Partida Rol por web

Llanos siguió las huellas lo más rápido que pudo. Para bien o para mal, en ningún momento se adentraban en el bosque, sino que continuaban hacia la pequeña montaña sobre la que se alzaba el castillo por encima del pueblo.

El Sol se puso, y al aproximarse al castillo, en la oscuridad, pudo distinguir un pequeño grupo de antorchas que se acercaban a las puertas de la gran fortificación. Parecían soldados, y en el centro de ellos había una figura encapuchada que llevaba algo entre manos. La desdichada bruja podría, o bien llegar hasta ellos y hacerles frente, o quedarse observando lo que podría ocurrir.

Teolfo asintió de nuevo a la orden de Álvarez y se dispuso a enfrentarse con el lancero de nombre Rodríguez. Derrotar al soldado castellano del hacha había aumentado su adrenalina y se sentía dispuesto a hacer lo mismo con el lancero al que se enfrentaba en esos instantes.

Sin embargo, el lancero castellano no sólo era un hombre fornido, sino también bastante rápido, superando la agilidad de Teolfo a la hora de atacar. El soldado sacrense intentó desviar el ataque utilizando su lanza, pero se sorprendió al advertir la rapidez de reflejos de Rodríguez, que logró alcanzarle.

-¡Agh! -exclamó, al sentir el toque de la lanza-. Eres bueno. Apenas lo vi venir.

Rodrigo levanto la mirada ante la vista de los muros y el castillo de Burgos, las ultimas luces del atardecer solo hacían que embellecer la ya de por si hermosa villa. El camino no había sido ni largo ni cansado, más bien todo lo contrario un alivio para el animo de Rodrigo, un descanso para el pesimismo que se había adueñado de su alma, desde la caída en desgracia de su familia.

Al llegar a la sede capitular de la orden en Burgos Rodrigo se apeo y entrego las riendas de su montura a uno de los mozos, que se encontraban en las caballerizas.
- El viaje no ha sido largo, pero no les vendría mal algo de agua y pienso - le dijo al joven mientras se sacudía el polvo del camino.

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Rodrigo realizo un gesto de reverencia con la cabeza - Sois muy amable Don Diego - Contesto con la misma amabilidad.

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- Será un placer, si os soy sincero llevo todo el viaje preguntándome el motivo de la carta - Se sincero el joven caballero, mientras seguia al veterano Don Diego hacia el interior del edificio.

- Entiendo, puedo mostraros mis dotes curanderas ahora mismo si queréis, ¿tenéis acaso a algún enfermo en la compañía? o ¿quizás alguna herida que requiera atención? Sino podría explicaros como hacer un ünguento que calme las quemaduras, u otro que desinfecte una mordedura de un animal salvaje, o también como calmar las fiebres que año tras año se llevan demasiadas vidas... - tenía que impresionarle con todo lo que podía hacer, tenía que conseguir que me aceptase, necesitaba salir del pueblo, y necesitaba hacerlo ahora.

Qualsevol persona amb un poc de seny s'adonaria que el més intel·ligent seria esperar i observar. Però a qualsevol persona no li han furtat al seu fill, i per això busque algun arma amb la mirada fins a trobar una branca de bon tamany, i isc del meu amagatall.

-¿Dónde está mi hijo? -Els cride, sostenint la branca damunt del cap, de forma amenaçadora.

En aquella ocasión, fue el contrincante el que logró el movimiento más rápido. Rodriguez había avanzado rápidamente hacia Teólfo con su lanza y este no pudo esquivarlo. 

Eres bueno. Apenas lo vi venir.

-Os hace falta más entrenamiento -espetó. 

Los soldados estuvieron entrenando durante un largo rato bajo la supervisión del capitán Álvarez. A medida que combatían iba quedando claro que los soldados castellanos estaban mucho mejor armados y entrenados que aquellos desdichados hombres de Sacre, a excepción de Teolfo, que causaba bastantes más problemas en sus contrincantes. Álvarez le estuvo vigilando de cerca, aunque no estuvo claro si la destreza del joven soldado era algo de su agrado o de su disgusto. 

Una vez acabaron, todos estaban exhaustos en mayor o menor medida, con ganas de regresar a sus puestos de guardia o a sus hogares. Fue entonces cuando el capitán reorganizó los horarios entre ellos.

-Teolfo -dijo acercándose a él-. Te tocará vigilar esta noche el linde del bosque. Tendrás que patrullar por las cercanías por si hay algún bandido o almogávar oculto dispuesto a hacer una incursión. 

Dicho esto, Teolfo podía ir directamente a aquel puesto de guardia o visitar antes a su familia. 

Don Diego y Rodrigo se adentraron solos en la sede. Era un lugar de pasillos angostos y tenuemente iluminados por la luz de las antorchas. En su interior podía verse a varios miembros de la Orden de Santiago, vestidos de blanco y ataviados con la cruz escarlata de Santiago. 

El caballero le condujo hasta una pequeña sala en la que había un escritorio, una cama para dormir, una estantería llena de libros ajados y el arcón donde guardaba sus pertrechos para el combate. Las estrechas paredes de piedra pobremente decorada daban un aspecto un tanto asfixiante a aquella habitación.

-Tomad asiento -le dijo ofreciéndole una silla frente al escritorio. 

Sobre la mesa había una pequeña jarra de vino que el caballero comenzó a servir en dos copas. 

-Habrá sido un largo viaje, será mejor que repongáis algo de fuerzas.

Don Diego se sentó y comenzó a revisar una serie de papeles antes de volver a dirigirse a Rodrigo.

-En la misiva os hablé de que había indicios de un noble, un conde nada menos, que estaba cometiendo herejía. Quizás os habréis preguntado por qué nosotros tendríamos que encargarnos de este asunto, siendo nuestro deber proteger las fronteras del reino y asegurar los caminos para los peregrinos -el hombre hizo una pequeña pausa para dar un trago a su copa de vino-. Son tiempos extraños, y el reino parece enfrentarse a sí mismo mientras el verdadero enemigo se hace más fuerte cada día. Si servimos a Dios y seguimos la senda de Santiago el Mayor, no podemos permitir que un hombre que escupe en las sagradas escrituras tenga tanta fuerza miliar e influencia en la corte, por eso pensé que lo mejor sería aprovechar el escaso momento de paz que se nos ha otorgado para ir hasta él e investigar si podemos dejarle en evidencia ante la iglesia.

Se detuvo unos instantes, mirando su copa de vino y pensando en cómo continuar.

-Como ya os dije, creo que sois un caballero muy hábil, pero también estoy al tanto de la difícil situación de vuestra familia. Detener a un conde hereje supondría un importante ascenso en la Orden, y podría ayudaros a posicionaros en la corte. Por eso he considerado vuestra ayuda para esta misión, aunque si quisierais declinar la oferta sois libre para ello.

Siguió a Bernat mientras este lo guiaba por los pasillos del Estudi, buscando un lugar donde pudieran hablar con tranquilidad. Llegaron a una acogedora taberna con bastante gente ya en ella, la mayoría estudiantes del lugar. El ruido del lugar y el olor que se escapaba por la puerta de la cocina llenaban el lugar de vida. Sin duda era un buen sitio donde pasar un rato y hablar de manera discreta.

L'Almirall eligió una zona alejada para conversar con tranquilidad, y una vez sentados, lo puso rápidamente en situación, mientras el Dalmau escucaba con atención. Asintió al escuchar mencionar el terme de Sacre, aquella zona fronteriza no estaba demasiado cerca de sus propias tierras, pero el que hubieran caído en manos castellanas era una desgracia bien conocida.

Le extrañó también que gente de letras se interesara por los asuntos de la guerra, pero comenzó a entender que era lo que el de Cabrera quería de él. Si ese conde estaba preparando la plaza para que fuera un punto de partida de alguna ofensiva, sería mejor estar prevenidos al respecto. Y para aquello, tendrían que acercarse a la zona para verlo con sus propios ojos.

La conversación murió el tiempo que uno de los criados les dejó las viandas en la mesa, y mientras daba cucharadas al mejunje, siguió escuchando atento — Ben bé sabeu que podeu comptar amb la meua ajuda, don Bernat. Es cert que no es una missió típica, pero si puc ajudar-vos a complir la vostra paraula, i més encara, a ajudar el meu regne, la compliré de bon grat — respondió poniéndose recto en la silla y ensanchando el pecho para demostrar el orgullo de contar con la confianza del Almirall — Entenc que partirem el més aviat possible, que serem un grup menut i que haurem de cridar l'atenció el menys possible. No patiu, que aquest monjo comptará amb la meua protecció y res li passarà mentre siga amb mí i els meus, teniu la meua paraula.

El hombre torció el gesto. La muchacha había demostrado más conocimientos de los que esperaba.

 ¿tenéis acaso a algún enfermo en la compañía? o ¿quizás alguna herida que requiera atención? 

-Bien... hay un comerciante de pieles que se hizo una herida en la pierna. Aún no ha sanado y tememos que se le pueda infectar. Límpiasela bien y estás dentro. 

El hombre la guió hasta uno de los carros donde había un joven de unos veinticinco años con un gran cargamento de pieles.

-Buenos días, ¿cómo a ido... -comenzó a comentar el muchacho.

-A callar Orestes, alza esa pierna que te la van a mirar.

El joven hizo caso de inmediato, arremangó la manga del pantalón y apoyó la pierna sobre el carro, de forma en la que la herida era completamente visible. parecía un gran corte, probablemente fruto de algún accidente más que por un ataque. No tenía buena pinta, pero Leonnie quizás tenía una oportunidad de salvarla. 

Aquella voz...

El conde pensó que la mujer no se atrevería a seguirles, pero allí estaba, amenazándole con un palo como la vulgar campesina que era. Lentamente, se giró hacia ella, con su hijo durmiendo entre los brazos, y la miró con sus ojos crueles y azules como el cobalto. 

-¿Vos debéis ser la bruja del bosque no? dicen que no tenéis alma, así que supongo que no os importará que os arrebate esto -dijo alzando levemente al bebé.

Su sonrisa era fría y no vacilaba lo más mínimo ante la presencia de la bruja. Sus soldados comenzaron a colocarse ante él y blandieron sus armas.

-Bueno, no perdamos más el tiempo. Rodríguez, haz el favor y deshazte de ella -dijo dándole la espalda a la bruja y avanzando hacia el castillo. El resto de soldados lo siguieron, pero uno bastante fornido y armado con una lanza se quedó. Miró a Llanos y comenzó a caminar hacia ella de forma amenazante. 

Teolfo se sintió sorprendido de que el capitán Álvarez le hubiese escogido a él para vigilar en el puesto de guardia esa noche. Ignoraba qué habría llevado a su superior a tomar esa decisión, pero no dijo nada al respecto.

-Como ordenéis, capitán -fue lo único que declaró, en tono servil. Como buen soldado sabía que no debía oponerse nunca a las órdenes de un superior ni tampoco cuestionar los motivos por los que las recibía.

Sin más, el joven soldado decidió encaminarse hacia el que esa noche sería su puesto de guardia, con intención de comenzar a vigilar cuanto antes y cumplir con la labor que le había sido encomendada.

Rodrigo siguió a Diego de villalba por los angostos pasillos y obedeció a este cuando le invito a sentarse, en la celda que Rodrigo intuía que serían los aposentos privados del veterano caballero.

Rodrigo agradeció la copa de vino que le ofreció, copa que se llevo a sus labios pero apenas bebio un sorbo, nunca habia sido aficionado a la bebida, desde cuando no era más que un zagal de 12 inviernos
Y habia sufrido la peor de las resacas tras una cogorza junto a sus primos, además prefería tener la mente lo más despejada posible.

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Al fin penso Rodrigo, ya sabia el porque habia sido llamado, y no era cosa de broma, si eran ciertas las sospechas que un noble se atreviese a confraternizar con las fuerzas del maligno. Como caballero y buen cristiano Rodrigo no podía más que estar de acuerdo con don Diego, no podia tolerarse tamaña herejía.

- No os preocupéis por mi familia, esto es más importante que disputas por tierras
, honores y demás rencillas terrenales - Rodrigo dijo con absoluta convicción mientras se levantaba.
- Es un asunto divino, vital para Castilla y es el deber de todo cristiano servir a Dios, como caballero de Santiago no puedo ignorar, podéis contar conmigo-.

Había muchas preguntas sin responder, porque era don Diego quien se habia puesto en contacto con él, en vez del representante del maestre de la sede de Burgos, pero poco importaba para Rodrigo los motivos o las formas, era su deber y su honor le obligaba.
Aún así Rodrigo no podia evitar que ciertas sospechas le pasarán por la cabeza.

La sang se'm congela en les venes quan es torna cap a mi l'home que porta al meu fill en braços.

L'hombre... o la bèstia, millor dit.

-No pot ser...

-Me dijeron que al llegar a esta tierra habría una sorpresa esperándome, pero nunca imaginé algo tan provechoso como esto. No esperabas volver a verme, ¿verdad?

A l'escoltar la seua veu de nou, quasi deix caure el pal. El meu primer instint és fugir, deixar-ho tot arrere, com la primera vegada. Però després la meua mirada llisca cap a les seues mans, i li veig. I per fi ho entenc tot.

-No puedes quedártelo -amenace, mentres observe que els seus soldats es posen davant d'ell.

Maleïda siga.

Al cabo de un rato, en la taberna entraron dos personas que se dirigieron de inmediato al almirante; uno era un señor de mediana edad que estaba ataviado con las vestimentas propias de los profesores del Estudi General, y a su lado le acompañaba lo que parecía ser un estudiante.

Al acercarse el almirante se levantó para recibirles.  

-Molt benvinguts sigueu- dijo dándole la mano al doctor y al joven estudiante. Seguidamente, se giró hacia Bernat-. Bernat, et presente al doctor Llorenç, el meu amic del que t'he parlat.

-M'alegre de veure't Don Bernat. M'imagino que aquest bon home d'ací deu ser el noble del qual em vas parlar -dijo el doctor.

-Exacte, et presente al senyor Bernat Dalmau. He lluitat incomptables vegades amb ell i no trobaràs home més lleial i valeròs que ell -dijo Bernat de Cabrera presentando al infanzón.

-Un plaer coneixer-vos. Jo us presente al jove Pau Parra, un dels estudiants més brillants que tenim ací. 

-Encantat -dijo Bernat de Cabrera-. Per qué no us senteu i parlem de tot açò mentre ens prenem un vi?

Había eso hecho muchas veces, tan solo era una herida que desinfectar y curar, no era nada del otro mundo, salvo que ahora, estaba nerviosa, tenía que conseguir hacerlo bien para que me aceptasen, no podía quedarme en aquel lugar, mi vida ya no tenía cabida allí, tenía que escapar.

- Tranquilo, voy a limpiar la herida.

Procedo a hacerlo primero con agua limpia y un paño.

- Esto escocerá un poco...

Digo antes de aplicar el alcohol a la superficie en carne viva, ahora podía ver mejor si tenía alguna infección o algo que pudiese haberse quedado en su interior.

El Sol se estaba ocultando tras el bosque y comenzaba a anochecer. Tras patrullar unas cuantas veces sin que hubiese ocurrido absolutamente nada, Teolfo se había quedado vigilando desde la pequeña atalaya que había a las afueras del pueblo. Desde allí se podía avistar desde la pequeña aldea hasta el cultivo donde los granjeros trabajaban cada mañana, al menos si se miraba hacia el sur, porque si se dirigía la vista al norte lo único que había era el bosque inundando el paisaje hasta las montañas. Al caer la noche, aquella visión se convertía en la oscuridad más absoluta. Sólo la luz que emanaba la casa de aquella extraña mujer del bosque rompía con aquel inmenso abismo. 

-Teolfo, voy a bajar -le dijo su compañero de guardia.

El hombre bajó las escaleras y el joven soldado se quedó solo. El viento era fuerte y silbante aquella noche, meciendo las copas de los árboles como si aquel lugar estuviese vivo.

Teolfo asintió a su compañero para luego permanecer vigilando desde la atalaya. Era de noche y el bosque se encontraba sumido en la más absoluta oscuridad, salvo por la luz de la casa de una extraña mujer que vivía en la arboleda, pero más allá de eso el soldado no veía luz alguna.

El soldado echó un vistazo a su alrededor, intentando percibir cualquier detalle fuera de lo habitual en el interior del bosque. No creía que fuera a tener que lidiar con algún tipo de problema o incursión durante su primera noche como vigía, aunque no podía estar seguro de que esa noche fuera a ser una noche de guardia habitual.

Pau había entrado a la taberna con la cabeza gacha, pero echó un vistazo rápido en general para localizar a su mentor. Justo estaba hablando junto a dos hombres y se acercó al grupo tímidamente.

Bernat C.-Molt benvinguts sigueu

Pau le dio la mano, acompañando el movimiento con una leve inclinación de cabeza, sus manos eran suaves como el que nunca había empuñado una espada o trabajado nunca en el campo, esperó a que su mentor iniciase las presentaciones.

Dr.Llorenç- Un plaer coneixer-vos. Jo us presente al jove Pau Parra, un dels estudiants més brillants que tenim ací. 

- Bones, -dijo tendiendo la mano hacia Bernat Dalmau- encantat de coneixer-los. No facen cas, només sóc un aprenent de tants, però espere ser d'ajuda en aquest viatge.

Después del saludo inicial, el grupo tomó asiento alrededor de una pequeña mesa y una mujer se acercó a tomar la comanda. Pau agachó la vista ligeramente colorado.

- U-un got de vi per favor...

Estaban acabando de comer cuando por fin llegó el amigo del Almirall con un joven acompañándolo. Bernat se puso en pie y esperó a que el de Cabrera finalizara su saludo y empezara con las presentaciones — Igualment, doctor Llorenç — respondió de manera cortés, inclinando levemente la cabeza en señal de respeto, para luego fijarse en el joven. No podían ser más distintos uno y otro — Bones — dijo, estrechándole la mano que le ofrecía — Segur que el teu mentor ho diu amb raò. Deu de confiar molt en vos, si vos ha encomanat una tasca com aquesta.

A todas luces, parecía un muchacho tímido y que se había pasado la vida entre libros. Desconocía de quién sería familia, pero no era el tipo de hombre que uno enviaría a una zona fronteriza con tantos rumores de guerra en el ambiente. Sus razones tendrían los monjes para hacerlo, no le correspondía a él preguntar. Alzó la mano para indicar que él también tomaría un vaso de vino, y luego se inclinó sobre la mesa, esperando que el doctor pudiera contarle más sobre el cometido que ambos tendrían que desempeñar en Quart de Sacre.

El viejo caballero asintió.

-Sabía que podía contar con vos. 

Dio un último trago a su copa y se la acabó. Sacó un pequeño pañuelo de su bolsillo y se limpió la boca.

-Partiremos en unos días, cuando acabe de preparar unas cuantas cosas. Es un viaje largo; el nuevo hogar del conde se sitúa en los límites del reino de Castilla, colindando con el de Valencia. Llegaremos hasta allí como humildes caballeros de Santiago pidiendo cobijo. Una vez allí... -hizo una pequeña pausa, rascándose la barbilla-. Os lo iré relatando por el camino...

Continuará...