Partida Rol por web

No estoy tan seguro como Aiden de que este podría ser el lugar que buscamos...- Comento a mis compañeros.- Pero cierto es que se nos acaban las opciones.

Avanzando hasta la iglesia, escrutando la noche por si algún habitante rondaba la zona, compruebo la solidez del candado.- En fin, si este fuera el lugar, no creo que haya nadie dispuesto a abrirnos las puertas para husmear en el interior...- Digo mientras extraigo mi aperos de "trabajo" de la mochila y comienzo a manipular el cierre con la habilidad que me han dado los años de profesión...

Le llevó su buen cuarto de hora hurgar en el candado, por suerte ya era tan de noche que apenas se veía a cinco metros y, incluso si alguien se asomara a la ventana le hubiera sido imposible distinguir sus siluetas recortadas contra noche. Las manos de Hank se movía ágiles y silenciosas, ni siquiera sus compañeros que esperaban alrededor tapando la débil iluminación necesaria escucharon apenas ruido alguno.

Finalmente el candado se abrió, el pícaro anduvo rápido, agarrando la cadena antes de que se deslizase ruidosa al suelo, conteniendo el escándalo que pudiera haberse producido. La puerta parecía pesada y ruidosa, pero con suerte y juntándose dos podrían abrirla sin llamar en exceso la atención.

Hasta ahora no había visto ninguna trampa, ni nada que le preocupara. Más allá de estar aislados en una ensenada invadiendo el lugar de culto de decenas tipos de aspecto desagradable.

Permanecía junto al semielfo, ayudándole en lo que podía, mientras éste intentaba librar a la puerta del candado. Con una habilidad y suerte sin igual, consiguió hacerlo. Evitando incluso alertar a nadie al evitar que la cadena cayese al suelo. Tras lograrlo, Hugh intentó con sumo cuidado abrir las puertas con la ayuda de los compañeros.

Tras lo cual se internó en el interior del edificio donde, una vez dentro, encendió una antorcha para iluminar la estancia para sí mismo y el resto de sus compañeros. Acto seguido, saca el trozo de tela del vestido dandoselo a olisquear a Silentz.

-¡Busca viejo! ¡Busca!

Gogri sólo podía ayudar de una forma. Se quedó muy quieto en el lugar más sombrío que pudo encontrar, atento a que su visión en la oscuridad le diera alguna pista sobre movimientos extraños. Lentamente deslizó por su mano el mango de su arma, con mucho cuidado, sin cabriolas ni aspavientos. Su cabeza bullía con ideas y con antiguos dichos enanos, pero no dejó que su boca lo traicionase. Un enano sabía cuándo quedarse tranquilo y callado como una estatua, como una piedra.

Siguió a sus compañeros al interior en silencio. Observó con detenimiento en la oscuridad y buscó con la mirada algo que pareciese una trampilla, o que indicase que tipo de culto era el que allí se seguía. Pero su visión en la oscuridad no era la del enano, y sus dotes para seguir un rastro no podían ni compararse a las de Hugh y Silentz.

Una vez que el lobo hubo olisqueado la prenda esperó con cierta ansiedad. Esperaba que encontrase algo, un camino a seguir. Algo que indicase que no estaban en otro callejón sin salida.

El interior del edificio estaba tan oscuro como la boca de un lobo. Por suerte su ausencia de ventanas jugaba en su favor, pues podían iluminarlo sin riesgo a que se viera desde el exterior.

Como parecía el interior era pequeño, los muros gruesos se comían parte del espacio y sus altísimos techos en pináculo hacían parecer aún más juntas las paredes. Una campana de pequeño tamaño estaba junto a la puerta, suficiente para llamar a la gente del poblacho pero, probablemente, inútil para superar el estruendo del río y llegar a la otra orilla.

Había tres filas de bancos de madera, también de mala calidad, pero en mejor estado gracias a no estar en la intemperie. El interior no tenía ninguna decoración especial que diera alguna idea del culto que allí se desarrollaba.

El fondo de la capilla, dónde estaba un altar de piedra oscura con abrazaderas para manos y piernas, tenía la única referencia, una estatua de madreperla casi inidentificable era una especie de kraken sentado o tal vez un aboleth híbrido; ciertos rasgos como unas membranosas alas un poco demasiado pequeñas o garras retorcidas en apéndices que podían parecer adicionales sugerían un componente de los planos inferiores, infernal o abisal era imposible de determinar – tal vez origen de la hibridación del aboleth o la antropomorfía del kraken –

Aiden se adelantó unos pasos mientras Silent olisqueaba el trapo insistente, y a punto estuvo de poner rodilla en tierra, boqueando y con el gesto descompuesto. Se sentía un intruso, aplastado por un mal amoral, alienígena, insondable. Aunque se sobrepuso lo mejor que pudo tratando de encontrar algo fuera de lugar entre la vacilante luz de la linterna sorda de Hank estaba demasiado ocupado tratando de mantener los ojos abiertos y el contenido de su estómago dentro para advertir a través de sus ojos acuosos nada útil, incluso los rasgos exactos de la estatua le pasaron desapercibidos.

El lobo, por su parte, no tardó en entrar en el templo, conteniendo su instinto de ladrar rebuscaba, confundido, convencido de haber encontrado un rastro pero que no llevaba a ninguna parte, pues no podía seguirlo pero tampoco tenía premio.

No tardó sino unos segundos en reafirmar su idea de que aquel era el lugar. Sus peores temores se hicieron realidad en cuanto pisó el templo. Aquel era el corazón de la corrupción que había asolado la región. Allí estaba la impía estatua colocada sobre el altar, observándolos desde el fondo de la capilla, mostrándose indiferente al orden natural mientras exhibía sus grotescas formas. El mal al que se enfrentaban no provenía de este mundo, eso estaba claro. No estaba causado por hombres, elfos o enanos. Ellos eran solo los peones de una mente más sofisticada y despiadada, tan antigua como el mismo mundo, olvidada por la mayoría de las criaturas vivas... no por todas lamentablemente.  Y aun intuyendo todo eso, Aiden estaba seguro de que apenas llegaba a arañar la superficie de lo que tenía ante él. Estaba seguro de que no había hombre cuerdo capaz de comprenderlo en su totalidad.

Sintió que perdía el equilibrio bajo el peso de la revelación que se mostraba ante él. Durante un momento pensó que se iría al suelo. Su instinto - no el suyo, el que ella le había transmitido - lo llevó a agarrar el amuleto que colgaba de su cuello - el que ella le había regalado - en lugar de buscar un objeto al que asirse. Lo sujetó con fuerza, apretándolo contra su pecho, y cerró los ojos un instante. El golpe contra el suelo nunca llegó. Cuando abrió los ojos se encontró sudoroso, encontró su corazón acelerado y un profundo malestar lo invadía, pero seguía en pie.

-Tened cuidado, este es un lugar de insondable oscuridad. El mal al que nos enfrentamos... apenas alcanzo a imaginar que clase de ente tiene poder bajo este techo - Comunicó a sus compañeros.

Cuando entraron, observó el altar con cierto aire de preocupación. Pues francamente parecía, sin lugar a dudas, un lugar de culto a una entidad malvada. Se internó en dirección al mismo, en torno al cual estuvo dando vueltas. Iluminando con su antorcha, y observando con detenimiento el mismo.

No sabía lo que buscaba. Cualquier cosa que llamase su atención era digna de ser estudiada con detenimiento durante el tiempo necesario hasta dilucidar de lo que se trataba, o al menos intentarlo.

No le costó demasiado a Hugh localizar, pasado el altar, una losa de piedra, cubierta apenas por una capa de la tierra de ribera que hacía de suelo al lugar. Había sido barrida y extendida no hacía mucho. Tal vez menos de un día. Levantarla requeriría el esfuerzo conjunto de varios de ellos, pues pesaría fácilmente un cuarto de tonelada.

Gogri se escupió en las manos.

-Venga, ¡a ello! Abramos este podrido melón y ahondemos en la bilis caótica. O dicho de otro modo, adentro con todos y que arda este lugar. Porque arderá, maese paladín. Que hasta la oscuridad ésa más insondable prende bien ante brea y una buena llama.

El enano miró si podía hacer palanca con el hacha para facilitar el asunto, y no sólo eso, sino para evitar quedar muy cerca del hueco cuando lo abrieran. Si no, tiraría de la losa a la de tres en cuanto suficientes de ellos se aprestaran a su lado.

-Oiga, mago -se le ocurrió de repente-. Prepare uno de sus mejunjes para cuando abramos, que no nos cojan desprevenidos, si es que hay alguien abajo esperando a que asomemos.

El ímpetu del enano me cogió por sorpresa, pero rápidamente me repuse y avanzando hacia él, puse una mano sobre su hombro para apartarlo un momento.- ¡Gogri, espera!.- le susurro al enano.- No sabemos si hay algún ingenio o mecanismo unido a esta losa que pueda disparar alguna alerta o provocar algún daño.- Acto seguido, me arrodillo junto a la trampilla de piedra.- Déjame echarle un vistazo a esto...

Hank revisó cuidadosamente los alrededores, descartó rápidamente explosiones, porque en aquel lugar tan cerrado serían la ruina de la iglesia; tampoco parecía tener huecos o hendiduras que pudieran disparar gas o dardos, ni piezas móviles que indicasen que algo pudiera desprenderse o símbolos que presagiaran un conjuro atado. Estaba razonablemente seguro de que no habría sorpresas al levantar la losa, no podía garantizar que no hubiera algo debajo de la loseta o incluso anclado a abajo.

No era un matiz trivial, porque Hank juraría que la loseta estaba más pensada para ser movida desde abajo que desde arriba. Era para que algo entrara, no para que los de dentro salieran.

Nuestros peores temores se hacían realidad! Habían dado con una especie de secta o cultistas, de un mal insondable.

Levanta la losa Hank! Esa es la entrada a las catacumbas de los cultistas.

Entremos e investiguemos, quizas esten aquí las chicas. Solo pido que no hayan sido víctimas de algún ritual satánico.

Implorando a un poder superior, de que no corrieran esa suerte.

Confiando en mis sentidos, y bastante seguro de la ausencia de peligros, me dispongo a aferrar la losa mientras miro a mis compañeros en busca de apoyo.- De acuerdo Rislân. El acceso parece seguro... ¡UMF! ejem...Una ayudita vendría bien...

Presto a ayudar al semielfo, se acuclilla junto a la loza. Sujetándola fuertemente, dispuesto a levantarla al unísono. -Calma Hank. Necesitamos unas cuantas manos. Levantamos a la señal de tres...

La colaboración de los compañeros tuvo efecto inmediato. La losa se levantó, pesada y recia, abriendo camino a un tunel natural pero ampliado y remodelado para hacerlo más transitable. En particular unos escalones resbaladizos que se internaban en la oscuridad.

Olía a rancio y humedad insana, a agua estancada y se oía claramente el chapoteo del agua aumentado por los estrecho muros de roca. La textura de la piedra era legamosa, y aquí y allá había formaciones de algas, mohos y musgos.

El enano refunfuñó.

-Mira que me presto a hacer lo mismo que has hecho tú, y primero me detienes y luego me pides ayuda. Si ya es difícil entender a un elfo, un medioelfo resulta a todas luces inexcrutable. Ay -se sorprendió Gogri al no encontrar resto de enfado, más bien un afecto por el blanco de sus palabras. De una forma lenta, como el agua que se cuela en los intersticios de la roca, esa banda de extraños se convertía poco a poco en sus compañeros-. Dejad al menos que baje yo primero, que todo el mundo sabe que un enano en una cueva es más peligroso que en la superficie.

Por si acaso, al acabar la frase, Gogri se dejó caer directamente, hacha en mano y listo para asegurar la entrada a los demás.

El sudor que caía por su frente y el malestar que invadía todo su cuerpo no le hizo titubear. Bajo las escaleras inmediatamente tras Gogri, mientras desenfundaba su espada y se preparaba para lo que pudiesen encontrarse. 

-Ve con cuidado amigo, el mal que aquí se oculta es poderoso... -  advirtió a Gogri sin levantar la voz

Tras el descenso de Gogri y Aiden, me dispuse a continuar la marcha bajando presuroso por el pasaje. En cuanto mis pies tocaron el húmedo suelo, comprobé el estado de mis armas (mi preciado estoque y mi siempre fiel ballesta) mientras escrutaba hacia la oscuridad del túnel...
 

Descendieron por el túnel, resbaladizo, húmedo y maloliente. Manojos de algas putrefactas hacían aún más deslizante el firme de los escalones tallados crudamente en la piedra. Apenas abandonó el nivel del suelo con la cabeza, Aiden mejoró evidenciando la naturaleza sobrenatural de su mal de forma innegable.

El descenso se suavizó rápidamente en inclinación, pero la marcha no parecía que fuera a terminar pronto. Seguían una gruta natural que en algunos puntos había sido ensanchada, pero su discurrir era sinuoso, conforme al capricho de la naturaleza. Llegó el punto en que la humedad se incrementó tanto que, de hecho, el techo goteaba, casi en un chorro; el suelo estaba encharcado, cada vez más, hasta que llegó el punto en que Gogri y Aiden tendrían que pasarse mucho tiempo cuidando su armadura después, pues acabaron bastante hundidas.

El enano, de hecho, tenía su barba flotando, con el agua al cuello. Literalmente. Pero su preocupación era compartida, pues ninguno sabía nadar demasiado bien, en realidad. Los techos se estrechaban a la vez que el nivel del agua crecía, agobiando y provocando claustrofobia, hasta que unos metros por delante de ellos, el techo alcanzaba el agua con una bajada de medio metro repentina.

Iluminaron para intentar ver si había algo que mereciera la pena, todos pudieron notar que la luz que hacían pasar por el agua se extendía mucho unos dos metros más allá. Rislân les contó que eso era porque cambiaba el medio: el túnel sólo estaba inundado unos metros, luego volvía a emerger.

Los exploradores pudieron echar un ojo, confirmando que sólo era necesario contener la respiración medio minuto y apresurarse caminando bajo el agua para emerger del otro lado. Lo más difícil fue convencer a Silent de hacer aquello, pues el lobo ya estaba bastante molesto con tener que nadar en aquel agua pestilente.

Una vez cruzado el paso subacuático, el túnel resultaba aún más apestoso, un olor nauseabundo y almizclado mezclado con pescado podrido y humedad. El pasadizo no tardó en abrirse, tras varias recurvas, a un corredor más amplio. El brazo izquierdo parecía ascender con rampas empinadas y su aire parecía más fresco con un remoto aroma a mar. El derecho se internaba más en las profundidades de la tierra, pero ya a nivel y con el mismo ambiente opresivo que del que venían.