Partida Rol por web

—Espero que no sea amargo, jovencito — contesté a Caedwyr cuando mencionó lo de que no había sido tiempo perdido.

Luego me toqueteé la barba y murmuré algunas cosas para dentro.

—¿Crees que tendrá vocación de maestra? — le comenté al mediano, no lo decía de manera irónica —. Ojalá lo sea, eso nos facilitaría mucho las cosas, jojo. Otra idea que se me ocurre sería decir que necesitamos algún producto mágico para comprar. No sé, supongo que no será la primera vez que van en su búsqueda para adquirir productos de ese tipo... y podría ser una excusa buena, ¿no creéis?

—Hummm, ¡magníficas ideas! ¿Por qué no hacer uso de ambas? Por un lado, lo de ir en busca de algo mágico es más mundano creíble, nos serviría para adentrarnos todos y verle la cara a la señora y tratar con ella. Por otro lado, lo de buscar maestra implica más riesgo, es mucho más personal y quizá te veas expuesto, Rees. Pero, si no te manda a freír espárragos, creará un vínculo y nos dará más oportunidades de investigarla.

Sonrío, satisfecho. Es bueno tener colegas ágiles de mente, tan espabilados.

—¿Y en qué objeto podríamos estar interesados?: ¿Una poción contra el caos? ¿un palitroque que detecte cófrades siniestros? ¿Un anillo de grandiosidad? Porque ya puestos, y si lo pone a buen precio, todo sea por la misión...

- Claro, quizá es mas inteligente actuar por separado, para no exponer a todo el grupo con la misma mentira. - dijo asintiendo a la idea del clérigo. - Según la especialidad de la hechicera, podemos pedirle una cosas u otras, porque los magos son muy orgullosos y claro no le vas a pedir a un evocador que te encante una armadura, ¿entiendes? - dijo en tono resabido, aunque luego le quitó importancia.

- Vamos, pues?

...freir espárragos??? mas bien freirle el cerebro - pensó el tiflino.

Su semi sonrisa apareció mientras las ideas mas divertidas brotaban de sus compañeros.

Sin embargo, no parecía TAN descabellada.

"Si, estoy de acuerdo, vamos a conseguir articulos mágicos".

Guiñó el ojo a sus compañeros en señal de complicidad.

Dispuestos a probar vuestra suerte con la tercera de los sospechosos -la hechicera Ysrra Brackrel-, abandonáis la plazuela donde habéis estado hablando y os ponéis en marcha hacia Paso del Draco, la zona de la ciudad en la que -según os han dicho- se la suele ver.

Durante la marcha por el barrio de Camino de Oriente, experimentáis de primera mano la noche de la Ciudad Baja. En estas calles oscuras, apenas podéis veros vuestras propias narices, y no sólo por la casi total ausencia de iluminación -algunos faroles verdes y lámparas de vela, y las ventanas iluminadas de tabernas y otros locales-, sino también por la espesa y fría niebla que ha aparecido y que va dificultando cada vez más la visión incluso donde hay luz. Un olor fuerte de hornos, chimeneas y fogones impregna esta niebla.

Aún así, ¡la ciudad está viva! Más silenciosa, tranquila y privada que de día, pero viva igualmente. Los ecos de ligeros pasos y los sonidos más nítidos de puertas siendo cerradas resuenan con fuerza en los tramos más silenciosos de la caminata. Desde las tabernas que aún tienen actividad os llegan la música y las voces, y en todo momento oís el suave correteo de incontables ratas por aquí y por allá.

Un par de veces os topáis con una patrulla del Puño Ardiente, pero no parecen encontraros merecedores de su atención. También os cruzáis con vecinos yendo de fiesta, chavales que se dirigen hacia el puerto con cañas de pescar, marineros, vecinos borrachos, mendigos, etc. Incluso con algún burgués y su escolta. Con excepciones, la gente se mueve en grupos y es frecuente que les acompañe un joven «lampista», como lo llamó Caedwyr. Estos mozos llevan una larga pértiga con un farol en su extremo y por un módico precio pueden guiar a cualquiera por la Ciudad Baja.

En la puerta del Basilisco, que a los tres héroes del Amplio trae incómodos recuerdos, el turno de soldados del Puño ni siquiera os detiene cuando cruzáis las murallas y abanonáis la ciudad interior. Lo caro es entrar.

La mayor parte del camino, sin embargo, es a través de los arrabales, pues Paso del Draco es casi el último barrio de la ciudad por el Camino del Comercio. Al contrario de lo que ocurre en intramuros, la noches de extramuros no parece ser muy diferentes a los días: incluso a medianoche, los arrabales son un sucio hervidero de actividad. Es como si la gente no fuera consciente de las horas que son, o le diera igual: tabernas y antros, grupos de gente charlando en la calle, negocios abiertos… ¡Incluso encontráis herrerías y zapaterías operando! Los ruidos han disminuido con respecto al día, pero sigue habiéndolos, y el olor a mierda e industria sigue tan punzante como antes. Aquí la niebla no es tan espesa: la luz de la luna permite ver siluetas a lo lejos.

Para cuando cruzáis Canciones Gemelas, barrio natal de Caedwyr, y alcanzáis Paso del Draco*, corre la novena hora y el cielo ya se ha oscurecido totalmente. Como Caedwyr bien sabe, los dos puentes levadizos que conectan Roca del Draco con las dos secciones del puente de piedra estarán ahora izadas, de forma que sólo la mitad del barrio es visitable a estas horas. En cualquier caso, ninguna de las dos mitades es una zona de gente pudiente y no parece que haya en ninguna de ellas ni una mansión ni una torre. El escaso espacio sobre el puente -probablemente, también su integridad estructural- no permite esos lujos.

-Parece que ya hemos llegado, chicos -dijo Rees, pues le sonaba esta parte de la ciudad en la que había hecho algún recado en el pasado-. Ahora deberíamos encontrar la torre de la hechicera. Supongo que no será difícil de encontrar, pues a los magos les encanta ostentar y dar muestra de su poder.

Acto seguido, empezó a musita unas palabras en el idioma arcano e invocó una pequeña esfera de luz que quedaba flotando a una corta distancia del mago y una alta llamarada blanca y fría salió de la palma de su mano para apagarse al instante*. Luego, de su mochila sacó unos rollos de pergamino y unos libros y se los guardó en el brazo.

-Bueno, ya tengo el "kit" preparado de mago aprendiz - dijo sonriendo, habiendo preparado su tapadera, para cuando encontrase a la hechicera.

El paseo es relajado, después de todo. No veo caras conocidas, pero si encuentro a alguna, quizá le pregunte por novedades o incluso por esa tal Ysrra Brackrel. Quizá fuese mejor la discreción, pero si vamos a comerciar con ella y a soltarle un aprendiz en las narices…

Claro que…

—Mmm, estoy pensando que creo que lo de postularse como aprendiz e interés por objetos mágicos debería estar asociado, amigo Rees, no ir por separado una cosa de la otra. Buscar a la hechicera simplemente por mercantilismo podría resultar sospechoso. Nuestro supuesto interés debería ser consecuencia de que tu hayas oído hablar de ella y, yyyy…por cierto, es una hechicera, yo no soy experto en temas de magos y hechiceros (Torm me guarde) pero, ¿es factible que un mago aprendiz quera aprender algo de una hechicera? ¿no son ehhhh, hummmm, corrientes diferentes?

Soy consciente de que me he explicado como un lacayo borracho. Debe de ser el hecho de estar en este lugar otra vez, con tantos mercenarios del Puño al acecho. Seguro que les hará gracia nuestra presencia, algún día puede que la sonrisa se les hiele en la cara al vernos aparecer rodeados por una orla de poder y…

—Ejem, pues eso. ¿Qué dices Rees? ¿No hay problema de compatibilidad entonces? Si es así, preguntemos dónde se aloja, así de simple. Se supone que no tenemos nada que ocultar. E ir pensando en algún objeto interesante y asequible, aunque no lo compremos finalmente. 

Ando perdido. A mí me sacan del mamporreo y ya nado sobre un mar de nubes. Pero Caedwyr sí parece saber más que yo... que ni siquiera sabía enumerar con más de los dedos una mano (y me sobraban) las diferencias que podían haber entre hechiceros y magos. Para mí todos estaban cortados con la misma tijera.

—Pues menos mal que lo dices, jovencito — exclamé —. Meter la pata en un asunto así puede convertirse en algo bastante feo para nosotros. No queremos echarlo todo a perder, ¿no?

Luego miré a Rees. El parecía saber bien lo que hacía, y yo... como buen enano, no dudaba de su habilidad. Si tan confiado se veía, era porque realmente era capaz de hacerse pasar por aprendiz.

—Rees, confío en ti, tú decides...

Decidiera lo que decidiera, yo le apoyaría.

Caedwyr nuevamente se explaya en cosas como diferencias sutiles entre magos y hechiceros.

Aunque la charla es interesante, al final todos se creen dueños del poder. No saben la verdad, la oscura verdad de los pactos que otorgan poder.

La mirada del Tiflino repentinamente queda mirando la oscuridad, sin mirar a nada, como perdida, y luego vuelve a la conversación.

Finalmente las palabras asoman en la boca del tiflino, la sensación de inseguridad crece al pasar de la noche, y les dice a todos:

"Creo que un objeto interesante que podríamos pedir sería algun tipo de tiara que nos hiciera mas inteligentes, o mas sabios... porque para objetos que aumenten nuestra fuerza o vitalidad, ya hay tiendas especialistas del ramo, lo que tenemos que buscar es algo único..."

Luego mira a Rees con seriedad y le dice: "Cuidado con lo que deseas pequeño, la magia no es algo con lo que se pueda actuar..sin consecuencias..."

Luego estalla en una risotada sonora.

"Si es que vamos, me pregunto si esta dama atenderá de noche..."

Aunque en el fondo sabe que , en sus propias palabras, lo que dijo acerca del poder , es demasiado cierto.

—Y tan feo —digo de cara a Zhork y mirando de soslayo a Rees— claro que no conozco al detalle esos asuntos. Pero he escuchado cosas y quizá no ande tan desencaminado. Gente rara, estos mag..estos hechiceros.

Río brevemente ante los arrebatos del tiflino, que parece que disfruta sacándole provecho a su aspecto siniestro.

—Algo único, buena idea, pero creo que ya somos lo suficientemente sabios…

Es un chiste facilón, pero lo cierto es que ese comentario de Rotryn me ha dado que pensar. Miro alrededor, busco alguna cara conocida, o algún tenderete más o menos confiable.

—En fin, preguntemos sin más a ver si alguien sabe en dónde podemos encontrar a esa señora. No se esperará de nosotros que actuemos tan abiertamente en éste caso concreto. Ya basta de esconder las narices tras las sombras. 

La llamarada de Rees ha atraído algunas miradas, pero no durante mucho tiempo: en las calles de Puerta de Baldur, los practicantes del Arte (magos y clérigos, sobre todo, pero también otras gentes más exóticas, como los hechiceros) no son especialmente infrecuentes.

Mientras decidís cómo proseguir desde este punto, comentáis lo poco o mucho que sabéis cada uno sobre los hechiceros. Quien más y quien menos, todos sabéis que estos raros individuos -de cualquier especie, sexo y condición- son poseedores de una capacidad innata para la magia, a diferencia de los magos (Rees entre ellos), que sólo son capaces de practicarla tras un esforzado estudio y siempre deben tener sus tomos cerca. La causa del don del hechicero es desconocida, aunque muchas son las teorías. La más popular dice que es algo que llevan en la sangre, la herencia de un poderoso ancestro de naturaleza mágica.

Respecto a los objetos mágicos que ha sugerido Rotryn, todos habéis oído hablar de joyas que mejoran las capacidades de la mente del que las posee. Se dice que algunos magos las usan para progresar en su arte, pero… ¿Accedería alguno a vender algo así?

Con dudas sobre si vuestros planes serán adecuados para abordar a la hechicera, dejáis esa decisión para cuando tengáis alguna idea de dónde puede estar y empezáis vuestras indagaciones. Un paseo por la mitad norte de Paso del Draco -la única accesible a estas horas- confirma vuestra impresión inicial: no hay ninguna casona en la zona. A ambas veras de la calle, los edificios -algunos colgados precariamente sobre las oscuras aguas del río- parecen todos viviendas múltiples, y no de la mejor calidad, precisamente.

Al final de la calle, el abismo del puente levantado, y más allá, un gigante sobre las aguas: Roca del Draco. La fortaleza se alza entre la niebla, imponente e inexpugnable, aislada del resto de la ciudad en la roca que le da nombre. Rotryn, Caedwyr y Zhork no necesitan imaginarse cómo es estar dentro y, aunque no se vean ahora mismo, los tres saben que en la pared del farallón están los ventanucos de las celdas. En sus murallas, apenas visibles a pesar de los fuegos que les acompañan, soldados hacen guardia, pero no para vigilar los arrabales, sino el río. El Puño Ardiente no patrulla las calles de extramuros, ni siquiera para mal.

En vuestro paseo, comprobáis que es cierto eso de que «Puerta de Baldur nunca duerme».: varias tabernas permanecen abiertas y vibrantes en medio de la noche, un puñado de artesanos mantienen con sus talleres en funcionamiento -uno de ellos, un ruidoso enano para el que la falta de luz no es problema-, ruidos de conversaciones asoman desde unas cuantas casas y algunos grupos de ociosos charlan y ríen en la calle.

De pronto, mientras camináis por un tramo silencioso y oscuro del puente, el nítido ruido de un forcejeo atrae vuestra atención procedente de un callejón cercano.

—¡Largo, cabrones! ¡O vais a probar el acero de Pocatorre! —dice una voz juvenil de varón. Intenta no sonar asustada. Se oyen risas burlonas.— ¡Que os larguéis, he dicho!

No veis nada desde vuestra posición, pero podéis apostar a que va a haber una pelea a la vuelta de la esquina.

Cuando has reflexionado sobre la magia y sobre los pactos, una extraña sensación ha inundado tu pecho. Ha sido como una comezón, un picor, pero también como si tomaras aire después de pasar un rato demasiado largo bajo del agua, o como si la energía llenase tu cuerpo. ¿Es simplemente el poder del Pacto fluyendo por tus venas? ¿O es tu misterioso patrón, que lee tus pensamientos y quiere que lo sepas? ¿Qué significaría si fuera así? ¿Por qué te salvó cuando estabas a punto de morir, Rotryn? ¿Por qué te dio tus poderes? Y sobre todo: ¿a cambio de qué?

Estoy a punto de decirle a Zhork que le pregunte el enano del taller que dejamos atrás, a ver si sabe algo de la hechicera en cuestión por los alrededores, cuando escuchamos el sonido de la posible trifulca.

—¿He oído Pocatorre? Acaso un pequeño gnomo está en apuros, deberíamos ayudarlo, digo yo. Veamos al menos de qué se trata.

Esta vez desdeño la ballesta y me armo con mi Fe (junto con maza y escudo en ristre), avanzo beligerante hacia el ruido mientras le hago señas a los demás para que me sigan. Tiene toda la pinta de estar armándose una gorda detrás de la esquina, una fea situación en la que un pobre y honrado gnomillo se ve asaltado por una banda de matones miserables. Ojalá, para así poder aplastarle los moros a algún desgraciado, que ya tengo ganas.

—La Justa Ira de Torm los fulmine. Dónde el Puño no atiende a sus obligaciones, bien están los justicieros ocasionales.

¿Qué nos encontraremos? 

El tiflino escucha los acontecimientos a lo lejos y recuerdos invaden su mente.

Como una oleada de miedo, rabia contenida, un ardor, un ardor que no sentía hace unos días, vuelve a invadir su pecho.

Será el poder brotando de nuevo? - piensa, mientras instintivamente extrae su bastón y sigue al Clérigo a  enfrentarse -nuevamente- con lo desconocido.

Con la incertidumbre del combate a cuestas, intenta afinar su vista, mejor que la de muchos en la penumbra, para ver que distingue.

Rees andaba pensativo en lo que habían comentado sus compañeros. Tenia clara la diferencia entre hechiceros y magos, pero en el fondo lanzaban hechizos similares, quizá algo se podía aprender. Se disponía a rebatir los argumentos cuando esos gritos le rompieron la concentración.

- ¿Lo conoces Caedwyr? - preguntó pero al ver que sus compañeros se armaban para ir a defender a aquel individuo, empuño su daga.

Mierda, me tengo que comprar una pequeña ballesta, doy pena con este cuchillo, pensó, mientras se acercaba, desde la retaguardia.

—¿Eh qué...? —miro a Rees confundido—. ¡Ah, te refieres a Pocatorre!

Pongo una amistosa mano (precariamente, ya que llevo la maza) en el hombro del mago.

—No es una persona, sino un lugar, un barrio de esta fabulosa ciudad. Y lo del pequeño gnomo, pues lo he deducido un poco a la ligera, por el tono de la voz y porque es un barrio en el que abundan gentes de esa raza. Ahora mismo lo veremos.

El callejón está frente a vosotros y a vuestra derecha. Se trata de una callejuela que sale de la calle central del puente. A medida que os aproximáis a la esquina de la que proceden los ruidos, percibís una tenue luz. Es esa luz -un farol en un mástil que sale de una pared, como descubrís- la que permite a Rees y Caedwyr ver lo que en cualquier caso verían sus compañeros.

El callejón discurre entre almacenes y viviendas de tres o más plantas. Parecen apagados y sin vida, pero -como algunos ya sabéis bien- uno nunca se puede fiar de las apariencias en extramuros. Al fondo podéis ver un muro de piedra de poco más de una vara de alto, al que suben unas escaleras de madera y más allá del cual no veis más que niebla. (¿El borde del puente?) Pero lo interesante está en el centro del callejón, la zona mejor iluminada por el farol. Allí, un grupo de seis individuos os da la espalda, tres de ellos encapuchados. Más allá, podéis entrever a dos gnomos. Los otros individuos les impiden el paso. Los aceros relucen aquí y allá.

Tan pronto aparecéis, todos giran la cabeza para observaros, y dos de las figuras se giran completamente hacia vosotros. Una es la que está más cerca de vosotros, una mujer de pelo sucio (4) que empuña una espada corta.

—Tenemos compañía, jefe —dice con una voz áspera.

A lo que otra de las figuras, un encapuchado, añade:

—Khe me iefen los temonios si eso no es un khlérrigo de Torm. —La voz es de un enano (5), y oís claramente como amartilla una ballesta. Es el que está a vuestra derecha, junto a unas empinadas escaleras de madera.

—Parece que esstass doss ratass tienen ssuerte —tercia la figura central, un hombre rapado, alto y delgado (1)—. Dejadlass y veamoss qué ess lo que ha traído el gato.

A pesar de que uno de los gnomos esgrime una pequeña espada corta, los rufianes -a todas luces son rufianes- comienzan a ignorarles y a girarse hacia vosotros. Junto al gnomo hay un hombre robusto (3) con un garrote. A la izquierda de la figura central hay otros dos individuos, ambos encapuchados. Uno lleva dos dagas (6); el otro, una espada corta (2).