Partida Rol por web

En el horizonte se recortaban las figuras de cuatro jinetes. Era un grupo variopinto sin duda, y a veces no del todo bien avenido entre sí, pero ya llevaban un tiempo juntos y no se habían matado entre ellos. Lo cual quería decir bastante.

Habían llegado a las llanuras de Montana, que a pesar de sus famosas extensiones no quería decir que no tuvieran alguna montaña. Simplemente no eran las rocosas. La cuadrilla tenía entendido que era un lugar tranquilo, y esperaban llegar a un pueblo donde descansar comodamente antes de que llegara la noche.
Tranquilo para lo que es el Oeste claro está. Un Oeste donde las sombras son un poco más largas, y en determinados sitios es mejor no pasear de noche. Pero tranquilo a su manera.

Por eso cuando escucharon sonidos de disparos todos se pusieron un poco tensos, algunos más que otros, y miraron a su alrededor con las manos cerca de sus hierros.
Enseguida se percataron de que los disparos fueron en la lejanía. Tan solo el viento, u otra cosa, había hecho que les llegase el sonido. La dirección fue bastante fácil de localizar, pues al poco pudieron ver una columna de humo, casi al mismo tiempo que cesaron los tiros.

Al escuchar los disparos puso el caballo al paso como primera reacción, pero al percatarse de que, para variar, no iban dirigidos a ellos, espoleó la montura —¡Haa, Ginebra!

Estaba buscando una colina desde la que ver mejor la fina columna de humo ¿Bandidos asaltando una caravana? Un campamento... ¿Una traición? Se le ocurrían varias opciones, todas incluían bandidos.  Dios y el diablo sabían cuanto los odiaba, ya le había enviado unos cuantos.

Norris disfrutaba de la cabalgada tranquila por Montana. Era consciente de que su caballo no disfrutaba tanto, estaba cansado. Sabía que debía contenerse con sus desayunos de huevos con bacon, pero la tentación era grande. Se había aficionado a la deliciosa comida de su amada Agnes y la vida familiar en el rancho. Esperaba que este viaje le hiciese recuperar la forma.

Palmeó en el cuello a su caballo. - Tranquilo Estrella, tranquilo, lo que no te mata te hace más fuerte. Llevarme a tu grupa te hará el alazán más robusto a este lado del Mississipi.

Los disparos le pusieron en alerta. - Será bueno echar un ojo. Si vamos a tener problemas, mejor tomar la iniciativa - Además, podía haber gente buena en peligro. Su instinto protector fue la razón para hacerse ranger y seguía tan fuerte como el primer día.

—¡Pardiez si tenéis razón!, si podemos echar una ojeada a la mano ajena antes de la partida, mejor que mejor —contestó James con su sempiterna sonrisa que acentuaba un característico hoyuelo que le daba personalidad.

En el momento del disparo se encontraba aburrido y haciendo rato cortando la baraja que siempre le acompañaba con una única mano. Un hábito que en todo pueblo que pasaban ponía a todo el mundo muy nervioso especialmente si eran jugadores. Por eso, acababa por imponerse la razón y acababan sacando siempre una baraja nueva en cualquier timba.

Y viendo que estaba a punto de quedarse atrás, picó espuelas y azuzó a su caballo para ponerse a la altura de los que le precedían¹.

—Mpf.— asintió Amon.

Cuando no estaba ejerciendo como tal el predicador era un hombre más bien parco en palabras. Las palabras de sus compañeros denotaban la sabiduría de los viajeros: si hay problemas es mejor conocerlos de antemano y nunca dejar a las espaldas alguna probabilidad de ser atacados.

Aunque a él lo que le interesaba era la posibilidad de ayudar a los desvalidos si estaban en apuros.

Al final todo se resumía en lo mismo: sobrevivir.

La cuadrilla se puso en movimiento como un solo hombre en dirección al humo que veían.
Enseguida se dieron cuenta que el lugar estaba más lejos de lo que parecía en un principio, pues tuvieron que cabalgar casi media hora a un buen paso para llegar a ver bien la escena. En verdad los disparos parecían que habían sonado más cerca. Afortunadamente el humo era un muy buen indicador, y no había riesgo de perderse.

Todavía estaban a un buen trote, pero ya podían ver claramente la escena después de pasar la última loma. Una pequeña caravana de carros, tres en realidad, habían sido atacados. Los carros estaban dispuestos en un triangulo defensivo, pero no parecía haberles servido de mucho. Uno de ellos estaba ardiendo.
También pudieron fijarse en un par de cosas más. Había cuerpos tendidos en el suelo, y otros en pie alrededor de los carros. Las figuras en pie eran indios sin lugar a dudas, y parecian estar rebuscando algo. Al menos hasta que la cuadrilla apareció.

Contó tres alientos antes de bajar la mano al hierro.

Exhaló por tercera vez, pero no agarró la pistola. Habían escuchado disparos, pero los pieles rojas no usan armas de fuego. Debian ser de los defensores, en todo caso ¿cómo pudieron perder contra salvajes armados con palos? —Este sabueso no caza...

En todo caso, habían tenido suficiente tiempo para rebuscar si hubieran atacado ellos ¿Podían ser saqueadores? ¿O curiosos? Había escuchado los rumores sobre los Sioux y como las armas de pólvora fallaban en sus territorios.

Su primer impulso fue echar mano de la escopeta y lanzarse contra los indios, pero lo pensó mejor. Como agente de la ley estaba entrenado a no fiarse de las apariencias. Al igual que la señorita Cooper, llegó a la conclusión de que los indios no eran los causantes del ataque a la caravana. Lo cual no significaba que fuesen amigos.

- No creo que hayan sido ellos. Sugiero hacer un disparo al aire de advertencia y luego acercarnos con cautela.

Sarah echó mano a la pistola con la señal del ranger, pero en lugar de dispararla se lo pensó mejor y llevándose la mano al labio inferior silbó con fuerza esperando que resonara en la llanura hueca. 

Amon miró al ranger.

—¿Un disparo de advertencia? De hacerlo yo diría de acercarnos en silencio.

No veía supervivientes pero eso no indicaba que no pudiera haberlos escondidos. ¿Habrían atacado los indios la caravana? De ser así ¿cuál era el motivo? No parecían estar cerca de sus territorios.

-El silbido de la señorita Cooper será mejor que un disparo al aire. La idea es no amenazar a esos indios. No parece que hayan sido ellos los causantes del ataque y quizá tengan respuestas.

Aunque nunca se sabe, así que Norris guardó la escopeta en las alforjas de su alazán pero mantuvo las manos cerca de las pistolas.

A pesar de la distancia el padre Usher pudo darse cuenta de que solamente había cindo indios. Tres entre los carros y dos en los caballos. No vio a nadie más en pie o que pareciese vivo, pero se fijó también que entre los cuerpos caidos había niños. Y más de uno. Debían ser varias familias seguramente.

A pesar de que los indios no solían salir mucho de las Naciones Sioux, que estaban al Este de donde se encontraba la cuadrilla actualmente, eso no quería decir que no hubiese algunos descarriados desperdigados. Afortunadamente en Montana no tenían el extraño problema de que las armas y aparatos modernos dejasen de funcionar.

—Adelante... Silbido o disparo, igual da —valoró el irlandés al escuchar el silbido. Volvió a sacar las cartas de su pechera, donde las había guardado para ser capaz de mantener el galope—. Servirá para que se dispersen si son listos, y podremos buscar supervivientes para enterarnos de qué ha pasado. Si no lo son... habrá que batirse el cobre.

Y empezó a barajar las cartas como si esperase encontrar en ellas el resultado de la contienda por suceder mientras observaba la reacción de los pieles rojas.

Tras ver aquella escena la cuadrilla pico espuelas y se dirigió a la caravana. Algunos sacaron sus hierros y otros hicieron silvidos y gritos para hacerse notar.
Más no es que hiciese mucha falta, pues los pieles rojas se habían percatado de ellos. Los que estaban por entre la caravana subieron rápidamente a sus caballos y se disusieron a huir. Al parecer no querían un enfrentamiento contra gente que pudiera defenderse.

Cuando los jinetes llegaron a la altura de los carros pudieron ver bien claro los cuerpos, al menos una docena, todos muertos. Y tal y como había visto el predicador había niños también.

Norris agitó la mano y grito: - No os vayáis.

Maldita sea, eran testigos esenciales para saber quién había hecho aquella salvajada. No podía dejarlos escapar sin más. Tampoco podía obligarlos a testificar... digo a responder a sus preguntas.

Perseguirlos no conduciría a nada bueno, pero trotó hacia ellos en solitario. Un solo jinete no representaba una amenaza para ellos. Avanzó hacia ellos al trote con la esperanza de que alguno se detuviese a parlamentar.

Era una acción osada... y es que Norris era un ranger osado.

O'Callaghan por su parte, antes de decidirse a perseguir a los indios revisó rápidamente las cabelleras de los caídos para comprobar la firma de sus asaltantes.

La mujer no comprendía las intenciones del ranger, pero hasta ahora había tenido buen tino con sus intuiciones, si decidió seguirlos y no dispararles con el rifle, lo respetaría. Ella por su parte se bajó de la yegua y se puso a husmear. Dudaba que el caballo de Norris aguantara el galope como para alcanzar a los indios.

—A más de uno no lo reconocería ni su madre —se aventuró a decir mientras revisaba una de las carretas. Bromear cuando no era adecuado era un talento que no desperdiciaba. Y es que uno podía acostumbrarse a una comida que no le gustara, pero a esto, muy pocas personas tenían suficientes redaños para afrontarlo sin una buena gracia.

—¿Le dejamos el almuerzo a las hienas o buscamos con que enterrarles, Padre?

El sacerdote descabalgó y contempló los cuerpos del suelo. Apretaba en su mano derecho la biblia con tal fuerza que sus nudillos se tornaron blancos.

—Malnacidos...— rumió mientras cerraba los ojos de uno de los niños que quedaba mirando hacia el cielo.

La huida de los indios denotaba que eran los culpables de aquella matanza. Cerró los ojos para apaciguar la furia que inundaba su corazón. Luego se dirigió hacia uno de los carromatos para buscar una pala¹ como contestación a la pregunta de Sarah.