Partida Rol por web

Espada en mano y con el escudo preparado siguió a Gogri. Su visión no era tan buena en aquellas condiciones, pero el grito de Hugh no dejaba lugar a dudas, era el momento de entrar en acción. Fuesen lo que fuesen aquellas criaturas la batalla ya había empezado. 

Mientras Hank mantenía una posición más retrasada, ocultándose en las muchas sombras, Hugh tuvo que esperar unos segundos para soltar las flechas, puesto que las figuras aún no eran más que sombras entre los recovecos del túnel, para cuando tuvo un blanco claro su habilidad entró en plenitud.

El olor nauseabundo a pescado podrido y agua corrupta le hizo temblar ligeramente, por lo que la flecha más alta salió algo desviada y la gruesa piel del ser la repelió. Pero la segunda voló certera y su gomosa dermis cedió como mantequilla dejando el ástil profundamente hincado en el hombro de la criatura. El ser, aún una sombra borrosa entre las tinieblas, chocó contra la pared y se vio obligado a usar la lanza que traía como apoyo para mantener el equilibrio y continuar la marcha de combate, renqueante y dejando tras de un un rastro espeso y legamoso.

Cuando los tres compañeros que se habían quedado retrasados llegaron a la altura de Hugn y Hank, pudieron ver al pícaro agazapado en un rincón detrás del explorador, con las armas listas y preparado para saltar por sorpresa.

Al llegar pudieron ver que, unos segundos antes, eran unos humanoides de aspecto monstruoso los que llegaban. Tres primero, un con una flecha profundamente encarnada, y un cuarto que se escurrió detrás de los primeros. Más al fondo, entre las curvas sinuosas, se escuchaba que había más gente, al menos dos, uno de ellos mucho más grande.

Los seres eran, sin duda, el origen del hedor en los pasillos. Se trataba de peces humanizados, habían oído hablar antes de los sahuagines, los hombres pez de las profundidades, pero nunca habían visto uno y éstos seres no hacían justicia a la descripción. Sus pieles gomosas, más negras que verdes, no tenían aspecto suave sino legamoso y desagradable; tenían ojos de pez, grandes, blancos y muertos; sus manos eran garras con las que empuñaban largas lanzas lenguadas apropiadas para las profundidades y sus piernas se doblaban de forma extraña y tenían pies fuertemente palmeados, por lo que avanzaban a saltitos que hubieran resultado cómicos en otras criaturas no dotadas de su boca de filas de afilados colmillos y su mirada que, en sus ojos albos, transmitía sabiduría impía y un odio inmenso.

Percibida la llegada de sus compañeros, retrocede para dejarles paso mientras descarga otros dos misiles contra la amenaza que tiene más próxima.

La primera flecha atravesó el ojo de la criatura herida, que cayó de espaldas soltando su lanza para convulsionar violentamente durante unos segundos antes de quedarse quieto para siempre.

La segunda flecha rebotó contra el gomoso pescuezo de otra, aunque dejando un corte con pinta de doloroso pero no especialmente grave. Aquello seguía sin abrir la línea de hombres pez, pero la hacía más endeble.

Aprovechando el monje el certero ataque de Hug, con un rápido movimiento de su lanza, asestó una lanzada perforando a la desprevenida criatura que había sufrido un leve corte por la segunda flecha del arquero, perforando su gomosa y apestosa piel, sintiendo cierta satisfacción al hacerla sangrar. Ya que una criatura tan vil no merece piedad.
extrayendo a continuación su lanza, se prepara para el siguiente lance.

La lanza del clérigo, que pudo atacar desde segunda línea sin necesidad de atravesar el muro de puntas puesto que alcanzaba lo mismo que sus enemigos, se hundió con profundidad en el vientre del monstruo, que quedó atrapado listo para ser despachado por cualquiera que andase rápido. Se retorcía e intentaba devolver la lanzada, desesperado por librarse del asta que le mantenía indefenso.

-¡De lo tuyo voy a darte, bicho! -gritó, ahora sí, libre de prudencias, Gogri-. Acero del gratis, y en cantidad.

Como uno de esos enanos que se dedicaban a deportes extraños que implicaban introducir con un palo una bola en un agujero, Gogri giró la cintura e impulsó los brazos para proyectar el hacha con la mayor fuerza y precisión. Como uno de esos jugadores expertos, sonrió antes de terminar el golpe, porque parecía en verdad que buen camino llevaba.

Desconocía este tipo de apestosas criaturas, pero su pinta repulsiva no dejaba lugar a dudas de sus intenciones. Con rapidez, preparé mi ballesta y disparé un virote a uno de esos seres-pez. Lamentablemente, la suerte no me acompañó, y la flecha se clavó en el lodo a los pies de la criatura.

El hombre pez, empalado en la lanza de Rislân, observó desesperado cómo el hacha de Gogri se acercaba a su cabeza. Rebulló y tironeó, desagarrándose de forma horrible, a la vez que trataba de interponer la punta de su lanza lengüetada en su camino... pero no sirvió de nada y con un desagradable ruido de metal contra hueso, su cabeza salió volando para perderse en la oscuridad del fondo del pasadizo.

La mueca alegre de Gogri se perdió en una de dolor al comprobar que en su carga, la lanza de otro de los hombres pez había atravesado dos placas de su armadura, aunque no había conseguido superar el gambesón el golpe dolía mucho y ahora tenía un flanco abierto.

Aiden embistió apenas un metro por detrás del enano, en su precipitación por interponer la lanza, trabó la punta con el techo y quedó a merced del espadazo perfectamente dirigido del paladín. Por desgracia el cuello del ser era más duro de lo que parecía y retuvo la estocada el tiempo suficiente para que el ser marino se agachara, salvándose por poco de ser decapitado como su compañero, aunque sangraba en abundancia.

Los dos hombres pez restantes retrocedieron un metro, cediendo terreno para poder mantener su frente de picas y trataron de empalar a los dos combatientes frontales. Pero los luchadores ya estaban listos para el combate y avanzaron en orden, manteniendo sus defensas y desviando las puntas lejos.

Para ese momento, perfectamente iluminados, habían podido distinguir más detalles de los seres. No sólo no tenían el brillo normal de las escamas de los sahuajines y eran de un gris apagado, además eran ciertamente legamosos. Parecían ligeramente jorobados, pero sobre todo, nunca imaginaron que tuvieran tanta semejanza en su desnudez con los humanos, aunque ninguno era un erudito del tema, todos habían pensado siempre que serían, sexualmente, como los peces. En particular a Rislân algo en su morfología no le cuadraba.

Cuando pensaban que tenían la batalla perfectamente controlada, las figuras que habían intuido detrás alcanzaron el fondo. El primero era otro de aquellos hombres pez, pero su mirada maligna de ojos fijos y acuosos tenía no sólo la inteligencia cruel de sus primos, sino una sabiduría ancestral que permeaba y hablaba de conocimientos milenarios y oscuros. Se paró al fondo, formulando palabras incognoscible de sonido obsceno y primitivo, que a todos quedó claro eran un conjuro.

La cabeza de Aiden se llenó de visiones de locura, profundidades oceánicas infinitas y oscuras llenas de monstruos al acecho, un mal insondable, consciente y latente, que le amenazaba a él y a toda la existencia de la humanidad, incluidos los mismos dioses. Un terror paralizante le hizo tensarse y congelarse en el sitio, pero a fuerza de voluntad pura y aferrándose a sus sólidos principios morales y su fe, pudo vencer la sensación de futilidad y reaccionar.

Por el amplio hueco que dejó el sacerdote impío se escurrió algo mucho más grande. Parecía uno de aquellos hombres pez, sólo que su piel parecía mucho más gruesa y su tamaño cuadruplicaba el de los demás. Quedándose detrás de sus amigos más pequeños lanzó una estocada con su arma de asta del tamaño de un arbolito por encima de las cabezas de sus compañeros contra Gogri.

Aunque ésta vez el lanzazo no atravesó sus placas, el golpe fue como si un toro le hubiera pasado por encima. Sólo su férrea constitución enana y su experto entrenamiento evitó que acabara rodando por el suelo y fue en el último segundo que logró hurtar el cuerpo lo bastante como para que la lanza deslizase sobre su armadura de bandas en lugar de empalarle contra el suelo.

Tras evitar el golpe de la anfibia aberración que tenía delante volvió a la carga. El ataque arcano había estado a punto de hundirle bajo el peso de todo el mal escondido en aquel lugar impío, pero había resistido y con voluntad renovada estaba decidido a acabar con el horror que allí se ocultaba. 

Dio un paso adelante y lanzó un fuerte espadazo contra el mismo enemigo al que antes había golpeado. 

La estocada de Aiden fue certera, y el monstruo, debilitado por la pérdida de sangre, muy lento. La hoja superó fácilmente la lanza y se hundió con profundidad en el vientre. La criatura se convulsionó cuando el paladín retorció el acero, pero sus ojos no parpadearon ni mostraron nada más que un frío odio hasta el mismo momento en que se apagaron.

Viendo la imponente amenaza que sobre ellos se cierne, decide hacer uso de su potencial ofensivo contra la enorme criatura. Sin embargo, el revuelo formado por la llegada de los nuevos contendientesble hace perder la concentración y con ello su puntería.