Partida Rol por web

Varmis asintió con un gesto comprensivo a la primera parte de la intervención de Lucrecia, e hizo un gesto de indefensión sobre la segunda.

-Apenas nada. Sólo sé que el difunto se llamaba Raic y que la forma de actuar de su asesino, de noche, desmembrando a su víctima y colocando los pedazos en un sitio público para que sea descubierto, encaja con la del Asesino de la Linterna. No me he atrevido a ir a ver la escena del asesinato por mi mismo, pero tengo entendido que las autoridades, leáse Sodderheim, se han apresurado a borrar las pruebas... y a incinerar a Raic.

¡Pues vaya investigador de pacotilla! se indignó Lucrecia, para sus adentros. Tan adentro que no movió un solo músculo del rostro.

La escena del crimen ya estaba limpia, o más bien al contrario, contaminada, como la hubiera descrito un oficial de la guardia con quien había tenido un breve romance. Y el cadáver incinerado; todos ellos incinerados, probablemente. No importa, no es que pueda sacar mucho en claro de un cadáver, no tengo ese tipo de conocimientos, ni de entrenamiento. Ni me apetece manosear pedazos de un tipo muerto.

No parecía que Varmis fuera a serles de mucha más utilidad. O bien sabía muy poco, o tenía razones para mantenerse en silencio, la Santa sabría por qué. Ella se inclinaba por la primera de las posibilidades. Nunca había tenido fe en la capacidad de los hombres de fe. A menos que realmente sea un espía.

Quedaban otras avenidas por explorar. La más directa pasaba por el propio Sodderheim. La más directa y la más arriesgada, no solo por la simple cuestión de la supervivencia, sino porque perseguir al sospechoso podía acabar quemando los hilos que lo conectaran a los asesinatos.

¿Y cuáles son esos hilos? Si fuera ese hombre el asesino, sería otro quien se encargaría de cubrir su rastro. Si no lo es, ¿por qué arriesga su reputación con tanto descaro?

Antes de los asesinatos… dijo mientras reflexionaba, por eso Caparrancia no te admitió como aprendiza, no puedes pensar en un asunto durante diez segundos sin quela mente se te escape a otro, ¿solían desaparecer personas de características similares a las víctimas?

Toda su vida había visto cómo los marginados desaparecían. Se cruzaba con alguno durante meses, a diario, hasta que un día no volvía a saber de él. ¿A quién le importaba? Bien podían haber quitado uno de los bancos de la plaza. Un simple instante de extrañeza, mientras la memoria se adaptaba a la diminuta mutación de la realidad. Quizás a un sacerdote que conocía a las víctimas por sus nombres.

Tenemos entendido que hay otro grupo investigando los asesinatos, añadió. Otro hilo del que tirar, antes de tensar una cuerda que podía resultar demasiado frágil. ¿Cómo podemos ponernos en contacto con ellos?

-¿Me preguntas si en una ciudad tan grande desaparece gente que no importa a nadie? Supongo que sí, pero ¿cómo iba yo a saberlo, exactamente? -le preguntó a su vez Varmis-. Soy un amigo cercano de una de las personas que dirigen la investigación. Su nombre es Saphia, una sacerdotisa de Ishtar. Dile que has hablado conmigo, y háblale de tu pérdida personal. Ella lo entenderá.

Lucrecia se encogió de hombros. Podía suponer, pero no saber lo que conocía aquel hombre —no sin magia de por medio, algo que prefería dejar como último recurso cuando trataba con potenciales aliados—, o lo que quería contarle. Y por ahora había concluido; si había algo más que necesitaba preguntar, sabía dónde encontrarle.

¿Dónde puedo encontrar a Saphia?

Otra sacerdotisa. No podía librarse de ellos. Mamá hubiera trabajado mejor con este tipo de personas, pero si no hay más remedio...

-La última vez que la vi iba a ir al Bastión de la Justicia para hablar con Ulthor, uno de los pocos guardias íntegros que le quedan a esta ciudad. Pero de eso hace unas horas. Debe haber empezado la investigación. Tal vez haya ido al Sanatorio donde encerraron brevemente a Eraias, o quizá esté investigando la nueva escena del crimen. No lo sé. En el peor de los casos, se alojará aquí por la noche. ¿Necesitas que te redacte una carta para Saphia, cuando la encuentres?

Así que iba a tener que buscarla por toda la ciudad. ¡Fabuloso! Podía empezar por el principio, y seguir su rastro, o podía ganar tiempo y hacer algo útil, como buscarla en el lugar donde el asesino había dejado los restros de su víctima de aquella noche. Incluso tras la limpieza de los hombres de Sodderheim, era el lugar donde más frescos estaban los luctuosos acontecimientos.

Por favor, accedió. Probablemente no le haría falta una carta, pero era Varmis quien conocía a aquella mujer, y se había oafrecido a redacatarla por alguna razón. También nos será útil la dirección de esa "escena del crimen".

Varmis escribió lo que Lucrecia le había pedido en dos pergaminos distintos. En uno, una carta a Saphia en la que instaba a confiar en ella y en su hermano, donde se mencionaba a su madre y a cómo había encontrado el fin de sus días. En otro, había dibujado un pequeño mapa de la Escorbutera, rotulando el nombre de la calle donde se había producido el asesinato y las de las aledañas también.

Lucrecia y su hermano se despidieron del sacerdote de Derthelas y se dirigieron a la última escena del crimen. En el camino, empero, fueron abordados por un hombrecillo que le susurró algo a Cesare en el oído. El joven enjuto asintió y le depositó una reluciente moneda de oro en la palma de la mano antes de decirle a su hermana:

-Los matones de Sodderheim se mueven para abordar a un grupo de aventureros. ¿Te apuestas algo a que esa Saphia está entre ellos?
 

Lucrecia se despidió del sacerdote, examinó los pergaminos, e hizo desaparecer el que contenía la carta a Saphia en el bolso que llevaba colgado del cinturón, metiendo el brazo mucho más profundamente de lo que parecía posible a simple vista. No habían sacado mucho en claro de aquella entrevista. Cesare había obtenido bastante más información que la aquel hombre había compartido, o que siquiera poseía. A menos que Saphia tenga más que decir.

De camino a la Escorbutera, fueron interceptados por uno de los contactos de Cesare. Los matones de Sodderheim seguían actuando como si el hombre fuera mucho más frágil que su reputación. Algo que no dejaría de sorprender a Lucrecia hasta que supiera más sobre ese hombre.

Sospecho que ganarías esa apuesta, replicó a su hermano. Tu amigo te ha dado indicaciones, ¿no? Tú guías.

-Sería mucho pedir que también estuviera Imeya, ¿no? -dijo Cesare con un tono de voz sombría-. Vamos.