial. Pero no se metería a menos que no hubiera señal alguna del resto...

La Maca corría demasiado aterrada por la situación. Por el rabillo del ojo alcanzó a ver un movimiento en el cristal de un portal... Alguien se movía dentro de uno de los edificios pero ¿eran ellos? ¿o no?

¿Podría ser...? Un reflejo. Un reflejo en un portal. El perseguido se esconde, no así el perseguidor... o eso esperaba. Esperaba que fueran ellos.

Agarró de nuevo al Chapas y lo hizo girar, soltándole de inmediato. Pero suficiente. Ambos corrían ahora hacia el portal.

Macarena hizo lo que no hacía desde que su madre aún le decía qué ropa ponerse: rezó.

En el mismo momento que los fugitivos empezaban a subir las escaleras el portal se abrió de golpe y como si de una tromba se tratase Macarena y el Chapas irrumpieron en el recinto. William estaba ya a mitad de la escalera, subiendo hacia la siguiente planta, seguido por Agustín y Elías. Todos se giraron al ver a la muchacha, cuyo rostro mezclaba el terror con la esperanza al ver a los demás. Por su parte el Chapas lo llevaba bastante peor: sangraba por muchas heridas y se tambaleaba como si en cualquier momento se fuera a derrumbar.

Por el rabillo del ojo Domingo vio como la muchacha giraba hacia el portal. Los perros se abalanzaron sobre él...

Se agarró al pasamanos, sorprendido, experimentando alegría por verlos vivos, qué duda cabía, pero también mezquina inquietud, y la mezcla traslucía en sus facciones al pronunciarse:

-Menos mal que escaparon... ¿Los siguieron?

La fortuna sonríe a los valientes... y a los locos. En esas palabras pensaba Domingo cuando los mordiscos de los perros no lograron alcanzar su yugular. Sin embargo sólo estaba ganando tiempo. Tiempo ¿para qué? La muchacha había huído hacia el portal, descartando la opción más evidente del centro comercial ¿qué había visto allí? ¿Quizás a los otros?

Sólo un jadeo respondió en un primer momento, y luego, un murmullo que se hizo frase. Cortante, áspera.

-...joder... ¿seguirnos? ¡A la mierda! Ese poli está muriendo, éste está sangrando, ¡yo qué sé si nos siguen!

Tropezó en un escalón, en otro, subía arrastrando al Chapas, empujando al Chapas, subía con la boca abierta, con los ojos desencajados, subía con el terror colgando de cada cabello, de cada uña, de cada pliegue de su cuerpo que se había vuelto arista.

-Seguirnos... a la puta mierda....

Domingo paró de correr y se giró con el revolver hacia los perros. No tenía sentido correr sin rumbo toda la noche, los perros acabaría acabando con su agotada vida. Era todo o nada.

Aguantó la embestida del primer perro y rápidamente apuntó al segundo interfiriendo en su carrera hacia él. De la boca del revolver salieron dos rápidos disparos sobre el enfurecido animal.

La mirada de súbito recayó sobre el perro que tenía más cerca, el que acababa de morderle hacía escasos segundos. Ese perro era su umbral entre la vida y la muerte. Una lucha entre animal y hombre por la vida.

Mascullando algo ininteligible, el viejo se lanzó a concluir el ascenso, barruntando que la chica había eludido responder a las claras porque sí que los venían persiguiendo, y él quería convertirse en la sombra de Cornellius, no perderlo de vista nunca jamás por no revivir aquellos anteriores momentos de angustia.

Domingo vio como uno de los canes se deplomaba en un charco de sangre... Muerto... Su mirada se volvió hacia el otro dispuesto a aguantar la embestida. Pero no hubo embestida. El agotado policía vio con ojos llorosos liberados por la tensión como el animal huía. El corazón del policía latía a toda velocidad... en medio de aquella calle contemplaba a aquella criatura ahora fugitiva, que herida y viendo caer a su compañero de manada decidía retirarse del combate.

Fuera resonaron dos disparos más, como dos truenos. Si bien era cierto que en todo momento se alcanzaban a escuchar ruídos de batalla lejanos aquellos disparos eran claros y próximos... Lo cual no hizo más que azuzar la velocidad con la que William subía por las escaleras con su séquito siguiéndolo.

- Nos ocultaremos en la terraza un rato... Hasta que pase la tormenta.

- Somos unos hijos de puta...- el Chapas cayó de rodillas en las escaleras, sollozando - Domingo se ha arriesgado por nosotros y ahora lo dejamos ahí tirado en la calle, a merced de esos perros... como si fuera basura...

La sangre se mezclaba con las lágrimas del muchacho. Cornellius se giró al ver que el otro se paraba y el Chapas arremetió contra él:

- ¡Y tú! ¿Quién coño eres tú? ¿Por qué tenemos que seguirte? ¡Huiste como una rata en cuanto apareció aquella cosa! ¿A dónde nos llevas? ¡Estás tan asustado como nosotros!

William bajó cuatro escalones furioso para agarrar al Chapas por el cuello de la camisa. El chico se resintió en sus heridas al ser levantado tan bruscamente, pero al extranjero no pareció importarle. Su rostro reflejaba una furia intensa:

- Escúchame hijo de perra: si el poli la ha palmado es por tu puta culpa, por haber tropezado en medio de la calle como una nenaza. Y si quieres ser un jodido héroe de brillante armadura ya sabes lo que puedes hacer: baja las escaleras y a ver si llorando convences a las criaturas de Metrópolis para que no te maten... Vete ahí afuera y jódete tú solo. Pero recuerda que el viejo se sacrificó para salvar tu maldito culo... nuestro maldito culo. Yo por mi parte voy a cumplir mi parte del trato haciendo que su sacrificio haya valido la pena.

Soltó al chaval y se volvió a los demás:

- Me importa una mierda si venís detrás mía o no... Yo no os necesito para salir de aquí, pero me temo que sin mi ayuda cualquier criatura os atrapará y hará un collar con vuestros intestinos.- miró directamente a Elías - He venido aquí exclusivamente a por ti, pero por mucho que quiera llevarte de vuelta a Madrid para que me ayudes no voy a arriesgar mi vida por ello. Ni siquiera César puede exigir que me deje matar por otro.- miró a la Maca y a Agustín - Y vosotros haced lo que os venga en gana: bajad a morir con el poli o seguirme... A lo mejor tampoco sobrevivimos pero os aseguro que por mi parte voy a intentar mantenerme vivo y salir de aquí.

Dicho lo cual siguió ascendiendo hasta el segundo piso, sin duda con la intención de no detenerse hasta llegar a la azotea.

Las rodillas del policía estuvieron a punto de ceder, estuvo a punto de desplomarse al ver alejarse el peligro que le ofreció abrir la puerta de su nueva vida.

Permaneció un instante viendo como el horrendo animal huía, aguantando todo el peso de su cuerpo con voluntad más que con fuerza. Pronto despertó de ese lacónico trance y comenzó a caminar hacia atrás. Despacio retrocedió un par de pasos para pronto girarse y comenzar a correr en dirección al portal donde perdiera a Macarena y a Ricardo.

El movimiento que provocaba la carrera le dolía. Cada metro que avanzaba hacia el portal parecía una gota más exprimida de su extinta vida. Sangraba por varios sitios pero su voluntad era fuerte. Cada paso era un desafío a su voluntad para soportar el dolor... pero lo hizo.

Pronto se colocó delante de la puerta que daba acceso al portal y apoyó su temblorosa mano sobre el pomo de la puerta.

Y la abrió.

-¡BAAASTAAA!! ¿Hijo de perra? ¿Hijo de perra...? ¡Quién te crees que eres, cabrón de mierda! ¡Suéltale, suéltale ahora!

La Maca se había lanzado sobre el inglés, éste a su vez sobre el Chapas. No escuchó el discurso que siguió a su grito, a su protesta. Quizá lo oyó en alguna parte de su mente, pero desde luego no lo escuchó. El tipo se había largado, y ellos le importaban una mierda. Sólo Elías. ¿Sólo Elías...? Sí, eso estaba diciendo.

Se agachó a ayudar a su primo, tirando de él.

-¡Arriba, vamos! No podemos hacer nada por Domingo, joder, ¡NO PODEMOS!

Gritaba y lloraba, nunca había llorado tanto en su vida, nunca había gritado tanto en su vida, nunca se había sentido peor. Llena de mierda hasta las cejas, asustada y perdida. ¿Asustada? No. Era mucho más que eso. Era pánico, pánico visceral. Impotencia. Tiró del muchacho, pringándose de su sangre. Escaleras arriba. Empujó a Agustín, que estaba pasmado, como un muñeco. Y siguió a Elías, maldita su figura, maldito lo que fuera que fuese, el por qué era importante, maldito el mundo en el que se encontraban... Escaleras arriba.

Un ruído alertó al grupo en medio de su discusión: un golpe de puertas. Algo había irrumpido en el edificio a través del portal. Cornellius masculló una maldición mientras aceleraba la carrera:

- Ahí tienes tu respuesta Elías: sí que los han seguido. ¡Maldita sea mi suerte!

El grupo ascendía de forma desesperada, acelerando a cada paso pese al cansancio, pese al terror, pese a las heridas. Finalmente un último tramo de escaleras parecían separarlos de lo que sería la terraza del inmueble. William se adelantó y abrió las puertas, saliendo a la oscuridad de la noche.

Había dejado de llover y aquella luz de faro que alumbraba el cielo quedaba ahora a sus espaldas. William tomó aire y miró a su alrededor, intentando quizás orientarse en aquella noche sin estrellas, cuyo cielo permanecía oculto por una siniestra polución.

El Chapas se dejó caer derrotado contra el borde del tejado. No miraba a nadie mientras hablaba, casi en susurros:

- Estamos perdidos... ¿A dónde querías ir desde aquí? ¿Esconderte? Lo que sea que sube por esas escaleras nos matará a todos... No tenemos a dónde ir.