Partida Rol por web

Mierda, pensó Rees.

Enseguida mira hacia atrás viendo las posibles vías de escape y por un momento se plantea dar marcha atrás y salir por patas. Es lo que había hecho siempre, pero en esta ocasión le sabia mal, había algo en sus compañeros que no le permitía huir despavorido, quizá por el momento.

Miró su daga empuñada y se rio de si mismo al imaginarse luchando con ella. Por lo que decidió tirar por otro vía, así que repaso mentalmente un hechizo que se había aprendido y lo había usado un par de veces. En cuanto viera un movimiento amenazador intentaría dormir a esa calaña.

Tras la desafortunada declaración y funestas intenciones de ese sucio enano, mis dudas han quedado más que despejadas.

—Así que intimidando a la gente a horas intempestivas ¿eh canallas?

Sin preámbulos de ningún tipo (aunque me encantan, pero que se le va a hacer) me concentro e invoco el poder de Torm, para que un aura benefactora rodee a mis compañeros de armas.

—Rendición o muerte, esa es nuestra oferta.

Me protejo tras mi escudo y fijo mi atención en el enano, mi probable próximo objetivo.

"Atrás no queremos dañarlos...". Esa hubiera sido su frase.

Pero no hoy, se sentía demasiado ansioso de demostrar su poder, de demostrarse a sí mismo que él no era de palabras, sino de acciones.

Avanzó un paso, y no más, mientras apunta al bandido mas cercano, de su mano emana un resplandor rojo purpúreo, para luego proyectarse hacia delante en forma de una mano esquelética.

-Vamos a ver quien es el gato, y quien el león... -dice con una voz tétrica mientras mira con ojos refulgentes y la mano esquelética, estirándose, intenta golpear al rufián mas cercano.

—Jojojo, ¿pero qué tenemos aquí?

Tal como hice la pregunta, saqué el martillo a modo de respuesta. Sabandijas, ¿qué otra cosa podían ser?. Y a las sabandijas habían que aplastarlas, al menos eso era algo que había aprendido con el tiempo.

—Uno para cada uno, y dos más para mí — dije a mis compañeros al tiempo que avanzaba y me colocaba en posición defensiva, esperaría a que mis amigos los fulminaran un poquito a distancia antes de lanzarme al ataque —. Creo que es un reparto justo, ¿verdad?

Mientras los gnomos desaparecen corriendo por las escaleras que tenían detrás, alejándose en la niebla, el que parece el cabecilla del grupo de malhechores os responde:

—Elegimoss muerte, páter... ¡Para vossotross! ¡A por elloss! —ordena a sus secuaces.

El titubeo de los rufianes es todo lo que tú, Zhork, necesitas para tomar una posición avanzada y todo lo que los demás necesitáis para poner vuestros poderes en acción. El primero eres tú, Caedwyr, que alzas la voz a los cielos y haces caer la bendición de tu dios sobre tus compañeros. ¡Regocijaos, aventureros, porque la Furia Leal está con vosotros! El segundo, tú, Rotryn: tu mano espectral se abalanza sobre la mujer del pelo sucio, que al momento pega un alarido de terror.

—¡BAPHOMET! ¡SOCORRO! —grita también, retorciéndose para librarse del miembro fantasmal, que le oprime el cuello.

Todos miráis a la mujer retorcerse hasta que el sonido de dos cuerpos cayendo al suelo atrae vuestra atención: los dos individuos que se erguían a ambos lados del líder -el de las dos dagas y el bruto del garrote- se han derrumbado como dos sacos de patatas. ¡Tu conjuro ha funcionado, Rees! El bandido jefe, estupefacto, contempla sus cuerpos durante un instante, pero no tarda en reaccionar, alargando una mano hacia vosotros y pronunciando unas palabras mágicas cargadas de ira y miedo:

—फायर बोल्ट!

Un dardo de fuego sale de la punta de su índice y cruza la niebla iluminando la calle hasta estallar en una llamarada contra ti, Rotryn, que no consigues esquivarlo. Como si aquello fuera una señal, el enano encapuchado alza su ballesta y dispara contra ti, Caedwyr, probablemente tomándote por la mayor amenaza. Por fortuna, el virote no da en el blanco, pero el enano, nada más disparar, corre escaleras arribas hacia la terraza de madera de un edificio cercano, desde el que podrá dispararos mejor. La mujer, en cambio, sigue tratando de zafarse del ataque de Rotryn. En cuanto al otro rufián consciente -el encapuchado de la espada corta que estaba más cerca de los gnomos-, ahora corre hacia vosotros para atacaros. ¿¡Qué vais a hacer, aventureros!?

Cuando el ígneo proyectil de tu enemigo impacta contra ti, sufres, pero no tanto como habría sufrido casi cualquier otra persona. Lo sabes, y sabes que no es por tu misterioso patrón, aunque él te salvara del barco en llamas. No: se debe al legado infernal que es tu sangre, que te acompaña desde tu nacimiento -aunque no lo descubrieras hasta más tarde- y cuyo origen es un misterio para ti.

Rees sin saber que hacer se queda en posición defensiva empuñando su daga. Había dormido a dos de los tipos, había sido un éxito pero no se metería en combate cuerpo a cuerpo a menos que se viera entre la espada y la pared.

El tiflino, al ver que uno de los seres toma posición en lo alto, extrae su ballesta ligera, la carga y lanza un virote al enemigo que se ve mas enérgico* (Rufián #2).

El potente ballestazo impacta de lleno en el gnomo individuo, que da un alarido profundo de dolor.

El tiflino sonríe y luego se ubica estratégicamente fuera del alcance visual de los bandidos, planeando su próxima movida.

Mientras se mueve les dice "Vengan a por nosotros entonces, ahh y esa mano volverá a aparecer, junto con el resto del cuerpo a la que pertenece a menos que te lances al rio...MUHAHAHAHAHAHAH"

Dudé un momento sobre si abalanzarme sobre mis enemigos, pero... si lo hacía estaría rodeado de ellos. Aún eran demasiados, y en vistas de que mis compañeros se desenvolvían bien en la distancia larga no parecía demasiado sensato lanzarse a por ellos. Así que, una vez más, decidí colocarme en posición defensiva.

—Imbéciles — solté, tratando de tentarlos para que vinieran a por mí en vez de a por mis compañeros —. Ni siquiera los cuatro juntos podréis hacerme una caricia con vuestras armas.

Eso sí, me preocupaba el que se había subido al tejado... sus disparos podían ser más certeros. Además, ¿qué hacía Rotryn alejándose tanto de nosotros? Ahora era blanco de ataque cuerpo a cuerpo, y ya sabemos que a los hechiceros eso se le da fatal...

Maldición...

Sólo esperaba que mis insultos sirvieran para algo.

Es obvio que Caedwyr no teme al bandido que se os acerca. Sin duda confía en que tú, Zhork, te ocupes de él sin problemas. En cambio, el jefe de los ladrones -que ha resultado ser un arcanista, quizás un mago- y el enano con la ballesta son harina de otro costal. Probablemente el clérigo también lo ha entendido así, pues deja al momento de concentrarse en canalizar la bendición de Torm sobre vosotros y se concentra en el cabecilla.

—¡Que el fulgor de la ira de Torm abrase a este malhechor! —clama el clérigo, señalando al rufián.

En respuesta a su plegaria, mágicas llamas caen sobre el rufián, que entiende demasiado tarde lo que está ocurriendo. Sus gritos se deben de escuchar hasta en la Roca. Tras titubear, un poco impresionado por sus propios poderes:

—¡A cubierto! —os grita, y comienza a retroceder hacia la esquina de la que salisteis—. ¡A cubierto, mediano! —añade para Rees, cuando se lo cruza.

Es bien sabido que un auténtico enano no puede dejar ni la más mínima provocación sin respuesta, sea verbal o física. En cambio, todas las especies inteligentes de Faerûn -y he aquí la medida de su inteligencia- han aprendido, por las malas, que caer en las provocaciones de un enano es una forma de caminar hacia la extinción. Por suerte para ti, Zhork, el idiota que tienes enfrente no parece saberlo, pues ignora los gritos de su jefe y el ballestazo de Rotryn -un buen ballestazo- y trata de atacarte. Su ataque -obviamente- fracasa, pero al menos consigue colocarse de forma que tú mismo le servirás de cobertura contra el tiflino.

El enano que se ha subido a la balconada no pierde ni la calma ni un solo instante: tan pronto alcanza el lugar apropiado (donde tiene cierta protección frente a vuestros virotes y algunos ataques mágicos), el bandido se tira al suelo, apunta al primer blanco que ve -es decir, a Zhork- y dispara, pero… ¡Estás tan alerta, guerrero, que le es imposible darte! Una maldición en lengua enana os llega desde su posición.

En cuanto a la mujer del pelo sucio, esa tiene más dificultades para concentrarse: tan pronto -para su sorpresa- la mano esquelética que la agarraba se desvanece, los gritos de su compañero abrasado hacen que se vuelva. En la oscuridad, no lo veis, pero su rostro debe de mostrar miedo y confusión, pues su reacción es parapetarse tras la esquina que la separa del tiflino. Cuando se esconde, oís el ruido de maderas y basura siendo pisoteadas.

—¡Jefe! ¡¡¡Hay que largarse!!! —grita preocupada, con un punto de miedo.

Por toda respuesta, el canalla de cabeza rapada, herido y sin aliento, mira un segundo a su compañera… ¡Y sale corriendo! Corre hacia las escaleras de la derecha que saltan el muro del puente.

—¡¡¡Hijo de la gran puta!!! —grita la mujer, ahora cabreada a más no poder.

Pronto el hombre ha desaparecido de su vista, y de la vuestra. ¡Ya los tenéis, aventureros! ¿¡Qué hacéis ahora!?

¡Ya está! Lo tenía en bandeja para aplastar cabeza. En cierto modo, sentí un poco de lástima por él cuando falló su ataque y puso la cabeza en perfecta posición para que pudiera rematarlo de un certero golpe en la base del cráneo.

¡CRACK!

Ese fue el sonido producido. Un sonido aterrador que hizo impulsar al pobre desgraciado contra el suelo como si de un muñeco de paja se tratara. No eran pocas las veces que había dado un golpe tan mortífero, pero ésta en especial había sido toda una obra de arte.

Sin embargo, había algo que me hacía estar enojado:

—¡Será cobarde!

Sí, me refería a la huida tan ruin del que parecía ser el jefe de aquella banda... ¡dejar a sus colegas abandonados cual ratas! ¿Eso era liderar una banda? Muy propio de asesinos... En fin, aún nos quedaba trabajo que hacer y a ello me disponía.

Una sonrisa torva se asoma a mi rostro ante la escena que presenta Zhork. En su salsa en pleno combate, pero todos están actuando con gran eficacia, ¡qué maravilla, la noche es nuestra y...! Basta, la batalla parece ganada, pero el peligro está en el aire. Un especialmente afortunado virote de ballesta del tozudo enano puede convertir nuestra victoria en un triunfo amargo. Por tanto invoco el poder de nuevo, ya no es momento para contenerse.

—¡Mi Señor, ayúdame a destruir a nuestros enemigos!

Me asomo por la esquina y apunto con mis manos hacia el enano parcialmente cubierto. No será fácil, pero si le alcanzo todo habrá acabado. Chispas de energía eléctrica salen de mis dedos formando un relámpago de luz desbocada.

AL sentir el poder de Torm y el cumplimiento de sus designios, mi felicidad es absoluta. Con mirada implacable me centro en mi objetivo para comprobar los efectos devastadores.

Rees intentó abstraerse del combate y se concentró unos segundos mientras murmuraba unas palabras, se acercó a su compañero enano y lo toco en el hombro ligeramente, de manera casi imperceptible.

- ¡Que no se te escape nadie Zhork! - exclamó el mediano, divertido. ...¡El enano sale corriendo antes de que Rees pueda hacer nada!*

Mierda, porque no memorice el maldito proyectil mágico, se lamentó en sus adentros, pues no lograba recordar como era.

El tiflino, sale repentinamente de su esquina, decidido a disparar al enano que se parapeta en lo alto.

El ballestazo llega certero en una pierna apenas visible del francotirador, haciéndole rechinar los dientes.

"Toma eso canalla"- dice escuetamente el tiflino.

Luego se mueve, pegado a la pared, hacia donde se escapó la mujer rufían

Tu voz, Caedwyr, resuena en el frío y húmedo aire de la noche balduriana como un trueno cuando clamas en nombre de tu dios y un poderoso rayo de luz surge de tus manos directo hacia el enano de la balconada. El enemigo no tiene ninguna opción: tras un corto grito, se derrumba boca arriba, inerte. Un fuerte chasquido indica que tu virote, Rotryn, se ha clavado en la pared del edificio, donde el enano estaba de cuclillas hace unos instantes.

Mientras tanto, y dejando tras de sí el cuerpo del espadachín -claramente, sin vida-, Zhork se ha lanzado hacia el último lugar donde ha visto a la mujer del pelo sucio. Al hacerlo, te ha dejado con la palabra en la boca, Rees. Por suerte, has tenido los reflejos suficientes para morderte la lengua y dejar el conjuro a medias: puedes notar en tu mente las energías, intactas.

En cuanto a ti, Zhork, encuentras a la mujer pegada contra la pared, de pie sobre un saco de arena, sin duda aterrada de lo que tus compañeros puedan hacerle con su magia. Entre ambos se extiende su acero desenvainado y tembloroso. La luz ilumina la mitad de su rostro: está pálida.

—¡E-enano, para! ¡D-detente, joder! —te grita, previendo tus intenciones—. ¡E-escucha: déjame vivir! ¿Q-qué quieres? ¿Quieres oro? ¡Puedo darte oro!

¿Dice la verdad o es sólo el recurso desesperado de quien se sabe más muerto que vivo? En medio de la calle tenéis los cuerpos durmientes de dos de los bandidos, pero no hay ni rastro del jefe o de los gnomos, que salieron por lugares distintos. Al fondo veis el murete del puente (de una vara de altura, aproximadamente) y dos escaleras que suben hasta él. Más allá, sólo niebla*.

Parece que todo ha acabado, aunque no bajo la guardia. Esto está lleno de sombras y no dejo de echarle un vistazo desconfiado al lugar por donde creo que ha huido el jefe.

—¡Espera Zhork! —le digo a mi camarada mientras me acerco cauteloso—. Ya que se rinde por fin, démosle la oportunidad de redimirse.

Me agrada la sensación de victoria y justicia, sin embargo, la reacción de los gnomos me ha dejado un sabor agridulce y un atisbo de duda. ¿Merecían tales sujetos nuestra ayuda? Dada su reacción parecería que no, pero en fin, visto cómo reaccionó la banda al vernos, no cabe duda de que hicimos lo correcto.

—Creo que hemos de asegurarnos de que los durmientes se despierten sin sus armas y con un filo cerca de su garganta —Miro a Rees y a Rotryn, el cual entre sombras parece un demonio recién llegado de los planos.

Cuando estoy cerca miro directamente a la mujer.

—Ahora, habla.

El tiflino le retira las rudimentarias armas a los que estan dormidos.

Luego, pone una cara seria de aquellas, mientras le hace señas a Rees se mueve en dirección a la pequeña maleante...

No se acerca lo suficiente para tocarla, pero hace el ademán como que quiere acercarse más..

"Ahora cuentanos..." - le dice en voz baja y quedada - " quienes son ustedes y que estaban haciendole a esos gnomos..."

" .. y más te vale que no intentes engañarnos eh?"

Se pone serio, pero nunca pierde por completo la noción del campo de batalla, apoyándose contra una pared.

Cuando la vi suplicar por su vida, suspiré algo molesto pues quería seguir sintiendo la adrenalina de la batalla, e hice un ademán a su arma con el martillo

—Suelta eso bien lejos, anda.

Por supuesto, hice caso a las palabras del clérigo. No iba a matarla siendo quién nos pudiera dar pistas sobre lo que ocurría aquí. Sinceramente, todo esto me sonaba a un simple robo o a un ajuste de cuentas... pero quién sabe, quizás podía ser algo más, nunca hay que descartar nada en esta vida.

—Si intentas hacer algo inapropiado, PUM — lancé una mirada cargada de malicia —. Tendrás algo peor que dormir como tus amiguitos...

Rees se acerca a los que se durmieron por su hechizo y les separa rápidamente las armas junto a Rotryn, las tira al agua para que no puedan recuperarlas.

No sintiéndose a gusto con el interrogatorio, se queda vigilando alrededor, atento a que no se acerque ninguna compañía indebida.