Partida Rol por web

Por mucho que el tiempo hubiese erosionado el recuerdo de su mentora, Llanos todavía tenía muy en cuenta los muchos consejos y enseñanzas que le había transmitido antes de morir. Ella nunca le habló de que hubiese una lamia en el bosque, quizás pensaba hacerlo algún día, pero la muerte la reclamó antes. No obstante, sí que le había contado algo sobre ellas...

Las lamias son criaturas peligrosas pero desdichadas, pues llevan siempre su mayor tesoro y a la vez su peor fatalidad: el orrazi, el peine de oro con el que tanto les gusta peinarse, lo valoran tanto como su vida. Hay quien dice que si alguien se lo robase morirían, pero otros cuentan que tendrían que obedecer ciegamente a aquel que se lo usurpe hasta el fin de sus días... o hasta que logre recuperarlo...

-Así que reconocéis haber estado merodeando por el bosque -comentó-. Pero todavía no habéis explicado el por qué de vuestra visita. 

El capitán volvió a sonreír con su mueca cruel y tan poco favorecedora. El interrogatorio iba bien encaminado, y era probable que el joven soldado supiera más de lo que estaba diciendo, así que sin más dilación le acercó el hierro candente al pie. De inmediato, uno de los guardias se acercó para quitarle a Teolfo su bota, dejando el pie al descubierto.

-Ahora mismo estáis sobre las brasas, así que yo en vuestro lugar no me cortaría hablando. Venga, hablad. ¿Qué hacíais en el bosque?

El hierro brillaba todavía con la intensidad de una brasa ardiendo. 

Tuvo que fruncir el ceño al escuchar las palabras de don Diego. El conde ya le había parecido bastante malo, luego la historia de la bestia y de aquella lamia, y ahora, una "oscuridad" en el bosque — A fe mía que sobre estas tierras ha debido de caer algún tipo de maldición, con tanta calamidad que las asola — se arrodilló delante del maltrecho santiaguista, ofreciéndole la espada que llevaba en parco sustituto de la suya — No seré un caballero santo, pero soy hombre de Dios como el que más. Os ayudaré en lo que pueda a limpiar Sacre y sus aledaños de toda brujería y maldad — dijo, esperando la bendición del otro caballero.

No podría decir exactamente por qué, pero aquel hombre me hacía gracia y también, me había caído en gracia, quizás por su forma de hablar, o lo que decía, pero así era. 

- Cuenta también conmigo, si algo oscuro acecha hemos de estar unidos para erradicarlo. Haré cuanto esté en mi mano por ayudaros.

Y tras decir aquello esperé a recibir su bendición con curiosidad.

sintió a su amiga, la guerra llegó y tal como vino se fue, no sin dejar absolutamente todas sus consecuencias.

- Creu-me el compte no té les mans netes, no sabem encara que té al cap però res bo... Un grup de persones i jo amb ajuda del pare anem a tractar d'averiguar qué està passant i lliurar al fill de la Llanos -torció el gesto y apretó el brazo de su amiga con afecto, Pau al menos tenía el pequeño consuelo de saber que su madre no había podido sobrevivir para estar con ella, pero Lluisa...- No et preocupes, aconseguirem que es puguen retrobar.

Con lo de la bestia pareció quedarse pensativa antes de contestar ninguna rotundidad.

- Un dimoni sense cap dubte Lluisa, portat pel compte i tancat a les cel·les del castell. Ho he vist -se podía ver la seriedad en su mirada, la estudiante no tenía por costumbre mentir, bueno, al menos con aquello más allá de lo que tenía entre las piernas-. Si tú creus que el Nostre Senyor t'ha fet vindre per retrobar-nos jo et creuré.

Sonrió entonces dulcemente a su antigua amiga, todavía algo tímida pero recuperando un atisbo de aquello que un día la hizo sentirse entre hermanos. Desde luego que se alegraba de que Lluisa hubiese llegado, nunca se había mostrado incómoda con su rol, sus vestimentas ni su forma de ser y Pau tampoco, pero a veces, cuando estaba rodeada de desconocidos que no sabían cómo era, entonces, era una dura y pesada losa que cargar.

Teolfo vio aquel hierro candente que se acercaba a sus pies y respiró hondo, sabiendo que se avecinaba lo peor. El capitán Álvarez y sus hombres no iban a dudar en torturarlo, pero aun así no podía simplemente delatar a sus compañeros y convertirse en un traidor. Trató de hacer acopio de valor para ocultar información a Álvarez.

-Ya os lo dije antes, y también a vuestros hombres -explicó Teolfo, decidido a no exponer más a Llanos, Leonnie y Don Ramir-. Me enteré de que las mujeres habían escapado del castillo del conde y decidí seguirlas. Sin embargo, las perdí una vez que entraron en el bosque, en una zona llena de zarzas. Luego de eso y de conseguir orientarme, regresé a la cabaña de la bruja para comprobar si habían regresado a la cabaña, pero los únicos a los que vi fueron vuestros hombres.

-Será bendecida también -dijo el caballero ante el ofrecimiento de Bernat.

Mantuvo la espada en la mano izquierda bajada y con la otra alzó la cruz ante ellos. En su mirada había una clara convicción y solemnidad, más propia de un obispo que de un caballero dado al combate. De hecho, daba la impresión de que podía resultar más convincente como sacerdote que los capellanes de Sacre.

-Pater noster, qui es in caelis: sanctificetur Nomen Tuum; adveniat Regnum Tuum; fiat voluntas Tua, sicut in caelo, et in terra. Panem nostrum cotidianum da nobis hodie; et dimitte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris; et ne nos inducas in tentationem; sed libera nos a Malo.

Acabada la oración, se dispuso a pedir a Leonnie y Bernat que confesaran sus pecados, pero antes abrió una pequeña botella de vino que tenía guardada en el morral. Sirvió un poco en un pequeño vaso de madera, pero entonces algo cambió en su gesto solemne. Olfateó el vino con desagrado y preocupación, dio un sorbo y lo escupió al instante. 

-¡El vino se ha vuelto vinagre! -exclamó furioso.

Su mirada entonces se clavó en Leonnie, mirándola con sumo disgusto.

-¿Sois una bruja? -preguntó inquisitivo. 

A Bernat le quedó claro que aquél hombre era un verdadero devoto, no sabía como sería en el combate pero si sus brazos tenían la misma fuerza que convicción sus palabras, no habría hombre que se le pudiera oponer. Mientras lo escuchaba entonar el rezo, agachó la cabeza y lo siguió en silencio, santiguándose al final del mismo.

Observó a don Diego realizar aquél gesto con con el vino, sin entender realmente qué era lo que pretendía, por lo que la reacción del caballero lo pilló totalmente por sorpresa — Pero... ¿Qué decís, buen señor? ¿Una bruja? ¿Cómo? — dio un paso hacia atrás, por puro instinto, aunque se giró hacia el de Santiago — No puedo decir que conozca a esta mujer, pero si sé que también tiene cuentas que ajustar con el conde. No creo que estemos en posición de rechazar ninguna ayuda.

Y con aquellas palabras hizo que todo mi buen humor se marchase como si nunca hubiese existido, ¿pero qué se había creído? Encima le había salvado la vida... Hombres...

- ¿Y qué si lo fuese? ¿Acaso tenéis algún problema con ciertas mujeres? Por que cuando os salvé la vida no pusisteis pega alguna...

Mientras decía aquello observé mi alrededor, estaba desarmada y por alguna extraña razón el caballero se había quedado la espada de Bernat, así que si se le ocurría atacarnos... debíamos tener mucho cuidado.

La joven LLuisa sonrió con ternura al sentir la comprensión y el lazo que las unia. Era precisamente lo que necesitaba en esos momentos, el cariño que tanto había extrañado.

-Doncs compteu amb mi, poseu-me en avís sobre que fareu, jo hi participaré. Perquè tindreu un plà, no?- estrechó entre sus manos las de Pau, estaba un poco preocupada por la situación -Aquesta gent no coneix com ets... Jo et podría fer de suport, saps, com sempre he fet.

En su mente pasaron las veces que se habían ayudado, cada juego que habían llevado, como cuando Lluisa trepaba para coger manzanas mientras Pau miraba a todos lados para que no los descubriesen, cada hora de estudio en la que ella se perdía y Pau brillaba chivandole las respuestas...

Llanos caminaba por el bosque, tratando de recordar más detalles sobre aquellas misteriosas criaturas. Había vivido toda su vida en aquel lugar, y jamás su camino se había cruzado con el de una lamia, pero bien sabía que la ausencia de pruebas no eran una prueba en sí misma. Así pues, al recordar el detalle del peine dorado, Llanos detuvo sus pasos, rebuscó entre sus enseres, y sacó de su bolsa de viaje una lámpara de aceite, prácticamente preparada ya con todo lo necesario. 

El día que tuvo que ir al cementerio a por la grasa de humano no fue divertido, pero se estaba pagando sola. Encendió la mortaja con la chispa de un mortero, y esperó unos impacientes segundos a que comenzara a prender la manteca humana.

-Orrazi -murmuró, alzando la lámpara en cuanto esta comenzó a emitir luz-, orrazi -repitió, moviéndola de norte a sur-, orrazi -concluyó, moviendo delicadamente la luz de este a oeste, esperando que funcionara su hechizo.

-Qué noble por vuestra parte, buscarlas sin estar de servicio -dijo con cierto sarcasmo.

El capitán miró el hierro candente y luego a Teolfo. Casi podía sentir ya el dolor del hierro en cuanto abrasase su piel, pero eso no llegó a pasar. Retiró el hierro y volvió con los otros soldados.

-Podríamos estar todo el día así, con o sin torturas, y tenemos mucha gente a la que interrogar. ¿Quién es el siguiente de la lista? -preguntó el capitán.

-Marçal el herrero, y después los capellanes -dijo uno de los soldados.

El capitán resopló.

-Bien, pues meted a Teolfo en una de las celdas y ya veremos. Con el herrero no habrá problema, pero los capellanes serán un grano en el culo. 

El otro soldado agarró con fuerza a Teolfo por el brazo y lo arrojó al interior de una de las celdas, junto a otro de los malheridos presos. El hedor resultaba más insoportable dentro. 

-Te quedarás ahí dentro hasta que acabe el resto de interrogatorios, y luego ya veremos -le dijo el capitán desde el exterior-. Tus padres van a tener un pequeño viaje al castillo.

El capitán y uno de los soldados salieron de la casa de los almogávares, dejando al otro guardia al cuidado del lugar.

La situación se había tornado crítica para el joven soldado; apresado y sin aliados, Teolfo no podría dar la voz de alarma para avisar a los capellanes o a sus padres. Sin embargo, puede que todavía quedase algo de esperanza...

La lámpara se encendió con una luz tenue y pálida. La llama era pequeña, y cualquiera podría pensar que se iba a apagar de un momento a otro, pero Llanos sabía que no era así; simplemente estaba lejos de su objetivo.

La bruja emprendió el camino hacia el interior del bosque. Aquella mañana era especialmente brumosa, casi parecía que hubiese un incendio forestal, pero el aire era muy húmedo. En cierta ocasión su maestra le dijo que los días en los que la niebla del bosque se espesaba tanto era porque su gran espíritu estaba con un profundo pesar. Esperaba que no fuese así.

A medida que se adentró más y más entre los árboles, la llama comenzó a volverse más intensa y brillante. No había mencionado un peine cualquiera, así que estaba claro que la lámpara la estaba conduciendo hacia el peine de la misteriosa criatura. Al menos sabía que se encontraba en el bosque. No obstante, el camino cada vez se iba volviendo más y más dificultoso, y el paso del tiempo comenzaba a ser confuso cuando, tras tantos árboles y zarzas bordeados, los puntos cardinales se perdieron totalmente. El Sol, ahora en lo alto, podía dirigirla hacia cualquier dirección.

Llanos rara vez se había adentrado tanto en el bosque, pues siempre había sabido que no era una buena idea, pero una fuerza mayor ahora le imponía aquel mandato. A lo lejos, entre la niebla, podían distinguirse extraños destellos de luz azulada. Un transeunte cualquiera las habría seguido movido por el asombro y la curiosidad, pero la bruja sabía que no debía apartarse del camino que le iba trazando la lámpara.

Finalmente, tras un periodo de tiempo demasiado largo, Llanos llegó hasta lo que parecía ser una gruta en una pared de roca, en los lindes de las montañas del noreste. Desde fuera era imposible ver el interior, pues era muy profunda y oscura. En aquellos momentos, la lámpara brillaba con la luz de una hoguera.

Apenas se había acercado a la gruta cuando Llanos escuchó una fría voz detrás de ella. 

-Ayer tu amigo me sorprendió desprevenida mientras me peinaba. Eso no volverá a ocurrir -escuchó.

Tras ella no había nadie, y durante unos instantes la bruja pensó que estaba oyendo voces en su cabeza, hasta que alzó la vista y entonces la vio. En las ramas de un árbol había una joven doncella, de su misma edad aproximadamente. Iba vestida con unos ropajes claros algo desgastados, con una larga cabellera rubia y sus ojos azul claro eran tan bellos como inquietantes.

-Tú nombre es Llanos según dijo el soldado, y parece que contigo no será necesaria la mentira -dijo mirando fijamente a la bruja-. Estoy segura de que ya sabes lo que soy.

Si bien sus ropajes ocultaban bastante bien su figura, sus extraños pies palmeados de ave estaban al descubierto para aferrarse a una de las ramas.

Teolfo se había salvado de ser torturado, pero a la vista de los comentarios del capitán Álvarez, resultaba evidente que alguien más sufriría hasta que pudieran sacarle información sobre las dos mujeres fugadas del castillo del conde.

-Espere... ¿Van a torturar a los capellanes? ¿A unos hombres de Dios? -le preguntó el soldado a Álvarez, extrañado-. Si el pueblo se entera, solo conseguirá que no vean con buenos ojos al conde. Y cuando eso pase, el conde considerará que vos soy el culpable, capitán -Teolfo trató de convencer al capitán acerca de lo que provocarían sus acciones. Confiaba en poder evitar que torturasen a los capellanes y a sus padres. Le preocupaba sobre todo saber que les llevarían al castillo-. ¿Y mis padres? ¿Qué tienen que ver ellos con todo esto? ¡Solo torturaréis a dos personas inocentes que no tienen ninguna información que proporcionaros!

Don Diego miró estupefacto a leonnie y después se dirigió a Bernat.

-Como veis, ni siquiera lo está negando -dijo con cierta indignación-. Aquellas que aceptan la marca del Diablo jamás serán aceptadas en el Reino de Dios, por buenas o nobles que sean sus intenciones. 

El caballero apretó el mango de la espada furioso, pero sin hacer ningún movimiento ni dirigirse a Leonnie en ningún momento.

-Es el deber de un caballero castigar a los herejes y demás renegadas de Dios. Bernat, puede que no estéis ordenado en la caballería, pero sois un hombre de Dios. Amordazad a esa mujer de inmediato -le ordenó el caballero.

El capitán se giró hacia el soldado con una mirada de desprecio.

-Aquí nadie ha dicho que se vaya a torturar capellanes. Precisamente por pertenecer a la Iglesia no serán tratados como a ti, que no dejas de ser un triste vasallo. Tienes suerte de que eres soldado y todavía eres útil. Y sobre tus padres... ya veremos si tienen información que darnos o no. 

Tras estas palabras, el capitán Álvarez abandonó la sala acompañado del otro guardia. 

Con Teolfo encerrado en las celdas la situación se había vuelto preocupante. Sus padres iban a ser detenidos, y si descubrían que los capellanes estaban ocultando al resto, todos podrían ser apresados. No obstante, todavía quedaba un poco de esperanza, y esta llegó de la forma más inesperada posible cuando alguien llamó a la puerta.

-¿Quién es? -preguntó el soldado que se había quedado de guardia.

Se acercó y destapó una mirilla de madera en la puerta. De inmediato abrió la puerta y dejó pasar al visitante misterioso. No era otro que el posadero del pueblo, Damià, cargando con varios cajones de madera repletos de comida.