Partida Rol por web

El grupo cambió su formación de manera casi instintiva. Las órdenes de Kal de rodear al mago daban su fruto y se colocaron rodeándole. Si la araña quería dañar al mago, recibiría golpes por parte de cualquiera de ellos. 

Sin embargo, la víctima no fue el elfo. Sino Kal. 

La araña apareció de la nada y fue a morderle. En ese momento Kal descargó con fuerza su espada, Talathel invocó el poder del fuego y Sebastián lanzó una de sus preparaciones alquímicas. Aunque realmente la había comprado, pero nadie podía saberlo. Las armas de fuego dañaron a la bestia, no obstante, Kal falló su ataque. La araña respondió con rabia, pero las llamas la habían despistado y no consiguió acertar al guerrero. 

Hecho esto, entre chillidos, la araña desapareció de nuevo, saltando al Plano Etéreo y llevándose consigo las llamas del fuego de alquimista. 

¡Sí! ¡Así! ¡Arde! ¡ARDE, PUTA ABERRACIÓN! ¡Muahahahaha!

Sebastian notó el fuego quemar también en su interior. Hannibal estaba intentando devorarle por dentro. Buscaba salir, manifestarse. Sebastian no podía permitirlo: era demasiado peligroso desbocarse e ir por libre en una situación tan delicada. Lo... "racional" era trabajar en equipo, que se cubrieran las espaldas los unos a los otros.

Sacó una jeringuilla.

¡No, idiota! Puedes intentar callarme con tus sedantes,
pero no podrás seguir luchando si te inyectas eso.

No es un sedante... Y no es para nosotros...

Sebastian clavó la aguja en el brazo de Tálafel y presionó el émbolo para inyectar la misma sustancia que había cerrado su herida. El alquimista tenía dudas de que en un organismo no humano, como la del elfo, fuera a ser igual de efectivo. El medicamento podía causar al mago un shock anafiláctico, o ser la mitad de efectivo, o que le saliera una segunda cabeza. Ojalá que le saliera una segunda cabeza, sería otro par de ojos atentos a la reaparición del monstruo.

Teoría: el sujeto en fase reaparece en periodos regulares. He de contar cuánto tarda en regresar.

...dos ríos vhatsuntide, tres ríos vhatsuntide, cuatro ríos vhatsuntide, cinco ríos vhatsuntide, seis ríos vhatsuntide...

Atención, aquí viene de nuevo...

Sebastian volvió a sacar un frasco para lanzarlo a la araña de fase.

Talathel apretó los dientes cuando Sebastian le inyectó aquella jeringa. Le había pillado un poco por sorpresa pero pronto comenzó a notar los efectos curativos de aquel mejunje. Fuera lo que fuera.

- Gracias. - Replicó al hombre mientras volvía a prestar atención al entorno y dejaba las manos en posición para repetir su último conjuro y acabar de freír a la jodida araña. Si volvía a aparecer era araña muerta. No podía contenerse ni ahorrar conjuros pues la criatura había demostrado ser excesivamente peligrosa.

- Vamos... vamos... vuelve a salir. - Musitó hacia la araña, aunque casi era más para sí.

El buen doctor esta vez se me adelanta para atender a nuestro nuevo compañero, pero las heridas del elfo no se cierran como se cerraron las de Sebastian antes, así que algo ha debido de fallar. Rezo de nuevo a La Dama de las Tumbas en busca de más curación para Talathel.

Una vez hecho, me concentro en nuestro enemigo. Con otra oración a Pharasma, mi mano derecha queda envuelta en una sutil energía que no dañará a la araña, pero la atontará y lentificará sus reacciones. Ya la había usado en Harrowstone contra el fantasma del Cercenador con éxito.

Contra los vivos su efecto es bastante limitado, pero debería cumplir su función.

- Creo que ahora me toca a mí. ¡Atentos! Si consigo tocarla es posible que impida que se marche inmediatamente.

El guerrero se agradeció mentalmente su decisión de comprarse la armadura al ver como los colmillos de la araña que normalmente hubiese traspasado su hombro de parte a parte no lograban hacerle ni un rasguño. Aunque si desbalancearle e impedir que su espada cayese con la fuerza suficiente para superar la coraza natural del lomo de ese engendro.

No obstante no dijo nada, las órdenes ya se habían dado y podía comprobar que el grupo estaba funcionando, incluso habían conseguido chamuscarla, por lo que en vez de eso decidió que lo mejor era concentrarse para conseguir clavar su espada la próxima vez que saliese a descubierto.

La araña tardó de nuevo unos segundos en aparecer. Aquellos instantes de espera, de incertidumbre eran angustiosos. No sabían si volvería a salir, si no volvería a hacerlo, y no podían relajarse ni un instante. Kal había resistido la embestida de la bestia, y a cambio le habían hecho daño con los ataques combinados del alquimista y del mago. 

Chasqueó la lengua, no podía fallar así. Debía de estar más atento. 

Y entonces apareció de nuevo, por su espalda. El guerrero se giró rápidamente, blandiendo su espada con ambas manos, y cortando parte de una de las asquerosas patas de la bestia. Talathel lanzó su conjuro, quemando a la bestia de nuevo. Sebastián fue a lanzar su fuego de alquimista, pero la araña fue más rápida y le mordió en el brazo. Acto seguido, El hombre consiguió apañárselas para golpearla con el frasco, pero el daño fue menor de lo que él hubiera querido. 

Finalmente y antes de irse, la criatura cerró las fauces a pocos centímetros de la cara del guerrero. Pero las llamas la confundieron y no consiguió agarrarle. Cansada y entre gritos de dolor, la araña volvió de nuevo a su plano. 

La adrenalina de todas las drogas que se había metido (en los últimos segundos y en los últimos diez años) ya no le dejaba sentir el dolor. Eso no evitaba que siguiera sangrando o que las toxinas siguieran haciendo su trabajo.

¡Pero qué fijación le ha entrado con mi brazo!

Jeringuillazo al canto. La herida no se cerró esta vez. No era ese tipo de sustancia. El borde del mordisco se volvió negruzco, necrosó, prolongando su vida con la misma energía que da vitalidad a los muertos vivientes.

Estoy bien. Yo controlo. Estoy un poco mareado. Es normal, Hannibal está intentando salir.

Sacó una daga. Quería guardar el último frasco de fuego de alquimista para que sus compañeros quemaran su cuerpo. Pero los muy cabrones eran capaces de dejar su cuerpo descomponiéndose en aquel pantano con tal de poder vender el vial por cuatro perras.

No, no... es Hannibal el que piensa así. No dejes que melle tu fe en la humanidad y en un elfo que acabas de conocer.

Chicos... Si algo me pasa, quiero que sepáis que os quiero, como un matemático a un eje de coordenadas, o como un alquimista a su grueso matraz.

Habían logrado herir bastante a la criatura, pero de nuevo ésta se había escapado. Talathel, pese a su amplia experiencia teórica en el campo de la magia, jamás se había enfrentado a un enemigo tan peligroso y tan terco. La araña de fase seguía viniendo una y otra vez de manera metódica para ver si acababa con sus presas, aunque fuera poco a poco.

La aleatoriedad de sus ataques le otorgaba cierta ventaja, pero al no concentrarse en el mismo objetivo para rematarlo perdía esa ventaja. Y eso lo estaba aprovechando el grupo de aventureros para ir dando cuenta del enemigo, poco a poco.

Talathel volvió a gesticular con las manos, entonó unas palabras y dejó el conjuro preparado. Con la energía cargada en su interior, dispuesta a salir y convertirse en algo muy dañino para la araña en cuanto asomara el hocico de nuevo. En el siguiente ataque deberían ser capaces de acabar con ella, si tenían algo de suerte y se coordinaban igual de bien que hacía un momento.

- De eso nada doctor, aquí no se muere nadie sin mi permiso. La Dama de las Tumbas dice que aún no ha llegado nuestra hora, así que nada de despedidas. ¡Pharasma! Te lo suplico, sana las heridas de estos dos valientes.

Mi Señora respondió con energía curativa surgida de mi propia persona que nos envolvió a los 4, restañando en parte las heridas causadas por el monstruo. Más tarde pediría perdón por la blasfemia de poner en mi boca Sus designios (designios que no conozco en absoluto).

- ¡Animo! Entre el fuego y el espadazo no puede quedarle mucho. ¡Sigamos así!

Vuelvo a cargar mi mano con la energía que aturdirá a la criatura si llego a tocarla. Hasta ahora el monstruo ni se me ha acercado.

El silencio se hizo de nuevo en el pantano. El ulular de algunas aves marcaban la cercanía de la noche, que ya estaba al caer. Todos los miembros de aquel variopinto grupo se prepararon para recibir un nuevo ataque de la araña. Pero pasaron los segundos y no apareció. Se miraron los unos a los otros, preguntándose, cuestionando si aquella pesadilla había acabado. Tan solo Sebastian parecía estar sufriendo los achaques de aquel combate. Eso sí, lo estaba sufriendo bastante. El veneno le había afectado gravemente y seguía haciendo estragos en su cuerpo. Notaba como la debilidad en las piernas iba en aumento y a punto estuvo de caer al suelo, de no ser por la intervención del clérigo, que estaba a su lado. 

El grupo podía volver, o podía buscar el cuerpo de Aleece, arriesgándose a que la araña volviera. Estaba en su mano decidir los pasos a seguir. 

Tu debilidad me avergüenza. Eres un perdedor. Hasta un elfo flacucho soporta mejor el veneno que tú. Sucia rata de biblioteca. No hay manera de que puedas sobrevivir a tu propia estupidez.

Sebastian era consciente de que Hannibal decía la verdad. Su cuerpo era débil no solo contra los venenos. También flaqueaban sus fuerzas cuando trataba de ir a la par de Kal cuando viajaban por los caminos. Y eso que Kal bajaba el ritmo para avanzar a la velocidad de Silas. Si sobrevivía a esta, tendría que poner más ojo en su estado físico: correr un poco, hacer algunos abdominales... puede que incluso unas sentadillas de vez en cuando.

Deja de engañarte. Estás muerto. Pharasma te reclama.

- Silas, ¡ayuda a Sebastian! Os cubro. - Dijo Talathel al clérigo mientras se colocaba cerca tanto de él como de Sebastian, y mantenía su conjuro de fuego preparado por si volvía a salir la araña.

- Daos prisa... No sé por qué está tardando en volver pero no puede ser bueno. Dudo bastante que la hayamos matado. - Había visto a la araña entrar en fase y desaparecer de nuevo. Sí, estaba herida, pero no moribunda así que podría regresar cuando menos lo esperaran. O, con suerte, la habían dañado lo suficiente como para que considerara que no merecía la pena volver para tomar un bocado.

En cualquier caso, debían darse prisa en atender a Sebastian por el veneno, y luego centrarse en salir de ahí. Pero con la niña si era posible. El elfo dio un rápido repaso a los alrededores con la mirada, en busca de cualquier pista o indicio que pudiera indicarle si Aleece estaba por ahí y había sido presa de los ataques de la araña. Pobre cría.

El aviso de Talathel hace que me gire hacia Sebastian. El pobre doctor apenas se mantiene en pie, y la segunda herida del brazo se ha vuelto negra por la cantidad de veneno inoculado por el mordisco. Hay que hacer algo y rápido. Olvidando toda precaución y confiando en el mago y en el guerrero, dejo caer el escudo y saco la bolsa de las vendas y ungüentos.

Esta pomada no es específica, pero podrá contrarrestar parte del veneno. Hay que hacer un corte a lo largo y hacer que el veneno salga.

Aplico los labios sobre la herida y succiono. El sabor a sangre corrompida me inunda la boca. Escupo rápidamente y repito la operación hasta que solo sabe a sangre. Hecho esto, me enjuago la boca con agua de la cantimplora y después limpio bien todo para eliminar cualquier resto de veneno.

Con una tos, Sebastian cayó a plomo. Silas, que estaba a su lado, le sujetó por debajo de los hombros, y le ayudó a apoyarse en el suelo. El hombre estaba pálido. Claramente, aquella araña y su veneno habían hecho estragos en el alquimista. Tan sólo un vistazo rápido era suficiente para darse cuenta. 

En la cabeza de Sebastían, Hannibal reía con fuerza. La debilidad de los humanos era algo que siempre le sorprendía y eso que ya lo había comprobado muchas veces, estando en el interior de quién estaba. Kal no dejaba de mirar a un lado y a otro, temiéndose que, en el peor de los momentos aquel formidable enemigo volviera desde su plano a terminar su tarea. La reacción de los chicos había sido sorprendente, y gracias a las indicaciones del guerrero y al sentido común, habían conseguido golpearla y hacerle daño, a pesar de los constantes cambios de existencia.

Talathel miraba a su alrededor preocupado. No encontraba rastro de la niña, aunque la intuición le decía que tenía que estar por allí. Las cañas eran tan altas que complicaba poder ver en la lejanía, y el fango le llegaba a mitad de altura del gemelo, por lo que el cuerpo de Aleece, en caso de estar inconsciente o muerta, podía estar medio enterrado en el barro. Tendrían que buscar por la zona, y el hecho de separarse para buscar más rápido no era una idea alentadora teniendo una araña de fase en las inmediaciones. Sin embargo, la noche se les echaba encima y si querían buscar, debían hallar el modo de hacerlo lo más rápidamente posible.

El ulular del viento tampoco era un buen presagio. Seguramente hubiera tormenta aquella noche, o al menos vientos lo suficientemente fuertes como para preferir no dormir a la intemperie. Otro motivo más para darse prisa y acabar aquello cuanto antes. 

Y entonces, en medio de aquellos pensamientos, apareció una figura extraña. Portaba una túnica que no permitía vislumbrar más allá de la tela. Arrastraba los pies por el fango, emitiendo un sonido diferente a cuando andabas. Mucho más repugnante. Llevaba la cabeza gacha y sólo el pensamiento de que pudiera ser Aleece impidió que el mago lanzara directamente algún conjuro destructor. 

- ¡Quieto! - grito Kal, que también lo había visto. Todos levantaron la cabeza en dirección a la figura. Se dirigía a Silas y Sebastián - ¡No des un paso más te digo! - Pero aquel ser ignoraba completamente las amenazas del guerrero y continuaba su paso invariable. 

Al llegar a la altura de Silas, Kal ya estaba al lado preparado para ajusticiar con su hoja al "enemigo". Pero entonces vio algo que le hizo dudar. Portaba un pergamino enrollado. 

Alargó una mano hacia Silas, haciendo entrega del papel. Silas pudo ver entonces que aquella mano no era humana. Era la mano de un esqueleto. El clérigo dudó y maldijo internamente a los nigromantes que enviaban a sus lacayos a realizar sus tareas. Pues eso era lo que tenían delante, sólo un mensajero - y Silas se dio cuenta rápidamente de ello. Alargó la mano y recogió la carta. 

Sebastián, a su lado, tosió de nuevo. El dolor se mostró en una mueca en su rostro. Silas, sin embargo, no podía dejar de mirar aquel no muerto, con una mezcla de repulsa y curiosidad. Una vez le entregó la misiva, el cuerpo del enemigo desapareció. Y sólo quedó la capa en el aire, que caía lentamente hasta posarse en el fango. Kal la pisó un par de veces, como asegurándose de lo que habían visto sus ojos, pero allí no había nada más que una capa harapienta de color negruzco. 

Talathel llevaba un rato conteniéndose, pero en cuanto el esqueleto se desvaneció no dudó en preguntar a Silas.

- ¿Qué es eso? ¿Qué pone? - Ardía en deseos de centrarse en detectar magia para asegurarse de que el pergamino no era una trampa explosiva, o algo peor de naturaleza arcana. Pero no iba a hacerlo. No, seguía manteniendo preparado su conjuro más poderoso de fuego por si la araña regresaba. No iba a permitir que les pillara de nuevo con la guardia baja.

- ¿Esperabais un mensaje de alguien? - Preguntó a sus tres compañeros mientras escudriñaba de nuevo los alrededores entrecerrando los ojos. - Voto por intentar buscar a Aleece - dijo utilizando el nombre de la niña para crear más cargo de conciencia en sus nuevos compañeros. No fuera a ser que la hubieran olvidado y solo la vieran como "la niña" o un encargo más que cumplir. Para él aquella cría había sido una compañera de viaje durante bastante tiempo. Y junto al resto de la caravana, eran de los pocos que se habían comportado decentemente con un elfo solitario.

- Démonos prisa. Si está cerca deberíamos tardar poco en encontrarla. Si no está cerca quizá haya sobrevivido. - Comentó manteniendo una leve esperanza. Y dicho aquello empezó a buscar por la zona, tratando de descubrir si estaba el cuerpo de la niña entre algunas de las cañas.

Cof, cof, cof...-tosió por lo bajo, casi sin fuerzas.

Se frotó los ojos con las manos. ¿Lo de la figura que desapareció era fruto de las alucinaciones producidas por el veneno? Seguramente. El caso es que el pergamino seguía en las manos de Silas.

Bendita juventud-dijo el viejoven de veintitrés años al elfo centenario-, que aún tienes fuerzas para seguir buscando. Cof, cof, cof... Yo esperaré aquí, sentándome en este tronco podrido cuya descomposición en el pantano me recuerda la frágil levedad del ser en un cosmos en constante decadencia. Cof, cof, cof...

Forcejeó patéticamente con el cierre de su mochila y buscó dentro una mantita o una bufanda para pasarse por encima de los hombros y que no le cogiera el frío.

Ah, ya recuerdo... Cuando dejé mi casa decidí que el bulto de una ropa de abrigo no me dejaría sitio para mis cachivaches. Cof, cof, cof... Visto en perspectiva no fue la mejor de mis ideas. Cof, cof, cof...

Se tumbó boca arriba sobre el tronco caído mirando los nubarrones y esperando su inevitable muerte. Sus chicos ya estaban ocupados buscando cadáveres de niñas o leyendo misteriosos mensajes en macabros pergaminos, ya no tenían tiempo para cuidar de su viejo amigo Sebastian.

Aaaaay...-se quejó, tratando de ser el centro de atención y que le dieran mimitos-. Me mueeeero...

Tiene que ser una broma ...

Pero no, no lo es, de las cuatro personas que estamos aquí me tiene que dar la carta a mí. No sé si era un no-muerto de verdad o una ilusión, pero alguien tiene un sentido del humor muy macabro.

- Toma - digo, alargándole la carta a Kal - a ver qué dice. Yo estoy ocupado. Y tú deja de quejarte, he dicho que aquí no se muere nadie sin mi permiso y no vas a dejarme por mentiroso.

El mensajero y su detalle de designarme a mí como destinatario ha conseguido lo que pocos consiguen: cabrearme a base de bien. Respiro hondo un par de veces para calmar la mente antes de proceder. 

El veneno parece haber cejado en sus intentos de acabar con la vida del doctor, y no lo ha conseguido por muy poco. Se ha quedado pálido y muy demacrado. Las oraciones que he realizado hoy no me permiten aliviarle, así que saco de la mochila la varita que encontramos en la prisión. Su magia sí que puede ayudarle.

Respiro hondo de nuevo para concentrarme y toco al doctor con la punta tres veces. La magia fluye de la varita a su cuerpo como un torrente cada vez que le toco. En cada ocasión se puede ver como el color vuelve a su piel a oleadas hasta que vuelve a tener un tono mucho más saludable.

- Hale, arreglado. Y ahora, si nuestra visitante ya ha decidido dejar de jorobarnos, sigamos buscando a Aleece antes de que no veamos a dos pasos por delante. ¿Que dice el mensaje, Kal?

El guerrero no bajó la guardia a pesar de la situación, intentando controlar los nervios a pesar de que una cosa extraña tras otra sucedían constantemente.

La caída de Sebastian era lo que menos le preocupaba sabiendo que Silas estaba ayudándole, pero el esqueleto le enervó lo suficiente para que tuviese ganas de empalar algo con la espada.

Menos melodrama doctor - acabó diciendo con aspereza para descargar algo de su propia tensión. Después cogió el pergamino y le dedicó una ojeada mientras decía -espera elfo, deja que Silas ayude a Sebastian y seguiremos juntos, esa maldita araña sigue ahí fuera y no podemos separarnos.

Mientras tanto sus ojos recorrían el pergamino, preguntándose porque demonios tenía que leerlo él, si probablemente no conocería el idioma en el que estaba escrito.