Partida Rol por web

"Calla et abre la puerta", contesta. "Que avisen a don Pedro."

El soldado de la puerta obedece inmediatamente, abre la reja y da una voz:

"¡Julio! ¡Llama a don Pedro, que hoy habemos con qué ornar la picota!"

El primer soldado se adelanta y los demás os empujan para que entréis, mientras el de la puerta se os queda mirando con una macabra sonrisa en su cara.

Accedéis al patio de armas, que es mucho más grande de lo que os pensábais: ¡es tan amplio que cabría todo un ejército! Sin embargo, ahora mismo está desierto; solo de vez en cuando, a lo lejos, aparece algún criado que lo cruza presuroso. El recinto es rectangular y ligeramente oblicuo.

El terreno asciende, y con él los lienzos de muralla, que van ganando en altura cada uno con respecto al anterior, y se conectan mediante escaleras ascendentes construidas en el adarve, algunas visibles desde donde estáis. Cada trecho hay pequeñas torretas cuadradas, y solo hay una redonda, que es más alta que las demás; debe ser la torre vigía. A la derecha de esta torre se encuentra el lienzo de muralla derruido.

Adosadas a la muralla hay varias construcciones de madera, a manera de casitas o pequeños almacenes. También hay pesebreras techadas, lo cual indica que deben hacerse en este patio prácticas a caballo bastante a menudo.

Al fondo se alzan dos edificios, en medio de los cuales hay una puerta que da paso a otra sección del castillo, seguramente la parte habitable.

Los soldados os obligan a avanzar hasta donde se encuentra la muralla ruinosa. Pocos minutos después veis que un soldado sale de la parte superior de la torre situada en la esquina superior izquierda del patio, acompañado de un caballero de Santiago. Ambos descienden unas escalinatas hasta llegar al patio y se dirigen hacia vosotros. Entonces el soldado pasa de largo y el caballero se detiene, observándoos con atención.

"¿Qué me traedes acá, Lobo? ¿Trabajo para el verdugo?", pregunta al primer soldado.

"Dizen que son mureros, señor", responde este, "pero más me parescen a mí bandidos, et como daquestos nos sobran, acá los traigo por que vos mesmo podáis catallos."

"Mureros..." dice, pensativo. "¿Vos envía alguien? ¿Habedes fe dello?", os pregunta.

No observas nada fuera de lo común en los soldados, salvo las acostumbradas cicatrices que siempre acompañan a los hombres de armas, sobre todo en el segundo soldado (el que sostiene a lanza), que tiene varias en las manos y una de ellas se adivina larga y le sube por el brazo.

Finalmente, tus compañeros emprenden la marcha hacia el castillo, seguidos por los soldados. Los ves desaparecer tras la barbacana que da paso a la entrada, en lo alto de la colina.

vista de la iglesia que tienes cerca y la entrada al castillo sobre la colina por la que ascienden tus compañeros y los soldados

Simplicio mira a Ventura, deseoso que éste arregle el lio.

Mirando a Ventura, esperando que los identifique, Roger voltea la cara al segundo soldado y le mira las cicatrices.

-Hombre ducho en muchas batallas, y larga cicatriz que da fe de ello. De buen seguro vuestros nietos disfrutaran de buenas historias al lado de un buen fuego.

Roger señala de un gesto con la cabeza al muro derruido y dice mirando al muro y a Ventura:

-Mirad maese Ventura, ese debe ser el lienzo por el que nos han enviado. Y parecen de esas piedras que no se dejan trabajar si no estan bien secas... eso nos puede retrasar hasta que el sol las seque... empezamos bien...

Esto sí que era un contratiempo. ¿Qué podía hacer para liberar a mis compañeros? Eso, suponiendo que estuviesen presos, claro. Pero si no era así... ¿Por qué se los habían llevado los guardias?

Tenía que darme prisa. Sabía lo que les había ocurrido a otros compañeros de profesión cuando los habían apresado... Aunque claro, éstos no eran ladrones. Al menos, que yo supiera.

De pronto, se me ocurrió una idea. Hablar con el muchacho que salía de la iglesia. Tal vez él, que reaccionó de la misma manera que yo, pueda contarme qué está ocurriendo aquí, y porque se han llevado a mis compañeros.

Así, sin dudarlo, y comprobando que todo estaba despejado, me dirigí a la pequeña iglesia. No había tiempo que perder...

Ventura miró a su alrededor atento a cada movimiento de los soldados y de los posibles vigilantes de los alrededores. Lentamente volvió a meter la mano en el zurrón y sacó la carta que Orduño les había dado antes de salir. Ese don Pedro no cuadraba en tuda la historia pero perecía la persona más principal que iban a encontrar ese día.

—Tenga vuestra merced nuestro crédito, mi buen señor —dijo alargando la carta de Orduño sujeta con los dedos índice y pulgar.

Simplicio atento a la escena, aprovecha para fijarse en todos los detalles de lo que ve y oye, tanto de las personas como de los lugares, buscando cosas fuera de lo comun.

Don Pedro coge la carta y observa en ella el sello de la orden. Lo rompe y comienza a leer. Sus ojos saltan del papel a vosotros de cuando en cuando. Al terminar, vuelve a doblar el papel. Se cruza de brazos y os contempla como estudiándoos, apoyando su peso en un pie y llevándose la mano derecha al mentón.

"Dezidme, ¿dónde vos entregaron aquesta carta et quién vos contrató?", os pregunta.

"Habemos cantera al otro lado del río. ¿Traedes carros et bestias para acarrear las piedras?" añade después, enarcando una ceja.

Mientras tanto, el hombre al que ha hablado Roger se limita a hacerle una mueca burlona, aunque más parece de desprecio. Ni él ni sus compañeros han bajado la guardia ni un instante.

Por lo demás, veis un hombre haciendo la ronda por el adarve, aunque está atento a vosotros, más por curiosidad que por otra cosa.

Uno de los criados os ha visto y también curiosea, pero trata de pasar desapercibido y no se queda mucho tiempo; finalmente se cuela en el edificio del fondo, a los pies de la torre de donde ha salido el caballero.

Cuando entrasteis visteis un establo vacío a vuestra derecha y un edificio a la izquierda del que provenían unos ladridos, usado posiblemente como perrera. A los pies del muro derruido, enfrente del cual os encontráis vosotros ahora, hay una pesebrera techada, y a su derecha un pequeño edificio cuya función desconocéis.

Llegas sin problemas a la altura de la iglesia. El pueblo sigue desierto y también la colina, cuyo camino al castillo es perfectamente visible desde tu posición.

Decidido a hablar con el muchacho que antes salió de la iglesia para volver a ocultarse en ella en cuanto vio a los soldados, llamas a la puerta, pero no hay respuesta. Sin embargo, sabes que el muchacho debe estar ahí dentro, pues aunque huiste, has tenido la puerta de la iglesia a la vista en todo momento y no la has visto abrirse.

Ante la falta de respuesta, vuelvo a llamar a la puerta, diciendo— Chist... Padre, monaguillo o lo que seáis... Abrid, no soy un guardia, soy el zagal que visteis antes cuando bajaban los soldados... El bajito —comento a modo explicativo, a ver si logro que me abra— Sólo quiero hacer unas preguntas, nada más. Esos hombres se han llevado presos a mis compañeros...