Partida Rol por web

Hay seis personas en la nieve.

Sandra, que mira a la figura deforme fumar, todavía riéndose a carcajada limpia. 

Miguel, que duda si acercarse a la muchacha, que ha perdido la noción de la realidad. Que ya hace mucho que no es un niño, sino una ficción.

Gero, y Esperanza, que salen tras ellos, agarrados de la mano, intentando aferrarse mutuamente a la cordura del otro para mantenerse con vida, inconscientes de que ambos se han vuelto locos para siempre.

Y Carlos. El pequeño sale arrebujándose en su abrigo, todavía sujetando la gameboy. 

- Mirad - señala hacia el parador. Otra vez el parador.

Podéis ver como en lo alto de la torre de este, hay una extraña y cambiante luz, un parpadeo constante, una irresoluble paradoja que no deja de ser tan absurda como vosotros mismos. Pero algo es algo. 

Seis personas. No me he olvidado de Carlos.

Carlos, el mayor, avanza desde la carretera hacia el autobús. Todavía está demasiado lejos para tener el alcance de su escopeta. Esta vez tiene que darse prisa... Cada vez estropean más, y más, y más... 

Si les deja, acabarán con su pequeño mundo. El mundo donde todo es igual, siempre, donde nada cambia. Lo romperán, como su padre rompía sus juguetes cuando era un niño. Carlos no está dispuesto a permitirlo. Quizás el niño quiera ayudarles, pero el adulto sabe que no puede hacerlo. 

Ambos saben lo mismo. Paradojas condenadas a entenderse. Pero... Extrañamente, no parecen querer lo mismo.

- Voy a mataros - señala el chico, encogiéndose de hombros, mientras teclea sobre su consola distraído.- Si os mato... La iteración quizás se estabilice, o eso creo. Ya ha pasado más veces. Nunca llegasteis tan lejos, siempre conseguí mataros a todos antes, y entonces todo se reiniciaba. En la muerte surge la estabilidad. 

Levanta la vista hacia vosotros, sin expresión.

- O podéis escapar. Romper el ciclo. No sé si es posible. Yo no quiero romperlo - señala hacia la carretera abajo, donde una ominosa figura avanza hacia vosotros -, pero yo tengo curiosidad. Pero os aviso que esta vez no cejaré. No frenaré. Sé que no hay tiempo... Haré lo que sea y como sea. Suerte. 

En aquel momento Gero apenas prestaba atención al mundo a su alrededor. ¿No había sido siempre así? Tenían que escapar del asesino, tenían que encontrar la manera de vivir... y el lugar que señalaba el niño, que en realidad era también el asesino, parecía su opción más prometedora. Una puerta de salida, estaba seguro. ¿Que otra cosa podía ser?

Miró a Esperanza, y después a los pocos que estaban allí fuera, y señaló hacia lo alto del parador. Es la salida, tiene que ser la salida... Así es como sobrevivimos.

Sin esperar respuesta de los demás, comenzó a avanzar llevando de la mano a Esperanza. Tenían que moverse antes de que el asesino se acercase.

¡Noo! Grito Miguel mientras corría contra Carlos. Tú eres el culpable de todo. Dijo mientras le soltaba un puñetazo y con la otra mano trataba de arrancarle la consola de entre las manos.

Las piezas comenzaban a encajar en su cerebro, o eso creía Miguel, estaban viviendo una fantasía en la mente de ese niño. Nada más fácil, y a la vez más complicado de explicar. Había visto alguna película de ese tiempo. Como La Historia Interminable, donde todo ocurría en la mente de Bastian. Sin Bastian no habría historia, nadie sabría quién es ni Atreyu ni el dragón Fujur hubieran existido. Tenía que terminar con ese niño y todo acabaría.

Tenía que darse cuenta que aquello no era real, nada de lo que sucedía era real. Las palabras del niño, junto a la visión del asesino acercándose, sirvieron de conmutador para que Sandra comenzara a ver las cosas con claridad. Una claridad tan diáfana que se reía por no haberla visto antes y en ningún momento dudó que sus pensamientos y la idea que se había comenzado a formar no fuera cierta.

Aquel odioso niño que no había dejado de mirar la pantalla de su consola desde que habían iniciado el viaje, hablaba de él mismo como el asesino y Sandra, en los inicios de su locura, veía con claridad que todo se trataba de eso, de un niño jugando una y otra vez el mismo videojuego, intentando pasarse los distintos nivels y repitiéndolos cada vez que no le salían.

Maldito niño, seguro que si le impedían seguir jugando todo volvería a la normalidad. Había que quitarle la consola, rompérsela y, en el peor de los casos, dejar inconsciente al crío.

Pero a Sandra ni siquiera le dio tiempo poner en práctica sus pensamientos ya que, como si le hubiera leído la mente, Miguel, que se había mantenido fiel a su lado, había ido directo a por Carlos y en esos momentos lo estaba golpeando. Tenía que ir a ayudarlo, golpearlo ella también y, sobre todo, arrebatarle aquel trasto salido del infierno.

Dicho y hecho. Sandra se acercó a los dos muchachos y, con un rápido movimiento, conseguió arrebatarle la maquinita que Carlos agarraba como si fuera lo más importante de su vida y, mirando hacia el suelo, la joven buscó una piedra para golpear y destruir por fin la consola convencida que con aquel gesto todo se acabaría. Y sino... bueno, siempre le quedaba golpear también la cabeza de Carlos.

Mi visión se vuelve borrosa con esos puntitos que lo cubren todo. Respiro con mucha dificultad. Apenas puedo oír. La vida se me escapa, ese hombre me la está quitando. 

Aprieto la mandíbula. Cierro los ojos. Gruño con el último aliento e intento quitarme de encima a ese hombre. Intento hundirle los ojos en sus cuencas...

No es Dios quien me da la fuerza. Es el instinto de supervivencia, las últimas fuerzas que uno lleva dentro para evitar su muerte, qué sé yo. 

Tu vista comienza a volverse borrosa. Notas la presión clavándose en tu cuello, la falta de oxígeno, el dolor rasgando tus pulmones. El Sol Negro te espera. Durante un momento dudas, pero echas los brazos hacia atrás, intentando tantear la cara de tu agresor, intentando hundir sus ojos. 

Cuando lo haces, notas algo. Duro. Cristal. Ah, claro, el cristal, las gafas. Da igual. Aprietas, aprietas con todas tus fuerzas, y de pronto notas como el vidrio se rompe, y oyes un grito de dolor.

Y llega el aire. Ruedas por el pasillo del autobús, liberado de la presa, jadeante, la vista nublada y lleno de un dolor atroz en la garganta. Pero vivo.

Aún.

- Ja... ¡JAJAJAJAJAJA! - comienza a reirse el hombre detrás de ti, a carcajadas, tras el grito de horror.

Te vuelves. Pese a la visión borrosa, logras verle. Su ojo izquierdo es ahora un amasijo de sangre, cristal y ... Restos de lo que antes fue un ojo. Has hundido el cristal de la gafa en su cara, dejándole tuerto, pero no parece importarle. Se apoya en un asiento, poniéndose en pie.

Y ajusta la montura de sus gafas. Sonriente.

- Oh, cura. Creo que no te voy a matar - dice, divertido-. Creo que antes voy a pasármelo bien. 

Desde el lugar donde os encontráis, junto al autobús, veis como Gero y Esperanza se alejan. De vuelta al parador. De vuelta al infierno. 

Hacia las luces cambiantes. 

Todo parpadea a vuestro alrededor. Michael se acerca a Carlos, y descarga un puñetazo en la cara del niño, que ni se defiende ni lo intenta. El pobre chico cae a la nieve, haciéndose un ovillo, y cuando el otro muchacho intenta arrebatarle la consola, solo tira de ella con fuerzas... Hasta que Sandra aparece junto a Miguel y la arranca de sus manos.

No es difícil encontrar una piedra. Una piedra de hecho, flota en el aire a un palmo del suelo, a un lado del autobús. Sandra la coge sin más, y golpea con ella la vieja consola. Esta se rompe en pedazos, destrozada, convertida en un amasijo de chips parpadeantes. 

Desde el suelo, Carlos llora.

- ¡Eso fue un error! - comenta ya bastante cerca, en voz alta, el otro Carlos, apuntando a Miguel con su escopeta.

Aún está lejos. "El tiro se dispersaría con el viento. No", piensa mientras baja el arma y sigue subiendo.

- ¡Nooo! - dice el pequeño Carlos, desde el suelo-. ¡Buaah! ¡Nooo! - llora echo un ovillo sobre la nieve, sin moverse de donde se encuentra. 

Acostumbrado a sufrir violencia similar, la única reacción que le queda es el llanto.

La mujer embarazada sigue acunando al niño a unos metros de donde se encuentra, todo su cuerpo destrozado en una nana imposible.

Dejas atrás al resto. Solo tu y Esperanza, que te sigue tirando de la mano, avanzáis hacia el parador. Entre la nieve. No sabes ni que quieren hacer ni que piensan hacer, pero no te importa.

Solo ves las luces en lo alto del parador, el baile de cambios y emociones. Avanzas como puedes en la ventisca. Y de pronto...

Todo cambia.

Un parpadeo y no hay nieve, no hay nada, solo un sol abrasador, una carretera en la montaña, un parador al fondo. Y un camión avanzando a toda velocidad hacia ti. El vehículo lanza un pitido de amenaza. Esperanza se queda quieta a tu lado, y ...

Todo ocurre muy, muy rápido.

Lo que acababan de hacer no había servido de nada. El asesino seguía caminando, directo hacia donde se encontraban Miguel y ella mientras el crío seguía llorando tirado en el suelo. Ya no sabía qué más podían hacer, había llegado un punto en que Sandra había perdido por completo la esperanza e, hiciera lo que hiciera, nada iba a cambiar. Estaban malditos y su destino ya estaba marcado.

Miró al suelo y observó a Carlos echo un ovillo y algo en su interior se rompió. Ella no era una persona cruel, nunca había intentado hacer daño intencionadamente y mucho menos a un niño, aquel arrebato de maldad e instintos asesinos que había tenido habían sido fruto del miedo y el desconocimiento, pero ella no era cruel.

Sintió de inmediato remordimientos por haber permitido que Miguel le pegara el puñetazo y, sobre todo, por haberle roto la consola. Si tenía que morir no quería hacerlo con la pena de saber que su conciencia nunca estaría tranquila por haber tratado tan mal a un pobre crío, sobre todo cuando más apoyo necesitaba ahora que sus padres no estaban con él y un asesino se encontraba tan cerca.

Hacía ya un rato que Sandra había dejado de reír y, sin pensarlo dos veces, se arrodilló en la nieve junto a Carlos y lo agarró por los hombros para obligarlo a colocar la cabeza en sus rodillas, acunándolo al igual que lo que quedaba de la embarazada acunaba los restos de su bebé no nacido.

—Lo siento. Lo siento mucho —empezó a decir—. Perdóname por favor, no quería romperte tu juguete preferido... De verdad. Sólo perdí los nervios.

Miguel observo la escena con una sonrisa de satisfacción. Sandra había hecho lo que él estaba deseando hacer, pero no había servido de nada. Una vez rota la consola, todo seguía igual.  ¿Qué habían hecho mal? Se suponía que la consola era el centro del mal.

Trato de agarrar a Sandra y levantarla del suelo. ¡Rápido! ¡Hay que correr! ¡Correr carretera abajo! ¡Lejos! ¡Lejos de… Miguel no encontraba la palabra adecuada para definir lo que estaba ocurriendo. A su cabeza vino la palabra “epicentro”, la había odio en clase de ciencias refiriéndose a los terremotos. ¿Dónde estaban? ¿Era esto el epicentro de la maldad? ¿El sueño de un niño traumatizado?

De pronto... ¿Estaban fuera? ¿Era eso lo que significaba?... y un camión se dirigía hacia ellos. Sin pensarlo agarró a Esperanza, y tiró de ella rápidamente hacia fuera de la carretera. No podían morir ahí, ninguno de los dos. No podían, estaban fuera, ¡estaban fuera!

En ese momento pienso que prefiero morir de la forma fría, eficaz y rápida que otorga el tipo de la máscara de gas. Al menos pide perdón antes de matarte. Necesito escapar, salir fuera del autobús.

Salgo a gatas, todo lo rápido que puedo, en dirección al exterior. A la nieve. A la niebla. Toso.

-¡Coofff, coff, cofff... Cofff! -Aguanto una arcada, respiro don dificultad y a cada respiración me duelen la garganta y el pecho. Aún tengo los pantalones bajados, así que en esa postura, a cuatro patas, me levanto y me los subo al mismo tiempo, sin que me dé demasiado tiempo para abrocharlos pues salgo corriendo, ahora de pie, hacia la salida. Oigo voces en mi cabeza que me susurran en voz baja. Juraría que es mi propia voz... "Deshazte de él" "Es un demonio que debe volver al infierno" "Estáis solos tu y él" "Deshazte de él" "Acaba con él" ¿Serán principios de esquizofrenia? Sigo corriendo. 

En ese parpadeo soleado, en esa realidad destructiva que aparece delante tuya, ves venir el vehículo a toda velocidad y tus reflejos te impulsan para apartarte, pero Esperanza, a tu lado, se queda congelada, quieta. Sabes que tienes tiempo de salvarla, claro. Pero si lo haces, quizás tú no puedas sobrevivir. 

En ese parpadeo soleado, en esa realidad destructiva que aparece delante tuya, debes tomar una decisión. Y toda la poca cordura que tienes ha muerto con el Sol Negro, ha muerto con ella, ha muerto al saber que ni eres nada ni lo serás nunca. Puedes salvarla, sí. Pero la vida son decisiones, y los momentos, como aquel parpadeo, también tienen decisiones. Un empujón bastaría para quitarla del camino del camión.

¿Qué harás?

Ahogándote, tambaleándote, muerta tu alma y a poco de morirse tu cuerpo, sales del autobús hacia la nieve. Hacia la oscuridad, hacia... Hacia algo distinto del maniaco que detrás tuya camina con una tranquilidad pasmosa. Pasas al lado de Paco, que está arrodillado en el suelo, encogido como un ovillo, llorando.

Lo que ves es la carretera cubierta de nieve, y un cielo cambiante. Parece como si la tormenta que antes estuviese en el cielo de forma perenne ahora parpadease confusa. Durante medio segundo, es de día, un día soleado que vuelve a ser tormenta. Al cabo de un pequeño momento, es una noche lluviosa y fría, por apenas un instante. Una y otra vez esos flashes cambian la luz, cambian el tiempo, cambian todo.

Puedes observar como el coche cercenado, con cada parpadeo, se transforma en un mili segundo en un coche completo, o desaparece por completo como si no hubiese existido. El chico que antes estaba dentro, yace en el suelo, su cuerpo seccionado en trozos... Cada vez que el coche aparece y aparece, su cuerpo, que se encuentra en medio y no va a ningún lado, es triturado como si fuese carne picada.

Un poco mas adelante, la imagen es aún más bizarra. La chica embarazada camina con el cuerpo destrozado sobre la nieve. Mece a su feto, triturado, que con cada parpadeo llora o desaparece. En un momento dado, la muchacha se lleva la mano al bolsillo y saca...

Un cigarrillo.

Lo enciende y lanza el humo hacia delante, mientras mece a su pequeño. Su rostro destruido por el accidente parece sonreír mientras gira y canturrea una nana. 

Pero no acaba aquí. Cerca de la entrada, ves a Sandra arrodillada. Acuna al pequeño Carlos, que llora desconsolado, sin parar. Te fijas en que ya no tiene la dichosa maquinita, y parece tener varias heridas en la cara, como si le hubieran golpeado.

—Lo siento. Lo siento mucho —empezó a decir Sandra—. Perdóname por favor, no quería romperte tu juguete preferido... De verdad. Sólo perdí los nervios.

A su lado, Miguel trata de tirar de ella, intentando que la siga hacia algún sitio, mientras grita...

¡Rápido! ¡Hay que correr! ¡Correr carretera abajo! ¡Lejos! ¡Lejos de… 

No sabes de que quiere huir. Pero al escucharle, oyes lo de carretera abajo, y entonces lo ves, acercándose.

El hombre enmascarado.

Miguel tira de la manga de Sandra, que sigue arrodillada, pidiendo disculpas al pobre Carlos. Este llora sin parar, desconsolado. 

Ninguno de los dos parece que vaya a hacer nada por moverse, y el chico no tiene fuerza suficiente para arrastrar a Sandra. Y en ese momento se da cuenta... 

Carretera arriba está el epicentro, como el lo llama. El parador, con las luz estroboscópicas y los parpadeos, y el continuo cambio de luz y de dia. Hacia allí corren Gero y Esperanza. Pero es que, carretera abajo... Carretera abajo es donde el otro Carlos viene, mientras prepara su escopeta. Y ya está ahí.

En ese momento, veis que del autobús sale todavía un medio desnudo Jose Antonio, jadeante, pálido como la muerte, con sangre en sus manos. Y justo detrás de él, que se aleja como puede, aparece Alfonso...