Partida Rol por web

Salvadores Salvados

Salvadores Salvados - Avistamiento de Águila - Escena Uno.

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21/02/2013, 16:31
Nicolaás Linker

Linker estaba sentado sobre el suelo, mesándose la barba irlandesa con una mano, sobre la palestina al cuello, mientras con la otra miraba un puñado de papeles que había impreso e intentado arreglar. Harto, sacó el zippo del bolsillo y le prendió fuego a la punta, lanzando el conjunto de árboles cortados contra un cubo de metal que hacía de contenedor de basuras.

- No hay forma de que cuelen por originales- sentenció molesto mientras la matrícula de la universidad ardía-. Y aunque así fuese nunca llegarían a tener validez en Japón.

Jo descansaba sobre el colchón tirado a ras de suelo, envuelto en un cubre un puñado de mantas y sábanas destartaladas. Aquello era un bajo que nadie quería, en mitad de un bloque de edificios, y tenía tres paredes y una persiana de metal, más el techo y el suelo. Circulaba agua carriente, y enchufes, que se mantenían activos por la falta de burocracia. Pero no había calefacción, y los ocupas no eran nada anómalo en una ciudad donde corría gente ilegal y/o sin trabajo.

- Atención, Ciudadanos del Sector Tres- comenzó una voz mecánica en el exterior, nacida probablemente de la megafonía instalada en los últimos días en lo alto de las farolas-. La Regencia- como se autodenominaba el sistema de gobierno impuesto en Ámsterdam- comunica que por su seguridad deberán permanecer en sus casas hasta que la Tormenta Eléctrica remita. No intenten manipular los plomos ni la instalación, y no salgan a la calle durante el...

Hacía medio escaso minuto había empezado a tronar, y cuatro rayos contó Sawako. Muy rápido actuaban los nazis, hasta el punto de ser poco creíble.

El primer disparo sonó, proyectándose como un eco en el aire al otro lado de la verja. Y otra bala, y otra. Sawako escuchó el sonido de algo pesado cayendo contra el suelo, y un gatillo apretándose varias veces sin balas en la recámara. Los agónicos quejidos se oían a través de la megafonía tras los disparos.

- Atención, Ciudadanos del Sector Tres- repitió una voz distinta, con sorna, juvenil- La Ciudad comunica que por su seguridad salgan a las calles y defiendan su maldita ciudad. Fin del mensaje.

Con acústica aquello dejó de emitir sonido, apagando los altavoces. Pisadas rápidas se oyeron al otro lado, con una persona corriendo, para acto seguido tronar una moto arrancando y comenzando a surcar la distancia. Huyendo.

- Deberías largarte- aseguró Linker, dejando caer la cabeza contra la persiana del negocio. Claramente aquel tipo de cosas no las solía vivir cada noche de cerca, aunque sí cada semana, y le minaban la moral-. Te será más fácil eso que volver a la universidad. Aunque todos quieren pirarse de aquí. Si no lo hago yo es por el negocio- miró con gravedad a la chica, inquisitivo-. Negocio que contigo no me sale nada rentable- extrañado de pronto, alzó las cejas-. ¿No han dado parte demasiado rápido de el temporal?

Un nuevo trueno sacudió el cielo, y con él, la lámpara conectada al enchufe chisporroteó, dejando de emitir luz y dejando el improvisado dormitorio totalmente a oscuras.

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21/02/2013, 16:32
Administrador

- Por el amor del señor, Ruth, ¿para esto me despiertas?- preguntó su madre, incrédula, sin moverse del sofá. Volvió a aferrarse a la manta, tumbándose en el sitio e intentando fingir que el resto del universo no existía. Su hija la despertaba con alarmismos para luego no darla crédito alguno, así que desechó la posible importancia de aquella a todas luces paranoia.

Al otro lado del teléfono, sin embargo, Ágatha respondió.

- Estoy bien, sí, claro- respondió la chica, fingiendo normalidad-. En casa de Gerard- su novio-, ¿por?- preguntó extrañada-. Yo no veo mal temporal por la ventana, ni fuego en las calles, pero por si acaso, no te vayas a dormir. No sé qué decirte, pero mantén la calma. ¿Se lo has dicho a mamá?

La voz de su madre habló, sin abrir los ojos.

- ¿Fuego, segura?- preguntó, sin saber muy bien si debía empezar a preocuparse ya o luego. Para cuando Ruth volvió al cuarto, la madre ya estaba sentada, frotándose los ojos mientras pulsaba el mando de la televisión. No se encendía-. Pues vaya gracia...

Por la ventana, sin embargo, el panorama no pintaba mucho mejor. Alex descansaba, pero no exactamente en su sitio. Estaba sentado delante del parachoques delantero, con la espalda contra el mismo. Y tenía motivos. En mitad de la calzada, paseándose, había un Capataz. Un sargento, un cabo, o un soldado de primera. Se les llamaba así por la noche, que era el único momento en el que se les veía patrullando en solitario, protegidos por un blindaje corporal y una máscara de gas.

A partir de ahí corrían rumores varios. A la espalda llevaba una caja negra, cual mochila, donde se decía que llevaban lo preciso para contactar con el resto de los efectivos, situados en manzanas contiguas, y así parecía a juzgar por el cable que conectaba con un walkie talkie a la cadera. Pero es que al otro lado se alzaba un subfusil, y también iba conectado. Nadie parecía saber qué había dentro de aquel macuto de metal, pero por decir había que había incluso gas, o granadas, o napalm. Lógicamente, no eran sino cuentos para asustar a los críos.

El hombre se llevó una mano a la cadera, alzando un accesorio que Ruth no había visto hasta ahora. Parecía un pequeño micrófono, también conectado a La Caja. 

- Atención, Ciudadanos del Sector Tres. La Regencia- como se autodenominaba el sistema de gobierno impuesto en Ámsterdam- comunica que por su seguridad deberán permanecer en sus casas hasta que la Tormenta Eléctrica remita. No intenten manipular los plomos ni la instalación, y no salgan a la calle durante el...

Habían hablado los altavoces, con voz de ultratumba. Llevaban días instalándolos en lo alto de las farolas, y tardarían otros tantos en destrozarlos, pero funcionaban, y era la primera vez que decían. Sin embargo, callaron cuando el primer disparo sonó, proyectándose como un eco en el aire bajo la ventana y sobre la misma, gracias a los altavoces.

Era Axel. Había salido de su escondite, con una pistola en la mano. Y al parecer, las balas atravesaban la armadura como si fuese papel, ya fuese por punta perforan o hueca. Y otra bala, y otra. El chico siguió apretando el gatillo hasta dejarlo seco, momento en el cual miró el arma y echó a correr hacia el Alemán, que había caído de espaldas sobre su propia caja.

Los agónicos quejidos se oían a través de la megafonía tras los disparos, ante lo cual se abrieron unas pocas ventanas, haciendo asomar cabezas hacia el sitio. Axel, sin mirar hacia arriba, aferró el micrófono.

- Atención, Ciudadanos del Sector Tres- repitió el chico con sorna- La Ciudad comunica que por su seguridad salgan a las calles y defiendan su maldita ciudad. Fin del mensaje.

Dejó caer el micrófono, pisándolo sobre el pecho del agonizante. Con acústica y chispas aquello dejó de emitir sonido, apagando los altavoces. Y ante ello, Axel no pudo sino echar a correr, mientras más ventanas se abrían. Subió a su moto y, sin pensárselo dos veces, giró el contacto y el acelerador, saliendo de allí cuan rápido diese de si el tubo de escape.

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21/02/2013, 18:23
Administrador

Jurgüen esperó el minuto, eterno, mientras seía oyendo de vez en cuando diminutos susurros sesgados, como si los Alemanes fuesen lo único que hiciese ruido en la maldita ciudad. Como si el resto de ese edificio fuese un cementerio o tuviese una mordaza en los labios y una cadena en los pies. No atinó a reconocer ni una palabra, por supuesto, pero tras el minuto empujó la puerta de la prostituta.

Nada, salvo dolor de hombro y sentirse viejo en su eternidad. Otro golpe, y escuchó un ligero crujir de madera, que le animó a dar un tercero. Ante él, la puerta cedió, y si lo hubiese hecho de par en par el Padre se habría dado de cabeza contra el suelo, proyectado, pero golpeó con la pared que se trabó a medio camino, quejumbrosa.

La abrió del todo y, con cuidado, preguntó. Sin respuesta. Ignorando el reloj de cuco, avanzó, mirando de reojo por las puertas para respetar la intimidad. Al fondo, contra la pared verde, se encontró tirada a la chica, vestida decentemente salvo por la manga subida en el brazo derecho. Una cuchara y un mechero descansaban a su lado, con una aguja hipodérmica de contenido vacío. Haciéndolas compañía, una hoja de afeitar, con pequeñas gotas rojas, a juego con las que lucía la mujer en la muñeca, ascendiendo en vertical con el brazo.

Horizontal significaba hospital. Vertical, morgue.

- ¡Ya habéis oído, en marcha!- gritó el hombre de antes, Friedrich según El Gobernador.

Jurgüen podía bajarla, pero a todas luces los Alemanes no darían mucha ayuda a una drogadicta que intentaba suicidarse. Les convenía mantener con vida a la gente que trabajaba, que aportaba algo a la ciudad. El resto eran cifras para usar de rehén, aunque no iban a disparar aleatoriamente por la calle de forma indiscriminada. Que la vida valiese tres cuartos de billete no significaba que valiese a céntimo. Y bien se les podría convencer, pero no.

Otra opción obvia era ayudarla él mismo. Lo haría con cualquier cosa que encontrase en el baño, o incluso en la cocina o los dormitorios. Alguien como Jürguen podía hacerla, sin problemas, aguantar hasta llegar al hospital, que costaba un riñón y parte del otro si no se tenía el favor de los Alemanes, pero que seguía en marcha pese a todo.

- El gas. Lo siento- se limitó a decir la chica, con los ojos cerrados y dejada ir-. No me acordaba de ti. Sólo de ellos.

Los Alemanes. Ahora sólo quedaba ver cómo se lo montaba el Padre. Tenía la opción de saludar a tres soldados, un oficial, y al Gobernador en persona, que recorría las calles tranquilamente como si la gente no tuviese pistolas en su casa y mucha mala saña acumulada. Eso era confianza en uno mismo y lo demás tonterías. Colindaba con la ignorancia, por supuesto.

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21/02/2013, 19:24
Leila

Leila no supo qué responder. Sorprendida, entreabrió los labios, mirando como una boba los esfuerzos de Gretch por tragar. Era peor que un pájaro sin pulmones. Nimio y por sacrificar. A esa pequeña patinadora había que borrarle el disco duro y empezar desde cero. No parecía tener arreglo.

- De nada- atinó a musitar, sin dar crédito.

Extendió las manos hacia la chica, ofreciéndose a recuperar el pastel en vista de que a la chica le costaba un imperio dar dos bocados que no parecía disfrutar. Pero se quedó a medio camino cuando una voz se filtró por la ventana abierta y las tablas de madera, proveniente del piso de abajo. Era el despacho de Ambroos, pero no la voz de él. Y estaba dentro, seguro.

- Grabación Número 4- comenzó a hablar la flecha, con voz mecánica para luego tornarse humana, masculina, y con un claro acento alemán-. ¿Mañana, a qué hora? Bien, bien. Estaremos en mitad de La Ascensión, pero dejaré a Taylor al mando- el hombre parecía satisfecho, y había pausas en su discurso, como si hablase con alguien-. Frederick Taylor, sí. Espero que esta vez no lleguen con inmunodeficiencia. No valen más que para alentar a los hombres en ese estado, y no estoy dispuesto a seguir invirtiendo dinero en crías para eso teniendo el Barrio Rojo.

Leila, instintiva, pegó la cabeza al suelo, con o sin tarta entre las manos. No lo oía todo, atando cabos a raíz de sílabas o palabras que se daban por sentadas. Entendía el grueso, y con ello bastaba para dilucidar todo del mensaje. Gretchen tanto o más de lo mismo.

- Pues dile al Corleone ese que o mantiene las condiciones o nuestro trato desaparece. Me cuesta muy poco pedirle, además de huérfanas, armas a los ojos rasgados- se le notaba súbitamente molesto ante aquello, como si el negocio fuese importancia-. Quizás el transporte, uniendo envíos, nos salga hasta gratis y salgamos ganando. Diles que es un ultimátum. Y avisa a mi mujer. Dile que mañana se vaya a tomar por culo- silencio-. Bueno, díselo como te apetezca. Me has jodido el día.

Y se hizo el silencio. Leila despegó la cabeza de su espionaje, mirando a Gretchen sin saber cómo se lo estaba tomando ni qué debía hacer en ese instante. La mujer estaba muda, en estado de shock, procesando una respuesta eficiente a aquella situación. Y no parecía encontrarla.

Por no saber no sabía ni qué decir o qué gesto poner.

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21/02/2013, 20:35
Gretchen

Gretchen oía muchas cosas, pero hacía tiempo que había aprendido por las malas que prestar atención a los asuntos de los mayores es sinónimo de meterse en problemas.  Por eso, cuando vio a Leila escuchar descaradamente, le clavó los ojos: dos feroces puñaladas silenciosas. Un "Deja de hacer eso" tan claro como si lo llevara escrito en la frente. Escuchar a quien no debes está mal.

El hecho de que Janssen estuviera reproduciendo una grabación telefónica de alguien que se dedicaba a la trata de blancas no la escandalizó: no por que fuera amoral, sino porque no procesó la información. Se quedó en su cabeza, flotando suavemente, esperando a resultar relevante. Oye muchas cosas, ahí arriba, pero Stille confía en Janssen, así que Gretchen también. Al menos en términos intelectuales. Su corazón es otra cosa.

Se sienta en el escritorio. En una hoja de libreta a cuadros, vieja y apergaminada -los folios de colores que le trae Stille son pequeñas joyas que no gasta en cualquier cosa-, con rotulador rojo, escribe. Su letra es una mezcla inquietante y desazonadora de la caligrafía que uno esperaría en una distinguida artista del patinaje y la que se vería en una niña aterrorizada. Una cursiva elegante, meliflua y ornamentada, pero toda ella escrita temblonamente, transmitiendo el miedo de su autora en cada vocal y cada consonante. 

Voy a ver a Stille.

Y eso es todo. Ni hola, ni besos, ni hasta luego. Las notas de su padre en el frigorífico eran así, tan frías como su contenido. Compra leche. Se ha acabado el detergente. Cuando salgas del entrenamiento, ve a por el pan. Volveré a casa a las 5 y quiero verla limpia y ordenada. Órdenes implícitas y explícitas. Ni una migaja de afecto. Una nota para colarle a Janssen debajo de la puerta. No quiere interrumpirle.

Se levanta, dejando la silla, el rotulador y la libreta perfectamente ordenados. Mira a la invitada y después a la trampilla abierta. Hace un levísimo gesto con la cabeza: tú primero.

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22/02/2013, 14:29
Administrador

La Harley Davidson rodaba sobre el asfalto, al que no le sobraban lágrimas de dios. Había llovido hacía poco, y el asfalto estaba mojado. Tanto así que Leila de vez en cuando debía frenar en las curvas, cuando Gretchen apretaba las manos para no caerse del puro nervio al ver la moto tan inclinada.

Conducía con relativa precaución, pero cierto gusto por la velocidad y el riesgo se notaban ante los mandos de aquel contenedor de metal y gasolina. En cierto modo era como Stille, sólo que este se cuida mucho de pisar el acelerador cuando portaba a la chica sin presión, e incluso se vestía de calle en lugar de usar el traje de faena.

Leila se topó con dos patrullas. La primera no tuvo ni tiempo de girarse antes de que desapareciese tras la esquina, y la segunda sucumbió en cuanto la chica cruzó uno de los puentes. Llevaban recorrida media ciudad cuando ocurrió el incidente.

Inclinando el cuerpo en una curva, la moto comenzó a derrapar, haciendo saltar una salpicadura de agua por los aires. Estaban sobre un charco, y Gretchen pudo notar como un calambre la sacudía desde los pies. No fue hasta mirar hacia abajo cuando vio los surcos de electricidad culebreando en el agua.

La moto acabó de torcerse, produciendo un chirrido de chispas al despuntar la pintura contra la carretera. Gretchen rodó cual bola de lana, aterrizando sobre el asfalto en mitad de la calle, con los brazos extendidos y una molestia en cadera izquierda y codo del mismo lado, aunque pesaba más la primera impresión de golpe que la segunda. Salvando eso y el pequeño mareo por el golpear de la cabeza, estaba bien. Había caído con gracia adquirida en años de golpearse contra el hielo.

La motocicleta se estampó contra una farola con un rotundo sonido hueco, en contraste con Leila. La Anarquista descansaba tirada en mitad del charco, con chispas recorriéndola cuales cadenas. Apretaba los puños y chapoteaba, con los ojos cerrados y el cabello mojado, pataleando por salir de allí. Nada parecía estar conectado al agua estancada, pero parecía anómalamente cargada de electricidad.

Un trueno sacudió el aire, descargándose contra un pararrayos en un edificio adyacente. Mirando al cielo, Gretchen podía ver nubarrones bajo la estrellada luna. Mirando al lado, en medio de aquel bloque de viviendas, un grupo de personas uniformadas como los Alemanes, y una de ellas señalando el lugar del accidente. Parecían discutir entre ellas el como proceder. La tercera patrulla, y un momento muy poco oportuno.

Estaban en la periferia de Ámsterdam, y no quedarían más de doce manzanas hasta la fábrica donde Stille tenía a su familia. Pero Gretchen parecía la mejor parada en ese momento, y no había tiempo para trazar un plan demasiado reflexivo.

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22/02/2013, 16:06
Eugenius Novák

Eugenius se removió incómodo en el asiento a medida que el vehículo avanzaba hacia la casa del gobernador. No le gustaban nada los cambios, a menos que fueran para mejor. Su otrora ciudad, Amsterdam, donde había nacido y en parte se había criado, estaba ahora dividida en Sectores. Controlada y patrullada por los alemanes. No era plato de buen gusto. Por muchos contratos que pudieran ponerle sobre la mesa, dudaba que los alemanes consiguieran despertar su atención. Novák no era un patriota, nunca había sentido ese orgullo por un país, ese amor propio, esas ansias por defender lo que se supone que es tuyo. Él se había considerado siempre por encima de ello, un hombre de ciencia que anteponía la razón a cualquier sentimiento.

Pero ver su ciudad natal en esas condiciones le removió algo por dentro. Se preguntó qué sería… nolstalgia quizá. ¿Tiempos mejores? No lo creía. Cuando era chico apenas tenía amigos, se pasaba el día jugando con ingenios mecánicos que muchos de los adultos ni siquiera comprendían, o leyendo libros de matemáticas y física avanzadas.

Afortunadamente el viaje acabó y pudo divisar por primera vez el hogar del Gobernador. Aunque la palabra más apropiada era fortaleza. No era una casa o una mansión… parecía más bien una base militar.

- Gracias. – asintió Eugenius ante la bienvenida de Alfred. – Aunque debo matizar que de humilde este hogar tiene poco. – Depositó las maletas en las manos del mayordomo y echó a andar dejándose guiar. Los ojos de Eugenius recorrieron el enorme jardín sin pasar por alto la vigilancia armada.

Entonces el mayordomo le comentó lo del sistema de megafonía. El gran logro del chimpancé de las SS. Y aunque fuera aburrido y algo simple, el hecho de que estuvieran celebrando aquello sacó una sonrisa de los labios de Eugenius.

- ¿Tendré que asistir a esa fiesta para hablar con el Gobernador? – preguntó intentando no mostrar demasiado sus emociones. No le gustaban nada las fiestas, no le gustaba la gente, y mucho menos todos aquellos lerdos que no sabrían escribir correctamente ni sus propios nombres. Esperaba no, deseaba poder hablar con el Gobernador en privado, o en su defecto que el Gobernador estuviera asistido por alguna mente científica con conocimientos básicos de física cuántica. Eso sería suficiente para que Eugenius aguantara unos minutos… aunque dudaba de estar lo suficientemente interesado en lo que le dijeran como para quedarse mucho rato.

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22/02/2013, 16:14
Gretchen

El miedo es un visitante familiar en la cabeza de Gretchen, y su presencia es casi una tónica más que una presencia inesperada. No obstante, este era un miedo nuevo: nacido del desconcierto. ¿Qué ha pasado?

Gretchen podría haberse puesto a pensar en lo imposible que era que ese charco estuviera electrificado, pero con los años ha aprendido a no hacer preguntas y a centrarse en las respuestas. Tenía que darse prisa: los alemanes no eran muy buena gente, por lo que ella sabía. Si Leila no estaba muerta aún, lo estaría pronto.

Buscó a su alrededor, en la misma calle. Necesitaba una vara o palo de material no conductor para sacarla del charco, y lo necesitaba ya. Si ella misma metía las manos en el agua, acabaría igual que Leila y ambas dos estarían a merced de los nazis.

Miró rápidamente: ¿la farola tenía un cortocircuito? ¿Había sido eso lo que provocó la descarga en el charco y después el accidente? Unos pasos más allá había unos contenedores. Corrió hacia ellos, puesto que no tenía nada encima que pudiera ayudarla: bajo la sudadera holgada, solo llevaba una camisa de florecitas y unos pantalones vaqueros. Caros, porque Dieter tenía dinero. El de Gretchen, concretamente. Ahora estaban gastados por el uso y algo aclarados en las rodillas, pero seguían siendo tan inútiles para sacar un cuerpo de un charco electrificado como cuando los compró en la tienda.

Husmea con rapidez en los contenedores, pues cada segundo perdido es un segundo en el que Leila se ahoga más y más en ese desfibrilador artificial que es el charco electrificado.  Bajo un par de bolsas encuentra una escoba vieja y despeluchada. Corre  hacia la joven con la vara en las manos, y usa el cepillo para enganchárselo debajo de la axila y tirar con cuidado para sacarla del agua. Con cuidado, con cuidado... sin demasiada fuerza -ja, como si pudiera usar mucha-, aplicando el ángulo justo para hacer que la chica resbale por el asfalto poco a poco, fuera del líquido. Si da un tirón, el cepillo se desprenderá. El latido en la cadera era una molestia, pero está acostumbrada -inmisericordiosamente acostumbrada- a trabajar bajo presión y con dolor.

Con cuidado, pero date prisa. Esos nazis se van a plantar aquí en un pispás, Gretchen, se dice a sí misma. Centra toda su atención en lo primero, que es sacar de ahí a Leila. Comprobar su estado irá después. Preocuparse por los nazis, lo tercero.

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22/02/2013, 22:50
El Senador

Alfred se limitó a sonreír ante las palabras de Eugenius, al menos en principio. Le causó gracia que calificase la mansión como poco humilde, pues razón no le faltaba, pero él no podía decirlo. Según dijo durante el camino, sin parar de hablar para darle cháchara, la fiesta distraería a Eugenius y a El Gobernador. Ambos dos. Pero tendría que atravesar el salón principal por lo menos, y estaría repleto de gente. Alemanes y simpatizantes del régimen.

Mientras avanzaba, el móvil volvió a dar el tono de un nuevo mensaje. Había enviado dos, y nadie había respondido todavía. El mensaje venía de un remitente desconocido.

"Estimado ciudadano. Se hace saber que por la presente y hasta nuevo aviso los dispositivos móviles están inhibidos a distancia interestatal. Por favor, póngase en contacto con La Regencia si precisa una solución al problema. Por motivos de seguridad su solicitud deberá ser valorada."

El hijo de puta de Eichmann cayó eso, y de seguro lo sabía, como había leído los mensajes de texto, uno de ellos nunca recibido al otro lado. Aquel mensaje era automático, enviado en serie desde algún punto a todo aquel que llamase o enviase mensajes fuer del país. Y Novák podía jugarse el cuello a que, donde estuviese la señal de envío, estaría el inhibidor de frecuencia. También sabía que aquello no podía afectar a la vía satélite así como así, y aunque su teléfono disponía de ello por cuestiones de trabajo, usar ese servicio costaba un ojo de la cara, y podía acabar teniendo un gran problema de bolsillo si despilfarraba su dinero en eso.

Anne no había recibido el mensaje. Pero su familia, probablemente sí. Sólo llegó un mensaje, no dos. Y hablaba de comunicación interestatal. Ya contestaría su madre, o quien fuese. Todo fuese dicho, o la relación era unidireccional, cosa poco probable, o su compañero de trabajo le había enviado el mensaje vía satélite. Algo meramente anecdótico, pero a tener en cuenta. Novák sí que había recibido un mensaje más allá de las fronteras, y eso constataba lo que ya sabía.

Sus opciones eran simples. Usar sus dotes naturales, sobrenaturales, recurrir a los Alemanes o poner fin al Inhibidor. Habría más gente en aquella ciudad que pudiese comunicarse con el exterior, seguro, pero Novák no los conocía.

Conforme se acercó al edificio, el genio pudo ver las puertas principales abiertas de par en par, y en su interior danzaba la gente. Gente que se sujetaba máscaras al rostro, ya fuese con cinta, anclaje, pinza, extensor o con los dedos. La inmensa mayoría de los varones lucían algún tipo de marca que les identificase como Nazis, ya fuese directamente la esvástica o algún rango militar, que iban desde Tropa hasta General. No había nadie, al parecer, que luciese un distintivo de las SS. Lo cual era de agradecer.

Las mujeres simplemente vestían de galas, probablemente esposas, queridas, hijas, madres, o señoritas de compañía con fortuna o desventura, según cómo se mirase. De fondo, ante los pasos de baile, música de cámara. En las paredes, alargadas mesas repletas de comida, bebida, y demasiado ponche. Los camareros iban y venían.

De paredes doradas y columnas ostentosas, aquello era un desierto con ventanas, filigranas en el suelo y un par de escaleras ascendentes hacia una balconada en el segundo piso. Novák y Alfred entraron sin máscara y echaron a cruzar la pista de baile por en medio, a expensas del resto. Parecía casi calculado.

Cuando se encontraron en mitad de la misma, un hombre de los que miraba desde las alturas, anclado a su teléfono móvil, cerró el mismo con un movimiento brusco y con dos zancadas se puso en el centro de ambas escaleras, donde se fundían en una sola.

- ¡Eugenius Novák!- gritó con arrojo, alzando las manos. Portaba un puro en la siniestra, con la diestra libre una vez guardado el móvil. La mano del puro lucía la marca de una quemadura vieja, con piel estigmatizada y enrojecida para siempre. Pero no parecía importarle-. Es un auténtico placer que haya decidido venir a visitarnos tras su vuelo, que espero haya transcurrido sin incidentes- medio segundo de pausa-, y que el aterrizaje haya sido de su agrado.

O lo que es lo mismo, la regencia nazi en el nodo de intercambio de personas.

El hombre se debatía entre los cuarenta y los cincuenta, al menos en apariencia. Cabello castaño, peinado lateralmente, y con barba y bigote bien recortados, y una cara con volumen, bien alimentada sin rozar el sobrepeso. Su rostro esbozaba soberbia, prepotencia y costumbre por ser tan descarado como Novák.

- Damas, caballeros- siguió mientras abarcaba a la sala con la mano libre, mientras con la otra señalaba teatralmente a Novák-, e aquí un genio viviente, cual Albert Einstein en memoria o Josef Mengele- ibas a comparar a Einsten con Mengele, claro-. Venido de suiza a esta nuestra ciudad, démosle todos la bienvenida al Señor Novák, por favor.

Alfred quedó quieto, haciendo su función de servicial estatua sólo móvil ante órdenes. El público aplaudió, y a un par de personas tuvieron que quitarse la máscara por un instante para ello, aprovechando que nadie salvo Novák debía estar mirándolas. El mayordomo aplaudió de forma parca dos sendas veces, funcional.

- Pero por favor, venga- le animó a acercarse a su posición con la mano, levantando un sendero a su paso, cual jesucristo mesías abriendo las aguas, salvo que abría los corros de gente-, entiendo que esté cansado tras el viaje, y que ahora quiera ver en persona a El Gobernador y descansar. Tenemos camas- se apresuró a añadir, aunque lo último era una mera cortesía que prefería Novák no aceptase.

Algunas personas se pusieron a cuchichear, y algunas señalaron al científico con el dedo, como si fingiesen haber oído su nombre o verdaderamente les sonase de algo. O igual hablaban de Mengele. Vete a saber.

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22/02/2013, 23:20
Administrador

Leila siguió retorciéndose en su charco, que parecía un diminuto faro de luz blanca en mitad de las farolas amarillas, que seguían encendidas. Con un nuevo trueno en otro pararrayos, en otro edificio, la Anarquista se aferró al palo de la escoba y clavó los pies en suelo, inclinándose hacia delante. Tras siete tensos segundos, la mujer puso el último pie fuera del charco, haciendo detener aquella descarga. Más o menos.

Seguía moviéndose con extrema rigidez, y se sentía descompensaba. Movía erráticamente una ceja, entrecerrando el ojo derecho, cual máquina con un diseño de programación. A sendos pasos alcanzó la farola, posando las manos sobre la misma. Estuvo bien en cuestión de segundos, cuando la tierra absorbió toda la tensión acumulada en su organismo.

Resopló, cansada.

- Gracias- atinó a musitar, girándose al ver un grupo de personas acercándose.

Eran los Alemanes, y ante ello no pudo sino guardarse el dolor y tomar de la mano a Gretchen, echando a correr mientras tiraba de ella para volver a la moto. La muchacha, en cambio, no prestaba atención. Sabía lo de la farola, pero en sus ojos la trayectoria apuntaba al charco. Allí, tendido, yacía su reflejo, aunque no era igual. El cabello era más largo, y más liso, más brillante dentro del rubio. Sus pómulos, más rellenos, coloridos. Y su mirada más alegre. Incluso vestía ropa diferente, un uniforme negro de instituto, con el símbolo de un águila plateada bajo el hombro derecho, superior al pecho del mismo lado. No era necesariamente nazi, pero si Alemán. Aunque ella sabía demasiado de uniformes alemanes por su colegio.

El reflejo del espejo se despidió con la mano, neutro, mientras la joven lo perdía de vista. Las voces de los alemanes se escucharon a la espalda, pidiendo a aquellas dos mujeres que se detuviesen. Mientras alcanzaban la moto, al ver que no era así, el sonido de un arma disparada retumbó en el cielo. Una ametralladora automática.

Cuando Gretchen se giró, vio que apuntaban al cielo. Y del cielo vino. De un edificio. Un nuevo rayo impactó contra un edificio, iluminando algo brillante que debía ser un pararrayos mal situado. Y del mismo, cual espejo, brotó una descarga, que surcó la distancia en línea recta. Impactó contra el Alemán de la ametralladora, haciendo que el arma siguiese apretando el gatillo mientras el hombre convulsionaba en el sitio. Sus compañeros se alejaron unos pasos y comenzaron a dudar. Dudaban entre apuntar a su compañero con el gatillo o disparar al tejado. A todas luces parecía que le había alcanzado un rayo, pero lejos de dejarlo seco en el sitio se retorcía, como si el voltaje fuese demasiado bajo como para venir del cielo.

Tenían miedo de que su compañero se moviese sin soltar el gatillo, disparando fuego amigo. Y ante algo así acabarían con él, pues no podían acercarse y retenerlo sin contagiarse y formar una luminosa cadena. Así que decidieron mirar a su compañero, sin más.

Leila no miró. La mujer estaba muy ocupada soltando a Gretchen, intentando levantar la pesada moto con aquellas manos y aquella fuerza física suya. Era una mujer delgada, que no tendría mucha más fuerza que Gretchen pese a sacarle sus años y sus potajes.

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22/02/2013, 23:52
Gretchen

Estoy loca. 

La certeza pesaba como el mármol. Estaba loca. Sin remedio. Sin posibilidad de negarlo. Tenía alucinaciones, alucinaciones más vívidas que la propia vida. La Gretchen del otro lado del reflejo era una prueba definitiva. ¿O acaso era ella, esta Gretchen, la de mentira? ¿La copia irreal de una realidad  auténtica? Un dolor de cabeza se instaló en su cerebro tan intenso como una quemadura.

Leila tiraba de ella.  Se dejó llevar, títere sin cabeza en manos de otros, como siempre. Y de pronto, más locura sobre su locura: primero el reflejo autónomo y vivo, y ahora relámpagos voluntariosos  distrayendo a los nazis. Los mismos rayos divinos que habían hecho caer a Leila ahora se dirigían contra uno de los alemanes. No le pareció raro. Estaba loca, ahora lo sabía, lo sabía con la misma certeza plúmbea y feroz con la que sabía que el cielo estaba arriba y el suelo abajo. ¿Qué podía ser raro? ¿Estaba ocurriendo, tan siquiera? ¿O, como la Gretchen feliz del charco, existía sólo en su cabeza?

Trató de ayudar a Leila, aunque sus movimientos eran mecánicos. El impacto emocional de asumir realmente la propia locura, el momento gestáltico de espantosa certeza, era una puñalada feroz con un filo dentado. Diéter se había follado su cuerpo, y finalmente también su mente. Cada vez quedaba menos en Gretchen que fuera, en verdad, Gretchen. El pecho le dolía de angustia. ¿Qué trataba Stille de rescatar? ¿Quedaba, siquiera, algo para rescatar? ¿No sería más misericordioso pegarle un tiro indoloro a este caballo de carreras que no sirve para correr, que no sirve para nada? 

Su cuerpo, autómata que cada vez estaba unido a su mente por menos y menos hilos, se esforzó en poner de pie la Harley. Morirían si no lo hacía.

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24/02/2013, 00:08
Administrador

Entre Gretchen y Leila la moto pudo levantarse. La Anarquista subió al carruaje, esperando a que Gretchen hiciese lo mismo. Giró la llave en el contacto y movió la muñeca sobre el acelerador, echando a rodar. Los Alemanes ya no prestaban atención alguna, centrados en su propia odisea con un compañero que acabaría siendo prioridad uno en el hospital. Porque sólo había dos prioridades. Los Alemanes y todos los demás. Ya podía estar muriéndose un barrendero mientras el Alemán estuviese bien atendido.

Qué fue de aquel pobre diablo sólo lo sabría él, porque en cinco minutos Gretchen ya podía ver la fábrica, un roñoso edificio cercado por descampado, invasora naturaleza y una amalgama de basura de lo más interesante, entre la que no estaban exentas las agujas hipodérmicas, las cucharas quemadas y los preservativos usados. Y no siempre usadas por la misma persona ni en ese orden.

Ya nadie iba por allí. Sólo los hijos de la anarquía, que lo habían escogido precisamente por eso. El único problema era la dificultad de servicios. Para la luz debían de usar generadores o baterías, y para ello solían necesitar un abastecimiento regular, y comedirse en el gasto energético. El agua de los grifos no era potable, aunque caía, por lo que las garrafas de diez litros se solían apilar en lo que usaban de despensa.

Las tablas de madera y las cortinas apuntaladas con clavos eran una constante donde otrora habían habido cristales, ahora limpiados o por fuera del edificio. En la puerta principal, un candado. Más allá, diez metros, la inconfundible moto de Stille, con el asiento levantado, dejando expuesto el pequeño hueco para guardar lo que fuese. Había cuatro balas taladrando aquella preciosidad. El jinete parecía enfadado, pataleando contra una pared.

Un hombre de mediana edad, más cerca de los cincuenta que de los treinta, pero que aún no habría alcanzado los cuarenta. Su cuerpo estaba ligeramente más envejecido que su carnet de identidad por una mala vida. Una vida de alcohol, pistolas, gasolina y prostitutas. El cabello, oscuro y a medio camino entre el rizado y el encrespado, rodeaba su cabeza, con entradas de futura alopecia. Portaba una llave inglesa en una mano, y nada en la otra. Una cazadora de cuero y unos pantalones a juego, con un reloj en una muñeca y un cinturón idéntico al de Leila, con una calavera plateada por hebilla. Las botas, con espuelas.

No había visto a Gretchen, y al parecer no podía arreglar su maquinaria del infierno. Claramente, en cuanto la viese, todo aquel carácter se transformaría, ocultándolo bajo capas de algodón de azúcar. Era impresionante como ese hombre, que acababa de llegar de vete a saber qué, podía cambiar de máscara. No era un gran mentiroso, pese a todo. Pero no había que ser un genio para convencer a una chiquilla que deseaba ser convencida. Y más teniendo el hombre sus motivos para ello.

La patinadora acababa de salvarle, quizás, la vida a una compañera de ese hombre. Y se había visto envuelta en una tormenta eléctrica local, llámese así porque en aquel edificio no tronaba nada. Nada salvo acero, punta hueca, cristal y muelles.

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24/02/2013, 00:43
Gretchen

La fábrica era un lugar seguro, pero cualquier parecido con un hogar, con un cobijo digno de ese nombre, era pura coincidencia. El edificio, tan desangelado, era un último escondite. Stille tuvo más cabeza que corazón al separar a Gretchen de sí y enviarla al burdel: el Boulevard era un sitio cómodo, maldita sea. Sórdido, vale. Pero cómodo. Agua caliente, lujos en la despensa, calefacción y camas blandas. Un lugar donde podías despertar a media noche y bajar a por helado de chocolate, un lugar donde las toallas no eran de papel de lija, un lugar donde  poder beber agua fresca y limpia a cualquier hora no era un lujo. Ahí sí podía un cuerpo encontrarse en el séptimo cielo. Y, pese a todo, Gretchen hubiera preferido quedarse en ese tugurio siniestro que era el cuartel de los anarquistas, si eso le hubiera garantizado más cercanía a Stille.

Cualquier adulto con dos dedos de frente habría visto los balazos en la moto de Stille, su gesto y su actitud, y hubiera sumado dos mas dos. El resultado habría implicado, sí o sí, sangre y víctimas. Vendría, probablemente, de verse inmerso en algún tiroteo. De disparar y segar vidas con maquiavélico disfrute, de bailar la danza del peligro y de dar el último adiós. Era un hombre construido con violencia e inmisericordia, con ferocidad y salvajismo. Desde un cierto punto de vista, no era mejor que cualquier nazi. Incluso era peor que algunos: Friedrich, el pobre sargento gay, era infinitamente más humano. Gretchen custodiaba en sí misma, sin saberlo, la única oportunidad que le quedaba al anarquista de salvar su alma.

La cría le vio patalear contra la pared y blasfemar con esa voz cazallera, pero su mente no aceptaba los indicios que a cualquier otro ser humano le hubieran hecho intuir el Stille auténtico. Descabalgó de la moto de Leila y trotó alegremente hacia su ángel de la guarda, cojeando un poco debido al golpe en la cadera y enarbolando una sonrisa que sólo existía para él. Stille la querría incluso estando loca, incluso aunque fuera de mentira y la de verdad fuera la Gretchen de los charcos. Stille la querría siempre. Stille era su centro, su eje, su alfa y su omega.  Le había construido un altar en la mente y el corazón, donde las luces de su fe en él desdibujaban cualquier perfil siniestro que el hombre pudiera mostrar. Lo que sentía por él no era ni amor, era idolatría, veneración, reverente pasión fraterna. 

 -¡Stille! -ese era todo el saludo que podía permitirse, y la palabra reverberó extrañamente en la calle vacía... una voz infantil, de sesgo alegre, contrastando con el decrépito paisaje mientras Gretchen caminaba a saltitos ansiosos hacia él.

Todos los recientes acontecimientos dejaron de ser relevantes en cuanto en el escenario apareció el anarquista. El miedo, la caída, los nazis, la electricidad, el peligro, Leila y la muerte que habían esquivado por los pelos: secundario completamente, olvidado y relegado al segundo plano. Cuando llegó a Stille le abrazó con fuerza, apoyándole la cabeza en el pecho y respirando su olor a gasolina quemada, cuero y sudor. Dieter olía a perfume de Calvin Klein, a corbatas de seda y a aromático tabaco caro.  Para la patinadora, el olor del lujo poblaba sus pesadillas.

Se puso de puntillas y le besó en la mejilla.  Un observador pudiera decir que la cría interrumpía un acceso de rabia de un hombre adulto y malencarado, y que bien podía estar ganándose un revés calzado en la cara con artesana precisión. En la cabeza de Gretchen, esa idea era fisiológicamente imposible. Stille la quería. Por encima de todas las cosas, sobre todas las cosas, pese a todas las cosas. Siempre. Siempre.

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24/02/2013, 01:23
Stille

Stille, sin soltar la llave inglesa, abrazó a Gretchen. Fue durante el acto cuando la soltó, arrojándola dentro de la moto, bajo el asiento levantado. El estrechamiento de los brazos, claramente paternal, le obligaba a doblarse por la cintura. No alcanzaba el metro noventa por si mismo, pero con dos centímetros de bota, lo alcanzaba justo al centímetro. Era mucho más alto que Gretch, que de haber sido aquel hombre un nuevo Diéter tendría el cinturón a una altura envidiable para su actividad favorita.

La cazadora del motorista, bajo los dedos de la patinadora, se sentía húmeda. Era posible que el hombre también hubiese estado retozando en un charco, aunque no tenía pinta de haber pasado calambres del demonio ni de tener el cerebro frito. Alzó a la pequeña en brazos un instante, estrechándola en el aire para luego bajarla.

- Gretchen- saludó con una sonrisa, separándose y revolviéndola el pelo con cierto aire entrañable. Estático, se quedó ahí, embelesado, rizando un mechón-. ¿Cómo ha ido todo?- preguntó.

Una chica extrovertida, ante algo así, hablaría de mil cosas. Del Boulevard, de la Grabación Número 4, de la Tormenta Eléctrica, y de nimiedades como la tarta, el charco, los Alemanes o la ropa de ese día. Gretchen muy posiblemente sería cuanto más parca, así que algo como esas cuatro palabras era todo lo que el hombre podía decir para abarcar todo el terreno y golpear contra alguna diana, si acaso.

El hombre golpeó la tapa de la moto con suavidad, aunque lo hizo sólo por Gretchen y por el amor hacia las dos chicas. Gretch y la moto, si es que tenía nombre. Saludó con la mano a Leila, animándola a acercarse al interior del local.

- Gracias- la espetó con tono indescifrable, propio de los tejemanejes políticos que se gastaban en su jerarquía interna.

Leila respondió con el "De nada" habitual, asintiendo con la cabeza y entrando dentro del local, aunque para ello bordeó el lugar, entrando seguramente por una entrada auxiliar. De tantas miles que podía tener con tanta ventana rota, si bien los maderos y los clavos habían hecho su trabajo, convirtiéndose en potenciales focos de tétanos.

- ¿Entramos?- preguntó a la pequeña, dubitativo. Aquello era un "haré lo que quieras", como siempre. De no ser por Gretchen, era probable que hubiese sudado de volver a la sede del local, prefiriendo una cama del barrio rojo y hacer "horas extras".

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24/02/2013, 11:28
Gretchen

La escena era cristalina: Si Stille tenía la camiseta mojada y balazos en la moto, había habido algún momento de peleas a puñetazos en el suelo, de tratar de coger el arma antes que el otro y reventarle la cabeza con un disparo al contrincante. Es evidente quién había ganado, y evidente también era que el rival ahora sería una performance de sesos salpicados sobre el asfalto. No obstante, Gretchen no vivía del todo en el mundo real y esa posibilidad ni se la planteó. Para ella, Stille se había caído en un charco, pese a ser tan hábil conduciendo.

Y a continuación, el Diálogo de Grectch. Se podría escribir un diccionaro Gretchen-Gente Normal. Gretchen se esforzaba por ser comunicativa con Stille, porque sabía, veía en él, que era eso lo que esperaba. Y es verdad que era más charlatana con Stille, pero tampoco es que fuera una maravilla.

- Leila trajo tarta.

Leila trajo tarta, estaba buena pero no pude comérmela. Es la primera tarta que me han hecho en la vida, ¿sabes? Era como de chocolate, pero me acordé de papá y no fui capaz de masticarla. Pero ha sido bonito, me ha gustado. Es maja, esa chical. ¿De qué la conoces?

- Nos hemos caído. Había nazis. Fue raro.

No te vas a creer lo que nos pasó. De pronto hubo un calambrazo venido de nadie sabe dónde y plaf, al suelo... ¡cerca de una patrulla! Casi me muero del susto. Tuve que sacar a Leila del charco con una escoba, estaba aterrorizada, casi me hago pis. Le daban calambres por todo el cuerpo. Y de pronto, ¡increíble! ¡Le cayó un rayo a un nazi! ¡Así, tal y como te lo digo, zas y el hombre envuelto en luz azul metálica! ¡Que es verdad, Stille, prometido! ¡No me lo invento! Y nos fuimos. 

Se inclinó sobre la moto y acarició la superficie agujereada. Introdujo la punta de un dedo por uno de los agujeros, cuidadosamente, como un gato curioso. Después levantó la mirada hacia Stille.

- ¿Estás bien?

¿Y esto? Te has metido en problemas, ¿verdad? No te habrá pasado nada, ¿no? Jo, tiene feo arreglo, ¿por eso estabas tan cabreado?

Todo aquello fue un auténtico discurso, una larga perorata para los criterios de la cría. A su pregunta "¿Entramos?" Gretchen respondió tan lacónica como siempre: le cogió de la mano y se sentó en la acera con él. Quería tiempo para mirarle y escucharle; no para estar con tantos desconocidos.

 

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24/02/2013, 14:12
Ruth Karsten

-Vale... perdona, Ágatha...me asusté...-se disculpa por el teléfono-...Sigue durmiendo, mañana nos veremos. Buenas noches.-se despide de su gemela mientras observa lo que ocurre por la ventana. Cuelga sin dejar que su hermana se despida, lo que estaba anunciando ese hombre parecía importante... Pero... ¿Qué hacía Axel oculto tras su propio coche?

Entonces, tras el anuncio, el chico salió de su escondite.

Con el primer disparo, Ruth se sobresaltó, alejándose de un salto de la ventana mientras la linterna se le escapaba de las manos, cayendo al suelo y parpadeando por el golpe; se las llevó a los labios, sorprendida y asustada. Nunca había oído disparos, menos aún debajo de su propia casa; le resultó desagradable, seco e impersonal, frío y distante... Mortífero. Con los siguientes, Ruth se tapó los oídos, intentando no oír a la muerte.

¿¡Pero qué coño estás haciendo, Axel?! -Pensó cuando vio todo aquello.-¿Defender la ciudad? ¿De qué? ¿Qué está ocurriendo?

Volvió a coger la linterna y volvió al salón para volver a echarse la mochila al hombro. Ni siquiera miró a su madre para decir:

-Me voy. Volveré pronto. Llevo el móvil. Tú quédate aquí.

Dicho esto, salió por la puerta con paso acelerado. Pensaba averiguar qué demonios estaba sucediendo.

Comenzó a subir las escaleras hacia arriba, en dirección a la azotea. Desde arriba podría ver mejor si sucedía algo. Solo echaría un vistazo para comprobar qué movimientos se estaban llevando a cabo en la ciudad, si Axel había asesinado a un capataz y hablado para animar a la gente a que saliese a defender la ciudad… No podía ser un farol.

Una vez llegó al último piso, apuntó con la linterna hacia atrás, para comprobar que nadie la seguía o la podía ver. Al comprobar que estaba sola hizo lo que mejor se le daba hacer: Cerrar los ojos y desaparecer.

Entró sigilosamente en la azotea, dispuesta a saber de qué hablaba Axel.

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24/02/2013, 20:05
Administrador

Ruth, lógicamente, estaba estupefacta por lo de Axel. Había que ser muy estúpido para coser a tiros a un nazi en plena calle, y más cuando estaba escuchándole toda la megafonía del Sector Tres, la zona residencial de periferia donde vivía la teñida.

Dejó a su hermana con un palmo de narices, aunque probablemente sólo acabase preocupada por el tema del fuego. Fuego al cual estaría yendo de cabeza la señorita Karsten si su teoría acababa siendo correcta, pero ese era otro tema. La madre no pudo sino llevarse las manos a la cabeza, incrédula.

- ¿No acabas de oír la megafonía?- dijo la mujer a viva voz, alzándose del sofá- ¡No te dejaré que salgas a la calle, Ruth! ¡Es demasiado peligroso! Ya has oído lo de la tormenta, y a juzgar por el fin de mensaje hay mucho jaleo ahí abajo.

Ella, lógicamente, no sabía que el jaleo estaba justo bajo su casa, y menos mal, porque sino hubiese sido algo que la hubiese hecho actuar aún más a la tremenda. Desoyendo a su madre, Ruth abandonó la casa y comenzó a subir.

- ¿Adónde vas?- preguntó su madre desde la escalera, mirando hacia arriba-. Por el amor de Dios, hija, no hagas el tonto. ¡Que te puede caer un rayo!

La mujer se desquiciaba por momentos, lógico por otro lado. Aquello era intentar protegerla, por muy enfadada que se mostrase. Pero Ruth siguió subiendo, con su madre, a juzgar por los pasos, siguiéndola. Para cuando alcanzó el último piso, vio la puerta de la azotea entreabierta, y asomó los ojos.

- ¿No lo he visto yo sólo, verdad?- dijo uno de los tres hombres, vestido de negro con una chaqueta parda. Hablaba en voz normal, pero hasta Ruth llegaba amortiguada por la distancia-. Ese hombre era una puñetera tostadora humana. ¿Cómo demonios lo ha hecho? Los arcos voltaicos del gobernador se quedan a la altura de la brea en comparación.

Su voz era tosca, y movía los brazos al hablar, a cuerpo robusto. Estaba de espaldas, en mitad de la azotea, hablando con sus dos compañeros. Era un Alemán sin duda, a juzgar por el acento.

- Habrá sido algún tipo de arma energética, como en las películas. Siempre me ha extrañado que no hiciesen armas con una munición de energía- respondió otro, claramente extrañado y soltando un sin sentido, aunque era una forma de racionalizarlo-. No sé, supongo que si hay lanzallamas puede haber lanzarrayos, ¿no? No como en los Cazafantasmas, pero demonios, no me parece tan descabellado, y menos teniendo en cuenta las nuevas armas biológicas y las cajas de los Capataces- bufó, alzando las manos-. Imagina la de tecnología que no hemos visto pero que existe.

El tercero, con una voz mucho más aguda, cínica, y escéptica, habló en el escenario.

- Tú lo que necesitas son más guardias. Hablas sin pensar y has visto mucho cine, tío- respondió, sin dar un mínimo de crédito a sus palabras-. No sé como lo ha hecho, pero tiene que haber una explicación que no incluya tostadoras humanas ni armamento gubernamental. Sólo sabemos que era un tipo escurridizo metido en un chandal que lanzaba rayos por las palmas de las manos-. El hombre se giró, a martilleando su arma para ponerle el seguro. Comenzó a andar hacia Ruth, o más bien, hacia la puerta tras la cual estaba-. Larguémonos y demos parte. Que se rompan la cabeza otros con este asunto. Yo tengo bastante con aguantar a mi mujer cuando llego a las tantas y no puede dormir- soltó una pequeña carcajada áspera-. En serio, a veces preferiría que se comprase un vibrador de trescientos pavos y me dejase en paz.  Cada día la aborrezco más.

Su voz se oía más cerca a cada palabra. El olor a goma quemada entraba en la nariz de Ruth, y su madre ya se oía a una escalera de distancia. Pero los nazis también estaban a unos cuantos metros, y no estarían nada contentos si la pillaban escuchando a escondidas. Curioso era que en el dibujo de Gretchen, el hombre que pisaba a Axel llevaba un chandal, tal y como habían descrito los Alemanes.

A eso se refería la ex-pareja de Ruth cuando decía que había que defender Ámsterdam. ¿De quién? De los Alemanes. Aquello era un estado totalitario, y La Regencia ocupaba el poder. Teniendo en cuenta su intolerancia por los homosexuales y la diversidad racial, cosas muy toleradas otrora en aquella ciudad, era lógico que nadie estuviese conforme con una invasión. Aquella ciudad ya había sufrido mucho durante la segunda guerra mundial, y no quería volver a sufrir ahora.

- Dile a tu mujer que no se gaste el dinero en tonterías. He oído que a este paso van a poner cartillas de racionamiento, y yo no invertiría en onanismo de lujo estando el patio como está- respondió el segundo de los nazis al otro lado, claramente más alto y claro que antes.

Finalmente, destacar una nimiedad. Ruth podía hacerse invisible. Podía pintar el futuro. Podía ver lo que veía su hermana, y vete a saber si esa capacidad se limitaba sólo a su homóloga. Una tostadora humana a sus ojos no podía ser algo tan inverosímil.

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24/02/2013, 21:48
Administrador

Leila y Stille hablaron. Nada serio. Bueno, sí, pero no a ojos de Gretchen. Preguntas en tono serio, pero inocentes. Aunque entre ellos solían estar serios cuando las cosas merecían tal adjetivo. Que qué Nazis y que si todo había ido bien. Leila se explicó, y Stille pareció satisfecho, aunque se preocupó por un instante y blasfemó, para acto seguido dar las gracias a la pelo tintado, que volvió a salir para meter las motos dentro y que no supusiesen un problema.

Estaban en el garaje. Stille y Gretchen. El primero no estaba satisfecho sin saber muy bien de qué iba el tema de los nazis, así que le fue a preguntar a su compañera, arrastrando a Gretchen con él. Pero allí, donde estaban, no había nadie. Era un sitio tan privado como el anterior, sino más por estar ahora bajo techo y paredes. Stille no era tonto.

En lo que Leila metía las motos, el padrino hizo sus funciones.

- Bueno, estoy contigo- respondió tras el inciso, como si no hubiese estado un minuto hablando con su compañera y no se hubiesen movido-. Eso ya es estar bastante bien- sonrió, mirando a la pequeña.

Estaba sentado sobre una mesa, con los pies sobre un banco. Gretchen a su lado. Él puso los brazos sobre las rodillas, dejando caer las manos, muertas.

- Soy un tipo duro, ya me conoces- afirmó, y lo era, aunque si alguien hubiese visto su tono de voz no lo hubiera reconocido como consecuente a ese calificativo. Era cariñoso y bondadoso-. Hace falta algo más que mala suerte para tumbarme. Lástima que ella no pueda decir lo mismo.

No parecía muy afectado, pero le restaba importancia. Él amaba su moto, aunque más aún a la pequeña Gretch, así que eso pesaba más. Por "ella" se refería a la moto, claro.

- Gracias por ayudar a PP, Gretch- dijo tras unos segundos de silencio, provocados cuando la anarquista entraba una moto y salía por la otra. Las palabras de Stille eran una forma, no sólo de agradecerlo, sino de premiar su iniciativa-. Quiero decir, a Leila- corrigió apresurado al darse cuenta de que la pequeña no tendría ni idea de apodos. Ni que le importasen.

El hombre volvió a callar, buscando qué decir que fuese eficiente. Podía decir mucho, pero debía ser cuidadoso dentro de sus capacidades para sacarle el máximo partido a la silenciosa adolescente.

- ¿Tienes hambre?- preguntó-. Hoy la nevera está llena- y funcionando, aunque lo primero era mucho más raro que lo segundo.

Era su forma de preguntarle indirectamente por la tarta, que era una nimiedad, y por si el incidente le había cerrado o abierto el estómago o le daba lo mismo, que era lo que se temía.

- Es tarde, así que puedo leerte algo y meterte en el sobre- concedió, lo que le daría la oportunidad de atender pesadas obligaciones para con las que no tenía ningunas ganas-. Y luego está el billar, con los demás. Hoy venía una chica nueva, ¿te lo ha dicho Leila?

Pero a Gretchen no le interesaría una segunda Leila, seguro. Tendría bastante con Natasha, y Liselot, y las demás de El Boulevard. O no.

En esas, una castaña desconocida asomó por la puerta del interior, por donde se debía ir a la mesa de billar y la sala principal, que era, si bien no la más amplia, la mejor reformada.

- No paséis ahí dentro- dijo tras pasarse el dorso de la mano por los labios-. Drike me ha pillado de rodillas con Jaivs y está que trina.

Con esas, tan pronto apareció, se fue por el lateral, rumbo a donde habían camas y habitaciones, si se las podía llamar así. Gretchen la reconoció como una mujer protegida más, probablemente proveniente de El Burdel. Una de tantas que estaría fichada por los Alemanes por algo, o que tendría problemas personales, o una razón para necesitar un piso franco o protección.

- Supongo que lo del billar no es una opción- se resignó Stille. En cierto modo, fue él quien animó a Leila a buscar a Gretch para que se relacionase, pero en esas era mejor no hacerlo. Drike era un hombre, por lo que Gretchen había visto, grande, robusto, y serio, bastante hosco cuando alguien hacía algo que no tocaba. Pero no por ello un mal hombre, sino uno dedicado.

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25/02/2013, 16:53
Eugenius Novák

Todo el asunto del teléfono molestaba a Eugenius. Sobremanera, quizá. Seguramente debido a la indiferencia de Eichmann, o más bien debido a que el chimpancé rubio se sintió superior sabiendo que Eugenius no sería capaz de comunicar con el exterior de Amsterdam. Y a pesar de todo había leído los mensajes escritos por el científico. Eugenius tomó nota mental para devolverle el golpe al soldado alemán en el futuro. Se encontraran de nuevo sus caminos o no.

Por el camino, después de leer el mensaje en el móvil, Eugenius meditó sobre qué camino le resultaría más eficiente, o cuál le haría perder menos tiempo. Si solicitar a la Regencia que le permitieran comunicarse con el exterior, aunque seguramente monitorizarían todas sus comunicaciones, o saltarse el inhibidor. Destruirlo quedaba descartado. El riesgo no merecía la pena, al menos de momento.

A medida que Eugenius se adentraba en el edificio no le sorprendió ver la cantidad de personas con el rostro cubierto por máscaras que se encontraban allí. Todos nazis desde luego. Y las mujeres que les acompañan, que por supuesto no parecían darse cuenta de hallarse en una posición inferior a la de cualquier hombre del lugar, incluido el mayordomo que acompañaba a Eugenius. Por un instante casi sintió lástima por ellas. Pero para qué. Realmente eran igual de ineptas que aquellos hombres, que creían tener poder por encontrarse en el bando alemán de la guerra. No comprendían que el verdadero poder residía en el intelecto. Eugenius se percató de que nadie lucía el símbolo de las SS, y aunque Eichmann lo había lucido con orgullo, dedujo que las SS realizarían mucho mejor su labor si tenían miembros que pasaran desapercibidos en todos los ámbitos. El resurgir de la policía secreta pensó Eugenius.

Las palabras del hombre en las alturas sacaron a Eugenius de su ensimismamiento. Al parecer aquél hombre reconocía a Eugenius. Algo normal debida cuenta la reputación del genio. Pero no era algo recíproco. No habían sido presentados formalmente y salvo que le demostrar lo contrario, el tipo del piso superior era igual de inútil que el resto de los presentes. Parecía ser el organizador o anfitrión de la fiesta así que Eugenius tuvo a bien responder a su “deseo” de que el genio hubiera tenido un viaje sin problemas con un par de palabras. Algo escaso pero suficiente para el genio, no iba a desperdiciar saliva en más, menos teniendo en cuenta el modo en que los nazis controlaban el aeropuerto, así como el resto de la ciudad, suponía Eugenius. - Todo bien. -

La comparación con Einstein suavizó por un instante el rostro de Novák, pero la mera mención de Mengele le hizo sentir repulsa así que el rostro de Eugenius volvió a convertirse en una máscara.

El científico asintió ante el último comentario de su aparente anfitrión: - He concedido al Gobernador unos minutos. La verdad es que tengo algo de prisa y muchos asuntos que atender. – Novák sacudió la mano levemente, como indicando una negativa. -No se preocupe, no necesitaré cama. No me quedaré mucho. Cuanto menos tiempo pierda antes de verle – dijo refiriéndose evidentemente al Gobernador, único humano de toda la mansión que parecía importar algo al genio, aunque fuera un algo mínimo, - mejor. -

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25/02/2013, 19:55
Gretchen

Stille sentado y Gretchen a su lado, la niña apoyó la cabeza en el hombro de él -más o menos el hombro-. Oírle decir que estaba bien por estar a su lado era un bálsamo. No había heridas en Gretchen, sino cicatrices, y eso ya no cura. Señales imborrables para siempre jamás. No obstante, duelen, y el dolor sí puede calmarse. Stille es el analgésico.

La patinadora sonrió y se sintió feliz. Señaló con el dedo flacucho al lugar por donde había desaparecido la moto de Stille, el garaje, y dijo:

- Necesita un nombre. Irina.

Y con esas, la bautizó. Todo lo que rodeaba a Stille era vital, crucial. El resto, mero atrezzo innecesario. El Cid tuvo su Babieca. Stille tenía a Irina. Como Irina Rodnina, la patinadora 10 veces medalla de oro. Una triunfadora.  Y hablando de nombres... ¿PP? ¿ De dónde vendría eso? Repitió las iniciales, esperando una explicación:

- ¿PP? -ni siquiera "¿Qué es PP?" o "¿Qué significa PP?". El guión de Gretchen carecía de adjetivos, conjunciones y si me apuras, hasta sustantivos. Vivía de un par de verbos y lo mínimo imprescindible. Lenguaje minimalista, casi zen.  PP... ¿pelo Púrpura?

Pensó en si tenía hambre. No. Ya había habido bastante comida por hoy. Mejor no forzar la maquinaria. Negó con la cabeza, indolentemente.

Se quedó en silencio. No le importaba. Sólo quería estar cerca de Stille, no tenía porqué esperar de él conversación o atención. Respirar su mismo aire le bastaba. Era consciente de que a él el silencio quizá no le era suficiente.  A la gente le gustaba hablar de sí mismos... y Gretchen había estado frente al espejo practicando la frase que a todo el mundo más le gustaba oír:

- Háblame de ti.

Porque, pese a todo, la pequeña Dante con patines conocía a su Virgilio personal solamente desde hacía un mes.