Partida Rol por web

El bolter pesado de Albius comenzaba a calentarse, exhibiendo en la punta del mismo un sospechoso color rojizo que iba acrecentándose con el paso de los segundos y de las balas que iban siendo expulsadas a una velocidad endiablada y de una forma inmisericorde por parte del artillero y su ayudante. "¡Aguanta....aguanta*, se nos está yendo de lado....! ¡ESO ES!" gritó exultante mientras veía como las balas seguían segando vidas herejes. Aquel grupo de fanáticos no aguantaría mucho más, y el solitario soldado, compañero suyo, que permanecía aún con vida defendiendo aquel flanco, debía estar agradeciendo una y otra vez a Vespillo su oportuna intervención....y Vespillo le agradecía a él estar ahí, para que los herejes no pudieran pasar y llegar hasta su posición.

Lo único malo es que su munición estaba bajando de una forma mucho más rápida que las vidas de aquella escoria.

Esperaba que intendencia le repusiera el cargador o su bolter sólo serviría de elemento decorativo como las cosas siguieran a ése ritmo.  "Creo que vamos a cambiar de arma, Celonius...hay que racionar a nuestra amada."

Pese a que Cneo creyó haber acertado al hereje, este pudo esquivar su ataque. Para cuando su rival contraatacó, Cneo estaba preparado y, con una ágil finta, evito el impacto que se dirigía hacia él. Nunca le había gustado el combate cuerpo a cuerpo, pero sabía defenderse cuando llegaba la ocasión.

— Cayo, ayúdame a acabar con este — ordenó a su camarada mientras recuperaba la posición. Alzó el arma de nuevo y apuntó de nuevo al miliciano. — ¡Muere, maldito hereje! — gritó mientras descargaba su pistola láser en ráfaga semi-automática contra el miliciano que se encontraba enfrente suyo. Esta vez tendía que acabar con él. No había abatido todavía a ningún enemigo y se veía en la obligación de cumplir con el deber de su regimiento. No podía fallar a sus compañeros, no podía fallar a sus superiores, pero, sobre todo, no podía fallar al Emperador.

Los enemigos habían alcanzado nuestra posición, ya estabamos enzarzados en el cuerpo a cuerpo y todo se reducía a matar o morir de forma personal.

En la locura del combate mi mandoble yerra su objetivo pero rapidamente recompongo mi guardia para el posible contrataque de mi enemigo

Aunque la armadura de caparazón suponía una seria ventaja, aquellos herejes se esforzaban realmente para atravesarla con sus bayonetas. Atacan con fuerza y puntería, y algún que otro impacto hace que la vida de los ocupantes de aquella sección de trinchera corra serio peligro. 

Sin embargo, debe decirse que los miembros del 13º de asedio se estaban defendiendo con uñas y dientes. El propio doctor descargó una terrible cuchillada contra uno de sus enemigos, y la espada sierra de Marcus amputó la pierna de otro traidor, aunque a juzgar por el desgarrón que quedó por muñón, y las salpicaduras de sangre y tejido por todos lados, decir limpiamente sería decir mucho. Albius también cumplió, derribando a dos traidores más con su bólter pesado. Solo tenían que perseverar, y podrían echar a aquellos bastardos de su trinchera. 

Recibo varios impactos, que hacen que me tambale durante un segundo pero afianzo los pies en tierra y contrataco con salvaje determinación en silencio ahorrando el resuello,solo unas palabras para coordinar mi ataque junto al de   Lucius.

 Los dientes de la espada sierra buscan la carne del enemigo.  

Teniendo en cuenta que era el miembro menos especializado del grupo como se había esperado del "cerebrito" de la clase... aunque en una unidad de Asedio eso sólo quería decir que seguía siendo equivalente al promedio de guardias entrenados... Nicodemus había cumplido su deber para con su sargento, su oficial, su comisario y su Dios muy dignamente, causando dos bajas de dos impactos antes de que la marea se rompiese contra la trinchera.

-¡Titus! ¡Prepárate! -dijo mientras apartaba el cuchillo y el traidor caía, sujetándose las miserias cayendo al suelo- ¡En cuanto rompamos asalto repliegue a las once! ¡Tendremos que sacar a nuestros compañeros de aquí rápido!

"¡¿Qué coño haces Titus?!" 

-¡Titus! ¡Conf-

...

-¡¡¡¡AAAAAAGHHHH!!!!

El grito del medicae conforme la bayoneta entró desde la superficie, perforándole el pecho en diagonal descendiente y pasando por sobre la armadura azul como si fuera jalea no resonó por sobre el resto de los gritos, pero sí pudo ser visto por los que estaban alrededor, fue fue un ejemplo de brutalidad. Se retiró hacia atrás, con lo que sintió todavía más el mordisco de la bayoneta cortando por dentro, y se apartó de la primera línea hacia las posiciones traseras, buscando el sitio para comprobar los daños.

Ayudado por Titus, el camillero, fue moviéndose apoyado en el hombro hasta allí, donde se apoyó sobre la pared y se medió un puyazo rápido en el costado para que el diagnostor le dijera el nivel de daños que había sufrido.

Ohcristoemperadorbenditoquejodidoestoy...

Marcus había despachado a uno más de sus enemigos, y poco a poco los atacantes iban siendo diezmados. No sentía pena alguna por ellos, puesto que habían alejado sus almas del Sagrado Emperador. Sin embargo era una lástima que hombres sucumbieran a la desesperación de estar lejos de Su Palabra.

Merecía un nuevo intento, y alzó la voz, usando la tecnologia vox para que su conminación a rendirse fuera escuchada por todos los rebeldes.

- Parad y tirad las armas, y lanzaos al suelo, traidores. Quizás el Emperador y sus representantes puedan velar por vuestras vidas o vuestras almas, y quizás no, pero si no lo hacéis no sólo moriréis aquí, sino que lo haréis en contra del Dios Emperador y vuestros espíritus estarán malditos para siempre, junto a los de los enemigos de la humanidad.

Tras las palabras siguió combatiendo sólo para el caso que no se rindieran los que quedaban vivos.

Su última ráfaga había nivelado las cosas mucho en la parte más alejada de él de la trinchera, ahora su compañero tendría una lucha justa. Uno contra uno...y él ya sabía el resultado. Sabedor del deber que aún tenía por cumplir, se levantó, dejando su amado bolter pesado emplazado en el mismo lugar, dispuesto para volver a descargar una lluvia de proyectiles sobre el enemigo, sacando la escopeta de combate que le habían proporcionado como su equipo "básico". Apenas necesitó un tirón para sacarla de su funda, y no necesitó ni mirarla para saber que estaba cargada y preparada, tal cual la había dejado y revisado antes de que comenzara todo. El tacto de la empuñadura y del metal del gatillo le resultó reconfortante, pues era un arma letal en cortas distancias. "¡Vamos Celonius! Enseñémosles a éstos perros porqué somos los mejores soldados de asalto...¡y no me mires así, no pienso dejarte aquí atrás, rata cobarde! Delante de mí...¡y saca tu arma, por el Dios Emperador!"*

Sorteó los alambres de púas, tras echar un breve vistazo al campo de batalla y asegurarse que no venían más herejes de momento, e intentó subir a los sacos terreros, buscando flanquear al enemigo. "¡VAIS A MORIR TODOS, PERROS!", gritó, mientras algunos sacos caían a sus pies en su intento de escalada. Sus pies tocaron el suelo terroso, manchando sus botas del barro provocado por la mezcla de la tierra y la sangre mancillada de sus enemigos, o al menos eso creía él. Seguía en su lado de la trinchera, y pese a la fuerza y la rabia que había intentado imprimir a su supuesta subida, no había conseguido salir de la trinchera. Cuando saliera, imprimiría pasos largos y seguros a su marcha, con la escopeta apuntando hacia el enemigo bien apoyada en su costado derecho. No se pondría a disparar a lo loco, si no que avanzaría esperando estar a una distancia óptima para no darle a sus compañeros, como tantas y tantas veces habían practicado en los campos de entrenamiento.** Por cosas como ésta decían que ellos eran de las mejores tropas de asalto...o lo dirían en cuanto acabara ésta batalla "si es que puedo subir de una puñetera vez"

Obviamente, él no compartía la misericordia por el alma de los herejes que su sargento parecía profesar. Para él, el único hereje bueno era el hereje muerto.

El hereje al que Cneo había disparado caía muerto a sus pies, regando la tierra de la trinchera y suplicando a sus oscuros dioses para que no fuese el fin de su vida. Un macabro espectáculo en el que su enemigo se retorcía de dolor mientras se sujetaba las tripas en un inútil esfuerzo porque permaneciesen en su sitio. Sin embargo, un ataque por parte de otro miliciano impidió a Cneo disfrutar que la emoción instantánea que supone abatir a un enemigo a quemarropa. El golpe le alcanzó con fuerza en la pierna derecha. Afortunadamente, la armadura de caparazón es muy resistente, pero, a pesar de que mitigase parte del daño, Cneo se resintió por el golpe. Esto le sacó de sus casillas.

— ¡Maldito hereje, acabaré contigo! — maldijo a su rival mientras recuperaba la posición. Entonces, con un movimiento entrenado miles de veces en la Schola Progenium le apuntó con su pistola láser y descargó una ráfaga semiautomática sobre él.

Cneo pensó que el sargento era un iluso creyendo que los rebeldes iban a cruzar el espacio entre trincheras para rendirse. Aunque si lo conseguía puede que algún compañero no cayesen en combate. No se sabía cuánto tiempo iba a durar la guerra por lo que economizar recursos era un prioridad entre los mandos.

El combate cada vez se decantaba más a favor de los soldados del 13º, aunque habían tenido contratiempos, su blindaje y entrenamiento superior se imponían poco a poco, y cada vez quedaban menos herejes. Esto, unido a la autoritaria orden de Marcus, hace que finalmente su moral se termine de hundir y arrojen las armas. Sabéis, sin embargo, que su destino será la hoguera con casi toda seguridad, además de las atenciones de la Inquisición. 

Que los herejes tiraran las armas había sido una sorpresa para él, ya que esperaba que fueran fanáticos irreductibles que dieran todo por su causa, pero comprendió que eso sólo podía pasar con las tropas leales al Emperador. Él nunca se rendiría, antes la muerte que el deshonor. Una vez se habían rendido, ahora quedaban a disposición del comisario y sus chicos. Les esperaba la muerte, aunque igual alguno, si el Emperador se apiadaba de él, salvaría su alma.
 

¡Bah, nos hemos quedado sin poder probarte, preciosa! - dijo, estampando un beso en la culta de su arma. - Volvamos a nuestro nido de amor, Celonius. -

Retrocedió sobre sus pasos, guardó el arma y se preparó para recuperar la posición. Con toda probabilidad, aquella había sido simplemente una primera toma de contacto, vendrían más...muchos más.*

- Soldados, recoged las armas de los soldados rendidos, e id atándolos a todos. Nicodemus, informa como te encuentras. ¿Puedes curarte a ti mismo? ¿debemos pedir que regreses a posiciones más protegidas? Si estás bien, o cuando te recuperes, mira a los heridos. Todos revisen armas y municiones, y lleven a la posición del doctor a los heridos graves. Agripa comunica al mando nuestra victoria, incluyendo las bajas sufridas, y producidas, y que hemos tomado prisioneros, por si el Comisario Malatesta desea interrogarlos. Cneo, Albius, vosotros vigilad con las armas y dad la alarma en cuanto veáis cualquier movimiento delante nuestra.

¡Sí, a la orden Sargento! - contestó Albius.
 

...

...odemus...forma...omo...as...

Recuperó la visión del mundo con un par de muertos a sus pies y apoyada la espalda en la trinchera, mitad lo que había conseguido arrastrarse él tras protegerse de los ataques que habían ido viniendo cuando le habían visto caer: estaba recuperando el calor y la inmediatez cuando notó la falta de enemigos, sus compañeros alrededor y las palabras. Reconoció el término de las hostilidades (por el momento) y miró a Titus, que estaba muy ocupado perdiendo la color de la cara mientras trataba de mirar

-Titus, baja la cabeza a menos que den la orden, y ayúdame. Trae el diagnostor y clávalo.

Apretó los dientes mientras el puyazo en el costado en la zona de los riñones hacía una biopsia ultrarrápida y le comunicaba todo lo que tenía que comunicar. Abrió el medikit, sacando las vendas, las grapas quirúrgicas y el parche menos de sintepiel; el desgarro había sido limpio como para necesitar más material, al menos en principio. También sacó las cerillas de contacto, esas que hacían el fffssssss tan conocido como desagradable por todos los allí presentes cuando esterelizaban y hacían su trabajo.

-Nicodemus informando. Extremidades operativas, nivel de conciencia verde. Hemorragia interna abundante. Procedo a un bombeo y cerillado de rutina.

FFFSSSSHHHHGGGGG!

Apretó los dientes mientras Titus miraba aquello, aún blanco. Ssssssh, se dijo. Sigue funcionando bien.

-Amenaza de desangramiento nula, todo correcto -dijo, sin que la voz traicionase por el hecho de que acababa de realizar un procedimiento tan desagradable- No puedo informar de la amenaza del resto de las heridas hasta que proceda: permiso para proceder esquema de prioridades, mi sargento.

Una vez lo recibió, tras el sangrado y la espera de segundos de rigor para no iniciar un pinchazo antes de que las cápsulas de plasma fuesen digeridas y tuviese un rapto por narcosis como un subnormal que acabara de salir de primero de Guardia. Tras ello, empezó a desajustar la armadura (que tendría que entregar para revisión y reparación tras el combate) para empezar a tratar sus heridas, que lucían bastante horrible pero no estaban desparramando sus tripas por el suelo ni estaba desangrándose, así que no estaban tan, tan mal.

Empezó a tratar allí a la vista de todos mientras canturreaba y procedía con rapidez: extracción de material innecesario, sierra, sutura, seminartecadora, reproducción de intestino, mucolítico y, por supuesto, sutura antes de clavar las grapas quirúrgicas. Titus Camillus seguía amenazando con vomitar, pero estaba allí y estaba prestando atención, además de punzarle el cuello en el sitio correcto para sentir lo menos posible el intenso dolor producido por estar cosiendo sus propios mondongos. ¡Buen muchacho!

-¡Todo el que haya sido herido, que vaya presentándose! ¡Titus, encárgate de la camilla, ve con la gente que vaya trayendo los cuerpos y asegúrate de que no se los cargan por el camino! ¡Vamos! ¡Hop-hop-hop!

Una vez terminó de curarse y ajustó las placas de la armadura y los cierres, ajustó de nuevo la máscara y el visor y comprobó la escopeta mientras iba llegando el trabajo, con el alivio y el orgullo que se sentía de saber que no se estaba muerto por la propia habilidad de uno y el equipo suministrado. Bendito equipo. Si esto seguía así iba a besar al alférez encargado de turno en los morros: seguramente se considerase una falta leve.

Había sobrevivido a otra batalla; otra victoria para el regimiento y para el Emperador. Los herejes se habían rendido, era un suicidio seguir combatiendo. Cneo sentía pena por ellos, almas descarriadas que habían tenido la mala suerte de ser guiadas por dioses oscuros y no por recto camino del Emperador. A veces se preguntaba qué hubiese pasado si él hubiese nacido bajo la influencia del caos y si sería él como ellos. Este pensamiento le perturbaba siempre que veía como tras la armadura de combate, los tatuajes y las marcas heréticas había una persona; una persona como él. Quizás se podrían salvar, quizás había alguna forma de que abandonasen sus cultos y volviesen bajo el camino del Emperador.

Mientras su mente vagaba por ideas heterodoxas, llegaron las órdenes de su superior y se dispuso a cumplirlas con eficacia.

— ¡A sus órdenes, señor! — respondió Cneo por el comunicador al sargento. — Dejad vuestras armas en el suelo y poneos de rodillas en el suelo con las manos en la nuca. ¡Ya!— grito a los milicianos que tenía enfrente mientras les apuntaba con la pistola láser—. ¡Cómo se os ocurra hacer un movimiento extraño os vuelo la cabeza! Cayo, cachéales por si acaso, no nos podemos fiar de ellos, y después átales las manos. Yo te cubro.

Me acerco a Marcus y le digo:

Deberíamos aprovechar y avanzar, si conseguimos hacernos con una sección de sus trincheras podemos establecer una cabeza de puente y romper este maldito empate. Piensa en la gloria que traeríamos al regimiento, seríamos los primeros en poner el pie en el terreno enemigo.

- No me parece mal, Aurelius. Pero esperemos respuesta del mando- miro entonces a Agripa- Pide autorización para avanzar tras dar el informe.

Albius llegó a su lugar, guardó su arma y enseguida embrazó de nuevo el Bolter Pesado, junto a su pardillo, Celonius. Se alegró de haber sobrevivido a la primera escaramuza, pues eso significaba que podría seguir enviando a los enemigos de su Emperador, alabado sea, al más allá.

Atento, Celonius, no te duermas. Ésta ha sido la primera oleada, seguro que esos cabrones tienen más, siempre tienen más. - le dijo a su acompañante. - Comprueba que la recamara está limpia, dime cuánta munición nos queda y haz una comprobación de todas las armas, que estén listas para lo que tenga que venir. Luego bebe agua, y dame un poco, ¡¡tengo la garganta seca de tanto gritarle a ésos malnacidos!! Míralos como se arrodillan y reconocen la verdad, el Emperador es el único al que le deben devoción y obediencia.... Pero ya es tarde para ellos. -

Su mirada se perdió en el campo de batalla, ojeando aquí y allá buscando enemigos que vinieran a por sus compañeros.

Una victoria, sin duda. Agripa en seguida procedió a intentar establecer contacto con el mando, mientras que los milicianos traidores arrojaban sus armas y se ponían de rodillas. Parecía que, bajo aquellos sacos harapientos que llevaban en la cabeza, no eran muy distintos de los milicianos leales, tipos asustados que no querían seguir luchando, al menos en aquel momento. 

Sin embargo, no todo puede ser tan fácil. Al principio fue el ruido de motores en la lejanía, seguido del de orugas machacando el barro y demás materiales... Sonidos que no eran más que el anticipo de lo que apareció en el frente: un blindado ligero de las fuerzas traidoras. 

-Aquí el Lord General Marius Hephaestus-dijo el mismo a través del vox de Agripa, con cierta carga de estática-confirme estado de la trinchera...