Partida Rol por web

Arbar se levanta ante la orden y prepara su pistola, como Tres Tubos. La lleva en la mano y su martillo enfundado, pero bien a mano... seguramente lo necesitará, piensa.

¡Sí señor!

Esto huele a emboscada Vorkadung, debemos tener los ojos y oídos bien abiertos... dice mirando a su compañero.

Y se acercan a la zona a inspeccionar. Es inevitable que sus armaduras hagan algo de ruido, pero los mostalis no se caracterizan por su gran sigilo precisamente...

Así lo haré capitán, lo haré lo mejor que sé. El mostali se concentró y controló de nuevo a su elemento, visualizó en su mente lo que el gnomo debía de hacer y tras unos instantes se puso en marcha haciendo los agujeros tal y como había pedido el capitán.

Los dos enanos de hierro ascienden cuidadosamente por el terraplén hasta asomarse al nivel del terreno circundante. Desde allí, asomando lo mínimo posible sus cabezas y pegados al terreno, observan alrededor, sin ver rastro alguno de la partida de jinetes que supuestamente Krunk ha visto venir hace ya prácticamente tres horas.

Entonces Martilloalto oye algo lejano, como el relincho de un caballo. Pero no en dirección a la torre, sino en dirección La Colina. Por mucho que se esfuerza, no ve en esa dirección nada relevante.

Pero Tres Tubos observa un rastro en la nieve que los rayos de Yelm calientan tenuemente. Siguiendo la dirección del rastro, guia su mirada hacia el camino que conduce a La Colina y allí ve un grupo de jinetes trotando a más de un kilómetro y medio, próximos ya a llegar a La Colina y a donde han acampado los humanos, cuyos carros y monturas se ven en la lejanía. Al parecer han pasado de largo y se dirigen directamente hacia los humanos.

Shhh, hace para que ambos se paren y se guarde silencio...

¿Oyes Vorkadung? ¡un caballo!... por allá se oye, como hacia las colinas...

Pero no se ve ni torta... acaba comentando, achinando los ojos en la dirección que presupone está el equino.

Vorkadung mira en la dirección que le indica Arbar, tratando de encontrar algún indicio.- Si, tienes razón. Por allí cabalgan algunos jinetes. Pero van hacia los humanos. No han caído en nuestra trampa. -sin importar ya el sigilo, pues los jinetes cabalgan a más de un kilómetro en dirección al campamento humano, Tres Tubos grita al capitán haciendo gestos con las manos.

- ¡¡Han pasado de largo!! ¡¡Están llegando al campamento!!

Los dos enanos de hierro avanzan agachados y se alejan hacia el terraplén, ascendiendo cuidadosamente observados por sus compañeros, que esperan impacientes parapetados tras el muro. Una vez arriba, parecen obsevar a derecha e izquierda y finalmente se quedan mirando a la derecha, en dirección hacia La Colina, hacia donde se dirigieron los humanos para el funeral. Entonces Tres Tubos se gira hacia el abrigo rocoso donde esperan los demás y grita:

- ¡¡Han pasado de largo!! ¡¡Están llegando al campamento!!

El capitán hace un gesto de fastidio.

- Tal como me temía, los humanos de esa torre no han caído en una trampa tan obvia...

Se queda unos segundos evaluando la situación, echa un vistazo al prisionero y luego comienza a dar órdenes a Thorkegar y Ärgorath.

- ¡Vamos, hay que darse prisa, hacia la colina!

Y entonces se dirige hacia el prisionero, sacando su martillo... pues no pueden llevarlo con ellos ni quiere arriesgarse a que escape mientras se queda solo. Antes de que el pobre diablo se de cuenta de lo que ocurre, Krunk descarga un golpe seco sobre su cabeza que cruje con un terrible sonido.

Luego se vuelve y salta por encima del muro improvisado que han construido, uniéndose a Thorkegar y Ärgorath que ya se disponen a reunirse con Arbar y Vorkadung.

A los pocos segundos de que Tres Tubos grite lo que está ocurriendo, oyen como Krunk dice algo y Thorkegar y Ärgorath salen del abrigo rocoso saltando sobre el murete improvisado que han construido. Luego sale Krunk, limpiando el martillo de sangre y uniéndose a ellos arriba. Cuando los cinco están reunidos de nuevo en la parte alta de la Cañada de la Serpiente, con La Colina a la vista y los jinetes llegando al campamento de los humanos, expone su plan.

- ¡En marcha! -dice comenzando a avanzar en una carrera de ritmo suave, haciendo tintinear el hierro que lo recubre. ¡Son cerca de dos kilómetros, tardaremos unos pocos ciclos en llegar!; ¡Podemos hacer que el plan funcione al revés, si los humanos aguantan los suficiente!, ¡mantened el ritmo para no llegar demasiado cansados!

PRFFF!!! Fue el único sonido que sonó de los labios del mostali de estaño. Estaba claro que no le gustaba correr, y menos para ir a una batalla donde poco podría hacer. Pero siendo un mostali no entraba en sus engranajes contradecir una orden tan directa. Y se puso a correr tras la estela de Krunk.

Si eso es lo que se manda, eso es lo que hay que hacer...

Y esperó a que sus compañeros estuviesen a su altura para unirse a la marcha.

Argörath sale corriendo detrás de sus compañeros, procurando no perder mucho la estela del grupo.

- ¡Mi ballesta! -grita a sus compañeros cuando comprende que marcharán hacia el combate.

En cuanto llegan a su altura, recoge la ballesta y comienza a trotar a paso vivo, haciendo tintinear la armadura a cada paso, conforme avanza, adquiere un ritmo constante y al cabo de un rato, aunque jadea, parece que aguanta la carrera.

Los enanos marchan a paso ligero tras los jinetes, que avanzan con sus caballos. Bastante antes de llegar a La Colina, y al campamento de los humanos, el grupo de jinetes se detiene. Son diez jinetes, ocho de ellos hombres de armas y otros dos encapuchados. Al parecer charlan entre ellos y observan al grupo de humanos, quizá valorando si están o no de su parte y si han participado de la emboscada a sus camaradas, y no reparan en que los cinco pequeños enanos se aproximan tras ellos a lo lejos.

Sea como fuere, Krunk no da la orden de detenerse, tan solo hace un gesto con la mano para agacharse y seguir avanzando más pegados al terreno. Y seguro que se le pasa por la cabeza que al final los jinetes solo tengan intención de interrogar al grupo de humanos y no les ataquen, pero no puede correr el riesgo de que suceda lo peor. Y el hecho de que se hayan detenido solo hace beneficiar a los enanos, que tienen más posibilidades de llegar a tiempo...

Espero que esto valga la pena, resopló sin perder el aliento. De momento se sentía con fuerzas para seguir otros pasos al mismo ritmo. Cuando vio a Krunk  agacharse, él hizo lo propio.  

Tres Tubos ha cogido un ritmo en el que sus engranajes funcionan a la perfección, la respiración acompaña a sus pasos y trata de llevar la ballesta de forma que no descompense su peso y se fatigue en exceso.

Se inclina un poco a la orden no verbal de Krunk, y avanza más agachado, pero sin perder su ritmo. A esa distancia aún es imposible que le oigan, y parecen muy atentos a los humanos como para mirar alrededor. Todo apunta a que no les van a detectar.

El camino se le está empezando a hacer largo a Arbar, poco acostumbrado a los deportes atléticos y comienza a quedarse algo rezagado

Argörath consigue mantener el ritmo de sus compañeros - Obviamente todo sería bastante mas difícil sin el conjuro que mantengo activo para potenciar mi condición física - piensa mientras sigue corriendo.

El mostali de plata imita al resto cuando estos se agachan un poco para intentar destacar menos en el terreno.

Los enanos siguen a paso ligero cuando los jinetes procedentes de la torre continúan su marcha hacia el grupo de humanos que espera a los pies de La Colina. Las leves ondulaciones del terreno hacen que los mostalis, avanzando además algo agachados, pasen desapercibidos. Sin embargo la distancia es lo suficientemente grande como para que los humanos llegen unos minutos antes que ellos, y el combate estará acabado para cuando ellos lleguen.

Pero la suerte les sonríe de nuevo. Los jinetes, que han formado en una línea de batalla conforme se han ido acercando al campamento, se detienen a escasos metros del campamento en lugar de atacar directamente. Parecen intercambiar algunas frases con ellos, y esto les da a los mostalis el tiempo suficiente para acercarse aún más y tener una posibilidad de participar en el combate que seguramente no tarde en estallar.

Y en efecto, estalla. No oyen lo que hablan, pues están todavía a unos doscientos metros de distancia, pero está claro que uno de los dos encapuchados, con voz femenina, ha dado la orden de atacar y los soldados lanzan sus monturas hacia adelante desenvainando las armas, al tiempo que los humanos del campamento se preparan para la carga.

Los mostalis apresuran el paso y mientras lo hacen, son testigos del combate:

Gábriel, la mujer pelirroja, lanza un conjuro que la teletransporta cerca de los mostalis (aunque de espaldas a ellos), y detrás de la línea de jinetes enemigos. Con su arco dispara sobre uno de los encapuchados, que en efecto es una mujer, y su flecha le alcanza en la cabeza partiéndose en pedazos según la toca. La hechicera levita mágicamente en el aire dejando su caballo que se encabrita aterrado por algo y sale corriendo. El caballo del otro encapuchado también sale corriendo y el hechicero se ve obligado a bajarse como puede para no ser arrastrado lejos por el animal. Lo mismo le pasa al caballo de uno de los soldados, que termina rodando por el suelo. Los demás chocan contra el resto y se generaliza un combate sangriento. Lo que más claramente pueden ver mientras avanzan es como la pelirroja maneja con maestria inigualable el arco y con una segunda flecha atraviesa una pierna de la hechicera, que había gritado: “¡Allí, la pelirroja ha llamado a sus dioses para que la trasladen lejos!” y había llamado la atención de un jinete que carga contra ella. La mujer cae desde los diez metros de altura sobre los que se había elevado y no puede haber sobrevivido a las heridas. También el jinete cae desmontado con una flecha clavada entre los ojos. Y otra ronda de flechas acaba con el otro hechicero. Viendo que el resto de compañeros están trabados en combate y una flecha mal dirigida podría acabar con alguno de ellos, la mujer deja de disparar y se queda a la espectativa, claramente esperando que alguno de los enemigos, a unos cien metros de distancia, se separen e intenten huir.

Cuando los mostalis llegan a la altura de Gábriel, la mujer se gira al oir el tintineo del metal de las armaduras de los mostalis y les saluda con sorpresa. Luego hace un gesto para que se desplieguen en una líne amplia y comienza a avanzar hacia el combate con el arco preparado, lista para evitar que alguno escape...

A la distancia que están, unos cien metros, los mostalis pueden distinguir cómo se está desarrollando actualmente el combate: los hechiceros yacen inmóviles en el suelo con sendas piernas atravesadas por las flechas de Gábriel, así como el jinete que intento cargar contra ella. Sus monturas se alejan trotando sin control. Horen, el bárbaro del hacha de dos filos, combate contra un oponente, al que le ha matado la montura de un hachazo, Holguer el Viejo está tumbado sobre el cadáver de uno de los enemigos, con el cuchillo todavía chorreando sangre tras haberlo acuchillado sin cesar, Bosporus el corpulento mercader de la barba castaña, lucha contra otro jinete al que le ha derribado el caballo, Groth el humakti ha dejado tirado en el suelo a uno de los jinetes y trata de atacar a otro ayudado por Suk desde la carreta que dispara con una cerbatana. Su amigo Hal "Buscasendas", está tras la carreta de Vaerles, al parecer acaba de terminar su combate. Pero no todo son buenas noticias, Darnor y Varhen están tumbados en el suelo con sendas brechas en la cabeza y también comprueban con horror como uno de los jinetes acaba de decapitar al anciano Helerlavi que trataba de proteger a su hijo herido, armado únicamente con su daga. Orlug lucha enconadamente contra otro jinete. Y Vaerles se arrastra por el suelo herido en una pierna para llegar bajo su carreta. Otro jinete, que parece decidido a huir, ha soltado su espada y subido a su caballo grita: "¡Huyamos, hay que avisar del ataque!"

La Cazadora está ahora entre los mostalis, a unos ochenta metros de dónde se desarrolla el combate...