Partida Rol por web

Gogri se desentendió de esa rata maloliente y siguió el rastro que aún no había sido violentado. Mas, en la siguiente esquina, no quedaba otra cosa que el enano pudiera utilizar para seguir, así que dio un bufido que hizo temblar sus barbas y, sin cuidado alguno por la discreción del grupo, gritó hacia atrás:

-¡Hugh, botarate! Olvida a ese memo y vamos a por la verdadera presa. ¡Rápido! ¡Ah! - se desesperó, enredando unos dedos en otros para calmar la desazón que le producía la batalla aplazada.

Me sumo al enano en su desesperación. Encontrar al grupo de secuestradores era más importante que un sólo bribón. Lamentablemente, sólo Hugh tenía los conocimientos y la experiencia para seguirlos...-¡Hugh, por aquí! ¡Necesitamos tu talento para cazarlos! ¡¡Deprisa!!.- Grito a nuestro compañero mientras miro de forma ansiosa hacia el otro lado de la calle.

El barredor comenzó a trepar con agilidad, mientras Rislân empezaba a pronunciar una letanía que sonaba como una mezcla entre un salmo responsorial y una nana. Hugh se lanzó detrás del hombre, escalando la valla lo más cerca posible para tratar de evitar perderle de vista coreado por las protestas de sus compañeros que le urgían a continuar el rastreo y dejar al huidizo criminal.

El explorador resbalaba y perdía pie, era obvio que el tipo iba a saltar la valla mucho antes, pero cuando el anciano clérigo repitió la antífona, o tal vez fuera un estribillo, dando por terminado el rezo cantado, el embozado se soltó suavemente y se dejó caer al suelo acurrucándose junto a la valla para echar una siesta en mitad de la calle, a apenas tres metros de Hugh.

Se detuvo apenas a unos metros del fugitivo. Sus compañeros le increpaban. Y no sin razón.

No podían conformarse con un lacayo, cuando tenían la posibilidad de dar caza a los propios secuestradores y rescatar a la duquesa sin que ésta recibiese perjuicio alguno.

-¡Tenéis razón!.- Y sin mediar más palabras, volvió a retomar el rastro a partir del punto en el que habían interceptado al yaciente esbirro. Sacó el retal del vestido de terciopelo y seda verde, dándoselo a oler a Silentz. Aquello sería más fácil si era un trabajo de dos.

-No perdamos más tiempo - comentó irritado por la interrupción, pero sin levantar la voz - Debemos encontrar a la condesa, antes de que la saquen de aquí, o algo peor...

Bien era cierto que aquel infelíz podría haber sido una fuente de información, pero lo que perseguían era una presa mayor. Debían salvar a la condesa y detener a los que la llevaban. Estaba seguro de que sabrían mucho más sobre lo que estaba pasando.

Continuó junto a Hugh, manteniendose cerca de la cabeza del grupo.

La paciencia era una virtud ¿pero siempre? Rislân entendía la forma de apresurarse de sus compañeros, pero aquel "borrador de pistas" podría ser un saco repleto de estas últimas. Él se encargaría.

— Id. Yo me encargaré de despertar a este hombre y procuraré seguiros después. No me esperéis más de una hora cuando os detengáis.

Acto seguido dio un golpe en el suelo con su bastón. La madera se abrió como por arte de magia  y de la parte superior brotaron unas cuchillas afiladas como los Picos Ingerländ del Norte. Con la misma cara tranquila de siempre, Ris se acercó decidido hasta el hombre tirado en el suelo.

Los más jóvenes se apresuraron a seguir el rastro dejando atrás al dormido barrendero en compañía del anciano Rislân. Con suerte el clérigo podría alcanzarles más tarde, dado que su ritmo siguiendo huellas sería mucho más lento que el de su compañero corriendo detrás suyo, aunque si no se daba prisa, estarían fuera del alcance de su oído y se perderían en las laberinticas callejuelas secundarias.

El rastro giraba en otra callejuela lateral al poco de girar la calle, suerte que no habían tratado de seguir sin rastreador. Tras algunos requiebros más, pudieron escuchar antes de dar otra curva el sonido rasgeante de otro barrendero. Apenas encararon una nueva calle principal, confirmaron sus sospechas.

Otro tipo embozado estaba barriendo y rastrillando el rastro que seguían y lo había borrado de allí en adelante. La calle era larga y de edificios muy juntos, salvo por un estrecho callejón que parecía pensado para llegar a un edificio más alto que los demás: un almacén. Sólo podía seguirse de frente o hacia el callejón, pero el rastro había desaparecido. El pillo, apenas les vio, furiosos y decididos, echó a correr por la calle principal, tratando de poner tierra de por medio.

El hombre dormido resultó no llevar demasiadas cosas encima: una perla rota que habría perdido casi todo su valor, tal vez pudiera sacarse por ella unas pocas monedas de oro y un cuchillo aserrado de hoja tintada en negro en una funda de cuero desgastada pensada para esconderle y disimularle. A parte del embozo e ir maquillado con sombras negras que, seguramente, le ayudarían a pasar desapercibido entre las sombras nocturnas no tenía nada más reseñable. Sus manos no eran particularmente callosas, señal de que no hacia trabajo duro como el de barrer de forma habitual y era bastante pálido debajo de las sombras de maquillaje.

-¡Argh, malandrín! Tente de una vez y deja de correr, piernaslargas - maldijo el enano -. Un enano y un secuestrador no pueden pasar demasiado tiempo sin un techo sobre sus cabezas, compañeros. Yo iría hacia ese almacén del fondo. Si Hank me acompaña, ambos podremos movernos bien por un interior a oscuras. Tanto el cazador - miró a Hugh - como el hombre santo - miró a Aiden -, podrán seguir el otro camino, si quieren, o cazar a ese barrendero.

Uno de los muchos dichos que había sobre los enanos aseguraba que eran lentos para comenzar cualquier cosa, pero que, una vez en ella, eran aún más difíciles de detener. Gogri se dirigió hacia el callejón que acercaba al almacén sin esperar que nadie estuviera de acuerdo con él, aunque quizá en su caso, tras tantos años de vida en la superficie fuera de sus cavernas y sus costumbres, miró hacia atrás para asegurarse de que al menos estaban de acuerdo con su decisión.

De nuevo con la vista hacia delante, el enano afinó la vista en busca de posibles accesos para aquellos que llevasen una noble humana a cuestas.

Siguió al enano hacia el interior del almacén. No pensaba entretenerse con un simple lacayo cuando había una vida en juego. Aquel enorme edicio parecía su mejor opción. ¿Sería aquella su guarida? ¿Sería el centro de las desapariciones? Dudaba que fuese a ser tan fácil descubrirlos, pero seguro que sería un buen punto de partida para acabar con aquello.

Desenvainó la espada y se acomodó el escudo. Su ritmo de carrera no era rápido, y no estaban siendo precisamente silenciosos. Si iba a meterse en la boca del lobo quería ir preparado.  

La oscuridad siempre ha sido mi aliada.- Comento a Gogri mientras le guiño un ojo, dispuesto a seguirle.

En las cercanías del lugar, vuelvo a susurrar al enano.- Permíteme hechar un vistazo, creo que el silencio no es una de tus muchas virtudes.- Y me dispongo a reconocer de cerca el lugar donde presuntamente se ocultan los secuestradores...

Sacó nuevamente el retal y se lo acercó al cánido al hocico. -Vamos, viejo. Esta es tu especialidad.- Susurró mientras los pasos del truhán se oían cada vez más lejanos.

Acto seguido, se unió a la búsqueda con Hank. Bajo ningún concepto podían dejar que se les escapasen.

Nadie tuvo la más mínima duda, Hugh ni siquiera necesitó más que unos segundos con el pañuelo, puesto que Silent tenía muy claro que, por mucho que hubiera desaparecido el rastro físico, el olor entraba en el callejón. No tardaron en perder de vista al villano que huía.

El callejón era muy oscuro demasiado para que nadie, salvo Gogri, pudiera ver nada sin iluminación propia; había desagüe que caían a las profundas alcantarillas justo a la entrada de la bocacalle, aunque no quedaba claro qué locales de la zona tenían conexiones con ellas y cuales no. Lo que no había era ningún acceso claro para una persona - o algo mayor que una rata para el caso - pero a Hank y a Gogri eso no les extrañó porque ya lo habían visto en su exploración anterior.

Los edificios laterales no tenían puertas ni ventanas a la calleja, poco más ancha que un carro, probablemente ésta era su parte de atrás. Pero al fondo del lugar, el edificio que debía ser un almacén tenía un portón carretero, con su postigo de menor tamaño. El portón era robusto, sin un ariete o un carro no se podría abrir por la fuerza, dado que era muy probable que tuviera una traba por dentro. El postigo era otro asunto, una puerta no mucho más robusta que la de una casa con su cerradura; aunque nada evidenciaba que no tuviera sus propias trabas. Ventanas no había, salvo una de carga de las que se usaban para sacar una polea y ayudar a cargar y descargar carros, situada en la parte alta, a más de cinco metros, sellada por sus postigos echados.

Salvo que hubiera algún acceso invisible - algo que Hank tras una exploración rápida dudaba - o el lobo se equivocara al señalar el callejón como el destino de sus perseguidos, no había otro lugar al que ir más que ese almacén. Al pícaro le parecía que el portón del almacén esta sellado y se abría muy poco, el postigo en cambio, aunque también trabado probablemente, se usaba con más frecuencia y no estaba en tan buen estado.

Permaneced atentos por si alguien nos acecha. Voy a medirme con ese postigo.- digo a mis compañeros y avanzo con cautela hacia el portón. Hincando rodilla en tierra, saco mis aperos y me dispongo a manipular el cierre.

Gogri sonrió. No pudo evitar un estremecimiento de gozo y un gesto de alegría, eso sí, siempre dentro de la moderación enana cuando sobrio. Echó mano de su hacha enorme y se aseguró de que le pico estaba a mano. Sin hacer ruido, practicó unos estiramientos estáticos. Levantó un brazo, luego el otro, y estiró y plegó los dedos con fuerza. Hizo lo mismo con el férreo cuello, que crujió varias veces bajo la presión.

Dentro de su mente, una canción repetía su estribillo una y otra vez, pero nada salía de sus labios.

Oh piedra, entrégame el metal que atesoras,

dame de tus tripas el medio

de fabricar los instrumentos de la guerra.

Tarán tarán, tararán tan tan. Tarán tarán, tararán tan.

No dejaremos que el baile cese

y cubriremos tus vetas con sangre

para que estés alegre, oh piedra.

Tarán tarán, tararán tan tan. Tarán tarán, tararán tan.

Sangre de orco, sangre de goblin.

Sangre, al fin, de la vergüenza que puebla la tierra.

Tarán tarán, tararán tan tan. Tarán tarán, tararán tan.

Rislân le quitó el cuchillo al hombre, tirándolo un poco más lejos. Buscó un trozo de soga y con suavidad ató las manos y los pies del supuesto ladrón o asesino. Una vez colocada la punta férrea de su lanza en el hueco entre el esternón y la garganta, el monje le despertó.

—¿Quién eres y a quién sirves?

El tunante miró al clérigo poco impresionado. Tenía una mirada desafiante y cara de pocos amigos.

-"No es asunto tuyo, viejo. No soy nadie y tú eres menos todavía. Te matarán por esto. Mas vale que te metas en tus asuntos." -

Escupió en su dirección, con fuego en la mirada.

El clérigo sonrió con paciencia. No le impresionaba alguien que tan poca estima tenía a su propia vida... y en lo que a él respecta, esperaba morir algún día. Con el rostro amable, punzó un poco más la lanza en la garganta de aquel servidor, instándole a hablar.

— Poco merece quien poco se quiere, amigo.

Quería distraerle mientras trataba de averiguar qué pensaba. Esperaba encontrar algún resquicio en su mente por la que saber al menos a quién o en dónde servía al Mal.

-"¿Qué eres, puto viejo? ¿Un filósofo o algo así? ¿Uno de esos monjes saltarines de mierda del monasterio?" -

El tipo trataba de mantener su fachada, mientras el clérigo oía cómo los pasos de sus amigos, los enlatados de Gogri y Aiden se alejaban casi perdiéndose en la lejanía. Pero su mente estaba en otro lugar, dentro de la del criminal, viendo lo que allí había, escuchándolo como susurros en su propia cabeza.

Preocupación. La guardia. Nos matarán a los dos. El gremio. Si habla le matarán. ¿Quienes son éstos tipos?. ¿Qué quieren?. No decir nada del almacén.