Partida Rol por web

El chino se arranca a hablar y le escucho con atención, pues no está diciendo ninguna tontería. Le lanzo un guiño cuando me menciona.

- Órale wey - me acerco a Viktor y paso mi hombro bajo su axila mientras le rodeo la cintura con el brazo y empiezo con paso corto, para ver que tal anda su estabilidad mientras miro al ayudante con cara de atolondrao que está con el Enterrador.

- Tú, rubio, ¿no tendrás por aquí una muleta o un bastón para el bróder? - le hago un gesto seco con la cabeza.

Sigo caminando hacia la salida esperando la reacción de Rob mientras empiezo a levantar la lona que tapa el acceso a la tienda.

- ¿Vienes nena? - digo con la lona levantada y girando la cabeza hacia Zoe, con una ceja levantada.

Me mordí la lengua para no comenzar una discusión que, con toda probabilidad, no acabaría en nada bueno para mí. Lo que sí hice fue lanzarles una mirada, en especial a César, que haría temblar hasta el mismísimo diablo, pero no era el momento de enzarzarse en peleas y mucho menos en explicaciones con aquellos dos.

No me gustaron las palabras del Enterrador, más que nada porque si yo me encontraba en aquel lugar era por simple y pura casualidad. Quizás si no hubiera ido de valiente y me hubiera quedado con Jack y los viejos, a estas horas estaría ya en el exterior. Quizás... pero eso era algo que no sabía, así que no quedaría más remedio que adaptarse a lo que había y, llegado el momento, buscar la manera de escapar o de "pagar" por ser libre.

—Gracias por tus consejos y tu advertencia Enterrador.

Allí ya no pintábamos nada así que, asientiendo a la pregunta de César, me dispuse a seguirlos al exterior de aquel matadero al que llamaban enfermería.

Nacer había estado como en estado de shock, el mono se estaba apoderando de él, algo que se reflejaba en el sudor que le empapaba y en los ojos sin brillo. De repente, como si volviese a la vida.. volvió a hablar.

- Quiero tomar de esa mierda que nos has ofrecido - dijo con una serenidad y seguridad que nadie esperaría por lo que había demostrado hasta ahora.

En el interior de la celda continúa la contienda entre Anastazy y Máquina. El primero trata de lanzar una fuerte patada contra su oponente, buscando que el golpe lo lance a la pared de roca del fondo. Sus intenciones son frustradas cuando Máquina la esquiva con un eficiente paso lateral, provocando que el militar se desequilibre y caiga al suelo. Aprovechando la indefensión temporal de su enemigo el yonki trata de acuchillarle en el suelo.

En ese mismo instante llegan a la celda un hombre de ropas azuladas, Raymond,  y un anciano. El segundo, al ver lo que ocurre, no se demora un segundo en buscar soluciones al conflicto -Rápido, tenemos que ir en busca de ayuda. No pueden escapar ni podemos dejar que se maten entre sí -aconseja a su compañero dejando caer los platos de comida que llevaba al suelo y comenzando a darse la vuelta para volver al interior del campamento.

Desde la celda contigua Geneviene observa a los recién llegados y, al lado de la jaula de la joven, Kaleb y el niño hacen lo mismo, encerrados tras otras rejas.

Para eso estamos, Viktor. Digamos que acabé aquí abajo porque mi forma de aprender no se ajustaba a los tópicos de la sociedad -responde el Enterrador a las últimas palabras del joven recién operado.

Rob, coge esa especie de muleta y dásela por el momento a nuestro amigo -ordena a su ayudante -date una vuelta con ellos si quieres, te lo has ganado.

Haciendo caso de las palabras del sanador el joven rubio se acerca a Viktor y, tras darle la muleta, se sitúa detrás del trío, siguiéndoles en silencio.

Nada más salir de la estancia os encontráis a un par de hombres armados con un subfusil y una ametralladora. Uno de ellos es un joven que apenas habrá alcanzado los veinte años, delgado, pálido y con marcas antiguas de pinchazos en el brazo. El otro es un hombre alto y de mayor edad, con una larga barba color gris. Cuando salís simplemente asienten con la cabeza, saludando.

El lugar en el que os encontráis es un espacio abierto, iluminado por una serie de focos y luces colocadas en techos y paredes. Sin duda alguna es una vieja estación del metro, actualmente en desuso. Por el lugar corretean un grupo de media docena de niños, vigilados por las atentas miradas de dos mujeres y un anciano. También puedes ver otro grupo de dos ancianos y una mujer mayor dedicados a la limpieza, ordenando lo que parece ser las posesiones del grupo. Una pareja formada por una mujer muy atractiva y un hombre lleno de tatuajes hacen ronda por el lugar, recorriendo la estación de un extremo a otro, llegando a las únicas dos salidas que ves, ambas túneles del metro.

El hombre se encoge de hombros y te guía a una habitación construida en medio del campamento, levantada con hormigón y ladrillos. En su puerta de hierro, cerrada por un par de candados, vigila uno de los hombres de El Jefazo.

Andrew, necesito que saques algo de material para nuestro invitado -ordena Carlos al guardia que obedece al instante.

Mientras el hombre abre la puerta y saca algo de droga tu acompañante te informa de las obligaciones que contraerás -Como es lógico y se que lo entenderás la droga no es gratis. El Jefazo te dejará usar sus dosis a cambio de tu apoyo y trabajo, para y por él. Si no aceptas las condiciones me temo que no podremos darte nada.

Te acercas lentamente a las celdas pero ya desde lejos ves que algo no va bien. El hombre al que buscas y el anciano andan hacia las celdas y tras ver el interior de una de ellas, cuya celda está abierta, el segundo deja caer lo que lleva en las manos y se da la vuelta. Por desgracia tu actual condición, una cojera muy molesta, te impide desplazarte con la rapidez necesaria para recorrer la distancia que te separa de las celdas en poco tiempo.

- Soy un jodido drogadicto, acepto las condiciones - dijo nuevamente con seguridad. Su cara era todo un retrato, se podía leer perfectamente en ella la necesidad de consumir algo. Y su cabeza...si alguien pudiese meterse en su cabeza... era un vorágine de diferentes cosas, un torbellino de pensamientos cruzados, un pozo de desesperación.
 

Saludé a los guardias con mi cabeza, serio y echando una ojeada casual a sus armas y equipamiento. Miré a mi alrededor con atención, el lugar era como me lo había descrito Aaron, incluso lo de los niños. No podía evitar sentir que esa aparente paz podría ser fácilmente arruinada. Había pocos guardias, muchos ancianos, muchos niños, quién sabe cuanta munición tendrían... Entendía porque quería mi ayuda para acabar con el otro grupo. Si eran mas y mejor armados tenían todas las de perder. Y había mucho para perder.

-Me agrada- dije mirando especialmente a los niños, aún inocentes e ignorantes de los peligros de su mundo-. ¿Hace mucho que están aquí?

Miro la pelea, veo a mis compañeros encerrado en la celda de al lado. No me lo pienso. Debo intervenir.

Cojo la bandeja de la comida, e intento golpear con ella al hombre que esta luchando contra Anastazy.

No se yo si quiero esa muleta...-Viktor la miró con recelo.-No vaya a ser que tenga que pagar mas por utilizarla, cuanto menos os pida menos deberé de pagar...-El joven ya se sentía bastante cómodo con la compañía del pandillero latino y no necesitaba la ayuda de nadie mas siempre que tuviera que pagarla.

Soy el primer sorprendido de mi reacción. La bandeja impacta fuertemente la cabeza del tipo que ataca a Nazty. Se oye un crujido. Creo que ha sido de la bandeja, pero al instante veo como el tipo se desploma sangrando abundantemente por una brecha en la cabeza. Sin apenas perder tiempo me dirijo al militar.

Rápido, El Viejo ha ido a buscar ayuda. Ya habrá luego tiempo para explicaciones.

Pegada a los barrotes, con la oreja vuelta hacia la celda de Levinov, he podido imaginar mal que bien cómo se desarrollaba la refriega. Una suerte que apareciera ese tipo que parece un infiltrado.

-Eh, pssst -hablo en susurros en su dirección-. Sácanos a todos antes de que vuelvan.

Espero que el tal Levinov, por el hecho de ser militar, tenga más cojones que Rob y Harry y no me deje aquí a mi suerte.

Miro a la chica que está en la celda cercana, también reconozco a Kaleb en otra.

¿Quién tiene las llaves?