Partida Rol por web

 Cavalcanti miró el vestido de la chica, y tras una mirada de reprimenda, se dirigió a ella.

-Lo siento señorita. Le gustaría que le dejara una prenda de mi propia colección. Admiro su gusto, porque realmente su vestido es precioso, pero ahora que ha sido mancillado. ¿No le gustaría cambiarse?

Guido se sentía incluso culpable de que, al haber dado un poco de manga ancha a sus invitados, Aaron se hubiera descontrolado y hubiera causado semejante estropicio. Así que trató de disculparse con Xerine, la que junto con D y se portaba acorde con la ocasión.

Emil saltó, rápido como un depredador cuando ha localizado a su presa. 

-Puedo acompañarla yo, para que no se pierda por la mansión. Así no tendrá que ir con uno de esos estirados mayordomos, ni con un sirviente.

Realmente tenía dos motivos, el primero era bastante obvio. Pero el segundo era alejarse de aquella mesa de locos, estaba pasando tal vergüenza ajena que, de poder medirse saltarían los instrumentos. Cuanto antes saliera de esa habitación, antes se tranquilizaría, y si era con la dama... mucho mejor.

 Ante el comentario de Emil, me levanto mirando a Xerine y digo:

-No se preocupe, yo me encargaré de acompañar a Xerine. No estaría bien que una jovencita fuese a cambiarse de ropa escoltada por un hombre, ¿no cree? Si alguien nos indica cómo movernos por la mansión, yo me encargaré del resto.

Tras decir esto, espero la respuesta de Xerine.

 -Oh, no se preocupe por eso, señorita. Dispongo de cambiadores en los que podría ocultarse, para no tener que mostrarse ante Émil. Y la verdad es que prefiero que vaya acompañada por alguien de mi confianza. Como mis sirvientes o el propio Émil. Sería muy descortés por mi parte enviaros a las dos solas por mi mansión.

Mientras el marqués hablaba, de fondo seguía sonando la bella música interpretada por el grupo de instrumentistas.

- Prueba de nuevo, Don Juan - Faliar sonrió ante el fallido intento de Emil de quedarse a solas con Xerine. Se llenó una copa de vino, y dio un trago.

- Preguntaba por nuestras vidas, ¿no? Bueno, yo me llamo Faliar Eldwen, pero aparte de eso, no puedo contarle mucho más. No recuerdo nada de mi vida hasta hace tan solo unos días. Mi única pista es el pasaje para el vuelo del zepelín, pero no sé quien me lo dio ni por que.

Quint vació una de sus copas de vino y paró a coger aire antes de seguir con los restos del cochinillo que él solo había decidido terminar. Se limpió las manos rebosantes de grasa en la servilleta (dejándola irreconocible) y cogió algo de fruta para desengrasar el estómago. Mientras se entretenía pelando una granada volvió a la conversación.

-Yo soy originario de Moth, de un pequeño pueblo llamado Ner'und. Dudo mucho que se haya oído hablar de él por aquí alguna vez. En fín, yo era miembro de la guardia del palacete de nuestro señor cuando una turba le asesinó en uno de sus paseos por el campo. Desde entonces me he ganado la vida como espada de alquiler y guardaespladas, entre otras.

Tras su brebe presentación, Quint movió ficha intentando ganarse al marqués.

A ver si hay suerte con la biblioteca...

-Lo siento si soy maleducado, pero parece que mis costumbres son muy diferentes a las de esta región. Se que a lo mejor es mucho pedir pero... ¿Tienes algún libro sobre las costumbres, historia y vida de las gentes de la isla? Me vendría muy bien poder consultarlo para integrarme en el pueblo.

 Bien. Haciendo un resumen de lo que llevaban de comida, ya habían hablado con la boca llena, discutido con Emil, y realizado actos tan inadecuados como para requerir un toque de atención de su anfitrión. Bueno, y luego estaba lo del vestido. No dijo nada. Tampoco dejó que su rostro mostrara expresión alguna. Ni siquiera miró a Aaron cuando la cereza cayó sobre su pecho. Simplemente, se mantuvo fría, como una estatua, sin probar bocado

Entonces, el Marqués se dirigió a ella. Y, como un gallo, Emil salió a defender a su dama. Que romántico. Claro que, en realidad, no tenía ninguna intención de quedarse a solas con él por aún, y menos tras aquella escena. No tenía ganas, simplemente

Por suerte, Liana se ofreció para acompañarla. Sí, después de todo, le debía una a la enmascarada

Le agradezco su hospitalidad, es usted muy amable con nosotros Y puso énfasis en el "nosotros" Emil, estaré encantada de acompañarle por la mansión. Liana... ¿Podrías venir para ayudarme a ponerme el vestido?

Su voz era fría, su expresión, una máscara, tan limpia y estática como la de Liana. Que pensaba en ese momento Xerine, nadie podría haberlo dicho

 Xerine no mataba por venganza. Matar por placer, odio, ira o envidia era una manera de enturbiar su trabajo. Siempre había seguido una filosofía: Fría, eficaz, mortal. Conjugar su precisión con sus sentimientos era volverse débil. Y Xerine no era débil

Una vez aclarado esto, la joven tenía que sincerarse con ella misma: En ese mismo momento, habría rebanado los cuellos de Aaron, Quint y Faliar sin pestañear. Y lo habría disfrutado. Pero debía esperar. La cuestión era que, pese a todo lo que ya sabían sobre ella, debería esperar para silenciarles. Si hubiera acabado con ellos en la playa, la cosa habría sido más sencilla. Podría haber dicho que eran náufragos, y que las heridas eran de cuando el Zeppelín cayó. Ahora todo se había complicado

En el pueblo, ya sabían cuantos eran. Y si de repente, el resto desaparecía, ya sabrían quién sería la culpable. Si los iba matando uno a uno, los otros sospecharían. Con un poco de suerte, se acusarían entre ellos, pero no quería arriesgarse. Dieter y Liana la caían bien, pero también sabían mucho. Además de que también se preguntarían que había pasado con el resto

Lo que estaba bastante claro es que no podían llegar a tierra. Quizás si lo presentaba todo como muertes naturales... Una caída por el acantilado, un paseo nocturno por el bosque, uno que cae por la borda del barco en el viaje de vuelta... No, demasiado fácil de rastrear. Su mente funcionaba a gran velocidad; ¿Que hacer?

Todavía no había rechazado del todo la idea de que el Marqués se interesara por ella. Esos cerdos habían fastidiado la oportunidad que le brindaba esta comida, pero, según había oído, aún quedaba para que llegara el barco... Había tiempo

No pudo evitar pasarse una mano por el lugar del vestido donde llevaba, ocultas, las dagas. No. Debía esperar. No podía actuar cegada por el ansia de venganza

La sangre la llamaba. Pero habría tiempo. Tiempo era lo que necesitaba

 El espectáculo de mis compañeros trae a mi una sonrisa melancólica, que es en parte de arrepentimiento y en partes coraje.

Degusto con tranquilidad los alimentos, intentando paladearlos, aunque sin gran exito.

En partes, sigo perdido en mi mundo, por ello sonrío torpemente ante los regaños del marqués, y por ello tardo en intentar levantarme ante las insinuaciones de Emil. Reacciona tarde y torpemente.

-Disculpen, me permitirían un momento ir al lavado.

 -Claro caballero. Está en su casa.

Guido hace una seña a su mayordomo para que acompañe al caballero al servicio.

-En cuanto salga por la puerta, Albert le acompañará gustosamente.

Cavalcanti coge una botella de vino, y empieza a servir cuidadosamente. El rojo licor cae sobre las copas. Es un buen vino, no hay duda. Si alguien niega con la cabeza, continúa condescendiente. Cuando llega a Émil, se para, y comenta:

-¿No tenías que ir a acompañar a las damas?

No hay duda de que Cavalcanti ha gastado bastante dinero en esa comida. ¿Por qué?

 -Ahora mismo señor.

Émil se limpió con una servilleta los labios y las manos, y se apresuró a levantarse, haciendo una pequeña inclinación de cabeza para no parecer maleducado. Se acercó hasta la silla de Xerine, ignorando completamente a Liana, y dejando su mano izquierda tras la espalda y tendiendo su derecha hacia la dama, dijo:

-¿Me permite ayudarla?

 El marqués se quedó mirando a Aaron, que era el único que quedaba en la mesa que no había comentado nada sobre él. Tras unos segundos de silencio, añadió:

-¡Qué modales los míos! ¿Preguntando antes a los demás sin presentarme a mí mismo? Ruego que me perdonen.

Se aclaró la garganta, y dio un pequeño trago al vino antes de comenzar.

-Hace ya más de diez años que llegué a la isla. Estaba cansado de la vida burguesa del continente y busqué un sitio dónde apartarme, y poder vivir tranquilo. Así llegué a Corvinus. Aquí me he instalado como Marqués y pido un tributo a los aldeanos por mi protección. Pero no crean que uso ese dinero para pagar todo esto, no me tomen por un estafador. Ésto ha salido de mis arcas. Todo el dinero que obtengo de la aldea, lo invierto en ella. He hecho empedrar la calle principal, la construcción del ayuntamiento, varias granjas de los alrededores han sido preparadas así.

-Es más, soy el propietario del único barco mercante que llega a esta isla. El que, por cierto, llegará pronto.

Faliar dió otro sorbo al vino, contento de poder disfrutar de un buen caldo, y continúa atacando lo que le queda de comida. Es difícil separar la carne que queda pegada a los huesos con el cuchillo y el tenedor, pero aún así no se rinde.

- ¿Y cuanto tiempo tendremos que permanecer en la isla? En la posada me comentaron que el barco pasa cada dos semanas.

Con su expresión aún convertida en una fina réplica de porcelana, coge la mano de Emil, y asiente, levantándose con movimientos metódicos y casi automáticos. Seria, se gira para mirar a Liana, esperando aún la respuesta de esta

 Al ver que Xerine por fin se levanta, me levanto y me encamino hacia ella para ayudarla con el vestido.

Aaron observa la situación, y continua comiendo, pero esta vez come sin hacer nada que llame la atención.

Quint se sirvió un buen trozo de pescado en salsa en un plato nuevo. Ya se había cansado del anterior y no quería cerdo en su estofado. Esta vez sí, cogió los cubiertos (no con mucho estilo) y prosiguió comiendo. Mientras limpiaba el pescado y se servía más vino (otras dos copas), se atrevió a preguntar:

-¿Y con qué comercia esta isla? He visto que Marcus es un buen herrero, y estaba haciendo unas preciosas espadas cuando le conocí.

 Asiento ante el marqués y me dispongo a ayudar a Liana a levantarse.

En compañía del mayordomo me encamino al aseo, donde sumerjo mi rostro y mis manos por unos momentos. en el agua, para regresarme. Tras un rato, ya fresco y calmado me seco, reacomodo mis cabellos y regreso a la sala.

 Con ayuda del caballero me levanto y me encamino con Xerine y Zolt hacia donde éste último tenga a bien cepillarse salvajemente  a Xerine llevarnos.

 -Por aquí, mi dulce dama... Y usted también, señorita.

El cambio de tono entre Xerine y Liana era bastante obvio. 

En unos instantes, el trío salió de la habitación, en dirección al vestidor del marqués.