Partida Rol por web

Salvadores Salvados

Salvadores Salvados - Avistamiento de Águila - Escena Uno.

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08/03/2013, 13:46
Gretchen

Gretchen se reclinó y se encogió. Las sinapsis del sistema límbico tejen hilos fuertes, tejen para siempre jamases, y asocian lo pasado a lo futuro, lo que tuvimos a lo que tendremos y lo que temimos a lo que nos aterrorizará siempre. Y Dieter era muy sensible con todo lo relacionado a dónde, cuándo y con quién estaba Gretchen.
Ella había dejado una nota, cuidadosa y temblequeantemente escrita, con esa letra suya tan característica e inquietante.

- Dejé una nota -musita, una frase bien construida a base de pánico, una bandera blanca y petición de perdón en previsión a un castigo inmerecido que no obstante, en sus tiempos Dieter repartió con generosidad. Dejé una nota, no te he desobedecido, no he sido mala. Dejé una nota.

Cuando sus ojos se adaptan a la luz, la expresión del proxeneta no es la ira desquiciada que solía haber en la mirada posesiva de Diéter, así que se relaja. Vestida con un pijama de aspecto infantil, muffins de chocolate sobre fondo verde menta, resultaba anormal e incómodamente jovial. En las manos, el libro de Blancanieves que Stille había estado leyéndole antes de meterla en la cama. Cama, o lo que quiera que sea eso, que no llegaba ni a catre.

Piensa durante  un instante en que a Dieter le gustaba mucho que tuviera buenos modales. Era correcto y apropiado. Parpadea con sus ojos acuosos, azules, desvaídos.  ¿Qué estará ocurriendo ahora mismo con la Gretchen de los charcos? Lo malo que tiene estar medio loca es que se te van los hilos de pensamiento por mil direcciones a la vez. Céntrate, niña.

- Hola -añadió, pensando en que debía saludar. Ha perdido el miedo, pero no del todo (hay miedos que siempre acompañan), así que de nuevo insiste una vez más, con un deje de patética súplica en la voz-. Dejé una nota...

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08/03/2013, 19:03
Ambroos Janssen

- Lo se, pero la ciudad sigue estando llena de nazis y te lo creas o no también eres mi responsabilidad. Se limitó a responder Ambroos, echando un vistazo a la "habitación" de la chica. Por muy incómodo que pudiera resultarle el burdel psicologicamente hablando ¿seguía siendo más cómodo ese puto zulo? 

Pero Janssen no podía ser objetivo con aquel tema, porque era su burdel y porque a ese sitio le faltaba una litera para recordarle una época odiosa de su vida que lo había marcado tan a fuego como a la pequeña Gretchen su padre. Y cada mente es un laberinto y mientras unos explotan como el fuego o se vuelven escurridizos como el aire, Ambroos se convirtió en un gigantesco iceberg.

Frío y peligroso.

- Y hola. respondió. Si era una manera algo irónica de reconstruir la peculiar conversación de Gretchen o la necesidad de obligarse a cumplir con los mínimos roles sociales, solo lo sabría el propio Ambroos. Y últimamente, ni él.

Cruzándose de brazos Janssen caminó con curiosidad por el poco rango de movimiento que le permitía el sitio, evitando acercarse al mugriento lecho de Gretchen. Por que no era imbécil y aunque podía llegar a ser un auténtico sanguinario y un hijo de puta, asustar niñas no estaba dentro de sus entretenimientos. Y aquella muñeca con pijamas repletos de postre estaba demasiado rota como para que ni siquiera a él pudiera interesarle.

Y aún así hay cabrones con el ojo sobre ella.

- He traído el coche. comentó, mirando la burda pared del cuarto de manera distraída. Puedes dormir en tu habitación. No tienes por qué quedarte aquí. Salvo que quieras. Janssen giró la cara y por primera vez desde que había entrado clavo sus ojos, oscuros como un pozo negro, en los de Gretchen. Algo le comía la cabeza y era parte del motivo por el que estaba allí, aparte de evitar tener sus huevos cortados por que alguien se hubiera llevado a la chica y dejado la nota. ¿Que lleva a salir de su madriguera a una ratona asustadiza? ¿Por qué viniste aquí, para empezar?

¿No sabes que esta gente revienta cabezas a patadas y prende fuego a los aún vivos? Tuvo que evitar un sonrisa irónica malinterpretable al pensarlo. ¿A qué le sonaba...? El mismo perro con distinto collar.

Solo que ese perro tenía derecho después de que le hubieran tocado tanto los cojones.

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09/03/2013, 17:57
El Gobernador

Finalmente, llegaron a la sala en cuestión. Se alzaba una silla de cuero, en lo que parecía un despacho de seguridad o de control. Contra la pared se alzaba un mural de cien pantallas, repartidas en un cuadrado de diez por diez. Eran pequeñas, pero no dejaba de ser una pared llena, con un techo alto. En las demás paredes, a los lados, habían otras dos puertas y más estanterías, aunque estas estaban llenas de equipos de radiocontrol y comunicaciones. Llamaba poderosamente la atención una gran Caja Negra, del tamaño de una espalda, que llevaba correas para sujetarse al pecho cual mochila de montaña. Parecía una lápida blindada.

De pie al lado de la silla de cuero, inclinado hacia delante, había un hombre. De espaldas, se veía una gabardina marrón hasta casi las rodillas, con el cuello vuelto. Tenía una melena lacia y marrón, clara, con algunas canas. Sus botas a juego parecían de piel, como los pantalones de etiqueta y una franja beis. Un reloj de oro en la muñeca, con una mano surcada de venas y ligeramente musculosa. No mediría metro ochenta aquel hombre, pero tampoco menos. Una voluta de humo surgía de su cabeza, posiblemente por estar fumando algo.

- Cace a Heller con vida, Coronel- decía en Alemán, con un marcado acento. Su voz, pese a todo, sonaba fragmentada, como si no hablase con toda la boca-. Si Taylor dice que podría ser la respuesta a nuestro desorbitado consumo de energía, usted hará lo que yo le mande. Me da igual a cuantos haya cocinado- se leía el estrés en su tono de voz, y un claro aire dominante de quien tiene más influencia y posición-. Mantén a mi esposa bajo llave si hace falta, pero que no se acrece a ella ni al complejo. ¿Entendido? Quiero buenas noticias en media hora. Adiós. Yo, como usted, tengo asuntos que atender.

El sonido de la acústica consumió su voz tras pulsar un botón, y el hombre se giró, guardándose lo que parecía ser un transceptor de radio portátil. Sonrió ampliamente, mostrando el por qué de su voz. Llevaba una pipa en los labios, anclada a una comisura. La pronunciación, obviamente, se veía reducida.

El hombre se quitó el artefacto de la boca con la mano izquierda, enseñando en el proceso un dorado anillo de casado, con un pequeño diamante en el centro. Ese Gobernador tenía dinero. En el pecho, ningún distintivo. Llevaba la gabardina abrochada, aunque una camisa o polo negro se veía bajo el cuello, subyacente a la superficie. Era lo único no marrón en él, salvando los complementos y la piel. Su rostro era sobrio, angulado, con un matiz de entereza y saber estar, auqneu con las marcas de un águila rapaz y cambiante, camaleónica.

- Disculpen- dijo añadiendo sus palabras, por extensión, al Senador, presente en silencio al lado de Novák, haciendo su papel de mudo consejero y alférez-, no les oí llegar- ahora no hablaba Alemán, sino Neerlandés. No tenía por qué saber que el científico sí que hablaba el idioma germánico. Suizo, Neerlandés, y por supuesto, Inglés. Pero no hacía falta alguna que supiese lenguas muertas u otros idiomas-. Usted debe ser Eugenius Novák, el científico que tanto me han mentado- añadió mirándole, en un tono respetuoso a la par que confiado-. Disculpe toda la burocracia, pero mis consejeros se ponen francamente pesados con lo que concierte a mi seguridad y aparición en público.

Caminó, llenando la estancia con los pasos de sus botas, que eran lo único sonoro en aquel momento, salvando las respiraciones de los tres hombres y el tenue por excelencia crepitar de la pipa, aún humeante en una mano. El Gobernador tendió la mano derecha, de reloj de oro y números romanos, a Novák.

- Es un placer. Como ya sabrá, soy Heinz Goering1, aunque todos me llaman Gobernador, dado mi cargo- comentó sin darle mayor importancia, como quien redunda en lo obvio-. Iré al grano. No quiero entrometerme ni poner trabas a las razones por las que esté en esta cuidad. No es mi deseo tener problemas con Suiza, y menos entorpecer su loable investigación, en especial aquella sobre La Partícula de Dios2.

El brazo de Goering era férreo, seguro. Daba la mano con seguridad y determinación en su justa medida, sin apretar demasiado como un broker de comisionado o muy poco como un pusilánime. Era un hombre bien balanceado.

- Sepa que yo mismo me aseguraré de que vuelva a Ginebra sano y salvo de ser necesario- añadió, aunque no parecía decirlo para impresionar, sino para declarar sus intenciones-. Pero estoy francamente interesado en que, en esta ocasión, el CERN y Suiza se pongan de nuestro lado. Alemania está parlamentando con el país de su actual nacionalidad, Novák, y es posible que, si todo marcha bien, pueda llamarle colega en poco tiempo.

El hombre sonrió, aunque no parecía sincero, sino cortés. La palabra "colega" le sonó ajena, como si fuese un término que le viniese largo. No para Novák, sino para cualquiera.

- Tenemos un serio problema de energía, y ninguno de mis asalariados puede resolverlo. Necesito que usted, llovido del cielo por designio del destino, me ayude- aquí, sin embargo, sonaba tajante. En contra de todo lo que había dicho, no parecía estar dispuesto a torcerse de este camino. Estaba decidido a conseguir la ayuda de Novák como fuese necesario. Poco importaba su diplomacia.

A sus espaldas, las cámaras de seguridad reflejaban su mansión. Enfocaban pasillos y el salón principal. Allí, en uno de los monitores, se veía a Viktor Eichmann, ahora vestido sin ningún distintivo militar, sobrio con un traje azul marino. Llevaba su máscara en la mano, quitada por un instante para tomar una uva mientras parlamentaba con dos mujeres jóvenes y, a juzgar por su contorno trasero, muy atractivas. Desde esa sala de vigilancia se veía todo, y muestra de ello era que una cámara, solitaria en una esquina, no reflejaba la mansión, sino la ciudad. Desde una farola, mostraba a cinco nazis inclinados sobre un cadáver, que portaba en la espalda una Caja Negra de aspecto idéntico al de aquella en la pared de la sala. Iba unida con las mismas correas, y tenía la misma forma de lápida rectangular.

1* Göring, muy similar a Goering, fue apellido de Hermann, lugarteniente de Hitler y comandante supremo de la Luftwaffe.
2* La Partícula de Dios.

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09/03/2013, 19:02
Administrador

En las venas de Ruth comenzó a correr la Esencia, impulsando en su ser la potencia de una facultad no nata a manos de la evolución. Pudo sentir el prurito en la piel, recorriéndola de corazón a extremidades como un calambre, atenuándola. Su cuerpo, envuelto en una progresiva neblina de transparencia, desaparecía ante sus propios ojos.

Por desgracia, no fue algo instantáneo. Tardó en comenzar a evaporarse, y más aún en hacerlo del todo. Justo cuando comenzaba a sentir los cosquilleos, uno de los cinco hombres en plena calle la miró, señalando con la mano.

- Vuelva a casa inmediatamente. Está usted violando el toque de queda e irrumpiendo en el escenario de un crime...- el hombre calló, pálido tras el uniforme, mientras miraba a la chica con expresión desencajada-. Pero... ¿qué demonios? ¡Guardias!

La melena de Ruth se convertía en aire, como su cuerpo. La ropa perdía su pigmentación y la mujer, lejos de volverse gris, se tornaba oxígeno. Desapareció entre el frío de la noche, fundiéndose con la oscuridad. Ya no podía reconocer sus pisadas, ni sus manos. Era extraño el no verse frente al cristal del portal, ni en los charcos del suelo. Si ponía una mano ante sus ojos, sólo el aire era interpretado por su cerebro.

La puerta del edificio se abrió tras la joven mientras la misma escurría el bulto, deslizándose por la fachada. Al otro lado, en plena calle, los cinco guardias discutían entre sí, farfullando. El primero había visto a Ruth desaparecer, y otro creyó hacerlo, pero tres no daban crédito, habiéndose girado cuando ya nadie había en el lugar de la señorita Karsten.

- Te digo que la he visto desaparecer ante mis narices- bramaba el níveo sorprendido a uno de sus compañeros.

Los hombres de la puerta se acercaron al otro grupo, fusionándose. Una masa de ocho alemanes había ahora. Los tres informaron a los cinco de la sombra a la que perseguían, y todo parecía claro, salvo la invisibilidad.

- Y qué quieres decir, ¿que se ha hecho invisible sin más? Ni mi hijo de siete años cuenta ya esas gilipolleces- respondió otro de los escépticos, exasperado por la actitud de superchería que lucían sus compañeros.

El grupo se puso a discutir, hablando cada vez más alto. Para colmo, los tres recién llegados mencionaron a la Tostadora Humana, y un Alemán llegó incluso a golpear a su compañero, harto de escuchar "películas de superhéroes".

- Se acabó- dijo uno de los más grandes, encorvándose sobre el cadáver del Capataz. Todos llevaban armas, pero ninguna era una ametralladora automática del calibre de aquel líder caído. Se la arrebató de las manos, amartilleándola para quitar el seguro-. Hay una forma muy fácil de esclarecer si hay o no alguien invisible aquí. Me parece un desperdicio de balas y de pared, pero a ver si así se os quita la tontería de encima.

El Alemán apuntó con la ametralladora hacia la puerta, mientras los demás retrocedían. Disparó el arma, lanzando ráfaga de balas. Los casquillos iban saliendo de la recámara, volando por el aire hasta el suelo, provocando un tintineo en discordia con el percutor que sonaba cual bombarda. Al final, sólo se escuchaba el mecánico sonido de disparo accionado, sin balas en la recámara. El arma humeaba, con un campo de balas alrededor del hombre y siete hombres detrás, con caras de toda índole como reacción ante aquello.

- ¿Lo veis?- dijo el hombre mirando el destrozado portal-. No hay ninguna putilla invisible de pelo rosa, joder. Haced el favor de coger el cadáver del Capataz y...

Otro hombre habló tras él, cortándole.

- Informarle sobre La Tostadora- dijo con seriedad, como si fuese importante.

Desde luego, cualquiera que no hubiese oído lo de Ruth, lo hubiese considerado una referencia cuanto menos extraña.

- Pero que pesado con el Hombre Trueno ese- respondió el hombre de antes, con un aspaviento-. A veces me pregunto si sólo compráis marihuana y estáis financiando al Cártel. 

Ruth parecía a salvo, relativamente. La puerta a su casa estaba destrozada, y eso era algo que su madre habría escuchado. Hablábamos de todo un cargador de ametralladora contra la entrada de un edificio. Un rayo, sin embargo, sacudió una antena en un tejado cercano, a tres manzanas de distancia. Si quería dar caza al Hijo del Zeus, mejor sería intentarlo antes de que se le escapase entre los dedos. Aunque había que tener en cuenta una cosa. La invisibilidad de Ruth no duraría eternamente, y cuanto más tiempo la mantuviese, más consumiría sus reservas de energía.

Seguía teniendo a su hermana en paradero desconocido, mintiendo mientras se movía al paraíso de las agujas hipodérmicas en el extraradio, y a un Alex fuera de control bajo los sueños de libertador, pero podría ser peor.

- Creo que he visto algo pisar un charco por ahí- dijo el Alemán que había visto a Ruth aún visible, señalando la dirección por la que la joven se movía. Había charcos, claro.

- Deja de ser un puto paranoico antes de que te despidan, tío. Me estás empezando a poner de los nervios- respondió el que sostenía el arma en alto, cambiando el cargador, nuevamente agachado sobre el cadáver, al que había abierto la cazadora que hacía de almacén blindado-. Miraremos las grabaciones de vigilancia y ya está, ¿vale? Pero cállate.

Señaló una farola con la mano, tras pegar un golpe en el arma para encajar la nueva remesa de balas. Allí, en lo alto, al lado de uno de los megáfonos, estaba una cámara de seguridad, solitaria. Podía ser peor. ¿No?

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09/03/2013, 20:23
Caelum

Jürguen, efectivamente, cerró la llave de paso del gas, que estaba abierta. Abrió las ventanas de par en par, sujetando las cortinas para una mayor ventilación. Se cuidó de que no chirriasen. Hizo lo mismo con la puerta al salir del hogar y con todas las de la casa, dejando que el aire se mezclase.

Una vez abajo, se decidió a esperar, sintiendo en el hombro el peso de la tensión al cargar con la prostituta, en un estilo claramente edulcorado. La mujer, efectivamente, quería dejarse vencer a manos de una muerte dulce. Para Jürguen, la muerte era algo distinto al resto de mortales. En su ser no significaba más que una nueva oportunidad, como quien va a dormir o cae en un letargo para luego alzarse, pero para el resto del mundo, no. Significaba sufrimiento detrás, y bien parecía recordarlo pese a su nueva condición de Inmortal, en mayúscula.

La ambulancia llegó relativamente pronto, y nadie más apareció hasta entonces. Ni Alemanes, ni vigilantes nocturnos, ni algún transeúnte despistado. En el barrio rojo aún se podía circular, pero era soberanamente tarde, y hasta los necios tenían que cerrar su afluencia de gente en algún momento. Para cuando la ambulancia llegó, lo hizo con sorprendente apremio. Llevaba las luces de emergencia puestas, y la luz sonando en lo alto. Frenó en seco, de espaldas a las dos personas allí expectantes, al abrigo del frío nocturno.

Las puertas traseras se abrieron de par en par, dejando ver el interior. Una camilla, luces blancas en el techo, y repisas a los lados, llenas de material médico vital. Una maravilla para Jürguen y sus sueños de clínica clandestina, aunque sólo hubiesen existencias de primeros auxilios. Había dos personas allí, dentro del vehículo, sin contar al conductor. Lejos de ir vestidas de uniforme, lo hacían de calle, con un simple parche en el pecho izquierdo y el brazo derecho, con el símbolo de la Cruz Roja. Había que tener en cuenta que la Cruz Roja era una organización neutral, con Sede en Suiza. Claramente, el poder operar dentro de un país ocupado por Regencia Nazi implicaba burocracia y algo de lo que se podía deducir información extra. Suiza era neutral. Neutral, pero con privilegios, al menos esta vez. O ello parecía.

Una de las personas, una mujer de mediana edad, rondando los treinta años, se quedó dentro de la ambulancia tras intercambiar un par de palabras con su acompañante. Ella sí llevaba una bata blanca, y el cabello castaño recogido en una cola de caballo. El otro hombre, en cambio, bajó.

Vestido con una levita y unos vaqueros, llevaba una cabellera también morena pero rizada, ojos verdes, oscuros en la noche. Metro ochenta de altura y clara situación de delgadez a juzgar por el hueso escafoides de la muñeca, sobresaliente bajo la piel. Sonreía con amargura y algo de apremio, como si pareciese divertido por la situación. Negaba incluso con la cabeza, imaginándoselo. El hombre debía de ser usualmente alguien ácido, pero estaba bajo efectos de una pequeña euforia.

- No me lo diga- dijo tragando, pasándose la lengua por el paladar antes de seguir hablando mientras se acercaba, asumiendo una boca reseca-, no hay ningún agente Alemán herido, ¿verdad?

El hombre se pasó una mano por el rostro, somnoliento. Tenía los ojos ligeramente enrojecidos. Al fijarse más detenidamente, pudo ver un deje amarillento en la esclerótica, y en la piel. No era sólo un efecto de las farolas de luz amarilla, sino que el hombre sufría de ictericia. Probablemente estuviese consumiendo marihuana para tratar algún problema hepático que afectase al páncreas. Era lo lógico según la sintomatología y la venta legal de aquella droga, usada con fines médicos sintomáticos paliativos.

Los ojos rojos, la somnolencia, la boca reseca, la euforia, no dejaban de ser síntomas del consumo de cannabis, aunque podían ser fruto de cualquier otra cosa, de no ser por la ictericia. Aquel hombre estaba enfermo de alguna forma, lo cual, todo fuese dicho, podría explicar su personalidad habitual.

- Quizás me lleve una patada contra un bordillo por decirlo- se atrevió a decir el hombre con sorna-, pero usted no es ningún Oficial Alemán, y no está herido. Me atrevo a decir que ha contratado los servicios de la señora- que no señorita, pese a que debían tener la misma edad el camillero y la prostituta. Aún así, alzó una ceja, asumiendo cómo era posible que ella hubiese aceptado, salvando que fuese Jürguen un Alemán-. Creo que usted es el padre de algún peón de los que patrulla por aquí, y ha tenido la desgracia de, antes, durante, o tras pagar por los servicios, ver cómo la chica se cortaba las venas. Sinceramente, yo también lo hubiese hecho- el hombre, para ser un profesional sanitario de la Cruz Roja, tenía una personalidad muy poco empática, y de lo más ofensiva. No parecía querer atender la "urgencia", asumiendo que no lo era-. Si ha tenido que aceptar dinero por los servicios de alguien con su físico, sin ofender- alzó una mano sobre el pecho, sincero. No parecía querer resultar ofensivo. Simplemente, hacía gala de una sinceridad abrumadora para verbalizar lo que pensaba-, es porque está sin dinero, y muy desesperada.

El hombre hizo una pausa en su discurso. Era, a todas luces, la presuposición más probable. Un jubilado que estuviese aquí por su linaje, sin verdadero cargo. Alguien sagaz que, curtido por la edad, había sabido vender un producto por teléfono. El tiro le había salido bien, hasta el momento. Pero dentro de lo posible, había salido muy bien. Si de la ambulancia hubiese bajado también un Nazi, las cosas hubiesen pintado mucho peor. Un reloj de oro salió de un bolsillo de la levita azul marino, en la mano derecha del camillero. Era un reloj de bolsillo, dorado.

- No puedo llevar a la prostituta al hospital- dijo asumiendo su profesión laboral sin ningún reparo, creyendo que había acertado en su teoría.

El tipo era listo, pero se pasaba de ello. No contaba con las verdaderas circunstancias sobre quién era Jürguen, aunque eso era algo que no hubiese podido deducir, y que le hacía fallar todos los esquemas. De no ser por ello, seguramente hubiese acertado, salvando quizás, la condición de cliente de Jürguen.

- Hoy, para su desgracia, hay más Alemanes que nunca allí. Todos con quemaduras eléctricas. No quiero ni saber el por qué exacto, pero...- el hombre ladeó la cabeza, señalando a un punto en la distancia. Allí, y sólo allí, llovían truenos a una cadencia irregular. ¿Por qué? Ni idea-. Creen que va a llegar un Alemán más, y si les traigo a una prostituta suicida, alguno, sino varios, se descontrolarán. No puedo permitir que lo hagan. Si quiere que atienda a la mujer, tendrá que ser en otro sitio.

Aquello estaba, según la ley, cogido por los pelos. Técnicamente, no era una urgencia. Quizás fruto de la marihuana y el sueño, pues no en vano trabajaba de noche, el camillero no hubiese tenido en cuenta lo que indicaban para con Jürguen las vendas, pero sí las tenía en cuenta de cara a la gravedad de la situación. Eso lo salvaba de tener que llevarla al hospital sí o sí, pero su juramento hipocrático, de haberlo hecho, indicaba lo contrario. Beneficencia.

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09/03/2013, 22:08
Drike

Drike fue quien respondió esta vez. El hombre, una vez estaba dentro de La Sede, solía hablar cuando tocaba. No es que pareciese, en general, un hombre de verborrea. Era solitario y parco en palabras. Sentado en el sillón, habló con voz grave, pero modesta.

- Maggie estará trabajando ahora. En su trabajo normal, quiero decir. Trabaja en la Cruz Roja, para los Suizos- explicó, dando información no vital, pero sí útil-. No sé muy bien qué hacen aquí, pero ella tampoco. Estamos intentando averiguarlo. Nos harías un favor si lo averiguas. Si pueden meter a misioneros aquí, también deberían poder sacar gente. Digo yo. Y nos gusta sacar a gente- aparcó el tema que ya había dejado caer, haciendo de labrador en funciones en ausencia de un claro líder-. Saldrá de currar en...- metió en el bolsillo la mano, sacando parcialmente el móvil. Pulsó un botón, iluminando la pantalla para ver la hora- unas horas. Puedo llamarla entonces, si quieres. Sólo podemos llamar dentro del país, y creo que graban las comunicaciones, pero no es algo que, hablando en un lenguaje apropiado, suponga un problema.

Tras ello, el hombre calló. El propio móvil de Niki sonó. Era un mensaje instantáneo de texto. La pregunta antes de leerlo era quien demonios podía contactar con ella, si sólo funcionaban las líneas dentro del país. No conocía a nadie más en los países bajos, ¿no?

Lo siento, pero no me sentía cómodo dejándote ir sin más. Había un avión a una hora del tuyo, con escala. ¿Dónde estás?

Izan.

Para colmo, en ese momento, la doble puerta trasera se abrió. Un hombre alto, con gafas de sol pese a estar en plena noche y bajo techo, irrumpió a través de aquella sala. Se podía ver una mesa rectangular, alargada, llena de sillas en el interior. Una sala de reuniones más adentro en la fábrica, bien amueblada, a diferencia de aquella antesala. Con espuelas en los pies y una cazadora de cuero, con un cinturón que portaba una calavera igual a la de Drike, el hombre hizo señal con la mano a Jaivs, sonriéndole con acidez.

Por respuesta, el hombre se despidió con la mano y cierta tensión, sabiéndose culpable. Abandonó la sala tras el hombre de las gafas, que lo había palmeado con fuerza en la espalda un par de veces. Tenían que discutir un asunto con toda probabilidad, y tenía pinta de ser algo que molestaba al grandullón, que lucía, además de las gafas y la ropa, una cabellera morena, rizada, no demasiado larga.

- Ese era Stille- dijo Drike señalando la puerta. Inmediatamente después, viéndose a solas con Niki, señaló otra butaca vacía, invitándola con naturalidad. No es que hiciese falta, pero viéndola de pie lo consideró apropiado-. Es el Brazo Izquierdo, y como tal, se encarga de hacer lo que el Presidente y el Vice no hacen. Mancharse las manos. Algo más habrá hecho Jaivs, pero no sería algo importante, o lo habría gritado a los cuatro vientos u ocultado. Así va esto- se quitó el gorro, guardándolo en un bolsillo de la cazadora. Al hacerlo, dejó caer una melena rubia y rizada, larga más allá de los hombros-. Cuando pasa algo importante, o lo mantienen en secreto o lo gritan. Somos bastante predecibles, en realidad. ¿Quién era?

Señaló con la cabeza el móvil de Niki, curioso. Había arrugado la nariz y las cejas por un instante al hacerlo, interesado. También había reparado en que era imposible que Niki hubiese hecho amigos en tan poco tiempo. Seguramente, asumió que era la razón de que la chica estuviese en Ámsterdam. Y como todo, lo importante se mantenía en secreto o se gritaba.

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09/03/2013, 22:34
Administrador

Los Alemanes siguieron hablando al otro lado de la persiana, discutiendo cómo proceder ante aquello que se traían entre manos. Un minuto de escasa paz insustancial, con nada reseñable fuera del habitáculo caja que encerraba a Sawako con Linker. El hombre, tras escuchar a Sawako, respondió con una sinceridad. No parecía en absoluto molestarle la oscuridad, pero ello hacía difícil ver sus gestos. Imposible, de hecho.

- El carnet te lo hago en dos minutos, eso no es un problema. Pero necesitaré estar en mi estudio, con los bártulos- una ligera soberbia se leía en su voz, como si aquello fuese algo por lo que casi debiera sentirse ofensivo. El hombre se creía un artista-. Pero reza para que Alemania vuelva a perder la guerra pronto, o puedes esperar sentada a que te dejen firmar ningún tipo de documento legal.

Lejos de moverse, el hombre permaneció en su sitio, con la única muestra de actividad al estirar las piernas por el suelo. Hablaba con una mezcla de condescendencia y negatividad, sin entender del todo cómo Sawako podía estar tan interesada en ir a la universidad. A sus ojos el conocimiento de algo como la Física le parecía superfluo e innecesario, y secundario teniendo en cuenta otras situaciones.

- No es que haya visto mucho que tapar- volvió a comenzar, refiriéndose al busto de Sawako-, pero para serte sincero, no me he fijado demasiado. Lo siento. Creo que tu voz te delataría, y bueno... no dudo que seas la tipa más dura de tu barrio, pero me cuesta creer que sepas zurrarte de verdad- ahora, el escepticismo y cierta sorna teñía las palabras-. Los Anarquistas tienen el cerebro mal conectado, pero no son idiotas. Si los metieses es un ring, con todo el respeto, te ganarían. Sé que no queda bien decirlo, pero... a la hora de usar los puños, un hombre tiene ventaja, y los Anarcos en concreto, como asociación, podrían plantarle cara a la Yakuza si son tan grandes como creo.

Ahí, todo sea dicho, marcó cierto desagrado. Linker no era machista, ni misógino, pero las diferencias entre hombres y mujeres eran reales, pese a que estuviese mal visto decirlas. No es que hubiese un sexo mejor, pero las diferencias eran las diferencias. Los hombres adquirían músculo con más facilidad, pero sufrían más problemas de memoria. Por poner un ejemplo aislado. 

- Yo no lo intentaría. Tampoco sé exactamente cuál es el fin que le ves a meterte ahí, salvo acabar, siendo optimista, con una herida de bala. En mi opinión, son mercenarios con principios. Pero buenos clientes- accedió a reconocer con un súbito cambio de actitud, mostrando optimismo y alegría al mentar asuntos económicos.

Y entonces, al otro lado de la puerta, algo relevante volvió a tener lugar.

- Vuelva a casa inmediatamente. Está usted violando el toque de queda e irrumpiendo en el escenario de un crime...- el Alemán se oía en tono bajo, en lo que el silencio y Sawako se acentuaban para escuchar aquello. Tras unos tensos segundos de silencio, volvió a oírse su voz, ahora ya más clara-. Pero... ¿qué demonios? ¡Guardias!

Tras un confuso parloteo de casi medio minuto, con una orgía de voces con acento germánico, algunas voces más se unieron a aquello, antes de que volviesen a hablar de forma más o menos ordenada y distinguible a tal distancia.

- Te digo que la he visto desaparecer ante mis narices- bramaba el acento Alemán de antes.

- Y qué quieres decir, ¿que se ha hecho invisible sin más? Ni mi hijo de siete años cuenta ya esas gilipolleces- respondió otro en tono escéptico, exasperado por la actitud de superchería que lucían sus compañeros.

El grupo se puso a discutir, hablando cada vez más alto. Para colmo, los tres recién llegados a juzgar por el poco familiar tono de cuerdas vocales, mencionaron a una Tostadora Humana, y un Alemán llegó incluso a golpear a su compañero, harto de escuchar "películas de superhéroes".

- Se acabó- dijo uno de los que lucía una voz más grave. Se escuchó el a martillear de un arma, quitando el seguro-. Hay una forma muy fácil de esclarecer si hay o no alguien invisible aquí. Me parece un desperdicio de balas y de pared, pero a ver si así se os quita la tontería de encima.

Disparó el arma, lanzando ráfaga de balas. El suave tintineo de balas contra el suelo se unía en discordia con el percutor que sonaba cual bombarda. Al final, sólo se escuchaba el mecánico sonido de disparo accionado, sin balas en la recámara. El sonido de cristales rotos y balas contra pared aún se oía, si bien la fuente de las balas no se había movido en ningún momento.

- ¿Lo veis?- dijo el hombre con voz satisfecha, desahogada-. No hay ninguna putilla invisible de pelo rosa, joder. Haced el favor de coger el cadáver del Capataz y...

Otro hombre habló tras él, cortándole.

- Informarle sobre La Tostadora- dijo con seriedad, como si fuese importante.

Desde luego, cualquiera que no hubiese oído lo de antes, lo hubiese considerado una referencia cuanto menos extraña.

- Pero que pesado con el Hombre Trueno ese- respondió el hombre de antes, con un aspaviento-. A veces me pregunto si sólo compráis marihuana y estáis financiando al Cártel. 

- Creo que he visto algo pisar un charco por ahí- dijo el Alemán que primero había intervenido, seguramente señalando algún punto.

- Deja de ser un puto paranoico antes de que te despidan, tío. Me estás empezando a poner de los nervios- respondió el que había disparado el arma en alto, cambiando el cargador-. Miraremos las grabaciones de vigilancia y ya está, ¿vale? Pero cállate.

Una conversación entre Alemanes que resultaba, cuanto menos, atípica.

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10/03/2013, 11:44
Gretchen

El tono del proxeneta no era hostil, pero desde luego no era la voz intencionadamente melosa y demasiado considerada de Stille. El hombre imponía, y su porte alto y carismático tenía un regusto a Diéter demasiado intenso como para que a Gretchen no le erizase el vello. Había respetado su espacio vital, pero los ratones viven de huir y esconderse, no de razonar y planear.

La pregunta de porqué vino aquí le hace abrir los ojos, sorprendida. ¿Por qué? Stille mandó a por ella. Es como preguntar porqué hay día y noche: porque hay sol y luna, obvio y evidente. Para Gretchen, que los deseos de Stille serán ejecutados de inmediato es tan inevitable como las mareas. Está un poco asustada, y cuando tiene miedo habla más, aunque no mejor. Es curioso, porque no es idiota. Tiene un CI bastante respetable, y dentro de su cabeza las conversaciones son largas e hiladas. Es su garganta la que se niega a dar más de sí.

Bajo las sábanas, estira y encoge los dedos de los pies con nerviosismo.

- Leila vino a buscarme. Stille quería -el hecho de que ella, hasta hace unas horas, ni sabía de la existencia de Leila, no la preocupaba-. Dejé una nota -tripite, porque es evidente que el chulo no está de buen humor.

Abre el libro. Busca la imagen del espejo mágico, volutas translúcidas y sombras medio intuídas formando un vago rostro humanoide. La acaricia. La Gretchen del espejo sabría qué hacer. 

- Estás enfadado -no es una pregunta. Lo que sí era, era significativo: a Diéter nunca le preguntaba.

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10/03/2013, 12:14
Ambroos Janssen

- No, estoy sorprendido.- Aunque era lógico que pensase que estaba enfadado. Ambroos siempre parecía al borde del enfado, como las ceñudas esculturas de Miguel Ángel. Pero Gretchen no había visto a Janssen enfadado, no más allá de algún grito del burdel. Pero eso eran refuerzos de autoridad, porque ya había visto que algunas, como las Suxx, solo entendían ese lenguaje.

No, Gretchen no había visto nunca a Ambroos cabreado, y que Jehová se apiadase de ella si aquello ocurría alguna vez.

Pensándolo fríamente quizás fuese mejor para la cría alejarse de ese ambiente lleno de sudor sexo y dinero negro, pero Ambroos no creía que vivir con una panda de matones por la libertad, por mucho que el entrase en esa categoría en sus más oscuros ratos libres fuese lo mejor.

Aunque...

¿Quién es Leila?

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10/03/2013, 12:57
Gretchen

- Una chica -tan parca definición no era tan simple como parecía a primera vista: si en los Anarquistas no había mujeres como miembros activos, que una lo fuera debía significar algo. Gretchen intentó buscar algo más que decir de ella-. Me hizo tarta. La primera tarta de mi vida, no sé si es patético o extra-patético.  Estaba buenaNi siquiera pude comer dos bocados. 

Acarició de nuevo la página satinada y medio comida por los bordes, y después pasó un par más, hasta encontrar la ilustración de la brillante manzana, tentadora y envenenada.

-Porque es mi primer mes. Ya han pasado 30 días desde que Diéter empezó a dormir solo... ¿se habrá buscado una nueva chica o estará buscándome? Teniendo en cuenta que soy su fuente de ingresos, la pregunta se responde sola.

Suspiró largamente. Pensó en que, en este cuento de hadas, Janssen el proxeneta, que no se parece en nada al cazador de Blancanieves, viene a llevarse a una Gretchen que no es la más hermosa del reino a un burdel... para ser un cuento de hadas, su vida  no tiene ni pies ni cabeza.

- Hubo una tormenta eléctrica -añade súbitamente, incómoda ante el recuerdo-. Casi nos pillan -susurró. Casi nos pilla Dieter, escóndete, aquí no te buscará... los dedos de los pies continúan su nervioso serpenteo.

 

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10/03/2013, 13:11
Ambroos Janssen

¿Primer mes? Por un momento Ambroos pensó en menstruaciones y si eso se seguía celebrando, pero luego echó cuentas y se dio cuenta de que hacía unas cuatro semanas que Gretchen estaba en el burdel. Era lógico que llevase un tiempo más con  Stielle y por lo tanto, con los anarquistas.

-Si, lo vi mientras me acercaba. Janssen se aguanto las ganas de llevarse la mano a la sien y hacer presión. No estaba acostumbrado a tener que ser el parlanchín de una conversación, y mucho menos actuar de sacacorchos. ¿Ha sido por vosotros? ¿Que estabais haciendo?

Así que era cierto. Alguien se hacía cargo de aquello, alejándolo del fenómeno natural. O un Hijo de Dios o un nazi probando un nuevo arma de control. Cualquier cosa podría ser válida, pero si había alguien detrás, es que podía pararse.

Y quizás hacerse con ello.

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10/03/2013, 14:54
Gretchen

Gretchen se sorprende del súbito interés del chulo por la tormenta. No era más que clima, ¿verdad? No se lo planteaba, como no se planteaba lo afortunado que era que sólo Leila hubiera quedado electrificada en el charco, y no la propia Gretchen. No se planteaba lo físicamente inusual que era que, estando ella igualmente empapada por el agua, no hubiera sufrido más que un leve cosquilleo. Quizá podría pensar más en ello más tarde, y en otras de las peculiaridades de aquel encuentro. Por ahora, se conformó con responder.

- Íbamos deprisa -lo dijo con molestia y desagrado. No le gustaba ir deprisa cuando no era sobre patines-. Resbalamos. Hubo electricidad... calambres. Leila se quedó así -imitó unos espasmos- en el charco. La saqué. A un nazi le cayó un rayo. Los otros miraban. Huímos. Fue raro.

Y de esa manera tan telegráfica explicó el resbalón de la moto en el agua, la extraña descarga eléctrica sobre ellas y la curiosidad de la patrulla antes de ver como uno de los suyos era convertido en fritura por aquellos rayos que parecían resbalar edificio abajo hasta sus presas.

Pensó en lo que había pasado, en cómo el nazi disparaba hacia el parrayos antes de que el rayo cayera sobre él. ¿Estaría viendo algo que Gretchen no? Probable, porque Gretchen veía cosas que no estaban, Gretchen sabía que estaba loca. ¿Debía explicárselo al turbio Janssen? Quizá era importante. ¿Como decirlo sin hablar de más?

- Un nazi disparaba arriba, al edificio. Al principio -terminó, sin saber si se había hecho comprender o no.

No contó nada sobre la imagen del charco, sobre la Gretchen del Otro Lado. Sintió una súbita y morbosa curiosidad por ir a mirar el pararrayos y ver si había algo, o si por fin tenía la prueba de que veía cosas que no existían. 

- Podemos ir. A mirar.

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10/03/2013, 19:00
Ambroos Janssen

Janssen escuchó con atención las palabras de Gretchen. No pudo incluso, evitar un breve atisbo de risa al ver la representación de calambre de la niña. El accidente de la moto bien, pero lo cierto es que su manera de hilar las cosas en la segunda parte no acababa de parecerle coherente. Más bien comprensible. Pero la cría tenía la cabeza trastocada y el nunca había sido la bombilla más brillante de la caja. ¿Que se podía pedir?

Quizás es que sencillamente no tenía ni puta idea de lo que pasaba. Como él.

Pero no podía negar que tenía una cantidad de curiosidad en el cuerpo que empezaba a resultar preocupante.

- Podemos. ¿Te dejan tus guardianes, Blancanieves?.- preguntó, viendo el título del libro que la joven atesoraba con tanto cariño. No era tan incoherente. Una niña buscada por su madrastra particular con polla, refugiada en el margen de la sociedad por un montón de ineptos sociales, que en vez de en el metro de altura se quedaban por los dos. No parece una excursión para niños. Pero a mí eso me tira del rabo.

Necesitaba a la cría para saber donde había ocurrido exactamente y ver si articulaba alguna frase corta y críptica adicional que pudiera ayudarle a comprender lo que pasaba. En el lugar y en su frágil mente adolescente.

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10/03/2013, 19:12
Gretchen

Gretchen sonríe cuando él la llama así.  Ella no es la más hermosa, pero vive en una casita con siete putillas en medio del bosque de burdeles. Más o menos.

- No sé -se encoge de hombros, pero no con desinterés, sino para expresar auténtica duda-. Puedo preguntar. Stille me quiere. Stille me quiere y no me tiene en una jaula de cristal para follarme. Quiere que haga cosas y que conozca gente, que salga de la buhardilla.

Está mucho más tranquila ahora que la conversación lleva unos cuantos minutos y nada malo ha ocurrido, de modo que otro pensamiento errático le cruza la cabeza y pregunta con esfuerzo, obligándose a hilar una frase más larga:

- ¿Has tenido un buen día ?

Hablar con Gretchen es desconcertante, como poco. Más que Blancanieves, es una Alicia alucinada

 

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10/03/2013, 19:56
Ambroos Janssen

- Las gemelas se empeñan en volverme loco y la gente me manda mensajes raros. Se limitó a decir, encogiéndose de hombros. Gretchen llevaba lo bastante en el burdel como para saber que lo primero era relativamente normal, pero lo segundo seguía siendo una noticia rara. Los he vivido peores, pero tengo los huevos un poco hinchados. Figuradamente. remató, sin ser del todo consciente si la chica podía sentirse amenazada por un comentario así.

Pese a llevar un mes con ella en su burdel no habían tenido tanto trato, y la mente del proxeneta estaba ya más que escaldada e insensibilizada a comentarios peores que ese, sin ser muy consciente ya de como afectaban al resto.

- Será mejor que vayamos a preguntar a Stille.-añadió el proxeneta, acercándose hasta la puerta y abriéndola. Pensó en mantenerla sujeta para que la cría saliese, hasta que se dio cuenta de que iba en pijama. Ahora que lo dices, yo también quería comentarle una cosa...Vístete tranquila. Yo iré tirando. Te espero allí.

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10/03/2013, 20:02
Gretchen

Alguien más malicioso hubiera cerrado la boca, pero Gretchen tiene la cabeza demasiado hecha fosfatina. Vive en dos o tres realidades ficticias a la vez, así que cuando Ambroos habla del mensaje, asiente.

- ¿La grabación número 4? -si fuera más ladina, se callaría para que él no fuera consciente de lo que ella escucha desde su cuarto, pero no lo es-. Trata de blancas -añade. No es precisamente muy explícito, pero deja bastante claras dos cosas: a) que Gretchen ha escuchado toda la grabación y tiene una opinión propia y b) que no habla de las cosas si no se le mentan directamente. Es una interlocutora difícil.

Se empieza a desvestir sin pudor -mientras no la miren así, no le importa que la miren, con o sin ropa tanto lo uno como lo otro- y a vestirse con una infantil camisa de florecitas y unos vaqueros Dolce&Gabanna bastante deteriorados. Janssen puede ver ahora que la cría carece por completo de cualquier curva, que su cuerpo es anormalmente fibroso y sin una gota de grasa. Hay algunas cicatrices salpicadas por la piel, destacando una que sube desde una corva hasta la nalga.

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10/03/2013, 20:12
TCP

El teléfono móvil de Ambroos Janssen vibró en silencio dentro de su bolsillo. Fuese cual fuese, estuviese donde estuviese. Le avisaba de que alguien le quería aún, pese a todo. Si lo sacaba de su celda y lo abría, vería un nuevo mensaje instantáneo, proveniente de cómo no, su querida. Ambroos había hablado primero, y salía en la pantalla, como penúltimo mensaje.

Algo estarán celebrando y quiero saber que es. Aprovechad la reunión y averiguadme quién es Frederik Taylor o daros por despedidas. Y ya que estáis, que hace ese tal Novak por Amsterdam. Disfrutad de la cena.

Ambroos Janssen.

La respuesta, situada de bajo, iba a manos de aquella persona que había escrito dos veces antes que el proxeneta.

Es una fiesta de máscara o antifaz. Según oigo, El Gobernador las celebra mucho últimamente. Oigo por qués de todo tipo. Hermanar lazos. Establecer tratos. Desviar la atención. A saber. Dice Eichmann que Fred Taylor es un biólogo Alemán. Le he dicho que lo había oído por la fiesta, y dice que es normal, que trabaja para ellos y que está en el edificio ahora mismo. Pero que no es tan guapo como él. Creído. Sobre Novák, ni idea. No me lo ha dicho. Creo que me quedo sin cena, al menos, por parte de Viktor. Este tío es todo lo que tú quieras, pero parece muerto de cintura para abajo. Es raro. Atractivo, interesante, dicharachero, pero un tanto frígido.

Helghe Suxx.

Fin. Menos daba una piedra. Cuando Ambroos bajó a la planta baja, a la antesala, atravesó las parcas escaleras de piedra, llenas de goteras. Tras atravesar una puerta de emergencias y un angosto pasillo, llegó a una especie de Almacén. Según Stille, iba bien por ese camino. Un Almacén lleno de estanterías y latas de conserva, como si, efectivamente, los supermercados pudiesen cerrar para siempre en cualquier momento. Era pequeño, y la comida no daría para más de una semana si eran más de veinte personas y no la racionaban, pero era bastante, y no hacía falta refrigerarla. Tampoco tenían electricidad para ello.

Ambroos atravesó esa sala, llegando a la siguiente. La barra de un bar, hecha por piezas, se alzaba ante él. Había botellas de todo tipo y color, con vasos sobre la mesa, usados y sin recoger, algunos con poso de alcohol. Había trozos de barra auténtico, pero otros eran simples maderas sujetadas cual mueble de ikea mal montado. Ventanas tapiadas, puertas dobles y moradas al final, dando pie a otra sala, y el metálico portón de la entrada principal, cerrada. Dos pilares en mitad de la sala, cercando el billar y dos sofás.

En silencio, ese era el centro de actividad. Allí, de pie, estaba Stille. Sólo. Fumaba un cigarrillo, sobresaliendo un paquete marca Camel de un bolsillo en los vaqueros. En los mismos, un cinturón, con hebilla plateada en forma de calavera. Las botas, negras, con punta de metal y espuelas. Gafas de sol pese a estar de noche, con generadores de luz, y bajo techo abandonado. Barba y bigote recortados, con pelo rizado alrededor de la cabeza, con entradas de incipiente calvicie. Cazadora de cuero. Un palo de billar entre las manos, mientras intentaba darle a la bola blanca. Parecía jugar a solas en mitad de la noche mientras esperaba a Janssen. A que acabase su vista. No pareció haber reparado en él.

Tras Janssen, segundos después, Gretchen. Tan taimada como siempre.

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10/03/2013, 20:22
Más Allá

Ambroos abandonó la sala, haciendo caso a Gretchen. Era el momento de hablar con Stille. Sola, mientras tanto, la mujer comenzó a mudar la ropa, dispuesta a volver a violar el toque de queda para, en plena noche, meterse en problemas eléctricos ajenos, o ir al Boulevard, según se torciese la cosa.

- No es seguro- dijo una voz igual a la de Gretchen, más femenina y dulce, preocupada-. No quiero que te pase nada.

Allí, sobre la bombilla, reflejada, estaba la joven. Vestida con un negro y sobrio uniforme de instituto Alemán, con un águila plateada en el pecho como distintivo. Llevaba una gorra del mismo modo, con la misma águila. Era la Gretchen del espejo, no cabía duda.

- Pero podría ayudarte. Papá llegará pronto- añadió, bajando la cabeza con melancolía. Como vino, se fue, alejándose por un lado. Era como si, en cierto modo, Gretchen tuviese su propio reino paralelo, con su propia hermana, sólo visible a través de los reflejos del otro lado.

Fin. Menos daba una piedra. Cuando Gretchen bajó a la planta baja, a la antesala, atravesó las parcas escaleras de piedra, llenas de goteras. Tras atravesar una puerta de emergencias y un angosto pasillo, llegó a una especie de Almacén. Según recordaba, iba bien por ese camino. Un Almacén lleno de estanterías y latas de conserva, como si, efectivamente, los supermercados pudiesen cerrar para siempre en cualquier momento. Era pequeño, y la comida no daría para más de una semana si eran más de veinte personas y no la racionaban, pero era bastante, y no hacía falta refrigerarla. Tampoco tenían electricidad para ello.

Gretchen atravesó esa sala, llegando a la siguiente. La barra de un bar, hecha por piezas, se alzaba ante ella. Había botellas de todo tipo y color, con vasos sobre la mesa, usados y sin recoger, algunos con poso de alcohol. Había trozos de barra auténtico, pero otros eran simples maderas sujetadas cual mueble de ikea mal montado. Ventanas tapiadas, puertas dobles y moradas al final, dando pie a otra sala, y el metálico portón de la entrada principal, cerrada. Dos pilares en mitad de la sala, cercando el billar y dos sofás.

En silencio, ese era el centro de actividad. Allí, de pie, estaba Stille. Sólo. Fumaba un cigarrillo, sobresaliendo un paquete marca Camel de un bolsillo en los vaqueros. En los mismos, un cinturón, con hebilla plateada en forma de calavera, ya conocida. Las botas, negras, con punta de metal y espuelas. Gafas de sol pese a estar de noche, con generadores de luz, y bajo techo abandonado. Barba y bigote recortados, con pelo rizado alrededor de la cabeza, con entradas de incipiente calvicie. Cazadora de cuero. Estaba igual que hacía una hora. Un palo de billar entre las manos, mientras intentaba darle a la bola blanca. Parecía jugar a solas en mitad de la noche mientras esperaba a Janssen. A que acabase su vista. No pareció haber reparado en Gretchen.

Ambroos se alzaba ante Gretchen, a un lado, contemplando la escena.

- Tiradas (1)
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10/03/2013, 20:28
Gretchen

La Gretchen del Otro Mundo.

Gretchen observó sus movimientos en la bombilla, fascinada.  Su uniforme alemán. ¿Por qué viste así? Parece amable, preocupada. La niña extiende los dedos, delgados y huesudos, hacia ella...  Papá vendrá pronto. El cuerpo de la Gretchen real suelta una descarga de adrenalina, preparándose para un Dieter que no va a llegar en este instante, pero que, si hace caso de La Gretchen del Otro Mundo, de esa Alicia a Través del Espejo, vendrá pronto. A por ella.

Se quedó en silencio, acuclillada, viendo desvanecerse a esa chica inexistente.  La confirmación, total y absoluta, de que estaba loca. Una visión, como los profetas y los tarados y los tocados por los dioses. A ella la habían tocado a base de bien, pero más que dioses eran los demonios quienes habían colado los dedos y la polla por entre sus piernas flacuchas.

El nivel basal de miedo en la cabeza de Gretch subió dos enteros. Trató de calmarse, y pensó en las palabras de La Gretchen del Otro Lado. Decidió que era real. Que para ella, para Gretchen, era real. Que se merecía un nombre, porque estaba intentando ayudarla, estaba intentando protegerla de su padre-madrastra, que ella era su hada madrina-alucinación. Y la llamó Alicia. 

Estoy loca. Loca de atar. Pero no es una locura de pastillas y camisas de fuerza, es una locura especial porque veo cosas que no existen, pero sí para mí. Mi cabeza vive aquí y allí, vive en dos sitios a la vez y me cuesta saber donde estoy. Pero Alicia es real a su manera, más real que yo, que de mí ya no queda casi nada. Quizá es por eso.

Y si Alicia tiene razón... tengo que ir al tejado de la tormenta.

Entró en la sala pálida como la cera. Papá va a venir.  El miedo cerval instalado en su cordura la consumía. Ver el contorno de Stille la hizo sentirse aliviada y feliz, porque Diéter no podría hacer nada, no podría hacer nada de nada contra Stille. Stille la protegería. Stille era su ángel de la guarda. 

Nunca había hablado, ni con Stille ni con Janssen, de lo que había pasado en casa. Ellos podían haber deducido -no eran idiotas, ni estaban donde estaban por no leer entre líneas-, pero Gretchen no hablaba del asunto. Pues bien, había llegado el momento. Diéter iba a venir, y si Stille no sabía qué estaba pasando, podría tener problemas. El dinero compra muchos medios, y a Diéter le sobra la pasta.

Iba a tener que hablar. Que hablar con frases largas, que asegurarse de que la entendieran. Iba a tener que explicarse con pelos y señales, que hacerles ver quién era Dieter, qué quería, cómo lo conseguía. Cómo sabía ella que iba a venir. Tragó saliva. Nadie creería que una niña loca tenía visiones. No iban a creerla, ni el chulo ni el proxeneta.

Iba a ser difícil. 

- Papá va a venir - dijo al aire. No lo dijo muy alto, pero en el silencio de la habitación mal amueblada, su voz susurrante resonó como la oscura profecía del Oráculo.

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10/03/2013, 21:20
Stille

Stille parecía concentrado en el billar, haciendo un amago de golpear la esfera blanca contra otra, intentando hacerla rebotar una pared para entrar en el agujero contrario. Achicó los ojos detrás de las gafas, y cuando dio el golpe, escuchó a Gretchen. Sorprendido, el hombre perdió el cigarrillo entre los dientes, cayendo sobre la mesa. Lo recogió antes de que comenzase a quemar provocando un aro negro, destrozando con un diminuto agujero la imparcialidad del terreno de juego. La bola blanca fue a china por el desatino provocado, perdiéndose la misma por un agujero.

El sonido de la misma por los canales de la mesa sonó mientras Stille se giraba. Ladeó la cabeza, dejando el palo sobre la mesa. Se quitó las gafas mientras la bola aparecía en la repisa inferior de la mesa, dispuesta a ser recogida. Con la mano curtida, el hombre la sacó de ahí, agachándose, y la dejó en la mesa.

Se acercó a la barra del bar, mirando a través de los ojos azules mientras se colgaba las gafas de la camisa. Parecía estar evaluando a Gretchen, y en menor medida, a Janssen. Era obvio que no sabía del todo cómo proceder. Qué reacción verbal escupir. En cierto modo, la pequeña estaba confesando, diciendo de forma muda que todos los sabían.

- ¿Nombre y apellido?- fue lo que preguntó Stille, sin saludar. Sobraba y estaba de más dadas las circunstancias. Conocía a Gretchen sin apellido, y si iba a buscar al padre, necesitaría saber el mismo-. Veremos quién encuentra a quién antes.

Se giró hacia Ambroos. Le señaló con las cejas las botellas de alcohol, invitándole. Al mismo tiempo, le interrogaba sobre Gretchen, viendo hasta qué punto podía colaborar en todo aquello. Zurraba nazis, así que podía pedirle que hiciese un favor por su hijastra, si se la podía llamar así.

- ¿Todo en orden?- preguntó a Ambroos, quitándose el cigarro de la boca y tendiéndolo al otro hombre. Estaba medio consumido, pero era una ofrenda. Una ofrenda, y una búsqueda de cerciorarse de que el mundo seguía teniendo buenos cimientos. Él era ajeno a las pesquisas internas en el móvil de Hanssen y la mente de Gretchen. Para él, ahora, el universo eran los Anarquistas y "Papá".