Partida Rol por web

Nazeh y el Errante salieron de sus respectivas salas; uno por los sonidos de alerta que le llegaban cerca de Casimiro y el otro debido a que escuchó la nueva de Bermudo. También escuchásteis la voz de Abid desde su cuarto, que griataba "¡VENTANA!", y os hacía saber que también había encontrado salidas... Casimiro ya luchaba contra dos tipos vestidos a las iguales que él: parecida capa, similares botas y el idéntico sobreveste oscuro decorado con la cruz de Calatrava... ¡Luchaba contra sus propios hermanos de órden!

Casimiro instó a Nazeh a que se moviera, ya que él aguantaría a los dos mientras corría a alguna de las habitaciones que, según sus compañeros tenían ventana. Tanto Nazeh como Durán se reunieron a golpe de carrera en la sala de Bermudo, que no era sino una cámara femenina, alcoba de mujer. Mediante una voz, Casimiro instó con voces desde la distancia en salir por la ventana (saltar o subir al tejado, lo que fuera, pues no podía contener más a los militares que tenía delante de sí).

Al abrir la ventana, veías la calle, la que daba a la salida de la casa. Oías cómo tus compañeros entraban en la habitación de al lado, mientras que mediante una voz, Casimiro instó desde la distancia en salir por la ventana (saltar o subir al tejado, lo que fuera, pues no podía contener más a los militares que tenía delante de sí).

Solo había una salida y aunque hubiera sido conveniente registrar la habitación, no había tiempo. Si lo hacía quedaría atrapado para en la mansión del comendador de la orden de calatrava.

Volví a mirar al suelo, estaba increíblemente alto. Cerré los ojos dando un paso para atrás. No podía pensarlo mucho más, porque sabía que si volvía a mirar hacia abajo sabía que no reuniría el valor para saltar. Así que salté.

- ¡HAY DEMASIADA ALTURA PARA SALTAR AL SUELO! -mira hacia los lados -¡justo allí! ¡ al tejado de la casa de al lado! probemos a saltar allí y luego a la siguiente casa.

Se coloca junto a la entrada y se atreve a asomarse para ver al calatravo dándolo todo para que tengamos la oportunidad de escapar

- rápido, empezad a saltar, yo os cubro.

Veías a Casimiro retrocediendo mientras daba mandoblazos de abajo a arriba, de atrás a delante, de forma completamente magistral; vamos, que parecía estar lucíendose a las bravas y por obligacion, pues la vida íbale en ello. Más dos contra uno no era lo propio ni lo digno, y en tanto que los tres eran caballero de Calatrava, los dos acechadores comían terreno cada vez más a Casimiro, que acercásabe de espaldas hasta la puerta de la sala donde estábais, ¡¡Cómo los aguantaba el jabato caballero!!

Asomose a la ventana para ratificar lo que decía el moro, en verdad la altura era considerable y, en camio, el paso por los tejados parecía más fácil de recorrer. Un tanto preocupado por la suerte que pudiera correr Casimiro pero, mal que le pesara reconociendo que sería una tontería que los cogieran a todos, Bermudo salió por la ventana dispuesto a subir por el tejado. Una vez arriba seguro que lo tendrían más fácil para llegar a la calle sin tener que arriesgarse a romperse la crisma.

Y dicho y hecho pusose a alcanzar el tejado, mirando de vez en cuando atrás para asegurarse que sus compañeros le seguían y comprobar que sólo ellos lo hacían, parecía que a los calatravos no se les veía en la calle.

Algo iba mal. El suelo se acercaba cada vez más deprisa sin poder controlar la caída.

LA distancia al suelo era considerable, y seguro que la caída sería dolorosa. Al ver como Casimiro nos da tiempo para actuar, sigo a Bermudo hacía el tejado para buscar otra salida en la casa de al lado. Te sigo. 

Coloco mi pie en el borde de la venta y hago fuerza con la pierna para elevar mi cuerpo completo dentro del marco de la ventana. 

Fue entonces cuando Casimiro Lopez entró en la sala donde estábais, cerró la puerta, y justo entonces apoyó su hombro y el peso de todo su cuerpo contra ella. Vísteis cómo desde fuera daban portazos, intentando abrir la entrada también a base de hombro, pero el calatravo tenía empaque y un buen cuerpo...

¡Venga! ¡SALID! ¡no podré contenerlos mucho más! -dijo en deseperación Casimiro para que os diérais prisa!

Fue en éstas que Nazeh, el Justo y el Errante se encaramaron, uno a uno, a la ventana de la habitación donde estaban. Primero el arabe, luego Bermudo y finamlmente Durán, los cuáles se apoyaron sus pies en la bella cornisa del palacio de malogrado don Juan, y ambos se impulsaron hasta alcanzar, sin problema alguno, el tejado. Claro que, Abido, que estaba en la habitación anexa (la cual también tenía una ventana que daba a la calle principal), pensó otra cosa distinta; y no fue sino intentar saltar de forma ilesa hacia la via principal...

Pensándolo bien, no crean vuesas mercedes que carecía de sentido, pues no era lo mismo una caída desde aquellas dos ventanas que desde el tejado... Y en éstas que Abid, en queriendo hacerlo con tan grande éxito, perdió la compostura, y pareciera que lo que cayera de la ventana en fastuoso salto no fuera sino un pelele de trapo, fruto de la divina gravedad... Abid cayó al vacío, golpeándose en el suelo justo delante de la puerta  de entrada de la casa del comendador don Juan. Y pareció que el tremendo impacto le había dado hasta en el cielo de la boca, pero realmente su mayor impacto lo soportó su pecho...

Daño: 7 puntos de daño. --> Secuela en pecho*

Fue entonces cuando depusístes vuestras armas. Os arrebataron todas ellas sin resistencia alguna, cosa que cualquier jurado (a no ser que uno fuera infiel, sodomita, prostitua o criminal), tendría en cuenta como atenuante de cualquier crimen con vuestra profesión de justicia local a las espaldas. Los dos alguaciles iban tras vosotros dos y el caballero de Calatrava avanzaba en vanguardia hacia la puerta de entrada, cruzando el patio interior.

BZZZZ....¡¡¡PAFFF!!!

Fue entonces que, antes de pisar la calle, algo cayó al suelo (ya en la calle) justo delante de la entrada, estampándose contra el suelo. ¡¡ERA UN HOMBRE!! ¡¡UN MORO!! -debieron pensar vuestros captores-: ¡era Abid! ¡Había caído al vacío!

Y es en éstas que, tras haber caído Abid (el pobre musulmán había dádose un buen golpe, hallábase sangrando y probablemente tendría algo roto o fisurado por dentro), que éste y los que ya estaban en el tejado vieron salir por la entrada de la casa del Comendador a un grupo de cinco hombres... No eran los que estaba aguantando Casimiro para daros via libre, sino que eran otros tales y similares (bueno, casi...): había un caballero calatravo en vanguardia, que fue el primero que sacó la espada y apuntó a Abid, y luego cuatro alguaciles... ¡cuatro! Mas dos de ellos iban desarmados y a punta de espada a sus espaldas; y los tales no eran sino los hermanos Zaif y Diego.

Habían sido hechos, tal y como ahora mismo lo iba a ser Abid...

.... ¡Prisioneros! -gritó el calatravo que observaba al moro tendido en el suelo-. ¡Tunante! ¡Tu también has contribuido a esta consipiración! ¡LOS TRES A CUARTELES IRÉIS HASTA VUESTRO JUICIO! ¡Levántante moro! -deciánle a Abid-.

Desde luego era más sencillo organizar una fuga a Abid que explicar que hacían dos alguaciles con un moro en la casa de Juan de Hoces. Sí. Siempre podrían organizar una fuga...aunque ¿Qué demonios? No era más que un infiel... No es que Diego tuviese mucho en contra de los monos.  Bueno, su hermano era mediomoro y mataría o moriría por él a pesar de ello. Pero una cosa es no tener nada en su contra y otra muy distinta arriesgar tanto por él. 
¡¡ES ÉL!! ¡A ÉL PERSEGUIAMOS!! exclamó tratando de parecer creible.

Un nervioso Bermudo contempló la caída de Abid y como los alguaciles salían a paso ligero para no permitir que escapara, aunque el pobre poco podría moverse por el momento. La situación se ponía cada vez peor y no quedábales más remedio que salir de allí por pies. Mas las prisas no son buenas en estos menesteres y Bermudo, después de tomar una carrerilla que de poco le serviría, dispúsose a saltar al tejado de la casa vecina, con tan poco brío en el salto, que viose de pronto volando y comprobó, con los ojos abiertos como platos, que el suelo acercábase demasiado deprisa a su encuentro. Cruzó los brazos ante la su cara en un vano intento de frenar el golpe que, sin lugar a dudas, le dejaría tullido de por vida sino muerto.