Partida Rol por web

Aaron, que en ese momento pasaba cerca de Quint, pues se dirigía a su habitación a pensar, dice mirando a Quint con cara burlona (pero amistosa)

-Tsss, calla, te dije que era un secreto y lo primero que dices es hablar sobre el tema, eso queda entre nosotros tres y ella.

Mientras sube las escaleras ríe un poco pues aunque no ha mirado a D, seguro que ha pensado cosas raras por el comentario del propio Aaron.

-Si me permiten, señoritas.

Émil tendió su mano derecha a Xerine para que bajara suavemente del carruaje. Su vestido era impresionante, y el maquillaje que llevaba la bella dama hacía de su aspecto algo espectacular. Cuando ya estaba en el suelo, y por no deslucir a su compañera, Émil tendió su mano también hacia Liana. El aspecto de ésta no era ni mucho menos tan deslumbrante como el de Xerine, pero tenía encanto.

-He de suponer que ninguna de vosotras tendrá que arreglarse un poco más.- dijo inocentemente mientras miraba furtivamente a Liana.

Esperando una respuesta negativa, y no queriendo parecer cargante, empezó a caminar. Era muy obvio como casi todas sus miradas y palabras iban dirigidas a la música, aunque más obligándose a ello que por naturalidad dedicaba alguna sonrisa a la chica de la máscara.

-Paseemos por los jardines del marqués, podréis ver el exquisito gusto de mi señor en la decoración.

Vuestros pasos os llevaban por preciosos jardines, de vivos colores. Rosales se enredaban en pequeños enrejados de metal, prestando su grato perfume. El vivo colorado de las flores que de ellos surgía contrastaba totalmente con el blanco en el que estaba pintado el soporte. La estructura hacía un pequeño semicírculo, y en su centro una fuente regalaba el tranquilizante sonido del agua al caer. Una bella mujer, con sus manos elevadas cogía un pequeño cántaro, del cual rebosaba agua, cayendo a una serie de piedras, dejando ver lo cristalino del líquido elemento. Unos bancos colocados en el recinto, permitían el reposo de los invitados. Émil, con una sonrisa, señaló el estuche que siempre portaba la bella dama.

-No se si será muy grosero por mi parte, pero, ¿podría pedirle que nos interpretara una pieza? Me encantaría escuchar lo que es capaz de decir ese violín. Sinceramente, no veo un lugar más propicio para escucharlo.

 Xerine observó toda aquella belleza con una frialdad digna de una estatua. Todo ese despliegue de recursos naturales, dispuestos de una manera tan elegante y sublime, habrían encogido el corazón de cualquier persona normal, pero hacía mucho que la joven había dejado de ser normal. Conversó con Emil como bien sabía, devolviéndole alguna que otra sonrisa disimulada, mientras tocaba temas poco importantes, aunque fáciles de llevar. Le preguntó por su vida al servicio del marqués, por el tiempo atmosférico, e incluso por la clase de rosas que decoraban la valla, las cuales, confesó, le parecían bastante bellas

En realidad, le eran totalmente indiferentes

Cuando Emil le preguntó por el violín, se limitó a esbozar una sonrisa enigmática

Oh, no es usted grosero, ni mucho menos. No es la primera vez que alguien me lo pide, ni me molesta mostrarles mi repertorio. Aunque debo advertirles que aún estoy aprendiendo, así que ruego que me excusen si cometo algún error

Dejó el estuche sobre uno de los bancos, con suavidad, casi con cariño, y extrajo el violín lentamente, realizando el ritual al que estaba acostumbrada. Cerró los ojos, mientras se apoyaba el instrumento en el cuello, y luego acercó el arco a las cuerdas. Dio una pasada, y dos. Una vez se hubo asegurado de que estaba afinado, abrió los ojos y dirigió una última mirada a sus dos acompañantes, buscando una señal para comenzar. Una vez la obtuvo, cerró de nuevo los párpados, y se sumió en su música

 La música volvía a fluir a través de ella como energía pura. Era un simple catalizador, un nexo para la armonía pura y el mundo exterior. Dejó que sus dedos se movieran solos, y, a pesar de que no había sido de sus mejores actuaciones ni de lejos, la melodía que surgía del violín la transportó lejos de allí, muy lejos

Tocó durante diez minutos, más o menos. Luego, mientras sentía que el momento iba pasando, y que las notas pedían un final digno, dejó que el último acorde muriera solo, entre los cantos de los pájaros y el susurro del viento en las rosas. Entonces abrió los ojos, y observó el resultado

-Eso hubiese sido algo interesante Quint, he vivido muchas cosas, y he visto tantas mas...

Pero... veo que trata de una dama... eso.. eso siempre un misterio, como una rosa...

Yo simplemente voy a escribir un rato en el diario

Emil se quedó embobado, sus ojos estaban abiertos dejando ver sus bonitos ojos marrones, con completa claridad. La mandibula del chico distaba mucho de estar cerrada, pues esa música tan bella le había dejado boquiabierto. El sentimiento, y dedicación que ponía la dama era tal, que parece que todos los elementos a su alrededor seguían su música, a pesar de permanecer inmóviles.

Símplemente precioso.

plas plas plas plas plas

Émil empezó a aplaudir a Xerine, esta vez no era un elemento de flirteo, realmente le había encantado la actuación.

-Sinceramente, excelente. ¡Qué suerte que una dama con su talento haya llegado hasta aquí! Y además de ser una experta violinista, es usted tan bella que empequeñece a cualquiera de todas las flores de este jardín. A pesar de eso...

Émil se levantó lentamente, y se acercó hasta Xerine lentamente. Cuando estaba a un metro de ella, sacó una rosa blanca de su chaleco, y se la ofreció a la dama, con una pequeña reverencia.

... aquí tiene una de las flores que ha eclipsado. Blanca y pura como usted, mi dama. Si quiere, podría sonrojarla, por verguenza. Pero eso significaría otra cosa.

Dejó la última frase en el aire. Al hombre le gustaba el sonido de su propia voz, y el tono era bastante sugerente.

Tras unos segundos de silencio, se volvió hacia Liana. Ella era la gran ignorada en ese momento, pues el juego era entre Xerine y Émil.

-¿Les importa continuar con el paseo?

 El cambio fue brusco, aunque esperado. Volver de nuevo al juego, tras conectar con la música, siempre le resultaba molesto y odioso. Cuando tocaba, podía sentir como su lado más puro se mostraba a los demás, como las convenciones sociales, la etiqueta y el saber estar se convertían en meras formalidades, y sólo importaba el sonido que producía su arco rasgando las cuerdas. Así que, cuando este acababa, y debía volver al eterno baile de máscaras al que estaba acostumbrada, la sensación era la misma que si se hubiera caído en un lago de agua helada en pleno invierno

Por suerte, no era una niña, ni estaba dando sus primeros pasos en todo aquel "mundillo". Tras tantos años, había aprendido a esperarse las reacciones, y a saber reaccionar ante ellas. Razón por la cuál su máscara no mostró ninguna seña de que los aplausos de Emil le hubieran molestado. Aunque, dentro de ella, una voz se alzaba en grito condenando aquellos molestos estruendos que rompían la quietud del lugar, que mancillaban la melodía que aún podía oírse en el aire, como un fantasma que tuviera miedo de perderse para siempre en los recuerdos de aquellas tres personas

Sonrió, como solo ella sabía sonreír cuando era necesario, y simuló cierta vergüenza ante los comentarios de Emil, girándose para dejar el violín en su estuche. Parecer indefensa era un truco que siempre le servía con los hombres, y, a pesar de no poder hacer nada por el rubor que en estos momento debería teñir sus mejillas, en caso de que realmente sintiera algo de bochorno, sí sabía interpretar lo suficientemente bien ese papel para que resultara creíble

Oh, señor Zolt, que cosas me dice...

Recibió la rosa con una sonrisa de agradecimiento, y se apresuró a desplegar el abanico frente a su rostro, para, mientras giraba la cabeza levemente, simular cierto rubor ante la galantería de la que hacía gala Emil. Miró los dibujos del abanico, levemente, gesto que cualquier noble de Gabriel habría sabido interpretar... A pesar de que era probable que Emil nunca se hubiera preocupado de averiguar el intricado lenguaje que podía llegarse a desarrollar con ese complemento femenino

Me gustas, Emil

No era del todo mentira, al fin y al cabo. El joven sabía comportarse, y, al menos por ahora, estaba siguiendo los pasos correctamente. No esperaba encontrarse un caballero así en un lugar como aquel. Eso sin contar con que las atenciones del joven capitán de la guardia podrían servirla para cubrir sus objetivos. Si Emil era un hombre de confianza del Marqués, y Xerine conseguía que le hablara bien de ella... ¿Por qué volver a Chaville a por un nuevo mecenas?

Ah, bueno... Por eso

¿Quería pasarse el resto de su vida en medio de una isla semi-aislada del resto del mundo? A menos, claro, que el tal Calvacanti estuviera dispuesto a actuar como su benefactor desde lejos. Esa relación supondría tener que hacerle visitas de vez en cuando, y mandarle cartas, pero al fin y al cabo, eso no suponía ningún problema. Pero no podía seguir especulando. Demasiadas variables en juego, y aún no había conocido al Marqués siquiera. Pudiera darse el caso de que la música fuera para él un aspecto vacuo y superfluo de la vida, y que Xerine no obtuviera más que un par de cumplidos forzados, y los mejores deseos del noble para su viaje. Todo era posible, al fin y al cabo

Aunque bueno, siempre había una tercera razón para ese pequeño juego que compartía con Emil, dejando a un lado la influencia de este en el Marqués, y las ventajas que le supondría disponer del capitán de la guardia durante los días que pasara allí. Y esa tercera razón poco tenía que ver con la acostumbrada frialdad de Xerine, si no más bien con un instinto básico y primario, innato en todo humano que pudiera llamarse como tal. Emil era atractivo, inteligente, y caballeroso. Sería un buen entretenimiento durante esos días

Los tres continuaron con su paseo. Xerine, aún en su papel de chica avergonzada y atractiva, no pudo evitar darse cuenta de la posición ventajosa de la que disponía en ese momento. Con Emil tan confiado y seguro de su triunfo, era más que probable que pudiera escaparsele algún detalle del Marqués... Y eso sería bastante beneficioso, dada la situación en la que se encontraban

Señor Zolt... Estoy algo inquieta por nuestra inminente comida con el Marqués ¿Podría hablarnos un poco de él?

Estando cada uno en sus propios quehaceres, el tiempo empezó a fluir hasta que, pasada como mucho una hora y media, un sonido de cascos de caballos empezó a sonar fuera de la taberna. También se sentía el típico estruendo de las ruedas al avanzar sobre piedra. No había duda, el carruaje había llegado. Cada uno desde su habitación empezaron a bajar del piso superior. Despidiéndose con un cortés gesto de la posadera salieron por la puerta, que permanecía abierta gracias a las manos de un hombre.

Aquel joven llevaba un sombrero marrón, era bastante guapo y tenía la barba recortada en un pequeño bigote y perilla. No era de complexión fuerte, pero tampoco se le veía esmirriado.Levantaba unos 1.75 metros del suelo y vestía de manera muy elegante. Cuando los cuatro caballeros salieron a la calle pudieron ver el mismo carruaje que antes. Negro como el ópalo y tirado por dos caballos blancos, que esperaban ansiosos el volver a caminar. 

Abriendo la puerta del carruaje con la mano izquierda, y, tras una pequeña reverencia, el hobrecillo habló.

-Mi nombre es John Malkov, seré vuestro cochero hasta que lleguemos al mansión del marqués. Por favor, vayan pasando.

El interior de este estaba tapizado de un bonito cuero tintado de rojo. Había dos asientos, con capacidad total de 5 personas, pues el más cercano a los caballos era un poco más estrecho, pues el carruaje se afilaba en esa dirección. Los cojines eran realmente cómodos.

Con un sonoro chasquido de los látigos el viaje empezó. Al principio, por las ventanas del transporte sólo se veían casas y más casas. Un paisaje creado por la mano del hombre, triste, muy triste. Pero al salir del pueblo, todo cambió. Mientras la carreta se movía por los caminos abiertos en el bosque que cubría la isla como una sábana verde, pequeños animalillos se veían desde el carro. Conejos, ardillas, algún que otro pájaro... hacían de la visión algo precioso, y una escusa para no aburrirse. De hecho, en una ocasión una ardilla subió desde el suelo hasta posarse en el ventanuco. Allí, tras olisquear un momento el interior soltó un breve sonido muy agudo, y volvió por donde había venido. Parecía que toda la alegría que no estaba en el pueblo, estaba repartida por los alrededores.

El viaje fue realmente precioso y evocador. El encuentro con el Marqués estaba cerca. ¿Qué le preguntarían?¿Qué querría de ellos? Eran preguntas que estaban en el aire. Cada cual sacaría sus propias respuestas, y no se solucionarían hasta dentro de unas horas.

Lo único que empañaba el espléndido aspecto de los exteriores de Corvinus era esa maldita tormenta. No desaparecía. Estaba agarrada en lo más alto del cielo, y no descargaba. Ese asunto empezaba a parecer extraño.

Aaron se montó en el carro, y cuando este estubo en marcha, Aaron, mirnado por la ventana comenta al grupo:

-Me pone los pelos de punta ese cuelo chicos.

Y después de decir eso, mira a sus compañeros y les dice:

-Bueno, chicos, ¿Teneis hambe?

 Faliar soltó una risa

- Tener que llevar esto hace que se me quite todo el hambre que pudiese tener...