Partida Rol por web

Casimiro cortó las cuerdas que ataban mis manos y noté como la sangre volvía a fluir por mis amoratados dedos.

Sentí un tirón en el brazo y levanté la mirada para escuchar al Justo. - Vamos.- Le contesté, pues poco podía hacer por ayudar a los dos hermanos, sin tan siquiera un arma con la cual defenderme.
 

Con la mano firmemente agarrada del mango del hacha por si se diera el caso de tener que defenderse, Bermudo comenzó a moverse entre la gente llevando al lado a Abid, intentando pasar desapercibidos entre la muchedumbre. Si conseguían salir de aquel tumulto y adentrarse en alguna callejuela de los alrededores, quizás tuvieran alguna posibilidad de salvar la vida.

Rezaba al Altísimo para que nadie se fijara en ellos y diera el alto a los alguaciles. Además, no podía quitarse de la cabeza la carta que aún llevaba escondida entre el ropaje. Necesitaba encontrar a alguien que pudiera leerla y quizás ese alguien fuera Abid.

- ¿Tú sabes leer? -Preguntole por lo bajo.

- No les dejaré solos. ¡Qué Alá vaya con vosotros! -dijo dándose la vuelta y acercándose lo más posible al cadalso con la intención de desenvainar y lanzarse al combate para ayudar a Diego y a Zaif.

Veíais entonces cómo los cuatro alguaciles levantaron sus espadas y comenzaron a lanzar mandoblazos a diestro y siniestro contra Diego, ¡SANTO DIOS! ¿Saben Vuacedes que ocurrió? Que si con Alláh y de su soplo divino habíase aprovechado Zaif, posado en el tejado, que ahora Diego había sido carne, pasto y experimento de la misericordia de Dios padre... ¿Quien explicaría sino cómo aquestos cuatro alguaciles del cadalso lanzaron sus "mandobladas" contra el recién ajusticiado y ninguna de ellas consiguió acertarle?

El primero fue horizontal, y Diego agachóse. El segundo que erró al tiempo que lanzaba desde su cabeza al suelo el embiste, y los otros dos que zarandearon el aire y la picada de la punta del filo fue en vano, pues ninguno de ellos acertó al susodicho.

Y en estas que, habiéndo entonces el alguacil Diego puesto carrera sobre el cadalso hacia los tejados, que dejó atrás a sus opresores, y tomó el mismito camino que lo hizo su hermano. Zaif, entre tanto, agachóse y tendióle la mano desde el borde de la teja para que siguiera sus pasos, ¿Cómo seria el salto de Diego?

Que mientras que Durán* seguía a Nazeh hacia el cadalso, avanzando entre trompicones a través de la gran masa, que Bermudo y Abid se iban alejando, muy poco a poco por la misma razón, de la escena (en queriendo ocultar al moro para evitar su ajusticiamiento).

Y no podrán sus mercedes creer lo que sucedió.

Veíais entonces cómo los cuatro alguaciles levantaron sus espadas y comenzaron a lanzar mandoblazos a diestro y siniestro contra Diego, ¡SANTO DIOS! Que si con Alláh y de su soplo divino habíase aprovechado Zaif, posado en el tejado, que ahora Diego había sido carne, pasto y experimento de la misericordia de Dios padre... ¿Quien explicaría sino cómo aquestos cuatro alguaciles del cadalso lanzaron sus "mandobladas" contra el recién ajusticiado y ninguna de ellas consiguió acertarle?

El primero fue horizontal, y Diego agachóse. El segundo que erró al tiempo que lanzaba desde su cabeza al suelo el embiste, y los otros dos que zarandearon el aire y la picada de la punta del filo fue en vano, pues ninguno de ellos acertó al susodicho.

Y en estas que, habiéndo entonces el alguacil Diego puesto carrera sobre el cadalso hacia los tejados, que dejó atrás a sus opresores, y tomó el mismito camino que lo hizo su hermano. Zaif, entre tanto, agachóse y tendióle la mano desde el borde de la teja para que siguiera sus pasos, ¿Cómo seria el salto de Diego?

La multitud contemplaba todo aquello.

En el momento que Diego me vió, se puso a esquivar como nunca lo había visto.— Para no tener sangre mora esquiva bastante bien. Pensé para mi, mientras le seguía tendiendo la mano para intentar ayudarle.

Diego corrió con una agilidad impropia de un hombre de su tamaño tras haber esquivado a los alguaciles y, sin duda alguna el mismísimo Dios Todopoderoso estaba de su lado, pues salto con una agilidad digna de un gato hasta el tejado donde hallabase su hermano. Ni siquiera tuvo el joven que recurrir a la mano tendida y que de buen seguro lo hubiese arrastrado al suelo por la diferencia de tamaños.

Fue entonces que, mientras todos estábais observando el plantel de los acusados (más bien y mejor dicho "condenados"), que vísteis algo "indecible", inhóspito y sorprendente. Los espadazos llovíanle encima del cadalso al alguacil Diego, procedentes de los cuatro alguaciles que los iban a ejecutar. Sin embargo, en ansia quizá por matarle hizo que éste resbalara entre los embistes de unos y de otros, en tanto que ninguno de los susodichos logró acertarle...

Ni harto ni perezoso, Diego echó a correr por el mismo lugar que lo hizo el su hermano, Zaif, y yendo en carrera e impulso que se encaramo de un precioso salto hacia el tejado, agarrando el borde de la casa más próxima y elevándose como si también dios hubiérale dado alas. Aquello parecía como cuando íbais saltando días atrás sobre los tejados de la Plaza del Potro, como si vuestros cuerpos no pesaran sobre el aire...

Zaif ayudó a agarrar a Diego, y justo cuando ambos estaban ya sobre el tejado, la gente morisca de la Morería estaban tan eufórica y presionaba tanto a los guardias que custodiaban el cuadrilátero bajo el cadalso que los empujones, la algarabía y las ganas de reprender a aquellos hombres de ley y justicia hicieron que se armase "la de Dios es Cristo": Los habitantes de la morería cargaron contra los alguaciles que rodeaban el cadalso y muchos de ellos subieron a éste por escaleras o aupándose en el borde directamente. Comenzaron a romper las sogas y las estructura y por supuesto tomaron a los alguaciles, rodeándolos, reduciéndolos y llenándolos de puñetazos y patadas.

Y es que lo que no era de justicia era reprender a un musulmán (Abid) en las propias puertas de su casa. Éste fue el detonante de la revuelta en aquella. Sin daros cuenta habíase hecho mediodía.

¡¡Nazeh!! -gritó Casimiro mientras veía cómo este iba directo hacia el cadalso-. ¡VUELVE AQUÍ! ¡HAY QUE LARGARSE!

Entonces comenzó a hacer señales a Diego y Zaif desde la multitud y éstos le vieron. El caballero Casimiro hízoles un gesto par que continuaran avanzando de tejado en tejado hasta el final de la calle, hasta la entrada de la Morería. Luego cogió de las ropas a Durán y lo empujó en la dirección en la que ya iban, apartando a trompicones a la gente, Abid y Bermudo.

Mientras Zaif y Diego saltaban de tejado en tejado (las viviendas eran contiguas, por lo que no había peligro alguno), el resto del grupo avanzaba por la calle de la Morería paralelamente, mientras atrás dejaba el linchamiento de los soldados por la masa enfurecida y reivindicadora morisca. En la última casa, los hermanos alguaciles saltaron a un carro de paja allí dispuesto, y luego os reunísteis todos de nuevo.

¡Es un milagro del cielo! -procuró Casimiro pensando en lo que había sucedido-. Aún no podía creerse que Abid, Diego y Zaif hubieran escapado de una muerte instantánea. ¡Hemos de salir de aquí -decía mirando a todas partes, inseguro, mientras la masa de la Morería jaleaba fuertemente gritos y voces-, pero antes...! -entonces miró a Nazeh-. Vos teníais ese fragmento de papel, ¿verdad?

Se refería al trozo de papel que tenía algo escrito en Árabe y que era sostenido por el cadáver de don Juan de Hoces.

Respiraba Diego de una forma irregular debido a la carrera de obstáculos que, espada en mano, había tenido que hacer. Aún no podía creer que hubiese sobrevivido no solo a los alguaciles, si no también a los moros ante los que había confesado el buen hombre. Sin duda el buen Dios había querido recompensarle por tratar de salvar a su hermano...y quizás también al infiel. O tal vez al Todpoderoso no le hacía gracia que se resolviese un crimen como aquel con un falso culpable. En cualquier caso, a Diego aquello no le importaba; la teología le levantaba jaquecas de cabeza y haciale sentir decenas de piedras rodando por su cabeza.

¡Mala sangre tienen estos alguaciles!—exclamó finalmente tras un fuerte suspiro—solo comparable a su poca habilidad con la espada.

Solo lo poco que aprendí en la Madrasah.- Le respondí al Justo antes de ver saltar a Diego, cuando ya nos habíamos puesto los dos en marcha.- ¿Por?

Ya en la entrada de la morería, con todos de nuevo reunidos seguía sin creerme que conservará la vida. Pero el todopoderoso así lo había decidido y como solía decir mi abuelo, a pesar de no haber pisado un navío en toda su vida, "Cuando sople tu viento, aprovéchalo", y eso era precisamente lo que pensaba hacer.

Deberíamos ir a un lugar seguro.- En esos momentos solo conocía uno, la casa del Bonilla, pero yo no había visitado anteriormente la ciudad.-Lo antes posible.

Aquellos hombres estaban bendecidos por el cielo o, quién lo podía saber, por el mismo demonio, pues había sido una auténtica proeza haber salido bien parados de tal situación.

- Hay una carta escrita en árabe cuyo contenido quizás sea muy importante para esclarecer el asesinato. Si pudieras leerla... quizás nos dé alguna pista.

Seguía con la boca abierta, lo que había pasado delante de mis ojos se podía calificar de milagro, no se como lo habían hecho, pero de entre la multitud habían salido con vida nuestros antiguos compañeros. 

Al sentir el empujón de Casimiro, me devuelve a la realidad, y corro a lo largo de la calle Morería. Estábamos todos juntos y había un misterio que resolver. 

La traducción que podía hacer Abid, era una de nuestras últimas esperanzas. 

- Tomad el papel, alguien ha de leérlosno para saber qué contiene. No puedo creer lo que acabo de ver, si los milagros son ciertos, lo que acabamos de presenciar es uno. Nunca jamás pensé que se pudiese escapar de esa manera ante tantos guardias. Ya os dábamos por muertos... espero que ahora no os dejéis atrapar con tanta facilidad-bromeó y soltó una risita.

Estuvimos Diego y yo un rato saltando por los tejados de la morería de Córdoba hasta que al fin encontramos un carro de paja que estaba esperando por nosotros.
Al reencontrarnos con el resto del grupo pude observar las caras de incredulidad con las que nos miraban y se me escapó una carcajada.
- Pues ya estamos juntos todos otra vez. Dije sonriendo y dando una palmada en la espalda a Abid.

El todopoderoso debe estar a nuestro lado.- Respondí a Zaif tendiendo la mano para recoger el papel que me entregaba Nâreh.- Cuando subíamos al patíbulo estuve seguro de que no volvería a bajar de allí.

Cuando el sol ... No esta palabra no es sea.... Mientras la luna .... No, seguro que eso no se traduce así.....Durante....No imposible.

No logro entender nada.- Confesé devolviendo el papel a Nâreh.- ¿Habéis pensado en llegar esto al Imán? El seguro que sabe traducirlo.

Casimiro se revolvía por dentro mientras comprobaba cómo Abid tampoco sabía leer el contenido de aquel pedazo. Sin embargo, estaban en la morería, y seguramente algun habitante de allí pudiera seros de ayuda, ¿qué mejor sitio en toda la ciudad para leer el lenguaje de Alláh y Mahoma?

Nada de Imán... -dijo el calatravo-, aquí se encierra una conspiración, y puede ser peligroso encomendarla a la luz. Si desde un principio el asesinato del Jurado se nos comunicó tan de secreto, por aquello por lo que muriera don Juan de Hoces, y que tenemos delante nuestra sin poder descifrarlo, no podemos ahora airearlo... y menos a un infiel popular. Hemos de encontrar a alguien... Y deprisa: me temo que la Morería se llenará de más alguaciles en cuanto el linchamiento de soldados llegue a los oídos de los cuarteles de las collaciones...

Vaya pues con los moros que ni leer su propia lengua sabían. Diego gruñó como un perro por lo bajo. Tanto riesgo para nada, pero en fin, algo había que hacer para leer aquello y desde luego no iba por coger un moro al azar y amenazarle para que leyese, pues lo mimso tampoco era capaz.
No me gustaría restregar mas mi nombre así pues, busquemos a alguien que pueda leer esos garabatos—dijo finalmente Diego.—tenemos por ventaja que, habiendo yo confesado, el asesino estará desprevenido, sabiendo que nadie irá por él.

Parecía que nadie se había fijado en que yo era medio moro y que no iban a tener en cuenta mi cerebro.
Me acerqué a donde se encontraba Casimiro y le pedí aquel papel.
Tras intentar descifrar aquellas ininteligibles letras desistí de seguir con aquello. Total, ni Abid ni Naceh, que eran moros enteros, habían sido capaces de leerlo más difícil seria para mí que había sido criado lejos de esa cultura.
Al final, me encogí de hombros - Nada. Tampoco soy capaz de entenderlo. Tenía que intentarlo. - dije con cierta decepción y le devolví el papel a Casimiro.