Partida Rol por web

Aaron esperaba en la puerta de la iglesia. A su lado, un reguero de sangre se perdía entre los edificios, como si alguien hubiera llevado algo que goteara aquel líquido carmesí. Y que goteara en abundancia además. Quint, Faliar y Nahia llegaron por la plaza, rodeando el carro de Conrad.

Ni Conrad ni Alice parecían estar allí, sólo Aaron esperaba al lado de la puerta. Mas las palabras del cartógrafo se escuchaban en el interior, acompañadas de las de otro hombre. 

No había rastro de la voz de la ex-música.

El cartógrafo volvió a entrar en la catedral y se encontró con Fran escodido bajo un banco, totalmente atemorizado. Había visto lo que sus señor había hecho, había contemplado las habilidades de aquella mujer, y lo estoica de la resistencia de Alice, a pesar de sus daños.

No podía casi pronunciar palabra, pero un hilo de voz surgió de su boca...

-Vámonos Conrad. Por favor... No quiero estar aquí...

Se leía el miedo en sus ojos, aunque la lealtad a su señor era también evidente. Nunca le había visto hacer una cosa así, pero ahora en cierta manera se sentía seguro. Protegido... pero no en la iglesia, y ni siquiera en aquella ciudad. Quería llegar a Elbrus cuanto antes.

Recorrió callejas y callejones para tratar de salir de la ciudad, y en apenas diez minutos había salvado la muralla sin que nadie la hubiera visto. El rastro era evidente, por otro lado, pues tanto ella como su bulto perdían sangre a borbotones. De hecho, si la mente de Alice no fuera tan decidida hubiera tenido que parar en algún momento. Pero ya estaba fuera de la cuidad y no parecía haber guardias protegiendo la entrada. 

¿Se curaría?

¿Se alejaría primero?

Con suerte, un fuerte vendaje podría detener la hemorragia, permitiendo a la asesina escapar sin más daños. Pero curarse a uno mismo no es tan fácil. 

Nunca es tan fácil.

Y un error podría significar seguir un camino que no había planeado. Un camino que a todo el mundo le toca recorrer alguna vez...

Faliar entró con paso decidido en la iglesia; parecía que no había combate alguno, así que o todo había terminado ya, o la otra asesina no había hecho acto de presencia. Aunque a juzgar por el reguero de sangre, se inclinaba por la primera opción.

El cartógrafo sonrió a su fiel criado, tratando de infundirle ánimo y confianza.

- Vamos, todavía tenemos que encontrar a Niobe, y proseguir nuestro viaje -le dijo, ayudándolo a levantarse. Entonces se percató de que Faliar entraba en la iglesia. Genial, justo se encontraba del peor ánimo posible para tratar con el hechicero. Su sonrisa desapareció en cuanto se volvió hacia el guerrero, junto con cualquier rastro de emoción.

Conrad estaba ayudando a François a salir de debajo de un banco. Se volvió hacia Faliar con semblante serio y poco expresivo.

- En marcha -su voz se elevó por las paredes melladas y ensangrentadas del templo, y acto seguido se encaminó hacia la salida. La imagen del cartógrafo era todo un contraste, caminando con altivez, iluminado por la luz que entraba por la puerta abierta, su bastón, con el filo escondido dentro, en su brazo derecho, y su andar regio y decidido, formaba un extraño contraste con sus ropajes, desgastados, raídos, y sobre todo, teñidos del carmín de la vida. En aquel momento, si no fuese por su forma de moverse y actuar, nadie habría dicho que Conrad era un noble.

Al pasar junto a Faliar, le dirigió unas palabras.

- Deberías ir a buscar a Alice, no sé a dónde demonios se ha ido, pero tendremos que entrar a la ciudad todos juntos. Y no creo que podamos confiar en su buen juicio, visto lo visto -había algo cuando pronunció el nombre Alice, un tono algo curioso, pero nadie habría sabido decir qué era exactamente.

La gran mayoría de los bancos de la iglesia estaban destrozados, hechos astillas por el suelo del lugar. La sangre teñía las ropas de Conrad pero las de François parecían limpias, como si no se hubiera inmiscuido en el combate. Marcas de filos de un grosor minúsculo quedaban en el retablo cuyas esculturas y figuras habían sido destrozadas, quedando apenas alguna en los lugares más altos.

Las propias piedras de las paredes también estaban marcadas con los signos de una batalla cruenta. Cortes, manchas de vitae... no quedaba nada en ese lugar que no estuviera teñido de dolor y tensión.

Aaron se incluyó en la conversación de Conrad con un suave giro hacia Faliar. Como siempre, se lo habían encontrado apoyado en la pared.

-Me dio unas instrucciones donde deberíamos reunirnos. Dice que salgamos cuanto antes de la ciudad, y con la que se ha montado-su mirada paseó por los regueros de sangre-no me parece una mala idea. ¿Nos vamos?

Aquello era demencial; ¿que pretendía Xerine? ¿Acaso se había marchado por ahí desangrándose?

- ¿Instrucciones para reunirnos? No se que pretende, pero yo tengo que encontrar a Catherine. Estoy de acuerdo en marcharnos de aquí cuanto antes, pero yo también quiero ir a un sitio antes de llegar a nuestro destino. ¿Se puede saber que ha ocurrido aquí?

- En realidad es bastante sencillo. Una de las asesinas la ha encontrado, y ha faltado poco para que consiguiera su objetivo.

Fue la única "aclaración" por parte del cartógrafo, mientras salía del templo y sin detenerse se continuaba andando hacia su maltrecho carruaje.

Faliar se dirigió también hacia el carruaje; no quería quedarse en Koven más de lo estrictamente necesario

- Eso ya me lo imaginaba; nosotros nos hemos encargado de la otra

Luego miró a Aaron

- Aaron, ¿exactamente donde nos ha dicho que nos reunamos? ¿Ha mencionado una fortaleza?

Innominatum corría, corría tan rápido como le permitían sus piernas y la pérdida de sangre. Una vez fuera del pueblo, se internó entre los arbustos. No seguiría ningún camino: Si había alguna posibilidad de esconderse y perder el rastro, esa posibilidad pasaba por alejarse de la civilización. Le costaría más moverse por ese terreno, pero también les costaría a sus posibles perseguidores encontrar su rastro... Y les oiría llegar

No se arriesgó demasiado. Tras unos minutos se detuvo en un pequeño claro y dejó el cuerpo en el suelo, jadeando. El dolor le cegaba la vista, pero no podía rendirse a sus heridas. No a esas alturas. Así que comenzó a rasgar las telas del cadáver para improvisarse unas vendas, limpiando las heridas como bien podía. No se permitiría el lujo de perder más sangre. No a esas alturas

Alice corrió, y al parecer nadie seguía su rastro. Nadie en absoluto. El silencio del claro tan solo era roto por los cantos de los pájaros y las pisadas apresuradas de pequeños animales asustados. Alice estaba sola.

El arreglo de urgencia que había conseguido evitaba la pérdida de sangre, pero seguía débil. Además, un cuerpo desangrándose y un cadáver reciente sería un atractivo realmente suculento para depredadores. O incluso carroñeros...

El carruaje estaba distinto. En el interior de este, todas sus cosas estaban desparramadas por el suelo. Ropa, armaduras, pequeños artilugios cubrían toda la base, como si alguien hubiera volcado el baúl y hubiera rebuscado en su interior.

Julius seguía dentro, empapado en sangre seca, y cubierto de los enseres del baúl. Un pequeño artefacto estaba en el suelo, parecía una ballesta pero era más pequeña... y tenía un reloj de bolsillo atado a un alambre que conectaba diréctamente con el gatillo del arma. 

Estaba usada, pero apuntaba diréctamente a la ventana del piso superior de la iglesia, que estaba rota.

¿Una trampa?

Sintió un pinchazo en el brazo cuando cubrió el último corte con parte del vestido de la asesina. Sin poder remediarlo cerró los ojos, se apoyó en el árbol cercano y cayó al suelo de rodillas, sin poder aguantarse más. Se permitió a sí misma descansar unos segundos, mientras esperaba a que el dolor remitiese. Luego abrió los ojos de nuevo y se fijó en el cadáver

Muchos problemas me habéis dado ya. Y aún así te habría dejado vivir...

No sabía por qué lo había dicho en alto. Quizás la situación le parecía irónica. Que le molestara que Conrad hubiera matado a su asesina potencial podría ser perfectamente una señal de que empezaba a volverse loca. En parte, casi le había hecho un favor: Puede que hubiera decidido no ejecutarla al final, pero el camino hasta ese punto habría sido lento y doloroso... Y a esas alturas Innominatum conocía cantidad de formas de hacer que alguien deseara morir con todas sus fuerzas

Venga, no te relajes. Aún no estás a salvo

Sacó sus dagas y se acercó al cuerpo. Luego comenzó a registrarlo sin pudor alguno. Ya estaba medio desnudo debido al uso que le había dado a su cobertura, pero aún quedaban algunas partes por revisar. Puede que hubiera guardado algo en la suela de su calzado, o en algún bolsillo secreto. Se permitió incluso el lujo de mirar en la mandíbula, en el pelo y en sus partes íntimas, para asegurarse de que no se dejaba ninguna parte. Si hubiera tenido tiempo puede que incluso la hubiera abierto en canal para ver si guardaba algo en su estómago. Desechó la idea: No es que sintiera el más mínimo respeto por lo que había sido esa mujer antes de llegar allí, y menos sin conocer nada de ella, pero si se había tragado una nota o algo parecido era probable que a esas alturas ya hubiera sido digerida y disuelta

Y, aunque estaba acostumbrada, el olor de la sangre y la carne muerta comenzaba a darle arcadas

Nada.

Por lo llevar, no llevaba ni armas, acostumbrada como estaba a luchar con su pelo. Lo único de valor que consiguió encontrar Alice fue un colgante color rubí que pendía de su cuello. Bajo él un pequeño compartimento donde reposaba un minúsculo trozo de metal. 

No sabía qué significaba, y menos lo que podría hacer, pero era lo único de "valor" que llevaba. Era lógico, en el caso de morir no podía delatar absolutamente nada sobre la organización. Son secretos que se llevarían a la tumba. No en vano, la persecución a Alice era precísamente por ese secreto.

Xerine era la prueba viviente de que los secretos de Selene se quedan en la isla. De lo contrario, puedes despedirte de tu vida.

No supo muy bien por qué, pero decidió quedarse con el colgante. Se lo guardó en el cinto, sin llegar a ponérselo. Por lo que ella sabía, esa asesina podría haber cargado con cualquier tipo de objeto hechizado, y más después de haber visto como combatía. No iba a arriesgarse a sufrir los efectos del colgante, fueran cuales fueran. Pero tenía otros planes para él. También cortó algunos mechones de cabello de la joven y los ató con otro trozo de tela antes de guardárselos. Como un trofeo que recogiera tras una dura prueba. Aunque, por alguna razón, no sentía que hubiera ganado

Y, desde luego, no se llevaba esas cosas por simple capricho

Echó un vistazo alrededor para asegurarse de que nadie estuviera acercándose y luego se alejó del claro sin más. Encontrarían el vejado cadáver, eso era inevitable. Pero ella ya no sangraba, y pensaba poner cuanta más tierra de por medio mejor antes de que llegarán allí. Sin pensárselo más, se encaminó en la dirección que le había descrito a Aaron haciendo un esfuerzo para olvidarse del cansancio y el dolor de sus heridas que seguía aguijoneando contra su piel a pesar de sus curas improvisadas, recordándole tiempos oscuros que, sin embargo, resultaban más luminosos que aquellos en los que le había tocado vivir ahora

Con algo de suerte, volvería a encontrarse con sus compañeros de viaje en una hora

El cartógrafo observó con cautela el dispositivo. No sabía de trampas, pero aquella pequeña ballesta, ya disparada, no parecía ser una amenaza. Retirándola con cuidado, contempló consternado el desorden que reinaba. Al parecer la asesina había estado revolviendo en sus cosas. A saber qué habría cogido. Revisó los objetos desperdigados. Asió con esperanza su fiel estoque de combate, y colocó a un lado, sobre el asiento, ropa de viaje que sería mucho más cómoda y apropiada que el maltrecho traje de gala que aún llevaba. También encontró su diario y unos pocos mapas y libros que había llevado consigo para su viaje. El resto de las cosas, las dejó aparte, en el otro asiento. Después se quedó unos segundos contemplando a Julius.

Apenas te conozco, y has hecho tanto por nosotros...Siento mucho que hayas terminado así por ayudarnos. Sólo queda en mi mano jurarte que haré todo lo posible por salvar a tu amigo Selten, tu sacrificio no será en vano.

Quint dejó las ropas del sacerdote en uno de los bancos más cercanos a la puerta y siguió a sus compañeros. No le hacía gracia que Xerine hubiera decidido evaporarse. La necesitaba.

Al llegar al carro, el rubio hizo un gesto con la cabeza para señalarlo.

-Necesito llevar a Julius a un lugar. Me da igual si venís o no, solo decidme dónde reunirnos.

Faliar asintió; supuso que Quint se refería a Elbrus

- Yo voy contigo. No me preguntes como lo sé pero... creo que Cath esta allí.