Partida Rol por web

Echó mano Artal de forma instintiva al cinto, pero no halló su arma y se mordió el labio mientras sopesaba rápidamente las posibilidades. No eran éllos aquí miembros de la milicia y no tenían nada que ver en el altercado, así que se tranquilizó y se dirigió a sus compañeros con voz tranquila.

- Paréceme que sea lo mejor apartarnos unos metros para poder observar lo que aquí acontece sin tomar parte en la disputa, y ver así su desenlace y quiénes estan implicados sin que nos salpique ningún hecho delictivo, que probablemente es lo que aquí esté ocurriendo.

Godesteo aún arrodillado sobre una de sus rodillas comprobando el estado del hombre que voló a través de la ventana y aterrizó sobre el duro y áspero suelo, escuchaba atentamente las decisiones de sus compañeros, sin duda sabias y cautelosas.No le quedó otro remedio que seguir su conciencia y aceptar el no poder intervenir en esta ocasión.

-Teneis razón, sin nuestras armas correriamos un grave peligro....mejor- se sentía culpable de no ayudar a la posible gente indefensa e inocente en el interior de aquella casa- quedarnos a un lado- miraba en un punto en el suelo, lleno de rabia e impotencia, mordía con fuerza y fruncía el ceño esperando a que aquel violentoa contecimiento terminara cuanto antes.

Viene alguien... -pensé-. Serán mis compañeros... ¿lo serán?

Schh..., ¡Perra! -le dije silvándola y muy bajito-, ¡Ven aqui, vamos, "bis, bis"...!, ¡Ven!

Acto seguido, tomé mi espada y mi escudo, y esperé por si había novedades. ¿Sería ellos?

La mujer continúa golpeando la puerta, si sigue haciendo tanto ruido es probable que venga el dueño a ver que pasa y dado el comportamiento de Perra eso podría ser un verdadero problema.

Alvar se volvió a agachar junto al caído registrando sus ropas en un vano intento de descubrir algo que les pudiera ayudar, pero parecía que aquel pobre diablo no sería el encargado de darles ninguna pista. Mientras tanto el jaleo de la pelea seguía escuchándose.

- ¿Queréis echar un vistazo a ver si descubrimos algo? Aunque seguramente ya habrán avisado a la guardia y no tardarán en llegar.

Al asomarte ves a cinco espadachines con capas negras, como los que ya os habíais encontrado antes. Son los sicarios de la Vera Lucis. Atacan a un hombre que se defiende con bracamante y daga, espalda contra la pared. Lleva en el espinazo un canuto de cuero, como el que suelen emplear los soldados viejos para guardar títulos y privilegios, e intenta evitar con su cuerpo que los guerreros se lo arrebaten. Todos sus ropajes están cubiertos de sangre, y desfallece de dolor y cansancio. Aún así no baja el arma.

Detrás de los sicarios un hombre vestido con una rica chilaba se echa las manos a la cabeza y grita pidiendo ayuda. La capucha le cubre completamente la cara por lo que no puedes ver su rostro, pero su acento es el propio de los musulmanes, o de cristianos del sur.

Me levanté, con el arma cogida. Fui hasta Perra y la tomé del brazo, para que se apartase un poco. "¡Vaisss...!", "Fuera de ahí, chica, fuera", -le dije a ella cual perrillo-, yo cubriré esa puerta.

Con lo cual, me aposté en la puerta, mi pecho tocó la madera y mi oreja también. Intenté dilucidar si oía algo, pasos hacia aquella habitación o quizá palabras. Obviamente, no soltaba mi espada. Si fuera el tabernero esperaría que llamara... es más, cualquiera que fuera tendría que entrar con buenos modales.

Después de husmear para saber qué estaba pasando, Alvar volvió junto a sus compañeros para explicarles la situación.

- Sicarios de la Vera Lucis... cinco he contado, luchan contra uno y me parece que van detrás de algo que ese hombre posee. -Se pasó la mano por la cara con un gesto preocupado.- Hay alguien más... por su ropa parece un moro pero no he podido verle la cara, pero es el que está gritando pidiendo ayuda. ¿Intentamos hacer algo? Por los clavos de Cristo ¿por qué habremos dejado nuestras armas en la posada?

En aquel momento la mujer se dio media vuelta, a cuatro patas como estaba y en dos pasos había cruzado la habitación se había puesto en pie y miraba por la ventana impaciente y nerviosa.

Sigo esperando, si nadie irrumpe, yo no haré nada.

Alvar da un respingo cuando oye la palabra Vera Lucis.

- ¿Esos perros que intentaron matarnos están aquí?... aún desarmados, no deberíamos desaprovechar la ocasión de entorpecerles.

Y dicho lo cual, avanza hacia el hombre de negro que había salido despedido del interior del edificio y lo registra por si va armado para apoderarse de sus armas, comprobar si está vivo y puede decirles algo de lo que ocurre.

El hombre está inconsciente y tiene un corte que sangra profusamente. No parece que vaya a despertar en este mundo una vez mas, la espada debió caérsele en el suelo dentro de la casa pero lleva una daga al cinto.

Perra se gira de nuevo nerviosa Y empieza a empujarte para que la dejes pasar queriendo salir como sea de la habitación. Hay algo que la inquieta pero no puedes saber que es, como si oliera algo o quisiera ir a algun sitio. Incluso puede, piensas por un momento, que simplemente quiera hacer sus necesidades...

Viendo el aragonés que no tiene el herido nada aprovechable más que una daga, y él ya portaba su cuchillo, se la deja a otro de sus compañeros y se dirige rápidamente y con extrema cautela a observar en el interior de la casa cómo está la situación.

¿Es posible que sientas más de lo que yo veo...? Mmmm... -me pregunté pensativo al ver la insistencia de la Perra.

Aún con severas herdias en el cuerpo que me acompañarían hasta mi muerte, comí lo último que quedaba en el plato a grandes bocados, tapé al animal como pude y tomando mi espada, escudo y demás equipación abrí la puerta. Claro que bien cogida de la cintura llevaba a Perra, como una fulana tan corriente en tabernas como esa, para no levantar sospechas.

Busca... ¡venga! -le dije bajito nada más salir incitándole a que me llevara a eso que tanto me señalaba.

Al asomarte ves a cinco espadachines con capas negras, como los que ya os habíais encontrado antes. Son los sicarios de la Vera Lucis. Atacan a un hombre que se defiende con bracamante y daga, espalda contra la pared. Lleva en el espinazo un canuto de cuero, como el que suelen emplear los soldados viejos para guardar títulos y privilegios, e intenta evitar con su cuerpo que los guerreros se lo arrebaten. Todos sus ropajes están cubiertos de sangre, y desfallece de dolor y cansancio. Aún así no baja el arma.

Detrás de los sicarios un hombre vestido con una rica chilaba se echa las manos a la cabeza y grita pidiendo ayuda. La capucha le cubre completamente la cara por lo que no puedes ver su rostro, pero su acento es el propio de los musulmanes, o de cristianos del sur.

Perra tiraba con fuerza y costaba mantenerla agarrada, pero como no hacía ningún ruido pudiste pasar por la parte de abajo de la taberna sin llamar demasiado la atención, aunque pudiste ver la mueca de descontento del posadero.

La calle estaba medio vacía y solo paseaban algunas personas que miraron a la mujer con ojos desacostumbrados pero no dijeron nada. Perra, fuertemente agarrada, tiraba en dirección hacia el centro, como si hubiera olido una presa.

Santo Cielo...  ¿a dónde me llevas? -Le decía a la Perra como un marido enfurecido a su mujer...-. Me mordía los labios, y no podía hacer otra cosa que intentar pasar por los sitios menos llamativos de la ciudad (algún portal bajo unos arcos o entre algún callejón). Tan sólo esperaba que mis compañeros estuvieran bien...

Agarró la daga que le tendía Artal y, con ella en la mano, se dirigió junto al aragonés para comprobar si la situación había cambiado y si tendrían alguna posibilidad de acabar con aquellos hombres. Aunque echaba de menos su hacha el contacto de la daga le infundía algo más de seguridad que tener que pelear con los puños contra hombres armados con espada.