Partida Rol por web

Salvadores Salvados

Salvadores Salvados - Avistamiento de Águila - Escena Uno.

Cargando editor
18/03/2013, 16:40
Gretchen

Gretchen asintió, agradecida, cuando Stille aceptó finalmente. Su lacónica respuesta -"Es importante"- pudo, o no, transmitir lo vital que sentía este asunto, obviado hasta que Alicia explicó su relevancia. Montados en el coche del chuloputas, pensó que Alicia, con su uniforme alemán, tenía más sentido en este coche que ella misma.

La niña parpadeó cuando, antes de bajar del coche, Stille se dirigió a ella. Inclinó la cabeza de medio lado, pensando en cómo explicarle quién era Alicia. Era evidente que le aguardaba una larga charla explicativa mañana... Pensaba que Stille, caballero andante de su cuento personal, sabría ya cómo funcionaba su pequeño y narcotizado mundo. No era así, o eso parecía. ¿Debía explicarle entonces que estaba loca, y que Alicia vivía en los reflejos de los espejos y los charcos? ¿Debía explicarle que Alicia era un negativo de ella misma?

- Alicia a través del espejo -dijo en voz alta, antes de bajarse del vehículo. No significaba nada, o sí. Alicia a través del espejo. Gretchen a un lado y Alicia al otro. ¿Quién de las dos está en el País de las Maravillas? ¿Y su particular Reina Roja, Dieter o Viktor?

Abrió la puerta y puso los pies en un charco, recordando el charco de Leila. El aire húmedo de la noche la arrancó un escalofrío.

¿Cómo subir a lo alto del edificio? ¿Tenía el edificio una escalera de incendios o algo así?  ¿ Algún adorno en la fachada que permitiera subir trepando? Alguna mente más retorcida hubiera pensado que los dedos de Gretchen lo tendrían fácil para convertir una horquilla de pelo en una manera de abrir la cerradura, pero la joven nunca había sido una delincuente. Era muy tarde para llamar y fingir un error, un habitante despertado a medianoche no abriría la puerta, se cagaría en Dios y punto.

Clavó sus ojos acuosos en Janssen.

Cargando editor
19/03/2013, 10:48
Eugenius Novák

Eugenius seguía dándole vueltas a su conversación con el Gobernador cuando escuchó la voz de su hermana. Tanto secretismo, tanta seguridad, tantos límites de acceso. Podía entenderlo dada la situación militar y de guerra en que estaban involucrados. Pero si sólo tenían un problema de energía… y un problema grave según el punto de vista del Gobernador… ¿para qué limitar el acceso del genio para que les resolviera el problema? Allá ellos, a Eugenius no le importaba demasiado… si no fuera porque su familia vivía allí, en Amsterdam. La voz de Liselote le devolvió a la realidad. Ya se preocuparía de los alemanes tras el funeral, ahora tenía que centrarse en su familia. Cada cosa a su tiempo.

Eugenius soltó las maletas en el rellano y correspondió al abrazo de su hermana. - ¿Qué tal va todo, pequeña? Yo también os he echado de menos. – y eso ya era mucho para alguien como él. – Y sí, me quedaré unos días… aún no sé cuántos. -

Eugenius, después del abrazo inicial, y del beso de su hermana, introdujo las maletas en el ático. – Uauh… bonito apartamento. – comentó. Con Liselote no solía ser hiriente, y su falta de tacto habitual parecía desaparecer. Aunque la vena práctica y racional nunca desaparecía del todo. Los montones de libros llamaron su atención, aunque los desechó cuando vio la temática. Se salvaban los libros de medicina o enfermería, libros técnicos que sí eran útiles.

Muchos libros, – comentó Eugenius con una sonrisa, - siempre te dije que hacías bien en leer. Es una forma divertida de aprender.

Las palabras de Liselote acerca de su ascenso llenaron de orgullo a Eugenius… - Enhorabuena, eso hay que celebrarlo. – la sonrisa del hermano mayor se ensanchó hasta ocupar toda la cara. La pega fue lo que puso a Eugenius sobre alerta. Tras la ocupación alemana. Quizá fuera un paranoico, pero era su forma de ser. Eugenius se preguntó si los alemanes habrían provocado el ascenso de su hermana para ganarse el favor del científico. Le necesitaban. Y hasta ahora todo habían sido agasajos y buenas palabras. Quizá el trabajo de Liselote tuviera que ver, y una vez que tuvieran lo que querían de Eugenius se olvidarían de ellos, les darían de lado… y puede que Liselote perdiera su empleo…

Eugenius sacudió la cabeza… estaba construyendo castillos y fantasmas en el aire. Además, él no permitiría que eso pasara. Los alemanes no se atreverían. No si sabían lo que les costaría enojar a Eugenius.

Durante toda la conversación, la mente de Eugenius no se paró ni un instante a pensar en el funeral del día siguiente. Y de improviso, el golpe llegó… Casi parecía escuchar las palabras de su hermana a cámara lenta… Un tumor.

Un infinito cúmulo de procesos recorrió la mente del genio antes de recuperar el habla.

- ¿En qué hospital está? ¿Quién la ha atendido? – fueron las primeras preguntas de Eugenius. Su teoría conspiratoria volvía a aparecer. Si el médico o el hospital eran alemanes… quizá su madre no tuviera nada, o quizá tuviera lo que tuviera se lo hubieran inducido para obligar al genio a trabajar para ellos. O quizá todo era paranoia de Eugenius.

- ¿Qué tipo de tumor? ¿Qué más sabes? – preguntó Eugenius. - ¿Tienes algún libro aquí sobre tumores? – Eugenius recorrió con la mirada el apartamento. De camino al hospital podría ir leyendo y toda la información quedaría almacenada en su prodigioso cerebro. Antes de ver a su madre quería disponer de más información y conocimientos que su propio médico.

El científico de fama mundial se levantó del asiento como un resorte y mirando a su hermana la incitó a continuar la conversación en movimiento. – Vamos a verla.

Su madre estaba enferma. Posiblemente de algo malo, y Eugenius esperaba que no fuera algo terminal, pero la mera palabra tumor era algo que asustaba. Eugenius sólo tenía en mente una cosa, curar a su madre… y descubrir si los alemanes habían tenido algo que ver con ello.

En momentos como ése, Eugenius lamentaba no haber dedicado su brillante mente a la investigación médica... Seguramente a estas alturas ya habría encontrado una cura contra el cáncer.

Cargando editor
19/03/2013, 18:47
Liselote

Liselote parecía satisfecha con la forma de recibirla que tenía su hermano, y aseguró estar bastante bien. Ahora cobraba lo bastante como para acomodarse en aquel piso, y que ya estuviese instalada allí indicaba que su ascenso había sido previo al inesperado viaje del científico. Probablemente no la hubiesen ascendido por Eugenius, sino por problemas de plantilla o cambios en la organización del hospital. Típicos cambios cuando hay una muda de personal en las altas esferas. Si lo de arriba se mueve, lo de abajo también. Por desgracia, ello no quitaba de la influencia Alemana sobre el puesto de trabajo de la enfermera, como bien sospechaba el bueno del erudito.

Por desgracia, Liselote no habló demasiado sobre la celebración de su ascenso y sus libros. Dada la principal preocupación del hermano, se centró en poner una manta sobre las llamas, intentando serenarle en la medida de lo posible. No en vano, ello era parte de su trabajo, que al parecer se llevaba a casa.

- Está en el Ziekenhuis- respondió en tono conciliador, indicando el hospital donde ella misma trabajaba. Ahí había sido lista-. Tiene asignada como médico a Maggie Wassus, una suiza- sonrió al decirlo, como si aquello fuese a gustarle a Novák dado el país donde trabajaba. Lo único espinoso era que según Goering, Alemania estaba parlamentando con Suiza para que esta vez no se mostrase neutral- de la Cruz Roja. Vino aquí tras la ocupación, para llenar huecos en la plantilla. Ayuda humanitaria. Es muy buena, Eugenius. No como oncóloga en particular, pero sí como profesional en general. Yo le dije que la pidiese como paciente.

Liselote había hecho los deberes. No tenía ni idea de si el que fuese suiza o no la eximía de estar involucrada con los Alemanes, pero ser de la Cruz Roja inspiraba cierto grado de confianza, y compartía país de residencia con Eugenius, lo cual ya era mucho. La enfermera había procurado poner a alguien capaz y de confianza al cargo de su madre, y se había asegurado de tenerla cerca para poder seguir todo el proceso. En el tono de su voz se leía, efectivamente, a una mujer intentando amansar a las fieras, con una calma sólo propia de alguien muy acostumbrado a ese tipo de reacciones al oír diagnósticos que ponían en peligro la salud.

- Es cáncer ovárico1- añadió ante las preguntas de Novák, intentando darle importancia en su justa medida-. No parece haberse extendido a otros órganos, pero están cribando el estadío todavía. Cuando sepan qué hay afectado valorarán qué hacer, aunque supongo que extirparán quirúrgicamente y luego pondrán quimio para acabar de barrer la zona- pasó una mano en horizontal por el aire, como si estuviese limpiando el aire con una limpia pasada de trapo. Hablaba de forma sencilla, no demasiado técnica, pues no confiaba en que su hermano, por inteligente que fuese, se sintiese cómodo con un exceso de jerga médica, siendo él de un ámbito más científico-técnico. Se permitió, no obstante, hablar como si estuviera ante un compañero de trabajo-. Está ingresada porque soy su hija. Siendo otra persona, estaría en casa, pero yo no me sentía cómoda sin tenerla en observación.

Su madre era, por tanto, una persona en situación de favor. La ventaja de tener a alguien relativamente importante trabajando en un hospital era esa. Cuando habían problemas de salud no había problemas para conseguir cama y cuidados. Habría quien lo denominaría egoísmo y partidismo, pero cualquier persona barre para casa en lo que a familia y allegados se respecta. El mundo de la sanidad era teóricamente altruista, pero uno siempre se preocupa más por los suyos que por los demás. Era lógico.

Sin embargo, Liselote no hizo ademán de levantarse.

- ¿Has cenado?- preguntó-. Espero que te haya ido bien con El Gobernador. ¿Cómo es?- Novák había estado volando, y aunque era muy tarde, salvo que su avión hubiese incluido comida, no había participado en la fiesta de Goering-. Deshaz las maletas, tómate un rato, y vamos cuando amanezca. Tengo turno.

Era tarde, y ahora Novák ya no iba en un vehículo Alemán. Había un toque de queda en las calles. Por supuesto, el científico, dadas sus circunstancias y su posición, podría saltárselo para algo así, pero no quitaba que su hermana prefiriese hacer las cosas con algo más de calma. Ir seis horas antes o después no significaba demasiado, y a esas horas, posiblemente la paciente oncológica estaría durmiendo. Ir cuando Liselote trabajaba reportaría la ventaja de ir al lado de alguien uniformado de sanitario y con cierta influencia. Y sería de día. Por la tarde irían al funeral, se supone.

Básicamente, aquello era un truco para pacificar al hermano y dejarlo reposar. Lo que menos quería era que fuese sin haberlo procesado lo suficiente. No sería bueno ni para él ni para su madre, y desde luego, la reacción al verla no sería lo mismo tras aceptarlo más con el paso de las horas, calando.

- Además, así podrás leer... y dormir- añadió. En algún momento había que descansar, y aunque el Jet Lag estaba ahí, sería mejor habituarse cuanto antes a los ciclos. No es que una enfermera con horario rotatorio tuviese muchos ritmos circadianos estables, pero seguía siendo una recomendación de salud, pese a la cuchara de palo en casa del herrero.

Posiblemente Novák aprendiese cuatro palabros para saber seguir el hilo de la conversación con Maggie, pero ciertamente si hubiese estudiado Medicina sabría muy bien cual era la situación real sobre el cáncer, su morbilidad, mortalidad, incidencia y tasa de superación. Las farmacéuticas se movían por dinero, y el desarrollar o no una cura dependía de qué salía más rentable.


1* Cáncer de ovario.

Cargando editor
20/03/2013, 01:30
Stille

El agua esporádica salpicaba alguna depresión irregular de la calzada, donde el sistema de alcantarillado flaqueaba y sólo el tiempo evaporaba las masas. Anegada bajo los pies de Gretchen se encontraba su acuosa plataforma, un charco al linde del bordillo frente al edificio. Uno de aquellos por donde la estela que Janssen perseguía había culebreado.

Era una niña, andrógina y mal crecida, con aire distraído y asustadizo, como una de tantos trozos de bolsa de plástico que se dejaban mecer en el aire de la callejuela, a merced de los elementos. Con su pequeño traje de calle, contemplaba la fachada intentando averiguar cómo entrar, sin concebir ideas como forzar una cerradura o hacerse llamar a si misma "vecina sin llaves". El cabello, castaño y casi rubio a la luz lunar, ocultaba parcialmente su expresión lacónica, pero no su delgadez.

Había una escalera de incendios, metálica, al flanco izquierdo del mentado edificio, pero la misma estaba levantada al primer piso, y se bajaba desde el mismo. Era inalcanzable, salvo que alguien alzase a otra persona, y aún así parecía complicado alcanzarla, si bien no imposible. Alguien extremadamente ducho podría ser capaz de trepar por los salientes cual araña o reptil, practicando escalada libre, pero era un deporte a todas luces peligroso, y alguien del tamaño de Gretchen tendría que impulsarse verticalmente a cada salto, lo cual lo hacía una empresa todavía más letal.

Ni que decir tiene que Stille no la dejaría, y que era posible que algunas de las escasas ventanas encendidas la descubriesen, con el consiguiente sobresalto y todo lo que pudiese implicar. Sería mucho más fácil trepar hasta el primer piso, sin riesgo de abrirse la crisma, y de ahí alcanzar la escalera de incendios y dar paso al resto de la comitiva. 

Fue entonces cuando Stille bajó del coche. Un monovolumen negro, propio de la estética nazi. Lo hizo, no obstante, por el asiento del copiloto. Un hombre que, para no haber cumplido los cuarenta, y pese a estar cerca, era bastante envejecido. Moreno, de cabello encrespado, con deslumbrantes gafas de sol y un cigarrillo encendido entre el bigote y la perilla, sin unir con las patillas. Alto, casi de metro sesenta, y con aspecto de haber recibido y dado cincuenta golpes pero poder ajusticiar cincuenta más. Duro y agresivo, tenaz. La cazadora de cuero ayudaba, como lo hacía el cinturón.

Uno que Ruth ya había visto antes en Alex. Era el mismo que había llevado hacía escasa media hora, y teniendo en cuenta que sólo lo había visto puesto ante sus ojos dos veces en su vida, era una coincidencia demasiado casual como para dejarla considerar tal cosa. Fue Stille quien reparó en la joven y la señaló con una mano lejos de la cadera y de su enfundada pistola.

- ¡Eh, tú, chica!- gritó sin alzar demasiado la voz, lo justo para que reparase en él-. ¿Qué hace una cría suburbana sola en pleno toque de queda? ¿Necesitas ayuda? Ven aquí, anda- por su hablar, se le veía acostumbrado a ver gente con el patrón de la joven. Sus pintas y su aspecto le eran demasiado familiares, pues eran de su mismo plano de la realidad. El suburbano. A juzgar por las propias pintas de Stille, poco tenía de Alemán y de buen padre. Quizás de Mercenario, o de Anarquista.

Ruth era otro cantar. Veinte años tendría, y algún mechón rubio, pero parecía tener el cabello, además de despeinado pero grácil por naturaleza, rosa, predominando ese color sobre el amarillento. Pesaría lo que Gretchen, y mediría poco más. Pálida, más aún en aquellos momentos, delgada, y vestida con ropa sencilla, propia para estar por casa. De gesto serio y en aquel momento perdido, deprimido y hundido, callejeaba sola por la calle, a sabiendas de que no podría mantener su facultad activada todo el camino hasta las afueras de la ciudad, que era donde se alzaban los edificios con el perfil del visto en ojos de su hermana.

La joven podría huir, y quizás esconderse, pero un Mercenario o Anarquista al lado de una niña que parecía libre y curiosa no tenía pinta de querer hacerle mucho daño a alguien como Ruth, a quien trataba con cierta confianza. Si hubiese querido dañarla ya lo habría hecho, y más conociendo la fama de mecha corta que tenían los mentados colectivos.

- Quédate cerca salvo que tengas seas la hija rebelde de un Alemán. Te lo recomiendo- añadió el grandullón, tomándose las confianzas de alguien que se sabía demasiado al margen de la ley como para preocuparse de tratar con la persona equivocada. Siendo una mujer joven, de aspecto triste y perdido, con estética en sintonía y sola en plena calle desierta, le encajaba todo, y hacer de padre ante una desvalida era algo muy en sintonía con la filosofía de Stille y los suyos-. Espero que no te importe, Ambroos- acabó mirando al hombre que salía por el asiento del conductor.

Allí estaba el último de los cuatro presentes. Un hombre entre los treinta y los cuarenta años, en un punto medio, con un cabello corto pero demasiado largo para ser militar, con una barba y bigote que decían lo mismo, que cuidaba su aspecto pero que no podía lucir una esvástica, o al menos, no como peón. De casi metro noventa, más pálido que Ruth pero bastante más fibroso, con ligero músculo. Parecía sereno, calmado y reflexivo, tan entero como el otro hombre.

El cruce de caminos estaba servido. Ambroos y la niña, conductor y mirona, parecían centrados en el edificio, su objetivo. Ruth, un pollo sin cabeza. Y Stille, para su desgracia, el sanguinario buenazo de turno que tenía que hacer de mamá pato ante ese par de caprichosos, y de rebote, ante la desesperada pero joven teñida, que sin duda estaría mirando, entre el ombligo y la ingle, la hebilla en forma de calavera que lucía el cinturón. No ayudaba a encontrar a su hermana, pero sí a otro santo de su devoción.

- Deberíais subir. A más tiempo estemos aquí, más se estrechará la diana sobre nuestra posición. Las patrullas son lentas, pero se mueven- fue lo último que dijo, mirando a sus dos conocidos, el que dos veces había intervenido.

Sino serían puestos de vigilancia.

Cargando editor
20/03/2013, 09:27
Eugenius Novák

- Has hecho bien. – comentó Eugenius al enterarse de que su madre estaba en buenas manos y en el hospital de Liselote. Maggie Wassus. El genio tomó nota mental, luego buscaría referencias de aquella mujer. Aunque se fiaba del criterio médico de su hermana, pero aun así… todo el mundo era humano, todos cometían fallos en ocasiones.

Buena profesional había definido Liselote… pero había especificado también que su rama no era la oncología. Eso preocupaba a Eugenius. Tendría que enterarse de quién era el o la mejor en ese campo… y dónde se encontraba actualmente.

Ante las explicaciones del tipo de cáncer y su tratamiento, Eugenius simplemente escuchó. Sabía lo que era un cáncer aunque evidentemente no era un erudito en la materia… y por supuesto, estábamos hablando de palabras mayores: cáncer. Independientemente de que fuera uno menor o mayor, menos o más extendido. Seguía siendo un cáncer.

- Gracias por ingresarla. Yo también estoy más tranquilo ahora. Y gracias por decírmelo. – confirmó Eugenius. Liselote era lista y le conocía. Sabía que si hubiera intentado ocultárselo o si el genio se hubiera enterado por otros medios habría sido peor, mucho peor.

- No, aún no he cenado. Podemos seguir charlando mientras cenamos. Y tranquila, te haré caso. Dormiré y mañana a primera hora iremos a ver a mamá. – confirmó el científico. No le apetecía intentar saltarse el toque de queda y tener que dar explicaciones a soldados cenutrios que no entendieran la mitad de las palabras que dijera… Seguramente acabaría en un calabozo para ser soltado a la mañana siguiente con multitud de disculpas y buenas palabras. Luego hizo un gesto como para restar importancia a su encuentro con el gobernador. – Bah, herr Goering no es más que un presuntuoso que controla más de lo que puede abarcar. Me hicieron mucho la pelota, ya sabes, cuando necesitan la ayuda de un científico… - sonrió.

En ese momento Eugenius recordó lo ocurrido y el tema de los mensajes: - A todo esto, ¿desde cuándo no podéis comunicaros con el exterior del país? ¿Qué han dicho los alemanes para justificar algo así? – a Eugenius todo le sonaba a cuento chino y palabrería barata. Tenía pinta de ser otro tipo de ocupación sin más… aparentemente sin usar la fuerza, pero de una forma u otra, Amsterdam era territorio conquistado. – Le mandé un mensaje a Anne pero no le ha llegado. Espero que no se enfade mucho. ¿Tienes internet? – quizá bastaría con mandarle un email. La mujer, como casi todo el mundo a día de hoy, no podía pasar un día sin comprobar su correo electrónico.

Lo siguiente que Eugenius hizo fue buscar con la mirada el primer libro que tratara acerca del cáncer por la habitación, conociendo a su hermana seguro que habría varios por allí. Incluso alguno específico del cáncer de ovario. En cuanto vio uno que se adecuaba a sus necesidades alargó la mano y lo abrió por el índice. Una ojeada rápida y luego comenzó a leer. Recordaba sus años en el colegio, cuando su tasa de comprensión lectora era inmensamente superior a la de sus compañeros. Leía rápido, sí. Y además le resultaba tremendamente fácil entender todo lo que estaba escrito, independientemente del lenguaje usado.

Más tarde dormiría, tal y como Liselote le había recomendado, pero aún tenía tiempo…

Cargando editor
20/03/2013, 09:59
Niki Neill

Escuché las palabras de Drake, mientras mi cabeza planteaba miles de preguntas. Sin embargo, la más importante no tenía que ver con los anarquistas, con Maggie o con mi trabajo... Pensé en Izan y me pregunté si podría localizarme de algún modo. ¿A dónde iría ese cercanías? Deseé que no fuera aquí. Quizá debiera llamarle lo antes posible, pero ahora no era el momento... Joder, izan.. que oportuno.

Sin duda parecía que a Drake le gustaban mis piernas, ignoré el hecho aunque tomé nota mental del asunto.

- Entiendo. - Dije cuando pareció decirme que los demás anarquistas también tendrían interés en mis piernas... pero que las querrían coger sin más. - Aunque sé defenderme. - Le miré un segundo, buscando su mirada, me costaba saber como tratarle... me costaba saber como tratar a mucha gente... Es lo que pasa cuando no sabes quien eres... - ¿Y tú? ¿Tu también eres anarquista en ese sentido?

Me froté los vaqueros con calma... Aquel hombre me resultaba todo un misterio, pero iba tomando nota mental de cada gesto que me llamaba la atención: El gorro, la manera de hablar, la incomodidad, su comportamiento con los demás... Debía aprender deprisa y eso requería atención. Tenía que concentrarme más.

- ¿Te incomoda hablar conmigo? - Dije con precaución. Debía saber si cuanto tenía que protegerme de él.

Me guardé e móvil con delicadeza en el bolsillo, y me mantuve atenta a cualquier gesto que pudiera indicarme peligro... Aún no sabía hasta que punto podía confiar en ese hombre o no.

Cargando editor
20/03/2013, 20:20
Gretchen

Gretchen miró a la desconocida con los ojos muy abiertos y un su omnipresente expresión temerosa. Al ver que Stille la llamaba y no daba muestras de preocupación, se relajó. Stille era su brújula, el sumo sacerdote de sus estados de ánimo y pensamientos.

Y tenía razón. Debían darse prisa. La escalada por la superficie quedaba descartada, entonces, por lo complicado. Una pena, porque la opción no había sido mala. Y hacer una torre humana de dos no era suficiente, pero quizá con un añadido...

- Si pones el coche bajo la escalera, tú sobre el tejado y yo sobre ti, puedo llegar a la escalera de incendios -informó a Ambroos. Y la frase era todo un maldito discurso para los cánones de Gretchen, pero al carecer de contenido emocional ninguno no le había resultado complicada de decir.

Volvió a mirar, errática, a la chica de cabellos rosas. Alicia no había dicho nada sobre ella. Era extraño. ¿Debía estar aquí, o no? Miró el charco, en busca de respuestas, para encontrarse solamente con su propia mirada extraviada. ¿Sería esa chica otra Gretchen huyendo de su propio Diéter?

Cargando editor
20/03/2013, 20:43
Ruth Karsten

Tras el encuentro con aquellos hombres, Ruth decidió marcharse en busca de su hermana. Se podría encargar de lo de la cámara más tarde, lo primero era saber que Ágatha estaba bien, ya que, por más que la chica intentase ocultárselo, Ruth sabía perfectamente que no era así.

Mientras andaba, miraba en todas direcciones para comprobar que no la veían o la seguían, si pasaba algún coche se ocultaba entre las sombras de algún callejón y luego seguía su camino.

Fue entonces cuando llamaron su atención.

-¡Eh, tú, chica!-escuchó a su espalda. Al girarse, pensando que la habían pillado (otra vez), se sorprendió al ver que no se trataba de alemanes... Sólo de un tío saliendo un coche, con unas pintas que le recordaban mucho a Axel.-¿Qué hace una cría suburbana sola en pleno toque de queda? ¿Necesitas ayuda? Ven aquí, anda.

Ruth le miró con una ceja arqueada, sin fiarse. No fue hasta que vio el cinturón idéntico al de Axel, cuando relajo su postura, pero sin borrar el gesto serio y desconfiado de su rostro. Le habían dado muchos palos como para fiarse del primer tipo que le ofrecía ayuda. Sin embargo, se acercó por eso mismo: el cinturón. Tal vez ellos supieran algo sobre Axel, aunque no fuese su objetivo principal en ese momento.

Se percató también en quien miraba el charco, sin saber muy bien si era chico o chica hasta que escuchó que hablaba, fue sólo entonces cuando pudo afirmar que se trataba de una chica.

Al parecer quería subir allí arriba del edificio, ¿para qué?

Ruth se acercó lentamente, parecida a un gato callejero y arisco, observando a todos los presentes con atención y el ceño ligeramente fruncido, además de ir buscando con la mirada todas las vías de escape posibles, por si la cosa se torcía.

-¿Quiénes sois?-pregunta una vez está lo suficientemente cerca.

Cargando editor
20/03/2013, 23:29
Ambroos Janssen

Con un elegante y no muy sonoro portazo, Ambroos sacó toda su altura del monovolumen. ¿Cuanto había estado Stille fuera del coche? ¿Treinta segundos? Y ya había adoptado otra mascota. Joder, si fuera proxeneta tendría que alquilar un centro comercial para montar el negocio. Pero era un anarquista, uno con debilidad por los gatitos lindos.

O las gatitas lindas en este caso. Pero Ambroos negó con la cabeza, porque ya poco remedio tendría decir que sí, que bastante estaban haciendo ya el imbécil como para meter a desconocidas en la ecuación. Las ilegalidades se hacen cuando uno tiene confianza, y no todos los que andan bajo el toque de queda son amigos.

Y luego estaba Gretch, a quién la nueva presencia no parecía importarle un pelo, como si siguiese en su mundo de arcoiris. En realidad y siendo justos, su mente se limitaba a buscar un modo de subir por las escaleras, que seguía siendo su prioridad. La cosa es que el proxeneta no se sentía cómodo allanando moradas delante de desconocidos. No por una cuestión moral y el que dirán, sino porque llegue hasta los nazis y acabes pesando cuarenta kilos y ahogándote en el fondo de un lago atado a un peso muerto.

Que podía pasar.

La mirada de Ambroos a Gretchen lo decía todo. O al menos se lo hubiera dicho a alguien con más experiencia social. Ni de coña. Y en realidad no era por el coche, que sería lo lógico. A Janssen esas cosas venían a darle igual. No es que le sobrara el dinero para ir cambiando de vehículo cada semana, pero había aprendido a coger poco apego a las cosas materiales. Y a la humanas en cierta medida.

Pero lo que tenía Ambroos Janssen era una dignidad que le impedía hacer torres humanas sobre un coche en medio de la noche. Podía nombrar unas treintas técnicas sexuales bizarras de las que no hubieses oído hablar, pero no subirse al capó de un coche con una niña a los hombros. Y menos delante de Stille y una desconocida.

Que era hacer el ridículo, por dios.

- Te han preguntado primero y te han hecho una oferta. Esa fue la única respuesta de Ambroos. Su tono no parecía ni siquiera cortante, lo que lo hacía aún más irritante. Era el tono de un portero de discoteca, de un cancerbero. Lo gracioso es que se suponía que Amsterdam pertenecía a los alemanes, y estaba bien claro por sus rasgos que este no era uno. Había algo en su voz que remataba la frase de Stille, instándote a correr si un mínimo de sangre nacionalsocialista corría por tus venas. O lo tomas, o le dejas.

Y más te vale no dejarlo, porque lo mismo no nos fiamos mucho de que te vayas por ahí habiéndonos visto en la calle una vez sonó la campana...

Cargando editor
21/03/2013, 22:56
Liselote

Ravioli caseros. Fáciles de preparar en sobre, pero aderezados con las especias de la casa. Liselote aseguraba ser tan buena enfermera como mediocre cocinera. Sabedora de nutrición llevaba una alimentación equilibrada y sana, pero asumía por el cuerpo de Novák que el hombre era un espárrago que comería poco y mal en Ginebra, sin una pareja estable ni tampoco tiempo para aprender algo tan superfluo como cocinar. Liselote era tanto o más de lo mismo, centrada en su trabajo, sin un crío por el que aprender a hacer platos de madre. Hasta hacía unos meses había vivido con la suya, así que nunca se había tenido que preocupar por esas cosas.

La cena estuvo buena pese a todo. En el salón, en una mesa demasiado grande para ellos dos. La mujer, durante el engullir, hizo hincapié en que Eugenius no prestase ayuda a las investigaciones de los Alemanes. No quería que  contribuyese a hacer la guerra o el totalitarismo, pero asumía que hablaba por hablar, sabiendo que él no estaría dispuesto a financiar indirectamente a los nazis así como así. No le creía capaz.

Aseguró que llevaban sin poder comunicarse desde hacía más de ocho meses y menos de un año. Y no sabía nada sobre justificaciones. Desde dentro, al menos, simplemente no querían que la gente tuviese facilidades para operar con impunidad. Si controlaban las comunicaciones, controlaban la información que entraba y salía del país. Era mejor que los de fuera no lo pudiesen saber todo sobre dentro, pese a que, obviamente, era inútil detener el espionaje y las conspiraciones. Una batalla perdida, pero intentada. Pero sólo para las altas esferas. Para alguien como Liselote era un auténtico problema si quería hablar con su hermano en Ginebra. Al final, el que acaba perjudicado siempre era el ciudadano de a pie. Infiltrados tenían que haber hasta en la propia cúpula alemana.

Tal y como explicó la mujer con calma tomándose sus minutos de conversación, los Países Bajos se habían rendido a las exigencias de Alemania. Dejaron entrar los tanques, sin contar con el apoyo de los Franceses o los Ingleses, y sin un ejército para hacer frente a los nazis. Se dejaron plantar la bandera. Y ahora eran un títere en manos de las águilas. Era una forma de salvar incontables muertes entre los civiles y destrozos materiales, sin contar con las repercusiones ecológicas y en el valor del terreno. Nadie quería ser dueño de un país en ruinas. Mejor serlo de uno conquistado, bajo el ala de un ave más grande y cruel. Era triste, pero asumible. Una forma de dejar que cada ciudadano decidiese si quería vivir de rodillas o morir de pie.

Al acabar la cena, Liselote le enseñó su portátil, conectado mediante un cable a un router con internet. Tenía acceso a bases de datos médicas, pero no podía enviar E-mails fuera del país. O, más bien, no podía hacer que la señal llegase a las bases de datos a través del satélite. Tenía que usar la frecuencia de la Torre de Comunicaciones, que sólo filtraba mensajería a otras cuentas en un radio a la redonda. En pocas palabras, Alemania tenía su propio sistema de Proxy, entre otras cosas. Nada que Novák no pudiese saltarse con más o menos dedicación. Otra cosa era que no se fuese a notar. Bien podía ir y pedir permiso, ya fuese a la propia torre, al ayuntamiento o a la mansión de Goering, pero eso sería rebajarse y tener que pedir un favor a los Alemanes.

Tras enseñarle el ordenador, le sacó a la terraza, y allí la enfermera Novák acosó ligeramente a Eugenius para ver cómo iban las cosas con Anne, pero ya se sabía o imaginaba la historia, y no le dio mayor importancia. Ella confiaba en que la cosa terminase bien, o el científico no acabaría casado nunca. "Si ella no te aguanta, nadie lo hará", dijo, aunque sin mala intención, a modo de burla con cierto aire de verdad.

Desde aquella balconada las cosas se veían de otro modo. Para empezar, se veía alto, y con una caída libre cuanto menos peligrosa. Si alguno de los dos caía de esa altura, podía darse por muerto. Pero se veía bien la ciudad. No toda, por supuesto, pero sí lo suficiente. Aquel edificio era prestigioso, alto, y se elevaba más que los de una clase social más modesta, con varios pisos menos sobre el suelo. Eugenius pudo ver desde allí como un solitario rayo caía sobre una antena, casi donde perdía la vista. Debía de ser cerca e la periferia. El cielo estaba nublado, lo cual acompañaba, pero no tronó más en lo que estuvieron fuera. Por ahora.

Finalmente, Liselote dejó que leyese cuanto quisiese sobre cáncer ovárico, y no quiso meterse de por medio. Le habría parecido de muy mal gusto ir a informarle con sus conocimientos sobre algo que quería averiguar por si mismo. En líneas generales, era un cáncer con mal pronóstico, difícil de cribar. Eso suponía que su hermana había sido suave al decir que "aún lo estaban cribando" y que no estaba segura de "qué harían al respecto". Definitvamente, la solución solía ser hacer una histerectomía, incluyendo trompas de Falopio y ovarios. Tras ello, quimioterapia de limpieza. En eso no había sido suave. El problema era saber delimitar el cáncer y extirparlo todo. El problema de siempre. Y aquello dependía en bastante medida de la suerte.

Eugenius Novák estaba solo, en el salón, frente a la chimenea inútil y el cuadro emulándola. Con el libro a medio leer abierto entre sus manos, podía escuchar a su hermana teclear sobre la mesa, acabando algún tipo de informe sobre las existencias de material. Mencionó anecdóticamente que haría eso mientras el hombre leía, asegurando que alguien estaba robando. Lo raro sería que nadie robase, así que la mujer lo comentó más como algo anecdótico y pesado que como algo preocupante. Casi era de extrañar que la gente no se llevase hasta las bombillas de las farolas.

Pero era tarde. Las bombillas seguían funcionando, Eugenius seguía con la suya encendida sobre la cabeza, leyendo, y tenía que poner en orden lo que quisiese antes de dormir y partir al hospital. Si tenía alguna actividad más que llevar a término, era el momento idóneo. Había puesto al día de las trivialidades a Liselote, y ejecutado sus más inmediatas necesidades. Dormir, salvo que quisiese pensar menos de lo costumbre y mal al día siguiente, era algo ya recomendable, pero no por ello una llamada ineludible. Jet Lag.

Cargando editor
22/03/2013, 00:05
Padre Jürguen

 

Jürguen le dió unas sencillas y sinceras gracias a Maggie mientras esta le entregaba la bolsa con materiál médico en aquél lugar clandestino. Sería el único pago que ella aceptaría, junto a la satisfacción de haber ayudado a alguien. Sabía que, con ella, las palabras vacías no servirían de nada. Una persona de convicciones fuertes, a la que sería difícil convencer de cualquier cosa. Prefería guardar sus intenciones para Caelum.

Después, regresó el silencio que les había compañado durante el trayecto desde que salieran del Barrio Rojo hasta que entraran por la puerta del apartamento clandestino. Nadie había muerto, pero la tensión se palpaba en el ambiente. Sobre aquellos sanitarios colgaba ahora una espada de Damocles. La formada por los nazis que les esperaban en urgencias, deseando pagar con alguien las culpas del accidente, o ataque, que habían sufrido.

Sabía que cuando las cosas se pusieran reálmente feas, después de los judios, maricas y demás, la gente como ellos (aquellos sanitarios, otros intelectuales y toda clase de opositores) serían los siguientes en caer. Sobre todo las personas como Maggie. Lo había visto antes. La mujer parecía inteligente, pero la sinceridad, el humanismo y la crítica no solían sobrevivír a los irracionales regímenes fascistas.

Clavó su mirada en ella, a medida que descendían por el montacargas. Si ella se dió cuenta, no pareció demostrarlo. El rostro de ella se iluminaba y oscurecía siguiendo la secuencia alterna de las fluorescentes de los pisos y la negrura de los entresuelos. Con su bata blanca, su rostro fatigado, algo pálido por el turno nocturno, Jürguen la vió como la marmólea figura religiosa de un ángel, o de una santa, en forma humana. De veras esperaba que no fuera´víctima de un martirio, pero le resultaba imposible no pensar en ello, como aquella mujer hace tantos años que...

El montacargas frenó bruscamente al llegar a la planta baja, y aquello sacó a Jürguen de su ensimismamiento. Naturálmente, fué ella la que se adelantó para abrir las rejas de acceso al montacargas, y aquello le hizo dudar a Jürguen si, a sus ojos, parecería un hombre tan viejo.

Salieron fuera ambos, sin cruzar palabras, pero cuando llegaron a la ambulancia y entraron en ella de nuevo, Jürguen aprovechó que todos estaban allí juntos para decirles: - Mi nombre es Jürguen, padre Jürguen. Ya saben donde vivo, y suelo pasar el día en la "Oude Kerk" del Barrio Rojo. Si alguna vez necesitan que alguien se ocupe de un paciente que... digamos no puedan llevar al hospital, por favor, hagánmelo saber. - Jürguen pensó que era demasiado pronto para pedirles nuevos favores, como más material o acceso libre a su "clínica". Sería forzar demasiado la situación, más aún sabiendo el problema que les había legado al hacer la falsa llamada. Tendrían tema al regresar al hospital e intentar dar excusas a los alemanes sobre lo sucedido.

No, no era buen momento para pedirles nada. Jürguen era paciente, y era mejor esperar a que ellos le necesitaran. Puede que entonces pudiera permitirse el pedirles algo más, pero no ahora: - También quisiera pedirles que cojan algo de mi dinero. No me malinterpreten... para que puedan adquirir más medicamentos o ayudar a alguien o ... bueno, simplemente puede que lo necesiten más adelante. Cuando las cosas se pongan mal, y tengan que sobornar a algún alemán para que les haga la vista gorda, no sé si me explico. - Jürguen miró de reojo a Maggie al decir esto, como esperando su aprovación, pero haciendo amago de entregar los billetes a "Caelum". Les entregaría el dinero si lo aceptaban, peor tampoco iba a insistir mucho más. No quería que se sintieran ofendidos.

Mientras volvían a su casa para dejarles allí, Jürguen se mostró más afable, sobre todo con Caelum, con quien compartía viaje en la parte de atrás. Intentó animar un poco el ambiente, contando alguna anecdota reál pero inocente de sus múltiples viajes como "misionero".

Además, Jürguen se sentía mucho mejor y más animado, ahora que Erika había sido tratada y examinada por otro médico. Procuró cambiar de tema y dirigir la conversación hacia lo que habia sucedido con los alemanes, y los casos de electrificación. - ¿Alguna subestación eléctrica o cable de alta tensión, acaso...? - Les preguntó abiertamente. No es que sintiera excesivo interés, pero si cierta curiosidad.  Además, sabía por experiencia que no todos los alemanes eran nazis ni comulgaban con esas ideas, incluso entre el ejército. Algunos eran simples personas corrientes, víctimas de las circunstacias.

Una vez llegaran al Barrio Rojo, haría que subieran a Erika al apartamento de él. La pondría en la cama de su propio cuarto. Llevaría algún sillón cómodo al lado de la cama, para poder dormir a ratos mientras la vigilaba. Tendría que estar pendiente de ella, no sólo para cuidarla a nivel físico, si no también psicológico. No quería que volviera a intentar suicidarse de nuevo. La recaída era muy probable en las primeras horas.

Aun así, sabía que no podría estar junto a ellas las 24 horas. Tenía que salir de compras, a por comida para ella, y al menos pasar un rato por la catedral para excusarse ante el Prior Martín D`Courvisier. El Prior le tenía cruzado, y aprovecharía cualquier ocasión para cortar su investigación. Sabía la cara que pondría cuando Jürguen le contase que tendría que posponer unos dias la investigación documental en la catedral (y con ello, alargar su estancia allí, cosa que a D´Cousivier no le haría ni puta gracia).

Pensó que quizás sería bueno contratar a alguien para estar con ella y echarla un vistazo los pocos ratos que él no pudiera estar junto a Erika. No sería una tarea muy complicada, y algúna jóven universitaria, podría hacerla. Una jóven necesitada de un suplemento de dinero por medio de un trabajo temporal y de horario flexible, podría hacerlo son problemas. En cuanto pudiera, pasaría por la universidad de Ámsterdam y colgaría un anuncio en el tablón de anuncios de empleos para jóvenes1.


1* Excusa argumental para meter relación con otros personajes jugadores.

Cargando editor
22/03/2013, 07:17
Drike

Drike no parecía tener reparos en ser sincero. No se consideraba en absoluto un vividor, y tampoco alguien que acostumbrase a estar cada noche por una persona distinta. Según decía, no tenía ningún problema con el sexo ni las mujeres, pero había perdido a la suya hacía unos meses, en un accidente de tráfico, y no se sentía preparado anímicamente para iniciar ningún tipo de relación, ya fuese de índole sexual o romántica.

Se definió como una persona seria y responsable de normal, pero que había perdido su "toque" tras enviudar. Ya no gastaba tantas bromas como antes y costaba más arrancarle una sonrisa. Se centraba en su trabajo para con el club, pues tenía que aferrarse a algo para mantener la cabeza ocupada y no hundirse. Reconoció que Niki le incomodaba, pero no por su actitud o porque tuviese algún problema con ella, sino porque físicamente y en la comunicación tenía ramalazos de similitud con su esposa, y aquello lógicamente le removía el cerebro. La pidió disculpas, asegurando que tendría que acostumbrarse, pero pidió tiempo para ello y que no se lo tomase como algo personal.

Estuvo un rato más aclarándole algunas cosas, como el toque de queda que se imponía por las noches fuera del barrio rojo, salvo para emergencias o permisos de trabajo, y el nuevo sistema de megafonía que estaban poniendo por la ciudad. Su próximo proyecto como activistas de la anarquía era detener y saquear algo relacionado con un cercanías lleno de mercancía, que incluía armas de contrabando con la mafia italiana y, por desgracia, tráfico de personas, o eso suponían, aunque no lo sabían a ciencia cierta. Al parecer Alemania compraba armas a una de las potencias italianas no gubernamentales, creando una asociación turbia e interesada. No sabían, sin embargo, mucho al respecto del tráfico de personas, pero habían oído campanas sobre que era cierto y que venía de Asia, lo cual abarcaba unas posibilidades demasiado extensas.

Pasó un rato, e incluso la invitó a beber algo y jugar al billar. No podía evitar de vez en cuando mirarla de reojo, cuando creía que no miraba, pero al menos ya sabía por qué era y que no había nada demasiado truculento en ello. Al final, con el reloj algo más avanzado, jaleó a la chica para ver qué tenía en mente hasta el golpe.

- Puedo llamar a Maggie ya, si quieres- comentó mientras dejaba el palo de billar sobre la mesa, con la última bola ya metida-. Creo que no acaba el turno hasta el amanecer, pero a estas horas ya no tendrá trabajo. Entiendo que dormir aquí puede ser bastante incómodo si no se está acostumbrado.

Estaba el tema de Izan, claro. Asumiendo que Niki no tuviese otras ideas más en mente. La madrugada estaba ya bien entrada, y bien era cierto que el Jet Lag daba fuerzas a la joven, pero aquello podía tornarse una ligera incomodad si terminaba durmiendo por los días y viviendo por las noches. Más sabiendo lo del toque de queda.

Cargando editor
22/03/2013, 12:25
Ruth Karsten

Por toda respuesta ante el grandullón, Ruth arquea aún más la ceja que había levantado hacía unos momentos, el resto de su gesto sigue impasible, totalmente seria.

Avanza unos pasos más, para dar a entender que aceptaba la oferta. A buen entendedor, pocas palabras bastan...-piensa la chica mientras anda hacia ellos, con las manos en los bolsillos dejando los pulgares fuera. Sus andares son rápidos, con el acompañamiento de miradas hacia todos lados para asegurarse de que no había nadie más rondando por allí.

-Lo tomo.-dice una vez está en frente del coche, con voz neutra, por si no lo pillaban aún. Ruth no era tonta y sabía que si rechazaba la oferta podría buscarse otro problema más. Además, en caso de que les pillasen los alemanes... cuatro personas son más difíciles de cazar que una (dos si encontraba a su hermana).

Les dedica una mirada algo recelosa a los tres desconocidos y cruza los brazos bajo el pecho, para volver a repetir con suma tranquilidad:

-Y... repito, ¿quiénes sois?-no se andaba por las ramas, quería saber quiénes eran y no iba a darle vueltas a la hora de formular una pregunta tan simple.-Si vamos a ir en el mismo coche…-se encoge de hombros con indiferencia.

Cargando editor
22/03/2013, 12:48
Ambroos Janssen

Que bien. Ahora tenía que llevar a una desconocida en el coche. A veces pensaba que su amistad con Stille nunca acababa de salirle rentable...

- Janssen. Respondió. No era el apellido más común de la ciudad pero tampoco lo bastante llamativo como para que fuera a poder localizarle en la guía telefónica por ello. Y sabía ya de primera mano que cuando se inventaba un seudónimo, a veces no se daba cuenta de que se dirigían a él. Ni siquiera se paro a pensar en que si a chica quería encontrarlo, solo tendría que mirar la matrícula de su coche.

Con algo de molestia resopló y se agachó a la altura de Gretchen, dándose una palmada en el hombro mientras miraba la escalera. La niña había hecho un quintuple no se qué y el media casi dos metros. Si con eso no valía, ya se molestaría en meter el coche en un lugar no muy adecuado para salir pitando si algo salía mal.

- Ponte de pie. Yo te agarraré las manos hasta que puedas agarrarte a la escalera. Tú.- se giró hacía Ruth, con el ceño fruncido. No acababa de gustarle esto, pero si la chica iba a subir a su coche por lo menos que pusiera algo de su parte para ganarse el favor. Ponte detrás, no se caiga. Algo haría para evitar que Gretchen se partiese la cabeza, aunque fuese solo usar a la recién llegada como colchoneta humana y amortiguar el golpe. Para acabar de rematar la jugada clavó la mirada en Stille e hizo un leve movimiento de cabeza al coche. Mejor quédate dentro, por si nos toca salir por patas.

En cualquier otra situación le hubiera dado igual el que apareciese alguien a quién partir la boca, pero hoy parecía ser el día de llevar a los niños al trabajo. Y no le gustaba la idea de ponerse a repartir estopa con un par de crías por allí, y menos teniendo en cuenta a Gretchen y su supuesta profecía de la aparición de su padre.

Solo esperaba ver si tenía razón. 

Cargando editor
22/03/2013, 13:23
Gretchen

- No me caeré -afirmó Gretchen con la misma seguridad con la que hubiera jurado que amanecería mañana.  Esto era importante, y pondría todo su empeño en que funcionase, como la mejor de las competiciones.

Estiró las manos hacia el proxeneta, retrayéndolas inmediatamente. Tocar. Tocar a un hombre adulto. Tocar a un hombre adulto con una actitud cuyas resonancias recuerdan a Dieter. Tragó saliva. Dieter está lejos, Gretch, y es necesario que hagas esto para evitar que se acerque. Lo sabes.

- No me caeré -repitió-. Cógeme de los tobillos y ponte en pie.

El plan era este: Ambroos de rodillas, Gretchen se subiría sobre él, los pies sobre los hombros, y al levantarse el proxeneta, podría llegar a la parte baja de la escalera de un salto. El peso de la niña debería desdoblarla.

Gretchen se concentró todo lo que pudo en hacer lo que tenía que hacer. El calor de las manos de Janssen alrededor de los tobillos le provocaba malestar y pánico, recordándole las manos igual de cálidas de Dieter arrastrándola hacia sí mientras intentaba huir. Pero esto era importante, y Stille estaba ahí. Y Janssen era amigo de Stille. Todo va bien. Todo va bien.

Agachado a la altura de Gretchen, ella cerró los ojos, recordando en su memoria una de las coreografías. Vale. Ponle música. Mucho mejor. Ahora todo va bien. Sólo es ejercicio, Gretch.

-Agáchate -pidió-. Un poco más -seguía siendo alto incluso ya agachado. La niña subió con sorprendente agilidad a sus hombros, poniéndose de pie sobre ellos son dar ningún indicio de mareo o falta de equilibrio -. Cógeme de los tobillos -las palabras le salieron rasposas y rascaron su mente y sus recuerdos como si estuviera pidiéndole que la violase. En cierto modo, era algo así-. Ponte de pie. Despacio.

Como la atleta que era, estiró las manos en perpendicular al cuerpo, manteniendo perfectamente el equilibrio y una expresión imperturbable.

 Ahora el salto, que la haría alcanzar la escalera.

- Cuando diga tres, suéltame.

Cargando editor
22/03/2013, 14:17
Eugenius Novák

Una cena típica… buena para lo que solía cocinar Eugenius… mala si lo comparaba con los platos que Anne le había dedicado alguna vez. Anne no era una chef, pero sí buena cocinera casera, y afortunadamente para Eugenius en lo que llevaban de relación no siempre comían o cenaban fuera de casa. En contadas ocasiones hacían algo más de vida casera… aunque evidentemente Eugenius jamás cocinó. Lo intentó una vez, pero su invento casero casi quemó la casa del genio. Anne tenía sentido del humor y después de pedir unas pizzas arreglaron el desaguisado y calmó los temores del científico. Pero Eugenius no iba a mencionar nada de eso a su hermana. Suficiente tenía ella con todo lo que estaban pasando, el cáncer de su madre y todo su trabajo.

- Gracias por la cena. Está muy buena. - parco como siempre en palabras, fue lo más que dijo Eugenius acerca de la comida. Pero su hermana le conocía y sabía que aunque sólo fuera eso, era de agradecer. Mucho mejor que insultos o comentarios acerca de la ineptitud de los cocineros en muchos restaurantes a los que habían ido.

Entre ocho meses y un año sin poder comunicarse con el exterior… una ocupación en toda regla. Seguramente toda la publicidad y noticias que llegaban a la población estaban también debidamente manipuladas por los alemanes. Menuda forma de lavar el cerebro. ¿Lo peor? Que con las mentes más simples funcionaría a la perfección. El ciudadano de a pie seguiría las directrices alemanas como borregos.

Liselote tenía razón en una cosa, Eugenius no ayudaría a los alemanes así como así. De hecho, salvo que el problema le hubiera llamado demasiado la atención, no se habría ofrecido a echarles una mano… salvo que además peligraban las condiciones de vida de todos sus compatriotas. Debía resolver el problema de la energía o la salud y la vida de todos, incluidas Liselote y su madre, estaría en grave peligro.

Eugenius meneó negativamente la cabeza… tantas lecciones de historia y el mundo seguía sin aprender. Dejar pasar tranquilamente a los tanques alemanes había sido un error. Tuvieran o no un ejército, los Países Bajos deberían haber pedido el apoyo del resto de la comunidad internacional. No les habría resultado difícil conseguir el apoyo de otros países europeos… eso aparte de que China o Estados Unidos seguramente intentarían meter cabeza. Pero ahora ya era tarde, ahora era su propio problema, y sólo ellos podrían salir de él. Pero la solución no tenía buena pinta.

Habiendo cenado, leído y faltándole sólo el descanso, Eugenius se sentó unos minutos con el portátil de su hermana. Se saltaría la seguridad alemana y le enviaría un email a Anne. Se aseguraría de que los alemanes no pudieran rastrear la ip hasta el ordenador de su hermana, si alguien cargaba con las culpas sería algún cyber cercano. No quería dedicarle demasiado tiempo, si podía al menos quería revisar qué tipo de seguridad tenían los alemanes y estar seguro de cómo burlarla si lo necesitaba hacer rápidamente en el futuro. Y si veía demasiada complicación le mandaría el mail a Anne vía satélite con su propio teléfono, aunque costara algo más. Dado su sueldo se lo podía permitir.

Liselote tenía razón. Si Anne no le aguantaba, nadie lo haría. Además, quisiera admitirlo o no, Eugenius quería a Anne… y en cierto modo, dependía de ella. Debía explicarle lo ocurrido así que preparó un mail breve en el que se disculpaba:

“Hola. Lo primero de todo quiero pedirte disculpas por mi repentina desaparición. Todo ha sucedido muy rápido. Creo que ya sabrás gran parte de lo ocurrido, y lamento no haberte dicho nada. Me pilló todo muy desprevenido, y con las prisas no pude avisarte. Lo intenté nada más poner un pie en tierra pero los alemanes han limitado las comunicaciones fuera del país. Asistiré al funeral de Vanderveer, y luego me quedaré unos días aquí, mi madre no se encuentra bien. Te llamaré en cuanto pueda para darte una explicación más correcta e informarte de todo. Te echo de menos.

Eugenius.”

Escrito el mail, Eugenius se dedicó a la parte divertida, cifrarlo y encriptarlo de forma que nadie que no fuera Anne pudiera abrir o leer el correo. Con los medios actuales, si los alemanes por algún casual lo interceptaban, aunque Eugenius se iba a empeñar en que eso no sucediera, tardarían al menos dos ó tres días en ser capaces de leerlo. Y a pesar de que no había ninguna información que comprometiera la seguridad alemana o similar, era información privada y personal. Y Eugenius ponía su privacidad por encima de todo, incluso de los intereses de unos henchidos de orgullo alemanes. Apagó el portátil y se levantó para ir a dormir.

Las últimas reflexiones de Eugenius antes de acostarse fueron, como no, acerca del cáncer de su madre. Que todo fuera casi más una cuestión de suerte que de saber hacer era algo que le hacía sentirse impotente. Era una putada, en mayúsculas. Y no había nada peor para el genio, que algo que él no pudiera controlar, cuantificar o explicar de alguna manera. Para su cerebro tal idea era inconcebible, pero la vida era así, y tenía que asumirlo. Le costaría pero tendría que asumirlo.

- Buenas noches. – musitó acercándose para darle un beso en la frente a su hermana. – Va siendo hora de dormir, mañana será un día duro. -

Cargando editor
22/03/2013, 16:01
Ruth Karsten

-Janssen.-esa fue la presentación de aquel hombre.

Súbitamente, el rostro de Ruth palideció y el gesto serio e inmutable torna a una mueca de sorpresa y horror. Su cuerpo se tensa y echa una pierna hacia atrás, retrocediendo. No podía ser... simplemente no era posible...

No... no... no creo que... No... Vamos, Ruth, Janssen es un apellido más común de lo que crees... No tiene relación alguna con Axel... Relájate.

Respira hondo y sacude la cabeza para alejar tales pensamientos. Aunque entre el cinturón del otro hombre y el apellido de su compañero... No podía ser todo casualidad, ¿o sí? Tal vez simplemente fuese una especie de broma del destino, como si le hubiese dado por divertirse a costa de la joven. Pero el mero hecho de pensar en Axel hacía que se echase a temblar, más aún después de la última vez que lo había visto... Estaba completamente loco.

-Ruth.-se presenta ella no muy segura de querer dar su nombre; seguía pensando que ese hombre podría tener alguna relación con Axel... Aunque tal vez estuviese exagerando o se estuviese volviendo paranoica.

Puede que ambas cosas.-suspira para sí y termina eliminando casi toda sospecha sobre ello. Debía ser sólo una mera casualidad a la que no debía darle demasiada importancia... Lo principal era su hermana.

Vuelve a relajarse ligeramente y obedece a Janssen, colocándose detrás de la chica que se sube a sus hombros. Aunque ésta diga que no caerá (cosa que ella también espera, ya que Ruth no es una chica fuerte precisamente), se mantiene a su espalda, con los brazos a ambos lados del cuerpo. Levanta la cabeza en dirección a donde quieren llegar y mira interrogante a los presentes... ¿Para qué coño iban a subir?

-¿Qué hay ahí arriba?-pregunta pendiente a la espalda de la muchacha encaramada a la de Janssen, por si hacía algún movimiento brusco que significase su caída al suelo.

Cargando editor
22/03/2013, 17:06
Ambroos Janssen

- Encantado, supongo. Farfulló ante la presentación de Ruth con la pequeña Gretchen sobre los hombros, más por la molestia absurda de la situación que porque la chica pesase verdaderamente. Se levantó con lentitud, por si acaso, aunque los pies de Gretchen demostraban que el equilibrio de la niña era casi de leyenda.

Se había dado cuenta de la cara de la chica nueva. Quizás le conocía. Podía haber oído mil historias de alcoba sobre él, pero era raro. Raro porque la gente que oía sobre lo que Ambroos hacía era porque estaba interesada. No era precisamente un cotilleo de comprar el pan, ni siquiera un cotilleo de clases medias. Era un rumor que aunque existía y estaba difundido, era bastante velado y oscuro. Como sus actividades en sí mismas.

Tenía que ser otra cosa, pero no atinaba a saber el qué. 

Pero ahora tenía otras cosas en mente. Su madre se había reído de él de joven, hacía tiempo, diciendo que solo podía tener una cosa en la cabeza y por eso era tan obstinado. Había sido una bonita manera de decir que era tan lerdo que su cerebro no tenía ni capacidad para distraerse.

- Listo. respondió a Gretchen, antes de centrarse de nuevo en Ruth por un momento.-Eso queremos averiguar, Ruth. añadió para ayudarse a memorizar el nombre de la chica. Tiempo habría para preguntarle más tarde que coño le pasaba con su apellido.

Cargando editor
22/03/2013, 19:51
Stille

Stille negó con la cabeza de forma lenta y compulsiva, mirando a ninguna parte. Lo hacía, veladamente, ante las ideas de bombero de Gretchen. Y a Ambroos, que hacía tanto o más de lo mismo. Pero bueno, de acuerdo, era una forma de no alertar a un vecino, jugar a las ganzúas o romper cristales. No iba a decir nada al respecto, ni a revelar en público que era una idea francamente ineficiente. Sin el usar el coche, aceptable.

- Stille- dijo el Anarquista, respondiendo a Ruth. Parecía satisfecho con el resto de la actitud de Ambroos, luciendo una tímida incipiente sonrisa ante su proceder social para con los desconocidos-, pero sobre ir en el mismo coche, ya veremos- asintió a Ambroos, no obstante, cuando le pidió que se quedase en el mismo. Se acercó a la puerta, pero no entró, creyendo mejor seguir hablando desde ahí.

Gretchen no vio nada extraño en el charco esta vez, salvo su propio reflejo en el espejo, sin nada atípico a nivel perceptivo. Subió a hombros de Janssen y, a la cuenta de tres, saltó. Estiró los brazos en el aire mientras revoloteaba con los pies en flexión, y aferró el metal de la superficie con una mano. Acto seguido tiró hacia arriba y clavó la otra más arriba, en la barandilla. Con un empellón de músculo clavó un pie donde estaba la primera mano y la soltó, dejando caer el peso de la cintura por un cilindro horizontal hasta poner, ahora sí, ambas manos en la barandilla y ambos pies sobre el metal, desde dentro. Con un juego de manos de cinco segundos, forcejeó con la escalera hasta que bajó con un seco golpe vertical, colgando a unos decímetros del suelo. Janssen podía subir por ahí.

- Bueno, y ella es Gretchen- añadió Stille señalándola con la mano, con las cejas ligeramente alzadas. Nunca había visto a la joven actuar, pero desde luego, quizás podría haberlo ella sola saltando sobre la pared. Usar a Ambroos sólo lo había hecho absurdamente fácil, aunque Stille habría podido tener problemas para hacer eso, y entiéndase por hacer colocarse donde estaba Gretchen en el doble de tiempo con algo más de esfuerzo-. Bueno, ¿qué haces fuera de casa a estas horas?- preguntó a Ruth en un tono a medio camino entre un mal padre preocupado y un desconocido sin interés. No hizo mención al pánico que sentía por el apellido Janssen, aunque arrugó el ceño ante eso.

Lamentablemente, la joven no tuvo mucho tiempo de responder.

Unas voces comenzaron a balbucear en Alemán a un nivel de volumen bastante revelador. Todas ellas, mezcladas, eran confusas, tras los peones de una guardia alemana enfundada tras cascos, salvo en un solitario caso que parecía, en la distancia, lucir una máscara de gas. Sólo una persona llevaba la cara al viento, y Janssen, aunque no parecía del todo seguro, pareció ver trazas de la voz, la compostura, estructura y el rostro de Friedrich, un Sargento habitual en su burdel. Gretchen entendió palabras sueltas como "escenario", "objetivo", "ladrones", "impedir" y "escapar", pero a tal distancia su oído no daba para filtrar todas las conversaciones. El resto de allí presentes, por desgracia, no entendía Alemán.

Un vehículo blindado, un furgón, dobló la esquina tras ellos, que ya habían echado a correr hacia el grupo. Se contaban seis sin contar al posible Friedrich, que lucía una pistola. El que parecía llevar quizás una máscara llevaba una bombona a la espalda, con una manguera de metal en la mano. El resto, subfusiles. Ambroos, en tierra, aún podía trepar por la escalera, o entrar al vehículo, o o correr por la calzada o colarse por la puerta del portal. Gretchen, elevada, podía abrir una ventana, moverse por la fachada, subir por la escalera o saltar al capó del coche. Dejando de lado el subir la escalera. Ruth, tanto o más que Ambroos.

Stille por su parte abrió la puerta del coche, en el asiento del conductor, y entró. Giró las llaves del contacto, pero aún no cerró la puerta. Asomó la cabeza por la puerta y cabeceó.

- O subís al edificio o al coche, pero decidid en tres segundos- dijo con apremiada, deprisa, mientras sacaba la pistola de la cadera con la mano libre, barajando la perspectiva de que el coche de Janssen pudiese sufrir daños materiales en un futuro próximo.

- Tiradas (1)
Cargando editor
22/03/2013, 19:56
Sawako Yamagawa
Sólo para el director

Es comprensible que Linker piense eso de ella... al fin y al cabo es chica y asiática... y esas siempre tienen fama de ser pavas y sin un dedo de cerebro ni fuerza ni nada de eso y si los Anarquistas son así de cerrados y machistas seguro que ni si quiera se les pasa por la cabeza que a pesar de ser mujer pueda ser útil... en muchas ocasiones las mujeres han sido más útiles que los hombres, pero allá ellos.

-Gracias por el carnet... necesito mantener la mente distraída mientras encuentro una forma de salir de aquí. Quizá no pueda hacerlo hasta que todo esto acabe, pero tengo la esperanza de que no sea así.

Se sienta en el colchón situado a ras de suelo y apoya los brazos cruzados sobre los hombros, tratando de pensar la forma más lógica y segura de salir de ese lugar y volver a casa, al lado de su abuela que parece que está enferma y que necesita ser cuidada... y sabe que esas cosas no las harán sus padres, demasiado ocupados con sus asuntos como para prestar atención a lo que les rodea... pasó lo mismo con su hermana.

Sonríe ante el comentario de Linker sobre las chicas malas.

-Quizá es que aun no me has visto lo suficiente de fiesta... esos jueguecitos los tengo más que superados, Linker. Aunque te lo parezca no soy una cría a la que acaban de destetar... he tenido que sobrevivir en una "jungla" desde que nací. Pero bueno, si me consideras una niña tendré que comenzar a llamar viejo.

Puede que con eso se gane la enemistad de Linker, pero ella está de broma y espera que él lo entienda. Que corran los tiempos que corren no significa que se deba perder el humor... es más, en esos momentos quizá sea lo único bueno que puedan conservar.

-Quizá me ligue a uno de esos nazis menos convencidos y consiga un visado para salir de este antro de putas y putos.