Partida Rol por web

Salvadores Salvados

Salvadores Salvados - Avistamiento de Águila - Escena Uno.

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10/03/2013, 21:33
Gretchen

¿Cómo no adorar a Stille? Ese hombre de lealtad férrea era el personal Jesus de Gretchen. Que no preguntase, no dudase y no la tratase como a una tarada -la tarada que en realidad era, de hecho- la hizo sentirse mucho mas cómoda, casi feliz.  No obstante, se obligó a volver a la realidad.  

Stille creía que sería algo fácil, y Gretchen jamás se perdonaría que le pasara algo intentando cuidarla. Tenía que hablar, quisiera o no, tenía que hacerse entender.

- Papá tiene dinero - intervino al intercambio de cigarro, ajena a la conversación que en ese momento tenía lugar entre los dos hombres adultos-. Mucho dinero. Papá quiere que vuelva a casa. Tendrá... -tragó saliva, este discurso la estaba costando un infierno- gente. Que le ayude. A llevarme a casa. 

Hace una pausa. Ha perdido un mes de entrenamiento, y no queda demasiado para la próxima competición. Su padre querría que participara y ganara... Gretchen no es famosa, pero dentro del mundillo sí es conocida. Es -era- una campeona. En el deporte; en la vida es una perdedora, completa y totalmente.

Se dio cuenta de que era verdad: Stille no sabía su nombre. No sabía quién era.

- Me llamo Gretchen Strasburger. No soy mayor de edad. Mamá está muerta - anunció.  Eso dejaba claro, cristalino, que Diéter tenía a la ley de su parte. Una pausa de seis o siete segundos. Con un esfuerzo sobrehumano obligó a su mente quebrada a aceptar el pasado, a pronunciar esa frase que definía quién y qué era, porqué era de Dieter, porqué su padre vendría a llevársela, a seguir echándole polvos y sacándole dinero-. El año pasado fui medalla de plata en patinaje artístico. Puedo hacer un quíntuple axel. Nadie lo ha hecho nunca, más que yo -dijo. No había orgullo en su voz, sino asombrada fascinación. Gretchen odiaba su cuerpo y se consideraba vulgar, y comprender que era capaz de algo especial se escapaba a su raciocinio.

Stille no sabría qué es un axel, ni que lo más habitual es hacerle doble, que el triple ya es complicado y que el cuádruple es un milagro. Pero para Gretchen, lo terrible de todo el asunto era desnudarse emocionalmente ante sus dos protectores y desvelar datos que les obligarían a escoger: o la protegen, o la entregan. Porque la recompensa por entregarla no sería parca.

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10/03/2013, 22:13
Ambroos Janssen

Ambroos cogió el cigarrillo que le tendía Stille, con una larga calada que hizo arder el final. No iba a acabárselo: una falta de educación, y más en casa ajena. Pero la nicotina ahora corría por sus venas con suavidad y disfrutó de la niebla que salía de su boca mientras Gretchen hablaba de mierdas femeninas que nunca entendería. Patinar era bonito, pero para Janssen no era un deporte. Era eso, artístico. Un arte difícil, como el ballet. Pero el ballet no era deporte, y Jansen nunca entendería porque el patinaje lo era. Atletismo, natación. Pero no patinaje.

Pero eso era lo de menos. La cosa es que el padre de la cría se acercaba, como el monstruo del saco saliendo de su guarida por la noche.

- Te iba a preguntar por un Frederick Taylor, pero puedes responderme después de que hagamos los deberes. Respondió devolviendo el cigarrillo a Stille e incluyéndose en la tarea. No era una hermanita de caridad, pero era consciente de que el Sr Strasburger podía acabar en sus dominios, y nunca había sido un gato perezoso al que le gustase la comida precocinada. Su relación con Stille era buena y ese tipo de favores que ambos disfrutaban no eran nada nuevo.

La niña sabía donde había sido lo de los rayos. Podría acercarse en otro momento. Pero si no ayudaba a Stille, puede que no quedase niña para luego. Porque no dudaba de la habilidad del Anarquista, pero por lo que decía Gretchen sonaba a un desafío interesante.

- No puedo hablar por tu amigo,- señaló a Stille con la cabeza, aunque mirando a Gretchen. La niña parecía dudar sobre su implicación, poco consciente de una realidad cruel: Ambroos y Stille hacía tiempo que habían renunciado a la sociedad normal. Cada uno a su manera, con su propia y distintiva patada en el culo a las normas prestablecidas. Normas sobre la violencia, la moral y, en su propia medida, los derechos de ciertos seres que Ambroos nunca consideraría humanos.

Un nazi con otros criterios muy distintos: si te transformas en un monstruo, siempre habrá uno más grande para comerte. Y seré yo.

- Pero si vive en una fábrica es porque el dinero no le vale una mierda. Y a mí no te creas que demasiado. Continuó. El dinero a él solo le valía para pagarle los vicios y los caprichos. Las motos que siempre acababan reventadas tras alguna pelea sorpresa, los puros de celebración y el ácido de contrabando para los cadáveres. 

Lanzó una mirada al Anarquista y luego al "minibar" cuasi industrial, antes de dibujar una sonrisa torcida que Stille conocía bien.

Ya brindaremos luego.

 

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10/03/2013, 22:50
Stille

Stille volvió a coger el cigarrillo entre los dedos, casi extinto. Miró a Ambroos por un instante, evaluando en su privado fuero interno si debía fumar él. No tenía jodida idea de medicina, ni de ETS, pero no sabía hasta qué punto Janssen era un tipo sano, por decirlo así. Sin querer darle mucha importancia, lanzó la colilla con dos dedos a un vaso con poso, haciendo apagarse el arder en cenizas.

Puso una mano sobre el pelo de Gretchen, revolviéndolo sin despeinarla demasiado.

- Te compraré unos patines- dijo con una sonrisa surcada con arrugas-, nuevos.

Hecho ello, hizo una señal a las dos personas para que le acompañasen. Caminó, abriendo de par en par con las manos las dos puertas moradas, conduciendo a otra sala. La de reuniones. Con una mesa rectangular y alargada, a sillas repartidas por todos lados y una en la presidencia, cual cabecera, se alzaba. Aquel mobiliario sí era nuevo, y quizás, relativamente caro, no por ello lujoso. Sólo de calidad. Al fondo se alzaba una caja fuerte y sobre la misma una mochila de deporte, cerrada. Ignorando la bolsa, se acercó a la caja fuerte, negra y cuadrada, girando la rueda. Derecha. Izquierda. Derecha. Una cantidad no asegurada de centímetros en cada dirección.

Con un sonido metálico, la caja se abrió. Tras tirar de la misma, dejó ver dentro una Berettacargada y cinco fajos de billetes naranjas. Euros, agrupados en masas de cincuenta. De haber sido millonarios, el tráfico sería con billetes de quinientos. De haber sido grandes mafiosos, de cien. Sus operaciones eran relativamente pequeñas, movidas en color naranja. Stille aferró uno de los fajos y cerró la caja fuerte. Dejó los billetes sobre la mesa y habló.

- Mi parte- dijo sin más. Ese era su dinero. El resto, de otros-. Da para algunos gastos, pero no nos gusta derrocharlo- se refería a los Anarquistas en general-. Suele hacer falta siempre cuando menos te lo esperas.

El hombre se sentó sobre la mesa, al lado del dinero, y sacó otro cigarrillo de la caja que sobresalía del bolsillo trasero en el pantalón. Sacó un Zippo2 y le prendió fuego con un giro de muñeca, abriendo el encendedor.

- Pensaba en sacar a Gretchen de la ciudad- comentó mirando a Ambroos-, pero he descubierto que no es tan fácil. Los Alemanes se están poniendo tontos con los cordones- cordones de seguridad-, y los trenes cada vez son peor opción. Nos estamos quedando aislados. Hay una torre de comunicaciones que inhibe de forma selectiva las comunicaciones con el exterior del país, y que parchea el sistema interno.

El hombre calló un segundo, dejando que Ambroos lo asimilase. Se giró hacia Gretchen, poniendo una sonrisa condescendiente, propia al tratar con niños.

- Me refería al nombre de pila de papá. Tengo grabado a fuego tu nombre, cielo- se señaló la frente con un dedo índice, grueso y con uña encarnada-. Strasburger- lo dijo como algo ajeno, cual término japonés de significado desconocido-. ¿A qué se dedica?- preguntó con interés. Eso era fundamental. Si tendría gente, sería importante ver su conexión con los Alemanes, y su fuente de ingresos. Robarle, a sus ojos, era algo muy interesante de cara a matar dos pájaros de un tiro-. Lo de mamá fue algo... ¿natural? ¿Una enfermedad?

En líneas generales, preguntaba si su marido la había matado. Algo probable dada su relación para con su hija. Parecía algún tipo de mafioso. Esperaba que alguien no comunicado con el Bundeswehr3 o similares. Eso sería muy malo. Y muy peligroso. Lo que no esperaba es que Gretchen supiese la verdad. Esperaba que lo tomase como algo confuso, o con algún fallo, pero saber la causa aproximada le bastaría para sospechar. Obviamente, la sabía, pero porque Stille se equivocaba.

- No he oído el nombre de Frederick Taylor en mi vida- dijo con sencillez y rotundidad, girándose hacia Ambroos-, lo siento. Es un nombre Alemán, y un apellido Alemán, así que... ¿debería importarme?- se llevó el cigarrillo a los labios, alzando las cejas. Era una invitación a meterse en el fregado.

En la mente quedaba desechada la edad de Gretchen y otros detalles menores. Asumía que Gretchen sobre ruedas sería un demonio, y con eso le bastaba. El problema sería conseguir información sobre el padre. Y volviendo al tema de la información...

- Lo que decía- recomenzó, intentando poner en orden sus disgregados pensamientos. Pensaba mucho, y no con los mejores resultados posibles-. Si le cayese un rayo a la torre de comunicaciones, todo sería más fácil. Podría comunicarme con el resto de la asociación- alzó el encendedor, de origen americano, poniéndolo ante sus ojos y abriéndolo, dejando ver la llama como algún tipo de metáfora-. Pero hemos echado un ojo por la zona. Su vigilancia es sólo comparable a lo que se cuenta sobre la mansión de El Gobernador.

Un rayo. No había otro ejemplo.


1* Pistola de origen italiano usada por civiles, policías y militares. Baretta las fabricó para italia y alemania en la WW2.
2* Zippo, encendedor de origen americano.
3* Bundeswehr, fuerzas armadas unificadas de Alemania.

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11/03/2013, 14:00
Gretchen

Gretchen estaba rota, pero no era tonta. Se sorprendió de que nadie se asombrase de que supiese que Diéter estaba en camino... ¿estarían todos tan locos como ella? ¿Serían personajes de cuento, que sabían lo que debían para que la trama continuase? ¿Estaba existiendo todo esto, o los papeles de Gretchen y Alicia estaban dados a la inversa?  La vida de Gretchen era una historia de cuento de hadas, y todos los que en ella habitaban eran duendes y caballeros y magos y lobos.

Sonrió, no obstante, cuando tuvo la certeza de que se quedarían con ella, de que la protegerían. Ficticios o no, Ambroos y Stille estarían ahí. Besó la frente de su padre postizo con dulzura. Un gesto nada banal, teniendo en cuenta lo que le costaba el acercamiento físico. La declaración del proxeneta le sorprendió: de él no esperaba demasiado. Hacía menos de un mes que se conocían, y habían cruzado las palabras justas... Gretchen no es la mejor interlocutora del mundo. Le miró fijamente, buscando la manera de darle las gracias por algo que, a entender de la chica, ni le iba ni le venía. Ella no sabía nada de los sucios tejemanejes que se llevaban esos dos hombres,  o ya puestos, de los sucios tejemanejes que eran esos dos hombres. No se le daba bien comunicarse, y no sabía como dejarle claro a Janssen lo importante que era esto para ella... recorrió con ojos erráticos el lugar hasta encontrar un periódico arrugado y maltrecho; partió con dedos expertos el papel, alisándolo después y plegando y desplegando con dedos que no se veían de puro rápido. Abrió la mano y le entregó una delicada grulla de origami, de aspecto tan liviano que los ojos hasta obviaban la letra impresa que la tatuaba de cabo a rabo. La dejó en la barra, junto a él, sin atreverse a tocarle. 
Era una preciosa obra de arte efímero, pero quién sabe lo que pensaría sobre ella el curtido proxeneta. Diéter las había tirado a la trituradora de papeles sin miramientos.

Stille pidió el nombre de su padre. Gretchen asintió y tragó saliva, dispuesta a pronunciar en voz alta el nombre de su Satán personal:
Die... -empezó, y una arcada le subió por el esófago con tanta intensidad que salió disparada hacia el  tosco fregadero del bar improvisado y vomitó los dos trozos de tarta que había comido hacia unas horas, licuados e irreconocibles. Dos o tres arcadas más le hicieron escupir bilis, dejándole la boca con sabor acartonado.
Abrió el grifo e hizo correr el agua hasta dejarlo limpio, limpiándose la boca después con un par de tragos de agua. No parecía sorprendida por la reacción de su organismo, sino resignada a ser traicionada hasta por su propio cuerpo.
Se giró hacia Stille y negó con la cabeza.  No hablaría más, por hoy, ni de su madre ni de su padre.

Se quedó pensando en Alicia. Había sido clara, la Gretchen 2.0. Se mordió los labios.
- Tengo que ir a un sitio -dijo. En su mente, que los dos hombres asumieran sin más como verdad su aviso sobre la llegada de Dieter les había convertido automáticamente en partícipes de sus alucinaciones de reflejos ausentes y Oráculos uniformadas. Así que sin más, sin malicia ni astucia ni precaución, declaró:-. Alicia me lo ha  dicho. Al lugar de la tormenta. Será peligroso. Papá va a venir. Ahí hay algo importante. Tengo que ir.

El discurso era deslabazado, inconexo y errático.

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13/03/2013, 11:09
Eugenius Novák

Los ojos de Eugenius recorrieron la sala al completo captando en su prodigiosa memoria todos y cada uno de los detalles, por minúsculos que fueran. Las cien pantallas llamaron la atención del genio. Repartidas de forma simétrica daban pistas acerca de cómo era el hombre conocido como el Gobernador. Parecía gustarle el orden y la simetría… seguramente era un hombre inteligente y culto. Bueno, sería mejor dejarlo en culto.

La Caja Negra era harina de otro costal. Del tamaño de una espalda y con correas para sujetarse al pecho, el dispositivo era totalmente ajeno a Eugenius… y eso era algo que le resultaba desconocido. Hacía muchos años que no veía algo novedoso, algo que le llamara la atención. Eugenius ignoró la conversación del alemán por el transceptor portátil… aunque en su mente se guardaron las palabras con detalle. Era algo que hacía de forma automática, no lo controlaba. Por mucho que le importara un bledo lo que aquél hombre estuviera hablando, se habría grabado en la memoria de Eugenius. Pero ahora toda su atención estaba en esa enorme Caja Negra en forma de lápida.

La presentación del Gobernador fue la más apropiada que había recibido Eugenius hasta el momento… y la más sincera seguramente. – No se preocupe. - queda disculpado omitió el científico ante las primeras palabras de su interlocutor. Aunque su cerebro tuvo que hacer un esfuerzo para contener a su lengua. Eugenius respondió en Neerlandés, tal y como le había hablado el Gobernador. – Entiendo todo el tema de su seguridad, y sé lo pesados que pueden ponerse a veces los consejeros. – una sonrisa asomó a los labios de Eugenius como si el Gobernador y él fueran cómplices de un silencioso chiste. Para Eugenius los consejeros eran gente prescindible. Gente que estaban rondando como moscas alrededor… un mal necesario y obligado, puesto que normalmente el patrocinador de un proyecto solía obligar a los científicos a trabajar usando a esos consejeros o ayudantes.

En el apretón de manos que prosiguió, Eugenius se percató de los números romanos en el reloj del Gobernador. Algo interesante, poco habitual pero no una rareza. El genio examinó por defecto el número cuatro. De chico, por su sexto cumpleaños, su padre le había regalado un reloj con números romanos y a Eugenius le impactó que tuviera el número cuatro marcado con IIII, en lugar del habitual y correcto IV. Investigó varias teorías al respecto pero nunca supo el verdadero origen de aquella costumbre… sin embargo desde entonces Eugenius siempre observaba ese número cada vez que veía un reloj así.

Puede hablarme en Alemán si lo prefiere, Herr Goering. – dijo cambiando de idioma sin el menor problema o atisbo de duda. Eugenius sopesó las palabras del Gobernador acerca de que Suiza se pusiera de su lado y que pudieran llamarse “colegas”. Implicaban más de lo que querían decir… y aun así, con una guerra mundial librándose, Eugenius no se sentía nada cómodo permitiendo a una mente inferior autoproclamarse “colega” suyo.

- ¿Un problema de energía? – preguntó Eugenius. – Me temo que tendrá que ser algo más específico… - dijo mostrando su intención de colaborar en el asunto. – Supongo que no me llevará demasiado tiempo echarles una mano y solucionarles ese problema. – confirmó el genio totalmente convencido.

Por el rabillo del ojo Eugenius se percató de que Eichmann había ocultado parte de la información, como Eugenius sospechaba. No sólo habían instalado megafonía en la ciudad, sino cámaras de vigilancia. Puede que estuvieran intentando ocultarlo a la información pública, pero lo más seguro es que Viktor prefería que el científico no se enterase. Aquél estirado arrogante se había sentido superior a Eugenius durante todo el trayecto, por mucho que tratara de dorarle la píldora.

- Antes de ponernos con el asunto de la energía, mi querido Gobernador, – dijo Eugenius con firmeza mientras se mordía levemente el labio inferior. La mano izquierda del científico seguía introducida en el bolsillo de su pantalón y jugaba con la pieza de ajedrez dándole vueltas lentamente. – me gustaría preguntarle algo. ¿Puede indicarme qué es esa caja negra de ahí? – preguntó señalando la lápida de la pared. – Nunca había visto un dispositivo similar y he de reconocer que para mi sorpresa, llama mi atención. – dijo Eugenius siendo franco. No tenía motivos para mentir, si el Gobernador quería su ayuda tendría que conceder a Eugenius todos sus caprichos.

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13/03/2013, 16:59
Padre Jürguen
Sólo para el director

Jürguen no sabía si reirse con la simpatía del tipo o darle un guantazo en los morros. - Veo que me han mandado al Sherlock Holmes del hospital... - le dijo con recochineo. Se había enfadado, y no porque le importara lo que aquél hombre pensara de él o de su relación con la chica (o cualquier otro, en realidad, los años le habían dado la sabiduría y la paciencia de diez santos). Lo que reálmente le enfadaba era que el tipo acababa de llegar y ya le había cerrado la puerta en los morros.

Me he enfadado porque parece que no quiere atenderla, a priori. ¿Como es posible? Estoy reálmente preocupado por ella. Te estás empezando a implicar demasiado, Jürguen.

Luego recapacitó, y se dió cuenta que su preocupación por Erika le había jugado una mala pasada. En realidad, sí parecía cerrarle una puerta, pero también parecía insinuarle abrirle otra. Miró de reojo al reloj de oro del tipo. Aquél tipo era un vendedor, así que tocaba negociar el precio....

- ¿Otro sitio? Mire, jóven... mueva el culo de una vez.... - Se detuvo un momento, antes de utilizar un tono más conciliador. - .... por favor. Casi me rompo el hombro de cargar contra una puerta cerrada, y este peso encima me lo está empeorando. No soy ningún niño, como comprenderá. - Hizo ademán de acercarse a él, en un afán de que el tipo le ayudara con ella.

Le ayudara con la chica o no, siguió hablando - Vale. Entiendo vuestra situación. Después de haber escuchado todo el asunto, a mi tampoco me agrada mucho llevarla allí, así que vamos a hacer lo siguiente. A ver que te parece. La llevamos a la ambulancia, y allí le tomamos el pulso, le dáis unos antibióticos, y comprobáis que está más o menos estable. Lo usual, vamos. -

- Luego, la llevamos a algún otro lugar que conozcáis. Una clínica clandestina o lo que sea... - Guiño, guiño. - ...donde puedan atenderla como merece. Espero algo reálmente bueno, no un cuchitril. Si lo es, un cuchitril digo, antes prefiero que me ayudéis a subir de nuevo a mi vecina... - Intentó recalcar las últimas palabras, para que al que ahora había apodado como "Sherlock" interiormente, se diera por enterado. - ...y ya me ocuparé de atenderla en mi apartamento. - Hizo una pausa antes de añadir, convencido. - Sé lo que hago. -

- Eso sí, por favor os pediría que me dejéis calmantes, antibióticos, vendas y... bueno, algo del material que tenéis en la ambulancia y que la chica va a necesitar, por un precio, por supuesto. Tengo algo ahorrado, y no espero que me déis nada gratis. -

Después de la perorata, miró al tipo y le dijo: - Pero venga, vamos jóven. Al asunto, que ni estamos aquí para elegir nuevo papa, ni tenemos toda la noche. -

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13/03/2013, 22:31
Ruth Karsten

Ruth esbozó una media sonrisa de suficiencia al ver a los soldados discutir sobre si realmente estaba o no. Le resultaba divertido ver como discutían e incluso se golpeaban por todo ese asunto. Pero la chica no era de hierro y al ver como ametrallaban de tan corta distancia la puerta de su casa, no pudo evitar sobresaltarse y taparse los oídos, cerrando los ojos con fuerza contuvo un grito.

Una vez cesaron los gritos, siguieron discutiendo, lo que hizo que Ruth volviera a sonreír como antes... Hasta que vio la cámara que lo grababa todo desde allí arriba... Todo. Su gesto se descompuso en una mueca de horror al pensar que verían ese vídeo y que la podrían ver... Y eso, desde luego, no iban a dejarlo pasar.

Luego se le añadía el problema de su madre, que lo habría escuchado todo; el de su hermana, que no sabía dónde se había metido; el de Axel y el de esa tal Tostadora humana. Los problemas se le acumulaban y el tiempo se le agotaba. Agobiada, se lleva las manos a la cabeza, pasándose los dedos entre el cabello rubio y rosa, hasta revolverlo del todo.

Vamos, Ruth... sólo tienes que poner preferencias... Del problema más grave e inmediato... La cámara. Si me pillan a mí, puedo perjudicar a Ágatha y a mi madre...

Tenía que romper esa cámara pero... ¿cómo? No podía aguantar mucho tiempo más siendo invisible y los soldados aún seguían allí, discutiendo. Debía pensar algo rápido y tenía el tiempo en su contra.

Entonces, aún agachada, cogió algo al alcance y aprovechando la confusión de los soldados la lanzó en dirección contraria a la cámara, esperando a hacer el suficiente ruido como para que lo escuchasen y fuesen para allá.

Quién te mandaba a ti subir, Ruth...-piensa exasperada.

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13/03/2013, 23:13
Niki Neill

Traté de permanecer impasible al mirar el móvil... era demasiado difícil de explicar, demasiado difícil de asumir. Tonta, tonta, tonta... no te diste cuenta de que podía venir tras de ti... Mi cabeza pareció estallar entre culpabilidad y miedo. ¿Era este un lugar seguro? Dada la gente con la que me estaba juntando no tenía pinta. Deseé que estuviera bien y que no hubiera sido un idiota, quizá no pudiera permitirme llamarle o hablar con él con toda tranquilidad ahora mismo. Pensar me costaba, y sentía las palabras revolotear en mi cabeza mientras trataba de escuchar con atención. 

Definitivamente, no había recibido información vital, pero parecía que cada detalle era importante. Traté de atesorar los nombres en mi cabeza mientras me concentraba en trazar un plan de acción, esta noche prometía.

Me tomé medio segundo antes de contestar: "no sería algo importante, o lo habría gritado a los cuatro vientos u ocultado". Pensé que no debía ser muy clara, no quería que llegaran a Izan. Cogí mi teléfono y contesté secamente:

- Un amigo. - Apreté los labios un segundo, y tomé asiento, no era el momento de marcharme. Traté de teclear rápidamente con el móvil una respuesta rápida pero eficaz: "Ahora no puedo hablar mucho. Estoy bien. ¿A qué hora llegas? Quiero verte. N. N." Las últimas letras se deslizaron a toda velocidad, y no tuve oportunidad si quiera de meditarlas demasiado. Fue un mensaje intuitivo. Rápido. Elemental.

Alcé la vista de nuevo hacia Drike:

- Perdona, era mejor contestar... sino... ya sabes... la gente se preocupa y todo se vuelve complicado. Bien, sobre Maggie... - Tomé aire mientras meditaba sobre la información. - Supongo que estaría bien saber algo de los suecos, quizá Maggie pueda ayudarme a conocer algo más sobre ellos.

Por mi mente pasó una pregunta fugaz: ¿Sabría ya algo de los suecos que había olvidado? Traté de no pensar en ello. Niki, no pierdas la concentración. Por un segundo sentí como los pensamientos de aquel hombre querían filtrarse en mi cabeza... No quería saber las cosas horribles que podría estar pensando. Concéntrate...

- Sí, definitivamente sería genial que pudieras llamarla. Bueno... hablando de amigos... ¿Conoces a toda la gente que se mueve por aquí? ¿Algo que puedas contarme? ¿Conoces mucho a Maggie?

Sentí que preguntaba demasiado, y pensé que debía dejar que las cosas fluyeran por si solas. Me revolví un poco en mi asiento, cruzando las piernas, mientras mostraba una seguridad fingida, deseando que fuera lo suficientemente buena actuando como para engañar a Drike. Debían creer que era una persona fuerte... Que podía serles útil. De nuevo, volvía a exigirme más a mí misma, debía ser más fuerte, más segura... debía concentrarme más. Traté de alejar los pensamientos de mí... izan... AAK-2...

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14/03/2013, 02:00
Stille

Stille reaccionó lento, a su velocidad habitual en situaciones de calma y espera, sin más Anarquistas frenéticos ni Alemanes. Se quedó ligeramente embobado, con la boca entreabierta, al ver a Gretchen trabajar. No pudo sino preguntarse de dónde había sacado esa destreza manual, y cuan desaprovechada estaba. Era un desperdicio, y con ello podría, de querer, lanzar puñales a corbatas con precisión quirúrgica.

Una lástima.

Así pensaba, en cierto modo, un hombre reprogramado tras años y años de vida curtida. Se asomó tras la barra, palpando con la mano hasta tomar una caja de servilletas para Gretchen y acercársela mientras vomitaba. Asintió con la cabeza, concesivo a no conseguir información valiosa como un nombre de pila o el sector de trabajo al que se dedicaba. Otra lástima, aunque eso no lo pensó directamente.

Lo que sí hizo Stille fue arruar el ceño, mirando con sus ojos azules a Gretchen bajo las cejas. Negó con la cabeza, ligeramente, cual padre ante una hija caprichosa a la que debía saber decir "No".

- ¿Alicia?- preguntó extrañado, asumiendo que era una prostituta de Janssen, una refugiada Anarquista nueva, o una amiga imaginaria de Gretchen. Achacaba su información sobre el padre hasta algo sabido durante un mes pero no dicho hasta ese momento, pero aquello era otra cosa. No podía ignorar que Gretchen conociese a gente que él no conocía. No siendo Gretchen alguien asocial y mentalmente inestable-. No, jovencita. No vas a ir al lugar de la tormenta. Sobretodo siendo de noche.

Miró a Ambroos con el mismo rostro, evaluando si era eso lo que habían venido a decirles. Desde luego, él no lo aprobaría. No terminaba de relacionar las frases sueltas de tres palabras que había dicho Gretchen, pero en efecto, era peligroso, y no iba a dejar que su protegida se la jugase sin más. No habiendo pasado ya lo de Leila, sobretodo.

Esperaba la respuesta de Ambroos, y seguramente aceptaría ir con él, pero no llevaría a Gretchen. Esa era la desventaja, que no iba a exponerla al peligro. Si quería lanzarse al vacío, tendría que buscar sus propios medios para ello. Y en aquel contexto, no sería excesivamente difícil, pero tampoco fácil. Siempre existía la opción de mentirle, y fingir ir a El Boulevard cuando en realidad se iba a ThunderStorm, pero si Stille acaba enterándose, no se pondría precisamente contento.

Por otro, no obstante, Stille había sido claro. La torre de comunicaciones era un objetivo a abatir. Sin ella, tanto Gretchen como el Anarquista seguirían atrapados en la ciudad, al menos hasta encontrar otra forma de resquebrajar la coordinación alemana. Y para eso, ciertamente, había muchos medios, pero no todos conocidos y menos al alcance. ¿Lo más fácil? Mentir o escaparse. ¿Lo más correcto? Descargar la responsabilidad sobre Janssen.

Si hay algo importante, iré yo, y quizás Ambroos, pero no te vas a meter en problemas. Eso le facilitaría demasiado las cosas al señor Strasburger.

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14/03/2013, 02:27
El Gobernador

El Gobernador Goering palideció ligeramente al oír a Novák, en Alemán, diciéndole que podía hablarle en ese idioma. Dentro de sus conocimientos sobre el hombre no figuraba que supiese hablar el idioma germánico, y se sorprendió asociando que había escuchado parte de su conversación por radiocomunicación, incluyendo el final.

Rata astuta.

Eso cruzó por su mente al ver, incisivo y deshecho sin máscara por medio segundo, al científico. Entendió que callaba cual prostituta, acumulando información para su beneficio. Y lo irritaba. Heller era suyo, y de nadie más, como quería dejar claro. No quería a más gente que supiese siquiera de la existencia de alguien con ese nombre en la ciudad. El Gobernador no quería que nadie supiese nada que él no quisiese, y por eso supervisaba de primera mano la seguridad de la ciudad y guardaba bajo alta seguridad cámaras de vigilancia, pese a que su casa, en teoría, no debiera ser ningún puesto de control.

Sin embargo, y por suerte, tras ese breve y efímero momento realismo, el hombre volvió a su semblante habitual, recuperando la sobriedad en los ojos y el tono de color en la piel. Sólo esas dos cosas le delataban, siendo sus labios y su cuerpo inmutables en todo momento. Era bueno, muy bueno, pero no infalible ante algo tan crucial que le calaba tan hondo.

- Oh, la Caja Negra, claro- reseñó el hombre, asumiendo como correcta la actitud de Novák, aceptando las confianzas que quería recíprocas, procurando un buen trato entre caballeros-. Todos las llamamos así por lo obvio. Son dispositivos sellados para almacenar otros dispositivos- explicó de forma exageradamente simple, reduciéndolo a la idea central-. Lo llevan los Capataces para almacenar todo el equipo de comunicaciones, y a partir de ahí, según el modelo, varía, permitiendo almacenar energía, gas, munición, o algún líquido. Están blindados. Más de uno ha salvado la médula espinal con ese cacharro.

El hombre se acercó a la Caja Negra, e hizo un amago de levantarla con una mano. Podía verse sobre el marrón de su ropa las venas de la cara interna de la muñeca, en tensión por el esfuerzo. La caja no hizo ápice alguno de querer moverse, inamovible como si, efectivamente, pesase tanto como una lápida. Eugenius comprobó que el reloj, efectivamente, marcaba IV a la hora pertinente, en lugar de IIII.

- Los Capataces son gente fuerte, de espalda ancha- explicó dejando caer la correa, volviendo a su posición-. Hace falta músculo para poder cargarla- era obvio que el blindaje, el material de comunicación y lo almacenado, pesaría-. Eso los hace lentos, pero lo compensan. No le aburriré con los detalles, le dejaré ojear una más adelante si finalmente le da un vistazo al problema energético, que es bastante simple.

Era simple de suponer. Un Capataz tendría a gente a su cargo. Podía coordinarla y mantener el contacto en todo momento. Eran lentos, pero difíciles de abatir. Tanques en miniatura. A eso había que sumarle una ametralladora pesada o un dispensador de gas, ya sea lacrimógeno, sarín, mostaza, o lo que fuere. Suponiendo que no pudiesen utilizar la energía eléctrica como arma.

- Este es el quebradero de cabeza. Necesitamos mejorar la refrigeración de nuestras instalaciones y conseguir más energía, con menos pérdidas y en menos tiempo- explicó el hombre, dándole la espalda a Novák para volver a centrar su atención en las pantallas. Las apagó todas, uniendo la imagen de varias pantallas en una sola, dividida en varios sectores. Parecía un mapa simple del sistema de refrigeración de algún complejo, dividido en seis alturas-. Las investigaciones de guerra han llegado a un punto en el que se están volviendo inestables, y no podremos garantizar la seguridad de los ciudadanos si no mantenemos la frialdad.

El hombre se giró, sonriendo a Novák como si hubiese hecho una broma macabra. Aquello era, camufladamente, un chantaje psicológico. Era una forma de decirle al científico que, a grandes rasgos, de él dependían vidas inocentes. Y el doble sentido de la frase "mantener la frialdad" parecía gustarle, como un término improvisado del que uno está orgulloso.

- Las reservas de energía están cayendo. A este ritmo, señor Novák, las farolas de Ámsterdam se apagarán tarde o temprano, según cuanto racionemos. Si tras ello los depósitos de emergencia caen, verá algo similar a un nuevo Chernóbil. Lo mismo sucederá si la instalación se sobrecalienta- el hombre lo dijo con una frialdad asombrosa, como si no le supusiese un problema.

No era Berlín lo que estaba en juego, claro. Era un país ocupado que colindaba en sus fronteras con el enemigo. Era zona de guerra, donde un bombardeo no revestía de tanta importancia en daños materiales. Aún quedaba ver qué estaba consumiendo la energía y causando los problemas de refrigeración, pero a Goering parecía importarle lo mismo que al Senador. No eran sus vidas las que estaban en juego. Ellos tenían avión privado.

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14/03/2013, 14:06
Gretchen

​Gretchen se limpió con las servilletas, tras aclararse la boca. El sabor ácido se palió un poco.​

​- Pero tengo que ir  -suplicó Gretchen, ansiosa. Alicia había sido muy, muy clara al respecto-.​ Y tengo que ir yo. Tienes que llevarme. Es importante. Ahí hay algo que tiene que ver con papá. Alicia me avisó. Tengo que ir, pero será peligroso -insistió, mirándole con severidad, intentando transmitir una sensación de adultez-. Es importante -repitió una vez más.

​No se planteaba mentirle y escaparse.​ A él, nunca. Jamás. No obstante, Gretchen no era tonta, coño, era tímida y asustada y una gacela herida, pero no era estúpida. Sabía que esto era serio. O si no, papá vendría. No podía jugársela. Alicia no le daría indicaciones para naderías.

- Es mi primer mes en Amsterdam -dijo, extendiendo las manos ante ella-. ¿Me lo concedes, como regalo? -añadió, suplicante, sin estar muy segura de que fuera a funcionar. Dieter nunca había concedido nada. Nunca había habido treguas- ¿Por favor? ¿Una sola vez? No te pediré nada más -esa frase en cualquier otro adolescente hubiera sonado vacía y falsa. Con la mirada de Gretchen detrás, acostumbrada  a nada siempre, sonaba tan auténtica como el suelo sobre el que caminaban.

Estaba hablando mucho más que de costumbre y mucho más deprisa, lo cual podría indicarle a Stille hasta qué punto se sentía ansiosa. Y lo estaba, en realidad.

- Estaré más segura donde estés tú -quema todas sus bazas, una detrás de otra, sin  guardar ninguna ni esperar a ver si funcionaban o no. Tenía que ir ahí, y más ahora que se lo habían prohibido. Gretchen estaba rota, pero seguía siendo una adolescente.

Busca la mirada del tarantinesco proxeneta, tratando de encontrar algún apoyo que la ayude a convencer a Stille...

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14/03/2013, 16:14
Ambroos Janssen

Ambroos se quedó mirando, no sin cierta curiosidad innata los dedos de la niña, como un gato que contempla estoicamente  un punto de luz, conocedor ya del viejo truco. Había comprendido ya, en cierta manera, como funcionaba Gretchen y ni se movió hasta que la chica se alejó. La grulla estaba sobre la engrasada superficie de la barra y, con una delicadeza poco esperada de alguien como él, deslizó el dedo por la textura áspera de la servilleta.

Delicada. Hermosa pero tan frágil y a la vez potente como un voz de opera que se pierde en el aire. Era lógico que a la niña le gustase el origami: disciplina, belleza. Incapaz de soportar la humedad y el roce agresivo.

Pero las arcadas de Gretchen, incapaz de pronunciar el nombre de su padre, le sacaron de su ensimismamiento. No era la primera vez que escuchaba una escena así y dejó que sencillamente se estabilizase.

- Vivir en una fábrica llena de proscritos también es peligroso, Stille. Respondió el proxeneta, divertido en cierto modo por la actitud sobreprotectora del matón, que le quedaba tan bien como un tutú rosa. Por eso me pediste que la escondiese a simple vista con ropa de encaje en una sucia alcoba. Y lo será más dejar a la chica sola, si es cierto que su padre viene.

Por que por muchos tipos que pudiera haber ahí reunidos, con sus botas metálicas y sus cadenas gruesas, Gretchen estaría sola en medio de esa multitud. Stille lo sabía, y Ambroos no era tan imbécil como para no darse cuenta. Pero había otra cosa que escamaba al proxeneta tanto como a su compañero anarquista.

Alicia...¿Esa no era la chica de la tarta? No, espera. Esa era Leila. Pero Stille no parecía conocer a la tal Alicia. Enarcando la ceja y sin comprender nada Ambroos miró a la chica y a el anarquista. O Gretchen tenía una amiga imaginaria, que no sería tan descabellado viendo e fuerte trauma o alguien la veía a escondidas. 

- ¿No es una de tus chicas? pregunto a Stille, antes de mirar a Gretchen. Estaba claro que no, pero tenía la asquerosa seguridad de que la niña no hablaría ni vigilada bajo su mirada oscura inquisitorial.

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14/03/2013, 21:04
Administrador

El hombre guardó el reloj de bolsillo con números romanos, tras echarle un breve vistazo. Con las manos libres, aceptó cargar el peso de Erika, y demostró ser un hombre tan enclenque como Jürguen. Bajo la ropa y la delgadez se intuía poca musculatura a juzgar por cómo movilizaba a la joven. Si hubiese sido un hombre de ochenta kilos, hubiese tenido problemas. Pero lo hizo, y la llevó hasta la ambulancia, tumbándola sobre la camilla. Pareció gratamente satisfecho ante la propuesta de Jürguen para obtener dinero, algo muy en contra del código deontógico de su profesión, pero se le pasó en seguida la intención cuando, al principio de la negociación, la mujer que esperaba dentro le cortó en seco.

Era una chica de aspecto joven, rondando seguramente los treinta años, con no muchos años de experiencia profesional a las espaldas. Con la bata blanca sobre la ropa de calle y el símbolo de la cruz roja en una cinta al hombro, parecía soberanamente molesta mientras enfocaba las luces sobre la mujer, inspeccionando las cuencas en busca de respuesta ocultar y medición del diámetro de la pupila. Regañó a su compañero, al que llamó "Caelum", recordándole la naturaleza de su trabajo. Se identificó como "Maggie" a secas, y no dejó en ningún momento a Jürguen tocar nada del material. Evaluó el estado físico y cognitivo de la joven, monitorizó las constantes vitales, y canalizó una vía venosa periférica por la que conectó una dosis de profilaxis antibiótica.

No hizo nada espectacular. Todo medidas rutinarias, pero lo hizo rápido y bien, encargándose ella que era la que estaba de servicio, por muy médico que fuese Jürguen. Revisó el vendaje y lo cambió, poniéndolo a su propio gusto. Parecía una mujer exigente para con su trabajo que ejercía de líder en situaciones de presión. Y dígase porque, pasada la tormenta, se volvió bastante pasiva durante el resto del trayecto. Intercambió palabras con el conductor, "Rembrandt", y con los dos hombres en la parte trasera presente, pero bostezó en una ocasión. No parecía una mujer muy sociable ni divertida, pero sí que doblaría turnos y sería humanitaria para con los pacientes. A Erika, mientras evaluaba su nivel de consciencia, la habló con una mezcla de decoro, respeto y confianza. Muy apropiado para extraer información siendo médico.

El chófer, por llamarlo así, no era un hombre demasiado atractivo. Más mayor que los dos sanitarios pero más joven que Jürguen, estaría ligeramente más cerca de los cincuenta que de los cuarenta. De rostro alargado, nariz y barbilla prominentes, y calvicie incipiente, dejando ver una generosa frente. Arrugaba los ojos, cual oriental, pestañeaba con frecuencia. Los tenía rojos y resecos por la falta de sueño. El cabello, rubio pero cerca del castaño, pegaba con la camisa negra. No lucía uniforme. Sólo se veía ello de él, a través del espejo retrovisor y las rejas. Era un hombre parco, que hablaba con deje somnoliento y que, a las órdenes de los sanitarios, llevaba a la ambulancia hacia la clínica clandestina, evitando las patrullas en la medida de lo posible. Ninguna detuvo a la ambulancia.

Finalmente, el chófer frenó la ambulancia, quedándose dentro de la misma. No podía volver al hospital sin los sanitarios, pero tampoco dejar sólo algo tan llamativo a su suerte. Menos si alguien la veía en mitad de la calle, parada. Más le valía estar dentro para excusarse. Caelum también se quedó dentro, asegurando que sería una parada breve. La paciente, también.

Fue Maggie quien acompañó a Jürguen en el ascensor, seis pisos hacia arriba. Un ascensor para cuatro personas, con cristales, ruido de elevadora, y moqueta verde olvida, vieja. Las paredes eran de color blanco y veis, a doble altura. En el sexto piso, la mujer aseguró que ya nadie vivía en aquella casa, abandonada sin querer por qué. Abrió con una llave de origen desconocido, y dentro no había sino bolsas verdes, cerradas, que contenían material médico. Aquello claramente había sido sacado del hospital tal cual. Robar material no era algo nuevo, y menos en un mundo carroñero como el presente durante la WW3, pero aquello debía de haberse notado en el recuento de existencias.

- Lo mejor será darte antibióticos para unos días y lo necesario para curar la herida a diario- explicó la mujer, poniéndose en cuclillas mientras metía la mano en un par de bolsas, abiertas, e iba moviendo un par de cajas con antibióticos de amplio espectro, a medio usar, a una bolsa vacía. Vendas, esparadrapo, una solución neutra, y puntos de sutura con agujas estériles y una pinza pertinente-. Falta aproximar los bordes de la herida- con puntos de sutura-, y listo. Antibiótico cada ocho horas y cura diaria. Aprovecha para decir si necesitas algo más para otra persona.

La mujer se puso en pie, metiendo una mano en el bolsillo de la bata, donde había guardado las llaves. Tenía prisa, y no era para menos. No en vano, cuanto más tardasen, más excusas tendrían que inventarse, y más difícil sería que fuese algo verosímil. Si Jürguen había confesado su condición de médico o no era cosa suya, pero la mujer asumía que tenía conocimientos de medicina. Era muy fácil saber o no si alguien sabía del tema en base a cómo reaccionaba al oír según qué palabras y nombres.

La clínica clandestina estaba ante él, pero ya tenía dueños. Unos a los que parecía importarles muy poco que se supiese de su existencia, y que no perdían el tiempo. Era decisión del padre ver cómo gestionaba colaboraciones, alianzas, negociaciones y similares, pero era difícil parlamentar con gente tan centrada en su trabajo. Caelum era más interesado y abierto, pero Maggie, que parecía ser quien manejaba el asunto entre manos, era férrea en su convicción moral y parecía estar muy segura de lo que hacía.

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14/03/2013, 22:59
Sawako Yamagawa
Sólo para el director

Es cierto que los hombres pueden sacar más músculo y que pueden pegar más fuerte que las mujeres, eso lo tiene muy claro, pero lo que también es cierto es que a veces una pelea no se gana solo por lo fuerte que puedas llegar a pegar, se puede ganar usando un poco el cerebro... Aunque parece que a Linker esas cosas le parecen nimiedades o algo por el estilo y eso que puede pasar por un tipo listo.

-El fin es exactamente el mismo que tengo siempre... meterme en problemas me llama, desde que era joven... es una especie de instinto desarrollado para joder a mis viejos que he extendido a todos los ámbitos de mi vida... ¿tengo pinta de ser una chica buena? Las chicas buenas acaban mal... las malas también, pero con más estilo.

Tras la persiana se escuchan los pasos de alguna patrulla que se acerca a la zona a comprobar que ha podido pasar... como siempre esos malditos nazis imponiendo cosas, ordenando, haciendo lo que les sale de los cojones como si todo eso fuese divertido... bueno, para ellos lo es... los ciudadanos de Amsterdam son solo simples peones de los que pueden disponer a su gusto para hacer con ellos lo que quieran.

Y entonces escucha algo gracioso... se acerca a la persiana para escuchar la conversación de los alemanes y se aguanta la risa ya que como la oigan se va a liar la de dios y no está para bromas. Se sienta al lado con cuidado de no llamar su atención e intenta imaginarse la escena que se está dando en la calle.

-Dios... están como cabras... a saber que mierda se están fumando en los cuarteles... - susurra conteniendo la risa -. Hombres invisibles? Ni que estuviésemos en una peli de Marvel!

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15/03/2013, 01:22
Administrador

Una lata de treinta y tres centilitros, opaca, de aluminio y ojalata, se estrelló contra una farola contraria. Sin embargo, sólo un Alemán dignó a girar la cabeza, y lo único que murmuró al respecto fue "Ratas" en tono asqueado, como si no fuese ninguna novedad. Había sido algo tan nimio que sencillamente no llamaba la atención.

Una lata moviéndose, por mucho silencio que reinase en la calle, seguía siendo una lata moviéndose. Frente a ocho alemanes, uno de los cuales llevaba un arma pesada en las manos. Lo curioso, y no por ello menos agradable, fue que los Alemanes no se dirigieron a la cámara de seguridad, sino que comenzaron a volver sobre sus pasos.

La conversación entre ellos seguía sucediéndose, volviéndose rutinaria y típica. Habían pasado a hablar de lo normal entre compañeros de trabajo. De lo poco que les pagaban y del frío que hacía, aunque tal era la lejanía para con Ruth que ya apenas los oía.

El problema era más serio y complejo que destrozar una cámara de seguridad. Ruth había supuesto que la información se almacenaba en la propia cámara, pero lejos de ello, eso sucedía con las cámaras de video, no las de seguridad. Las mismas grababan directamente en una sala de control, de ahí que casi siempre se pudiese recuperar la información hasta romper la cámara. Y lo grabado, grabado estaba.

¿Dónde podía estar la información? Muy posiblemente en la Torre de Comunicaciones. Un nombre que lo decía todo. Situada en otro sector de la ciudad, vallada, y vigilada por patrullas, entre las que se oía de vez en cuando el gruñido de un perro de presa a determinar a falta de mayores conocimientos al respecto. Era un edificio simple, que se estrechaba progresivamente hasta la cima, cargada de antenas y estacas de metal que enviaban y tragaban las señales. De ella se decía que inhibía el contacto más allá de las fronteras de los Países Bajos, y seguramente fuese cierto.

El problema era que Ruth no podría entrar sin más allí. Quizás sí, pero ya comenzaba a notar cierta tensión en las venas, como si, literalmente, estuviese haciendo algún tipo de esfuerzo. No había ninguna repercusión física, pero era un aura que avisaba de que estaba consumiendo lentamente la energía que impulsaba su don sobrenatural. No había, en principio, ya moros en la costa, con unos Alemanes que habían doblado la esquina y habían desaparecido, así que la chica podía recuperar la visibilidad a ojos ajenos.

Ahora podía volver a casa sin problemas. No tendría que abrir la puerta del portal, eso parecía claro a juzgar por su estado. Pero no podía descartar el tener a dos señores de la división sobrenatural de las Schutzstaffel en la puerta de casa al amanecer. Con suerte, al mediodía. Eso, si no contábamos con que ya alguien, en vivo y en directo, hubiese echado un vistazo a la grabación desde su asiento como guardia de seguridad.

El mundo real era jodido, duro, y no concedía treguas.

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15/03/2013, 01:38
Drike

Drike sonrió. Dobló el gorro en cuatro y lo guardó en un bolsillo antes de contestar. Lo hizo con cuidado, como si le tuviese aprecio pese a que no dejaba de ser pese a todo un simple gorro de lana.

- Tranquila, no te preocupes por lo del teléfono. Sólo que no sabía que tenías amigos en los Países Bajos- comentó ocultando el interés, aunque lo tenía. Lo de Niki había inusual para ser Norteamericana y recién llegada al país. Ciertamente, no pareció molestarle o incomodarle. La gente tenía móvil y lo seguía usando. No era una reunión formal-. Los neerlandeses somos gente fácil- Niki había preguntado por los suecos, pero él tenía otra respuesta en mente-. Con beber té te puedes considerar integrada, siempre y cuando no te escandalice ver marihuana de colores en las tiendas o prostitución en el barrio rojo- sonrió y resopló, parpadeando con lentitud-. Antes era esencial manejar una bicicleta como si fuese una pierna más, pero ahora no es algo esencial si no tienes trabajo. Un trabajo con contrato, quiero decir.

Matizó, considerando lo que ellos hacían un auténtico oficio. Niki, por suerte o por desgracia, no sufría amamnesis de información adicional sobre el país y sus costumbres. En su amnesia no se incluían ese tipo de conocimientos, al parecer.

Drike no pudo evitar dedicar una mirada fugaz al cuerpo de Niki cuando cruzaba las piernas. Llevaba vaqueros, y no pareció mirar a la ingle sino a los muslos. Fue un acto reflejo sencillo y sin relevancia, propio de cualquier hombre en las circunstancias actuales, que no eran precisamente pocas como para detallarlas. Tras ello, volvió a mirarla a los ojos, aunque de vez en cuando esquivaba la mirada, como si fuese él quien se sintiese débil y ciertamente intimidado ante Niki. No miedo real, pero sí cierta reticencia a poder sostenerle la mirada con serenidad.

- Maggie es la que sabe de Suecia, así que pregúntale a ella. Creo que nació en Ginebra, por si te interesa- apuntó. Mientras seguía hablando, sacó un paquete de tabaco, Camel, y lo ofreció a Niki. Cogiese o no, él aferró un cigarro y le prendió lumbre con un zippo-. La llamo en cuanto salga de trabajar. La ambulancia puede ser una locura a estas horas de la noche si hay jaleo- ante la pregunta sobre sus relaciones, el hombre se revolvió un segundo. No acostumbraba a hablar de si mismo, y menos ante una mujer como Neil, pero habría de intentarlo-. Conozco a los que se mueven por... aquí- dijo tragando saliva antes de la última palabra, señalando en círculos bajo él, indicando La Fábrica, y por tanto, Los Anarquistas-. Realmente no tengo muchos más amigos- lo dijo con cierto pesar, aunque parecía llevarlo bien-. Puedo decirte que si sabes manejar un arma les encantarás, pero que yo que tú seguiría llevando vaqueros. Los Anarquistas suelen serlo en varios sentidos, ya me entiendes.

Y si no lo entendía, sólo tenía que echar un vistazo al último mensaje en la bandeja de entrada de su móvil o rememorar la mesa de billar, ahora vacía.

- Sé que el presidente, Rayen, está intentando infiltrarse como segurata para los Alemanes. Que el vicepresidente, Gabriel,  es un perfecto ejemplo de promiscuidad andante. Las chicas dicen que tiene un "algo especial". Y que la mano izquierda, Stille, está protegiendo como si fuese su padre a una chiquilla huérfana muy introvertida- pegó una calada al cigarro antes de seguir hablando-. Eso, y que Jaivs- miró a la mesa de billar un instante- trabaja como gigoló de vez en cuando, y que lo mismo le dan mujeres que hombres. No sé cómo no le han pillado aún los Alemanes. A Maggie no la conozco demasiado, la verdad. No sé ni su estado sentimental, pero es muy buena y seria en su trabajo, pero algo pasiva en general.

Se señaló el pelo, buscando palabras adecuadas mientras dejaba la boca entreabierta.

- Es morena, o castaña, y aparte de su ático tiene un piso franco que usa como clínica clandestina. La ha usado con algunos de nosotros alguna vez cuando no podíamos ir aquí. No suele llevarse el trabajo a su propia casa- apuntó. No parecía muy ducho con las palabras ni los discursos largos, pero lo intentaba.

El móvil de Niki volvió a vibrar, con la respuesta de su querido. Célere como si estuviese pegado al móvil. Qué tierno.

"No te preocupes. Voy en cercanías ya. Me he camelado a unos Alemanes y estoy aquí dándoles cháchara. Era la única forma de subir de noche. Calculo que estaré allí en una hora u hora y media. Yo también quiero verte."

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15/03/2013, 01:39
Nicolaás Linker

Los Alemanes discutieron entre ellos un rato más, pero al cabo del mismo se fueron lentamente, haciendo de sus balbuceos un murmullo y del mismo el silencio de la noche. Sólo una lata se había interpuesto, rodando por el suelo, su discurso. Sonido de hojalata. Salvando eso, Linker era el único foco de sonido y atención.

- Yo ya no les hago caso cuando oigo. Creo que se les está empezando a ir la cabeza- respondió sin más ante las referencias sobrenaturales de Sawako-. A mí también se me iría, la verdad- pausa-. Tú misma con tus problemas, querida. Cada una se mata como quiere- la luz volvió. Linker sonreía con los ojos cerrados, que abrió al poder ver de nuevo. Asintió con la cabeza varias veces, ladeada, en su siguiente frase-. Como les digas a los Anarquistas que eres una chica mala vas a acabar muy follada, chica. Pero no, tienes toda la pinta de demonia que se puede tener.

Linker se puso en pie. Pasado ello, ya podía irse, al fin. Con luz en las calles y sin la patrulla al otro de la puerta, sólo necesaria un tanto de la suerte diaria para llegar a su propio refugio soltero y entero.

- Yo si quieres te presento a algún Anarquista, pero que sepas que no creo que se la des con queso con lo de ser un tío andrógino, y la verdad, te van a tomar a cachondeo. No suelen tener a mujeres en el equipo, y les vas a parecer una cría imberbe- agarró en la mano los pocos esquemas que había dejado y pegó la oreja a la persiana. Tras confirmar durante uno segundos que no había nada, siguió hablando-. Pero... tú misma. No soy tu padre. Mañana tendrás listo el carnet- de la universidad-. ¿Algo más que necesites tratar antes de irme?- preguntó, ya poniéndose en cuclillas mientras echaba un ojo al asa, dispuesto a levantarla y salir de allí antes de que otra patrulla apareciese.

Linker, como Sawako, no estaba al tanto de la facultad sobrenatural de la joven. Una facultad débil pero probable por ensayo inconsciente, siempre y cuando la tarea no fuese demasiado ardua. Ello dependía de cuán difícil fuese convencer a un Anarquista tradicional de que aceptase normas sociales de igualdad, algo muy separado de su filosofía. Linker era simple a secas, y directamente no concedía a Sawako cierto nivel de astucia y sagacidad. La creía con más CI que la media, pero poco más.

Había qué ver cuál era el próximo paso de la oriental. A quién pediría qué y dónde, y si lo próximo sería volver a ver a Linker, tratar con alguna de sus amigas habituales o... lo que fuere.

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15/03/2013, 01:40
Stille

Al final, Stille aceptó. Qué remedio. Ante la insistencia y los argumentos de sus antagonistas en el duelo verbal, se vio tamañamente sobrepasado. Siguió con la mosca tras la oreja con "Alicia", pero lo aparcó, al menos temporalmente. No lo creía una batalla que pudiese ganar sabiendo a Gretchen con un par de tornillos perdidos en las calles de la ciudad. Tras beberse un vaso de ginebra, el alcohol más popular de por ahí, ahora sólo adquirible legalmente en según qué ocasiones, decidió acompañar a Ambroos y Gretchen, por supuesto. Hizo una breve parada en la caja fuerte, sacando la pistola italiana para tendérsela a Janssen temporalmente, en lo que durase su expedición. Lo que no iba a hacer era dejar sola a su pequeña con el proxeneta en las calles de Ámsterdam a plena luz lunar, o aventurarse desarmados, por lo que pudiera pasar.

Fueron en el coche de Ambroos, los tres. La pequeña detrás, Janssen al volante y el Anarquista de copiloto. El mismo decidió no coger la Harley Davidson para no llamar la atención más de lo necesario, pues el coche del proxeneta tenía la suerte de ser similar al de los Alemanes, al menos estéticamente, y ello permitía pasar más desapercibido.

Se toparon con una patrulla en el camino, y ningún rayo, pero los cinco guardias del cordón no pararon al vehículo, situados un par de cruces a la derecha. Al ver un coche de ese color y sobriedad, ni siquiera se molestaron en acercarse a mirar. No les pagaban lo bastante como para esforzarse en ser tan puntillosos. Podían ser nazis o no, pero el estado no derrochaba dinero en sus súbditos más bajos, y los mismos actuaban en consecuencia a su motivación económica.

Finalmente, Ambroos detuvo el coche temporalmente en un bordillo, bajo una calle que tenía oportunamente dos farolas rotas, dando cobertura visual al vehículo y sumiéndolo en las penumbras. Había que decidir qué hacer ahora. Técnicamente, los incidentes se habían sucedido principalmente por los tejados, pero para ello tendrían que colarse en un portal, ya fuese tocando al telefonillo, engañando a la cerradura o rompiendo un cristal. Subir las escaleras, llegar a la azotea, y rezar.

A Stille no le hacía demasiada gracia la motivación en general, pues unos cuantos rayos no le interesaban, y no tenía ni idea de meteorología, climatología o física en general. Pero había decidido ir por razones varias, todas ellas centradas en Ambroos y Gretchen.

- Creo que me quedaré aquí abajo, por si las águilas- sugirió el hombre sacando su pistola como si fuese a necesitarla de un momento a otro. Fisolofía Anarquista-. Si necesitáis algo, llama- añadió mirando a Ambroos, refiriéndose al teléfono móvil-. ¿Correcto? No tardéis demasiado.

Buscaba confirmación, simple y llanamente. Tras ello, se giró hacia el asiento de atrás, haciendo asomar la cabeza. Allí estaba la joven patinadora artística, escondida con el espacio de tres personas para ella sola.

- No te creas que me he olvidado de ti, Gretch. Cuando acabemos vas a tener que contarme quien es Alicia- comenzó en tono reprobatorio, como si la amonestase, pero después se llenó de una ligera duda, como si siguiese sin saber si era una amiga real, una prostituta de Janssen o algo fruto de la imaginación.

No incluyó al proxeneta en las explicaciones, pero posiblemente no habría problema en ello. Al fin y al cabo, si le dejaba a solas con Gretchen en El Boulevard era porque le tenía cierto grado de confianza, y si la dejaba a su cargo era porque lo sabía ducho como cazador nocturno.

A falta de ver cómo decidían gestionar su parte Gretchen y Ambroos, y si aprobaban el papel de Stille, poco más había que cortar. Organización, respuestas, y a ThunderStorm. No sonaba, pero mejor era no confiar en que se había detenido del todo. Sólo por si acaso.

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15/03/2013, 15:51
Eugenius Novák

Vaya. Al importante Gobernador no le habían hecho gracia los conocimientos germánicos de Eugenius. Bien, al genio le gustaba dejar claro que nadie debía subestimarle. Nunca. Toda la información que estaba consiguiendo de este encuentro, la prodigiosa memoria de Eugenius la iba almacenando, en previsión de que pudiera necesitarla en el futuro.

Así que las cajas negras eran dispositivos de almacenamiento. Equipos de comunicaciones, energía, gas, munición, líquidos… Y además blindados. Interesante ingenio. En tiempos de guerra debían ser útiles, sobretodo en manos de soldados prescindibles… capataces como los había llamado el Gobernador.

Y casi sin quererlo llegaron al asunto de la energía. Tal y como lo explicaba aquél hombre parecía sencillo… demasiado. Si estaban perdiendo energía y necesitaban refrigeración seguramente era porque algún incompetente estaba metiendo la pata, a lo grande. O eso o estaban siendo saboteados. Pero si era esa segunda posibilidad, entonces tenían un grave problema.

- Puedo ayudarles, pero necesito ver esas instalaciones para poder precisarle dónde tienen su problema. – matizó Eugenius. – Tal y como usted lo ha planteado es demasiado simple. – dijo el genio sin tapujos. – O tienen incompetentes trabajando para ustedes, o alguien les está saboteando… - dejó caer esa última opción intentando captar la reacción del Gobernador.

- Si tuviera que apostar, diría que ambas. Sus científicos son unos incompetentes, y alguien les está saboteando… - Eugenius no echó un segundo vistazo al mapa del sistema de refrigeración, no le hacía falta, lo tenía en la cabeza. – Es posible que incluso desde dentro. Pero como le digo debería ver las instalaciones para hacerme una mejor idea del problema.

Eugenius se llevó una mano al mentón pensativo… - Dejaré mis cosas en casa de mi madre. Mañana tengo un funeral al que asistir. Puede enviar a Eichmann a recogerme y saldremos directos del funeral a su complejo, donde podré echar un vistazo y decirle qué ocurre exactamente. ¿Está de acuerdo?

Eugenius era rápido, directo y conciso. No se andaba con rodeos ni tapujos, y desde luego no se mordía la lengua. Algún día eso le traería problemas… pero confiaba en saber manejarlos, por algo era el hombre más listo del planeta.

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18/03/2013, 05:21
Liselote

- ¡Eugenius!- dijo la cándida voz.

El Gobernador aceptó los términos y condiciones de Eugenius. Aseveró que Viktor Eichmann estaría ocupado con sus deberes para con el ejército Alemán, y que no era ningún cochero. Tanto así que, cuando Novák volvió en la limusina, él ya no pudo acomapañarle, demasiado atareado relacionándose en la fiesta privada que acontecía en la mansión. Sólo el conducir y la música estaban con el habitual de Ginebra en su viaje al hogar.

Según Goering, pasarían a buscarle tras el funeral de su colega, lo cual era más pronto que tarde. Reconoció, no obstante, que no podría dar acceso total al científico para pasearse por las instalaciones. Secretos de sumario. Confiaba en que su personal, los planos y el acceso a algunas partes bastase. Lo necesitaba. Y a todas luces sería algo de lo que barajó Novák. No había muchas más opciones.

Eugenius llamó al teléfonillo y, tras el pitido de apertura, se coló en el ascensor, directo al último piso. Allí vivía su hermana, independizada ya. Por el trascurso de viaje en limusina había respondido al mensaje de texto del científico.

"¿El Gobernador? Ten cuidado, no me gusta como suena eso. Alquilé un ático, quédate allí estos días. Un beso. Liselote."

Adjunta venía la dirección del piso. Su hermana, al parecer, a su edad había decidido abandonar el domicilio familiar, pero no tenía el dinero suficiente como para comprar un ático de ese calibre, así que se conformaba con vivir alquilada. Era lógico. Toda persona acaba queriendo su espacio. Al abrirse la puerta del piso, apareció. Tras el "Eugenius" inicial, salió al rellano y lo abrazó.

- Te hemos echado mucho de menos- continuó, estrujando al hombre de su misma estatura-. Dime que te quedas más de un par de días, por favor.

La mujer le plantó un pasional beso en la mejilla y se separó. Llevaba el cabello rubio peinado, ligeramente ondulado, acoplándose al rostro. Sus ojos azules destilaban una entrañable añoranza, como lo hacía su sonrisa. La camisa negra, moteada de blanco, desabotonada, contrastaba con la interior, de un color pastel amarillento, casi beis.

Pasó al científico dentro, y descubrió una ingente cantidad de libros. Muchos de ellos simple novela, pero algunos relacionados con medicina, enfermería, salud pública y sanidad en general. Una lámpara de pie descansaba en una esquina, al lado de una mesa con un cenicero lleno de llaves. Al fondo se alzaba el salón, con dos sofás y una terraza abierta, con las cortinas bailando al son de la brisa. Era una casa magnífica dentro de lo no excesivamente lujoso, pero no habría podido comprarla ni amueblarla así. Quizás, ni alquilarla.

- Me han ascendido a Enfermera Jefe- dijo al fin, como si hubiese estado esperando para decirlo pero no pudiese más. Parecía gratamente ilusionada-. Lo malo de eso es que fue tras la ocupación del país- añadió con un ligero pesar, pues habían sido los Alemanes quienes la habían ascendido.

Sentó a Eugenius en el salón, dejando ver una chimenea de adorno y un reproductor de música, así como más estanterías, una moqueta, y varios cuadros. Ante él había una mesa de café, con una taza de te vacía, con el poso aún en el fondo. Tras unas cuantas frases rutinarias sobre el vuelo, el viaje en general, y su vida en suiza, lo dijo.

- A mamá le han diagnosticado un tumor- confesó algo apesadumbrada, tomando una mano de su hermano entre las suyas, como si fese un cachorro. Sentada a su lado en el sofá, hablaba con cierta mezcla de exaltación por los meses sin verse y de pesar por la situación-. Está en el hospital. No parece nada demasiado grave, y no van a ponerle quimio por ahora, pero pensé que querrías saberlo cuanto antes.

Eso explicaba el por qué ir a su casa y no la de su madre. Hasta el momento había quedado en el aire.