Partida Rol por web

Es noche cerrada en Madrid cuando os disponéis a salir del garito que no os ha traído la buena suerte que esperabais. Al menos no a todos.

Atravesáis la discreta puerta que hace las veces de entrada al garito y pronto os encontráis en la fría noche madrileña.

Poco habéis averiguado hasta ahora y el próximo paso se aventura difícil.

Luisa Montilla! - exclamo de repente - los mejores servicios de Madrid, sin duda... y mejores aún si se dispone de efectivo - añado en tono alegre.

Sus mujeres tienen unos cuerpos preciosos, y de caras... carísimas, jajaja!

Voy a ver a mi Luisa,

paraíso terrenal para el llano pueblo...

Entono improvisando.

- No conozco el lugar, pero menester será remediarlo. Aunque no estoy acostumbrado a pagar por prestar servicios, nunca se ha podido decir ni se dirá que Don Emilio de Vizuete y Olmedo haya dejado tras de sí doncella insatisfecha. Ni doncella, ni insatisfecha.- Con una carcajada se une a Ambrosio tarareando la melodía de su improvisada complilla.- Vos que parecéis conocedor de lo bueno y lo terrenal amigo Ambrosio diréis por donde queda el lugar.

El vino y la perspectiva encienden las mejillas y el mirar de don Emilio con una vivacidad contagiosa y animada.

- Pues no hagamos esperar a las doncellas, ya que no es tiempo lo que nos sobra.

Ante la mención de pagar por servicios no puedo evitar otra de mis balandronadas:

- Y seguréis sin pagar por ellos, mi buen Emilio ¡porque a esta ronda invito yo!

Soltando una sonora carcajada sigo al músico y al muchacho.

- ¡Vamos don Rodrigo! Por un día tan solo disfrácese vuestra merced de tunante y háganos compañía. Estoy seguro de que no es lugar al que suela acudir, más los bajos instintos en ocasión son necesarios para asegurar la superviviencia.- dice guiñando un ojo.

¡Que no frecuento!

Han de saber, aquí en confianza, que por mucha nobleza que se tenga un hombre siempre tiene necesidades...y el Nápoles de donde vengo no es precisamente buen lugar para el celibato, pues el dinero que se gana despachando infiles en nombre de Dios y de nuestro Rey, pronto se va en placeres del Diablo...

...así pues no tengo ninguna objeción en acudir a tal lugar, aunque igual no llego a las últimas consecuencias si el lugar no me agrada del todo, que el mal francés está por muchos sitios.

Os dirigis al lugar que Don Ambrosio a recomendado donde seguramente consigáis todo el calor que la noche no os está dando.

A no más de veinte pasos del garito del librero dobláis una esquina y, de repente, cuatro espadas surgen desde las sombras y os amenazan.

Parece un grupo de cuatro matasietes dispuestos a aguaros la fiesta esta noche.

Reconocéis al que parece liderar el grupo de rufianes (matasiete 1) como el costalero que vistéis cargar al Almansa a la salida de la taberna de Chete.

¿Qué viles intenciones traen esos? No se roba así, es arriesgado para el ladrón...pues no vienen a robar, aquel que veo en cabeza me suena de haberlo visto hoy, creo que era el amigo del borracho, muy enfadadas tenemos a algunas personalidades...

¡Sus y a ellos! ¡Santiago!

Nombro al santo mientras desenvaino la ropera, dispuesto a combatir, no contra herejes ni infieles, sino contra malos cristianos; el acero lleva un par de meses sin usarse y procedo a intercambiar diplomacia vizcaina con los asesinos...

...el rufián me lanza una estocada a mi brazo, pero previendo las intenciones del adversario bajo al punta del arma y paro el ataque, y acto seguido lanzo el mío sobre él, el cual recibe una linda estocada en el pecho fruto de una lenta defensa por su parte.

Pese a lo oscuro de la calleja, el brillo de las armas que refleja la escasa luz de los faroles no deja lugar a dudas sobre las intenciones de los hombres que nos cortan el paso.

Eligiendo con cuidado a mi oponente, calculo la distancia y cuando considero que está en el lugar adecuado desenvaino con precisión mi espada, alargando el movimiento para alcanzar al desgraciado en el pecho.

Con un gruñido debido al esfuerzo, consigo recuperar la espada para detener, in extremis, el golpe que me lanza mi enemigo con la guarda de la ropera.

Emilio, sorprendido por el giro de los acontecimientos, ve como por un palmo escaso varias cuartas de hierro se quedan cortas en alcanzarle. Restándole pereza a su mano el mozuelo echa mano de la propia, y tomando distancias para ver bien a su adversario mueve la espada dejando un feo corte en el brazo de su contrario. Sonriendo con picardía ofensiva, no puede evitar lanzar un par de pullas al reconocer al que se las está viendo con don Álvaro:

- Creo que hay quien desea morder oro ajeno y va a acabar tragando más adoquín del que conviene digerir. ¡Costalero! Si además de llevar sacos sois saqueador, os estáis dando una buena costalada con nuestras mercedes. Espero tengáis más aguante con los aceros que con los caldos, pues solo de llevar borrachos impregnados de su espíritu ha bastado para embriagaros más de la cuenta.

Por los pelos veo la finta del rufián y logro detenerla con mi propia arma. Por un momento temo que sean nuestros amigos del garito de juego que tengan más prisa de la habitual por encararse a la muerte, mas pronto me doy cuenta de que son viejos conocidos... Se llevaron al pobre borrachuzo - a saber si seguirá vivo - y ahora quieren eliminar testigos. ¿Testigos por qué? ¡Ese no es mi problema! Mi problema ahora radica en meterle un palmo de acero toledano en el hígado a este bribón.

- Os saludamos caballeros,- digo con mi mejor humor - y agradecemos que nos permitáis practicar un poco de esgrima...

Detengo el ataque del tipejo por los pelos... Me ha pillado desprevenido el muy hijo de algo... Aprovecho el giro de la finta para que mi acero pase por debajo de una defensa más bien precaria. El bribón tiene más ansia de matar que de proteger su flanco y ahora lo paga caro. Mi florete busca su brazo y encuentra un punto blando donde se clava con satisfacción:

- Disculpadnos sin embargo si mostramos algo de prisa por mataros... es simplemente que teníamos pensados otros placeres y no tenemos tiempo de atender a todos con igual dedicación.

La primera embestida de los matasietes ha sido bien recibida por el grupo que rápidamente han soltado los aceros haciendo ver que en la lid de la esgrima son más hábiles que un vulgar grupo de matasietes.

La finura del movimiento de Don Rodrigo deja caído de culo a su rival que se levanta rápidamente y coge las de villadiego, y es que la vida vale más que el puñado de reales que les hayan puesto a estos por vuestras cabezas.

El resto de lances prosiguen muy favorables para los que recibieron el envite.

Envalentonado ante un lance tan favorable, y algo enardecido por el calor del vino recién tomado, Emilio hace un ridículo intento de floritura que termina cortando una oreja a su adversario con un grito de dolor por parte de este, que llevándose la mano libre a la oreja perdida y levantando la espada mientras recula apoyando el peso en la pierna atrasada para evitar un nuevo golpe por lo alto, dejando libre el camino para la blanca de Emilio. Con un salpicón de sangre el rufián cae rodilla en tierra con un mal tajo a lo largo del interior del muslo hasta la rodilla.

Emilio, bravucón, corta un par de veces el aire, con sonrisa altanera satisfecho de su destreza.

Mi adversario se queja de un evidente y justificado dolor y decide confiar más en sus piernas que en sus brazos.

Pues, visto lo visto, no le va a ser más difícil ser mejor corredor que luchador. Mejor ayudar a los compañeros.

¡Santiago!

Por un instante dudo sobre si atacar sin cuartel al rival o no arriesgar, escojo esta última opción para mayor seguridad de mi persona. Lanzo un ataque es efectivo, no muy contundente pero hace daño, mas en el embite he abierto mucho mi defensa frente a futuras cuchilladas.

Santo patrón protégeme.

- ¿Ya os vais? ¡Pero si aún no hemos empezado!- le grito al fugitivo que huye de don Rodrigo - ¡Buen envite!- le comentó al noble como si estuviéramos en la taberna en lugar de un callejón maloliente batiendo aceros por nuestra vida - Supongo que tengo que intentar igualarlo.- le digo con una amplia sonrisa a mi contrincante - No me deje quedar mal... No se deje matar rápidamente...

Decidido a apañar el combate cuanto antes me lanzo con toda la intención de hacerle un bonito agujero a mi contrincante, uno por donde sacarle el alma en caso de tenerla. Mi oponente  intenta detener el acero con una burda maniobra, pero mi florete realiza un arco que completa un viaje hasta la pierna del individuo, donde se clava satisfactoriamente.

- Mi buen amigo, espero que no tuviera intención de bailar esta noche...

Dudo que mi santo padre... - comienzo a decir mientras mi acero dibuja una filigrana destrabándola de la de mi adversario - pensara en los sucios callejones de Madrid..., ni en miserables como vos y vuestros adláteres... - nueva pausa, mientras me lanzo a fondo contra el pecho de mi oponente, poniéndo todo el peso de mi cuerpo sobre la pierna adelantada en un movimiento fluido, evitando por mucho su torpe defensa, y cambiando a una trayectoria descendente en el último momento - cuando me enseñó cómo los hombres de bien han de usar una espada con honor...

La punta de la ropera se incrusta en su estómago, y dos cuartas más de metal la siguen. El matasietes se dobla sobre si mismo con una mirada de sorpresa pintada en el rostro, y se lleva la mano izquierda al pecho como tratando de arrancar mi espada sin encontrarla.

Pese a todo... - continúo con tranquilidad, aunque algo jadeante por el combate - he de reconocer que sus clases fueron útiles, ¿no creéis?... aunque lamento los correazos recibidos, desde luego - comento irónicamente, retirando con un golpe seco mi arma, que vuelvo a colocar en la posición de guardia, preparada para detener un posible ataque - Pero bien sabido es que la letra con sangre...

Mi enemigo aún permanece arrodillado en el suelo, totalmente ajeno a mi palabrería.

Vuestras maniobras han sorprendido por mucho a los rufianes que, sin venir a cuento, se os han venido encima en plena calle madrileña. Un par de lances os han bastado para que quien no pone pies en otro sitio se arrastra por el suelo pidiendo clemencia.

La maniobra de Don Álvaro a dejado al viejo conocido a vuestra merced en el suelo, bajo el estoque amenazante del hábil duelista.

Un movimiento hacia atrás le hace topar con la pared de una casa cercana y arrinconado trata de levantarse mas la toledana de Don Álvaro es más convincente que la propia idea de correr.

El resultado no deja de ser propicio para vuestro ego: un valentón ensartado, un par de ellos que parece hayan olvidado algo urgente y un viejo conocido a vuestra merced bajo espada amiga.