Partida Rol por web

El característico sonido del commlink¹ perturbó la tranquila sobremesa de aquel miércoles de finales de año. Un triste icono que trataba de imitar a los antiguos smiley con un sombrero de tres picos apareció en el terminal o en los visores AR².

Al descolgar la imagen de un sonriente orco se conformó en las pantallas. Su rostro reflejaba su marcada edad. Su cabello e incluso la perilla empezaba a colorearse de gris. En la sien destacaba un conector de datos dorado y sobre la nariz se apoyaban unas gafas que a todas luces no estaban ahí para corregir un problema de visión.

—¡Ey chummer³! —dijo el orco acentuando su marcada sonrisa —. He oído que quizá podrías estar interesado en hacer ciertos negocios. Ven a verme esta noche a las 7 al Underworld 93. Va a haber un concierto, dile al gorila de la puerta que vienes a reunirte con MacCallister y que tienes reservado unos buenos asientos. Después del evento te vuelvo a contactar y te cuento más cosas. ¿Te interesa?

El Underworld 93 era una famosa sala de conciertos situada en las afueras de las barriadas de Puyallup, ese distrito de Seattle famoso por el monte Rainer, un volcán activo que hacía treinta años había formado los conocidos ríos de lava que daban fama que habían motivado la explotación geotérmica de la zona por parte de algunas corporaciones. Las nuevas oportunidades tras la catástrofe habían conseguido transformar un viejo almacén en una sala de conciertos de primer nivel donde tocaban los artistas más punteros.

Magosto estaba tomando un desayuno tardío. La nueva vida de runner le había descolocado sus ordenados horarios de antaño y cada vez le costaba más recuperarse de una larga noche. Aún y así sonreía mientras masticaba unas tostadas con mantequilla auténtica y una nutrisoja, de primera calidad, que imitaba la textura y el gusto de la mermelada de frambuesa.

Iba vestido con un batín de dandy ajado y había puesto la Marcha Turca en su aparato de reproducción, ya algo anticuado pero que cumplía a la perfección su función. Como él. Cabeceaba al son de la música, satisfecho. Se tomó un largo sorbo del zumo de naranja que acompañaba las tostadas. A su edad debía cuidarse, y prefería unas vitaminas naturales a las habituales de las calles que eran pura química adulterada. Se lo podía permitir. Había vivido con lo mejor y costaba mucho prescindir de eso.

Una mensaje entrante destruyó la armonía de la pieza con su "titit" impertinente. Apagó la canción y miró qué era. Si era trabajo le iba a alegrar el día. Sí. Era trabajo.

-MacCallister.- Pensó el viejo. Le recordaba. Era el tipo que le había conseguido su nueva SIN, cuando dejó el negocio legal. El típico amigo de un amigo que trabajaba en seguridad de la Renraku. Aquellos tipos de la Arcología sabían a qué puertas llamar cuando necesitaban hacer un trabajo sin salpicarse de mierda. 

-¿Qué querrá?- Comentó en voz alta, cuando finalizó la transmisión. Sonaba a neoyens. Quizás un trabajito de cobertura mágica. No le llamaban para otra cosa. Tampoco es que su casa fuera una centralita, pero él creía que era bueno y necesitaba el dinero. Un club de melenudos no era su estilo, pero iría. Le gustaba mezclarse con la juventud. Le hacía sentirse joven.

No contestó a su mensaje. No lo pedía y siempre le gustaba poner un poco de misterio.

Acabó su desayuno, volvió a poner la música y se puso a buscar un poco sobre el local, qué se cocía en aquel sitio. Datos como quien era el dueño de aquel almacén y saber de donde salía la marca Underworld 93. El nombre era sugerente.

Matisse estaba ocupado descansando del ultimo trabajo. Aún tenía un ojo morado donde la muy... La tipa aquella le había dado un codazo. Nunca nunca nunca más haría de guardaespaldas. Nunca. Por alguna razón cuando le llamaban para ese tipo de trabajo las cosas acababan explotando, las balas silbando y a él le caía un guantazo accidental del cliente histérico de turno que no se dejaba meter en el coche blindado, con lo que ni siquiera podía devolverlo. Vale que no todo el mundo había pasado por los marines como él, pero en este puto mundo a las explosiones ya debería estar acostumbrado todo hijo de vecino, ¿no?

El trasto infernal aquel empezó a sonar. Le tiró una lata de cerveza vacía para que se callara, pero eso encendió la pantalla. Era MacCAllister. Iba a mandarle al infierno cuando habló del Underworld 93. ¡Qué coño! Un buen concierto gratis y luego ya se vería. Sacó una mano de debajo de la manta y levantó el pulgar. -A las 7, decirle al gorila que voy de tu parte. Recibido. Luego tanteó hasta colg... Encender la luz. Siguió tanteando y ahora sí... Sonó la radio. Siguió tanteando y finalmente colgó la llamada.

Intentó volver a dormirse pero no pudo. MacCallister no regalaba nada. Nunca. Incluso cuando le salvó el culo de aquellos samurais de los manitos (para el seguían siendo putos manitos) ni siquiera le mandó una tarjeta. ¿Qué coño estaría tramando? Se destapó y se sentó en la cama. Miró la hora. Faltaban 4 horas para la cita... Mejor comprobaba sus armas y equipo...

No es que a sus 34 años, 5 en los UCASMC y casi 10 de "agente libre" le asustara un lío, y MacCallister era experto en fabricar líos, es que como decía su sargento "no vayas ni a mear sin cerciorarte de que tu arma está lista." Así que se levantó y se puso a repasar el equipo. Luego se preparó y se dirigió a la salida.

Lo único que destacaba entre tanto negro: abrigo, guantes, botas, piel y gafas, era la cresta de pelo rubio platino.

Él era un tío elegante...

Loky74 se desconectó de la Matriz tras recibir el mensaje de MacCallister. Aquel mamón tenía el don de llamarlo siempre cuando más entretenido estaba. Como solía pasar en los casos en que se desconectaba en medio de algo que lo tenía concentrado le costó un poco reenfocar la realidad. Sus ciberojos se adaptaban antes a la realidad que su cerebro.

- Sheyla02. La próxima vez no te escapas.- le dijo a nadie en particular mientras abría la nevera para servirse un batido de Soilent.

Aquella chiquilla lo había estado vacilando y eso no le gustaba. Había pocos capaces de sacarle de sus casillas y menos que lo hicieran ocultándose en la Matriz. A sus treinta y poco años ya se empezaba a sentir de demasiado viejo. Los runners no suelen vivir hasta jubilarse ¿no?

Conectó su datalink al sistema central y descargó los planos del Underwold 93. Era una simple visita a un local de negocios pero el decker nunca iba a un sitio sin saber todas las posibilidades. Local de tres plantas, con una inferior dedicada al bar y a la zona concierto. Una segunda con galería para los cubículos privados. Probablemente ahí sería la reunión. Y una tercera sin información pública. Probablemente la zona de gestión o la de VIPs. O ambas. Era una reunión inicial así que descartó la posibilidad de intentar hackear más información. Su tiempo costaba neoyens y en estos momentos ni siquiera sabía si había negocio. MacCallister era un tipo de fiar pero a veces sus contactos no lo eran tanto. Recordaba un trabajo que acabó siendo puro humo porque el que los iba a contratar se olvidó de contarles algunos detalles mortales del mismo. Poco dinero, demasiado riesto... eso no iba con Loky74.

Recogió su cazadora de cuero largo y la puso por encima de su armadura personal. Revisó de nuevo la información del local. Había taquilla de entrada para las armas. Una ojeada a las críticas de la red sobre el local: ningún problema con eso. Parecía un sitio formal. Recogió su mini uzi y se la puso en el cinturón. Seguro que allí no le hacía falta. Una última ojeada para ver a quien más había convocado MacCallister. Los destnatarios del mensaje estaban ocultos pero no le costó mucho seguir los paquetes de datos¹. Conocía a dos de los otros 'convocados'. Bum Bum Matisse y Big Cojone eran picadoras de carne. Nunca había trabajado con ellos pero sabía de su historial. Del tercero, un tal Magosto, no sabía nada. Invirtió un mínimo de tiempo revisando datos y sólo pudo constatar que era un tipo muy viejo. ¿Qué pintaba un anciano con dos picadoras y un decker? ¿Sería el contratador? Pero no había ningún historial específico sobre él en la red². ¿Un peeudónimo? ¿Una cuenta falsa?

Salió del apartamento para ir al encuentro. A veces la mejor manera de constatar una información era verla en persona. Un sistema obsoleto pero eficiente.

BRRRRR BRRRRRR

El sonido de la vibración del pequeño terminal del troll hizo que abriese un ojo. ¿Qué hora era? Desde luego pronto. O no todo lo tarde que a él le gustaría. Mientras intentaba tragar saliva, los recuerdos de la noche anterior se arremolinaban en su cabeza. Había un bar, demasiada bebida, un par de orcas de afecto negociable... ¿Qué sitio era?

En el fondo daba un poco igual todo. Big prefería vivir el presente más que el pasado. Éste a veces era demasiado confuso. Efectos secundarios de sus luchas en la caótica guerra que azotó su tierra natal. Pero cuando te arrancan media cabeza de un disparo, igual puedes dar gracias de seguir vivo. Y si lo que te arrancan es más máquina que carne, mejor. A menos que ahí estén parte de tus recuerdos, habilidades, conocimientos...

Gajes del oficio. Muchos otros no vivían para ver otro día. Pero él sí. Claro qué... ¿Por qué estaba viendo ese día tan pronto? ¡Ah sí, porque le había sonado su terminal!

Extendiendo el brazo e incorporándose en el camastro en el que dormía, cogió el pequeño aparato de la improvisada mesilla hecha con un cajón de botellas de Soilent.

Sentando, el troll empezó a ver el mensaje. Despacio. No porque fuese lento, era porque no quería perderse detalle de lo que decía. Y sus labios acompasaban sus palabras. Pero no porque le costase entender, era porque lo que decía era muy interesante y no quería olvidarlo.

Cuando terminó el mensaje, se incorporó del todo. Tiró el terminal en la cama y miró la mesilla. Aún tenía un puro a medio fumar de anoche—. Perfecto —dijo al tiempo que lo recogía y lo encendía de nuevo con su mechero de nafta. Por si el olor del troll y del puro no fuese suficiente.

Mientras daba una calada, se entretuvo en buscar sus cosas. No podía salir de allí sin dejarse nada. Porque aunque en el Underworld 93 tuviesen problemas con que llevase armas, no pensaba volver allí a por ellas.

Una vez vestido y con todo listo, el troll salió del lugar. Para después volver a entrar. Había olvidado su terminal en la cama. Pero no era un problema. Lo verdaderamente importante no lo olvidaba...

Magosto trató de localizar aquel local. Era una sala de conciertos bastante elegante y con cierto caché. Sin embargo no aparecía por ningún lado el nombre de su dueño ni la inspiración de su nombre¹.

Mientras tanto Matisse, Loky y Big se dirigieron al Underworld 93. Matisse había leído que esa noche había un concierto muy especial: Maria Mercurial². Eso sólo podía significar una cosa: un extra de seguridad y mucha pasta flotando en el ambiente.

El Underworld no parecía un edificio demasiado especial desde fuera: una gigantesca mole de ferrormigón que podría pasar más como un almacén de maquinaria que por una sala de conciertos. El único distintivo era una placa de metal con el nombre del club. A través de los visores AR³ podía verse esa placa reluciendo con luces de neón y un logo representando a Caronte conduciendo una barca por la laguna Estigia.

Varias decenas de jóvenes se agolpaban en tres puertas que permitían el acceso a un hall que hacía de distribuidor de la primera planta del edificio. Seis inmensos trolls (dos en cada puerta) controlaban el acceso a través de los arcos DAM⁴.

Un ARO⁵ entre las puertas anunciaba un concierto de Maria Mercurial para hoy a las 19:30.

Bum bum negó con la cabeza, brazos en jarras, al ver el despliegue de seguridad. -Maldita sea, lo sabía. ¿Y ahora qué hago yo con todo el material? Bueno, si no recuerdo mal tienen taquillas de seguridad...

Se subió las solapas del abrigo de cuero y se acercó a los inmensos trolls de la puerta principal con su mejor sonrisa. -Hola tíos. Tengo una reunión con MacCallister, me dijo que dejaba unas entradas. Soy Matisse.

El mago se sentía algo frustrado por su falta de resultados. Siempre le frustraba usar esas "maquinitas". Además, en sus manos tenían tendencia a no funcionar bien. Su familia siempre le había dicho que no eran las máquinas, que era él el patoso, pero el mago aún se resistía a esa posibilidad.

Gruñó un rato más ante la falta de respuestas y finalmente optó por ir. No tenía un plan mejor y que él supiera no había pisado un callo lo suficientemente fuerte como para que aquella cita fuera una trampa.

Se puso sus mejores galas y sus armas de bolsillo.

-Bárbara, vamos a salir.- Anunció a su chófer.

Ella le miró, inexpresiva, y asintió.

Supongo que no volveremos pronto. Salimos a las seis. Vamos a un garito. Underworld 93.

Todo fue como la seda y la mujer le dejó ante la puerta dentro del horario previsto. A Magosto le gustaba ser puntual. Daba sensación de profesionalidad. Un reflejo de sus tiempos corporativos. 

Vio las medidas de seguridad y suspiró.

Dejó la Beretta en el coche pero no se quitó la Walter que le cabía en la palma de la mano. Su peso era muy pequeño y llevaba muchas piezas de aleaciones plásticas. Ideal para pasar desapercibida. Quizás eran muy puntillosos en la sensibilidad de aquel arco de metales, peor por norma general, en sitios como aquel, con tanta gente haciendo cola por entrar y tanto tarado cromado, acostumbraban a calibrar los aparatos para ir a por lo grueso.

- Nunca está de más ser prevenido.- pensó para sus adentros. También llevaba su secretaria de bolsillo, para tomar la snotas necesarias.

-Bien. Todo correcto.- Comentó en voz alta, palpando sus pertenencias.- Vamos a ello.- Suspiró, poniéndose su gabán blindado sobre su traje hecho a medida.

Salió del coche y aspiró una bocanada del aire frío y sucio de aquel lugar.

- Perfecto... Nos vemos luego, Bárbara. No vayas muy lejos.- Pidió a su chófer.

Se quedó unos momentos allí, de pie, apoyado en su sencillo bastón de madera con puño de plata, y escrutó el espacio astral, su realidad verdadera. Era casi un acto reflejo después de tantos años de práctica mágica.

Avanzó hasta la entrada y le dedicó una tímida sonrisa a uno de los trolls.

- Buenas noches, caballero. me llamo Magosto. Mac Callister me espera. Creo que tiene un asiento reservado a mi nombre.

El bueno de Big llegó a la puerta del garito. Posiblemente fuese el tipo que más desentonase del lugar. No por las pintas, ya que no era el más punk de los que se agolpaban en la puerta para entrar. Era porque era el más grande de los trolls allí reunidos y no llevaba un traje, gafas oscuras y un pinganillo.

Mientras fumaba un puro de mala calidad, dejando tras de sí una gran y apestosa humareda, se acercó a los puertas de la entrada. Por supuesto, ignoró la gran cola que allí se agolpaba. Eso no iba con él.

—Hola hermano —dijo el troll a uno de los porteros. Era bastante habitual que mezclase palabras en su idioma natal con el inglés—. Vengo a ver a McCallister, me está esperando. Así que si te haces a un lado…  —terminó diciendo mientras daba otra calada al puro.

Magosto había echado un vistazo en el plano astral pero no parecía haber individuos mágicamente activos en el perímetro y el tremendo edificio tampoco parecía estar protegido por una barrera astral. Incontables auras multicolor representaban a la muchedumbre acercándose a la puerta.

Los trolls miraban a todos los que pasaban por los arcos que parecían ser tremendamente efectivos. Varias personas eran redirigidas a una habitación protegida por un cristal blindado donde etiquetaban las armas que eran almacenadas en varios armarios.

—Ok, te están esperando —dijo el gigantesco troll de la puerta—. Pero tienes que dejar ahí todo eso.

El troll señaló aquella habitación acristalada instando a dejar todas las armas detectadas e hizo un gesto para que una señorita elegante se acercara.

—Son los que espera MacCallister —dijo el troll.

La muchacha asintió y saludó amablemente a los runners según fueron llegando.

—Si me acompaña, por favor —dijo iniciando la marcha hacia una escalera que subía a una pasarela que comunicaba varias habitaciones del primer nivel. Desde ahí se podía ver la abarrotada pista de baile y el tremendo escenario donde estaba tocando Emerald Cacophony una banda local de SynthMetal que hacía de telonero al espectáculo de Maria Mercurial. También se veía la gran barra del bar atendida por seis camareros y camareras vestidos de manera voluptuosa.

La mujer abrió la puerta de uno de los reservados e fue invitando a entrar a los invitados según fueron llegando.

—Disfruten del concierto. El señor MacCallister les atenderá cuando acabe.

El mago se sintió molesto cuando le detectaron la pistola. Suspiró resignado y la dejó donde le indicaron. Acompañó cortés a la señorita hasta el lugar indicado.

El contacto no estaba, cosa que le puso alerta. Usó sus poderes para volver a observar el entorno astral (1). Necesitaba seguridad, y pensó en aprovechar el tiempo para invocar a un vigilante astral que le pudiera alertar en caso de intrusión(2).

 Pasó el rato y las sillas se ocuparon por un grupo variopinto. Un troll con pinta de cabrón, que apestaba a tabaco barato, un negro con aquella mirada de los que se instalan demasiado cromo perdiendo el alma en el proceso, y uno que era más complicado de identificar. Brillaban sus clavijas craneales, lo que indicaba, seguramente, algún usuario de la matriz. No le gustaba la matriz. Una copia digital del mundus imaginalis. ¿Para qué copiar lo que ya está hecho? Aquel mundo moderno le superaba muchas veces.

- Caballeros... Permítanme presentarme. Magosto. Especialista en problemas mágicos.

Y les ofreció una tarjeta de visita en formato físico, que con AR mostraba como sus datos se ocultaban en lo más profundo de la reproducción de una vieja lámina del maestro Van der Doort.

Era su concesión a los tiempos modernos. Se resistía a dejar de lado eso de las tarjetas de presentación, pero había dejado a un especialista la creación de esos efectos AR tan necesarios hoy en día.

Bum bum dejó su artillería dócilmente, recogió el resguardo y subió dejándose guiar por la chica. Al llegar se reclinó en uno de los sillones, puso los pies sobre la barandilla y le pidió algo de beber a la... ¿Azafata?

Cuando los demás fueron llegando levantó las cejas y saludó con una leve inclinación de cabeza. Le estudió según llegaban. El español significaba fiesta. Había coincidido con él en alguna ocasión y las cosas acababan ardiendo, explotando o hechas papilla. La cosa se ponía interesante. El decker, porque ese tío era un decker fijo, le sonaba de algo, pero no acababa de caer en la cuenta. El tipo vestido retro y con tarjeta de visita era un completo desconocido en la ecuación. Y eso le ponía nervioso. 

Al observar la tarjeta le dio la mano. -Matisse experto en problemas que se resuelven a base de plomo y explosivos.- luego miró al troll -¿Qué tal Don? ¿Sigues fumando esos puros puertorriqueños?*

Loky74 entró sin problemas. Ni siquiera había intentando ocultar la mini uzi, sino que la llevaba bien visible para entregar en la entrada, tal como hizo. Al subir encontró a los otros ya sentados. Recogió la tarjeta del mago. Deducía que era mago porque parecía demasiado sofisticado para ser un chamán, no tenía ciberimplantes para ser decker y dudaba que incluso en sus tiempos mozos fuera capaz de levantar con habilidad un arma más pesada que una pistola de juguete. La tarjeta terminó de confirmarlo, por supuesto.

- Encantado. - dijo mientras sus vistosos ojos biomecánicos se ajustaban a la luz del local¹ 

Matisse lo miró de reojo intentando claramente ubicarlo.

- No creo que te acuerdes de mí.- dijo sentándose al lado de Mattisse y pidiendo un gin tonic - Planta de procesado de Miyaka Corp. Hace tres años. Yo me encargué de la seguridad perimetral. Luego tú y él - dijo señalando a Cojones - hicisteis el trabajo de romper cosas. Fue todo muy limpio... dentro de lo que cabe en un sabotaje industrial, claro. No tuvimos mucho tiempo de hablar. ¿Habéis vuelto a ver a Flannagan? Tengo entendido que pilló un puesto en Hirule, la competencia de Miyaka, y ahora dirige alguna mierda similar a la que nos contrató para reventar pero en alguna ciudad al sur.

Durante unos instantes Magosto pareció estar algo ausente, quizá concentrado. Sus sentidos le transportaron al plano astral. A simple vista pudo ver cuatro vigilantes astrales patrullando el edificio de lado a lado. No fue capaz de llegar a su nexo físico pero estaba claro que había seguridad mágica en el lugar.

Mientras tanto la voluptuosa camarera trajo lo que fueron pidiendo y atendió amablemente las peticiones del grupo. Un par de pantallas dentro de la habitación mostraban diferentes partes del escenario ilustrando la actuación de esa banda local que estaba ya despidiéndose.

De pronto todas las luces se apagaron y la pista de baile comenzó a llenarse de humo y unas luces comenzaron a rodear una figura de unos diez metros de altura mientras la muchedumbre gritaba "Bestia, Bestia, Bestia". Los dos ojos de la figura apodada "Bestia" se iluminaron con dos cañones de luz que rodearon la pista de baile y acabaron centrándose en el escenario donde un tipo con un traje impecable sostenía un micrófono.

—Damas, caballeros, si es que hay alguno, y resto de basura —dijo coreado por un público ya enfervorecido—. Aquí está la razón de vuestra presencia hoy aquí. La única, la inigualable: MARIAAAA MEEERCURIAL.

El público estalló de júbilo y las luces iluminaron a la artista. Las primeras notas del gran éxito "Take it to mister" empezaron a sonar acompañadas del griterío del público. La bella figura de Mercurial, vestida con un vestido de falta corta que dejaba ver sus brazos y piernas cromados, se movía sensualmente provocando a la masa.

Fueron dos horas de espectáculo. Una vez terminado otro grupo saltó al escenario pero para la multitud el concierto ya había acabado.

La camarera volvió a entrar en la sala.

—MacCallister les está esperando. Si me acompañan...

La camarera acompañó al grupo a la zona de backstage, atravesando una puerta vigilada por un par de guardas visiblemente cromados. La seguridad en esa zona era muy alta, lo cual no era sorprendente. Cerca del techo vieron una figura translucida de una especie de niño de aspecto japonés que flotaba¹.

Al final del pasillo estaba ese MacCallister hablando con Maria Mercurial. Al verlo se despidió de la artista y se dirigió a ellos.

—Ey chummers. Venid por aquí.

El orco abrió una pequeña puerta que conducía a una sala de reuniones angosta. Una mesa y unas cuantas sillas eran el único mobiliario de aquella sala. MacCallister fue el último en entrar y cuando cerró la puerta el ruido de la sala casi desapareció por completo.

—Aquí estaremos más cómodos. ¿Qué tal el concierto? —dijo tratando de ser amable.

Entró en la sala apoyándose en su bastón. Después del concierto tenías las rodillas algo entumecidas y andar le vino bien.

Al llegar donde estaba MacCallister sonrió y dedicó una larga mirada al espíritu, y le sonrió también. Más ampliamente, junto a una leve inclinación. A Magosto le gustaba tratar  a los espíritus con cortesía. Llevaban siglos sin ser escuchados. Se dejó llevar hasta la sala. Toda aquella seguridad olía a dinero.

- Muy visceral.- Respondió el mago ante la pregunta de cortesía del orco.- Ha tocado mis emociones más primarias. Justo lo que debe ser la música.- Comentó, pedante.

- Un gran concierto.- Mintió. Le pareció adecuado para añadir algunos neoyens al encargo que iba a venir.

Pese a que todos parecían conocer a Big Cojones, a él le costaba acordarse de los demás. Bueno, normalmente le costaba acordarse de pequeños detalles sin importancia. Además, para ojos de un troll, la mayoría de humanos parecían todos iguales. No obstante, el grandullón no le dió importancia. Si decían que se conocían eso que se ahorraba. No le gustaba dar muchas explicaciones.

Cuando fue a contestar que no sabía que era un puro puertorriqueño, la camarera entró al reservado para llevarles con MacCallister. Una pena, su conversación sobre tabaco tendría que esperar.

Al llegar a la pequeña sala, por la que el troll apenas entraba por la puerta, tomó una de las endebles sillas de plástico que había y se sentó. La verdad es que el lugar parecía más una sala de detenciones que una sala de reuniones, pero era lo que había.

—El concierto... Psé. No es mi estilo. Muy poco chingón —terminó diciendo mientras sacaba un puro de su chaqueta, la cual valdría para que una familia de enanos la usase como tienda de campaña—. Pero por suerte no estamos aquí por la música, ¿no?

Y tras la pregunta, el troll encendió el puro, dando una gran calada y llenando el techo de humo.

Matisse por fin cayó en la cuenta de quién era el decker -Aaaaaaaah sí ya me acuerdo... Fue un buen trabajo. A Flannagan se lo cargaron hace unos meses. Politiqueos internos de las corporaciones, al parecer cabreó al ejecutivo que no era. No me sorprende. Siempre fue un poco tocapelotas...

Tras el concierto, les condujeron a ver a MacCallister... Y le entró un escalofrío.

Bum bum miró de reojo todo el rato al espíritu. No le gustaban los espíritus y a los espíritus no les caía bien. Visiblemente nervioso pero intentando mantener la calma siguió a MacCallister.

-El concierto cojonudo pero el puto buda volador de ahí afuera... Sabes que los espíritus y yo no nos llevamos bien. ¿No había otro sitio? ¿Uno en el que los muertos no se pasearan alegremente por el aire?- dijo tras repantingarse en la silla que estaba frente a la puerta asegurándose de que su espalda tocaba la pared.

Loky74 se sentó en una de las sillas encogiéndose de hombros:

- No es mi estilo, la verdad, pero mueve el culo con un swing que derrite el hielo de las copas¹.- dijo pensando en esas caderas cromadas - En fin... como dice aquí nuestro colega entiendo que quieras dar un tono amable a la reunión pero aquí somos todos profesionales ¿no? Podemos ir al grano.

Luego se quedó un momento pensando antes de responder a Matisse:

- Joder ¿se lo cargaron? A ver... era tocapelotas pero a mí me caía bastante bien. Pagaba a tiempo y no intentaba regatear las bonificaciones. Eso es una virtud cojonuda para un fixer. ¿A qué sí MacCallister? - añadió guiñando un ojo cibernético al anfitrión.

MacCallister esbozó una forzada sonrisa tras el comentario de Matisse.

—Bueno, no es cosa mía. Pero no debes preocuparte, ¿verdad? —dijo mirando al grupo como si temiera que su comentario jocoso tuviera algo de verdad.

De inmediato se sentó en una de las sillas.

—Veo que no tenéis tiempo que perder. Al grano, como siempre. Veréis, es fácil, como siempre, pero no hay demasiado tiempo que perder. Es una mujer, Fiona Craig, una arqueóloga que llegó ayer de Grecia. Ha desaparecido. Hoy debería de haberse presentado en un par de reuniones y... bueno, parece que se la hubiera tragado la tierra. Hay cierta gente que necesita que la encontréis tan rápido como podáis. ¿Qué os parece?

El arreglador miró uno a uno a los miembros del grupo, tratando de penetrar en sus pensamientos.

—Ah, sí. Hay 3.000¥ para cada uno.