Partida Rol por web

23 Chislmont 434 AC

Sin un refugio bajo el que resguardaros del despiadado sol y con el miedo continuo a ser descubiertas en cualquier momento por las fuerzas enemigas de la región, las horas posteriores a la emboscada de la carreta resultaron verdaderamente angustiosas para vosotras una vez que volvisteis a juntaros y a reuniros con el no menos temeroso Eval Nursk.

Habríais de pasar más de veinticuatro horas a la intemperie, huyendo continuamente de las patrullas de minotauros, antes de que Ailaserenth a lomos de su grifo negro diera con vosotras.

Tampoco para el Túnica Blanca el camino había resultado sencillo. Ha tenido que teleportarse desde Palanthas hasta Mirivale, escapar de la ciudad bajo el control de sus enemigos jurados y después volar sin descanso durante más de cincuenta millas para llegar hasta las inmediaciones de Ryx. El Alcázar del Remolino, como lo llaman vuestros enemigos.

Por el momento Ailas no se ha prodigado en detalles, pero ha sido tan vehemente como solo un elfo silvanesti puede serlo a la hora de indicaros que era el momento de abandonar la zona. Una propuesta que todos recibisteis de buen grado sin hacer demasiadas preguntas, ni poner grandes objeciones.

Durante los cinco días siguientes, cruzasteis la provincia de Tanith de occidente a oriente hasta llegar finalmente al faro solámnico conocido como Señal Oeste. Tal vez el único puerto seguro de la región que todavía no ha caído en manos de los minotauros.

Desde entonces han pasado dos días y en ese tiempo habéis tenido ocasión de recobraros de vuestra fatigosa andadura, comer en condiciones, descansar y curar adecuadamente vuestras heridas.

Ha llegado la hora de que Ailaserenth os cuente qué habéis venido a hacer aquí.

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Hay muchas cosas que se te dan bien y una de ellas es descubrir qué hay de cierto detrás de los rumores jugosos. Rumores como el que te ha llegado recientemente y que parece tener visos de autenticidad.

Por lo visto, un tipo que jugaba a los dados contigo oyó de uno, que juró haber oído a un borracho que decía que había oído mientras meaba en un callejón... Pero lo importante no es quién lo oyó, ni dónde, sino qué. Y ese "qué" es que, al parecer, el responsable de que hayan dejado de llegar barcos a Palanthas es un dragón marino que los ha estado hundiendo uno tras otro. Y, lo que es todavía más interesante, que el emperador ha ordenado darle caza.

Si eso es cierto, sin duda debe haber una recompensa por ello. Es más, donde hay dragones hay tesoros mágicos, eso lo sabe todo el mundo. Y no hay un solo rumor acerca de tesoros mágicos que a ti se te escape. O eso te dices a ti mismo.

No te costó más que un par de merodeos por el puerto descubrir que la nave destinada a semejante misión era una galera de remeros ogros capitaneada por una corpulenta hembra minotauro llamada Hegara. ¿Qué mejor tripulación que los galeotes para una misión suicida? Nadie va a llorar ni a pedir responsabilidades políticas si unos cuantos criminales y unos esclavos ogros mueren ahogados en alta mar.

Pasar la travesía encadenado a un remo no parecía la forma más agradable de disfrutar de la aventura pero, por fortuna, tú eres un tipo con recursos. Unas monedas para invitar a unas cuantas rondas de cerveza a uno de los suboficiales de la nave, un poco de conversación agradable, un porrazo oportuno en la cabeza en una callejuela estrecha mientras le acompañas al cuartel, una pequeña falsificación de los papeles y algo de ayuda de la magia y... ¡zas! Ya tenemos un flamante contramaestre de la Kaziganthi listo para subir a bordo.

Si la capitana minotauro notó la suplantación, no dio muestras de ello. Posiblemente porque todos los humanos deben parecerle más o menos iguales. Y bastaron unas cuantas mentirijillas y chistes picantes a los otros tres suboficiales para que ninguno sospechara de ti. ¿Qué clase de loco se embarcaría voluntariamente en esta misión suicida?

Desde entonces has tratado de evitar a los mandos de la nave tanto tiempo como has podido, principalmente por las náuseas, pero también para que nadie se dé cuenta de que no tienes ni la menor idea de lo que estás haciendo, ni de qué es nada a bordo. ¿Qué demonios es un trinquete, una crujía, el trancanil...? La cofa del vigía ha sido tu principal refugio desde que zarpasteis del puerto de Palanthas cuatro días y medio atrás.

Y por eso eres el primero en avistar el pequeño atracadero de Señal Oeste, el faro que señala el límite occidental de las Puertas de Paladine. El embarcadero es demasiado reducido como para que la impresionante galera de guerra atraque en él, pero te encomiendan ir a buscar en un bote de remos al heterogéneo grupo que os han mandado recoger en este lugar. Por lo visto, ellos son los héroes a los que se ha encomendado acabar con el dragón marino y vosotros, su medio de transporte para llegar hasta él.

Descubrir que Balgros no logró escapar con vida de la emboscada que tendimos a la carreta procedente de Alcázar del Remolino me causa una profunda tristeza. No pensé que alguien tan poderoso como él pudiera caer a manos de los minotauros habida cuenta de que cuando dejé a mis compañeros la batalla ya estaba completamente ganada. Su ayuda no solo resultó providencial para recuperar la jaula, sino también en Mirivale y antes de allí, en Silvanost. Le echaré de menos. Era un camarada leal y eso es mucho decir en estos tiempos que corren. Pero su sacrificio no fue en vano, ni mucho menos, como me dispongo a evidenciar.

Nunca ha sido mi intención ocultar a mis compañeras mis hallazgos en Palanthas, sino protegerlos de oídos indiscretos. Y todavía no me he convencido de que los del exgobernador de Mirivale lo sean.

Por eso espero hasta deshacernos de él, poniéndolo a salvo en Señal Oeste, antes de compartir con Enrielle, Bugambilia, Freya e incluso Kylian lo que se ha descubierto gracias a su inestimable colaboración.

—Debéis saber que la criatura que los minotauros tenían en su poder era un huldre, aunque soy consciente de que esa palabra no significará nada para la mayoría de vosotros. Dejadme que os diga que los huldres están considerados por los eruditos como los fatas primigenios de Krynn. Una raza de polimorfistas, elementalistas y viajeros interplanares que se consideraba desaparecida de la faz de Ansalon desde hace milenios.

»Este individuo en concreto al que hemos rescatado de las garras de nuestros enemigos estaba buscando el modo de regresar a su Plano natal cuando fue capturado y vendido a unos y otros hasta acabar en manos de los minotauros. Gracias a su liberación, de la que todos hemos sido protagonistas, ahora sabemos que los fanáticos de Zeboim lo estaban usando para desentrañar conocimientos perdidos que estaban desenterrando de unas ruinas de su pueblo y que planeaban usar tales conocimientos para abrir un Portal hasta el Abismo y recuperar una de las reliquias que podrían traer a la Reina Oscura de regreso a este mundo.

»E igualmente importante es que ahora sabemos también que, además de su magia impía y de los ejércitos minotauros, los fanáticos de Zeboim han estado valiéndose de un dragón marino al que llaman Tempestad para mantener alejado de la región a cualquier barco que pudiera entrometerse en su labor arqueológica.

»Nadie espera que reconquistemos por nosotros mismos Mirivale, ni que acabemos con los cultistas de Ryx. Pero, dada nuestra experiencia previa en lides semejantes, Markham confía en que nos deshagamos por él de ese dragón que atormenta a su flota.

»El emperador solámnico se ha comprometido a enviar una nave aquí, a este faro, para que podamos recorrer a bordo la costa de Tanith. Es evidente, o al menos para mí lo es, que espera que el barco y nosotros mismos sirvamos como cebo y que podamos acabar con la criatura cuando ésta trate de hundirnos.

Enrielle estaba sentada con ánimo sombrío, mirando fijamente el recuperado morral de Balgros, mientras escuchaba los notables hallazgos de Ailaserenth. Los caballeros de Takhisis eran muy persistentes. ¿Un huldre de otro plano? ¿Portales al Abismo? Eran cosas que desconocía completamente, pero sí sabía que jugar con esas cosas no traería nada bueno para nadie. Malditos locos...

Alzó la cabeza cuando informó de la presencia de un dragón marino, y cuando el elfo terminó ella intervino:

—Un dragón marino, ¿eh? Y quiere usarnos como cebo. No hay duda de que es su marca. —  respondió con una sonrisa sardónica. —Bien. Sólo espero que ese dragón sea más pequeño que Mohrlex o no tardaremos en reunirnos con el pobre Balgros. — negó con tristeza y suspiró —¿Qué sabes acerca de esos dragones marinos, mi buen amigo? Imagino que no sabes mucho acerca de ese en concreto.

Nadie sabe hacerme tan feliz como Enrielle cuando me pregunta acerca de mis bastos conocimientos. He tenido ocasión de informarme largo y tendido específicamente sobre estos monstruos durante mi breve estancia en Palanthas y me satisface enormemente poder compartir tales conocimientos con mis compañeros. No por mi afán didáctico, sino para demostrar que están en lo cierto al creer que yo lo sé todo mientras que ellos saben tan poco.

—Los dragones marinos, que algunos estudiosos no consideran como dragones verdaderos, en realidad son tan grandes,  peligrosos, inteligentes y temibles como sus parientes que viven en la superficie y se puede decir sin temor a equivocarse que son los señores del océano —comienzo mi magistral disertación—. Son crueles depredadores que disfrutan sobremanera volcando barcos y arrastrando los restos a sus guaridas del lecho marino.

»La mayoría de asuntos de la superficie no les interesan y no suelen extender sus actividades más allá del océano que la mayoría consideran su hogar. Esta combinación de comportamiento solitario y salvaje les ha concedido la reputación de ser considerados mitos incluso entre el resto de dragones. Una fuerza de la naturaleza que sólo aparece de vez en cuando desde las profundidades para aterrorizar a los marineros.

»Superficialmente parecido al dragón tortuga, el dragón marino tiene un caparazón duro y acorazado que cubre su cuerpo. En lugar de patas tiene poderosas aletas acabadas en garras espinosas, y sus sinuosos cuello y cola semejantes a una serpiente están rematados con aletas puntiagudas. No obstante, tiene una cabeza distintivamente dragonil, la boca con dientes parecidos a los de un tiburón, y sus escamas son muy pequeñas y de color abigarrado entre el negro y el verde.

»A medida que el dragón envejece, su piel se vuelve más y más moteada, y su caparazón acumula años y años de colonias de lapas y manchas de musgo, haciendo que sea difícil verlo cuando descansa sumergido esperando a veleros y goletas incautos.

»A veces se rodean de criaturas marinas como tiburones, calamares gigantes u otras criaturas de las profundidades para que les sirvan de centinelas o batidores. Sus guaridas a menudo son cuevas situadas en las paredes de zanjas o fallas submarinas, los cascos de barcos hundidos o las ruinas de los imperios y las ciudades perdidos bajo las aguas.

»Salvo en las raras ocasiones en las que debe disputarse el territorio con alguna otra variedad dracónica, el dragón marino está en la cima de la cadena alimenticia de los océanos de Krynn y no es molestado por las criaturas marinas menores.

Freya escuchó con atención las explicaciones de Ailas, al menos la primera parte. Diría que había escuchado la palabra huldre alguna vez, en una de tantas horas malgastadas aguantando las peroratas inacabables de sus insufribles instructores. Pero, por desgracia para ella, aquel conocimiento estaba tan enterrado en las nieblas del tiempo como muchos otros, abandonados al olvido por fuerza del desinterés. Curiosamente, a medida que el silvanesti se iba explayando más y más en los detalles de su explicación sobre aquella criatura marina, Freya comenzó a experimentar el mismo viejo aburrimiento, buscando subconscientemente una ventana a través de la cual distraer su mirada a la espera de que aquella voz se apagase, al tiempo que se preparaba para una llamada de atención que nunca llegó.

Espabila Freya, esto es importante.

Tomó aire, y se forzó a fijar la vista y reactivar sus oídos para terminar de escuchar la explicación del túnica blanca. El sinnúmero de detalles no abordó la pregunta principal que flotaba por la cabeza de Freya.

- ¿Cómo vamos a enfrentarnos a esa criatura?

Servir de cebo para su amado señor era algo que no le llenaba el corazón de alegría. Una ordalía fruto de su actitud autoritaria, que seguramente pagarían con su vida. Pero, sobre todo, un acto inútil, salvo que aquel grupo de aventureros tuviese un as en la manga.

- Servir de cebo parece una idea horrible, cuanto menos. Incluso si logramos atraer al dragón, hundirá nuestro navío y nos devorará a placer mientras nos ahogamos a su alrededor.

Kylian no acababa de entender la necesidad tan imperiosa que Ailas había demostrado al abandonar el campo de combate antes de haber acabado con todos sus enemigos. Eso quizás le había costado la vida a Balgros y por suerte no también al resto. Durante el viaje hacia el faro, se vio tentado a hablar de ello con el elfo, pero estaba convencida de que no le iba a sentar bien ningún tipo de crítica y en el fondo ella, tampoco deseaba conversar con él sobre aquel asunto. Mejor iba a ser hacer planes de combate sin contar con sus protantosas dotes arcanas, pues solía utilizarlas de una manera, al entender de la goblin, un tanto extraña.

Fuera como fuera, al menos había logrado adquirir conocimientos de suma importancia. Ya sabían a que se enfrentaban y si lograban acabar con el dragón marino, el maldito Emperador ya no tendria escusa alguna para mandar tropas a aquella zona del mundo y proteger a los habitantes de su Imperio. No obstante, visto lo visto, casi parecía mejor que siguieran bajo el yugo aterciopelado de sus nuevos señores. Además, había puesto a salvo al gobernador de Mirivale, que no era poco.

- Esta muy bien. - Intervino la sacerdotisa. - Ya sabemos algo y es algo realmente importante. Sin demasiado orden, ni concierto, hemos logrado nuestro objetivo. El caos es fuerte en nosotros, pero nos es siempre favorable. - Sonrió de forma enigmática. - Supongo que el caos es la forma en la que logramos equilibrar la balanza. - Se encogió de hombros. - Ailas... - Miró al elfo. - No digo que lo que nos has contado no sea valioso, pero... - Carraspeó. - Si tenemos que matar a esa criatura, deberíamos conocer mejor sus puntos débiles. ¿Cómo podemos matar a ese monstruo marino?

Enrielle posó una mano amistosa en el antebrazo de Ailaserenth y sonrió.

—Amigo mío, nunca dejará de impresionarme lo mucho que sabes acerca de... ¡de todo, maldita sea! No sólo nos salvas la vida continuamente con tu magia, sino también con tus conocimientos al prevenirnos sobre a qué nos enfrentaremos. Gracias. En cuanto al plan... —su expresión volvió a ser un poco sombría — Sí, el plan de Markham es una verdadera mierda, como bien ha señalado Freya. ¿Ir con un barco a enfrentarnos a un dragón que ha hundido yo no se cuántos barcos? Es estúpido. Está claro que tenemos que pensar en otra cosa.

»Tal vez... — se puso un dedo en la barbilla, pensativa — ¿tal vez podamos atraerlo con ese barco a algún islote o algún arrecife que haya, desde donde poder emboscarle? Atacarle desde el agua no creo que sea algo posible. Para empezar yo no podría disparar mis flechas, tan sólo intentar atinarle con la Dragonlance, y tampoco estoy segura de poder hacerlo de forma efectiva. Esa bestia nadará mejor que todos nosotros juntos. Y por supuesto también necesitamos una forma de ponernos todos a salvo de forma rápida por si las cosas se tuercen.

Se echó para atrás en su asiento y se cruzó de brazos.

—El caos será fuerte en nosotros, pero prefiero tenerlo mínimamente planificado. A propósito, Ailaserenth, ¿sabes si ese monstruo escupe algo? Ya sea ácido, hielo, fuego, algas o condenados atunes, lo que sea...

Freya levantó una ceja cuando Enrielle habló de cómo Ailas les salvaba continuamente. Lo cierto era que el mago silvanesti les había salvado... después de dejarles tirados. Y no era la primera vez que ocurría algo así.

Sin embargo, cuando la crítica se volvió hacia Markham, la qualinesti no pudo morderse la lengua.

- Su Alteza Imperial tiene muchos asuntos en los que pensar. - dijo, con un carraspeo - Sin duda no puede ocuparse de todos los detalles.

¿Cómo osaban hablar así de Markham? ¿De su Markham? Se acaloró un poco, pero tomó aire. Aquellos aventureros eran indisciplinados por naturaleza, y no entendían nada de la cadena de mando.* Sin duda el Emperador esperaba más de ellos. La elfa se arrepintió un poco de su propio exhabrupto, y trató de reconducir la situación.

- Buscar un islote parece buena idea. Pero no sé cuánto podremos adentrarnos en la costa sin que el monstruo nos caiga encima.

Enviar a la tripulación a la muerte parecía un sacrificio necesario, con un plan como aquel. Pero si había de hacerse por el Emperador, así se haría. No obstante, Freya reparó en algo que había dicho Enrielle.

- ¿La Dragonlance? ¿Tenéis una Dragonlance?** - clavó la mirada en Enrielle, como si no acabara de creerlo - Eso, desde luego, facilita un poco la tarea. - se rascó la cabeza, aún tratando de asimilar la noticia.

—Nos enfrentaremos al dragón con magia y fe, como siempre lo hemos hecho —respondo a la pregunta inicial del Freya—. Este grupo tiene una sólida experiencia a la hora de enfrentarse a criaturas semejantes.

Agradezco las amables y certeras palabras que Enrielle me dirije, haciendo caso omiso a los disparates de Kylian acerca de que el Caos nos ha permitido averiguar lo que sabemos. Lo cierto es que el único responsable de tal logro he sido yo y mi firmeza a la hora de dar cumplimiento a nuestro objetivo común en lugar de dejarme llevar por la sed de sangre o los comportamientos erráticos que gobernaron a mis compañeros durante la emboscada a los minotauros. En cualquier caso, hay que reconocer que crearon una distracción oportuna que nos permitió a Shilara y a mí hacer lo que debíamos.

—Nunca he conocido a ningún dragón que tuviera puntos débiles y tampoco los dragones marinos los tienen —contesto a la impía goblin—. Al igual que el resto de sus congéneres, los especímenes de mayor tamaño son capaces de realizar algunos conjuros arcanos, poseen una resistencia natural a la magia, una inmunidad casi completa a las armas convencionales y la capacidad de aterrar a sus presas. A juzgar por los relatos que hemos escuchado sobre sus proezas, este debe ser un ejemplar bastante notable si ha sido capaz de hundir gran parte de la flota de Palanthas.

A continuación, respondiendo a Enrielle, añado:

—En el caso de los dragones marinos, su arma de aliento es un vaho ardiente que abrasa a sus enemigos. Yo puedo proporcionaros la capacidad de respirar bajo el agua llegado el caso, pero tendremos que hallar un modo de protegernos de ese vapor abrasador que exhala. Y, por descontado, si la situación se volviera desesperada, podréis seguir contando con que yo sacaré de allí a tantos de vosotros como me sea posible.

Finalmente, dirijo de nuevo mi atención a la Túnica Roja de los qualinesti para confirmarle lo que acaba de escuchar de labios de mi amiga humana.

—Efectivamente, tenemos en nuestro poder una Dragonlance que podría decantar de forma decisiva la batalla a nuestro favor. Solo necesitamos a alguien intrépido dispuesto a blandirla contra nuestro enemigo y tal vez esa podrías ser tú, con el auxilio de mi magia. Pero si no deseas hacerlo, Enrielle ya ha demostrado en el pasado que es hábil esgrimiéndola en la batalla.

Tal y como os aseguraron, no pasáis muchos días en el faro antes de que un barco venga a recogeros: una nave de guerra de más de treinta metros de eslora fondeada en mitad de las Puertas de Paladine.

Un bote de remos tripulado únicamente por el sudoroso contramaestre del navío es quien acude a buscaros al pequeño muelle de atraque porque éste no está acondicionado para recibir navíos de la envergadura de La Kaziganthi.

En cuanto subís a bordo, descubrís de qué os suena ese nombre. Es la galera de esclavos ogros capitaneada por la hembra minotauro Hegara. Kylian, Enrielle y Ailas la conocisteis en Palanthas, durante vuestra investigación de los desastres padecidos por la flota solámnica. Freya la conoce de la cantina de oficiales. Es difícil que un personaje tan singular pase desapercibida incluso en la populosa capital del Imperio.

Salvo por un cuarteto de suboficiales humanos, entre los que se encuentra el individuo que ha acudido a buscaros a Señal Oeste, el resto de la tripulación está formada mayoritariamente por criminales convictos y prisioneros de guerra que saldan su deuda sirviendo forzosamente en alta mar. Escoria que nadie echará de menos si fracasáis en vuestra misión.

Aun así, La Kaziganthi está bien pertrechada para la guerra y cuenta dos con catapultas ligeras en cubierta y otras tantas balistas repartidas en los castillos de popa y proa respectivamente.

Han reservado para vosotros las dos habitaciones situadas en la popa de la cubierta inferior y, para llegar hasta ellas, debéis pasar junto a los encadenados remeros ogros a los que hacen trabajar a golpe de tambor y de látigo.

La elección por parte de Markham de este barco minotauro para ser nuestro transporte durante la caza del dragón marino resulta tan lógica que casi me avergüenza no haberlo anticipado. En primer lugar porque es una de las pocas naves que no resultó mal parada durante los sucesivos incidentes de la flota solámnica y, en segundo lugar, porque su tripulación es prescindible en caso de que la misión termine en un desastre.

Esto habla de forma elocuentemente ofensiva acerca de las esperanzas que el Imperio Solámnico ha depositado en nosotros a tenor de lo poco que están dispuestos a arriesgar en nuestro favor.

Lo primero que hago nada más embarcar en esta nave de maleantes es agenciarme uno de los camarotes de invitados para Shilara y para mí. Durante nuestro periplo por el desierto he tenido que renunciar a mi intimidad para ofrecer un techo a mis compañeros, pero semejante sacrificio por mi parte ya no es indispensable a bordo.

Así pues, lo primero que hago es establecer unas mínimas medidas de seguridad, indicando a los suboficiales (porque con la vaca que los gobierna no tengo nada que tratar) que informen a la tripulación de consecuencias nefastas para cualquiera que se atreva a intentar trasponer la puerta de mi camarote.

En cualquier caso, mi intención es pasar tan poco tiempo a bordo de la nave como pueda. En la medida en que las fuerzas de mi leal Shilara me lo permitan, pretendo sobrevolar el barco con la esperanza de anticipar el ataque del dragón o, al menos, evitar encontrarme atrapado dentro cuando éste se produzca.

Y de todos aquellos a los que podía tocarle el ir a recibir a tan variopinto grupo, les tocó el contramaestre dicharachero. Desde que abordaron el bote de remos con el que les había venido a recoger hasta que treparon al interior de La Kaziganthi, Wyl no cesó en su verborrea de acento solámnico, regada de todo tipo de términos náuticos de esos que se utilizan para hacer creer a otros que saben mucho de navegación, barcos y el mar en general.

─¿Entonces son ustedes los caza-dragones? Me los imaginaba de otra manera. O sea, no mejor, no, diferentes. La imaginación es libre, ya saben. Me falta un caballero de la rosa a lomos de un caballo alado. O de un caballito de mar gigante. Unos elfos marinos tampoco hubieran estado de más. Pero seguro que lo hacen genial. Y que tienen un plan estupendo. Que espero que no incluya matar al bicho de una indigestión. Porque vale que los ogros de La Kaziganthi huelen fatal y son un montón, pero si el dragón marino ya se ha encargado él solito de acabar con la flota, no me parece que los ogros vayan a suponerle demasiado problema. Y bueno, supongo que tocará improvisar... y en eso soy bastante bueno. Lo digo por si necesitan ayuda. Hegara no va a ponerles las cosas fáciles, eso ya se lo debían imaginar. Puta gracia le debe hacer convertir su barco en señuelo... Ah, me pueden llamar Wyl. Puedo no parecerlo, pero aquí seré vuestro aliado más fiable, siempre que tenga igualdad de condiciones. Vamos, una parte del botín. Porque los tesoros de los dragones tienen fama de ser, ya saben, fabulosos.

Entre toda aquella verborrea se escondían algunas cosas interesantes, como que aquel tipo estaba bien informado o se había lanzado a la piscina de las hipótesis con mucho desparpajo, que no le asustaba el ir a enfrentarse a un dragón, que conocía a Hegara pero no le guardaba mucha fidelidad y que tenía ganas de participar en una aventura y enriquecerse con ella. Eso, regado de sonrisas y buen humor. Una actitud de lo más curiosa teniendo en cuenta que la perspectiva era batallar contra un dragón que ya había acabado con la vida de cientos, sino miles de personas. Si algo tenía Wyl era positivismo.

El viaje en bote había sido bastante incómodo, con Bruma Gris ocupando la mayor parte del espacio disponible y la incesante verborrea del contramaestre. Llegar a bordo fue un alivio en parte, pues el espectáculo de los ogros esclavos era bastante lamentable. No le sorprendió demasiado ver que se trataba de la galera de Hegara. Markham era un miserable. Tras saludar adecuadamente a la capitana y sus oficiales se centró en el hombre parlanchín que se había presentado como el contramaestre Wyll, y que a todas luces parecía no querer separarse de ellos ni un momento.

—¿Botín?— preguntó alzando una ceja. Lo miraba fijamente desde la profundidad de sus ojeras con sus afiladas pupilas, que cuando entrecerraba los ojos parecían de gata. — Así que estás aquí por el botín, ¿eh? Ya veo que Markham no ha escatimado en mandarnos gente entregada en cuerpo y alma con su glorioso imperio. Si no fuera por todas las vidas que hay en juego los mandaría a él, a su "generosidad" y a su imperio a la mierda.

Continuó estudiando al individuo fijamente mientras jugueteaba entrelazando los dedos en el pelaje de Bruma Gris. Había pensado en dejarlo en el faro con Bugambilia pero había tomado la determinación de jamás volver a separarse de ellos. Había sido peor dejarlos por ahí "por su propia seguridad" que llevarlos con ella.

—Mi nombre es Flechas de Muerte, y ella es Bugambilia, mi aprendiz. ¿Qué más sabes hacer, contramaestre Wyl, además de soñar con el tesoro de un dragón? Respecto a eso, por cierto, siento decirte que este tesoro en concreto va a estar un poco inaccesible en el fondo del mar. Lamento decepcionarte con eso también. Tal vez esperabas un grupo de aguerridos musculosos descerebrados de dos metros. Bien, tenemos otros talentos. Uno de ellos también es, me temo, improvisar. —suspiró —Necesitamos todas las manos posibles, de modo que si tú o alguno de los otros oficiales nos vais a ayudar contaremos con vosotros para trazar el plan. Aunque improvisemos vamos a pensar una estrategia para afrontar este asunto.

- Bien dicho... - Intervino ante el comentario lleno de rabia de Enrielle sobre el Imperio y su estúpido y egocéntrico Empreador. - Aunque yo no es precisamete a la mierda donde lo mandaría. - Sonrió de forma maliciosa y quien pudo ver su cara al pensar en aquello, pudo denotar cierto sadismo en su sonrisa.

En cuanto al dicharachero contramaestre... le había caído bien. Era bajo su percepción nada imparcial, bastante neutral, aunque eso podía cambiar, pues aquella había sido únicamente si primera impresión. Lástima que estuviera condenado a la muerte en aquella misión. Una misión suicida a todas luces de la que al menos ella esperaba poder salir vivita y coleando y esperaba que Enrielle tampoco muriera. A sus dos amigos elfos tampoco les deseaba ningún mal, pero eran más prescindibles, aunque evidentemente, mejor que salieran también con vida.

- El plan es complicado de trazar. - Le dijo la goblin a aquel barbudo y desgarbado contramaestre. - Si vamos a combatir en alta mar, nuestras posibilidades se reducen a la magia y los dones divinos... - Se encogió de hombros. - Y a la suerte o como yo llamo... - Sonrió de nuevo. - El caos. - Guardó silencio unos instantes. - La Senda de la Neutralidad nos ha sido favorable hasta ahora... - Hizo una nueva pausa. - ...más o menos. No tiene porqué cambiar.

Ya a bordo saludo a la minotauro que gobernaba aquella nave. De todos los capitanes con los que se habían entrevistado en Palanthas, era con ella con quien más había cogeniado, si es que se podía decir de aquella manera. No obstante, su apariencia le era algo incómoda. No lograba acostumbrarse a hablarle a alguien con una cara de vaca. No obstante y a diferencia del maleducado elfo, saludó a Hegara de forma formal y le agradeció que pusiera su nave al servicio de aquella noble causa.

- Una causa noble... ¿Lo es realmente? - Se preguntó. - Es cierto que salvaremos vidas... no la del dragón, claro está, ni la de los enemigos del Imperio que están detrás de estos ataques, pero... - Chasqueó la lengua. - ¿Está aquí el equilibrio? - Se preguntó. 

Y es que no le gustaba mucho la idea de ayudar al Imperio y mucho menos al estúpido Markham. Odiaba mucho a ese tipo y en su lista de planes de futuro rondaba a diario la idea de matarlo. Había planificado ese momento muchas veces y de muy diversas formas y esperaba poder cumplir ese sueño en el futuro. No obstante, si reforzaban el poder del Imperio, podía complicarse. 

- Chemosh proveerá... - Se dijo a si misma tratando de autoconvencerse. - Espero satisfacerte con la carnicería que se llevará a cabo en este mar. - Le dijo a su dios patrón.

─¿Markham? ¿El emperador? Vaya familiaridad... Seguro que a ese nivel habéis podido comprobar lo estirados que son los nobles y su calaña. Bueeeeno, digamos que se me da bien meterme y salir de problemas. Yo de vosotros no contaría con los otros oficiales, pero si necesitáis la ayuda de alguien, digamos, capaz de hacerse pasar por contramaestre y capaz de usar cualquier objeto mágico que le pongan al abasto, soy vuestro hombre. Y ese plan... hay que refinarlo. Llamadme cuando queráis, suelo estar en la cofa ─dijo el supuesto contramaestre, señalando arriba, el lugar donde el vigía de la nave se colocaba.

Y con esto dicho, saludó y se encaramó precisamente hacia la cofa con la agilidad y seguridad de un mono, pese a que la nave, como cabía esperar, era zarandeada por las olas.

Cuando Ailas había ofrecido a Freya la posibilidad de empuñar la Dragonlance, la qualinesti se había quedado, por un momento, boquiabierta, con una expresión estúpida que pronto sustituyó por marcial seriedad, acompañada de un carraspeo.

- Para mí será un honor empuñar ese arma legendaria. - dijo, con seguridad, tratando que no se le notase en exceso la emoción que la embargaba.

Con el paso de los días, sin embargo, el entusiasmo se había ido diluyendo, y terminó por hundirse al ver el navío miserable que su amado señor les había enviado para la misión.

¿Qué te he hecho yo, mi señor? ¿Porqué me castigas enviando a esta escoria para tan importante tarea? ¿Te he mirado quizá con lascivia excesiva? La culpa es tuya, por tener ese cuerpo esplendoroso, y ese temperamento que enciende los corazones y calienta los vientres...

Suspiró al recordar al portentoso Emperador, al tiempo que se dejaba invadir por el desánimo de pensar que podía haber perdido su favor. Racionalmente, tenía sentido enviar a un montón de zarrapastrosos a servir de cebo. Pero, ¿no sería acaso más noble mandar a sus valientes caballeros, que orgullosos ofrecerían su vida en sacrificio por un bien mayor? No es que Freya sintiese compasión por los ogros. Más bien la sentía por sí misma.

Deja de quejarte. ¡Tu señor te necesita!

Apartó de su cabeza los aciagos pensamientos, centrando su atención en lo que debía hacer a continuación. Un dicharachero contramaestre se les presentaba, hablando de tesoros, y no tardó en recibir la ironía de Enrielle. Cuando la legionaria volvió a mencionar a su señor, Freya la miró reprobatoriamente, pero cuando aquel contramaestre habló de nobles estirados, bufó sin tapujos.

- El Emperador es quien sufraga esta expedición, y a quien todos los aquí presentes servimos en este momento. - dijo con firmeza - El motivo por el que ha enviado una tripulación tan peculiar... sólo él lo conoce. Guardemos las formas y el respeto, y tengamos los ojos abiertos.

Se levantó enfadada, y se dirigió a la borda. Desde allí, contempló el mar, preguntándose dónde estaría su temible oponente. Carecían de nada parecido a un plan, y al parecer debían fiarlo todo, una vez más, a la virtud del críptico túnica blanca, y a la improvisación. Una batalla contra nada menos que un dragón. Suspiró. Aquella sería una dura prueba de lealtad, y solo esperaba que su deseado Markham pudiese ver en ella la devoción que le profesaba.

Poder dejar atrás al ex-gobernador de Mirivale resulta para mí un alivio. No ha sido un compañero particularmente agradable y tener que velar continuamente por su seguridad teniendo mejores cosas que hacer, ha sido una tarea engorrosa. Ahora, por fortuna, es problema de otros el llevarle hasta Palanthas. Si allí es bienvenido por James Markham o si es obligado a comparecer en un juicio por traición al Imperio, realmente ya no es asunto mío. El modo en que el emperador administre justicia sobre sus súbditos no me compete.

Y tampoco considero de mi competencia el tener que tratar con la tripulación del barco, incluido el cazatesoros que reconoce abiertamente haberse hecho pasar por lo que no es. No puede decirse que engañar a un minotauro tenga un gran mérito, si bien reconozco que despierta mi simpatía. Lo suficiente al menos como para emplearle como intermediario entre mi persona y el resto de la chusma a bordo (empezando por su capitana). Es el único al que le permito hablarme y traerme la comida a mi camarote aunque, por razones obvias, continúo comprobando si está envenenada con mayor preocupación que antes.

En cuanto a las preocupaciones de mis compañeros por trazar un plan, hace tiempo que perdí la esperanza de que siguieran ninguno; o, al menos, ninguno propuesto por mí. Kylian disfruta enormemente llevándome la contraria siempre que le doy la oportunidad y por eso evito en la medida de lo posible tener que tratar directamente con ella. Por supuesto, está presente en muchas de nuestras conversaciones, pero procuro dirigirme a Enrielle, Freya y Bugambilia, que son una audiencia mucho más madura.

De todos modos, es imposible predecir cuándo y dónde nos atacará el dragón, si es que lo hace en algún momento. No me sorprendería que nos ignorase al confundir nuestro barco con uno de los de sus aliados, teniendo en cuenta quién lo gobierna. Lo que sí tengo claro es que yo libraré esa batalla con mi magia y desde el aire.

Quien desee blandir la Dragonlance tendrá que hacerlo en cuerpo a cuerpo con esa bestia marina y para ello deberá zambullirse en las embravecidas aguas oceánicas. Si esa persona es Freya, como así parece, contará con toda la ayuda que pueda prestarle con mi magia puesto que la lanza sagrada es la mejor arma que tenemos contra la presa que hemos salido a cazar.

Enrielle no pasó por alto la reacción de Freya, y la observó alejarse enfadada con una leve sonrisa. Entonces se dio cuenta de que le gustaba provocar en ella esas reacciones hablando mal del Emperador. Era tan leal al maldito Markham que lo sentía como una forma de fastidiarle a distancia. Frunció el ceño. Se estaba comportando de una forma absurda e infantil, y lo único que hacía era tensar los ánimos, y eso era lo último que necesitaban. Lo que por supuesto no quitaba que Markham fuera un bastardo.

Cuando se giró para contestar a Wyl, pero cuando se dio cuenta el tipo ya andaba trepando por las cuerdas y frunció el ceño aún más. No le había respondido qué era capaz de hacer con claridad, y eso no le gustaba. Seguramente no era capaz de hacer nada útil, pero bien que pondría la mano cuando terminasen.

Resopló y se levantó, dirigiéndose hacia Freya, que andaba asomada por la borda. Se apoyó en la borda mirando al mar con aire distraído.

─Perdona por lo de... bueno, ¿qué más da? Está bien tener nuestras diferencias, pero quería que supieras que me alegro de que estés con nosotros. Has demostrado que eres muy capaz y de fiar, y quería decirte que puedes contar conmigo para cubrirte la espalda. Estoy segura de que contigo la Dragonlance está en buenas manos. Es muy importante para mí, además de por su evidente poder. Una buena amiga murió para que hoy la tengamos aquí.─ explicó entristecida.

Se giró para mirar a la elfa muy seria, esperando que ésta le devolviera la mirada. Cuando lo hizo, continuó.

─¿Te puedo pedir un favor, Freya? ─ preguntó mirándola a los ojos fijamente.─¿Te quedan flechas? Es que necesitaré unas cuantas para enfrentarnos a ese dragón.