Partida Rol por web

La carreta está dividida en dos o tres dedependencias separadas por cortinajes. Cuando los postigos están cerrados, la iluminación tenue a cargo de unas pocas velas, que es lo normal cuando recibe una visita, solo revela los contornos de unos armarios y una mesa llena de legajos y utensilios varios.

Onaekko asoma la cabeza al interior de la carreta, observando en la penumbra que no se aprecia inicialmente más que una mesa llena de legajos y cachivaches varios, una marmita de metal, algún que otro baúl, algunos armarios con muchos cajones pequeños etiquetados y varias puertas. Gruesos cortinajes tapan las dependencias delanteras y un par de alfombras en el suelo hacen algo más acogedor el recargado interior...

-Hola, ¿hay alguien? -pregunta desde la entrada mientras penetra lentamente en el interior del carruaje-. ¿Hay alguien por aquí?

Con pasitos cortos e inseguros, el agimori penetra en el carruaje.

La pesada cortina del fondo ondula y la muchacha de cabellos albinos asoma con fingida timidez y un mohín travieso:

- Así que te has decidido a seguirme, poderoso hombre y medio – titubea un instante – Se dice así… ¿verdad? Oí como se lo indicabas a la abuela cuando subiste al pescante – le sonríe de forma algo pícara y añade – Pero no hablemos de la abuela Aleü ahora… y no te preocupes por ella, esta noche ha salido a buscar hierbas y líquenes para sus pociones, algunos hay que recogerlos a una determinada hora… así que tardará bastante en volver – dice con cara de satisfacción - Por eso me había atrevido a salir, para estirar un poco las piernas… ¡Es tan aburrido estar siempre aquí encerrada, sólo puedo entretenerme leyendo o espiando a los de fuera!

Avanza unos pasos con total seguridad dentro de lo que considera su hogar, es evidente que la presencia del gigante de ébano no la impresiona y lo demuestra señalando unos mullidos cojines en un rincón e invitándole a tomar asiento, para después sentarse ella misma justo enfrente. La diferencia de tamaños es abrumadora pues la grácil muchachita apenas le llegaría a poco más de la cintura si el agimori pudiese estar plenamente incorporado aquí dentro, en lugar de casi agazapado.

Y el último gesto de la jovencita, cerrando la puerta de una cuidadosa patada mientras se sienta, que la empuja suavemente hasta que suena el clic del pestillo, confirma que aquí se siente absolutamente segura. Y parece encontrar fascinante a su invitado, a juzgar por la atenta expresión con que le observa…

- ¿De dónde eres? ¿Toda tu gente es tan alta y tan absolutamente negra? – le abruma a preguntas, aunque se cuida mucho de no elevar la voz para que no les oigan desde fuera - ¿Y todos van por ahí así, con la piel pintada… y medio desnudos?

Ríe con picardía ante su propio atrevimiento y al hacerlo se tapa la boca con la mano, pero sus ojos azules como el hielo centellean…

-¿Sabes leer? ¿Y para qué haces eso? -La voz de Onaekko suena cavernosa a la vez que sus ojos centellean y se mueven con velocidad observando su entorno-. Tu querías que te siguiera, por eso has dejado la puerta abierta. Eres un ser muy extraño, ¿para que lees si no sabes nada? Toda mi gente es como yo. Tu piel pálida y tus ojos claros te hacen débil. Lodril no será clemente contigo. ¿Y ropa dices? ¿Para qué? Cuando mi madre me trajo al mundo ni siquiera llevaba este taparrabos.

El gigante de ébano se sienta en el suelo del carro con las piernas cruzadas, levanta la cabeza y vuelve a hablar: 

-Tengo sed, ¿tienes agua para mí?

La joven Yezy contempla durante un largo instante al enorme agimori y una sonrisa extraña se dibuja en sus carnosos y sensuales labios antes de contestar:

- Leo mucho porque ansió encontrar la sabiduría – le dice mientras se apresura a tenderle un recipiente que llena con un líquido aromático y especiado que no parece precisamente agua – Pero también sé que no todo está en los libros, hay cosas que tienes que vivirlas personalmente…

Se mueve con sensualidad y dejando atrás la timidez inicial extiende una pálida mano, minúscula para el gigante de ébano, y le acaricia el pecho desnudo surcado de marcas de pintura ritual y viejas cicatrices.

- Dices que soy débil y puede que tengas razón… – juguetea con él – Mi debilidad es la curiosidad, el deseo por todo lo nuevo, aquello que no he visto o sentido nunca antes. Y también estás en lo cierto con lo que has dicho antes, quería que me siguieras aquí dentro – reposa la otra manita entre sus pequeños pechos y deja ir un lánguido suspiro – Pero todavía tengo algo de miedo, prométeme que no me harás daño de ninguna manera, prométeme que cuidarás de mí durante todo este peligroso viaje…

Mientras una mano empieza a descender prolongando la larga caricia desde el pectoral del hombre y medio hacia los abdominales, con la otra le lleva el cuenco de la bebida a los labios instándole a que la pruebe.

-No puedo prometerte lo que sólo debo a la mujer cazadora.

Onaekko se levanta airadamente y a punto está de tirar el cuenco con bebido que Yezy le acercaba a los labios. Mira alrededor, visiblemente nervioso, resopla, y se dirige de nuevo a la chica, rendida a sus pies, desde su descomunal estatura:

-Le debo mi vida a la mujer de pelo rojo y hasta que restaure mi deuda con ella, no puedo prometerte semejante cosa, mis ancestros lo verían más desde la otra vida... pero no dudes, niña de pelo blanco, que si en algo me necesitas, vendré en tu ayuda siempre que me sea posible.

Y con la misma prisa y resolución que mostrara hace un momento para levantarse, el gigante de ébano abandona el carromato.

Frustrada por la impredecible reacción del primitivo agimori, la mujer deja ir un quedo bufido y recoge el bebedizo de vuelta a su redoma. Al menos no lo ha derramado, sólo hubiera faltado eso, sus ingredientes no son nada fáciles de reunir…

Lo cierto es que se siente algo molesta, pero no ofendida. Ese extraño hombre y medio no la ha rechazado por encontrarla poco atractiva, eso sería casi impensable ahora mismo, sino por obedecer las extrañas directrices de sus exóticas creencias. Y contra eso no puede luchar. Pero lo cierto es que le apetecía compartir el lecho con él, probar por primera vez cómo era hacerlo con un agimori, se cuentan muchas cosas sobre ellos y las dimensiones de éste eran estremecedoras…

Agay Abab siempre se ha sentido muy libre con su sexualidad y ha hecho con absoluta impunidad lo que le ha apetecido en este mundo de hombres que tanto reprime a las mujeres. Además, ahora ya ni siquiera tiene que molestarse en preparar una poción de hierbas para no concebir…

Pero bueno, otra vez será. Si algo le han enseñado los años, es que la paciencia es la mayor de las virtudes.

El enorme hombre negro baja del carromato que, con un crujido, vuelve a ascender varios palmos liberado de su peso, haciendo que la carreta se bambolee ligeramente.

Agay aprovecha la soledad de su carreta para formular su conjuro adivinatorio sobre ella, convirtiendo el contratiempo de no haber podido seducir al gigantón de negra piel en una oportunidad para disponer de un tiempo para ella que desde luego sabe aprovechar.

Tras seguir el ritual previo y fallar en un primer intento, vuelve a empezar desde el principio prestando toda su atención y en el segundo intento un éxito rotundo culmina el conjuro y se nota inundada de magia de inmediato. Sufre la ensoñación característica de la que emerge a la consciencia con la idea de que una oscuridad encierra un conocimiento mágico. Ha visto la negrura absoluta y del interior de la negrura surgían palabras arcanas como las que se usan en la formulación de conjuros, pero el conjuro le era desconocido. Unos ojos negros como la noche, casi animales, la miraban sin verla, pero de algún modo la veían y la conducían a la oscuridad donde se escuchaba una voz salmodiar el desconocido conjuro.

Al día siguiente de su llegada a Marost, la hechicera comienza a sondear a los locales, a observar a las gentes y costumbres para intentar determinar la mejor forma de sacar algunas monedas con su arte.

La anciana tarda un tiempo en captar el interés de los locales por sus servicios. Al principio solo un par de verduleras se acercan para que les lea la buena ventura. No son clientes de los que pueda sacar más de un par de monedas de plata, así que ni se molesta en usar sus conjuros y las despacha rápidamente tratando de pronunciar palabras ambiguas que no las defrauden ni las dejen totalmente insatisfechas, dejando claro que para hacer predicciones más precisas hay que pagar un precio más elevado...

La anciana coloca palabras adecuadas en los oídos adecuados, y finalmente llega la información a gente que cuadra mejor con el perfil de cliente de la hechicera. Una mujer, con apariencia de esposa de hombre respetable, aparece para hacerle una consulta sobre el sexo de su hijo, próximo a nacer en pocos días. Y al anochecer aparece un hombre de armas con aspecto de mercenario que pregunta por sus bebedizos y sus hechizos, y tras valorar lo que la anciana le ofrece, se decide por comprar un Bálsamo Curativo por cuatro monedas de oro.

Bajo la falsa identidad de la vieja Aleü Gaal, suele utilizar todo tipo de elementos de ambientación, basados en parábolas y supercherías… pero en el fondo la adepta Agay Abab sólo concibe la hechicería como una ciencia, una práctica que extrae de la aplicación precisa y sistemática de sus recursos la máxima eficacia. Y eso es precisamente lo que piensa hacer, ahora que el destino la ha puesto por fin en la pista de los secretos mágicos que tanto ambiciona.

Desde luego, no va a perder la oportunidad que se le brinda.

Así que recurre a uno de sus rituales de Adivinación para intentar obtener alguna información útil sobre su futuro más inmediato. Y empleará su magia de percepción a distancia para intentar adelantarse en el supuesto camino que han seguido sus objetivos. Sabe que persiguen un carro de dos ejes con toldo negro, tirado por dos caballos igualmente negros y con cuatro escoltas de aspecto intimidatorio... No debería ser difícil identificarlo si aún está por los caminos.

Ahí es donde entra en juego el mapa de las proximidades que piensa comprar en el populoso mercado de la gran ciudad de Marost, donde seguro que hay algún cartógrafo: convenientemente examinado, o incluso interrogando al vendedor con habilidad, podría ubicar la visión que espera tener. Y entonces podrá calcular la distancia y la dirección exacta a la que tiene que proyectar su Extensión de la Vista, en las alturas, desde donde disfrutará de una excelente perspectiva, para confirmar que se trata de su presa. A partir de ahí sólo tiene que seguirlos.

Y ya podrán ir a por ellos… cuando les den alcance ya veremos cómo se desarrollan los acontecimientos.

Agay visita el mercado tratando de buscar a quien venda un mapa de la región, mas o menos decente. Sin embargo, por un mapa sencillo ya le piden cinco monedas de oro, más dinero del que tiene en su bolsa.

Vuelve a encerrarse en su carreta para lanzar de nuevo sobre ella el conjuro de adivinación. En esta ocasión, al primer intento logra quedar envuelta en la ensoñación momentánea que le revelará su destino inmediato...

Nuevamente oscuridad. Un camino solitario entre las colinas en mitad de ninguna parte, y en la negrura, sonidos que no se oyen. Luego, gritos, sangre y muerte.

Agay abre los ojos con la respiración agitada. Sin duda su destino la conduce a un camino peligroso...

La proyección de la vista de Aleü tiene lugar a pocos centenares de metros del campamento que pretende espiar, gracias a su certera estimación de la distancia. En apenas cinco minutos ha desplazado su punto de visión en dirección al campamento e inicialmente lo espía desde cierta altura y en la distancia, a unos veinticinco o treinta metros para quedar fuera de la distancia del resplandor de la hoguera.

A primera vista los viajeros coinciden plenamente con las descripciones dadas, al menos la mitad de ellos, porque como se sospechaba ahora son dos las carretas y doble la escolta de guardias. Han acampado en un lugar bien escogido, cerca de un abrigo rocoso formado por una escarpada pared de una colina. La hoguera la han encendido contra la pared de roca y están colocados en semicírculo bastante cerca para mitigar el intenso frío. Hay ocho personas alrededor de la hoguera terminando la cena: seis son guardias a juzgar por su indumentaria y los otros dos, al parecer un hombre y una mujer, van vestidos con túnicas negras. Hay otros dos mercenarios armados vigilando el perímetro algo más alejados de la hoguera. Van equipados con armaduras de cuero y anillas y espadas de una mano con escudos circulares. Y junto a la pared rocosa, a pocos metros de la hoguera, están aparcadas las dos carretas cubiertas con lona y todos los caballos, doce en total, atados a las ramas de los arbustos cercanos. Junto a las carretas, inmóviles como estatuas, hay otras dos figuras vigilando. Están de pie, sin hablar, y sujetan unos toscos bastones o trancas en sus manos vendadas. No se les ve el rostro, pues también lo llevan vendado, como si fueran leprosos.

Aleü se concentra para tratar de observar las fuerzas mágicas que acompañan a los viajeros, y no se sorprende al ver que los dos que visten túnicas negras llevan sobre sí varios conjuros activos cada uno: dos de protección, uno de incremento de capacidades físicas y otro de incremento de la percepción. Están de espaldas frente a la hoguera y no puede ver si llevan armas u otros objetos ocultos y si estos también han recibido magia, pero sin duda son hechiceros, concluye Aleü. Los mercenarios no parecen llevar conjuros encima, pero los que están de guardia, y que puede ver mejor por estar más cerca y con las armas al cinto, llevan conjuros sobre sus espadas, indudablemente para hacerlas más mortíferas.

La hechicera ya ha visto prácticamente todo lo que puede observar desde la distancia, fuera del alcance de la luz de la hoguera. Es el momento de pasar a una siguiente fase...