Partida Rol por web

Con permiso, Señores, no me encuentro bien - comento, echando la mano a la boca como si contuviera una nausea, mientras la otra sostiene mi escuálida barriga - creo que, ..., volveré enseguida...

Tratando de alejarme discretamente, doblo la esquina donde el muchacho ha desaparecido continuando con mi simulación mientras estoy a la vista de los demás.

- Excusennos vuestras mercedes, que combinar queso fuerte y semejante muerte puede ser fatal para las tripas. Voy a cuidar de que Ambrosio se halle bien tras liberarse de sus males, regresaremos en un momento.

Dicho esto con aire compungido, Emilio acompaña tras el edificio al bardo. Vaya a vomitar o a ver que quiere el zagal, mejor no dejarle a solas, que peor sería exponerle a engaño, y de estos muchos llevamos ya en nuestro haber.

Alvaro, que ha visto al muchacho, se pone discretamente entre el alguacil y sus dos compañeros de forma que facilite la discreción de su desaparición.

Siguiendo la iniciativa de Álvaro guardo silencio un rato, mientras le doy vueltas a la cabeza, acerca de los crímenes. Me quito el sombrero y lo miro un rato.

Estamos ante una secta de Satán bien establecida en la ciudad, que va dejando cuerpos con signos de mutilación. Y creo que estos cuerpos seguirán apareciendo hasta que detengamos al responsable.

En cuanto el alguacil se vuelva hacia nosotros le comento si el difunto Fernández tenía tratos de venta con los Salvatierra, amos del otro difunto.

Os acercáis al muchacho. Éste resulta ser un zagal de unos veinte años que dice llamarse Manuel Comino. Tiene un aspecto de labriego rural y parece jadeante.

—He oído preguntar a vuestras mercedes por el causante de las muertes de los últimos días y da la casualidad de que he presenciado en más de una ocasión moverse por las callejuelas al extraño ser que todos nombran de demonio. No me dan miedo las supercherías así que me decidí a seguirlo con la buena suerte de que me condujo hasta el lugar donde se esconde.

Hace una pausa mirándoos y rápidamente añade:

—Acudo a vuestras mercedes y no a la guardia ya que tengo ciertos problemas de entendimiento con la corchetería. Espero cierto indulto por "pasados malentendidos" colaborando con vuacedes en el caso que se traen entre manos. Les llevaré al lugar si así lo desean.

El teniente de alguaciles se gira y atiende a la pregunta de Don Rodrigo asintiendo a la indisposición de Don Ambrosio y Don Emilio.

—Pues no parece que exista esa relación que sospecha vuestra merced —dice encogiéndose de hombros.

—Si no tienen inconveniente se va a proceder a la limpieza del lugar.

De generación en degeneración..., la literaria figura del Buscón no se ha perdido, jajajaja! - comento crípticamente, pensando en lo parecidos que somos en realidad los tres pícaros que el destino ha tenido a bien reunir.

Mira, me has caído en gracia..., ¿Cuánto te han pagado para que nos vengas con este sainete?. No pasa nada... - añado tranquilizadoramente - has hecho una buena interpretación, pero para dárnosla con queso a nosotros todavía tienes que comer muchas migas..., venga, ¿Cuánto ha sido?.

Te doy el doble solo porque me digas quién te ha metido en este fregado. Piénsalo, sales ganando. Es menos trabajo, y mucho mejor pagado, largar ahora e irte de rositas que pasearnos por media Salamanca con el riesgo de que descubramos el pastel y te abramos en canal. Pareces un hombre de negocios, y esta es una oferta seria... - termino, con el rostro serio pero un brillo divertido en los ojos.

- Ambrosio, haced favor de no asustarle, hombre.- Emilio no puede más que enarcar las cejas con sorpresa ante la reacción del bardo, aunque no sin pasar por alto que pretende a medias tomar el pelo al muchacho. Cuan desconfiado le han vuelto estos malos lances de hace poco. Por fortuna, su talante bromista se mantiene. Resuelto a no espantar al casual confidente que tan oportunamente les ha salido al paso, Emilio parlotea brevemente con el labriego para suavizar las palabras de Ambrosio, que no por directas carecen de peso.

- Malos encuentros nos han dado en nuestra estancia en la ciudad, y todos ellos han relación con el demonio que mencionáis, guarnecidos de matarifes blandiendo blanca. Comprended que nos preocupe nuestro pellejo y no vengamos a considerar a broma lo que nos contáis, que de serlo no seríais el primero que intentara burlarnos. No os vemos persona de mal hacer, por lo que os rogamos sinceridad. Más si es cierto que sabéis donde se oculta el pretendido carnero, ¿que gana vuestra persona con arriesgar la vida en negocio tan turbio?

- Faltaría más.

Retrocedo un par de pasos dejando al alguacil con su desagradable cometido mientras intento ver, de reojo, si puedo deslizarme hacia el callejón sin llamar demasiado la atención.

El muchacho retrocede un par de pasos interponiendo entre él y Don Ambrosio las palmas de sus manos en señal defensiva.

—Ya se lo he dicho, buen hombre, espero cierta falta de memoria de los corchetes —dice dirigiéndose a Don Emilio mientras vigila a Don Ambrosio.

—Créame lo que quiera vuestra merced —continúa diciendo—. Bien podía aceptar su oferta e irme con sus dineros contándole una u otra falseria pero me interesa el favor de la guardia así que veo en esto buena oportunidad.Entiendo que puedan desconfiar de mi y, si eso fuera inconveniente háganmelo saber y me iré directamente por donde he venido, aunque yo de vos lo pensaría antes.

El muchacho queda a la espera de una contestación mirándoos a ambos prevenido.

Con un par de pasos os basta para llegar a ver la escena que se cuece tras la esquina. Un muchacho de no más de veinte primaveras retrocede con las palmas en alto frente a Don Ambrosio.

No llegáis a oír nada pero intuís por la cara de vuestro compañero músico que no hay buenas nuevas.

Jojojojo! - estallo en una sincera carcajada, que reprimo como puedo para que mis ausentes compañeros, que no pueden vernos no piensen que de repente he enloquecido - El zagal tiene bemoles ¿eh, Emilio?, ¿no te recuerda a nadie, a su edad...?

Bailemos entonces, zagal - añado, poniéndome un poco más serio, aunque sin poder esconder una sonrisa que aflora a mi rostro -  Esperate aquí un tanto, que negociemos tus condiciones. ¿No serán demasiado graves tus travesuras, espero, para que eso nos dé problemas...?. Dime tu nombre, o al menos, por el que te conocen los representantes de la ley, e iremos a consultas con cierto teniente de alguaciles que por casualidad nos espera al otro lado - termino, haciendo ademán de estar dispuesto a echar a andar inmediatamente - a no ser que te convenga más otra cosa... - comento, como esperando que en realidad así sea.

El muchacho asiente y alarga la cabeza para poder ver al teniente de alguaciles. Acto seguido responde a Don Ambrosio.

—Manuel Comino,para servir a vuestra merced —dice mientras agacha la cabeza en señal de respeto.

—Sea como vos queráis entonces.

Asintiendo a las palabras del muchacho, y echando una significativa mirada a Emilio, doblo la esquina y me dirijo de nuevo al grupo que sigue al lado del malogrado mercader.

Perdonen que les interrumpa - saludo humildemente - Don Rodrigo, he aquí que las extrañas cuitas del destino podrían habernos proporcionado un mirlo, aunque no creo que sea exactamente del color del caballo de Santiago..., el caso es que estaba yo en negocios con mis tripas cuando se me acerco un tal Comino, de nombre dice que Manuel, que al parecer ha tenido o tiene algunas cuestiones pendientes con vuestra merced, Teniente...

La cuestión es que dice estar en posesión de cierta información sobre el asunto que nos ocupa, y está, al parecer - añado, sin poder evitar sonreir al recordar la conversación con el zagal- dispuesto a hacer una, digamos, transacción. Su oferta no es baladí, si es cierta, cosa que no puedo asegurar. Nos llevaría a la guarida del causante de estos atroces actos a cambio de que vuestra merced olvidara sus pasados..., "pecadillos". No es mal acuerdo, a mi parecer, pero claro, Vos sois la autoridad...

¿Qué debiera contestarle, Señor de Castro, a la vista de lo expuesto...?. La criatura espera respuesta, parece un hombrecillo ocupado... - termino, mirando con ingenuidad al de los Corchetes.

Miro la conversación que tiene lugar en el callejón y miro a Don Álvaro, cuando me decido a ir resulta que son ellos los que vienen a nosotros, trayendo nuevas y negociando con el alguacil.

No es mala idea, pero ¿quién nos asegura de que el tal Manuel no forma parte de los acontecimientos, y que arrepentido de sus pecados miente para salvar su cuello? ¿o que nos miente con descaro para evitar la cárcel o apalear sardinas a cuenta de Su Majestad?

Aunque dejando a un lado los intereses de cada cual es cierto que la información que nos ofrece, sea cierta o no, nos da nuevas ideas sobre dónde investigar...

¿De qué está acusado exactamente ese hombre Don Rodrigo?

Perdóneme, mi Señor Don Rodrigo - me disculpo haciendo una reverencia al de Rivas - Con las prisas no me he explicado con la claridad que requiere el caso. Tiene más de niño que de hombre, rondara la veintena, si la alcanza, y más de picaruelo que de matarife es su aspecto, aunque de esto bien sabe Dios nuestro Señor que no ha de fiarse hombre que se precie de sabio...

Cuando se acerca Don Ambrosio el teniente Rodrigo Castro estaba presto a dedicarse a las labores de recogida del cadaver asesinado. Las palabras apresuradas se Ambrosio y la pregunta de Don Rodrigo hacen que el teniente de alguaciles se gire y responda a lo que se le pregunta.

—De pillería, Don Rodrigo. Se le acusa de pillería. Y más de una y más de dos veces se nos ha escapado ese pillastre —dice mientras se acaricia el bigote pensativo—. Si vuestras mercedes creen que puede serles útil, hagan con él lo que les plazca. Si les sirve bien, olvidaré su orden de búsqueda pero no quien es. ¡Vive Dios que a la próxima volveré tras el sin duda! Confío en que si ese pillastre les falla sepan ajusticiarle, no importa de que modo.

- Así pues, se trata de negocio hecho. Habla vuesa merced con justicia y generosidad don Rodrigo. Tendremos a bien ocuparnos diligentemente de la cuestión, no arrastre nadie más sus higadillos pintando el suelo con signos paganos.- Emilio habla poco y escueto para su habitual hacer. Con la mirada mantiene a Fray Juan bien localizado.- Si da la venia, padre de la Rosa, veremos de que se trata aquello que el tal Comino ha ofrecido mostranos.

Bien. Sea una trampa o una verdadera pista creo que no nos libraremos de usar el acero.

Espero a la venia del padre para seguir a mis compañeros hasta el pilluelo. Quizás podamos encontrar algo de luz en nuestro camino finalmente... o quizás haya más sombras, quien sabe.

El fraile le dedica un último gesto al difunto y se acerca al grupo.

—Cuando dispongan. He dispuesto al hombre para su encuentro con nuestro Dios.