Partida Rol por web

¿Es que nunca van a dejar de salir más de esos malditos caballeros de Neraka? Aparecen más deprisa de lo que nosotros conseguimos reducirlos y eso que Kylian está haciendo un trabajo asombroso para despacharlos. Si el resto solo fuéramos la mitad de efectivos que él...

Cargo un virote en mi ballesta y apunto con ella en varias direcciones sin terminar de escoger un objetivo. Varios de ellos combaten en el centro de la estancia contra varios de los nuestros y temo acertar accidentalmente a alguno de mis amigos. Yo no tengo la puntería prodigiosa de Glin.

Finalmente opto por hacer caso de las indicaciones de Lowen y apuntar contra uno de los sacerdotes oscuros, el que no ha tenido la prudencia de parapetarse tras una columna natural. Lo más probable es que yo no logre alcanzarlo, pero quizá sí consiga hacer que se lo piense dos veces y decida darse media vuelta volviendo por donde ha venido.

Aquello estaba durando mucho más de lo aconsejable. A cada momento que pasaba se acercaban más y más enemigos. Debían despacharlos cuanto antes o se verían en un buen aprieto. Qué demonios, ya estaban en un buen aprieto.

Glinthalas inspiró profundamente y se echó hacia delante con el ceño fruncido, concentrado en los pasos que debía dar. Eran pasos complicados, que debían ir fluidos y precisos o acabaría muy mal. Pero aquel no era un muchacho cualquiera, era un pícaro elfo de pies alados y agilidad de gato. Su figura por un momento fue un borrón, se deslizó a la espalda de Lowen, le superó, dio un salto en el aire, rodó por el suelo, giró en un ángulo improbable mientras cargaba su arco y fijó su objetivo en un punto débil de la armadura del oponente del guerrero solámnico.

La flecha apenas tuvo tiempo de salir de su arco cuando ya se estaba clavando en su objetivo.

Finalmente, se había hecho aparecer la cabeza de aquella cuadrilla. Aunque sus palabras, no pudieron ser sino de los más insultantes ante alguien de su posición y talla. Claramente no tenía ni idea de ante quién estaba. - ¿Esclavos? Realmente no posee la más mínima idea de lo indecorosa que ha sido su oferta. - No pudo evitar soltar de su boca con claro desprecio y asco, terriblemente ofendida por las terriblemente irrespetuosas palabras del caballero, que sólo podían ser fruto de un burdo ignorante revestido en placas de metal ¿Una Noble? ¿Como esclava? Optaría morir mil veces antes que someterse a tal humillación. Y hasta mataría antes que aquello.

En medio de su grave indignación, no pudo evitar dejar momentáneamente de lado la asistencia que requería Lowenherz, sólo para poder darse el lujo de castigar con fiereza y ubicar a esa parva de lacayos deplorable e inculta. Debían pagar por tal terrible ofensa, y con el filo de su espada buscó con todas su fuerzas y técnicas el atravesar la armadura del guerrero más cercano. Aquellas palabras le costarían más de un lacayo, sino su propia vida.

Las palabras del caballero resonaron en la cueva, e hicieron esbozar una sonrisa sarcástica a Lowen.

Claro, ahora mismo tiro mi espada y me pongo las cadenas al cuello. - pensó con ironía.

No obstante, no malgastó palabras en responder a las bravatas de su oponente. Glin daba volteretas muy cerca, y sus flechas, certeras como siempre, volaban hacia su adversario, al tiempo que Lowen centraba su atención en contener las estocadas y buscar una salida. Aquel arrogante oficial necesitaba que alguien le pusiera en su sitio, aunque quizá enfrentarse a él sin armadura no fuese la mejor de las decisiones. Y sin embargo, Lowen había llegado hasta allí, y combatiría hasta las últimas consecuencias.

- ¡Adoradores del mal! ¡Rendíos!

Lowenherz responde a las amenazas del suboficial nerakano hundiendo su espada en la boca de su adversario. El arma le destroza los dientes y le atraviesa el cráneo, fulminándole en el acto. Blandiendo su acero con las dos manos, desgarra carne y huesos para liberar su espada y lanzar un poderoso mandoble contra el cuello del enemigo situado inmediatamente a su derecha.

El segundo caballero se lleva las manos a la garganta y cae de rodillas mientras la vida se le escapa a borbotones a través de la herida abierta. Con una estocada a fondo en su pecho, Briand lo ejecuta allí mismo.

En medio de la carnicería, Glinthalas se mueve veloz como un gato sorteando los cuerpos de sus compañeros y los cadáveres de sus enemigos para situarse directamente a la espalda del último caballero. Encorda una flecha y la dispara junto a la espina dorsal, hundiéndola hasta las plumas en su carne. El infeliz aúlla de dolor mientras las piernas le flojean, pero se esfuerza por mantenerse en pie y no soltar su espada.

Los dos clérigos de Zeboim parecen paralizados de horror por la matanza que acabáis de perpetrar en pocos segundos, pero las órdenes del suboficial les hacen reaccionar nuevamente.

—¡Neutralizad a tantos como podáis! —ruge fuera de sí el caballero de Neraka—. Los quiero vivos para poder arrancarles la piel a tiras yo mismo después de hacerles confesar bajo tortura quién los envía.

La pareja de cultistas comienza entonces a entonar una oscura salmodía al unísono, arrojando pétalos marchitos de rosas al aire que extraen de los saquillos que llevan atados a la cintura. Salvo Lluvia Estelar, todos comenzáis a experimentar una repentina somnolencia. Lucháis contra ese efecto soporífero y debilitador pero Briand termina rindiéndose ante el agotamiento sobrenatural y desplomándose inconsciente en el suelo.

Sin comprender muy bien qué es lo que está ocurriendo pero consciente de que los sectarios de Zeboim están llevan a cabo algún tipo de maleficio contra vosotros, la mística que-shu apunta con su ballesta hacia uno de ellos y lo derriba de un disparo en la pierna. El impío adorador queda tendido en el suelo, lamentándose ruidosamente y observando el asta de virote clavado en su carne.

El caballero agonizante aprovecha la distracción creada por el desmayo de Briand para darse media vuelta y describir un amplio arco con su espada bastarda destinado a decapitar a Glinthalas. Afortunadamente, el joven elfo es más rápido y se agacha a tiempo de modo que la hoja de acero solo corta el aire por encima de su cabeza.

Pero el comandante enemigo no duda en valerse de la torpe acometida de su subalterno para situarse detrás de Glin y atacarle por la espalda cobardemente. Un largo corte, como el trallazo de un látigo, recorre el lomo del silvanesti en una herida que, por suerte, no es demasiado profunda.

Glin sabía que se había arriesgado mucho colocándose donde lo había hecho, sabía que ese movimiento era necesario para neutralizar cuanto antes a los enemigos, pero ahora que al fin empezaban a despejar el campo de batalla, su posición era excesivamente adelantada. Debía retrasarse y ayudar desde la retaguardia. Podía funcionar de arquero, pero difícilmente lo haría como combatiente de cuerpo a cuerpo, en especial contra caballeros acorazados.

Todavía con el dolor atravesándole la espalda, el ágil elfo rodó hacia delante, eludiendo a quien segundos antes intentaba rebanarle la cabeza, avanzando en línea recta para colocarse junto al fornido guerrero de su grupo, que estaba luchando con gran capacidad pese a no contar con la armadura.

Una vez a su lado, sólo un momento después de haber empezado su recorrido acrobático, el joven elfo volvía a cargar una flecha en su arco y disparaba de nuevo hacia el enemigo, ya casi vencido pero todavía potencialmente mortífero, aunque sin demasiado tino.

En un visto y no visto, Lowen da un vuelco total a la batalla acabando con dos de nuestros adversarios. Esto equilibra la notable desventaja numérica que estábamos sufriendo y nos da esperanzas de salir triunfantes de este encuentro. Pero no podemos confiarnos ni demorarnos.

Ahí fuera los mercenarios se amontonan y disparan inútilmente contra las rejas, pero más temprano que tarde se juntarán suficientes como para echarlas abajo.

Es entonces cuando veo caer a Briand, como fulminada por la magia demoníaca de esos sacerdotes oscuros. No tengo ni la menor idea de qué brujería han perpetrado contra ella pero echo a correr en su dirección decidida a socorrerla. Ojalá siga todavía con vida, la necesitaremos para salir de este lugar de pesadilla.

Tras desenterrar el filo ensangrentado de su espada sobre el cuerpo del escudero muerto, los ojos férreos de la rubia pronto comenzaron a buscar su siguiente objetivo en los de uno de los sacerdotes. Su decisión parecía clara, mas cuando sus piernas comenzaron a ejecutarla pudo presenciar como finalizaban un extraño rito, y sus pasos poco a poco se debilitaban. El suelo comenzó a volverse blando y maleable, cada paso pisando más profundo hacia el vacío y cuando se percató... La realidad se le escapó de su mano.

La noble cayó lentamente, hasta desplomarse sobre el suelo, inconsciente y adormitada.

Sorprendido de su propia brutalidad, Lowen agitó la espada para sacudirle la sangre. La fuerza de la que había hecho gala era el poder solámnico al que aspiraba: una máquina de destrucción del mal. Algo se revolvió dentro del guerrero, mientras un grito de furia emanaba a través de sus labios. Sus enemigos caían sin piedad, y Lowen se arrojó contra el caballero más cercano, blandiendo su espada con fiereza.

- ¡Solamnia! - gritó - ¡Rendíos, cobardes adoradores del mal!

El ímpetu destructor le dominaba, y sólo pensaba en acabar con su adversario más cercano para llegar hasta el oficial y darle su merecido.

Enardecido por la violencia de la batalla, Lowenherz se lanza a por el último escudero, atravesándole de parte a parte con su espada. El infeliz, que le estaba dando la espalda, ni siquiera es consciente de la amenaza que se le viene encima hasta que ya es demasiado tarde para él. Con su arma goteando sangre, Lowen avanza con determinación hacia el líder de los nerakanos.

Glin aprovecha la llegaba de su compañero para escabullirse ágilmente hacia una posición más protegida y tratar de abatir desde allí al impío sacerdote de Zeboim. Sin embargo, la flecha se estrella contra la columna de roca natural tras la que está parapetado sin causarle daño alguno.

Justo en el momento en que la saeta se hace pedazos contra la piedra, el cultista abandona su posición mientras recita una plegaria ininteligible. Sus manos se ennegrecen con algún tipo de sustancia sobrenatural y él trata de tocar con ellas a Lowenherz, pero el valeroso guerrero consigue esquivarlo a tiempo con un hábil quiebro.

Kylian acude entonces en su auxilio y, blandiendo su bastón con ambas manos, golpea violentamente al sectario en la rodilla. Gimiendo de dolor, el infeliz cae al suelo llevándose la mano a la pierna destrozada y arrastrándose por el suelo tratando de escapar de la refriega.

El otro cultista, herido por el disparo de Lluvia Estelar, se arranca el virote de su propia extremidad herida y apura el contenido de un vial curativo que le restaura por completo el vigor perdido.

Entretanto, la mística que-shu se aproxima a la inerte Briand. La noble de Kalaman no se mueve y a Lluvia le resulta imposible encontrarle el pulso. Afligida, vuelve el rostro hacia Glin y niega con la cabeza indicándole que no hay nada que se pueda hacer por ella.

Incluso con todos sus hombres vencidos, el suboficial de los caballeros de Neraka se niega a darse por vencido. Glinthalas se le ha escapado por el momento, pero Lowen se le ha plantado delante y él está decidido a hacérselo pagar caro. Blandiendo su espada en un movimiento zigzagueante, consigue herir a vuestro compañero en el pecho, aunque se trata únicamente de una herida superficial.

En el exterior los mercenarios continúan disparando aunque, por el momento, sin mejor puntería que la demostrada hasta la fecha.

Observo el cuerpo inmóvil de Briand a mis pies, impactada, sin saber cómo reaccionar. He visto muchos cadáveres en mi corta vida. Ancianos que fallecen a causa de la edad, niños que mueren por enfermedades o falta de alimentos, cazadores curtidos a quien se los lleva una herida infectada... Pero nunca había visto a nadie desplomarse por un embrujo.

No cabe duda de que esos adoradores de Zeboim rinden culto a una entidad maligna. Kylian los llama dioses, yo, espíritus ancestrales atrapados en este mundo desde hace tanto tiempo que han olvidado por completo lo que era estar vivos.

Mecánicamente, como si mi cuerpo no me perteneciera, coloco un nuevo virote en la ballesta y apunto con ella al cultista que todavía está en pie.

—La habéis asesinado —afirmo con voz temblorosa, luchando por mantener a raya mis sentimientos y no romper a llorar.

─Lluvia, Briand tiene que estar viva, la he visto respirar, ¡reanímala, la necesitamos! ─exclamó el elfo tras un rápido vistazo a la noble de Kalaman.

Tal vez era una ilusión, un truco que le jugaba su mente, pero Briand era parte importante del grupo, no sabría qué hacer sin ella...

Salvo sobrevivir. Hacía falta hacer lo que fuera por sobrevivir. Y había dos enemigos en pie que lo dificultaba. Glinthalas siguió el contorno de la columna junto a la que estaba para colocarse en mejor ángulo y, de paso, apartarse del de los tiradores del exterior de la cueva. Cargó y disparó, apuntando a través del espacio ocupado por el líder de la oposición a la incursión del grupo. Para que ellos sobrevivieran el cultista debía morir.

Tras derrotar a cuantos enemigos se han puesto en su camino, Lowenherz acomete con su espada al que parece ser el líder de los caballeros de Neraka. Sin embargo, éste está mucho mejor entrenado que sus adláteres y desvía con soltura su estocada antes de contraatacar sin compasión. Al no contar con armadura ni escudo, Lowen es una víctima fácil para el diestro espadachín nerakano y solo su férrea voluntad le mantiene en pie después de que el caballero oscuro le hunda su arma un palmo en las entrañas.

Tirada en el suelo con la rodilla destrozada, el cultista de Zeboim observa con absoluto terror cómo Kylian se cierne sobre él haciendo molintes con su bastón de madera. Decidido a quitárselo de encima, echa mano de un dardo oculto y se lo arroja al clérigo de Gilean. Por suerte, el proyectil se estrella contra la coraza de Kylian y éste responde enérgicamente, moliendo a palos a su atacante hasta reducir su cabeza a un sanguinolento amasijo de huesos astillados y masa encefálica derramada.

Horrirozado con la escena, Glinthalas aparta la mirada. Por el rabillo del ojo, tiene la sensación de que Briand todavía respira con suaves y lentas inspiraciones y así se lo hace saber a Lluvia Estelar antes de ensayar un disparo casi imposible contra el cultista que todavía respira. Pero lo imposible no existe para el joven silvanesti cuando se trata de puntería. La flecha sortea la columna de piedra tras la que Glin está parapetado, pasa entre los dos duelistas y alcanza al enmascarado sectario. Tristemente, la herida no resulta fatal.

Chillando como un conejo asustado, el adorador de Zeboim se lleva la mano al costado herido por el que asoman las plumas de la flecha élfica. Al retirarla, sus crispados dedos están manchados de sangre. Con sus dedos ensangrentados apunta hacia Lowenherz, mientras trata de lanzarle una maldición. Sin embargo, antes de llegar a tocar al guerrero, se ve obligado a recular cuando éste blande amenazadoramente su espada en su dirección.

Es ese el momento que aprovecha la mística que-shu para accionar el gatillo de su ballesta. El virote sale disparado certeramente, pasa rozando la espalda de Lowen sin causarle daño y se le clava en el pecho al sectario, que cae desplomado hacia atrás.

Ya solo queda el suboficial de los caballeros de Neraka plantándoos cara, aunque no parece que tengáis todavía asegurada la victoria contra él a juzgar por la ferocidad con la que está combatiendo al escudero solámnico.

Los acontecimientos se precipitaban, la victoria estaba cerca, pero también la posibilidad de que alguno de sus compañeros murieran. En particular Lowen estaba al filo de la inconsciencia, aguantando golpe tras golpe sin la ayuda de su armadura. Pronto caería si el joven elfo hacía algo al respecto.

Con paso acelerado Glin avanzó dando un largo rodeo, colocándose en un flanco del suboficial, cerca pero no pegado a él, buscando con la vista su costado. Como haría su flecha, lanzada con potencia, en línea recta, volando una corta distancia.

─Habbakuk, Fénix Azul, señor de la persistencia, sabes que no te rezo mucho, pero esta vez no es por mi. Ayúdame a acabar con este siervo del mal, ayúdame a salvar a mis amigos...

Cuando escucho a Glin decir que Briand sigue viva lo primero que pienso es que está tan deseoso de que así sea como yo misma. Y el deseo, en ocasiones, nos hace ver las cosas de forma diferente a como son en realidad. 

A mi parecer, nuestra elegante amiga está más allá de cualquier posible salvación en tanto que Lowen nos necesita desesperadamente. Es a él a quien mi corazón desea socorrer de inmediato, antes de que también sea tarde para ayudarle. Pero Glinthalas nunca me dio razones para dudar de su juicio, sino todo lo contrario, de modo que escojo confiar en su criterio más que en el mío propio.

—Sahanahráy iiná —invoco al espíritu de la vida—, si la bravura de esta guerrera te ha sido grata, devuélvenosla para que pueda seguir combatiendo para regocijo de los ancestros.

Me arrodillo junto a Briand y le impongo mis manos sobre los hombros, sacudiéndola levemente.

—Revive, Briand Cabellos de Oro, que el poder de mis antepasados es más poderoso que la magia negra que tiene prisionera tu alma.

En medio de su profundo e inconsciente sueño, un pequeño eco de una muy suave voz comenzó a hacerse rebotar dentro de su consciencia. Poco a poco, algunas imágenes y sonidos borrosos invadían sus sentidos, mientras sus extremidades lentamente se liberaban de su adormecimiento.

- Uagghhh... - Soltó tomándose la cabeza mientras la despegaba del suelo, sumamente confundida y mareada. Sentía que alguien le hablaba, y cuando sus ojos por fin se ajustaron, vio que tenía a Lluvia Mística con sus manos encima. No entendía bien qué sucedía ni qué estaba sucediendo, quizás por eso no le molestó en que una plebeya la tocase y sacudiese tanto. Apenas caía en cuenta de ello, cuando el estímulo más fuerte a su alrededor era el de gritos de dolor, filos de espadas chocar entre sí y desparramos de sangre y cuerpos caídos por doquier. Ahí fue cuando recayó en donde estaba, y las condiciones en las que estaba el guerrero.

- Rápido... Lowenherz, necesita nuestra ayuda. - Llegó a poder hablar entre su somnolencia, mientras buscaba por el piso su espada para volver a tomarla y con brusco esfuerzo trató de ponerse de pie. Su cuerpo apenas despertaba de esa parálisis, y al forzar tanto sus piernas aún no del todo despiertas no pudo evitar tambalear hacia un lado, hasta poder reposar su cuerpo contra el muro de la caverna y buscar terminar de espabilarse.

Lowen se había dejado llevar por el ímpetu ofensivo, destazando a varios guerreros sin piedad. Pero había sido demasiado, y sin duda subestimó la habilidad de su siguiente rival, mucho más preparado que los primeros. Con una vuelta de hoja, su ataque había sido rechazado, y en el mismo giro de muñeca su oponente le había herido gravemente. Lowen gritó de dolor, doblándose hacia atrás, y levantó su espada en un gesto inconsciente para detener otra posible estocada. No podía retirarse, no ahora, pero temía que un nuevo golpe fuese el último. Trató de aguardar el ataque de su rival, centrando su esgrima más en repeler el siguiente tajo que en encontrar un hueco en la defensa de su rival.

Lanzando estocadas a diestro y siniestro, Lowenherz trata desesperadamente de mantener a raya a su mortífero enemigo. Glinthalas acude entonces en su auxilio, moviéndose rápidamente hasta la retaguardia del caballero de Neraka y disparándole por la espalda a solo metro y medio de distancia. La flecha atraviesa el espaldar de la negra coraza y se hunde profundamente en la carne que hay debajo, haciendo que el suboficial nerakano gruña de dolor.

Aprovechando la distracción creada por Glin, Kylian aprovecha para imponer sus manos sobre los hombros de Lowen e invocar el poder divino de Gilean para mitigar los dolores del valiente guerrero. La herida del vientre deja de sanar al instante y comienza a cicatrizar a toda velocidad.

Por su parte, Lluvia Estelar se arrodilla junto a Briand y, con suaves sacudidas, consigue despertarla de su antinatural e indeseado sueño. La orgullosa noble de Kalaman se apresura entonces a incorporarse y se prepara para tomar parte en la contienda.

Dolorido y encolerizado, el caballero de Neraka se da la vuelta de forma repentina y lanza su ataque contra el arquero elfo. Glin adivina sus intenciones pero su enemigo demuestra ser sorprendentemente veloz y consigue herirle de nuesvo con su ensangrentada espada.

Estoy tan maravillada por el prodigio que los ancestros han obrado por medio de mí, que paso totalmente por alto la ingratitud de Briand a la que ya me tiene tan acostumbrada. No sé si estaba realmente muerta o solo dormida como afirmaba Glin, pero lo que tengo claro es que su despertar no le ha suavizado su total falta de modales.

No tengo un disparo claro contra el último de nuestros enemigos y tampoco creo que yo vaya a desempeñar un papel relevante en su ejecución ahora que todos mis compañeros se disponen a rodearle y acabar con su vida. Así pues, opto por mantenerme donde estoy, arrodillada en el suelo, y rogarle a Sahanahráy iiná que sane mis propias heridas. ¿Quién sabe a qué otras fuerzas tendremos que enfrentarnos antes de conseguir escapar de aquí?

Manteniendo la guardia, Lowen esperó el siguiente ataque. Sin embargo, su oponente abandonó el cuerpo a cuerpo con rapidez, abalanzándose sobre Glin. El elfo era un diestro arquero, y sin duda el caballero no tenía interés en dejar que le acribillase por la espalda. Viendo el momento, Lowen cargó de nuevo.

- ¡Lucha conmigo, siervo del mal! - gritó, en tanto se abalanzaba sobre su retaguardia preparando una nueva estocada.

La carga de Lowen fue dura. Con su oponente girado, encontrar un hueco en la armadura de aquel guerrero resultaba más fácil, y Lowen sintió con una mezcla de aversión y satisfacción cómo su espada se abría paso de nuevo.