Partida Rol por web

El Hermano Lobo lanza la granada por la tubería, por lo que tenemos pocos segundos para evitar algún daño. Doy la orden de inmediato a mis Hermanos de Batalla:

 - "¡A CUBIERTO!"

Digo de un grito por el comunicador mientras me alejo de la tubería y busco alguna zona más sólida en la que refugiarme de la explosión inicial.

La reacción de Elyas no se hizo esperar, y el Angel Oscuro corrió a parapetarse detrás de alguna plancha o maquina pesada para evitar que le alcanzase la deflagración que se iba a provocar. Tal vez incluso la fábrica saltase por los aires, no podía saberlo, pero fuera como fuera, esas cosas eran parte del trabajo de un Astartes.

Los segundos que pasan cuando uno corre desesperado por su vida pasan a un tiempo muy rápidos y muy lentos. Muy rápidos porque son siempre insuficientes. Muy lentos porque puedes contar cada latido de corazón, cada paso, puedes detener el tiempo en cada instante como si se tratasen de pequeñas e insignificantes vidas. Y luego, repentinamente, el tiempo vuelve a su flujo normal, implacable y todo ha pasado. Estás vivo o estás muerto.

Aquello hizo ¡BOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOM!. Puede quizá que incluso hubiera un par de crujidos antes, pero nadie lo había escuchado. Y algo le siguió. Una especie de grito inaudible, una reverberación psíquica lo suficientemente poderosa para que hasta vosotros la captárais se extendió por vuestro cuerpo como un relámpago, partiendo de la nuca. Un psíquico se habría quedado momentáneamente "sordo". Dolor. Mucho dolor. Y odio.

El suelo se levantó de repente y salió proyectado hacia arriba media docena de metros expelido por una enorme columna de fuego. La lluvia de cascotes que le siguió dejó destrozada gran parte de la maquinaria restante. Los había de todos los tamaños, empezando en un puño y acabando en enormes bloques capaz de reducir a un Astartes a su mínima expresión. O al menos a una más fina. El sonido de piedra contra piedra y piedra contra metal invadió vuestros oídos mejorados mientras toda la estancia aumentaba en varios grados su temperatura. Pudísteis sentir, aun a través de la armadura, la vaharada de calor que había desprendido la explosión. Como un mazazo térmico. Como un infierno repentino. La enorme grieta humeaba y ardía, y había dejado al descubierto lo que parecían un conjunto de salas excavadas a cierta profundidad al levantar todo lo que había encima. El perfil de la excavación no podía discernirse: había sido destrozado por la explosión.

Pero aquello no había sido lo único que había lanzado por los aires la deflagración. Había otras cosas más orgánicas. Había al menos 3 Genestealers abrasados, repartidos en trozos por toda la estancia. Su armadura quitinosa se había carbonizado. No eran más que restos humeantes y malolientes, que siseaban al evaporarse sus líquidos restantes. Había también otros 3 bichos vivos. Horriblemente vivos. Aquellas formas de vida ya eran suficientemente repelentes de por sí, pero ahora estaban cubiertos de ampollas, horriblemente desfigurados. A uno le faltaba media cara de la que salia un icor que poco a poco dejaba de evaporarse. Su carne variaba de tonalidad desde un rosa palpitante hasta un negro polvoriento. Otro tenía una de las extremidades superiores rota de forma macabra, retorcida hacia atrás en un ángulo imposible.

Y había un tercero, una bestia dos palmos más grande que el resto, sumergida por completo en una nube de vapor que su propio cuerpo desprendía. Tenía un perfil más alargado, más serpentil. Las placas azuladas le recubrían gran parte de su cuerpo musculoso. Sus dientes eran hileras de cuchillas, y su lengua siseaba. Era ciertamente impresionante, aunque estaba visiblemente herido. Chamuscado. Grandes extensiones de su piel estaban quemadas de gravedad, supuraba por las heridas. Aquí y allá se le habían desprendido placas por los brutales impactos de los cascotes. Le dolía. Le dolía profunda e inhumanamente. Podíais sentirlo con claridad. Aquella sensación emanaba de él como un líquido viscoso y omnipresente. No aullaba, pero parecía desearlo.

Y aquellos ojos... aquellos ojos aunaban inteligencia e instinto depredador.

La violencia del estallido pilló a Sepheran desprevenido, pues estaba tan concentrado en disfrutar de ello que no se percató de que no se había puesto a salvo lo suficientemente rápido.

El Angel Sangriento salió despedido con una violencia inusitada a causa de la onda expansiva que siguió a la deflagración, pero el sonido de genestealers abrasándose vivos, lo sacó de su estupor a tiempo de ver surgir a la madre de aquellas cosas...

Elyas llegó a tiempo de parapetarse detrás de una pesada plancha de metal, que amortiguó por completo la onda expansiva y la oleada de calor de la explosión resultante. Cuando el ruido de cascotes cayendo al suelo terminó, salió y observó el crater que la explosión había dejado. Había esperado más tiránidos, pero recordó que la invasión alienígena a gran escala no había comenzado y el planeta aún no estaba infestado de gantes. De todos modos, tres genestealers muertos, dos gravemente heridos y una... cosa medio chamuscada eran buenas cifras; si se hubieran tenido que enfrentar a todo aquello en los estrechos conductos, habrían tenido serios problemas. Ahora, una descarga de los bolters pesados de Sepheran y Skold debería bastar para acabar con ellos.
 

Lordsholm. Refinería Sollar e Hijos. 06:49 a.m. hora local

Era aquí y ahora donde se decidiría el destino de Avalos. Aquella era la bestia que estaban buscando. Aquella era la abominación que habían venido a dar caza. ¿Qué posibilidades tenía? Era tan solo una aberración malévola y asesina, pero vosotros teníais al Emperador de vuestra parte. En forma de bólteres.

Una gota de saliva cayó de la ondeante lengua de la criatura pero no llegó a tocar el suelo. Se convirtió en vapor antes de tocarlo. El calor era insoportable.

De repente, los dos Genestealers heridos ya no estaban allí. Se habían desvanecido. Casi desmaterializado. Se movían casi demasiado rápido para ser vistos. Como sombras. Como sombras asesinas. Y se abalanzaron sobre los dos Marines que habían quedado aturdidos por la avalancha de cascotes. Tal era su plan. Eliminar a los blancos más débiles de la manada tan rápido como fuera posible. Un ataque quirúrgico, con agujas de medio metro.

Uno de ellos apareció justo al lado de Sepheran, lanzando un ataque al mismo pecho del Marine, que no se lo esperaba. No era muy inteligente (claro que aquel bicho tenía medio cerebro al descubierto), allí era donde estábais mejor blindados, pero la garra atravesó la ceramita, frenándose lo suficiente como para que la herida no alcanzase huesos ni órganos, solo carne. El otro ya estaba sobre Skold. Tenía una extremidad partida, lo que no evitaba que pudiera partirle el cuello con las otras tres. El golpe cayó desde arriba, apuntando a la cabeza, pero Skold ya no estaba allí, si no medio metro más a la derecha. Bueno, casi todo Skold, porque había dejado la pierna atrás en la esquiva y el impacto le dió en ella. Por suerte, la armadura frenó el impulso que llevaban las garras y la herida no fue de gravedad. Dolía, claro que dolía. Pero nada en comparación con lo que esas bestias escaldadas tenían que estar sintiendo. Y eso se hizo, en efecto, patente.

La sala pareció empequeñecerse y oscurecerse, como si algo atrajese la realidad hacia su mismo centro. Como un pequeño agujero negro. Pero allí no había la paz y el descanso de la inexistencia, tan solo una agonía abrasadora. Un dolor omnipresente que aumentaba conforme aquella sensación se magnificaba, conforme parecía absorberos. Pero la mente de un Marine ha sido sometida a una disciplina aún más rigurosa que su cuerpo y no se deja engañar ni domar con facilidad. Aquel truco (si de verdad esa expulsión de un dolor tan lacerante era un truco) no iba a funcionar con vosotros. Al menos no con todos vosotros.

La sangre se iba acumulando en la periferia de la visón del Angel Sangriento, que cada vez era menos capaz de contenerse. Para colmo aquella vil criatura se abalanzó sobre él, traspasando la ceramita con sus garras y rajando su carne de abajo a arriba. Pero las drogas de combate inundaban instantáneamente el torrente sanguíneo del astartes, haciendo que casi ni sintiera aquella atroz herida.

¡Raaaaaagh!

Sepheran desenvainó con premura su machete, apuñalando al genestealer en pleno torso, pero aquella criatura emulaba los efectos de las drogas imperiales con el sencillo pero útil método de tener medio cerebro inerte. No sentía dolor el maldito... y el tiempo se acababa...

Había algo aterrador en aquellos ojos vacíos, de una profundidad y una negrura en los que podría ahogarse hasta el más pío de los servidores del Emperador. Pero en ese momento en que las paredes de la estancia parecían deformarse y tu mente era atraida hacia el centro de aquella misma sensación comprendiste que no era ese ser lo que inspiraba esa incomodidad. No eran sus dientes, no eran sus garras, ni siquiera la amenaza mortal en que consistia su raza, cruel, avasalladora e implacable. Era el dolor brutal que sentía y el mero hecho de que pudiera compartirlo. Que fue, de hecho, lo que hizo.

No era dolor externo. No te habían herido. Era algo mucho peor, algo interior. Algo intratable. Un dolor desgarrador por todo el cuerpo, en las mismas terminaciones nerviosas, como si te las hubieran arrancado y las hubieran puesto sobre la llama de un soldador. De pronto, en tu cabeza no había nada más que agonía. Ni compañeros, ni enemigos, ni fábrica. Solo una tortura indescriptible.

La confianza de Elyas desapareció en cuanto aquella cosa se metió dentro de su cabeza. La agonía le atenazó los músculos y le obligó a clavar la rodilla en el suelo mientras intentaba luchar contra la oleada psíquica de aquella repugnante criatura. Había oído hablar de los poderes psíquicos de los Tiránidos, pero nunca los había sufrido en su propia carne. Incapaz de moverse y menos aún de luchar, Elyas solo podía hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para tratar de apartar aquel dolor de su mente.

La explosión ha regado a nuestros enemigos por el lugar, algunos más heridos que otros, pero tres de ellos aun completamente operativos. Dos de los genestealers están en cuerpo a cuerpo atacando a mis hermanos de batalla, mientras que el líder de los tiránidos permanece quieto. Tengo unas ganas irrefrenables de destrozarle completamente cegado por la ira que tengo a aquella especie asquerosa, pero recuerdo el códex y no lo deshonraré por satisfacer mi venganza personal.

"Debo organizar al equipo y comandar una defensa conjunta. No debemos luchar como guerreros individuales o caeremos de la misma forma. Honrar el códex está por encima de cualquier sentimiento y pensamiento."

Debo hacer que uno de mis hermanos sea el punto fuerte de nuestra ofensiva. Sepheran con su especialidad a distancia es el perfecto punto fuerte, pero está siendo asediado por un enemigo, por lo que sé que lo primero es liberarlo del atacante.

 - "¡Hermano Sepheran, conmigo! ¡Formemos equipo!"

Empuñando mi espada de sierra, cargo hacía el genestealer que ataca al Ángel Sangriento, lanzando un poderoso corte descendente mientras el motor interno de mi arma ruge y las puntas de su filo efectúan su baile sangriento y destructor. 

El malnacido bicho estaba cuerpo a cuerpo, o se acaba pronto con el asunto o Skold tendría que solicitar una nueva servoarmadura, como poco...

Se preparó para borrarle la ¿cara?, la zona que gruñía y babeaba, de la faz del universo cuando de repente falló - No!! Gusano!! He fallado esta vez pero no lo volveré a hacer

Aunque Skold no las tenía todas consigo, ya había visto el poder destructor del bicho anteriormente y temía que de no acertar la próxima no hubiese nuevas oportunidades.

El machete de Sepheran se clavó profundamente en la quitina de la bestia*, que se quedó mirándole como si no lo comprendiese. Era de suponer: le faltaba medio cerebro. Sepheran notó que una sombra se movía a su espalda, tal vez la muerte se abalanzaba sobre él. Aquella bestia no le iba a conceder cuartel, era agil, fuerte y tenía demasiados brazos con que reventarle. Entonces escuchó el agradable sonido de la espada sierra de Lucian, ese rasgueo metálico cuasiconstante y, de pronto, se vió bañado en un icor espeso cuando el arma se intrustó hasta media hoja en el pecho del Genestealer y se abrió camino hasta uno de los hombros, abriéndolo en canal. Tan letal como pringoso.

No había acabado de desplomarse cuando el Genestealer que se encontraba en melee con Skold, abriendo las mandíbulas con cierta satisfacción malévola, lanzó cuchilladas y garrazos en tantos ángulos como le fue posible. Por suerte —pensó Skold— le faltaba un brazo. El Lobo Espacial supuso desde dónde vendría el ataque (o al menos, la mayoría de ellos), y hurtó el cuerpo a un lado, esquivándolo con facilidad. Sin embargo eran demasiadas garras y, cuando ya pensaba que había salido indemne, la última de las extremidades le alcanzó en la pierna derecha, haciéndole un corte en la pantorrilla. Aun no había acabado con él, pero en el fondo de su ser empezaba a plantearse qué sería de él si ese combate singular proseguía.

Mientras tanto, la cosa horrenda que debía ser el líder había sustituido al Genestealer reventado por Lucian y se dispuso a tomar cumplida ventaja. Sus garras eran como heraldos de muerte y dolor, de sangre y sombras, pero el Ultramarine tenía mucho por lo que luchar. Mucho odio acumulado por la dolorosa muerte de muchos de sus hermanos. No era un odio caliente y visceral que conduce a errores (así lo explica el Codex Astartes) si no un odio frío y calculado como una venganza esperada. ¡CLANG! Sonó un chasquido metálico y la garra fue detenida por la espada sierra, pero detuvo a su vez el letal movimiento de los dientes de ésta. Aquella protuberancia ósea era resistente, eso había que reconocérselo a aquellos Xenos.

Sepheran se sacudió la masa sanguinolenta que había sido su adversario, agitando la mano para lanzar la sustancia pringosa varios metros atrás.

Gracias, hermano le dio tiempo a murmurar tras la brutal destrucción que Lucian había tenido a bien de servir ante él, justo antes de que la colosal criatura que quedaba aún por demostrar su poder se uniera a la refriega. Un gruñido sordo surgió del pecho del Angel Sangriento, casi  como si se tratara del propio Skold.

Sepheran ansiaba lanzarse a por aquella criatura, pero Lucian le había dado una órden, por lo que dejó que el guerrero con la espada sierra se situara entre él y el mosntruo tiránido, y comenzó a prepararse para ser el ancla de la escuadra.

¡Hermanos! gritó ¡a mi alrededor!