Partida Rol por web

Qué cabrón!! Le dije que no fallase un tiro y no lo ha hecho. Tengo madera de líder, qué bien motivo a mi gente... No entiendo cómo no lidero esta escuadra... ¿Quizá la falta de disciplina? ¡Bah!* no creo. Siempre con esas tonterías, "Skold no hagas eso", "Skold no vayas solo" , "Skold no deberías haber frito a esos xenos antes de la señal" Pamplinas. Se piensan que por tener el pelo largo soy un rebelde sin causa. Esta deathwatch pierde cada vez más encanto...

La granada cayó, casi lentamente, a poca distancia de la ametralladora que era su objetivo. La explosión, que dispersó fragmentos de metal candente por todo el área, redujo a uno de los artilleros a un amasijo sanguinolento e hirió al otro, pero éste se las apañó para continuar con su herética labor. De algún modo, no obstante, el Ángel Oscuro sabía que no lograría realizarla con la eficacia anterior.

El resto de los Astartes, salvo Skold, continuaron disparando a la masa rebelde con asombros eficacia... aunque en realidad no había nada de asombroso en ello, vista la que venían demostrando durante todo el combate. Línea tras línea de herejes iban desplomándose con una facilidad tal que parecía más una coreografía que una guerra. Había mancha del Caos en ellos, no cabía duda, porque ningún regimiento humano soportaría una masacre tan eficiente con ese estoicismo. No era disciplina, era... ¿desinterés? ¿intrascendencia?

Las hordas respondieron al fuego con una puntería digna de un puñado de orcos tuertos. Sólo un afortunado consiguió impactar a un Marine y tuvo que ser por fuerza cuestión de estadística, de distribución de plomo en aire. Lucian recibió un impacto en el brazo izquierdo que, sorprendentemente, casi se abrió paso a través de la servoarmadura. Sin embargo, la contusión fue importante. Lucian notó como todo su costado izquierdo era desplazado con violencia hacia atrás en un golpe seco y sintió un dolor disperso por toda la zona cuando sus articulaciones fueron forzadas en ángulos innaturales y sus músculos se estiraron más de la longitud para la que estaban preparados.

La ametralladora intentó unirse a la fiesta, pero sufría algún problema. Su percusión sonaba irregular, aleatoria, en vez de ser el rítmico sonido característico, y no consiguió alcanzar la cadencia de fuego para la que estaba diseñada. Un proyectil perdido golpeó en el pecho de Sepheran totalmente inútil, consiguiendo solo arrancar un gruñido del enorme Ángel Sangriento. Y mientras la muchedumbre enardecida seguía intentando inútilmente dañar al invulnerable Elyas con sus tristes armas improvisadas. El Marine estaba rodeado por todas partes, literalmente sumergido entre la multitud, aunque su cabeza se alzaba bien por encima de la de los demás. Pero ni siquiera sentía los golpes que eran predecibles, lentos e inefectivos contra su superior equipamiento y tecnología.

Aburrido del ineficiente acoso de aquellos mutantes, Elyas apartó de un manotazo a un rebelde que estaba intentando abrir mella en la ceramita con una burda sierra industrial. No había conseguido eliminar por completo la dotación de la ametralladora, pero por el sonido se intuía que ya era poco más que una molestia añadida. Decidido a quitarse de encima a toda aquella chusma, empezó a repartir golpes a diestro y siniestro

Sepheran abrió fuego de nuevo contra esos condenados herejes. Había perdido la cuenta de cuántos había matado ya, muchos, pero desde luego no los suficientes. Por desgracia su maravilloso bólter pesado, aquel divino artefacto que escupía justicia imperial a razón de varios proyectiles por segundo, amenazaba con necesitar una recarga.

Tenía que confesarlo: odiaba esa parte

Un maldito disparo en el brazo, un dolor enorme que llevar. El fuerte viento que corre por sobre el puente lleva hasta mi los ruidos de la guerra y los aromas de la destrucción. El disparo ha atravesado la ceramita de mi servoarmadura y se ha incrustado en mi hombro. Siento como mi brazo se entumece y se suelta mi mano izquierda del bolter, la que queda colgando flácida, inerte. Miro indignado hacía donde vino el disparo y contengo mi ira para no escupir alguna palabra inapropiada para un guerrero santo de mi posición.

"¡Maldita sea! ¡Malditos herejes!"

Con un movimiento fluido guardo mi arma y me pongo de espaldas contra el vehículo destruido. Desde allí miro el agujero en mi hombro y veo la sangre salir de él a borbotones de tamaño y frecuencia preocupante. Levanto la cabeza para mirar al cielo al momento que los conocimientos de medicina aprendidos en mi instrucción como Apotecario inundan mi mente y me aclaran la gravedad de la situación:

"Sangre a borbotones intensos y periódicos constantes es igual a daño arterial con probabilidad grande de desangramiento. El dolor sordo y eléctrico que siento al intentar mover la extremidad indica daño nervioso, dolor neuropático. La caída del miembro indica que tengo tendones y ligamentos cortados. No hay agujero de salida, por lo que el proyectil aun está dentro, lo que contaminará mi sangre y me envenenará. Debo sacar el proyectil o moriré. Debo reparar mi extremidad o seré una carga para el grupo... más que eso."

Cierro los ojos y trago saliva pues tengo claro lo que me ocurrirá. Pienso en el grupo y pienso en el destino del planeta. Pienso en todo lo que sucede y en lo que significará mi muerte:

"Amo a mis hermanos de batalla y sé que, independiente de sus individualidades, son los ángeles del Emperador y este les sonríe por su eficiencia y devoción absoluta, pero sé que no podrá lograrlo sin mí. Estamos en un agujero oscuro, alejado de la luz sagrada y con los xenos amenazando con su infección. No cualquier xeno, sino los terribles tiránidos, que devastaron Macragge, dejando cicatrices que aun perduran. Los desgraciados harán lo mismo con este mundo y con todos los que se les cruce. Matarán millones de personas que creían en nosotros y en el Dios-Emperador para protegerles. Si yo muero, mis hermanos morirán de sus heridas, perderán un soldado y se desorganizarán, separados por sus diferencias. El Hermano Skold sería un buen líder, pero es demasiado poco canónico como para ser apoyado por el Hermano Elyas. El Hermano Sepheran seguirá a cualquiera, pero solo un líder de carácter fuerte y disciplinado podrá calmar su sed de sangre y en el peor de los casos, Emperador no lo permitas, que uno de ellos muera, soy el único capacitado para rescatar la semilla genética que portan y así evitar que se pierda para siempre un Space Marine. Debo permanecer con vida pues solo tres guerreros no podrán defender este mundo en este oscuro momento. Debo vivir para ayudar y no permitir que se vuelva a repetir Macragge."

Con el Narthecium, unido a la muñeca de mi brazo derecho, haciendo acopio total de mi determinación, me atravieso el hombro izquierdo sin dudarlo un momento pues no puedo permitir que el proyectil siga allí alojado. Siento como las agujas se insertan en mi carne y comienzan a infiltrar las sagradas sustancias que bendicen con salud a los heridos que sirven al Emperador. La maquina que empuño, creación divina de la Humanidad, se encarga luego de limpiar la herida con un taladro que saca el tejido contaminado, une los ligamentos y la arteria cortada, anestesia el nervio dañado mientras lo baña con ungüento regenerativo. Finalmente, con pinzas apropiadas de dientes afilados, extrae el proyectil, aun ardiente, de entre mis fibras musculares y luego sutura la herida con agujas de gran filo y velocidad. Es un proceso rápido y limpio, pero sumamente doloroso:

 - "¡Bendito sea el Emperador y el dolor por indicarme que aun estoy vivo!"

El dolor pasa rápidamente cuando las agujas abandonan mi carne y siento rápidamente como mi salud es restaurada y puedo un poco más, luchar y servir en nombre de la Deathwatch. Servir es mi orgullo, luchar es mi obra y cuidar de mis hermanos mi devoción. Morir sería abandonar a los míos y a todos quienes dependen de mi labor. Soy el líder de esta escuadra no por ser el mejor, ni por ser el más útil, sino porque soy el que aprecia la unión y respeta a todos y cada uno de nosotros como un valioso elemento, un servidor importante, un irreemplazable hermano.

La cosa no pintaba nada bien. Tras un avance de lo más antinatural, Skold pudo observar como sus compañeros tenían sus ojos clavados en él - Quizá piensen que he recibido algún balazo y por eso me muevo de este modo - Pero no, por un momento el Astarte había perdido el equilibrio y se movía de forma verdaderamente ridícula. Pero el avance del lobo había sido premeditado, para situarse a corta distancia de su objetivo y conseguir impactar con mayor facilidad. Su intención era cubrir a los rebeldes con un poderoso fuego de bólter.

Antes de fijar el bólter pesado con sus dos brazos pudo percibir un gruñido a su espalda. El brazo inerte de Lucian indicaba que había recibido un balazo - Mierda, si cae uno caemos todos... Lucian es hábil, sabrá curarse - Y al tiempo que pensaba esto comenzó a disparar una andanada mortal.

Finalmente las tornas comenzaron a cambiar. En el frente que se disputaba a las espaldas de los Marines Espaciales se había producido un importante giro. Enardecidos por la presencia de los sacrosantos guerreros del Emperador y viendo la magnífica destrucción que portaban orgullosos, las fuerzas de la FDP se las habían apañado para romper ligeramente la línea rebelde y abrirse paso hacia el puente donde los osados (quizá temerarios) Astartes se afanaban en exterminar herejes en una proporción superior al 100:1. Este giro, unido al disparatado número de bajas sufridas hizo que los restos que quedaban de la horda rebelde más occidental se desperdigasen en un intento de mantenerse con vida, abandonando la ametralladora a su suerte. Algunos de ellos huían hacia atrás, hacia el distrito, por el largo puente mientras que otros trataban de llegar al borde de este y arrojarse a las aguas que cruzaba. Agradecísteis el cambio en la situación, una pequeña recompensa a vuestros incesantes esfuerzos. Como solía decirse "a enemigo que huye, puente de plata"

Pero aún quedaban rebeldes que masacrar y en ese momento estaban muy preocupados por poder sufrir la misma suerte que sus compañeros. Habían visto desde suficientemente cerca cómo el puño de combate de Elyas lanzaba a sus compañeros (o más bien, partes de estos) por los aires y, podíais asegurarlo, no querían sufrir la misma suerte, por lo que concentraron sus disparos en él. Por desgracia, carecían de armas pesadas y su vitoreado campeón con lanzamisiles había muerto manco y desangrado hacía un rato. Este hecho les ponía furiosos y, para gozo y alborozo de los chepudos rebeldes, el Ángel Oscuro se encontraba a corta distancia. El aire se lleno de balas, todas con un único y claro propósito, y Elyas parecío desaparecer por un instante en medio de una cortina de plomo. Cuando, casi a un tiempo, la ráfaga cesó, el Marine aún estaba allí de pie, aunque la pintura negra de su servoarmadura había sido desconchada en tantos sitios que resultaba difícil discernir de su color.*

Ante semejante tromba de proyectiles, era una imposibilidad estadística que alguna bala no atravesara la protección armada de Elyas, pero aquellos traidores parecían haber mejorado su puntería repentinamente y le habían alcanzado más de lo que habia previsto. Su brazo y su pierna se resintieron, aunque aún podía moverse con rapidez a pesar del dolor. Pero no sabía si podría soportar otra ráfaga así, y sus hermanos de escuadra aún estaban penosamente lejos, lo cual no era un problema por parte de Sepheran porque se suponía que esa era su función, pero el plan era avanzar, no dejarle a él solo frente a toda esa horda de traidores.

Pero bueno, ya suponía que se iba a quedar solo. Siempre acababa ocurriendo. Y solo sería como acabaría aquello, vivo o muerto. Se encaró hacia los rebeldes que quedaban vivos, y cargó contra ellos, musitando una leve plegaria al Emperador. Sin amenazas ni gritos arrogantes; solo el sonido de las botas de ceramita pisoteando el suelo y el chisporroteo del puño de energía. Aquel era el único himno que necesitaba.

Huían. Como los perros cobardes que ran, las tropas traidoras huían de los siervos del verdadero Dios Emperador.

Pero la fuga no era una opción. No, cuando a lo que se enfrentaban era a la furia virtuosa, a la devastación implacable, a la justa venganza que portaban los miembros de la Deathwatch. Era cierto que el Emperador podía contar con el servicio y la devoción de miles de millones de súbditos. Que cualquier vida se sentiría honrada de sacrificarse por él. También era cierto que había seres aún más mortíferos que los marines espaciales en el arsenal del Trono de Terra.

Dreadnoughts, custodios, asesinos especializados en la astucia y el sigilo, pilotos de gigantescos titanes de guerra. Pero no había nada semejante al alcance de la horda rebelde que huía. Tan sólo cuatro marines espaciales, cuatro astartes contra un planeta infestado de caos y xenos.

Cuatro vigilantes que portaban la antorcha de la justicia. Cuatro focos de muerte y destrucción.

Todos aquellos pensamientos tan sólo tardaron un mero segundo en cruzar la mente del curtido Angel Sangriento. Sepheran era el mejo en su trabajo. Y su trabajo en aquella ocasión sería segar la vida de miles de aquellos desgraciados caídos en la pantanosa incertidumbre del caos.

El bólter de asalto escupió una vez más. La lluvio roció a las primeras filas de guardias, cual granizo radioactivo que atravesaba las corazas como papel mojado. Las balas no se detenían al primer impacto, sino que entraban, mataban y salían en busca de otro cuerpo que obstaculizara su camino.

El tiempo parecía detenerse, mientras que la visión genéticamente aumentada del astartes aportaba dato tras dato de condiciones balísticas y soluciones de disparo  al cerebro especializado en asesinar.

Uno a uno, los objetivos eran barridos del mapa. Caían descuartizados por la potencia de las balas del bólter, o eran atravesados por ellas hasta que sus cuerpos se negaban a responder.

La saliva caía de la boca de Sepheran, que disfrutaba con cada muerte inflingida, con cada enemigo abatido.

Tardó bastante en darse cuenta de que estaba gritando, de que llevaba gritando minutos.

No importaba. Pronto no quedarían enemigos en pie. Entonces podrían callar tanto él como su arma asesina.

Ja, ja. ¡¡Corred alimañas!! - La situación parecía estar dando la vuelta, pero Skold sabía que estaba en tablas. Los hermanos Elyas y Lucian parecían bastante lastimados y eran los únicos dos que podían enfrentarse con garantías a los rebeldes en el cuerpo a cuerpo. Por lo que todo dependía de que los dos bólteres pesados hiciesen su trabajo antes de recargar.

Por fin me siento un poco mejor, pero veo como el Hermano Elyas es impactado múltiples veces por las armas de los herejes. Pienso en acercarme a él a ayudarle, pero la verdad es que no serviría mucho pues está a demasiada distancia como para atravesarla en este momento. Es mucho más útil acabar con la amenaza que le aqueja antes de que le dañen más.

Con un movimiento relámpago saco el bólter que me prestó mi Hermano Lobo y disparo con él contra el grupo de enemigos que queda combatiendo, dispersando la muerte como esos herejes y mutantes se merecen recibirla. Sonrío por el gusto de acabar con los enemigos del Imperium de la Humanidad, mientras el arma aun escupe humo de los proyectiles recién disparados.

La devastación era tal que podrían componer una oda sobre ello. Sobre como cuatro Marines Espaciales sin cobertura, en medio de un puente de dimensiones titánicas, hacían ellos solos frente a la herejía, a la corrupción, a la infestación, a la rebelión.

La venganza había sido terrible, una mortal reprimenda que había desolado a los rebeldes que no habían huido por el cobarde e indigno gesto de cebarse con el solitario Ángel Oscuro. Sus Hermanos, siempre vigilantes, habían castigado a sus indignos enemigos, ojo por ojo, diente por diente, dejando muy claro que, por encima de todo, la guerra era un noble arte que jamás perdonaba aquellos que insultaban su nombre. Que aquellos que lo hacían no vivían para repetirlo. Casi un centenar de nuevos cadáveres eran testigos de esa promesa.

Sin embargo había quienes no aprendían jamás. Quienes no entendían el juego. Aquellos que luchaban por motivos irracionales. Quizá por su sangre contaminada por la inmundicia xenos, quizá por la equivocada creencia de que entregaban sus vidas por una causa mayor, ignorantes de que, por buenas que fueran sus razones, el Imperio no podía tolerar la traición y que solo la muerte era el pago que se daba a los que tomaban el camino de la felonía. Así, los desesperados, los mutantes y los que ya habían asumido que solo les restaba la muerte se precipitaron en masa, como un desafío, como un insulto escupido a la superioridad Astartes, de nuevo contra el Ángel Oscuro. Sus mazos, sierras y palas, pero también sus puños se estrellaron varias veces contra la servoarmadura, pero su suerte se había acabado y la derrota se cernía sobre ellos coreada por las fuerzas de la FDP que avanzaban jubilosas por el puente. Los rifles herejes abrieron fuego también, pero tan solo lograron agujerar un poco el castigado puente, incapaces siquiera de hacer un blanco en los guerreros del Emperador. Su hora llegaba.

Patético. Aquello era simplemente patético. ¿Tal era el desprecio que sentían contra el Emperador de la Humanidad, que ni aún siendo masacrados se retiraban? Hasta un Marine Espacial se retiraba si la situación lo exigía, porque una cosa era no conocer el miedo, y otra dejar que la semilla genética se perdiese inútilmente o peor aun, cayese en manos enemigas. Pero aquellos traidores estaban tan enloquecidos por la mutación xenos, que incluso golpeaban a un Marine Espacial con sus puños desnudos.

Elyas no era un hombre iracundo; incluso en su labor como marine de asalto, siempre mantenía una fría y clara determinación que no dejaba que cegase la ira. Pero eso estaba cercano a ponerlo furioso, pues como Angel Oscuro solo habia una cosa que detestase más que los xenos o la mutación, y era la traición. Quizá fue por ello, por esa rabia incipiente que empezaba a sentir, por lo que dejó de centrarse en repartir golpes que alcanzasen al mayor número posible de enemigos, y comenzó a... recrearse. A aplastar traidores uno por uno, despacio. Agarró a uno con su puño de combate y lo constriñió hasta que todo su cuerpo reventó por la presión, y golpeó a otro con su pistola bolter y le aplastó la cabeza con su bota derecha. Desde luego, no era una forma de combatir tan eficiente como la que había usado hasta ahora, pero no le importaba; sabía que sus hermanos compensarían su falta. Quería que esos rebeldes viesen que, aunque la ira de un Angel Oscuro pudiera no ser tan... directa como la de un Ángel Sangriento, no era menos terrible.

Skold observaba como Seph había agotado el cargador del arma, por lo que no quedaba otra que aplicarse él mismo con mayor ahínco. Y eso hizo. Callado, como pocas veces se vería al lobo. Concentrado, en tratar de apuntar del descomunal bólter pesado en modo automático hacia la horda, para evitar perder cualquier disparo. Atento, observando de reojo al Ángel Sangriento recargando, pues lo ideal era que el fuego no cesase y a Skold también se le agotaba el cargador...

Esto parece finiquitado si no hay sorpresas, esperemos que esa escoria no vuele el puente... Hacernos con el puesto de detonación debería ser el primer objetivo tras acabar de masacrar a estos rebeldes.

Clack

El humo seguía saliendo del cañón del bólter pesado, un grueso hilo que demostraba su uso inmisericorde.

Clack

Sepheran parpadeó confundido. ¿Porqué no caen?

Clack

¿Porqué no están cayendo?

Clack

Los disparos en vacío irritaban al Angel Sangriento, quién fruncía el ceño a la par que miraba su fiel arma.

Algo gruñó dentro e Sepheran. Esa bestia interna que todo astartes de su capítulo mantenia confinada en lo más recóndito de su ser, pero que pugnaba siempre por salir. Había bebido mucha sangre hoy. Demasiada como para permanecer aletargada. Demasiado poca como para permanecer tranquila.

El marine espacial guardó con mimo el bólter pesado, pasando la correa de cuero por su cabeza y hombro, dejándolo colgar, descansar.

Acto seguido, desenfundó su cuchillo de combate y su pistola bólter, y comenzó a caminar, solitario, silencioso, en dirección a los restos dispersos de las tropas enemigas.

Ya no gritaba.

Era hora de que gritaran ellos.

El combate casi termina ya y solo unos pocos herejes han sobrevivido a nuestros actos de justa destrucción y muerte. Veo que dos de mis Hermanos de Batalla no han logrado acabar con enemigos, por lo que apunto con el bólter y disparo una ráfaga contra los enemigos restantes, intentando reducir a estos a un grupo de desordenados aficionados asustadizos.

Mientras resuenan las explosiones de mi arma, veo que dos de mis Hermanos necesitan de mis artes sanatorias, por lo que pienso en avanzar a donde está el Lobo, mi aliado más cercano, y así usar mi Narthecium en devolver la salud que nuestros regalos genéticos nos brindan y que nos sitúan por encima de todo el resto de la Humanidad. Lo siguiente será llegar donde el Ángel Oscuro, quien está a mucha distancia aún pero que necesita urgente el mejor de los tratamientos.

"No puedo entretenerme mucho más acá."

Apenas termino de disparar y con el cañón aun humeante, me pongo en movimiento para acercarme al primero de quienes serán atendidos, usando los conocimientos sacrosantos que los maestros Apotecarios me enseñaron en los salones de Macragge hace ya tantos años.

Aquello no eran herejes normales. Aquello eran locos peligrosos. Dementes kamikazes. Suicidas desesperados. Fanáticos irremisibles. Aquello no tenía explicación lógica, habría que recurrir a comprender al Caos o a los Xenos, ambas peligrosas herejías, para encontrar un razonamiento que explicase ese comportamiento. Eran, por tanto, no humanos y debían ser exterminados.

Qué clase de instinto les llevaba a atacar con furia redoblada cuando estaban derrotados de forma aplastante es algo que ninguna raza inteligente podía suponer. Era así, y punto. Así que en un último intento incivilizado de morir (ni siquiera gloriosamente, porque la gloria es un concepto racional), los herejes que quedaban se lanzaron babeando, gritando y bizqueando frenéticamente contra el Marine que se les aproximaba con un cuchillo, ignorando casi por completo los patéticos intentos de Elyas por herirles, que en este momento se encontraba desbordado por rebeldes por todas partes y, si se le veía, era solo por su mayor altura. Recibió algunos golpes, claro, que retumbaron de forma metálica, pero ni siquiera el ímpetu antinatural de aquellas cosas podía traspasar una servoarmadura con una llave inglesa.

Así, vociferando casi ininteligiblemente, entonando canciones de fábrica distorsionadas y de forma tan ordenada como un montón de perros hambrientos, medio centenar de locos sin nada que perder salvo la vida se lanzaron en un último asalto absurdo contra un Ángel Sangriento que les esperaba armado con solo un cuchillo. Resultaba difícil decidir cuál era la situación épica y cuál la cómica.

Sepheran ya no distinguía las voces de sus compañeros a través del comunicador. La sangre se apelotonaba en su cabeza, la ira se iba haciendo más y más fuerte, mientras el Angel Sangriento la liberaba, dando rienda suelta, al fin, a los instintos más básicos de su Capítulo.

El astartes echó a correr directaente hacia la cabeza de la horda enemiga, aquellos soldados que aún, a pesar de todo, permanecían en pie, resistiendo la justa causa del Trono de Terra.

No durarían mucho más sus blasfemas ofensas.

Gritando como un poseso, cuchillo en mano, el Angel Sangriento avanzó a grandes zancadas, retumbando el suelo a cada paso que daba, su armadura temblando por las vibraciones, sus dientes apretados en una mueca de furia descontrolada.

La muerte corría hacia los rebeldes...